CAPÍTULO 1:
Claudia se dispuso a escanear el lugar en busca de un lugar libre donde
sentarse. Se fijó en que solamente había dos: uno al lado del escritorio
del profesor, un hombre de alrededor de treinta años —que sin duda
debía tener mucho éxito con el sexo contrario, ya que tenía un cuerpo
bastante musculoso y una sonrisa de ensueño—, y otro al fondo del todo,
donde había un grupo de cinco chicos con pinta de ser los revoltosos del
lugar. Ninguno le inspiraba confianza, pero ni loca iba a elegir
sentarse en primera fila, tan cerca de aquel profesor tan atractivo y a
la vez tan autoritario y serio. Bastantes nervios tenía ya encima como
para sumarle los que la atacarían si se pasaba la hora escolar sentada
junto a tal espécimen de hombre... ¡Si cuando le habló con aquella voz
tan sexy, casi le dio un infarto!
Con esa determinación en mente, y sin dejar de aferrarse con fuerza a
una de las asas de su vieja mochila vaquera, se aproximó a la mesa libre
del fondo. En todo momento, pudo notar cómo sus compañeros la miraban
con interés; prácticamente sentía sus miradas clavadas en la nuca. Al
fin tomó su asiento mientras escuchaba de fondo la hipnotizadora voz del
profesor nombrándolos a todos uno a uno y comenzaba a sacar de la
mochila sus pertenencias.
Hasta que no escuchó unos cuchicheos, seguidos de risitas, no se centró
en estudiar a los compañeros que estaban sentados cerca de ella. Con
timidez, alzó la vista y se fijó en el grupo de chicos, todos ellos
presumiblemente de su misma edad, que habían logrado llamar su atención
gracias al pequeño revuelo que estaban montando.
Los cinco la miraban con interés, no con burla —como en un principio
creyó, debido a sus risas mal disimuladas—; en especial el que parecía
ser el líder, un chico de más de un metro setenta y cinco, con el pelo
castaño claro y peinado a lo loco pero de manera sexy. Además, se notaba
que tenía un cuerpo musculoso; seguro que era de esos a los que les iba
ir al gimnasio muy a menudo. Era sin duda un joven muy guapo que debía
tener mucho éxito con las del sexo opuesto. La miraba con un matiz de
lujuria, de deseo, aunque eso no la sorprendió, ya que ella era
consciente de su belleza, de su cuerpo curvilíneo que tantos quebraderos
de cabeza le había causado desde que alcanzó la adolescencia. De hecho,
era una de las causas por las que se había visto obligada a cambiar de
instituto, así como de ciudad y casa. Hasta el día de ayer había estado
viviendo con su madre divorciada, pero tras el continuo acoso sexual de
su padrastro, que no paraba de insinuarse y rozarse con ella en zonas
inapropiadas, se fue a vivir con su padre, un cincuentón que era un
total desconocido para ella, el cual solamente se limitó a pasarle la
manutención correspondiente durante los diecisiete años que ya tenía
Claudia. Jamás fue a buscarla o a hacerle una visita, ni siquiera en
navidades.
Y a pesar de eso, prefirió mudarse a vivir con él y con su segunda
esposa, para mantener las distancias con Diego, el maldito bastardo que a
punto estuvo de violarla un par de días atrás. Ese hecho fue la gota
que colmó el vaso, y no quería volver a vivir con él. Gracias a Dios, su
padre, Carlos, no puso objeción alguna y la aceptó en su hogar.
Clarisa, su esposa, tampoco puso pegas. La verdad era que había sido muy
amable con ella las pocas horas que llegaron a pasar juntas desde su
llegada, y esperaba que eso no cambiase nunca.
—Bien, señorita Claudia, ha llegado la hora de tu presentación. —La
penetrante voz del profesor la sacó de su ensimismamiento—. ¿Claudia?
—Errr... Sí —balbuceó ella, de nuevo nerviosa.
—¿Y bien? —Ella se lo quedó mirando, sin saber qué decir—. ¿Le puedes
decir a tus nuevos compañeros de curso de qué ciudad vienes?
—De Alicante —susurró ella, tras tragar saliva.
—¿Y cuál es la razón que te ha traído hasta aquí, hasta Murcia?
El profesor parecía disfrutar con la entrevista, aunque supiera que le
estaba haciendo pasar un mal trago con la misma... ¿Por qué los hombres
eran así de puñeteros?
