Y la cosa va quedando así:
ÁNGELES Y/O DEMONIOS
FINAL DEL VIAJE
Para Nelly.
“El cuerpo yace en tierra, y si el alma quiere escaparse, yo le presento al punto el pacto escrito con sangre. Pero, ¡ay! Existen desgraciadamente tantos medios de robarle las almas al diablo”.
Mefistófeles en Fausto, de Göethe. Parte II: Sepultura.
Agotada del juego, perdida en los confines de la historia, Ann se puso de pie, recogió un viejo dominó del armario de turno y cubrió su desnudez con la negra tela de invierno. Le temblaban las manos y las rodillas, sentía frío —como siempre sucedía después de lo que había dado a llamar sus viajes— y el miedo de saberse sola en un lugar y en un tiempo desconocidos.
Esta vez había aparecido debajo de un viejo escritorio de roble. Dio una vuelta por el pequeño estudio: allí no había signo alguno de modernidad, tan solo una vitrina llena de adornos de porcelana, las paredes recubiertas de madera oscura, la puerta gruesa y pesada. Una lámpara con velas.
Ann se acercó al escritorio nuevamente, de donde recogió unos papeles que descansaban junto a una pluma y un tintero. Erbvertrag, leyó. Hojeó las demás escrituras, todas en alemán.
Alemania. Sin dudas al menos un siglo antes del horror que ella misma había vivido, dos veces. Pensó en cuanto podría hacer por la humanidad antes de la venida de Hitler, antes del Holocausto, pero se convenció rápidamente de que ese no era su asunto, ella no había sido enviada a través del tiempo para prevenir catástrofes. Ella estaba allí para prevenir la muerte de Dämon, y para ello tenía que matar al lobo.
-Tengo una solución -le había dicho ella al enemigo, aquella noche mientras yacía entre sus brazos. El cabello oscuro del demonio que le besaba la frente contrastaba con la claridad de sus ojos, herencia de su padre, el lobo. Dämon la miró fundiendo con involuntaria calidez el frío de su alma a través de su mirada.
-¿Correrás riesgos, ángel? -le preguntó enseguida.
-Siempre que he viajado han existido riesgos -respondió ella serenamente-, pero es el único modo de evitar tu muerte. Buscaré el origen, entonces ya no tendré que matarte.
Esas palabras formaban parte ahora de un vago recuerdo que erizaba la piel de Ann y la convertía en un ser vulnerable y temeroso. De aquella primera noche habían pasado ya doscientos años. Doscientos años de intensa búsqueda, en los que sólo había escapado de las fuerzas del Cielo y de las del mismo Infierno, a veces sola, a veces acompañada.
Alemania. Cuna de Hitler, cuna de Mefistófeles en el Fausto, cuna del padre Lobo. ¿Cuna de Dämon?.
-Abandona esa absurda búsqueda -clamó Gweillord una tarde de invierno, ocho años después de la noche en que el bien y el mal finalmente habían sido uno por vez primera-. Él ya está muerto. Yo mismo me he encargado del trabajo que tú desperdiciaste -anunció, y soltó enseguida una risa socarrona-. Te buscaba el pobrecillo por los confines del tiempo, pero tú eras mucho más rápida…
Conociendo que Dämon se encontraba muerto, solo tenía una opción para volver a verlo con vida: encontrar el origen. De haber sabido antes que Dämon la buscaba, ¿habría continuado ella con su propia búsqueda? ¿Habría sido capaz de venderse a las fuerzas del Mal para no perderlo? Dämon no podía elegir el bien, en cambio ella…
Escuchó ruidos. Alguien se acercaba al estudio, de modo que apresuró la huida y abrió una ventana, por la que se arrojó al vacío. Los ángeles tenían vida eterna.
Cuando sus pies se asentaron sobre la grava lentamente, como flotando, Ann corrió entre las sombras del amanecer, con el azulino cielo como testigo del momento en que se internaba en el bosque. En su interior, allí cobraba vida Dämon.
¿Encontraría en esta oportunidad al lobo que lo había convertido en un demonio? El mal podía tomar diversas formas, lo había aprendido a fuerza de experiencias.
Ann sabía que se encontraba sola, pero presentía que alguien la seguía. Se dio la vuelta para corroborarlo, sin embargo, no encontró nada. Estaba sola en la inmensidad del bosque cargado de árboles y de maleza. Unas raíces serpenteaban entre el verde de las hojas caídas, entre el marrón de las que ya se hallaban secas, entre el rojo de las flores.
Agitada y brutalmente fría, Ann, el ángel, sintió que la columna se le ponía tiesa y que se le adormecía. Si bien nunca se habían hecho visibles, las alas se hallaban enraizadas en el interior de su cuerpo y eran sensibles a la Presencia.
-¿En dónde estás? -exclamó, girando sobre sí misma. El cabello muy rubio, que le caía largo hasta la cintura, se mecía con la violencia de los giros-. ¡Muéstrate!. ¿O acaso me tienes miedo?.
De pronto oyó algo parecido a un gruñido. Ann tembló: ¿acaso lo había encontrado? ¿Ese era entonces el final del viaje?.
Había quedado de espaldas al vigoroso animal, pero podía sentirlo, pues su columna se ponía cada vez más tensa, al punto que emulaba el acero. Movió lentamente los pies para darse la vuelta. Experimentaba un frío letal, casi como si pudiera morir.
Ni bien acabó de moverse, lo encontró. Allí estaba el Mal en su presencia, en todo su esplendor, materializado en un lobo gris de gran tamaño, con los ojos de un celeste muy claro casi transparente, el pelaje largo y sucio de barro. Parecía haber entablado una batalla, porque los dientes babeaban y su vientre se movía agitado por la violencia de su respiración convulsionada.
Ann ya no sentía frío, sino que se encontraba congelada. La presencia del Mal siempre le provocaba esas sensaciones. ¿Y ahora qué?, se preguntaba. Había encontrado al lobo, pero no sabía si ese era efectivamente el origen. ¿Y si Dämon ya había sido convertido? ¿Podría ella matar al lobo, obligar al Mal a huir de su propia presencia? Hacía tiempo que se había alejado del Bien para seguir sus propias reglas. ¿Cómo invocar ahora sus poderes?.
Ann cerró los ojos. Ann intentó concentrarse en su fuerza interior -tenía que actuar rápido-, pero sólo veía sus pecados: el amor que sentía por un demonio, la primera noche que había pasado a su lado, la intensa búsqueda que había emprendido en contra de los designios de su Padre.
Sería imposible, lo supo justo cuando un ruido extraño, parecido al sonido de un arco al tensarse, atrajo sus sentidos. Abiertos sus ojos, giró sobre sus talones y divisó que, delante de ella y del lobo, Dämon apuntaba su flecha hacia el animal vigoroso.
Ann tomó una honda bocanada de aire. Dämon no era Dämon, sino Wilhelm, el pastor de rebaños todavía no convertido. El ángel supo entonces que todo el esfuerzo realizado valdría la pena, pues quizás no pudiera dominar al lobo con su mente, pero sí pudiera ser convertida en lugar de Wilhelm, después de todo, ella se hallaba antes que el hombre en el camino del animal.
Hubo un tiempo en que Ann no fue más que Ann, ni un ángel ni un demonio, sino una simple empleada de comercio. Ese era en aquel tiempo nuevo de su viaje el futuro, un futuro que ya había sucedido para ella, porque fue en el que se había dado cuenta de que era un ángel, pero aún no había llegado para el resto de los hombres y ninguno de los vivos de aquel entonces lo verían. Si era convertida en un demonio en lugar del pastor de rebaños, aquel futuro moriría en la mera hipótesis, pues jamás adquiriría existencia concreta.
-Jamás podrás cambiar el designio de las almas -le había dicho su Padre-. Podrás ofrecerles la salvación, pero nunca una vida nueva que ellos no hayan forjado por sí mismos, que ellos no hayan elegido.
El lobo estaba a punto de saltar. Ann lo supo y cerró los ojos, esperando la muerte del ángel y el nacimiento del demonio.
Cuando el animal se lanzó sobre su víctima, lo hizo en todo su esplendor. Las garras desplegadas, la boca abierta, los dientes henchidos de codicia. Ansiaba un alma… pero no la de ella. Después de todo, no le era permitido cambiar el sentido de las vidas de los hombres, el rumbo de las almas, las elecciones de los otros.
-La vida es apenas un fino hilo de seda, no un tiento que no se corta.
Todo sucedió apenas en un instante, ocupando en la Eternidad el mismo espacio de tiempo que un hombre tardaba en pestañear o que un ángel ocupaba en viajar a través de los siglos. Wilhelm alcanzó a disparar la flecha, pero el lobo, inmortal a las armas humanas, saltó sobre el pastor de rebaños para luego desaparecer en una bruma de fuego azulino.
Ann corrió hacia el cuerpo abandonado. Una breve herida le surcaba la mejilla, la misma que luego ella acariciaría por primera vez más de noventa años después, en una cama de hotel. El pastor abrió los ojos, todavía oscuros.
-Te he buscado, ángel -balbuceó-. Tú sí que vas rápido, pero nunca llegas a tiempo. Si yo no te rescatara…
-Entonces no lo hagas -lo interrumpió Ann.
A pesar de que el alma de Wilhelm se hundía para siempre en el abismo, sus labios denotaron una sonrisa. Ann se mordió el labio inferior para contener el llanto. En ese momento, el pastor, desnudo en su torso, apenas cubiertas sus piernas por unas calzas de cacería, arqueó la columna y lanzó un grito de dolor desesperado. Ann fue testigo del modo en que sus alas blancas y aterciopeladas se desplegaban por entre las raíces de los árboles, las hojas y las flores mientras caía una tierna llovizna de pequeños algodones blancos.
Las alas hirieron la espalda del ángel de ojos negros, poco a poco se tornaron del color del otoño y murieron al paso que nacía Dämon, el demonio.
Con que él también había sido un ángel.
Ser un demonio era el camino que él había elegido. Para rescatarla a ella.
-Jamás podrás cambiar el designio de las almas.
Cuando Dämon despertó, Ann le acariciaba la frente. Lentamente se acercó a sus labios y le obsequió un beso que él recibió rodeándole el rostro con las manos.
-Tenemos noventa y dos años para vivir juntos antes de que Gweillord te mate -le anunció ella-. Si es que no se dan cuenta de estos huecos que han dejado en el tiempo.
-Eso ya ha sucedido -murmuró Dämon, sin soltarle a ella la cara.
-No -aclaró Ann-. En el viaje anterior te había matado Hula.
Dämon sonrió, mordiéndose el labio. Todavía tenía los claros ojos cerrados.
-Nada es perfecto.
No sé qué fue lo que me hizo seguirlo, pero cuando lo vi entrar en el parque, dejé a mis amigas plantadas en la parada del autobús escolar y caminé tras sus pasos.
No es que fuese un chico espectacular, de esos que te hacen girar la cabeza a su paso, con sonrisa de anuncio de pasta de dientes, cabellos brillando por una marca específica de champú o vestido con ropas a la última; ni tampoco era uno de ésos punkis con sus pelos de punta cubierto de fijador, chapas en las ropas o piercing en la cara; o uno de esos góticos vestidos todo de negro… no, más bien parecía sacado de un barrio cualquiera, de cualquier ciudad. Su pelo era de un tono vulgar y corriente de castaño, vestía con unos jeans y un jerséis azul. Uno más entre otros, nada que llamase mi atención… por eso mismo me sorprendió al verme caminar tras él como si lo conociese de toda la vida.
¿Quién era ése chico?.
Él se detuvo un momento junto a una anciana, que estaba sentada en uno de los bancos dando de comer pan a las palomas y le susurró algo. La anciana esbozó una cálida sonrisa desprovista de algunos dientes, pero no lo miró; y después, él siguió su camino. Por supuesto, yo me había detenido tras él, ocultándome entre la gente que caminaba por el parque, tratando de pasar desapercibida. No sé por qué no quería que él se percatase de mi presencia.
Los libros me pesaban en los brazos, así que decidí dejarlos sobre uno de los bancos del parque: después regresaría a por ellos: nadie en su sano juicio se llevaría mis libros escolares; además, mi nombre y mi dirección estaban escritos en ellos y si, de casualidad era un guardia quién los encontraba, siempre podría decir que los perdí. No me importaba. La verdad, era extraño, pero no me importaba nada más que seguir a ése chico, allá a dónde fuera que se estaba dirigiendo. No parecía tener mucha prisa, pero tampoco demoraba sus pasos. De repente, se detuvo en seco y se giró hacia mí, sobresaltándome.
-Basta, Aurora -me dijo. Su voz tenía una calidez que nunca había escuchado antes en ningún muchacho de la edad de aquel-, deja de seguirme. ¿Es que quieres meterme en problemas?.
-¿Me conoces? -le pregunté, maravillada porque supiese mi nombre. Le miré fijamente a los ojos y me dí cuenta de que tenían una extraña tonalidad ambarina.
-Pues claro que te conozco -me dijo el chico-, y ya tengo bastantes problemas por tí como para que encima me causes más -extendió una mano y señaló hacia la parada de autobuses que yo había dejado- Vuelve a casa.
-¿Quién eres? -le pregunté. No podía comprender por qué su rostro me resultaba tan desconocido y, a la vez, tan familiar.
-Amahel -me respondió. Después pareció como si el decirme su nombre fuese algo que, en ningún caso, debería de haber hecho, porque giró sus ojos a su alrededor mirando a las personas que caminaban por allí, ajenas a nuestra presencia- Por favor... -me suplicó poniendo ojos de cachorrito- Márchate.
Él se giró de nuevo y comenzó a caminar, sin decir una sola palabra más. Yo estaba estupefacta y no sabía qué pensar de él. Probé su nombre en mis labios: Amahel. Me sonaba mucho a la palabra amor. Pero claro, no era amor, precisamente lo que yo sentía por un perfecto desconocido-conocido. Aún sentía que me era familiar de un modo que no comprendía.
Corrí tras él, pues mi vacilación le dio ventaja y me coloqué justo a su lado. Él volvió a detenerse y me miró con los ojos brillantes de furia.
-Ya te he dicho que me dejes en paz. ¿Qué es lo que quieres de mí? -me dijo cruzándose de brazos en plan gallito.
-Quiero que me digas cómo es que sabes mi nombre -le exigí.
Él suspiró frustrado, pero después relajó su expresión.
-Yo se lo susurré a tu madre cuando naciste -me dijo.
Ahora sí que me había quedado sin palabras. Pestañeé varias veces para asimilar aquella información, pero la sensación de que él no me estaba tomando el pelo fue tomando forma en mi interior. Yo también crucé mis brazos sobre mi pecho, imitando su postura y me incliné hacia él.
-¿Quién eres tú?.
Él me sostuvo la mirada y sólo la apartó unos momentos para comprobar que nadie nos estaba observando; después se acercó a mí y me susurró:
-Yo soy tu ángel de la guarda.
-¡Venga ya! -exclamé echándome a reír. No sabía qué clase de respuesta me habría soltado el chico, pero ésta…
-Shhh -me chistó muy serio, mientras daba una rápida ojeada a nuestro alrededor-, ellos me están acechando y me estás poniendo en peligro. Vuelve a casa, Aurora, por favor. Me quitarán mis alas si te ocurriese algo.
Dejé de reír al ver que el muchacho hablaba totalmente en serio y yo también giré mis ojos a mí alrededor antes de volver a posarlos en los suyos.
-¿Quiénes te están acechando? -susurré.
-Ellos, los que quieren ocupar mi lugar. Esperan ahí, a que comenta un error, para lanzarse sobre mí y despojarme de mi cargo. No pueden saber que puedes verme y hablar conmigo.
-¿Qué tontería es esa? -le pregunté un poquito mosqueada. La verdad, ya era malo que el muchacho tratase de convencerme que era mi ángel de la guarda (bueno, eso no estaría tan mal… el tener un ángel que te cuida, claro) pero el que tratase de que creyera que yo no debería verlo…-Pues claro que puedo verte, no soy ciega ¿no?. Estás en un parque rodeado de gente a plena luz del día.
-Ninguno de ellos me ve o me oye -Amahel señaló a su alrededor-, ahora mismo lo único que ven es a una chica hablando sola en medio del camino.
-Pero tú hablaste con ésa anciana y ella te sonrió -le acusé, señalándolo con el dedo.
-No hablé con la anciana. Sólo le susurré. Llevé paz a su alma y, ella no me vio. No puede verme. Solo tú puedes hacerlo.
Giré la cabeza sólo para toparme con la curiosa mirada de un niño, que estaba agarrado a la blusa de su madre mientras ella hablaba por el móvil. Me agaché un poquito y le sonreí. El niño me devolvió una sonrisa insegura.
-¿Puedes verlo? -le pregunté señalando a Amahel.
-¿A quién? -preguntó a la vez el niño, con los ojos abiertos de par en par.
-A ese chico -insistí volviendo a señalar.
-No hay ningún chico -el niño pareció asustarse de mí y se arremolinó aún más en las piernas de su madre. Ésta se cambió el móvil de mano sin dejar de hablar y atrajo al niño hacia delante.
-¿Lo ves? -me dijo Amahel con una sonrisa de satisfacción-, él no puede verme, ni tampoco los demás. Sólo tú.
-¿Y eso por qué? -le pregunté.
-Porque…-él pareció inseguro, como si no tuviese muy claro qué era lo que me iba a explicar-, has bebido de mí.
Aquello me impactó. ¿Qué quería decir exactamente con que bebí de él?, ¿acaso ese muchacho o ángel de la guarda, o lo que fuera pensaba que yo era un vampiro o algo así?. Él se percató de mis dudas y me cogió del brazo, arrastrándome hasta la sombra de uno de los árboles del parque, fuera de la vista de los demás.
-Te he salvado muchas veces -me dijo-, la primera vez tú tenías cinco años y te caíste a la piscina.
-Lo recuerdo -contesté rememorando la escena en mi cabeza-, estaba jugando con una pelota y ésta se fue al agua. Yo quise alcanzarla pero perdí el pié y caí dentro -lo miré a los ojos. No había vuelto a pensar en el chico que me sacó aquel día del agua. Mi madre me había dicho que no había habido ningún chico y que lo habría imaginado a causa del susto. La creí, por supuesto, y no le dí más vueltas.
-La segunda vez, tenías ocho años. Ibas en bicicleta y se te salió la cadena del engranaje. Rodaste sin control por una cuesta empinada, y justo cuando un coche atravesó por allí…
-Tú me salvaste de nuevo -le respondí, reconociendo al muchacho que se había puesto delante de mí, deteniendo bruscamente mi marcha-, el conductor del coche me dijo que la rueda había tropezado con una piedra y que eso me tiró de la bici pero… fuiste tú -lo miré de forma acusatoria-, ¡me rompí un brazo por tu culpa!.
-Mejor un brazo que no bajo tierra, ¿no crees? -me respondió el chico-, de todos modos, ellos me vieron interferir y fui castigado por eso; aunque por suerte, no perdí mi puesto.
-¿Te castigaron por salvarme?.
-Me castigaron porque tu nombre estaba en las listas de los que subirían al…-él carraspeó como si no debiera de haber dicho aquello.
-¿Ese día yo tenía que haber muerto? -le pregunté horrorizada.
-Eso me temo -me respondió Amahel asintiendo-, pero yo no quería dejarte ir. Recibí mi castigo y me prometí a mí mismo que no volvería a hacerlo pero…
-Tú estabas allí aquella noche, en la discoteca, ¿no? –recordaba lo que había pasado un par de años atrás-, aquel chico intentó atracarnos con una navaja a la salida y tú te pusiste en medio cuando él se abalanzó hacia mí. Mi amiga me aseguró que el delincuente había tropezado, pero yo te vi realmente, ¿no?. Recibiste una puñalada por mí.
Amahel asintió y se subió el jerséis para que yo pudiese contemplar la cicatriz con mis propios ojos. Alargué una mano y la toqué. Su piel se sentía suave y cálida bajo mi palma pero tan real como la mía propia. Él se estremeció y yo aparté la mano, permitiéndole que se colocase de nuevo la ropa.
-¿Y te vieron ésa vez?.
-No, ellos no me vieron salvarte, pero lo sospecharon… así que me siguen desde entonces.
-¿Y los puedes ver?.
-A veces los veo y otras se esconden… o yo me escabullo de ellos -Amahel se encogió de hombros-, no me vieron entrar en el parque, creo, pero puede que te estén siguiendo a ti. Ellos saben que siempre estoy alrededor tuyo, cuidándote.
-Pero acabas de decirme que te castigaron por que me salvaste -le dije. Estaba un poco confusa por aquella explicación-, si se supone que tú eres mi ángel de la guarda... ¿Por qué no permiten que me ayudes cuando estoy en peligro?.
-Porque yo no tengo la llave de tu destino, Aurora -me dijo muy serio-, yo puedo protegerte de los míos, de los que son como yo y quieren empujarte a la maldad sólo para hacerme caer. Los ángeles no son tan buenos como tú crees. Ellos tienen que competir por ganarse el puesto de guardián de un humano y harían lo que fuera para hacer caer a los demás y ocupar su lugar.
-Pero dijiste que yo bebí de ti. ¿Eso qué significa exactamente?. ¿Cómo es que yo puedo verte y los demás no?.
-Cada vez que un ángel de la guarda salva a su protegido de una muerte programada (y créeme, son muy pocos los que se arriesgan a ser castigados por ello), el humano absorbe una parte de la esencia vital del ángel. Tú has bebido tres veces de mí y por eso puedes verme. Normalmente, cuando un humano bebe varias veces de un ángel, el ángel muere y otro se encarga del trabajo, pero… no sé por qué sigo todavía con vida. Quizás no ha llegado aún mi hora o…
Fui consciente del momento en el que Amahel se quedó rígido, mirando horrorizado a tres sombras de color blanco que nos habían rodeado sin que nos hubiésemos dado cuenta. Las sombras, como niebla espesa, se lanzaron sobre Amahel haciéndolo caer de espaldas y lo oí gritar. Dos de ellos le habían inmovilizado los brazos contra el suelo, clavando sus manos en la tierra húmeda con unas estacas de metal, mientras que el tercero trataba de acuchillarle el pecho. Grité con todas mis fuerzas sin importarme si me oía el mundo entero, pero no podía permitir que aquellas cosas, fuesen ángeles o no, le hiciesen daño a mi ángel y me lancé hacia ellos arañando y golpeando como si me hubiese convertido en una gata rabiosa. Logré apartar al ángel que estaba a horcajadas sobre el cuerpo de Amahel, con el puñal levantado y muy dispuesto a dar en el blanco, antes de cubrir su vulnerable cuerpo con el mío propio.
No podía dejar que aquellos tres espectros blancos lo matasen. ¡No iba a permitir que lo matasen!
-Déjame -me dijo Amahel con los ojos anegados en lágrimas por el dolor que estaba sintiendo-, ellos no te harán daño a ti. Quieren ocupar mi puesto, eso es todo.
-¿Y crees que yo los aceptaría como ángeles míos, después de que te hubiesen matado? -le grité totalmente fuera de mí.
-Me olvidarás una vez que yo ya no esté, por lo tanto sí, los aceptarás -me respondió.