—Acabo de mudarme a vivir con mi padre —informó ella, que no paraba de
enredar entre los dedos varios mechones de su rubia cabellera—. Vengo de
padres divorciados —aclaró, esperando que con ese dato se zanjara la
conversación y quedara todo aclarado.
—Muy bien, jovencita, esperemos por tu bien que sepas coger el ritmo que
llevamos desde el comienzo del curso y no te cueste ponerte al día.
Claudia asintió con la cabeza, suspirando al verse al fin libre de ser
el centro de atención, y se concentró en estudiar los papeles que le
había dado la administrativa del instituto. Entre ellos estaba el
horario de clases que tendría durante la semana, además de una relación
con los nombres de sus nuevos profesores, donde indicaba qué asignatura
le impartiría cada uno de ellos. Comprobó que el sexy profesor “me gusta
poner en un aprieto a los nuevos”, que era ahora su tutor, además de
darle Matemáticas, se llamaba Daniel.
«Además de guapo, joven, atractivo y con una voz imponente, tiene un
nombre bonito», se dijo Claudia, que ya tenía sus apuntes listos para
tomar nota.
Por un momento, dejó de pensar en el hombre y se centró en lo correcto y
buen profesor que parecía ser y en la lección que impartía con tanta
maestría. Sin embargo, no podía centrarse todo lo que quería, ya que el
grupo que la acompañaba no paraba de cuchichear y mirarla con una muy
incómoda y mal disimulada atención.
Como pudo, los ignoró y siguió con lo suyo, tomando nota y poniéndose al
día. Pronto, la hora de clase llegó a su fin y dio comienzo la segunda
clase, que era Lengua y Literatura. Una mujer de avanzada edad relevó al
profesor y, tras dar los buenos días, comenzó con su lección.
Cuando al fin sonó la campana que anunciaba la hora del recreo, se
produjo un revuelo en el aula, puesto que todos los alumnos estaban
alterados y ansiosos por salir a tomar un rato el aire y descansar de
tanto estudio. Como no conocía a nadie, Claudia no se dio mucha prisa en
salir; de hecho, esperó a que primero salieran todos para hacer ella lo
propio. Con el bocadillo en una de las manos y un botellín de agua en
la otra, salió hacia el pasillo con intenciones de ir al patio para
almorzar tranquilamente hasta que de nuevo comenzarán las clases.
Iba distraída, dejando atrás varias puertas que correspondían a las
otras aulas, cuando alguien la sujetó por la cintura con un poderoso
brazo. Al mismo tiempo, una amplia mano se posó en su boca para ahogar
el grito que estuvo a punto de proferir tras el ataque sorpresa.
—Shhh, calla, bonita, y no chilles —dijo una voz masculina y juvenil,
procedente de quien la mantenía sujeta, mientras la arrastraba al
interior de los servicios masculinos.
Allí estaban esperándolos cuatro chicos sonrientes que la miraban con
diversión. Claudia pronto los reconoció como los chicos que se sentaban
al fondo, junto a ella. El quinto, el que la mantenía sujeta por la
espalda, la liberó a la vez que la acorralaba contra la pared de
baldosas azules.
—Veamos, ¿qué tenemos aquí? —preguntó el muchacho que se había atrevido
a "secuestrarla", mientras la tenía aprisionada entre su corpulento
cuerpo y la pared—. A una maleducada que no se ha dignado en toda la
mañana a mirarnos siquiera. ¿Esa es manera de tratar a tus nuevos
compañeros?
Claudia comprendió con asombro que el que la tenía retenida con las
palmas de las manos apoyadas a los lados de su cabeza, se había ofendido
porque ella los había ignorado. Pero... ¿qué otra cosa podía hacer? No
los conocía de nada, y, además, estaban en medio de una lección de
clase. No era plan de ponerse a conversar con ellos así, sin más, ¿no?
Intentó apartarlo, empujando con sus antebrazos —ya que tenía ambas
manos ocupadas— y haciendo presión contra el amplio pecho del muchacho.
Pero por mucho que empujó para apartarlo, no consiguió moverlo ni un
milímetro. Con el corazón acelerado y la respiración agitada, Claudia no
pudo más que mirarlo a los ojos, a aquellos ojos verdes que la
observaban con intensidad, y suplicarle que la dejara ir.
—Yo... Por favor, déjame ir... —No pudo evitar estremecerse.
—¿Es eso lo único que tienes que decir?, ¿ni un lo siento ni nada?
—Justo cuando ella abría la boca con intenciones de decir exactamente
eso que le acaba de recriminar en la cara y ver si así se conformaba y
la dejaba ir, él volvió a hablar sin dejarle pronunciar palabra,
dejándole la misma en la punta de la lengua—: ¿Sabes? No importa, en
serio. —Su verde mirada se clavó en la azulada de ella, con una mezcla
de rabia, deseo y diversión—. Sé otra forma en la que puedes disculparte
que será aún más satisfactoria…, al menos para mí.
Antes de que Claudia supiera a qué se estaba refiriendo con eso, el
muchacho se acercó peligrosamente a ella hasta apoderarse de sus labios.
A la pobre la había pillado tan desprevenida que por un momento la dejó
casi en blanco, pero aun así le intentó dar una patada en la espinilla
para escapar; sin éxito, ya que él pareció no inmutarse. La impotencia
hizo que gritara, pero al abrir la boca, el adolescente aprovechó el
descuido de la estupefacta muchacha para invadir su boca con su
juguetona lengua. Y aunque ella al principio se resistió y luchó contra
la suya para expulsarle, finalmente se rindió tras ver que no había
manera de liberarse de su ataque.
Lo intentó empujar una y otra vez y apartar la cara, pero fue inútil, ya
que era mucho más fuerte que ella. Encima, a eso había que sumarle el
comportamiento de los amiguitos del chico —quien la estaba castigando
con aquel agresivo beso, por no llamarlo morreo—, pues estaban
aplaudiéndole escandalosamente y animándolo por su valiente osadía, en
vez de detenerlo...
De pronto, la puerta se abrió repentinamente, provocando que los
alborotadores detuvieran el numerito que estaban interpretando y
enmudecieran de golpe. No obstante, parecía ser que, el que la estaba
besando, estaba tan concentrado en tal menester que no se había
percatado del cambio que se había producido en el lugar, porque siguió
devorándola mientras le restregaba contra el vientre la reciente
erección que ahora lucía.
—Señor Víctor, ¿dándole la bienvenida a la nueva? —preguntó una voz
potente y acostumbrada a mandar con un toque sexy, hipnótico y
maravillosamente masculino que no podía ser de nadie más que de Daniel,
su tutor.
A Claudia le sorprendió y extrañó bastante que el muchacho que respondía
al nombre de Víctor no la liberara al instante, sino que se tomara su
tiempo, como si no le importara que su tutor lo hubiera pillado en una
situación tan comprometedora.
—Aún no he terminado contigo —le susurró Víctor al oído—. Esto no ha
hecho más que empezar —aseguró. Luego se alejó con lentitud, rozando
adrede su mejilla contra la de ella, que ahora estaba sonrojada.
En cuanto Víctor se alejó de ella lo suficiente como para que sus
cuerpos ya no se tocasen, Claudia huyó de allí a toda velocidad,
perdiéndose el breve intercambio de miradas que se produjo entre Daniel y
su acosador. A lo lejos escuchó cómo su tutor le decía al otro que la
dejara en paz, a lo que el joven le respondió con ironía, vacilando:
“Sí, claro, lo que usted diga”, para después salir de los aseos como si
nada, seguido de sus amigos.
Nada más salir al patio, lo cruzó con paso vacilante y tomó asiento en
el banco más alejado de la entrada, que era el que más privacidad tenía y
el único que estaba desocupado. Acababa de desenvolver el bocadillo,
liberándolo del papel de aluminio que lo cubría, cuando vio al grupo
"peligroso" pisar el patio también.
Intentó encogerse lo máximo posible para pasar desapercibida, rogando
porque no la vieran y la dejaran tranquila. Sin embargo, no tuvo tanta
suerte, pues la vieron, y todos ellos, en especial Víctor, le sonrieron
con picardía. Cuando comprobó que finalmente tomaban asiento en otro
banco, uno que fue despejado en cuanto ellos llegaron y lo reclamaron
—muestra indiscutible de que eran temidos y respetados allí—, suspiró
con alivio; al menos, con esa acción, le estaban demostrando que
pensaban dejarla tranquila..., aunque fuese solamente durante los
últimos cinco minutos que quedaban de recreo.
El timbre que anunciaba que era la hora de regresar a clase no se hizo
de rogar. Pronto, los alumnos del centro se dispusieron a regresar a sus
aulas. A Claudia no le quedó más remedio que hacer lo mismo. En un
principio, esperó a que el patio se despejara para entrar, pero por
mucho que pospuso su marcha, no logró ser la última en regresar al aula,
ya que el grupo "peligroso" —mote que les había puesto tras conocerlos
más a fondo— también había decidido demorarse.