-No, si yo los mato primero -le siseé con furia. No es que estuviese pensando con mucha claridad en ése momento, pero mi sangre hervía por la ira y mi cuerpo se estaba preparando para luchar hasta mi último aliento. ¿Quiénes eran ellos para asesinar a mi ángel guardián?.
Me encaré con los otros tres, quienes se habían reunido de nuevo a nuestro alrededor y nos miraban entre asombrados e incrédulos.
Creo que no se esperaban que yo los viese también a ellos y escuché claramente cómo susurraban entre sí.
El que había llevado el puñal, me señaló con él y me dijo:
-Apártate, humana. No sé cómo es que puedes vernos, pero esto no es de tu incumbencia. Entréganos a Amahel y sigue tu camino.
-Amahel es mi ángel de la guarda -les dije, cuidando de no apartar mi cuerpo del suyo-, vosotros no tenéis nada que hacer aquí. No voy a permitir que le hagáis daño, y no pienso aceptaros a vosotros de ningún modo.
-¿Y cómo piensas impedir eso, humana? -me preguntó otro de los ángeles-, cuando él muera tú lo olvidarás y tendremos todo el control sobre ti. Seremos tus guías, tus guardianes.
-No voy a dejar que lo matéis -confirmé yo-. Y si para eso tengo que morir yo, pues lo haré. Nunca seréis mis guardianes si yo muero.
-Tu muerte no está en la lista -me dijo el tercer ángel-, así que no morirás.
-Puedo suicidarme cuando quiera -les dije entonces. Por supuesto, yo no tenía ninguna intención de suicidarme, pero ellos no lo sabían. Sin embargo, me creyeron, ya que se retiraron unos pasos hacia atrás, con los ojos desorbitados y las bocas abiertas.
-¿Harías eso?. ¿Te condenarías al infierno por cometer suicidio sólo por salvar a Amahel? -me preguntó el del cuchillo.
-Sin dudarlo -contesté mirándole a los ojos.
El ángel me sostuvo la mirada horrorizado por mis palabras y, a una señal, desaparecieron los tres de allí. No me lo podía creer: ¿Tan fácil había sido?. Sólo les había amenazado con suicidarme y… ¡Puff! Se habían ido.
Me giré hacia Amahel, quién me miraba enfadado. Al parecer él también había creído en mis palabras.
-No vas a hacer semejante cosa sólo por mí ¿verdad? -me preguntó. Pude oír la tensión en su voz y en su cuerpo-. Dime que no lo has dicho de verdad.
-¿Por qué?, ¿qué más te daría a ti?.
-Has bebido de mí y, como tú me has salvado de ellos, he sido yo quién ha bebido tu esencia. Estamos conectados ahora y si tú te condenas al infierno, nos condenarías a los dos. Es más, también los condenarías a ellos, ya que fueron ellos los que intentaron acabar conmigo.
-No voy a suicidarme -le respondí pensativa. Después, agarré con fuerza los clavos que lo mantenían fijado al suelo y tiré de ellos sacándoselos de su carne. No hubo sangre, eso me sorprendió, y las heridas se cerraron al instante, dejando sólo dos cicatrices blancas en cada mano; pero no me levanté de sobre él y tampoco le permití que él lo hiciera. Lo miré a los ojos y acerqué mi cara a la suya-. ¿Y ahora qué? -le pregunté.
- hora tú volverás a casa, como todos los días y yo te seguiré a distancia, protegiéndote como el ángel de la guarda que soy -me respondió con una sonrisa.
No sé qué fue lo que me impulsó a hacerlo, pero me incliné sobre su boca y lo besé. Él se quedó quieto, sorprendido por mi acto, pero sentí cómo se relajaba poco a poco bajo mi cuerpo y me devolvía el beso.
-¿Volveré a verte? -le pregunté cuando ambos nos hubimos separado y levantado del suelo, sacudiendo nuestras ropas llenas de tierra y hojas.
Él me lanzó una traviesa mirada, mientras su boca se curvaba en una lenta y perezosa sonrisa.
-Siempre -me respondió.
-¿Dónde estás, se podría saber? -preguntó Gianella con voz contenida, pero histérica a través de mi mente.
-¿Dónde más iba a estar que si no cumpliendo con mi deber? -le respondí conteniendo la irritación que me causaba que se pusiera en esa posición de "superior". Lo era, ella era Arcángel, desde hace poco tiempo. Se suponía que ése era su trabajo, ya que estábamos en temporada de analizar a todas las jerarquías de ángeles que hay para eliminar a los traidores, desterrarlos del paraíso por completo. Se hacía esto cada diez años.
-Muy bien, ¿y quién es el desafortunado? -preguntó cambiando su temperamento-. ¿Quién te envió el trabajo?.
-Yassell me dijo que habló con un ángel de primera jerarquía que dice que a su protegido ya le llegó la hora, su enfermedad es irreversible y su destino así lo marca. Su protegido se llama, si no mal recuerdo, Michel -respondí.
-¿Cuándo?.
-Al término de ésta semana -Después de eso me dejó sola en mi mente. Mejor así, no me gustaba mucho eso de la comunicación telepática, un don de los ángeles.
Mi nombre es Leanne, y soy un ángel de la muerte. Yassell era uno de mis compañeros, también se dedicaba a lo mismo, él era mi superior, se trataba de un Arcángel de la muerte, yo solo era una ángel. Tenía suerte de que él no estuviese aquí conmigo, no lo soportaba, aseguraba estar totalmente enamorado de mí. No es que no le creía, era que no le correspondía el sentimiento. Tantos siglos de existencia eran deprimentes, y más en el trabajo que me tocaba.
Me encontraba en el techo del susodicho desafortunado, vigilando y viendo el atardecer. Por ahora su guardiana no estaba con él. Quizá estaba en el cielo rogando a los superiores alguna salvación para el pobre humano. Lo dudaba. Tenía aneurisma, pero él no lo sabía, su familia tampoco. Él creía que sus dolores de cabeza eran sólo unas migrañas comunes y se auto medicaba. En una semana su aneurisma se habría roto y ya no habría nada por hacer, por más que su ángel guardián rogara no se podría hacer nada. Respiré profundamente. No me preocupaba que alguien me viese en el techo, podía hacerme invisible a voluntad y de todos modos los humanos eran incapaces de ver nuestras alas.
Poco después a la media noche sentí la presencia de uno de los míos y me asomé a la habitación del chico. Estaba dormido, no debía de tener más de veintidós años. Su ángel guardián estaba sentada a su lado en la cama. Era contraria a mí, de vestimenta blanca, pero no como los pintores de antaño nos solían representar, no usábamos túnicas ni nada por el estilo. Llevaba un pantalón de algodón y una blusa de manga larga. Era de pelo rubio rojizo y semblante juvenil. Estaba cruzada de brazos mirando a la ventana por la que entré, sabía que estaba ahí.
-Sabía que tarde o temprano mandarían a un ángel de la muerte aquí. No quería resignarme a ello, pero ahora que te veo aquí siento mi esperanza disminuir, sólo espero que haya una aprobación de los serafines para mantenerlo con vida -susurró con voz dulce.
Me encogí de hombros y me senté en una silla que estaba alado del escritorio.
-Creo que tienes demasiadas esperanzas. Quizá estás siendo demasiado idealista -le respondí en un intento de ser amable y no ofenderla.
Volteó a mirarlo.
-Llevo muchos años con él, digamos que me siento su segunda madre. Desde un principio sabía por qué me lo habían encomendado, sabía cuál era su destino y creí que podría tolerarlo. Pero ahora, a sólo una semana, es... -tragó saliva ruidosamente. Ya no continuó.
-Bueno, estaré aquí si quieres llorar después -en realidad podía imaginarme su posición, y me caía bien-. Por cierto, me llamo Leanne, ¿tú eres...?.
-Soy Shirley, mucho gusto. Eres muy amable para tu trabajo -me guiñó un ojo-. Supongo que tú eres la que debe intervenir según lo que decía su profecía -dijo ladeando la cabeza hacia él.
-Sí, eso de intervenir no me agrada mucho, pero no puedo desobedecer órdenes. Estoy en la mira de los superiores, ya sabes, la revisión.
-Una falta, y caes... -dijo con comprensión, completando mi idea-. Sé cómo se supone que tienes que intervenir, pero, sólo te pido...
-No, no puedo, son órdenes -la atajé. Ella sólo bajó la mirada, pero muy bien sabía que una vez que la profecía de cada persona se creaba, no se podía cambiar. Al menos que los superiores así lo decidan.
El resto de la noche pasó en silencio por parte de las dos. En la madrugada me retiré pues tenía que prepararme para mi intervención. Respiré profundo y me cambié la ropa por una que aquí se consideraría normal.
Mantuve mi ligero toque de rebeldía en escoger pura ropa oscura y salí a enfrentarme con la profecía a su Universidad. Estaba en el último grado, poco le faltaba para terminar sus estudios y graduarse, pero no le tocaría vivir eso. Estudiaba comunicaciones y a mí me tocaba ser la nueva integrante del grado en la misma especialidad.
Me mezclé entre la multitud de estudiantes y me fui a mis primeras clases. Me fastidiaba mucho, era irónico y casi cómico ver a un ángel de la muerte estudiando. Ya podía imaginarme las burlas allá arriba.
Pasaron dos clases y en la tercera por fin me tocaba mi entrada triunfal. Entré al aula maldiciendo en mi mente acerca de por qué me mandaban a hacer el trabajo sucio a mí, ¿por qué no a otra persona?. Habiendo tantos ángeles de la muerte...
Me senté en donde se suponía que tenía que, alado mío llegaría Michel y se sentaría.
Oh cierto, se me olvidaba mencionarlo, mi trabajo según la profecía era conducirlo a su propia muerte, no entendía el por qué, pero así era.
Él llegó y se sentó a mi lado. Era alto de cabello castaño un poco largo y rizado, lo traía alborotado, se notaba que era un chico alocado, que se la pasaba de fiesta en fiesta, de chica en chica y que quizá no traía precisamente las mejores calificaciones del plantel. Piel blanca, ojos café profundo. Se vestía de forma desaliñada. El rebelde de la clase, Pensé, y sonreí al ver lo fácil que eso haría mi trabajo. Me lo facilitó aún más al voltearse para saludarme en plan de coqueteo.
-Hola, me llamo Michel, tú debes ser la nueva ¿no? -"la nueva" eso me irritó un poco, pero mantuve mi sonrisa.
-Sí, pero no me llames así, me llamo Leanne.
-Hermoso nombre -siguió en su juego. Yo feliz de ver cada vez más resuelto mi trabajo y más cerca el momento de regresar a casa lo seguí.
Al final, salí de la clase con él y me metí en su rol de "chica rebelde". Fuimos a la cafetería juntos, me presentó a sus amigos y amigas, unas de éstas me miraban con desprecio, era como si les quitara lo que más querían. Que se vayan acostumbrando, que dentro de poco lo perderán de verdad...
Pasamos el día así, y para el final del día podía asegurar que la que llevaba el control del asunto era yo, él creía lo contrario, pero en realidad no estaba tan interesada en él como él creía.
A la media noche la pasé en su habitación en modo invisible con Shirley. Ella todavía se sentía impotente por no poder hacer nada, mientras yo planeaba cómo seguir con mi plan al día siguiente. Lo miraba dormir fijamente, pensando.
Al día siguiente cuando lo vi lo saludé y volví a fingir interés. De verdad era un chico guapo, no muy lejos de mi gusto personal, pero era obvio que yo sólo estaba aquí por compromiso. Comenzaba a pasarla bien, a divertirme, me sentía de alguna manera un poco infantil, hacía mucho que no me divertía tanto como hasta ahora, empezaba a verle el lado bueno de mi encomienda. La muerte no me ponía feliz, y pensar que la diversión y felicidad sólo me duraría una semana era algo triste, pero la aprovechaba como podía. Me hice amiga de varias personas, era como si... De alguna forma, no tuviese siglos de existencia con apariencia de adolescente, me sentía joven.
Al día siguiente noté que comenzaba a tomarme más en serio mi papel de humana. Me divertía y reía como una. Realmente me agradaba mucho pasar el tiempo con Michel. Era gracioso, pues hace dos días mis pensamientos eran muy superficiales.
Al terminar el día, Michel se ofreció a llevarme a mi casa, le dije que no porque en realidad no tenía ninguna. Pero acepté que me diera "un aventón" y me subí a su auto. Inventé una dirección para que me llevase, y así lo hizo. Durante el camino para no quedarme en silencio empecé a preguntarle cosas como cuál era su música favorita, cuál odiaba, hobbies, mejores amigos, un poco de sus anécdotas... Pero llegando a este punto él quiso preguntarme lo mismo. Fue entonces que me di cuenta que no tenía personalidad. No era algo común en los ángeles tener, ya que de alguna manera sólo existíamos para servir a nuestros superiores. Me sentí vacía.
-En serio, dime ¿qué música te gusta? -insistió poniendo la radio cambiando de estación a estación. No entendía muy bien por qué, pero me limité a decirle la verdad. Y después me arrepentí.
-Bueno, en realidad yo no sé nada de música.
-¿Bromeas?. La música es lo que hace que el mundo gire, nena -Sólo me reí, porque en el fondo rogaba porque ningún supervisor del cielo me estuviera poniendo atención. Esto podría costarme el puesto.
-Oye, déjame en esta parada de autobús, de aquí caminaré o tomaré un camión -se estacionó y me miró.
-¿De verdad que no puedo llevarte a tu casa? -parecía de verdad interesado en seguir más tiempo libre de casa, conmigo.
-Créeme, es mejor así.
-Eres una chica misteriosa. Eso me gusta, no es común en las chicas, la mayoría sólo se la pasan revelando sus secretos, si es que se les puede llamar así, para verse más interesantes, pero en realidad a mí me aburren -lo agradecí, suponiendo que debía tomarlo como un cumplido y sonreí.
Pero inesperadamente se acercó a mí y me besó. No hubo manera de haberlo predicho, de haberlo evitado. Una parte de mi cabeza me decía que lo más correcto y coherente era alejarlo de mí. Pero, jamás había besado a alguien. De hecho, los ángeles no se besaban, ni aunque entre ellos estuviesen enamorados. La curiosidad mató al gato. La sensación era indescriptible, me sentía muy... humana. Me sentía viva.
Aprendí rápidamente y le correspondí el beso. Me desabrochó el cinturón de seguridad y eso me mostraba que no tenía cabeza para nada, pues no había notado cuando él se lo había retirado. Lo abracé por el cuello y el jalándome por la cintura me atrajo a su regazo, dejando atrás mi asiento. Corrientes eléctricas me recorrían desde la nuca por la espalda depositándose al fin en mi vientre.
Juguetonamente despeiné sus ya alborotados rizos mientras mordía mi labio. No podía creer que hubiese mandado al infierno todo mi orgullo, mi coherencia y reputación. Ni siquiera me reconocía a mí misma. No recordaba haber sentido en mi vida tantas emociones a tal potencia y tan variadas. Incluso no reconocía algunas. Tampoco recordaba alguna vez quedarme sin aire en los pulmones pero en contra de lo que deseaba me separé de él jadeando fuertemente. Él se encontraba igual. Conforme mi respiración y palpitaciones se normalizaban, mi mente volvió a funcionar.
¿Qué había hecho?. ¿Cómo había olvidado mi trabajo y mi papel?. ¿Cómo había olvidado la profecía tan rápidamente?. Tenía que actuar como humana, no ser y sentirme humana.
De pronto, irónicamente, me preocupé por él. No quería que por mi culpa, vinieran a matarlo después de arrancarme las alas y mandarme al infierno para siempre.
Me quité de su regazo rápidamente, y volví a sentarme en el asiento de copiloto. No sabía qué hacer. Miré apurada a todos lados esperando encontrarme con mi castigador en cualquier lado. No había nadie, lo cual lo hacía más aterrador, pero mi sensibilidad me decía que no había nadie amenazador cerca, pero sí sentía una presencia celestial cerca. Asustada miré de nuevo a todos lados y entonces la vi. Era Shirley. Estaba posada en el techo de una casa cercana, obviamente en estado invisible. En su cara había la misma impresión que la mía, incluso había miedo. Rogaba porque no me fuera a acusar con ningún otro ángel o lo que fuera que tuviera conexión al cielo. Le dirigí una mirada de súplica.
-¿Qué miras, hermosa? -me sobre salté al oírlo. No es que hubiera olvidado su presencia -imposible olvidarla- sino que no esperaba que se hubiera dado cuenta de mi temor. Controlé mis sentimientos para que no se reflejaran en mis ojos. Hermosa...
-Es que parece que no falta mucho para que llueva, eso marca mi salida de escena -le dije sonriéndole. No quería pensar que sería la última vez que estaría con él así. Insistió en llevarme a casa, pero yo también insistí en que no hacía falta. En un instante en el que lo miraba a los ojos pasaron varios pensamientos por mi mente.
¿Qué me sucedía?. Estaba fuera de control... ¿Qué es lo que sentía?.
Luego, si mis sospechas eran ciertas acerca de mis sentimientos y lo que me pasaría en una futuro muy corto... Si me iría al infierno, me iría a él con todas las de la ley. Me acerqué otra vez a él y lo besé, pero esta vez fue un beso tierno, tranquilo. Era -no quería ni pensarlo- quizá mi beso de despedida.
-Te amo -musitó y yo me estremecí. No debía llorar, no enfrente de él. Así que sólo le dije la verdad:
-Yo también.
Me bajé del auto, él encendió el auto y se fue. Apenas se alejó de mi vista, volteé alarmada otra vez hacia donde había visto por última vez a Shirley. Seguía ahí, con su mirada confundida. Asegurándome de que no había ningún humano viéndome y siendo así, me hice invisible y volé al techo con Shirley. Lo hice lento, no quería que pensara que la iba a atacar o algo así, después de todo lo que acababa de hacer, era como revelarme ante mi superior, bien podía volverlo a hacer. Pero ella se quedó ahí. Me senté a su lado.
Hablamos durante una hora, con el conflicto interno de lo que era correcto y lo que queríamos. Ella no quería acusarme, pero sabía que tenía que. Le supliqué. Traté de convencerla de que, si me iba a acusar, que lo hiciera después de la muerte de Michel, por qué si él se iba a morir para mí ya no tenía sentido seguir siendo el ángel que escoltaría su alma ante los grandes. En el momento que expresé eso, sentí en mi interior el peso de lo que ello significaba. Me había enamorado, y yo estaba dispuesta a renunciar a mi puesto, a mi estado angelical por ir al infierno en cuanto él muriera.
Ella también lo entendió, y fue por eso en que estuvo de acuerdo en guardar mi secreto.
-Sólo ruega porque nadie en el cielo te haya visto.
Pasé otra vez la noche en su habitación, con Shirley. Estábamos prácticamente en guardia, esperando lo peor. Pero esa noche nadie hizo acto de presencia ahí. A la madrugada siguiente deseamos con toda nuestra existencia que eso fuera muestra de que nadie más que nosotros tres lo sabía.
Este nuevo día al llegar al plantel me di cuenta de que había olvidado un pequeño gran detalle: Michel le había platicado a sus amigos con mucha emoción que él y yo éramos novios, y que nos habíamos besado. Mi nuevo lado humano se sentía feliz, e incluso orgullosa de que él fuera tan feliz por ello, pero el miedo me gritaba por atrás que eso podría ser la sentencia de muerte de ambos. Así que fui con él y le pedí que habláramos a solas.
-Preferiría que lleváramos nuestra relación en secreto, Mich -no entendía de dónde se me había ocurrido decirle así, pero sonaba bien.
-Pero, mi ángel, no entiendo por qué habremos de ocultarlo -me estremecí cuando me dijo "mi ángel". Me dejó atónita con ese sobrenombre de cariño. Estaba cien por cien segura de que él no sabía lo que era, pero... Si supiera que soy la versión más oscura de un ángel que jamás podrá conocer...
El dolor me invadió al recordar que sería yo la que lo orillara a su muerte. Pero traté de controlarme, él no podía ver dentro de mí.
-Sí pero... Bueno, es que... -tenía que buscarme de nuevo una buena historia, una buena excusa...-, eres mi primer amor, y ... bueno, todo esto es tan nuevo para mí -¿Cómo podía otra vez decirle la verdad?. Él sacaba lo peor y mejor de mí.
Su mirada café era tierna.
-Si eso crees que es lo mejor, está bien -sonrió- de todos modos sólo se lo he contado a cuatro, y ellos son los mejores amigos del mundo, así que si se los pido, no dirán nada, tenlo por seguro -me dio un ligero roce en los labios y nos levantamos.
El día pasó. Yo seguía enormemente feliz, jamás me había sentido así en mis largos siglos de existencia. Pero mi mente se encargaba arduamente en mantener un lado oscuro, pesimista, que me recordaba mi misión, mi precio a pagar, y mis preocupaciones hacia que nadie en el cielo supiera de esto antes de...
El día pasó. No quería tentar a la mala suerte así que no me puse reacia en cuanto a preguntarme qué tanto podrían ver los superiores. Deseaba con toda mi maldita y desgraciada existencia que pudiese besar un poco más esos labios. Pero no podía jugármela. En mi interior me pelaba conmigo misma diciéndome "¿Qué más da?" y el "No quiero apresurar nuestras sentencias". Sólo me di el lujo de besarlo una vez más, y lo aproveché como pude.
En la noche, otra vez estuvimos alertas. Pasaron horas y quería sentirme más en confianza. Ahora mi problema mayor era: ¿De dónde tomaría yo las fuerzas para cumplir mi trabajo?. Comencé a sollozar. Shirley se acercaba hacia mí para consolarme, pero entonces ocurrió lo que tanto esperábamos, lo que tanto temíamos.
-Ahí está -me señaló Gianella. Detrás de ella venían unas criaturas negras, horrendas, sin alma-, tómenla y quítenle las alas.
-¡NO! -grité y traté de huir volando, pero no pude, un hombre que se me hizo muy familiar con las alas negras como las mías, me detuvo-. ¿Yassell?. ¿Qué haces?. ¡Déjame! -le supliqué. Su rostro estaba oscuro, sin vida, parecía apenado y muy dolido. No me soltó. Me llevó ante las feas criaturas-. ¿¡Qué haces!?. Creí que eras mi amigo, ¡que me querías!.
-Exacto, sólo soy tu amigo, ¿no lo entiendes?. Siempre te busqué, siempre te pedía que me dejaras ser algo más que tu amigo, te pedía que me amaras como yo lo hacía. ¿Y qué haces tú?. Vas y besas al primer humano que te encuentras.
-Lo que haga yo no te incumbe, a quien ame yo tampoco. Entiende que no por amar a alguien significa que te pertenece. Si de verdad me amaras no me harías esto, no te importaría con quién fuera feliz, sino que de verdad lo fuera -Casi le grité. No podía creerlo.
Una vez que terminé de decirlo, sentí en mi espalda el peor dolor que no puedo describir. Fue desgarrador. Me habían arrancado las alas y yo gritaba de agonía. Podía sentir la sangre correr por mi espalda y juro que jamás me había sentido tan miserable, tan impotente.
-Te mandé a hacer un trabajo, no te mandé de vacaciones -siguió Yassell- ya no tienes permiso ni podrás ir al paraíso más.
-¿Paraíso?. Créeme, el día que lo besé por fin pude conocer lo que en realidad era paraíso. El cielo no es más que otro lugar en el miserable mundo. Un lugar lleno de personas vacías, egoístas y sin una idea de lo que es la felicidad y el amor -escupí. En el grado en el que estaba, ya nada me importaba. Sentía cómo comenzaban a cicatrizar mis heridas de manera mágica.
-¿Ah, sí?. Pues ese chico se irá al cielo y tú al infierno, ¿qué puedes decir al respecto? -me quedé sin habla. Ya lo había pensado, pero no quería creerlo.
-Se lo merece, ni siquiera entiendo por qué ha sido castigado sentenciado a muerte desde tan joven -contesté al fin. La voz de Shirey se oyó en ese momento.
-Entonces, ¿darías tu vida ahora humana por la suya?.
-Por supuesto -contesté rápidamente. Shirey sonrió.
Entonces desaparecieron las criaturas negras y contra su voluntad, Yassell y Gianella también. Entonces dejé de ver y oír para sumergirme en la penumbra. Había muerto, estaba segura. Quería llorar. No quería que él muriera, aunque fuera al cielo, quería que viviera.
Entonces abrí los ojos. Había mucha luz. No sabía dónde estaba, pero me incorporé rápidamente y miré a todas direcciones. Tenía que salvar como fuera a Michel. El lugar era blanco y olía a desinfectante. Había un pitido molesto y cuando me moví sentí un tirón en mi brazo un poco doloroso. Tenía un tubo de plástico entrando en mi brazo. Era un hospital.
-¿¡Qué demo...!?.
-¡Oye, quédate recostada, te vas a lastimar! -volteé a ver quién me empujaba hacia abajo y me sorprendí como nunca.
-¿Shirley?. ¿¡Qué está pa...!?.
-¡¡Sssshhh!! -me cayó y luego susurró- no digas ese nombre aquí, ¿qué no ves que no estoy en mi modo invisible por estar cuidándote a ti?. ¡Me hago pasar por enfermera!. ¡Por Dios!. Ni en mis más locos sueños...
-Pero, ¿y Michel? -sonrió.
-Él está bien y te visita muy seguido -Vio mi cara de exasperación y continuó- Tú diste tu existencia por él, un sacrificio, pero tú todavía llevabas sangre celestial y tus cicatrices no cerraron del todo, lo cual significa que todavía no te convertías en humana. Tu existencia angelical se la entregaste y te quedaste con la humana -Una sonrisa se extendió por mi rostro al comprender. Y ella asintió con una sonrisa también. No había cómo decirle gracias, así que busqué abrazarla con mi brazo libre.
-En cuanto te recuperes, dejaré de fingir y volveré a ser ángel guardián -me guiñó un ojo-. Pero ya no lo seré de Michel ahora que ya no lo necesita, pero te pido que cuides muy bien de ese "hijo mío" -ambas rompimos reír.
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Llegaba a mi casa después de una tarde completamente mágica. Las cosas dentro de mi hogar estaban un poco extrañas y mi padre se encontraba en su oficina hablando con una persona, mi madre estaba nerviosa y se alteraba por cualquier cosa. Cuando le pregunte qué pasaba no obtuve más que un: Nada, sube a tu habitación. Intenté obedecer pero mi curiosidad fue más fuerte y me quedé al final de las escaleras escuchando la conversación...
-Ya es hora de que venga con nosotros. Agradezco su recibimiento y el inmenso favor que nos ha hecho, pronto hablaremos con ella. Estoy seguro de que lo entenderá -Habló el extraño.
-Esta bien -respondió mi padre con nostalgia- y, con respecto al chico... ¿qué hacemos? -Preguntó con inseguridad.
-Manténgala alejada de él, es peligroso para ella si están juntos -respondió-. Me aseguraré después que ella no lo vuelva a ver.
***
Reaccioné unos segundos más tarde... Esa “ella” de la que estaban hablando... ¿Era yo?. Y del que me tenían que alejar era... (¿?).
Subí a mi habitación y me tumbe en la cama, pero estaba demasiado inquieta como para poder dormir, luego de varios intentos fallidos para conciliar el sueño me levanté, y salí de la habitación. Las luces estaban apagadas y con mucha delicadeza bajé las escaleras. Todo sucumbía en un pacifico silencio, giré el pomo de la puerta principal con cuidado, cerré la puerta a mis espaldas cuando estaba fuera de la casa. Coloqué el abrigo que cogí al salir sobre mis hombros.
Caminé por la solitaria calle, solo dos cuadras y podía llegar a su casa. No pasaban de las dos de la madrugada, era peligroso que una joven andará por las calles del vecindario a altas horas de la madrugada, pero necesitaba contarle lo que había escuchado al llegar de mi casa, esto no me gustaba para nada.
Pasaron diez minutos desde que estaba enfrente de su casa, ¿cómo despertarlo sin que se asustara?. No podía utilizar el timbre, ahí no lo asustaría solo a él sino que también a sus padres y eso no podría ser nada bueno.
Caminé alrededor de la casa hasta que di con la ventana de su habitación, tomé mi celular y le envié un texto rogando que no tuviera apagado su teléfono. Dos Minutos después se encendió la luz de su habitación y se vio la sombra de alguien acercándose a la ventana, el viento azotó mi cara y un escalofrío me recorrió. La ventana se abrió lentamente, pero el rostro que se asomo por ella no era el que esperaba.
Un hombre como de cincuenta años me miraba con odio, intenté moverme pero no podía, mis músculos no reaccionaban y mi respiración ya se estaba volviendo superficial, traté de apartarme y esconderme o regresar a mi casa pero estaba paralizada, no tenía control sobre mi cuerpo.
El hombre perdió su mirada a mis espaldas y un gruñido salió de su boca. Yo quería escapar, irme de ahí, no tenía idea de que estaba a mis espaldas pero tenía miedo, el temor se apoderó de mí y algo extraño pasó...
El viento sopló más fuerte, llevándose con él mi abrigo que estaba sobre mis hombros, una especie de remolino me envolvió y mi cuerpo temblaba del frío que éste producía, la ventana donde estaba el hombre se prendió a sus alrededores con un feroz fuego, yo seguía como punto de intermedio entre esas dos fuentes de poder, mi inmovilidad desapareció y obligué a mis dormidas piernas a apartarse de ese confuso enfrentamiento.
-Tócala y date por muerto -habló una voz amenazadoramente. Estaba segura de haberla escuchado anteriormente...
La pelea entre aire y fuego se rompió en el instante que esa persona habló, mis instintos luchaban por hacerme reaccionar y correr a la seguridad de mi casa pero no podía hacer nada de esto.
Mi espalda chocó con el árbol más cercano debido a que estaba retrocediendo cuando una sombra se acercaba a mí, no lograba definirla ya que mi vista se encontraba borrosa y la poca iluminación que había de donde la figura provenía no ayudaba, pero por sus contornos era un hombre, miré a mi alrededor y lo poco que logré divisar con la luz que salía de la habitación fue a Kyle detrás de la ventana con una mirada que no mostraba más que pura y dolorosa indiferencia. Luego todo se volvió negro...
Eso, es todo lo que recordaba hasta ahora.
Cuando desperté una luz mortecina se colaba por un ventanal cubierto a medias, me levante examinando el lugar, no era mi casa, de eso estaba segura. Era una habitación, las paredes estaban pintadas de un tono morado oscuro haciendo contraste con una blanca y otra de un color gris opaco. Había un escritorio con un computador, dos muebles negros ambientaban el centro de la recámara y la inmensa cama en la que me hallaba sentada, una nota adornaba una de las mesitas de noche, estiré mi mano para poder leerla.
“Bienvenida a tu nuevo hogar, no te preocupes por lo que pasó a noche, vas a tener mucho tiempo para entenderlo. Ve a mi despacho cuando te levantes, esta al final del pasillo. Alex”.
Dejé la nota en la mesita y me levanté, cargaba la misma ropa de anoche y mi cabello recogido en una simple coleta. Me dolía un poco la cabeza y estaba un algo adormilada, supuse que era porque apenas despertaba.
A paso torpe salí de la habitación, el pasillo era grande, pintado de tonos oscuros y cada dos metros habían puertas a ambos lados con un nombre grabado, de los laterales también descendían otros pasillos donde provenía la luz del sol y se podían visualizar unas áreas verdes, este lugar se perecía a un... internado... "¡Oh, Dios Mío!, ¡mis padres me han internado!". Fue lo único que se me vino a la mente pero para ese entonces ya estaba al frente de la puerta al final del pasillo...
Toqué la puerta suavemente con mis manos temblorosas por lo que me podía esperar, todavía no superaba lo de la noche anterior...
-Adelante.
Giré el pomo insegura y con temor, aun así entre a la estancia. Era cálida, pintada de un color azul oscuro con gris, había un fino escritorio en el centro con sillas de cuero, alrededor un par de bibliotecas pequeñas repletas de libros y cuadros a juego con el color de la pintura. Atrás del escritorio un hombre de unos treinta años me miraba fijamente, sus facciones eran finas y grandes ojos verdes, cabello castaño un poco largo y piel pálida. Su mirada demostraba curiosidad y era intensa. Un minuto en silencio y el comenzó a explicarme.
-Primero, no tienes que estar asustada, no voy a hacerte daño -"¡Genial, notó mi estado!"-. Segundo, todavía debes preguntarte que sucedió exactamente anoche en casa de tu amigo -"Él no es mi amigo, él es el amor de mi vida". Asentí y el continuó-. Lo que sucedió, es lo que sucederá ahora y siempre desde que estés con nosotros. Ellos son nuestros enemigos, creados para luchar contra nosotros, predicadores del bien y según ellos el bando ganador -Tragué saliva ruidosamente y él se detuvo unos segundos.
-Somos polos opuestos Bridget, ellos intentan matarnos y viceversa. Peleamos por un territorio, el Mundo. Al nacer, somos seleccionados por nuestro creador, en este caso, yo te elegí a ti. Nos crían familias que están al tanto de lo que puede pasar, unas están con nosotros y otras están con ellos. Pasamos desapercibidos hasta la adolescencia, cuando nuestros poderes empiezan a reclamar por querer despertar y, ahí es cuando te unes al grupo. Estamos alrededor de todo el mundo, haciéndonos pasar como humanos al igual que ellos, pero somos especiales, una fuerza sobrenatural nos envuelve, y cada día nos preparamos para la ya inevitable lucha, al pasar el tiempo los enfrentamientos se vuelven constantes, ya son difíciles de soportar. A la menor señal podemos perder los estribos, porque los dos clanes buscamos una sola cosa: Poder.
- Ajá... -no podía creer esto- y, ¿exactamente que soy? -pregunté y esperaba no desmayarme al escuchar la respuesta...
-Un demonio -lo dijo en un tono casual como si lo dijera todo el tiempo...
-Para -exclamé-, no sé quién eres, ni que hiciste, pero deja ya las bromas con todo eso de las batallas y disputas por territorios o como sea...
-Deja lo ignorante -me regañó-. Lo siento, es que, mi querida Bridget, tú perteneces a esto. No es una broma y con respecto a tus poderes, no se han desarrollado porque... digamos que tienes que activarlos.
- Ok -intentaba entender-. Si soy lo que tú dices... “aquello” -no quería ni pronunciar el nombre- y tengo poderes, ¿cómo los activo?.
-Fácil, solo tienes que matar a un Ángel y como por arte de magia se activan.
Eso no me lo esperaba, pero la curiosidad era muy fuerte...
-Ya tenemos a un ángel para ti -comento él- Estaba enterado que ayer en tu casa escuchabas la conversación que mantenía con tu padre en el recibidor, estabas al final de la escalera. Por eso te vigilé toda la noche hasta que saliste de tu habitación y si no hubiera estado ahí cuando estuviste en esa casa probablemente ya estarías muerta.
-¿Qué pasaría si me rehúso a matar a alguien? -pregunté con cautela haciendo caso omiso a lo demás, me hubiera pasado de todo pero Kyle nunca me haría daño, aunque ahora dudaba por su mirada fría e indiferente que aún recordaba...
-No mataras a alguien pequeña, mataras a un Ángel, y se te hará muy fácil hacerlo, a este ya lo conoces...
-¡¿Qué?!, ¡¿quién?! -Dije casi en un grito ahogado.
-Kyle -respondió “Alex” con una sonrisa maliciosa.
"Sabes que te amo, sabes que siempre lo haré..." Se repetían una y otra vez sus palabras en mi cabeza. Lo tenían en alguna parte de este lugar, y según mi creador ya ha llegado el día. Me quemé las pestañas buscándolo, escapándome por las noches y con sigilo merodear por todos los pasillos y lugares que estaban escondidos, pero no encontré nada. Absolutamente NADA. Toda la noche, desde que había llegado de lo que sería mi último intento de búsqueda, paso entre llantos y lamentos, aparte de maldiciones.
Maldito sea el día en que decidieron que el ángel al que tenía que matar para poder activar mis poderes fuera ese. Y no, no lo iba a matar. Si él moría, yo también lo haría, si él llegara a sucumbir yo sería nadie, y es que, ¿qué sentido tiene seguir viviendo si él no lo está?. Y mucho menos fuera yo la que acabara con su vida. Malditos. Malditos ambos bandos. Se pelean por algo que ni siquiera es suyo, no pueden dejarlo solo al destino, esto ya no es cuestión de quien tenga la razón o que sea mejor para los humanos, esto se volvió cuestión de fortalecer su rivalidad y las ansias de poder.
-Bridget -la voz de Chris inundó la habitación- Es hora, te esperan.
Una solitaria lágrima descendió por mi mejilla, con un suspiro me levanté desde mi puesto a la orilla de la ventana.
Camine por el inmenso corredor hasta la última puerta de la cual se escuchaban unos gritos desgarradores y empecé a temer por lo que me encontraría dentro. No quería averiguar lo que estaba pasando pero ya tenía a Chris a mis espaldas, él no dejaría que me regresara.
Entré silenciosamente en la estancia y el dolor que sentí inundó la habitación. Mis ojos desorbitados por el evento que se reproducía en mis narices.
-¡Basta Alex! -Grité-. ¿Qué crees que haces?. ¡Suéltalo!, ¡lo vas a matar! -Chillé, él me miró y sonrió sádicamente.
-Es tuyo -Abalanzó el cuerpo que sostenía sobre mí, este cayó sobre mis brazos dejándome ver su cara.
Un grito desgarrador se filtro por mi garganta, resonó en todo el lugar.
-¿Kyle? -susurré luego con las lágrimas guindando de mis ojos. Su cara estaba magullada y de su cabeza salía sangre a borbotones, pero todavía se podía sentir el débil palpitar de su corazón.
Mi corazón se partió en tan solo segundos, un nudo en mi garganta ahogaba mi voz, sentía la mirada de Chris y Alex sobre mis espaldas.
Ya arrodillada con su cuerpo inconsciente entre mis brazos mi respiración se hacía lenta, mis propias lágrimas rodaban por su cara.
-Yo no voy a matarlo -dije con voz seca volteándome a verlos. Chris hizo una mueca, Alex sonrió.
Sostuve su cara, deseando ver aquellos ojos miel que brillaban intensamente cada vez que me veía, quise sentir la calidez de uno de sus abrazos, extrañé un “te amo” en ese momento.
A milímetros de sus labios, pose los míos suavemente sobre los de él.
Sus ojos se abrieron lentamente y sonrió entre nuestros labios, me devolvió el beso lo más que pudo...
En ese momento sentía como se escapaba su vida ante mis propios ojos, de un instante a otro lo sentí más pesado, y justo después, una corriente recorriendo cada parte de mi cuerpo con poder...
-Acabas de hacerlo...
Dijo Alex sonriendo triunfalmente, y yo sólo sentía un profundo dolor me quemaba viva en el fuego más desgarrador...
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-¡Ay! -grité antes de caerme al suelo. Ya era como mínimo la séptima vez que me caía. Hoy, definitivamente, no era mi día.
-¡Laura, deja ya de caerte! -Protestó la profesora de educación física, hoy nos tocaba patinar y yo era incapaz de mantener el equilibrio.
-Laura eres la única persona que conozco que no sabe patinar.
Paula, por supuesto, se reía de mí. Ella era mi hermana adoptiva, mi familia la había adoptado cuando ella tenía dos años. Siempre me había caído bien, pero a principio de curso se empezó a mezclar con gente muy extraña, que realmente daban miedo, y desde entonces estaba bastante insoportable. Yo la miré y la tendí una mano para que me ayudara a levantarme, pero en vez de ayudarme me miró con desprecio antes de irse por donde había venido sin ayudarme. Suspiré y a duras penas conseguí levantarme. En lo que quedaba de clase me caí unas tres veces más y en una de ellas me llevé a un compañero por delante. Cuando sonó el timbre que anunciaba el cambio de clase creí que no podía ser verdad. Me quité los patines y salí corriendo de ese infernal lugar. En el cambio de clase me encontré con Susi, mi mejor amiga.
-Hola, ¿que tal? -Le dije.
-Hola, muy bien, ¿y tu?. Te he visto caerte mientras estaba en el laboratorio.
-Estoy bien, lo único que me pasa es que no aguanto a mi hermana, eso es todo -Le conté el numerito en el que mi hermana se burlaba de mí.
-No deberías dejar que te trate así, eres mucho mejor que ella -De pronto se le iluminó la cara-, ¿sabes lo que vamos ha hacer hoy por la tarde a las seis de la tarde? -Yo me encogí de hombros-. Vamos a ir al bosque, allí ahí un sitio para patinar y seguro que aprenderás y la próxima vez la darás una patada en el culo.
Sonreí, la idea no estaba del todo mal y me agradaba la idea de ver a mi querida hermanita tragándose sus palabras. Le dije que me encantaba su idea y me fui corriendo a clase de matemáticas.
Al acabar el instituto me despedí de mis compañeros y corrí a la salida para esperar a Alexander, un compañero de clase que siempre se venía conmigo, después del instituto porque vivíamos muy cerca. Esta vez, en cambio, Alexander no vino solo como de costumbre, estaba acompañada de una chica de cabellos pelirrojos y detrás de ellas estaban mi hermana y sus amiguitos. No me lo podía creer. Alexander se acercó a mí en cuanto me vio.
-Oye Laura, ¿a qué a ti no te importa que se vengan con nosotros tu hermana y sus amigos?.
Le miré fijamente a los ojos y sin responder salí por la puerta y me dirigí a mi casa. De camino intentaba aguantar las lágrimas, porque el único chico que me importaba estaba coladito por mi hermana como siempre pasaba.
Cuando llegué a mi casa, me quité la mochila y me preparé un sándwich con todo lo que me gustaba: lechuga, pollo, tomate, huevo, mayonesa... A los cinco minutos de hacerme el sándwich apareció Paula por la puerta.
-Oye eres muy desagradable, ¿lo sabías?. Alexander lo ha pasado bastante mal por tu culpa que te has ido sin ni siquiera decirla adiós.
Terminó la frase con una brillante sonrisa en la cara, mis ojos ardían de furia pero ella ni se dio cuenta y antes de que pudiera contestarle me arrebató el sándwich que me había preparado y empezó a comérselo. No pude contener más mi impulso y le pegué tal bofetada que se cayó de la silla en la que estaba. Debo reconocer que los primeros segundos fueron los mejores de toda mi vida pero luego empecé a sentirme mal por haberla pegado. Yo creí que se pondría a gritar como una loca pero en lugar de eso dijo: “pagarás por lo que acabas de hacer” dicho esto se levantó y salió de la cocina, en ese momento sentí un escalofrío.
A las seis menos cuarto salí de casa con los patines en una bolsa. Cuando llegué al bosque Susi ya se encontraba allí. La saludé y comenzamos las clases de patinaje, no sé porqué no la conté nada de lo que había pasado con mi hermana. Susi me fue enseñando a patinar poco a poco y debo admitir que me gustaba patinar con ella, no era como en clase que si lo hacías mal la profesora te dejaba en ridículo delante de todos. A las ocho de la tarde ya sabía patinar lo justo para no caerme ni hacer el ridículo en clase. Susi me dijo entonces que sería mejor irnos porque iba a anochecer dentro de poco. Ya había caído la noche cuando llegué a casa, saludé a mis padres dándoles un beso y un abrazo y por su actitud Paula no les había contado que yo la había pegado.
-Oye Laura, ¿es apropósito eso de ir solo con un pendiente o es que se te ha perdido?.
Yo me toqué las orejas y me alarmé, los pendientes que había llevado hoy eran los que me regalaron por navidad y me encantaban.
-Ay madre, creo que es posible que se me haya caído patinando.
Salí corriendo por la puerta de la casa y en apenas unos minutos estaba en el bosque. No veía nada pero intenté buscar el pendiente con la poca luz que daba la luna llena. Llevaba más de media hora buscándolo cuando sentí un ruido tras mi espalda, me volví lentamente y vi a mi hermana.
-Hola Paula, oye siento mucho haberte...
Mi voz se fue apagando a medida que ella se acercaba. Cuando estuvo frente a mí lo único que dijo fue:
-Ahora pagarás lo que hiciste.
Algo en su voz me hizo darme cuenta que no estaba de broma así que comencé a correr por el bosque, tenía que pasar un trecho hasta llegar a las primeras viviendas pero con todo el lío que tenía me equivoqué de camino y me adentré en el bosque. Cuando mis piernas comenzaron a flaquearme a causa del esfuerzo echo, me obligaron a parar. Intenté reponerme lo más rápido posible. Cogí aire una, dos y tres veces antes de analizar donde me encontraba. Me había perdido, no reconocía esta parte del bosque. Cuando recuperé el aliento me puse a andar. Al poco rato llegué a un descampado.
-¿Creías que no te iba a encontrar?.
Me volví de golpe y vi a Paula con sus amigos. Unos fuertes temblores sacudieron mi pecho.
-Paula por favor, perdóname no era mi intención pegarte, lo siento mucho.
-Siempre me has tenido envidia y te han querido más a ti que a mí, pero eso se va a acabar.
"¿Eso significaba que me iba a matar?".
-Pero somos hermanas -Dije en un susurro.
-Bueno realmente no, tú no perteneces a esta familia.
Perdona, ¿estaba oyendo bien?. La adoptada era ella.
-Paula, ¡tú eres la adoptada! -Grité.
-¡No!, eso es mentira.
Vi la furia emanar de sus ojos y supe que tendría que estar calladita para poder salir de esta.
-Paula, ya es la hora -Dijo un chico mirando al cielo-. La luna se alzaba en lo alto del cielo.
Paula asintió y sus amigos me rodearon, entre ellos vi a Alexander y una lágrima resbaló por mi mejilla. Entre todos me ataron y me llevaron a un altar de roca que había en medio del descampado. Yo supliqué que me soltaran pero no me hicieron caso.
-Paula, ¿qué me vais a hacer? -Le pregunté.
Ella me sonrió con malicia.
-Bueno, parece ser que tu amiguito Alexander es un buen partido y se quiere convertir en uno de nosotros. Ahora te preguntarás... ¿qué somos?. La respuesta está clara, somos inmortales, pero para convertirnos tenemos que derramar la sangre de un híbrido sobre un altar en noche de luna llena.