Al final, a Claudia no le quedó otra que pasar por delante de ellos. Y
en el mismo instante en el que lo hizo, notó cómo uno de ellos,
seguramente Víctor, le palmeó el culo con determinación. Con el trasero
picándole en la zona azotada y con el corazón en un puño, Claudia
aceleró el paso ignorando lo ocurrido, encaminándose hasta el aula que
le correspondía. El resto de la mañana transcurrió sin incidente alguno,
aunque los chicos siguieron cuchicheando y diciéndole cosas en todo
momento. Ella los ignoró y, en cuanto sonó el timbre que indicaba el fin
de las clases, salió por la puerta la primera. ¡Ni loca iba a volver a
cometer la imprudencia de quedarse la última!
En un tiempo récord, alcanzó los aparcamientos, se subió en su
motocicleta tras haberle quitado el candado y haberse puesto el casco y
se alejó del recinto, deseando llegar a casa lo antes posible.
La tarde transcurrió de manera amena. La muchacha la dedicó a terminar
de deshacer las maletas y acomodar sus cosas en su nuevo dormitorio.
Al día siguiente, tras ponerse otros vaqueros desgastados pero de color
blanco y una camiseta ajustada azul de tirantes, se dirigió una vez más
al instituto con una cosa en mente: se cambiaría de pupitre. Prefería
mil veces sentarse junto a Daniel que al lado del grupo "peligroso".
Y eso fue justamente lo que hizo en cuanto entró en el aula con la
cabeza cabizbaja pero con decisión. En ningún momento se molestó en
levantar la mirada y comprobar la expresión de los chicos, aun temiendo
lo que pudiera ocurrir fuera del aula, ahora que había dado comienzo la
hora del recreo. Esta vez iba bien despacio, pendiente de todo lo que la
rodeaba, mirando cada dos por tres por encima del hombro mientras
transportaba el bocadillo y la bebida que pensaba tomarse en el recreo.
«De momento, va todo bien», se dijo cuando al fin vio al fondo, a unos
diez metros, la luz que penetraba por las puertas cristaleras que daban
al recreo. Creyó que la acabaría alcanzando sin inconveniente alguno,
bajando por lo tanto la guardia. Sin embargo, estaba completamente
equivocada, pues Víctor, acompañado de sus inseparables colegas, la
interceptó antes de que llegara allí.
—¿Por qué te has cambiado de sitio? —preguntó Víctor mientras se iba
acercando lenta y minuciosamente a ella, como si de un felino se
tratase.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué este mal nacido le estaba haciendo la
vida imposible desde el día en que había pisado ese centro educativo?
—Yo... —Claudia no sabía qué decir; además, estaba tan nerviosa que apenas fue capaz de articular palabra.
Víctor volvió a realizar una nueva pregunta mientras seguía avanzando hacia ella de manera amenazadora:
—¿Quién te ha dado permiso para hacerlo?
Con cada paso que daba él hacia delante, provocaba que ella diera uno hacia atrás.
—Eso es, tío, explícaselo bien —dijo uno de los chicos que estaba, como el resto, en todo momento pendiente de lo que ocurría.
A los pocos segundos, Claudia se quedó sin pasillo por donde retroceder,
ya que acabó con la espalda apoyada contra la pared más cercana. Apenas
podía escuchar las recriminaciones que le estaba lanzando el muchacho,
pues los zumbidos que latían con fuerza contra sus oídos no la dejaban
oír bien. Era tal el grado de nerviosismo al que estaba siendo sometida
una vez más por culpa de Víctor, que apenas podía oír algo. Los fuertes y
rápidos latidos de su desbocado corazón no se lo permitían.
—¿Quién te has creído para hacer algo así? —Al fin le dio alcance y, una
vez más, se pegó tanto a ella que casi llegaron a tocarse las puntas de
sus narices—. Escucha con atención, bonita, eres mi juguete, mi
entretenimiento. —Ella tragó saliva y le mantuvo a duras penas la
mirada—. Mientras no me canse de ti, estarás ahí para entretenerme.
¿Está claro? —A Claudia no le quedó otra que asentir con la cabeza—.
Bien, pues ya sabes lo que tienes que hacer.
Sin más, se alejó de ella, dejándola confundida, asustada, con el
bocadillo aplastado en una de sus manos y con una idea en mente:
regresar al pupitre que utilizó el día anterior.
CAPÍTULO 2:
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