-Estáis locos, yo no soy un híbrido, soy una persona normal y corriente.
-No lo sabes porque tus padres realmente no lo son, tus padres biológicos tienen a una niña humana entre ellos, nuestra especie se encargó de cambiar los bebés el día en el que nacieron, una hija de hombres lobos por una hija de unos humanos.
De pronto me vino a la cabeza porque estaba tan furiosa.
-La chica humana que cambiaron por la de los hombres lobos fuiste tu, ¿verdad?.
No me contestó a la pregunta.
Negué con la cabeza era imposible. Miré la luna llena y sentí como esta me hacía cambiar. En ese momento sentí varios temblores por dentro, intenté calmarme pero no podía.
-Esta cambiando rápido, ¡mátala!.
Miré a Alexander mientras temblaba. Él estaba pálido pero en su mano derecha sostenía el cuchillo con fuerza. Las sacudidas iban aumentando y a su vez el dolor. Alexander comenzó a andar hacía mí y cuando solo estaba a un paso de mí levantó su mano al mismo tiempo que yo cerraba los ojos intentando calmar mis temblores. Al segundo noté mis manos y mis piernas liberadas, Alexander me había soltado. Cuando me levanté lancé un aullido a la luna, cuando terminé miré a Paula y salté hacia ella, cuando mis pies tocaron el suelo ya no era humana era una mujer lobo. Paula y los demás temblaban de miedo, rugí y me tiré hacia Paula, la despedacé con los dientes y cuando terminé no quedaba nadie en el claro salvo Alexander, lo que quedaba de Paula y yo.
Poco a poco volví a convertirme en humana, miré a Alexander y él se acercó temblando y me besó.
Después del beso me susurró en el oído:
-Te quiero.
Claudia
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Desde aquella fatídica noche, donde fue atacada por un lobo herido, Jessica no había vuelto a ser la misma. Su humor había cambiado a peor, todo le molestaba y estaba baja de ánimos. No le apetecía salir con las amigas, ni tampoco quedar con nadie.
Algo pasaba con ella, pero no sabía exactamente el qué. Lo que sí tenía claro era que la marca de la mordedura que tenía en el brazo, aún después de un mes, le escocía. Y eso que había cicatrizado con demasiada velocidad, pero aún así, sentía una incómoda molestia en ella.
Todas las noches se quedaba embobada mirando la forma de los dientes del lobo que ahora mancillaban su antebrazo. Con admiración, pasó sus sensibles dedos por esas muescas y se detuvo justo donde había estado una perforación más profunda. Era la que indicaba donde se había clavado el colmillo del animal.
Incluso ahora, en la soledad de su dormitorio, podía recordar perfectamente el trágico suceso...
"Eran más de las doce de la madrugada y por aquél entonces, ella regresaba del bar donde se había reunido con una amigas para tomarse unas copas e iba directa a su casa. No estaba muy lejos, sólo a un par de calles. Lo malo era que tenía que atravesar un espeso parque arbolado para llegar a su destino. Esa noche la luna llena iluminaba el lugar con su blanca luz, facilitándole la visión. No había ni cruzado la mitad del recinto, cuando el lamento de un animal herido la alarmó. Con desconfianza, pero sintiendo lástima por esa criatura, decidió mirar detrás de los arbustos para ver que era lo que pasaba. En un principio, pensó que era un perro negro el que se lamentaba a gritos, pero cuando se acercó lo suficiente al animal, descubrió que estaba equivocada. En ese momento, quiso marcharse, dejar al lobo sollozando y sufriendo allí tirado mientras se desangraba, pero su naturaleza noble pudo más que su raciocinio. Aún con miedo, se aproximó más para comprobar que era exactamente lo que le pasaba y en qué podía ayudarle. Mientras, su conciencia le decía que todo aquello era muy extraño, que no era normal que hubiera un lobo suelto en medio de una ciudad, fuera de su hábitat. Y que tampoco tenía lógica alguna que a la vez estuviera herido por una bala. Por lo que puedo comprobar con gran horror, aquél animal había sido víctima de un disparo. Se sacó un pañuelo de su bolsillo trasero de sus vaqueros y se acercó con la intención de en taponar la herida sangrante y cortar la hemorragia, pero el lobo, creyendo que ella intentaba también dañarlo, se lanzó hacia su brazo con las fauces abiertas. Jessica gritó de dolor cuando sintió los afilados colmillos atravesando su carne como si esta se tratase de mantequilla. En una acto reflejo para salvar su vida, tomó con la otra mano una gran piedra y sin pensárselo dos veces, golpeó con ella la cabeza lobuna, acabando finalmente con su vida. Aprovechó que tenía el pañuelo limpio a mano y con la liviana tela se cubrió la mordedura. Con miedo en el cuerpo y sin saber que hacer ahora con el cuerpo inerte del lobo, Jessica se levantó y echó a correr directa a su casa sin volver la vista a tras. En cuanto llegó, tomó las llaves de su coche y se fue al hospital más cercano para que el servicio de urgencia la atendiera. Les contó lo que le había pasado y el personal que la atendió, se encargaron de avisar a las autoridades pertinentes para que se hicieran cargo de la situación. Cuando llevaba casi una hora de regreso en su casa, drogada con tantos analgésicos, la policía se presentó allí mismo, a las tantas de la madrugada. Los dos agentes jóvenes y bien uniformados, le dijeron que no habían encontrado ningún lobo, ni animal alguno que hubiera fallecido en todo el perímetro del parque. Aquello la dejó totalmente confundida, no entendía como podía ser eso posible, pero no tenía otro remedio que dejar el asunto correr y olvidar el tema".
Y de eso había pasado ya un mes, uno muy largo e interminable.
Jessica dejó de acariciarse la rosada marca y se fue a darse una ducha de agua fría. Esa noche en especial, era diferente a las demás. Por alguna extraña razón, se sentía febril, con muchos sofocos y también le dolía la entrepierna.
Mientras dejaba el agua correr por su pálida y suave piel, Jessica comenzó a enjabonarse, deslizando la jabonosa esponja por su esbelto cuerpo. Sin poderlo remediar, su cabeza se llenó con imágenes de hombres desnudos, todos ellos mirándola con lujuria... con un movimiento de cabeza, Jessica logró apartar esos pensamientos calientes que la estaban atormentando. Algo raro le pasaba, se sentía muy excitada, con una urgente necesidad de sexo.
Rápidamente cerró el grifo y salió del baño, tenía que tomar un trago y olvidar todas esas emociones nuevas para ella. Estaba asustada, no sabía lo que le pasaba ni porqué reaccionaba así.
Aún con la toalla liada alrededor del cuerpo, se acercó a la cocina y se sirvió una generosa copa de vino. En el momento en el que le daba el último trago, sintió sus piernas ceder y calló al suelo. La copa se le resbaló de la mano con la caída y se estrelló en el suelo, a pocos centímetros de donde ella estaba arrodillada.
Y entonces, ocurrió.
Comenzó a sentir fuertes sacudidas que la hacían temblar de manera escandalosa, los huesos comenzaron a dolerle de una manera horrorosa y sentía su carne estirarse dolorosamente. Lo que en verdad duró unos pocos minutos, le parecieron horas de intensa tortura, hasta que todo se volvió negro.
Cuando consiguió abrir los ojos, notó que le dolía cada terminación nerviosa y cada músculo. Incluso hasta los párpados los tenía resentidos. No tenía molécula alguna en el cuerpo que no le doliera de esa manera tan desagradable. Parecía que si le hubiera pasado un camión por encima.
Finalmente consiguió enfocar la vista y después de gemir un par de veces, se levantó lentamente del suelo donde había estado tumbada. No pudo creer con lo que se encontró; no sólo no estaba en el piso de la cocina, sino que estaba en medio del salón. De un salón totalmente destrozado y por lo que parecía, ya había amanecido.
¿Cuanto tiempo había estado inconsciente?, se preguntó sorprendida. Pero eso era lo menos preocupante...
La amplia estancia era un caos, todo a su alrededor totalmente destruido. Los cojines hechos jirones, las figuras hechas añicos, los muebles arañados y con marca de mordeduras.
¿Mordeduras?.
Eso sí que era extraño, ¿que ladrón entraba a robar y se dedicaba a morder los mueles?. Se acercó a la primera marca que tenía más a mano y comprobó con horror que tenía la misma forma que la que ella tenía en su antebrazo. Para estar más segura, puso ésta al lado del mueble para poder compararlas.
Prácticamente coincidían.
Había estado un lobo allí. En su propia casa.
Pero allí no había nadie más con ella, acababa de comprobarlo y la puerta seguía cerrada con llave. Entonces... ¿que era lo que estaba pasando?.
Una fugaz y aterradora idea le pasó por la cabeza, pero enseguida la desechó. Aquello no era posible y punto.
Dispuesta a olvidar todo eso, se dispuso a poner un poco de orden sobre todo aquél caos.
Y así pasó el resto del día y cuando aún quedaba un par de horas para anochecer, decidió acercarse al centro comercial a comprar algunas cosas para reponer parte de todo lo que había perdido en "extrañas circunstancias".
Michael estaba eufórico, había conseguido vencer a su rival en el duelo que se había organizado una hora antes del anochecer. Tanto él como su oponente, se rifaban un puesto muy importante para los de su especie. Aquél que consiguiera derrotar a su contrincante, pasaría a ser el alfa de todos los licántropos de la ciudad.
Como venía haciéndose desde milenios, cada cincuenta años, los hijos pródigos de los antiguos que así lo quisiesen, se enfrentaban entre sí hasta quedar sólo uno con vida. El ganador, y por tanto, el más fuerte, pasaba a ser el alfa de su clan.
Esta vez le había tocado a él luchar nada más ni menos que con cinco machos dominantes y finalmente había vencido al último, a Tom. Cada uno de ellos elegía la manera de combatir, tal como una lucha cuerpo a cuerpo, o con espadas e incluso a duelo como había ocurrido con Tom. Había vencido a todos ellos y ahora disfrutaba el privilegio de ser el manda más del lugar.
Pero en este último combate, Tom no falleció en el acto y como un cobarde, salió corriendo aún estando herido. Tanto él como los suyos, fueron en su búsqueda, pero pronto llegó la noche y se quedó sólo. Los otros tuvieron que detenerse para afrontar la transformación. Michael, por ser un hijo pródigo descendiente de un antiguo, podía controlarlo a su antojo. Y esta vez no tenía ganas de convertirse en lobo, tenía que cazar a Tom y acabar con lo que había comenzado.
Supuestamente, su adversario, también podría hacer lo mismo, pero en su estado le sería imposible. Un hombre lobo herido perdía sus fuerzas sobrehumanas y hasta que no se recuperasen tras varias horas de reposo, no volverían a recuperar su fortaleza.
No disponía de mucho tiempo, así que avanzó y se adentró en un parque en su búsqueda y captura.
Ayudándose de su desarrollado olfato, logró seguirle el rastro y lo encontró muerto en el suelo, con una enorme herida en el cráneo. Alguien había terminado con su trabajo.
Satisfecho por que ya podía proclamarse finalmente el vencedor, cogió el inerte cuerpo del lobo negro y se lo echó al hombro y cargó con él de regreso al bosque que estaba a pocos kilómetros.
No tardó en llegar, descargar el peso muerto y enterrarlo junto con los otros cuatro cadáveres.
Después de eso, dejo que su cuerpo se transformara en un enorme lobo blanco y aulló a la noche, anunciándole a los suyos que ya tenían un nuevo rey.
Al poco tiempo, los antiguos enviaron a un mensajero para citarlo esa misma noche.
Michael acudió a la asamblea que se había organizado en su honor y escuchó atentamente a sus superiores. Todos ellos en antaño habían sido también jóvenes alfas como él, pero una vez cumplido medio siglo en ese cargo, pasaban a ser un "antiguo".
Le habían pedido que eligiera pareja ya, que no se demorara en ello. Era una tradición, cada reciente Alfa se emparejaba nada más alzarse en el poder.
Y ahora le tocaba a él.
Y estaban en época de celo.
Y todas las hembras de su raza estaban pululando a su alrededor para llamar su atención. Todas y cada una de ellas, exceptuando las menores y las que ya estaban casadas, estaban deseando ser las elegidas.
Pero él de momento no había sentido atracción por alguna de ellas.
Un mes después de su ascenso, Michael continuaba sin pareja y rodeado de una gran multitud de humanos que iban de un lado a otro en medio de aquél centro comercial.
Jessica intentó concentrarse en lo que le decía la dependienta de la tienda donde ahora mismo se encontraba. Le había pedido consejo sobre que tela era la más recomendable para unas cortinas. Pero ella no prestaba atención, su mente estaba lejos de allí. No podía sacarse de la cabeza la extraña noche que había pasado, una que había supuesto la pérdida de varios objetos materiales de su hogar.
La palabra "Lobo" resonaba una y otra vez en su cabeza.
"Lobo".
¿Por qué tenía el presentimiento que las historias sobre hombres lobos eran ciertas?. Un palpito, junto los últimos acontecimientos, le habían llevado a esa conclusión.
Definitivamente esa era la respuesta verdadera. Los hombres lobos existían y posiblemente ella era una mujer loba.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral en ese instante. La sola idea de que eso fuese cierto la desconcertaba.
-Disculpe -le dijo a la mujer que había guardado silencio y la miraba extrañada-, no me encuentro bien.
Y sin más dejó a la dependienta parada en medio de la tienda, con varias telas en las manos y mirándola sin entender nada. Había notado la ausencia de ella, como su mirada había estado perdida y mirando a la nada. Y ahora se marchaba sin más.
Y es que Jessica comenzaba a sentir otra vez como si tuviera fiebre, el cuerpo le ardía, su sexo palpitaba y ahora toda su atención solo se centraba en cada hombre andante que pasaba por su lado.
Estaba nuevamente excitada, confundida y con las manos cargadas con pesadas bolsas de plástico.
Decidió que lo mejor era regresar a su casa y darse otro baño de agua fría.
Sin perder más el tiempo y dejando lo de ir de compras a medias y para otro día, se dirigió a los aparcamientos a por su vehículo.
Cuando ya lo había divisado con la vista, algo la hizo detenerse de golpe. Notaba algo extraño en el ambiente que la atraía.
Giró sobre sus talones y con la mirada comenzó a buscar aquello que tanto ansiaba de esa manera tan extraña y urgente.
Michael había comprado ya algunos comestibles para pasar la semana. Su triste frigorífico se lo agradecería eternamente.
Normalmente, su criada Anabel era la encargada de hacer la compra, pero acababa de dar a luz tres cachorritos sanos y hermosos y estaba de baja.
Supuestamente, la sobrina de ésta iba a sustituirla, pero la muchacha estaba de exámenes aquella semana y no pudo ir a atender sus obligaciones para con él.
Y a él le venía bien salir un rato y distraerse. Desde que había ascendido al poder, había estado muy ocupado y en tensión. Los asuntos de política lobuna eran muy complejas y requerían de su atención.
A parte, cada loba soltera de la ciudad iba en su búsqueda, hostigándolo con su aroma femenino y coqueteando con él para acabar siendo la elegida.
Pero ninguna lograba despertar en él sus instintos primitivos.
Hasta ese momento.
Sus fosas nasales se llenaron del dulce olor a hembra.
De una de su especie.
El olor era muy intenso y le produjo varios cambios.
Comenzó a transpirar, sentía un cosquilleo en las palmas de las manos y su miembro se había endurecido.
Dejó la compra en el maletero de su coche y se dispuso a buscar la fuente de dicho aroma.
Enseguida sus ojos se clavaron en una mujer alta, esbelta, morena y con un cabello tan largo que casi ocultaba su redondo trasero.
Ella también reparó en él.
Ambos se acercaron lentamente y quedaron uno enfrente del otro.
Por un momento se hizo el silencio en el lugar.
Jessica no sabía que pensar, aquél morenazo de ojos negros y de complexión corpulenta la atraía como las pollitas a la luz.
Esa atracción era un sentimiento nuevo para ella. Totalmente desconocido.
En lo único que pensaba era en besarlo, rodear sus piernas sobre su cintura y dejar que la pasión se desatase entre los dos.
Después de unos minutos, Michael alzó la mano y le acarició el rostro con delicadeza.
-Te encontré -le susurró.
-¿Nos conocemos? -murmuró ella con un débil hilo de voz.
-No, pero a partir de ahora tendremos mucho tiempo para hacerlo.
Ella lo miró sin entender y sin poder evitarlo tampoco, se puso de puntillas y lo besó.
Cuando sus bocas se separaron, ella estaba avergonzada.
-Perdona... yo... -comenzó a gimotear-... no sé por que he hecho eso... yo...
-Tranquila, es normal -le aclaró interrumpiéndola-, si no lo hubieras hecho tú, lo hubiera acabado haciendo yo igualmente.
-No te lo vas a creer -comenzó a decir ella ignorando su último comentario-, pero últimamente me siento diferente y no sé lo que me hago.
-Estas en celo -le dijo tranquilamente.
Ella abrió más sus azulados ojos y lo miró con incredulidad.
-¿En celo?.
-Así es -tomó sus manos entre las suyas y mientras le acariciaba con los pulgares ambos dorsos, le dijo-, sé lo que eres y yo también lo soy.
Y su mirada se clavó en la marca que Jessica tenia en su desnudo antebrazo, a la vista.
Ella siguió la dirección de su mirada y entendió a lo que él se refería.
-Yo... -no supo que decir-, soy nueva en esto y no entiendo nada -le confeso al fin.
-No te preocupes, tenemos toda la eternidad por delante para explicarte lo que eres, para que te adaptes a esta nueva vida y para que entiendas que me perteneces.
Sus últimas palabras deberían de haberle enfadado, por dar por sentado que ella no tenía elección alguna en eso... pero no fue así. Su mente le decía que aquello era verdad, que ese hombre era su otra mitad, su alma gemela y que deberían estar juntos.
Michael liberó sus manos y posó las suyas alrededor de su cintura y la atrajo más hacía él.
-Eres mía -le aseguró- yo, tu alfa y tu dueño, te reclamo mi compañera.
Y sin más, la besó apasionadamente.
Había encontrado a su pareja ideal en el sitio menos esperado y no pensaba dejarla escapar. Ya habría tiempo después para explicarle lo que significaba ser loba, ahora lo que más le urgía era marcarla como suya.
Esta vez había aparecido debajo de un viejo escritorio de roble. Dio una vuelta por el pequeño estudio: allí no había signo alguno de modernidad, tan solo una vitrina llena de adornos de porcelana, las paredes recubiertas de madera oscura, la puerta gruesa y pesada. Una lámpara con velas.
Ann se acercó al escritorio nuevamente, de donde recogió unos papeles que descansaban junto a una pluma y un tintero. Erbvertrag, leyó. Hojeó las demás escrituras, todas en alemán.
Alemania. Sin dudas al menos un siglo antes del horror que ella misma había vivido, dos veces. Pensó en cuanto podría hacer por la humanidad antes de la venida de Hitler, antes del Holocausto, pero se convenció rápidamente de que ese no era su asunto, ella no había sido enviada a través del tiempo para prevenir catástrofes. Ella estaba allí para prevenir la muerte de Dämon, y para ello tenía que matar al lobo.
-Tengo una solución -le había dicho ella al enemigo, aquella noche mientras yacía entre sus brazos. El cabello oscuro del demonio que le besaba la frente contrastaba con la claridad de sus ojos, herencia de su padre, el lobo. Dämon la miró fundiendo con involuntaria calidez el frío de su alma a través de su mirada.
-¿Correrás riesgos, ángel? -le preguntó enseguida.
-Siempre que he viajado han existido riesgos -respondió ella serenamente-, pero es el único modo de evitar tu muerte. Buscaré el origen, entonces ya no tendré que matarte.
Esas palabras formaban parte ahora de un vago recuerdo que erizaba la piel de Ann y la convertía en un ser vulnerable y temeroso. De aquella primera noche habían pasado ya doscientos años. Doscientos años de intensa búsqueda, en los que sólo había escapado de las fuerzas del Cielo y de las del mismo Infierno, a veces sola, a veces acompañada.
Alemania. Cuna de Hitler, cuna de Mefistófeles en el Fausto, cuna del padre Lobo. ¿Cuna de Dämon?.
-Abandona esa absurda búsqueda -clamó Gweillord una tarde de invierno, ocho años después de la noche en que el bien y el mal finalmente habían sido uno por vez primera-. Él ya está muerto. Yo mismo me he encargado del trabajo que tú desperdiciaste -anunció, y soltó enseguida una risa socarrona-. Te buscaba el pobrecillo por los confines del tiempo, pero tú eras mucho más rápida…
Conociendo que Dämon se encontraba muerto, solo tenía una opción para volver a verlo con vida: encontrar el origen. De haber sabido antes que Dämon la buscaba, ¿habría continuado ella con su propia búsqueda? ¿Habría sido capaz de venderse a las fuerzas del Mal para no perderlo? Dämon no podía elegir el bien, en cambio ella…
Escuchó ruidos. Alguien se acercaba al estudio, de modo que apresuró la huida y abrió una ventana, por la que se arrojó al vacío. Los ángeles tenían vida eterna.
Cuando sus pies se asentaron sobre la grava lentamente, como flotando, Ann corrió entre las sombras del amanecer, con el azulino cielo como testigo del momento en que se internaba en el bosque. En su interior, allí cobraba vida Dämon.
¿Encontraría en esta oportunidad al lobo que lo había convertido en un demonio? El mal podía tomar diversas formas, lo había aprendido a fuerza de experiencias.
Ann sabía que se encontraba sola, pero presentía que alguien la seguía. Se dio la vuelta para corroborarlo, sin embargo, no encontró nada. Estaba sola en la inmensidad del bosque cargado de árboles y de maleza. Unas raíces serpenteaban entre el verde de las hojas caídas, entre el marrón de las que ya se hallaban secas, entre el rojo de las flores.
Agitada y brutalmente fría, Ann, el ángel, sintió que la columna se le ponía tiesa y que se le adormecía. Si bien nunca se habían hecho visibles, las alas se hallaban enraizadas en el interior de su cuerpo y eran sensibles a la Presencia.
-¿En dónde estás? -exclamó, girando sobre sí misma. El cabello muy rubio, que le caía largo hasta la cintura, se mecía con la violencia de los giros-. ¡Muéstrate!. ¿O acaso me tienes miedo?.
De pronto oyó algo parecido a un gruñido. Ann tembló: ¿acaso lo había encontrado? ¿Ese era entonces el final del viaje?.
Había quedado de espaldas al vigoroso animal, pero podía sentirlo, pues su columna se ponía cada vez más tensa, al punto que emulaba el acero. Movió lentamente los pies para darse la vuelta. Experimentaba un frío letal, casi como si pudiera morir.
Ni bien acabó de moverse, lo encontró. Allí estaba el Mal en su presencia, en todo su esplendor, materializado en un lobo gris de gran tamaño, con los ojos de un celeste muy claro casi transparente, el pelaje largo y sucio de barro. Parecía haber entablado una batalla, porque los dientes babeaban y su vientre se movía agitado por la violencia de su respiración convulsionada.
Ann ya no sentía frío, sino que se encontraba congelada. La presencia del Mal siempre le provocaba esas sensaciones. ¿Y ahora qué?, se preguntaba. Había encontrado al lobo, pero no sabía si ese era efectivamente el origen. ¿Y si Dämon ya había sido convertido? ¿Podría ella matar al lobo, obligar al Mal a huir de su propia presencia? Hacía tiempo que se había alejado del Bien para seguir sus propias reglas. ¿Cómo invocar ahora sus poderes?.
Ann cerró los ojos. Ann intentó concentrarse en su fuerza interior -tenía que actuar rápido-, pero sólo veía sus pecados: el amor que sentía por un demonio, la primera noche que había pasado a su lado, la intensa búsqueda que había emprendido en contra de los designios de su Padre.
Sería imposible, lo supo justo cuando un ruido extraño, parecido al sonido de un arco al tensarse, atrajo sus sentidos. Abiertos sus ojos, giró sobre sus talones y divisó que, delante de ella y del lobo, Dämon apuntaba su flecha hacia el animal vigoroso.
Ann tomó una honda bocanada de aire. Dämon no era Dämon, sino Wilhelm, el pastor de rebaños todavía no convertido. El ángel supo entonces que todo el esfuerzo realizado valdría la pena, pues quizás no pudiera dominar al lobo con su mente, pero sí pudiera ser convertida en lugar de Wilhelm, después de todo, ella se hallaba antes que el hombre en el camino del animal.
Hubo un tiempo en que Ann no fue más que Ann, ni un ángel ni un demonio, sino una simple empleada de comercio. Ese era en aquel tiempo nuevo de su viaje el futuro, un futuro que ya había sucedido para ella, porque fue en el que se había dado cuenta de que era un ángel, pero aún no había llegado para el resto de los hombres y ninguno de los vivos de aquel entonces lo verían. Si era convertida en un demonio en lugar del pastor de rebaños, aquel futuro moriría en la mera hipótesis, pues jamás adquiriría existencia concreta.
-Jamás podrás cambiar el designio de las almas -le había dicho su Padre-. Podrás ofrecerles la salvación, pero nunca una vida nueva que ellos no hayan forjado por sí mismos, que ellos no hayan elegido.
El lobo estaba a punto de saltar. Ann lo supo y cerró los ojos, esperando la muerte del ángel y el nacimiento del demonio.
Cuando el animal se lanzó sobre su víctima, lo hizo en todo su esplendor. Las garras desplegadas, la boca abierta, los dientes henchidos de codicia. Ansiaba un alma… pero no la de ella. Después de todo, no le era permitido cambiar el sentido de las vidas de los hombres, el rumbo de las almas, las elecciones de los otros.
-La vida es apenas un fino hilo de seda, no un tiento que no se corta.
Todo sucedió apenas en un instante, ocupando en la Eternidad el mismo espacio de tiempo que un hombre tardaba en pestañear o que un ángel ocupaba en viajar a través de los siglos. Wilhelm alcanzó a disparar la flecha, pero el lobo, inmortal a las armas humanas, saltó sobre el pastor de rebaños para luego desaparecer en una bruma de fuego azulino.
Ann corrió hacia el cuerpo abandonado. Una breve herida le surcaba la mejilla, la misma que luego ella acariciaría por primera vez más de noventa años después, en una cama de hotel. El pastor abrió los ojos, todavía oscuros.
-Te he buscado, ángel -balbuceó-. Tú sí que vas rápido, pero nunca llegas a tiempo. Si yo no te rescatara…
-Entonces no lo hagas -lo interrumpió Ann.
A pesar de que el alma de Wilhelm se hundía para siempre en el abismo, sus labios denotaron una sonrisa. Ann se mordió el labio inferior para contener el llanto. En ese momento, el pastor, desnudo en su torso, apenas cubiertas sus piernas por unas calzas de cacería, arqueó la columna y lanzó un grito de dolor desesperado. Ann fue testigo del modo en que sus alas blancas y aterciopeladas se desplegaban por entre las raíces de los árboles, las hojas y las flores mientras caía una tierna llovizna de pequeños algodones blancos.
Las alas hirieron la espalda del ángel de ojos negros, poco a poco se tornaron del color del otoño y murieron al paso que nacía Dämon, el demonio.
Con que él también había sido un ángel.
Ser un demonio era el camino que él había elegido. Para rescatarla a ella.
-Jamás podrás cambiar el designio de las almas.
Cuando Dämon despertó, Ann le acariciaba la frente. Lentamente se acercó a sus labios y le obsequió un beso que él recibió rodeándole el rostro con las manos.
-Tenemos noventa y dos años para vivir juntos antes de que Gweillord te mate -le anunció ella-. Si es que no se dan cuenta de estos huecos que han dejado en el tiempo.
-Eso ya ha sucedido -murmuró Dämon, sin soltarle a ella la cara.
-No -aclaró Ann-. En el viaje anterior te había matado Hula.
Dämon sonrió, mordiéndose el labio. Todavía tenía los claros ojos cerrados.
-Nada es perfecto.
FIN
Anna Karine
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AMAHEL
No sé qué fue lo que me hizo seguirlo, pero cuando lo vi entrar en el parque, dejé a mis amigas plantadas en la parada del autobús escolar y caminé tras sus pasos.
No es que fuese un chico espectacular, de esos que te hacen girar la cabeza a su paso, con sonrisa de anuncio de pasta de dientes, cabellos brillando por una marca específica de champú o vestido con ropas a la última; ni tampoco era uno de ésos punkis con sus pelos de punta cubierto de fijador, chapas en las ropas o piercing en la cara; o uno de esos góticos vestidos todo de negro… no, más bien parecía sacado de un barrio cualquiera, de cualquier ciudad. Su pelo era de un tono vulgar y corriente de castaño, vestía con unos jeans y un jerséis azul. Uno más entre otros, nada que llamase mi atención… por eso mismo me sorprendió al verme caminar tras él como si lo conociese de toda la vida.
¿Quién era ése chico?.
Él se detuvo un momento junto a una anciana, que estaba sentada en uno de los bancos dando de comer pan a las palomas y le susurró algo. La anciana esbozó una cálida sonrisa desprovista de algunos dientes, pero no lo miró; y después, él siguió su camino. Por supuesto, yo me había detenido tras él, ocultándome entre la gente que caminaba por el parque, tratando de pasar desapercibida. No sé por qué no quería que él se percatase de mi presencia.
Los libros me pesaban en los brazos, así que decidí dejarlos sobre uno de los bancos del parque: después regresaría a por ellos: nadie en su sano juicio se llevaría mis libros escolares; además, mi nombre y mi dirección estaban escritos en ellos y si, de casualidad era un guardia quién los encontraba, siempre podría decir que los perdí. No me importaba. La verdad, era extraño, pero no me importaba nada más que seguir a ése chico, allá a dónde fuera que se estaba dirigiendo. No parecía tener mucha prisa, pero tampoco demoraba sus pasos. De repente, se detuvo en seco y se giró hacia mí, sobresaltándome.
-Basta, Aurora -me dijo. Su voz tenía una calidez que nunca había escuchado antes en ningún muchacho de la edad de aquel-, deja de seguirme. ¿Es que quieres meterme en problemas?.
-¿Me conoces? -le pregunté, maravillada porque supiese mi nombre. Le miré fijamente a los ojos y me dí cuenta de que tenían una extraña tonalidad ambarina.
-Pues claro que te conozco -me dijo el chico-, y ya tengo bastantes problemas por tí como para que encima me causes más -extendió una mano y señaló hacia la parada de autobuses que yo había dejado- Vuelve a casa.
-¿Quién eres? -le pregunté. No podía comprender por qué su rostro me resultaba tan desconocido y, a la vez, tan familiar.
-Amahel -me respondió. Después pareció como si el decirme su nombre fuese algo que, en ningún caso, debería de haber hecho, porque giró sus ojos a su alrededor mirando a las personas que caminaban por allí, ajenas a nuestra presencia- Por favor... -me suplicó poniendo ojos de cachorrito- Márchate.
Él se giró de nuevo y comenzó a caminar, sin decir una sola palabra más. Yo estaba estupefacta y no sabía qué pensar de él. Probé su nombre en mis labios: Amahel. Me sonaba mucho a la palabra amor. Pero claro, no era amor, precisamente lo que yo sentía por un perfecto desconocido-conocido. Aún sentía que me era familiar de un modo que no comprendía.
Corrí tras él, pues mi vacilación le dio ventaja y me coloqué justo a su lado. Él volvió a detenerse y me miró con los ojos brillantes de furia.
-Ya te he dicho que me dejes en paz. ¿Qué es lo que quieres de mí? -me dijo cruzándose de brazos en plan gallito.
-Quiero que me digas cómo es que sabes mi nombre -le exigí.
Él suspiró frustrado, pero después relajó su expresión.
-Yo se lo susurré a tu madre cuando naciste -me dijo.
Ahora sí que me había quedado sin palabras. Pestañeé varias veces para asimilar aquella información, pero la sensación de que él no me estaba tomando el pelo fue tomando forma en mi interior. Yo también crucé mis brazos sobre mi pecho, imitando su postura y me incliné hacia él.
-¿Quién eres tú?.
Él me sostuvo la mirada y sólo la apartó unos momentos para comprobar que nadie nos estaba observando; después se acercó a mí y me susurró:
-Yo soy tu ángel de la guarda.
-¡Venga ya! -exclamé echándome a reír. No sabía qué clase de respuesta me habría soltado el chico, pero ésta…
-Shhh -me chistó muy serio, mientras daba una rápida ojeada a nuestro alrededor-, ellos me están acechando y me estás poniendo en peligro. Vuelve a casa, Aurora, por favor. Me quitarán mis alas si te ocurriese algo.
Dejé de reír al ver que el muchacho hablaba totalmente en serio y yo también giré mis ojos a mí alrededor antes de volver a posarlos en los suyos.
-¿Quiénes te están acechando? -susurré.
-Ellos, los que quieren ocupar mi lugar. Esperan ahí, a que comenta un error, para lanzarse sobre mí y despojarme de mi cargo. No pueden saber que puedes verme y hablar conmigo.
-¿Qué tontería es esa? -le pregunté un poquito mosqueada. La verdad, ya era malo que el muchacho tratase de convencerme que era mi ángel de la guarda (bueno, eso no estaría tan mal… el tener un ángel que te cuida, claro) pero el que tratase de que creyera que yo no debería verlo…-Pues claro que puedo verte, no soy ciega ¿no?. Estás en un parque rodeado de gente a plena luz del día.
-Ninguno de ellos me ve o me oye -Amahel señaló a su alrededor-, ahora mismo lo único que ven es a una chica hablando sola en medio del camino.
-Pero tú hablaste con ésa anciana y ella te sonrió -le acusé, señalándolo con el dedo.
-No hablé con la anciana. Sólo le susurré. Llevé paz a su alma y, ella no me vio. No puede verme. Solo tú puedes hacerlo.
Giré la cabeza sólo para toparme con la curiosa mirada de un niño, que estaba agarrado a la blusa de su madre mientras ella hablaba por el móvil. Me agaché un poquito y le sonreí. El niño me devolvió una sonrisa insegura.
-¿Puedes verlo? -le pregunté señalando a Amahel.
-¿A quién? -preguntó a la vez el niño, con los ojos abiertos de par en par.
-A ese chico -insistí volviendo a señalar.
-No hay ningún chico -el niño pareció asustarse de mí y se arremolinó aún más en las piernas de su madre. Ésta se cambió el móvil de mano sin dejar de hablar y atrajo al niño hacia delante.
-¿Lo ves? -me dijo Amahel con una sonrisa de satisfacción-, él no puede verme, ni tampoco los demás. Sólo tú.
-¿Y eso por qué? -le pregunté.
-Porque…-él pareció inseguro, como si no tuviese muy claro qué era lo que me iba a explicar-, has bebido de mí.
Aquello me impactó. ¿Qué quería decir exactamente con que bebí de él?, ¿acaso ese muchacho o ángel de la guarda, o lo que fuera pensaba que yo era un vampiro o algo así?. Él se percató de mis dudas y me cogió del brazo, arrastrándome hasta la sombra de uno de los árboles del parque, fuera de la vista de los demás.
-Te he salvado muchas veces -me dijo-, la primera vez tú tenías cinco años y te caíste a la piscina.
-Lo recuerdo -contesté rememorando la escena en mi cabeza-, estaba jugando con una pelota y ésta se fue al agua. Yo quise alcanzarla pero perdí el pié y caí dentro -lo miré a los ojos. No había vuelto a pensar en el chico que me sacó aquel día del agua. Mi madre me había dicho que no había habido ningún chico y que lo habría imaginado a causa del susto. La creí, por supuesto, y no le dí más vueltas.
-La segunda vez, tenías ocho años. Ibas en bicicleta y se te salió la cadena del engranaje. Rodaste sin control por una cuesta empinada, y justo cuando un coche atravesó por allí…
-Tú me salvaste de nuevo -le respondí, reconociendo al muchacho que se había puesto delante de mí, deteniendo bruscamente mi marcha-, el conductor del coche me dijo que la rueda había tropezado con una piedra y que eso me tiró de la bici pero… fuiste tú -lo miré de forma acusatoria-, ¡me rompí un brazo por tu culpa!.
-Mejor un brazo que no bajo tierra, ¿no crees? -me respondió el chico-, de todos modos, ellos me vieron interferir y fui castigado por eso; aunque por suerte, no perdí mi puesto.
-¿Te castigaron por salvarme?.
-Me castigaron porque tu nombre estaba en las listas de los que subirían al…-él carraspeó como si no debiera de haber dicho aquello.
-¿Ese día yo tenía que haber muerto? -le pregunté horrorizada.
-Eso me temo -me respondió Amahel asintiendo-, pero yo no quería dejarte ir. Recibí mi castigo y me prometí a mí mismo que no volvería a hacerlo pero…
-Tú estabas allí aquella noche, en la discoteca, ¿no? –recordaba lo que había pasado un par de años atrás-, aquel chico intentó atracarnos con una navaja a la salida y tú te pusiste en medio cuando él se abalanzó hacia mí. Mi amiga me aseguró que el delincuente había tropezado, pero yo te vi realmente, ¿no?. Recibiste una puñalada por mí.
Amahel asintió y se subió el jerséis para que yo pudiese contemplar la cicatriz con mis propios ojos. Alargué una mano y la toqué. Su piel se sentía suave y cálida bajo mi palma pero tan real como la mía propia. Él se estremeció y yo aparté la mano, permitiéndole que se colocase de nuevo la ropa.
-¿Y te vieron ésa vez?.
-No, ellos no me vieron salvarte, pero lo sospecharon… así que me siguen desde entonces.
-¿Y los puedes ver?.
-A veces los veo y otras se esconden… o yo me escabullo de ellos -Amahel se encogió de hombros-, no me vieron entrar en el parque, creo, pero puede que te estén siguiendo a ti. Ellos saben que siempre estoy alrededor tuyo, cuidándote.
-Pero acabas de decirme que te castigaron por que me salvaste -le dije. Estaba un poco confusa por aquella explicación-, si se supone que tú eres mi ángel de la guarda... ¿Por qué no permiten que me ayudes cuando estoy en peligro?.
-Porque yo no tengo la llave de tu destino, Aurora -me dijo muy serio-, yo puedo protegerte de los míos, de los que son como yo y quieren empujarte a la maldad sólo para hacerme caer. Los ángeles no son tan buenos como tú crees. Ellos tienen que competir por ganarse el puesto de guardián de un humano y harían lo que fuera para hacer caer a los demás y ocupar su lugar.
-Pero dijiste que yo bebí de ti. ¿Eso qué significa exactamente?. ¿Cómo es que yo puedo verte y los demás no?.
-Cada vez que un ángel de la guarda salva a su protegido de una muerte programada (y créeme, son muy pocos los que se arriesgan a ser castigados por ello), el humano absorbe una parte de la esencia vital del ángel. Tú has bebido tres veces de mí y por eso puedes verme. Normalmente, cuando un humano bebe varias veces de un ángel, el ángel muere y otro se encarga del trabajo, pero… no sé por qué sigo todavía con vida. Quizás no ha llegado aún mi hora o…
Fui consciente del momento en el que Amahel se quedó rígido, mirando horrorizado a tres sombras de color blanco que nos habían rodeado sin que nos hubiésemos dado cuenta. Las sombras, como niebla espesa, se lanzaron sobre Amahel haciéndolo caer de espaldas y lo oí gritar. Dos de ellos le habían inmovilizado los brazos contra el suelo, clavando sus manos en la tierra húmeda con unas estacas de metal, mientras que el tercero trataba de acuchillarle el pecho. Grité con todas mis fuerzas sin importarme si me oía el mundo entero, pero no podía permitir que aquellas cosas, fuesen ángeles o no, le hiciesen daño a mi ángel y me lancé hacia ellos arañando y golpeando como si me hubiese convertido en una gata rabiosa. Logré apartar al ángel que estaba a horcajadas sobre el cuerpo de Amahel, con el puñal levantado y muy dispuesto a dar en el blanco, antes de cubrir su vulnerable cuerpo con el mío propio.
No podía dejar que aquellos tres espectros blancos lo matasen. ¡No iba a permitir que lo matasen!
-Déjame -me dijo Amahel con los ojos anegados en lágrimas por el dolor que estaba sintiendo-, ellos no te harán daño a ti. Quieren ocupar mi puesto, eso es todo.
-¿Y crees que yo los aceptaría como ángeles míos, después de que te hubiesen matado? -le grité totalmente fuera de mí.
-Me olvidarás una vez que yo ya no esté, por lo tanto sí, los aceptarás -me respondió.
-No, si yo los mato primero -le siseé con furia. No es que estuviese pensando con mucha claridad en ése momento, pero mi sangre hervía por la ira y mi cuerpo se estaba preparando para luchar hasta mi último aliento. ¿Quiénes eran ellos para asesinar a mi ángel guardián?.
Me encaré con los otros tres, quienes se habían reunido de nuevo a nuestro alrededor y nos miraban entre asombrados e incrédulos.
Creo que no se esperaban que yo los viese también a ellos y escuché claramente cómo susurraban entre sí.
El que había llevado el puñal, me señaló con él y me dijo:
-Apártate, humana. No sé cómo es que puedes vernos, pero esto no es de tu incumbencia. Entréganos a Amahel y sigue tu camino.
-Amahel es mi ángel de la guarda -les dije, cuidando de no apartar mi cuerpo del suyo-, vosotros no tenéis nada que hacer aquí. No voy a permitir que le hagáis daño, y no pienso aceptaros a vosotros de ningún modo.
-¿Y cómo piensas impedir eso, humana? -me preguntó otro de los ángeles-, cuando él muera tú lo olvidarás y tendremos todo el control sobre ti. Seremos tus guías, tus guardianes.
-No voy a dejar que lo matéis -confirmé yo-. Y si para eso tengo que morir yo, pues lo haré. Nunca seréis mis guardianes si yo muero.
-Tu muerte no está en la lista -me dijo el tercer ángel-, así que no morirás.
-Puedo suicidarme cuando quiera -les dije entonces. Por supuesto, yo no tenía ninguna intención de suicidarme, pero ellos no lo sabían. Sin embargo, me creyeron, ya que se retiraron unos pasos hacia atrás, con los ojos desorbitados y las bocas abiertas.
-¿Harías eso?. ¿Te condenarías al infierno por cometer suicidio sólo por salvar a Amahel? -me preguntó el del cuchillo.
-Sin dudarlo -contesté mirándole a los ojos.
El ángel me sostuvo la mirada horrorizado por mis palabras y, a una señal, desaparecieron los tres de allí. No me lo podía creer: ¿Tan fácil había sido?. Sólo les había amenazado con suicidarme y… ¡Puff! Se habían ido.
Me giré hacia Amahel, quién me miraba enfadado. Al parecer él también había creído en mis palabras.
-No vas a hacer semejante cosa sólo por mí ¿verdad? -me preguntó. Pude oír la tensión en su voz y en su cuerpo-. Dime que no lo has dicho de verdad.
-¿Por qué?, ¿qué más te daría a ti?.
-Has bebido de mí y, como tú me has salvado de ellos, he sido yo quién ha bebido tu esencia. Estamos conectados ahora y si tú te condenas al infierno, nos condenarías a los dos. Es más, también los condenarías a ellos, ya que fueron ellos los que intentaron acabar conmigo.
-No voy a suicidarme -le respondí pensativa. Después, agarré con fuerza los clavos que lo mantenían fijado al suelo y tiré de ellos sacándoselos de su carne. No hubo sangre, eso me sorprendió, y las heridas se cerraron al instante, dejando sólo dos cicatrices blancas en cada mano; pero no me levanté de sobre él y tampoco le permití que él lo hiciera. Lo miré a los ojos y acerqué mi cara a la suya-. ¿Y ahora qué? -le pregunté.
- hora tú volverás a casa, como todos los días y yo te seguiré a distancia, protegiéndote como el ángel de la guarda que soy -me respondió con una sonrisa.
No sé qué fue lo que me impulsó a hacerlo, pero me incliné sobre su boca y lo besé. Él se quedó quieto, sorprendido por mi acto, pero sentí cómo se relajaba poco a poco bajo mi cuerpo y me devolvía el beso.
-¿Volveré a verte? -le pregunté cuando ambos nos hubimos separado y levantado del suelo, sacudiendo nuestras ropas llenas de tierra y hojas.
Él me lanzó una traviesa mirada, mientras su boca se curvaba en una lenta y perezosa sonrisa.
-Siempre -me respondió.
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CONFLICTO INTERNO
-¿Dónde estás, se podría saber? -preguntó Gianella con voz contenida, pero histérica a través de mi mente.
-¿Dónde más iba a estar que si no cumpliendo con mi deber? -le respondí conteniendo la irritación que me causaba que se pusiera en esa posición de "superior". Lo era, ella era Arcángel, desde hace poco tiempo. Se suponía que ése era su trabajo, ya que estábamos en temporada de analizar a todas las jerarquías de ángeles que hay para eliminar a los traidores, desterrarlos del paraíso por completo. Se hacía esto cada diez años.
-Muy bien, ¿y quién es el desafortunado? -preguntó cambiando su temperamento-. ¿Quién te envió el trabajo?.
-Yassell me dijo que habló con un ángel de primera jerarquía que dice que a su protegido ya le llegó la hora, su enfermedad es irreversible y su destino así lo marca. Su protegido se llama, si no mal recuerdo, Michel -respondí.
-¿Cuándo?.
-Al término de ésta semana -Después de eso me dejó sola en mi mente. Mejor así, no me gustaba mucho eso de la comunicación telepática, un don de los ángeles.
Mi nombre es Leanne, y soy un ángel de la muerte. Yassell era uno de mis compañeros, también se dedicaba a lo mismo, él era mi superior, se trataba de un Arcángel de la muerte, yo solo era una ángel. Tenía suerte de que él no estuviese aquí conmigo, no lo soportaba, aseguraba estar totalmente enamorado de mí. No es que no le creía, era que no le correspondía el sentimiento. Tantos siglos de existencia eran deprimentes, y más en el trabajo que me tocaba.
Me encontraba en el techo del susodicho desafortunado, vigilando y viendo el atardecer. Por ahora su guardiana no estaba con él. Quizá estaba en el cielo rogando a los superiores alguna salvación para el pobre humano. Lo dudaba. Tenía aneurisma, pero él no lo sabía, su familia tampoco. Él creía que sus dolores de cabeza eran sólo unas migrañas comunes y se auto medicaba. En una semana su aneurisma se habría roto y ya no habría nada por hacer, por más que su ángel guardián rogara no se podría hacer nada. Respiré profundamente. No me preocupaba que alguien me viese en el techo, podía hacerme invisible a voluntad y de todos modos los humanos eran incapaces de ver nuestras alas.
Poco después a la media noche sentí la presencia de uno de los míos y me asomé a la habitación del chico. Estaba dormido, no debía de tener más de veintidós años. Su ángel guardián estaba sentada a su lado en la cama. Era contraria a mí, de vestimenta blanca, pero no como los pintores de antaño nos solían representar, no usábamos túnicas ni nada por el estilo. Llevaba un pantalón de algodón y una blusa de manga larga. Era de pelo rubio rojizo y semblante juvenil. Estaba cruzada de brazos mirando a la ventana por la que entré, sabía que estaba ahí.
-Sabía que tarde o temprano mandarían a un ángel de la muerte aquí. No quería resignarme a ello, pero ahora que te veo aquí siento mi esperanza disminuir, sólo espero que haya una aprobación de los serafines para mantenerlo con vida -susurró con voz dulce.
Me encogí de hombros y me senté en una silla que estaba alado del escritorio.
-Creo que tienes demasiadas esperanzas. Quizá estás siendo demasiado idealista -le respondí en un intento de ser amable y no ofenderla.
Volteó a mirarlo.
-Llevo muchos años con él, digamos que me siento su segunda madre. Desde un principio sabía por qué me lo habían encomendado, sabía cuál era su destino y creí que podría tolerarlo. Pero ahora, a sólo una semana, es... -tragó saliva ruidosamente. Ya no continuó.
-Bueno, estaré aquí si quieres llorar después -en realidad podía imaginarme su posición, y me caía bien-. Por cierto, me llamo Leanne, ¿tú eres...?.
-Soy Shirley, mucho gusto. Eres muy amable para tu trabajo -me guiñó un ojo-. Supongo que tú eres la que debe intervenir según lo que decía su profecía -dijo ladeando la cabeza hacia él.
-Sí, eso de intervenir no me agrada mucho, pero no puedo desobedecer órdenes. Estoy en la mira de los superiores, ya sabes, la revisión.
-Una falta, y caes... -dijo con comprensión, completando mi idea-. Sé cómo se supone que tienes que intervenir, pero, sólo te pido...
-No, no puedo, son órdenes -la atajé. Ella sólo bajó la mirada, pero muy bien sabía que una vez que la profecía de cada persona se creaba, no se podía cambiar. Al menos que los superiores así lo decidan.
El resto de la noche pasó en silencio por parte de las dos. En la madrugada me retiré pues tenía que prepararme para mi intervención. Respiré profundo y me cambié la ropa por una que aquí se consideraría normal.
Mantuve mi ligero toque de rebeldía en escoger pura ropa oscura y salí a enfrentarme con la profecía a su Universidad. Estaba en el último grado, poco le faltaba para terminar sus estudios y graduarse, pero no le tocaría vivir eso. Estudiaba comunicaciones y a mí me tocaba ser la nueva integrante del grado en la misma especialidad.
Me mezclé entre la multitud de estudiantes y me fui a mis primeras clases. Me fastidiaba mucho, era irónico y casi cómico ver a un ángel de la muerte estudiando. Ya podía imaginarme las burlas allá arriba.
Pasaron dos clases y en la tercera por fin me tocaba mi entrada triunfal. Entré al aula maldiciendo en mi mente acerca de por qué me mandaban a hacer el trabajo sucio a mí, ¿por qué no a otra persona?. Habiendo tantos ángeles de la muerte...
Me senté en donde se suponía que tenía que, alado mío llegaría Michel y se sentaría.
Oh cierto, se me olvidaba mencionarlo, mi trabajo según la profecía era conducirlo a su propia muerte, no entendía el por qué, pero así era.
Él llegó y se sentó a mi lado. Era alto de cabello castaño un poco largo y rizado, lo traía alborotado, se notaba que era un chico alocado, que se la pasaba de fiesta en fiesta, de chica en chica y que quizá no traía precisamente las mejores calificaciones del plantel. Piel blanca, ojos café profundo. Se vestía de forma desaliñada. El rebelde de la clase, Pensé, y sonreí al ver lo fácil que eso haría mi trabajo. Me lo facilitó aún más al voltearse para saludarme en plan de coqueteo.
-Hola, me llamo Michel, tú debes ser la nueva ¿no? -"la nueva" eso me irritó un poco, pero mantuve mi sonrisa.
-Sí, pero no me llames así, me llamo Leanne.
-Hermoso nombre -siguió en su juego. Yo feliz de ver cada vez más resuelto mi trabajo y más cerca el momento de regresar a casa lo seguí.
Al final, salí de la clase con él y me metí en su rol de "chica rebelde". Fuimos a la cafetería juntos, me presentó a sus amigos y amigas, unas de éstas me miraban con desprecio, era como si les quitara lo que más querían. Que se vayan acostumbrando, que dentro de poco lo perderán de verdad...
Pasamos el día así, y para el final del día podía asegurar que la que llevaba el control del asunto era yo, él creía lo contrario, pero en realidad no estaba tan interesada en él como él creía.
A la media noche la pasé en su habitación en modo invisible con Shirley. Ella todavía se sentía impotente por no poder hacer nada, mientras yo planeaba cómo seguir con mi plan al día siguiente. Lo miraba dormir fijamente, pensando.
Al día siguiente cuando lo vi lo saludé y volví a fingir interés. De verdad era un chico guapo, no muy lejos de mi gusto personal, pero era obvio que yo sólo estaba aquí por compromiso. Comenzaba a pasarla bien, a divertirme, me sentía de alguna manera un poco infantil, hacía mucho que no me divertía tanto como hasta ahora, empezaba a verle el lado bueno de mi encomienda. La muerte no me ponía feliz, y pensar que la diversión y felicidad sólo me duraría una semana era algo triste, pero la aprovechaba como podía. Me hice amiga de varias personas, era como si... De alguna forma, no tuviese siglos de existencia con apariencia de adolescente, me sentía joven.
Al día siguiente noté que comenzaba a tomarme más en serio mi papel de humana. Me divertía y reía como una. Realmente me agradaba mucho pasar el tiempo con Michel. Era gracioso, pues hace dos días mis pensamientos eran muy superficiales.
Al terminar el día, Michel se ofreció a llevarme a mi casa, le dije que no porque en realidad no tenía ninguna. Pero acepté que me diera "un aventón" y me subí a su auto. Inventé una dirección para que me llevase, y así lo hizo. Durante el camino para no quedarme en silencio empecé a preguntarle cosas como cuál era su música favorita, cuál odiaba, hobbies, mejores amigos, un poco de sus anécdotas... Pero llegando a este punto él quiso preguntarme lo mismo. Fue entonces que me di cuenta que no tenía personalidad. No era algo común en los ángeles tener, ya que de alguna manera sólo existíamos para servir a nuestros superiores. Me sentí vacía.
-En serio, dime ¿qué música te gusta? -insistió poniendo la radio cambiando de estación a estación. No entendía muy bien por qué, pero me limité a decirle la verdad. Y después me arrepentí.
-Bueno, en realidad yo no sé nada de música.
-¿Bromeas?. La música es lo que hace que el mundo gire, nena -Sólo me reí, porque en el fondo rogaba porque ningún supervisor del cielo me estuviera poniendo atención. Esto podría costarme el puesto.
-Oye, déjame en esta parada de autobús, de aquí caminaré o tomaré un camión -se estacionó y me miró.
-¿De verdad que no puedo llevarte a tu casa? -parecía de verdad interesado en seguir más tiempo libre de casa, conmigo.
-Créeme, es mejor así.
-Eres una chica misteriosa. Eso me gusta, no es común en las chicas, la mayoría sólo se la pasan revelando sus secretos, si es que se les puede llamar así, para verse más interesantes, pero en realidad a mí me aburren -lo agradecí, suponiendo que debía tomarlo como un cumplido y sonreí.
Pero inesperadamente se acercó a mí y me besó. No hubo manera de haberlo predicho, de haberlo evitado. Una parte de mi cabeza me decía que lo más correcto y coherente era alejarlo de mí. Pero, jamás había besado a alguien. De hecho, los ángeles no se besaban, ni aunque entre ellos estuviesen enamorados. La curiosidad mató al gato. La sensación era indescriptible, me sentía muy... humana. Me sentía viva.
Aprendí rápidamente y le correspondí el beso. Me desabrochó el cinturón de seguridad y eso me mostraba que no tenía cabeza para nada, pues no había notado cuando él se lo había retirado. Lo abracé por el cuello y el jalándome por la cintura me atrajo a su regazo, dejando atrás mi asiento. Corrientes eléctricas me recorrían desde la nuca por la espalda depositándose al fin en mi vientre.
Juguetonamente despeiné sus ya alborotados rizos mientras mordía mi labio. No podía creer que hubiese mandado al infierno todo mi orgullo, mi coherencia y reputación. Ni siquiera me reconocía a mí misma. No recordaba haber sentido en mi vida tantas emociones a tal potencia y tan variadas. Incluso no reconocía algunas. Tampoco recordaba alguna vez quedarme sin aire en los pulmones pero en contra de lo que deseaba me separé de él jadeando fuertemente. Él se encontraba igual. Conforme mi respiración y palpitaciones se normalizaban, mi mente volvió a funcionar.
¿Qué había hecho?. ¿Cómo había olvidado mi trabajo y mi papel?. ¿Cómo había olvidado la profecía tan rápidamente?. Tenía que actuar como humana, no ser y sentirme humana.
De pronto, irónicamente, me preocupé por él. No quería que por mi culpa, vinieran a matarlo después de arrancarme las alas y mandarme al infierno para siempre.
Me quité de su regazo rápidamente, y volví a sentarme en el asiento de copiloto. No sabía qué hacer. Miré apurada a todos lados esperando encontrarme con mi castigador en cualquier lado. No había nadie, lo cual lo hacía más aterrador, pero mi sensibilidad me decía que no había nadie amenazador cerca, pero sí sentía una presencia celestial cerca. Asustada miré de nuevo a todos lados y entonces la vi. Era Shirley. Estaba posada en el techo de una casa cercana, obviamente en estado invisible. En su cara había la misma impresión que la mía, incluso había miedo. Rogaba porque no me fuera a acusar con ningún otro ángel o lo que fuera que tuviera conexión al cielo. Le dirigí una mirada de súplica.
-¿Qué miras, hermosa? -me sobre salté al oírlo. No es que hubiera olvidado su presencia -imposible olvidarla- sino que no esperaba que se hubiera dado cuenta de mi temor. Controlé mis sentimientos para que no se reflejaran en mis ojos. Hermosa...
-Es que parece que no falta mucho para que llueva, eso marca mi salida de escena -le dije sonriéndole. No quería pensar que sería la última vez que estaría con él así. Insistió en llevarme a casa, pero yo también insistí en que no hacía falta. En un instante en el que lo miraba a los ojos pasaron varios pensamientos por mi mente.
¿Qué me sucedía?. Estaba fuera de control... ¿Qué es lo que sentía?.
Luego, si mis sospechas eran ciertas acerca de mis sentimientos y lo que me pasaría en una futuro muy corto... Si me iría al infierno, me iría a él con todas las de la ley. Me acerqué otra vez a él y lo besé, pero esta vez fue un beso tierno, tranquilo. Era -no quería ni pensarlo- quizá mi beso de despedida.
-Te amo -musitó y yo me estremecí. No debía llorar, no enfrente de él. Así que sólo le dije la verdad:
-Yo también.
Me bajé del auto, él encendió el auto y se fue. Apenas se alejó de mi vista, volteé alarmada otra vez hacia donde había visto por última vez a Shirley. Seguía ahí, con su mirada confundida. Asegurándome de que no había ningún humano viéndome y siendo así, me hice invisible y volé al techo con Shirley. Lo hice lento, no quería que pensara que la iba a atacar o algo así, después de todo lo que acababa de hacer, era como revelarme ante mi superior, bien podía volverlo a hacer. Pero ella se quedó ahí. Me senté a su lado.
Hablamos durante una hora, con el conflicto interno de lo que era correcto y lo que queríamos. Ella no quería acusarme, pero sabía que tenía que. Le supliqué. Traté de convencerla de que, si me iba a acusar, que lo hiciera después de la muerte de Michel, por qué si él se iba a morir para mí ya no tenía sentido seguir siendo el ángel que escoltaría su alma ante los grandes. En el momento que expresé eso, sentí en mi interior el peso de lo que ello significaba. Me había enamorado, y yo estaba dispuesta a renunciar a mi puesto, a mi estado angelical por ir al infierno en cuanto él muriera.
Ella también lo entendió, y fue por eso en que estuvo de acuerdo en guardar mi secreto.
-Sólo ruega porque nadie en el cielo te haya visto.
Pasé otra vez la noche en su habitación, con Shirley. Estábamos prácticamente en guardia, esperando lo peor. Pero esa noche nadie hizo acto de presencia ahí. A la madrugada siguiente deseamos con toda nuestra existencia que eso fuera muestra de que nadie más que nosotros tres lo sabía.
Este nuevo día al llegar al plantel me di cuenta de que había olvidado un pequeño gran detalle: Michel le había platicado a sus amigos con mucha emoción que él y yo éramos novios, y que nos habíamos besado. Mi nuevo lado humano se sentía feliz, e incluso orgullosa de que él fuera tan feliz por ello, pero el miedo me gritaba por atrás que eso podría ser la sentencia de muerte de ambos. Así que fui con él y le pedí que habláramos a solas.
-Preferiría que lleváramos nuestra relación en secreto, Mich -no entendía de dónde se me había ocurrido decirle así, pero sonaba bien.
-Pero, mi ángel, no entiendo por qué habremos de ocultarlo -me estremecí cuando me dijo "mi ángel". Me dejó atónita con ese sobrenombre de cariño. Estaba cien por cien segura de que él no sabía lo que era, pero... Si supiera que soy la versión más oscura de un ángel que jamás podrá conocer...
El dolor me invadió al recordar que sería yo la que lo orillara a su muerte. Pero traté de controlarme, él no podía ver dentro de mí.
-Sí pero... Bueno, es que... -tenía que buscarme de nuevo una buena historia, una buena excusa...-, eres mi primer amor, y ... bueno, todo esto es tan nuevo para mí -¿Cómo podía otra vez decirle la verdad?. Él sacaba lo peor y mejor de mí.
Su mirada café era tierna.
-Si eso crees que es lo mejor, está bien -sonrió- de todos modos sólo se lo he contado a cuatro, y ellos son los mejores amigos del mundo, así que si se los pido, no dirán nada, tenlo por seguro -me dio un ligero roce en los labios y nos levantamos.
El día pasó. Yo seguía enormemente feliz, jamás me había sentido así en mis largos siglos de existencia. Pero mi mente se encargaba arduamente en mantener un lado oscuro, pesimista, que me recordaba mi misión, mi precio a pagar, y mis preocupaciones hacia que nadie en el cielo supiera de esto antes de...
El día pasó. No quería tentar a la mala suerte así que no me puse reacia en cuanto a preguntarme qué tanto podrían ver los superiores. Deseaba con toda mi maldita y desgraciada existencia que pudiese besar un poco más esos labios. Pero no podía jugármela. En mi interior me pelaba conmigo misma diciéndome "¿Qué más da?" y el "No quiero apresurar nuestras sentencias". Sólo me di el lujo de besarlo una vez más, y lo aproveché como pude.
En la noche, otra vez estuvimos alertas. Pasaron horas y quería sentirme más en confianza. Ahora mi problema mayor era: ¿De dónde tomaría yo las fuerzas para cumplir mi trabajo?. Comencé a sollozar. Shirley se acercaba hacia mí para consolarme, pero entonces ocurrió lo que tanto esperábamos, lo que tanto temíamos.
-Ahí está -me señaló Gianella. Detrás de ella venían unas criaturas negras, horrendas, sin alma-, tómenla y quítenle las alas.
-¡NO! -grité y traté de huir volando, pero no pude, un hombre que se me hizo muy familiar con las alas negras como las mías, me detuvo-. ¿Yassell?. ¿Qué haces?. ¡Déjame! -le supliqué. Su rostro estaba oscuro, sin vida, parecía apenado y muy dolido. No me soltó. Me llevó ante las feas criaturas-. ¿¡Qué haces!?. Creí que eras mi amigo, ¡que me querías!.
-Exacto, sólo soy tu amigo, ¿no lo entiendes?. Siempre te busqué, siempre te pedía que me dejaras ser algo más que tu amigo, te pedía que me amaras como yo lo hacía. ¿Y qué haces tú?. Vas y besas al primer humano que te encuentras.
-Lo que haga yo no te incumbe, a quien ame yo tampoco. Entiende que no por amar a alguien significa que te pertenece. Si de verdad me amaras no me harías esto, no te importaría con quién fuera feliz, sino que de verdad lo fuera -Casi le grité. No podía creerlo.
Una vez que terminé de decirlo, sentí en mi espalda el peor dolor que no puedo describir. Fue desgarrador. Me habían arrancado las alas y yo gritaba de agonía. Podía sentir la sangre correr por mi espalda y juro que jamás me había sentido tan miserable, tan impotente.
-Te mandé a hacer un trabajo, no te mandé de vacaciones -siguió Yassell- ya no tienes permiso ni podrás ir al paraíso más.
-¿Paraíso?. Créeme, el día que lo besé por fin pude conocer lo que en realidad era paraíso. El cielo no es más que otro lugar en el miserable mundo. Un lugar lleno de personas vacías, egoístas y sin una idea de lo que es la felicidad y el amor -escupí. En el grado en el que estaba, ya nada me importaba. Sentía cómo comenzaban a cicatrizar mis heridas de manera mágica.
-¿Ah, sí?. Pues ese chico se irá al cielo y tú al infierno, ¿qué puedes decir al respecto? -me quedé sin habla. Ya lo había pensado, pero no quería creerlo.
-Se lo merece, ni siquiera entiendo por qué ha sido castigado sentenciado a muerte desde tan joven -contesté al fin. La voz de Shirey se oyó en ese momento.
-Entonces, ¿darías tu vida ahora humana por la suya?.
-Por supuesto -contesté rápidamente. Shirey sonrió.
Entonces desaparecieron las criaturas negras y contra su voluntad, Yassell y Gianella también. Entonces dejé de ver y oír para sumergirme en la penumbra. Había muerto, estaba segura. Quería llorar. No quería que él muriera, aunque fuera al cielo, quería que viviera.
Entonces abrí los ojos. Había mucha luz. No sabía dónde estaba, pero me incorporé rápidamente y miré a todas direcciones. Tenía que salvar como fuera a Michel. El lugar era blanco y olía a desinfectante. Había un pitido molesto y cuando me moví sentí un tirón en mi brazo un poco doloroso. Tenía un tubo de plástico entrando en mi brazo. Era un hospital.
-¿¡Qué demo...!?.
-¡Oye, quédate recostada, te vas a lastimar! -volteé a ver quién me empujaba hacia abajo y me sorprendí como nunca.
-¿Shirley?. ¿¡Qué está pa...!?.
-¡¡Sssshhh!! -me cayó y luego susurró- no digas ese nombre aquí, ¿qué no ves que no estoy en mi modo invisible por estar cuidándote a ti?. ¡Me hago pasar por enfermera!. ¡Por Dios!. Ni en mis más locos sueños...
-Pero, ¿y Michel? -sonrió.
-Él está bien y te visita muy seguido -Vio mi cara de exasperación y continuó- Tú diste tu existencia por él, un sacrificio, pero tú todavía llevabas sangre celestial y tus cicatrices no cerraron del todo, lo cual significa que todavía no te convertías en humana. Tu existencia angelical se la entregaste y te quedaste con la humana -Una sonrisa se extendió por mi rostro al comprender. Y ella asintió con una sonrisa también. No había cómo decirle gracias, así que busqué abrazarla con mi brazo libre.
-En cuanto te recuperes, dejaré de fingir y volveré a ser ángel guardián -me guiñó un ojo-. Pero ya no lo seré de Michel ahora que ya no lo necesita, pero te pido que cuides muy bien de ese "hijo mío" -ambas rompimos reír.
FIN
BAJO EL ALA DE UN ÁNGEL
El hospital era oscuro y sombrío. Las personas parecían zombies y el ambiente estaba cargado de tensiones. Algunos recibían la mala noticia de que alguno de sus familiares tenia cáncer o simplemente que había fallecido, pero la familia de Jail recibía una noticia mucho más siniestra.
-Si me permiten la expresión su hijo la verdad no sabemos que tiene. Nadie en este hospital ha podido detectar que enfermedad esta matando a Jail. Lo sentimos. Hemos enviado un correo electrónico al hospital de Madrid pero no ha habido respuesta, lo sentimos muchísimo. Seguiremos investigando pero no aseguramos nada.
Cristine, la madre de Jail, lloraba silenciosamente. Su hijo estaba entre la vida y la muerte pero ella no podía hacer nada. Estaba impotente delante la misteriosa enfermedad. Carl, su padre, tampoco estaba demasiado bien pero ya tenia trabajo en consolar a su esposa. Ya hacia algunos meses que Jail, había enfermado pero por más médicos que pasaran él no se curaba y lo peor es que tampoco sabían que tenia.
Poco a poco Jail se estaba muriendo y cada día le quedaba menos tiempo de vida. Sus padres y los médicos se habían rendido a la muerte pero un hecho hizo que cambiaran de parecer...
Jail estaba cada vez más agotado, ya casi no podía ni ir al baño. No sabia que tenia y según le habían contado sus padres los médicos tampoco. Sus músculos estaban agarrotados y estarse de pie le resultaba tremendamente doloroso. Su madre intentaba hacerle la vida más fácil pero a veces le daba tanta pena que se guardaba las quejas para él.
Un dia, alguna cosa cambio. A las siete y media de la mañana llegaron unos médicos para arreglar la habitación. Cambiaban las sabanas y cubrían de almohadas toda la cabecera. Extrañado Jail pregunto por que lo hacían y para su sorpresa le dijeron algo así como:
-Al parecer hay una chica con una enfermedad semejante a la tuya. También desconocida.
Eso aunque fuera muy egoísta lo reconfortó, no era el único con esa maldita enfermedad. No tardaron mucho en traerla y le animó ver que era preciosa. Tenia el pelo rubio, liso, y sus ojos eran de un verde esmeralda. Vestía una camisa, una finísima chaqueta blanca y unos pantalones de pijama. Su aspecto era delicado y sus rasgos juveniles y picarones. Era guapa, muy guapa.
-Hola -respondió ella cuando reparo en él-, me llamo Alex ¿y tú?.
-Jail -murmuro él con inseguridad.
-Encantada Jail -su voz esta vez sonó melodiosa y encantadora.
A la hora de comer, Alex ya se había ido a hacerse un par de pruebas. Así que Jail estaba solo en la habitación. Sorprendido comprobó que su menú no era el de siempre. En vez de ser un bol de arroz y compota de manzana le habían traído una hamburguesa con queso.
-Disculpen -dijo él todavía de piedra- este no es mi menú.
Por suerte un enfermero que pasaba por allí le prestó atención. Con un leve gesto inclinó la cabeza y revisó la lista.
-Creo que si, en la bandeja pone tu nombre y en la lista pone que esto es lo que te toca -respondió el enfermero con aires de superioridad- y las listas no se equivocan nunca.
Con un gesto de agradecido se comió con muchísima avidez la hamburguesa. Estaba tan buena que se le saltaron las lagrimas.
Por la tarde, Alex ya estaba de vuelta y estaba hojeando una revista. De repente a Jail le entraron ganas de ir al baño. Sabia que no podría solo pero tampoco se lo podía pedir a Alex le daría mucho corte. Deseando que se lo tragara la tierra murmuro:
-¿Alex, me puedes acompañar al baño?.
-¿Al baño?. Creo que puedes ir tu solo.
Jail, avergonzado intentó ponerse de pie. Con asombro comprobó que podía caminar, podía moverse sin ningún esfuerzo aparente. Había entrado casi en un estado de shock cuando recordó que estaba de pie delante de una chica con la que había hecho el ridículo más absoluto.
Después de este incidente no volvieron a hablarse pero Jail sentía que cada vez se tenia más energías. Ya podía hasta correr. Se recuperaba muy pero que muy rápido y eso le asustaba. Le daba esperanza a él y a su familia pero no era normal. Una noche mientras estaba cavilando sobre su estado se le ocurrió preguntar a Alex que le pasaba.
-Con toda seguridad te puedo decir que nadie sabe que me esta pasando, solo yo.
-¿Y por que no se lo dices a los médicos?.
-Por que si no me separarían de ti.
Con esa respuesta Alex dio por terminada la conversación. Pero Jail no entendía su postura. ¿Estaba intentando ligar con él?. ¿Que había querido decir con eso?. Tenia tantas preguntas sin responder que no pudo pegar ojo en toda la noche. Esas extrañas dudas respecto a Alex le estaban reconcomiendo.
Por a la mañana Jail estaba cansado pero desde que se estaba recuperando ya nada se le resistía podía ir tranquilamente al baño o salir a tomar el aire. Los médicos estaban muy confusos pero delante de la recuperación del niño se habían resignado a no intervenir. Alex en cambio lo encontraba totalmente normal, como si lo hubiera visto toda la vida.
Y es que a Jail le daba la impresión de que le estaba escondiendo algo. Pero no sabia ni que ni como podría descubrirlo.
Los días iban pasando muy lentamente, y mientras Jail se iba recomponiendo Alex iba enfermando cada vez más. Se la veía pálida y cansada, apagada. Totalmente diferente de cuando había entrado. Jail cada vez le gustaba más. Ya fuera por su peculiar sentido del humor o por su aire misterioso, él le estaba empezando a querer. Pero sabia que si Alex moría, no lo soportaría así que hizo todo lo que estaba en su mano para evitarla o evitar su contacto. Pero fue inútil.
Una mañana, Jail y Alex estaban en su habitación, solos.
-Jail, ¿te pasa algo conmigo? -preguntó ella inquisitiva en un momento de fuerza.
-¿No por que? -respondió él totalmente sorprendido ante tal pregunta.
-Por que me estas intentando evitar y eso no me gusta. ¿Por qué lo haces?.
En ese momento Jail se dio cuenta del daño que había causado. Arrepentido giró la cabeza en señal de vergüenza. Aun así Alex no se calló y siguió hablando:
-Jail, si te he hecho algo, lo siento, no era mi intención. De verdad.
En ese momento Jail estaba muy furioso consigo mismo. Era horrible lo que le había hecho a Alex. Le había dejado de hablar porque podía morir... Quiso que la tierra se lo tragase pero sabia que tenia que enfrentarse ante tal situación.
-Mira Alex... es que tengo que decirte algo...
-Dime Jail, ¿que pasa?.
-Bueno es que... -las palabras se atragantaron en su boca- yo... te quiero.
Dicho esto fue como si le quitaran un peso de encima. Un alivio inmenso se apoderó de él, pero a la vez también una extraña inquietud. Nunca había sentido nada igual por una chica y eso le daba miedo, pero lo peor era si le rechazaba. Caería en una depresión.
-Jail, mira yo también te quiero pero no de la misma forma.
-¿Qué quieres decir? -pregunté con tristeza.
-Que yo... no puedo quererte como tú lo haces. Es muy difícil de explicar.
-Pero... ¿y todas esas insinuaciones?. Eso de que sino te separarían de mí... ¿que querías decir entonces?.
-Significa que no puedo separarme de ti. Es la verdad. No es que no quiera es que no puedo.
-¿Por qué?.
-Jail...-murmuró ella con un tono extraño pero a la vez inquietante- soy un ángel. Soy tu ángel...
Fue como un soplo de aire fresco. Como si ahora lo entendiera todo, aunque estaba atónito le reconfortó.
-¿Cómo que mi ángel?. ¿Eres como mi ángel de la guarda?.
-Bueno, si pero no. Es diferente porque los Ángeles de la guarda están ahí arriba. Y yo estoy aquí abajo. Soy un ángel terrenal. Solo puedo bajar una vez en la vida para ayudarte. Es lo que vosotros llamáis miraculo. Y la mía era salvarte de la muerte.
-¿Pero y tu muerte?. Estas muy enferma tu también.
-Ya, es otro de los inconvenientes. Soy como una aspiradora, yo aspiro tu enfermedad, el problema es que se queda en mi cuerpo para siempre. Te estoy curando y yo estoy enfermando.
Poco a poco se habían se habían ido levantando y ahora estábamos los dos en el centro de la habitación.
-¿Pero como...?. No puede ser... ¿Pero como lo hiciste?.
-¿Sabes esa hamburguesa que te comiste?, pues tenia un brebaje hecho por mi. Que hacia que absorbiera tu enfermedad y me la transmitiera.
-Pero no puedes morir%85 Por mi... -dijo con lagrimas en los ojos- me siento fatal. Me sentiré culpable toda mi vida.
-No, porque cuando muera no te acordaras de nada. Ni tú, ni nadie -dicho esto, una nube de partículas brillantes la rodearon.
-¿Pero que pasa? -susurró estupefacto.
Sus pies empezaron a desaparecer. Pero antes, con voz muy débil, Alex susurró.
-Me muero Jail, me muero.
-¿Pero por que? -exclamó Jail llorando a lagrima viva.
-Por que... al...guien...debe cump...lir...los...mira...culo..s...de..l..a...gente.
Y suavemente recostó la cabeza en el suelo y murió. Su cuerpo inerte yacía en los brazo de Jail delicado como una pluma.
Y allí, él lloro amargamente la perdida de su mejor amiga.
29 años más tarde Jail se casó y tuvo una hija. Preciosa, y encantadora llamada Alex... Puede que con los años Jail se hubiera ido olvidando pero su persona perduro en su corazón hasta su propia muerte.
-Si me permiten la expresión su hijo la verdad no sabemos que tiene. Nadie en este hospital ha podido detectar que enfermedad esta matando a Jail. Lo sentimos. Hemos enviado un correo electrónico al hospital de Madrid pero no ha habido respuesta, lo sentimos muchísimo. Seguiremos investigando pero no aseguramos nada.
Cristine, la madre de Jail, lloraba silenciosamente. Su hijo estaba entre la vida y la muerte pero ella no podía hacer nada. Estaba impotente delante la misteriosa enfermedad. Carl, su padre, tampoco estaba demasiado bien pero ya tenia trabajo en consolar a su esposa. Ya hacia algunos meses que Jail, había enfermado pero por más médicos que pasaran él no se curaba y lo peor es que tampoco sabían que tenia.
Poco a poco Jail se estaba muriendo y cada día le quedaba menos tiempo de vida. Sus padres y los médicos se habían rendido a la muerte pero un hecho hizo que cambiaran de parecer...
***
Jail estaba cada vez más agotado, ya casi no podía ni ir al baño. No sabia que tenia y según le habían contado sus padres los médicos tampoco. Sus músculos estaban agarrotados y estarse de pie le resultaba tremendamente doloroso. Su madre intentaba hacerle la vida más fácil pero a veces le daba tanta pena que se guardaba las quejas para él.
Un dia, alguna cosa cambio. A las siete y media de la mañana llegaron unos médicos para arreglar la habitación. Cambiaban las sabanas y cubrían de almohadas toda la cabecera. Extrañado Jail pregunto por que lo hacían y para su sorpresa le dijeron algo así como:
-Al parecer hay una chica con una enfermedad semejante a la tuya. También desconocida.
Eso aunque fuera muy egoísta lo reconfortó, no era el único con esa maldita enfermedad. No tardaron mucho en traerla y le animó ver que era preciosa. Tenia el pelo rubio, liso, y sus ojos eran de un verde esmeralda. Vestía una camisa, una finísima chaqueta blanca y unos pantalones de pijama. Su aspecto era delicado y sus rasgos juveniles y picarones. Era guapa, muy guapa.
-Hola -respondió ella cuando reparo en él-, me llamo Alex ¿y tú?.
-Jail -murmuro él con inseguridad.
-Encantada Jail -su voz esta vez sonó melodiosa y encantadora.
A la hora de comer, Alex ya se había ido a hacerse un par de pruebas. Así que Jail estaba solo en la habitación. Sorprendido comprobó que su menú no era el de siempre. En vez de ser un bol de arroz y compota de manzana le habían traído una hamburguesa con queso.
-Disculpen -dijo él todavía de piedra- este no es mi menú.
Por suerte un enfermero que pasaba por allí le prestó atención. Con un leve gesto inclinó la cabeza y revisó la lista.
-Creo que si, en la bandeja pone tu nombre y en la lista pone que esto es lo que te toca -respondió el enfermero con aires de superioridad- y las listas no se equivocan nunca.
Con un gesto de agradecido se comió con muchísima avidez la hamburguesa. Estaba tan buena que se le saltaron las lagrimas.
Por la tarde, Alex ya estaba de vuelta y estaba hojeando una revista. De repente a Jail le entraron ganas de ir al baño. Sabia que no podría solo pero tampoco se lo podía pedir a Alex le daría mucho corte. Deseando que se lo tragara la tierra murmuro:
-¿Alex, me puedes acompañar al baño?.
-¿Al baño?. Creo que puedes ir tu solo.
Jail, avergonzado intentó ponerse de pie. Con asombro comprobó que podía caminar, podía moverse sin ningún esfuerzo aparente. Había entrado casi en un estado de shock cuando recordó que estaba de pie delante de una chica con la que había hecho el ridículo más absoluto.
Después de este incidente no volvieron a hablarse pero Jail sentía que cada vez se tenia más energías. Ya podía hasta correr. Se recuperaba muy pero que muy rápido y eso le asustaba. Le daba esperanza a él y a su familia pero no era normal. Una noche mientras estaba cavilando sobre su estado se le ocurrió preguntar a Alex que le pasaba.
-Con toda seguridad te puedo decir que nadie sabe que me esta pasando, solo yo.
-¿Y por que no se lo dices a los médicos?.
-Por que si no me separarían de ti.
Con esa respuesta Alex dio por terminada la conversación. Pero Jail no entendía su postura. ¿Estaba intentando ligar con él?. ¿Que había querido decir con eso?. Tenia tantas preguntas sin responder que no pudo pegar ojo en toda la noche. Esas extrañas dudas respecto a Alex le estaban reconcomiendo.
Por a la mañana Jail estaba cansado pero desde que se estaba recuperando ya nada se le resistía podía ir tranquilamente al baño o salir a tomar el aire. Los médicos estaban muy confusos pero delante de la recuperación del niño se habían resignado a no intervenir. Alex en cambio lo encontraba totalmente normal, como si lo hubiera visto toda la vida.
Y es que a Jail le daba la impresión de que le estaba escondiendo algo. Pero no sabia ni que ni como podría descubrirlo.
Los días iban pasando muy lentamente, y mientras Jail se iba recomponiendo Alex iba enfermando cada vez más. Se la veía pálida y cansada, apagada. Totalmente diferente de cuando había entrado. Jail cada vez le gustaba más. Ya fuera por su peculiar sentido del humor o por su aire misterioso, él le estaba empezando a querer. Pero sabia que si Alex moría, no lo soportaría así que hizo todo lo que estaba en su mano para evitarla o evitar su contacto. Pero fue inútil.
Una mañana, Jail y Alex estaban en su habitación, solos.
-Jail, ¿te pasa algo conmigo? -preguntó ella inquisitiva en un momento de fuerza.
-¿No por que? -respondió él totalmente sorprendido ante tal pregunta.
-Por que me estas intentando evitar y eso no me gusta. ¿Por qué lo haces?.
En ese momento Jail se dio cuenta del daño que había causado. Arrepentido giró la cabeza en señal de vergüenza. Aun así Alex no se calló y siguió hablando:
-Jail, si te he hecho algo, lo siento, no era mi intención. De verdad.
En ese momento Jail estaba muy furioso consigo mismo. Era horrible lo que le había hecho a Alex. Le había dejado de hablar porque podía morir... Quiso que la tierra se lo tragase pero sabia que tenia que enfrentarse ante tal situación.
-Mira Alex... es que tengo que decirte algo...
-Dime Jail, ¿que pasa?.
-Bueno es que... -las palabras se atragantaron en su boca- yo... te quiero.
Dicho esto fue como si le quitaran un peso de encima. Un alivio inmenso se apoderó de él, pero a la vez también una extraña inquietud. Nunca había sentido nada igual por una chica y eso le daba miedo, pero lo peor era si le rechazaba. Caería en una depresión.
-Jail, mira yo también te quiero pero no de la misma forma.
-¿Qué quieres decir? -pregunté con tristeza.
-Que yo... no puedo quererte como tú lo haces. Es muy difícil de explicar.
-Pero... ¿y todas esas insinuaciones?. Eso de que sino te separarían de mí... ¿que querías decir entonces?.
-Significa que no puedo separarme de ti. Es la verdad. No es que no quiera es que no puedo.
-¿Por qué?.
-Jail...-murmuró ella con un tono extraño pero a la vez inquietante- soy un ángel. Soy tu ángel...
Fue como un soplo de aire fresco. Como si ahora lo entendiera todo, aunque estaba atónito le reconfortó.
-¿Cómo que mi ángel?. ¿Eres como mi ángel de la guarda?.
-Bueno, si pero no. Es diferente porque los Ángeles de la guarda están ahí arriba. Y yo estoy aquí abajo. Soy un ángel terrenal. Solo puedo bajar una vez en la vida para ayudarte. Es lo que vosotros llamáis miraculo. Y la mía era salvarte de la muerte.
-¿Pero y tu muerte?. Estas muy enferma tu también.
-Ya, es otro de los inconvenientes. Soy como una aspiradora, yo aspiro tu enfermedad, el problema es que se queda en mi cuerpo para siempre. Te estoy curando y yo estoy enfermando.
Poco a poco se habían se habían ido levantando y ahora estábamos los dos en el centro de la habitación.
-¿Pero como...?. No puede ser... ¿Pero como lo hiciste?.
-¿Sabes esa hamburguesa que te comiste?, pues tenia un brebaje hecho por mi. Que hacia que absorbiera tu enfermedad y me la transmitiera.
-Pero no puedes morir%85 Por mi... -dijo con lagrimas en los ojos- me siento fatal. Me sentiré culpable toda mi vida.
-No, porque cuando muera no te acordaras de nada. Ni tú, ni nadie -dicho esto, una nube de partículas brillantes la rodearon.
-¿Pero que pasa? -susurró estupefacto.
Sus pies empezaron a desaparecer. Pero antes, con voz muy débil, Alex susurró.
-Me muero Jail, me muero.
-¿Pero por que? -exclamó Jail llorando a lagrima viva.
-Por que... al...guien...debe cump...lir...los...mira...culo..s...de..l..a...gente.
Y suavemente recostó la cabeza en el suelo y murió. Su cuerpo inerte yacía en los brazo de Jail delicado como una pluma.
Y allí, él lloro amargamente la perdida de su mejor amiga.
***
29 años más tarde Jail se casó y tuvo una hija. Preciosa, y encantadora llamada Alex... Puede que con los años Jail se hubiera ido olvidando pero su persona perduro en su corazón hasta su propia muerte.
FIN
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RETORNO
UN CAMBIO INESPERADO
Hoy había sido un día muy duro en el trabajo y estaba exhausta.
Cuando salimos del trabajo mientras el jefe cerraba la puerta nos despedimos como todas las noches todas las muchachas que trabajábamos en la tienda antes de ir montándonos en nuestros coches.
Una vez en mi coche puse mis cosas en el asiento del copiloto, me puse el cinturón y emprendí el camino hacia mi casa.
Cuando llegue dejé el coche aparcado en la cochera y me dirigí a abrir la puerta de la casa, cuando de pronto sentí a alguien taparme la boca con una tela que olía muy raro y cogerme por la cintura antes de dejarme caer en la inconsciencia.
Me sentía como en una nube, como si estuviera sobre algo esponjoso. Escuchaba en la lejanía a alguien moviéndose y hablando solo. Intenté moverme y abrir los ojos pero mi cuerpo parecía no querer moverse, ni mis ojos abrirse.
Pero lo volví a intentar y esta vez si conseguí entreabrirlos y mover mi cuerpo minimamente, lo cual me animó a seguir intentándolo para ver donde me encontraba y quien había en el lugar; consiguiendo después de varios intentos abrir mis ojos totalmente e incorporarme un poco, quedándome sorprendida al encontrarme con unos ojos que parecían esmeraldas mirándome.
Cuando reaccioné por la sorpresa me encontraba sentada en la cama apoyada en unos grandes cojines blancos que desprendían un suave aroma a rosas.
-¿Dónde me encuentro?, ¿quién eres tu?. ¿Por qué estoy aquí?... -Comencé a preguntar al hombre de los ojos verdes que se había sentado en los pies de la cama delante mía.
-Shhh… tranquila. Voy a contestar a todas tus preguntas pero despacio, que llevas dos días durmiendo.
-¡Dos días…! -Le dije elevando la voz e intentando levantarme sin conseguirlo-, tengo que ir al trabajo mi jefe me va a despedir….
-Tranquila María, no te voy a despedir -escuch-e decir a Gabriel, mi jefe, antes de verlo junto a mi.
-Pero... -Comencé a decir mirando a mi jefe.
-Pero… nada. Ángel te lo va a explicar todo, yo solo he venido a ver si ya habías despertado y si te encuentras bien. Creo que se me fue un poco la mano con el somnífero -me dijo tranquilamente-. No te preocupes por nada, ahora perteneces a este mundo -me terminó de decir antes de desaparecer.
-¿Como es esto de que ahora pertenezco a este mundo? -le pregunté al hombre que se encontraba a mis pies.
-Voy a comenzar a contestar todas tus preguntas pero antes creo que debo presentarme -dijo dejando escapar una ligera sonrisa que me cautivó-, ¿no crees?.
-Si, claro. Mi nombre ya lo conoces soy María -le dije tendiéndole mi mano.
-Yo soy Ángel. Encantado de volver a verte -me dijo mirándome a los ojos y dándome la mano.
-Encantada de conocerte, ya que no te recuerdo -le dije aún con nuestras manos cogidas mientras sentía un hormigueo recorrer todo mi cuerpo ante este contacto y esa mirada.
-¿Quieres comer algo mientras contesto tus preguntas? -preguntó poniendo delante de mi una bandeja con un bol de fruta y un vaso con zumo.
-Se ve apetecible -le comenté mirando la bandeja.
-Bueno pues voy a contestar a las preguntas que me has hecho mientras tu comes, ¿de acuerdo?.
-De acuerdo.
-Bien… te encuentras en un bosque donde viven los seres como nosotros una vez cumplimos los 23 años hasta que nos toca cuidar de alguien fuera de aquí como ha sido y es el caso de Gabriel, él que era tu jefe. Aquí nos preparamos para el cambio que experimenta nuestro cuerpo y nuestra mente el día de nuestro vigésimo tercer cumpleaños -me dijo mientras me veía comer.
-Y… -comencé a decirle cuando se calló por unos segundos.
-Ummm... Nosotros somos ángeles que cuidamos de algunos humanos que son especiales y de nuestros propios ángeles durante la adolescencia hasta varios días antes de su 23 cumpleaños, para que no se conviertan en demonios al sucumbir a los encantos de estos. ¿Es que no has visto cerca de ti a ningún muchacho que haya llamado tu atención?.
-Pues si… el otro día entró un muchacho muy guapo a la tienda y estuvo preguntándome muy amablemente cual era mi nombre, cuantos años tenia… mientras yo le atendía, antes de que llegara Gabriel -le contesté asimilando todo lo que me acababa de decir y como había respondido a casi todas mis preguntas sólo me faltaba saber... ¿Por qué pertenecía yo ha este mundo sobrenatural?.
-¿Lo has asimilado todo?, o ¿te repito algo? -preguntó mirándome.
-No repitas nada sigue, por favor.
Aún seguía sin poder apartar mis ojos de los suyos.
Aún seguía sin poder apartar mis ojos de los suyos.
-Vale, pues sigo explicándote. Perteneces a este mundo porque tú estas destinada a ser mi pareja, mi mujer, mi alma gemela y por ello te vas a convertir en un ángel como yo lo soy -me dijo retirándome la bandeja de delante y mirándome fijamente, provocando que me sonrojara levemente.
-Pero los ángeles, los demonios, los vampiros y demás seres sobrenaturales no existen en realidad, sólo existen en los libros y en la imaginación. Además si existen solo podrán casarse y encontrar pareja entre los de su especie, ¿no? -le dije esperando su respuesta.
-Por lo normal sí, sólo podemos encontrar a nuestra alma gemela entre nuestra especie, pero tú naciste de una humana que era especial y por ello tenias la posibilidad de ser especial como ella o un ángel como vas a ser en unos días -respondió-, ¿lo entiendes?.
-Mas o menos.- le contesté.
-Haber... los ángeles nacen de ángeles o de humanos especiales que han nacido de un de ellos -aclaró.
-Ya, entonces puede que mi abuela o mi abuelo o ambos fueran ángeles o alguna otra generación de mi familia por parte de mi madre y ahora me toca a mi, ¿es eso?.
-Sí es eso -dijo-, ¿sigo explicándote cosas o quieres descansar, darte una ducha, pasear?.
-Creo que de entre todo lo que me has dicho prefiero que sigas, si lo ves bien.
-Claro que lo veo bien. Y si tú me lo permites, voy a explicarte como sé que eres mi alma gemela, ¿si? -me dijo levantándose de los pies de la cama para sentarse al lado mío.
-Sigue hablándome, por favor -le dije cuando se acomodo a mi lado.
-Dame tu muñeca derecha -dijo mirándome fijamente.
Yo se la di sin rechistar.
-¿Ves esta mancha en forma de corazón en tu muñeca? -preguntó cogiendola entre sus manos.
-Sí, es una mancha de nacimiento -le dije viendo como me miraba con una sonrisa en sus labios.
-Es lo que te dijo tu madre, pero es lo que nos marca como almas gemelas en nuestro caso, ya que yo también la tengo. Mira -me dijo mostrándome su muñeca derecha.
-Pero no siempre será por manchas, ¿o si?.
-No, claro que no, hay muchas otras formas pero las conocerás todas una vez que te hayas transformado, y por favor pregúntame lo que tienes en la punta de la lengua, que no te de cosa, que no muerdo.
Seguía sonriéndome.
Seguía sonriéndome.
-¿Por qué he sentido un estremecimiento al darnos la mano y al mirante?. Y … ¿Por qué me has dicho encantado de verte otra vez?.
Estaba deseando conocer la respuesta.
Estaba deseando conocer la respuesta.
-No solo tú has sentido el estremecimiento, yo también lo he sentido. Es debido al amor que tenemos guardado para entregarnos mutuamente que se ha comenzado a liberar con ese primer contacto y te he dicho encantado de volver a verte porque te vi cuando naciste -añadió.
-¿Cuántos años tienes entonces? -pregunte mirándolo sorprendida.
-Unos cuantos -me dijo mirándome con diversión.
-¿Cómo que unos cuantos? -pregunté mirándolo y riéndome sin saber el porqué.
-Nosotros no envejecemos. Cuando llegamos a los cuarenta años humanos más o menos seguimos cumpliendo años pero no envejecemos -aclaró riéndose también.
-Ya, entonces... ¿tu cuantos tienes?, dímelo anda... ya que voy a estar contigo para siempre, debería saberlo -le dije intentando ponerme seria.
-Vale… Yo tengo 28 años -me dijo- y me alegra mucho que quieras estar conmigo.
-¿Por qué no iba a querer?. Me das tranquilidad, sabes escuchar, me tienes paciencia... -hize una pausa para suspirar-, estamos destinados a estar juntos y ... creo que lo mas importante y significativo de todo es que te estoy comenzando a querer -le dije intentando evitar su mirada.
-Yo también te quiero y no debe darte vergüenza decirme lo que sientes -entonces tomó mi rostro entre sus manos haciéndome mirarlo directamente a los ojos y dándome un ligero beso en los labios que hizo que me sonrojara- Te dejo descansar -me dijo al verme sonrojada.
-No te vayas, quédate conmigo por favor, eres la única persona que conozco aquí y en la que confio -dije apresuradamente al verlo levantarse de mi lado.
-Vale me quedo, pero descansa, ya que tu transformación comenzará en una horas y no te preocupes que no te va a doler -añadió volviendo a sentarse a mi lado para que yo me acomodará nuevamente sobre su pecho como había ido haciendo poco a poco desde que se sentó a mis pies, a mi lado y quedándose durmiendo al instante después de acomodarme.
ANGEL POV
Segundos después de volver a acomodarse en mi pecho se durmió y yo también.
Me desperté al sentir como su cuerpo perdía un poco de temperatura y ella se movía.
Su transformación había comenzado, su mente se estaba convirtiendo en una pequeña enciclopedia y su cuerpo se iba perfeccionando.
Unas horas más tarde...
Cuando desperté mi cuerpo se había perfeccionado y mi mente parecía una pequeña enciclopedia. Pero a pesar de todo me encontraba bien y lo mejor de todo es que Ángel estaba conmigo, a mi lado durmiendo en este momento, e iba a estar siempre a mi lado para querernos y apoyarnos siempre.
FIN
Mari
_____________________________
RETORNO
Miraba por la ventana de mi habitación, mientras mantenía la pluma blanca de paloma en el aire. Había tenido una discusión con mi tía, no ese tipo de discusiones que uno tiene con su madre, aun le guardaba algo de respeto.
Tenía unos cuantos años viviendo con ella. Yo era, como quienes decían, el peor error de mis padres. O al menos así me lo he planteado desde que tengo memoria. Había llegado sin que ellos lo desearan o al menos pensaran algo al respecto. Era un grave error.
Tenía unos cuantos años viviendo con ella. Yo era, como quienes decían, el peor error de mis padres. O al menos así me lo he planteado desde que tengo memoria. Había llegado sin que ellos lo desearan o al menos pensaran algo al respecto. Era un grave error.
Hace cuatro años, al fin se habían dado cuenta de que ya no podían encargarse de mí y aquí es donde había venido a parar. Había veces que no los culpaba, yo había nacido por alguna razón, estaba aquí por algo. Pero, vivía enojada con ellos. Maldiciendo mi vida, todo era un desastre.
No tenía idea de donde se encontraban ellos, hace cuatro años que no los veía, sin embargo, de vez en cuando me mandaban correos y solo dos veces me habían llamado. Tía Dalila, me decía que todo saldría bien, que no me preocupara por ello. Yo sabía que ella odiaba a mamá. Lo veía en su mirada y en su cambio de tema cada que yo hablaba con ella.
Tía Dalila era una bruja. Mamá era una bruja y yo... poseía algo de ellas. Sin embargo no tenía idea de lo que yo era exactamente. Había vivido siempre con esa duda y sin una explicación muy clara. No era humana y no era una bruja. Allí es donde entra mi padre. Un ángel. Un ángel que se había enamorado perdidamente de mi madre.
No tenía idea de donde se encontraban ellos, hace cuatro años que no los veía, sin embargo, de vez en cuando me mandaban correos y solo dos veces me habían llamado. Tía Dalila, me decía que todo saldría bien, que no me preocupara por ello. Yo sabía que ella odiaba a mamá. Lo veía en su mirada y en su cambio de tema cada que yo hablaba con ella.
Tía Dalila era una bruja. Mamá era una bruja y yo... poseía algo de ellas. Sin embargo no tenía idea de lo que yo era exactamente. Había vivido siempre con esa duda y sin una explicación muy clara. No era humana y no era una bruja. Allí es donde entra mi padre. Un ángel. Un ángel que se había enamorado perdidamente de mi madre.
Los seres que los mundanos llamarían míticos tenemos un tipo de conexión. Algo así como un magnetismo que hace que nos atraíamos, no de la manera en la que mis padres se atraían, si no que podíamos descubrir cuando algo se encontraba cerca, fuera un demonio, un ángel, un hada o cualquier otro ser mítico. Siempre había pensado que eso era malo. Gracias a eso había nacido. Sabía que no era la única especie extraña. Sin embargo si una de las mas insólitas. Una bruja normalmente es considerada del diablo y un ángel es todo lo contrario. Sin embargo yo no lo veía así, mi tía nunca había usado sus dones para el mal, sólo para el bien. Pero de todas maneras, nadie lo veía así, los ángeles y las brujas se repelían. A excepción de mis padres.
Y aquí estaba yo. Su gran error. Ellos vivían huyendo, huyendo de humillaciones y las cosas que la gente decía. Y... yo no estaba en sus planes. Dalila decía que si ellos me llevaban yo caería en lo mismo, sería considerada un desastre y seria humillada. Así que era preferible dejarme con mi tía y seguir la educación de las brujas. Ella decía que era la mejor opción, que en una de esas estrictas escuelas de ángeles no me aceptarían, no podría cumplir nunca mi función porque sería considerada un ser maligno. Como ahora era considerado mi padre.
Así que estaba aquí. Viviendo de una manera respetable.
Y aquí estaba yo. Su gran error. Ellos vivían huyendo, huyendo de humillaciones y las cosas que la gente decía. Y... yo no estaba en sus planes. Dalila decía que si ellos me llevaban yo caería en lo mismo, sería considerada un desastre y seria humillada. Así que era preferible dejarme con mi tía y seguir la educación de las brujas. Ella decía que era la mejor opción, que en una de esas estrictas escuelas de ángeles no me aceptarían, no podría cumplir nunca mi función porque sería considerada un ser maligno. Como ahora era considerado mi padre.
Así que estaba aquí. Viviendo de una manera respetable.
-Brook -tocó a la puerta. En cuanto lo hizo la plumilla que sostenía en el aire cayo por la ventana-. Vamos necesito tu ayuda.
Vi la plumilla caer lentamente. Me puse de pie y le abrí la puerta.
-Vamos, vamos. Necesito de tu poder.
-No quiero hacer magia -musité.
-No me mientas -su voz sonó confiada-, ¿Cómo sostenías entonces la pluma de ángel?.
Bajé la cabeza.
-Era de paloma -mentí.
Vi la plumilla caer lentamente. Me puse de pie y le abrí la puerta.
-Vamos, vamos. Necesito de tu poder.
-No quiero hacer magia -musité.
-No me mientas -su voz sonó confiada-, ¿Cómo sostenías entonces la pluma de ángel?.
Bajé la cabeza.
-Era de paloma -mentí.
Soltó una carcajada y me tomo el hombro.
-Vamos pequeña, y trae otra de tus plumas la necesitaremos.
Tenía una cajita roja llena de ellas. No tenía idea de donde las había sacado, desde que tengo memoria las he tenido, sin embargo quedaban pocas, la mayoría la habíamos gastado en estúpidos hechizos.
-Iré por la que se cayó -murmuré y huí por las escaleras.
Afuera estaba fresco, me cubrí con mis brazos.
Así que tenía que ayudarla. Qué más daba. Tenía que hacerlo, quisiera o no. Me sentía obligada, sentía que si no la obedecía un día de estos iba a terminar sacándome de la casa, aunque estaba segura de que no sería capaz. De todas maneras prefería guardarle respeto.
-Vamos pequeña, y trae otra de tus plumas la necesitaremos.
Tenía una cajita roja llena de ellas. No tenía idea de donde las había sacado, desde que tengo memoria las he tenido, sin embargo quedaban pocas, la mayoría la habíamos gastado en estúpidos hechizos.
-Iré por la que se cayó -murmuré y huí por las escaleras.
Afuera estaba fresco, me cubrí con mis brazos.
Así que tenía que ayudarla. Qué más daba. Tenía que hacerlo, quisiera o no. Me sentía obligada, sentía que si no la obedecía un día de estos iba a terminar sacándome de la casa, aunque estaba segura de que no sería capaz. De todas maneras prefería guardarle respeto.
Miré el suelo lodoso esperando encontrar la pluma en el mejor estado. Entonces lo miré. Sus zapatos negros estaban impecables, a pesar de la suciedad aquí. Y en sus manos mi plumilla tan blanca como siempre.
En su rostro pude ver mucho de lo que necesitaba saber. Ojos azules profundos. Piel traslucida, y cabello rubio. Era un ángel.
No podía despegar la mirada de su hermoso rostro. Pero hice todo lo posible para hacerlo.
Mire mi pluma en sus manos.
-¿Qué eres? -musitó.
En su rostro pude ver mucho de lo que necesitaba saber. Ojos azules profundos. Piel traslucida, y cabello rubio. Era un ángel.
No podía despegar la mirada de su hermoso rostro. Pero hice todo lo posible para hacerlo.
Mire mi pluma en sus manos.
-¿Qué eres? -musitó.
Características de los ángeles. Tal como lo había descrito añadiendo las alas que florecían a los dieciséis. Y que podían ocultar sin problema alguno.
Características de las brujas: Cabello oscuro y largo, piel pálida y ojos negros.
Yo: Cabellera negra, ojos azules profundo piel translucida y no había alas. A pesar de tener diecisiete.
Lo fulminé con la mirada.
-¿Me puedes dar la pluma?.
-De ángel.
Puse los ojos en blanco.
-¿Me puedes dar la pluma? -repetí.
Soltó una débil risita.
Características de las brujas: Cabello oscuro y largo, piel pálida y ojos negros.
Yo: Cabellera negra, ojos azules profundo piel translucida y no había alas. A pesar de tener diecisiete.
Lo fulminé con la mirada.
-¿Me puedes dar la pluma?.
-De ángel.
Puse los ojos en blanco.
-¿Me puedes dar la pluma? -repetí.
Soltó una débil risita.
-Vives aquí -afirmó.
Bajé la mirada. Parpadeé un poco y me mordí el labio. Síntomas de que estaba nerviosa.
Se suponía que nadie debería saber qué es lo que yo era. Sin embargo se sabía fácilmente. Los ángeles, eran respetados. Mi tía los comparaba con la realeza. Eran muy estrictos y claro estaba que no me aceptarían en su "colegio".
Sin embargo, para las demás especies era más bien, respetada, ya que era mitad ángel. No tenía nada que ocultar. Claro, sólo a ellos. Me sentía humillada con tenerlo enfrente simplemente. Me sentía humillada cuando un ángel me miraba.
-¡Vamos Brook, necesitamos hacer eso! -gritó Dalila por la ventana de mi habitación.
-Te llama tu tía -susurró.
-Me he dado cuenta.
Bajé la mirada. Parpadeé un poco y me mordí el labio. Síntomas de que estaba nerviosa.
Se suponía que nadie debería saber qué es lo que yo era. Sin embargo se sabía fácilmente. Los ángeles, eran respetados. Mi tía los comparaba con la realeza. Eran muy estrictos y claro estaba que no me aceptarían en su "colegio".
Sin embargo, para las demás especies era más bien, respetada, ya que era mitad ángel. No tenía nada que ocultar. Claro, sólo a ellos. Me sentía humillada con tenerlo enfrente simplemente. Me sentía humillada cuando un ángel me miraba.
-¡Vamos Brook, necesitamos hacer eso! -gritó Dalila por la ventana de mi habitación.
-Te llama tu tía -susurró.
-Me he dado cuenta.
¿Cómo sabia que ella era mi tía y no mi madre?.
-Soy Ethan -musitó y me tendió la mano con la pluma en ella.
No supe si me la brindaba en forma de saludo o me daba mi plumilla, así que no quise ver que se limpiara su mano y por si fuera peor sentirme más humillada aun. Así que tomé la plumilla sin siquiera rozarle un dedo y salí corriendo.
Habían pasado ya varios meses desde aquel extraño y humillante encuentro. Todos los días lo veía allí. De pie junto al árbol. Había veces que me gustaba observarlo, pero se daba cuenta rápidamente. Lo miraba sólo un segundo y después de eso me ocultaba. Era hermoso eso estaba claro. Entonces fui cayendo, día tras día su olor me despertaba. Escuchaba su respiración y sus pasos. Escuchaba cuando sus manos rozaban las hojas de la árboles. Pasaba el tiempo pendiente de lo que hacía y eso me estaba enloqueciendo.
Así que un día de esos decidí bajar y mirarlo a la cara. Le dije que era suficiente que, qué era lo que quería de mi, que por que estaba fuera de mi habitación día tras día.
Me miró a los ojos y río.
-Soy Ethan -musitó y me tendió la mano con la pluma en ella.
No supe si me la brindaba en forma de saludo o me daba mi plumilla, así que no quise ver que se limpiara su mano y por si fuera peor sentirme más humillada aun. Así que tomé la plumilla sin siquiera rozarle un dedo y salí corriendo.
Habían pasado ya varios meses desde aquel extraño y humillante encuentro. Todos los días lo veía allí. De pie junto al árbol. Había veces que me gustaba observarlo, pero se daba cuenta rápidamente. Lo miraba sólo un segundo y después de eso me ocultaba. Era hermoso eso estaba claro. Entonces fui cayendo, día tras día su olor me despertaba. Escuchaba su respiración y sus pasos. Escuchaba cuando sus manos rozaban las hojas de la árboles. Pasaba el tiempo pendiente de lo que hacía y eso me estaba enloqueciendo.
Así que un día de esos decidí bajar y mirarlo a la cara. Le dije que era suficiente que, qué era lo que quería de mi, que por que estaba fuera de mi habitación día tras día.
Me miró a los ojos y río.
-¿Crees que estoy aquí por ti? -preguntó.
Puse los ojos en blanco. Y lo fulminé con la mirada.
-Bien... sí -afirmó al fin.
-¿Qué es lo que quieres?.
Sentía todas aquellas sensaciones extrañas. Me gustaba, me gustaba casi como me había gustado aquella persona de la que prefería callar.
-Te he mirado día tras día. He escuchado cada movimiento que haces, te he vigilado y me he dado cuenta de muchas cosas.
-¿Quién te permitió hacerlo? -pregunté enojada.
Guardó silencio y miro a las musarañas como si no supiera que responder.
Puse los ojos en blanco. Y lo fulminé con la mirada.
-Bien... sí -afirmó al fin.
-¿Qué es lo que quieres?.
Sentía todas aquellas sensaciones extrañas. Me gustaba, me gustaba casi como me había gustado aquella persona de la que prefería callar.
-Te he mirado día tras día. He escuchado cada movimiento que haces, te he vigilado y me he dado cuenta de muchas cosas.
-¿Quién te permitió hacerlo? -pregunté enojada.
Guardó silencio y miro a las musarañas como si no supiera que responder.
-Tus padres -musitó al fin.
Mi rostro se descompuso en una horrenda mueca. ¿Qué, mis padres aprecian después de cuatro años?.
-Tenía que asegurarme de que no eras un demonio. En el momento en que te vi supe que eras tú. Eres idéntica a tu padre y además inconfundible.
-¿Y qué es lo que quieres?.
Sentí que pronto saldrían de mi rostro las lágrimas, las sentía arder. Mis padres, después de tantos años. ¿Mandaban a este tipo a vigilarme?. ¿Qué era lo que querían?.
-No lo notas -afirmó.
Entrecerré los ojos si entenderlo.
-No me recuerdas.
Mi rostro se descompuso en una horrenda mueca. ¿Qué, mis padres aprecian después de cuatro años?.
-Tenía que asegurarme de que no eras un demonio. En el momento en que te vi supe que eras tú. Eres idéntica a tu padre y además inconfundible.
-¿Y qué es lo que quieres?.
Sentí que pronto saldrían de mi rostro las lágrimas, las sentía arder. Mis padres, después de tantos años. ¿Mandaban a este tipo a vigilarme?. ¿Qué era lo que querían?.
-No lo notas -afirmó.
Entrecerré los ojos si entenderlo.
-No me recuerdas.
De nuevo lo mire confundida. Lo había conocido hace apenas unos meses.
-Claro que no -musitó-. He estado a tu lado... Nos hemos visto, hemos charlado. Incluso me has besado -rió.
Sacudí la cabeza en busca de claridad.
-Estás loco -le espeté.
Se acercó lentamente a mí y tomo mi rostro en sus manos. Recogió los mechones de mi cabello negro que estorbaban en mi rostro y los coloco detrás de mi oreja.
-Recuérdame -susurró acercando su rostro al mío.
Comencé a alejarme lentamente, pero sus manos se aferraban a mi cintura.
-Recuérdame -insistía.
-Claro que no -musitó-. He estado a tu lado... Nos hemos visto, hemos charlado. Incluso me has besado -rió.
Sacudí la cabeza en busca de claridad.
-Estás loco -le espeté.
Se acercó lentamente a mí y tomo mi rostro en sus manos. Recogió los mechones de mi cabello negro que estorbaban en mi rostro y los coloco detrás de mi oreja.
-Recuérdame -susurró acercando su rostro al mío.
Comencé a alejarme lentamente, pero sus manos se aferraban a mi cintura.
-Recuérdame -insistía.
Pero no podía, era como si existiera un bloqueo en mi mente.
-Vamos -su voz sonó tan familiar.
Y entonces aquellos recuerdos que algún día desee borrar volvieron de inmediato. Aquel rostro. Era el, claro que era él. Ian. Él, el chico del que había estado totalmente enamorada. Con el que había disfrutado los mejores momentos de mi vida. Él que había estado en las buenas y en las malas. Él. La persona a la que más había amado en mi vida. Él, el chico que había muerto hace ya un año en aquel accidente automovilístico. Él que me había hecho sufrir más, por quien mas había llorado en mi vida.
-Ian -musité.
-Sí Brook.
Era su voz, sí lo era, sólo que con ese nuevo toque. Había mutado totalmente.
Mis lágrimas se deslizaron sin control alguno. No pude hacer otra cosa que bajar la mirada y llorar sin control. Levantó mi rostro y me obligó a mirarlo.
-Soy yo Brook, el mismo. Tu padre lo ha hecho. Me ha vuelto a la vida como algo diferente.
Lo vi una vez más. Era hermoso, era diferente a como lo recordaba. Pero era él. Mi Ian el único chico del que me había enamorado en mi vida.
-Vamos -su voz sonó tan familiar.
Y entonces aquellos recuerdos que algún día desee borrar volvieron de inmediato. Aquel rostro. Era el, claro que era él. Ian. Él, el chico del que había estado totalmente enamorada. Con el que había disfrutado los mejores momentos de mi vida. Él que había estado en las buenas y en las malas. Él. La persona a la que más había amado en mi vida. Él, el chico que había muerto hace ya un año en aquel accidente automovilístico. Él que me había hecho sufrir más, por quien mas había llorado en mi vida.
-Ian -musité.
-Sí Brook.
Era su voz, sí lo era, sólo que con ese nuevo toque. Había mutado totalmente.
Mis lágrimas se deslizaron sin control alguno. No pude hacer otra cosa que bajar la mirada y llorar sin control. Levantó mi rostro y me obligó a mirarlo.
-Soy yo Brook, el mismo. Tu padre lo ha hecho. Me ha vuelto a la vida como algo diferente.
Lo vi una vez más. Era hermoso, era diferente a como lo recordaba. Pero era él. Mi Ian el único chico del que me había enamorado en mi vida.
FIN
Nesbell
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ACCIDENTE IRREVERSIBLE
Llegaba a mi casa después de una tarde completamente mágica. Las cosas dentro de mi hogar estaban un poco extrañas y mi padre se encontraba en su oficina hablando con una persona, mi madre estaba nerviosa y se alteraba por cualquier cosa. Cuando le pregunte qué pasaba no obtuve más que un: Nada, sube a tu habitación. Intenté obedecer pero mi curiosidad fue más fuerte y me quedé al final de las escaleras escuchando la conversación...
-Ya es hora de que venga con nosotros. Agradezco su recibimiento y el inmenso favor que nos ha hecho, pronto hablaremos con ella. Estoy seguro de que lo entenderá -Habló el extraño.
-Esta bien -respondió mi padre con nostalgia- y, con respecto al chico... ¿qué hacemos? -Preguntó con inseguridad.
-Manténgala alejada de él, es peligroso para ella si están juntos -respondió-. Me aseguraré después que ella no lo vuelva a ver.
***
Reaccioné unos segundos más tarde... Esa “ella” de la que estaban hablando... ¿Era yo?. Y del que me tenían que alejar era... (¿?).
Subí a mi habitación y me tumbe en la cama, pero estaba demasiado inquieta como para poder dormir, luego de varios intentos fallidos para conciliar el sueño me levanté, y salí de la habitación. Las luces estaban apagadas y con mucha delicadeza bajé las escaleras. Todo sucumbía en un pacifico silencio, giré el pomo de la puerta principal con cuidado, cerré la puerta a mis espaldas cuando estaba fuera de la casa. Coloqué el abrigo que cogí al salir sobre mis hombros.
Caminé por la solitaria calle, solo dos cuadras y podía llegar a su casa. No pasaban de las dos de la madrugada, era peligroso que una joven andará por las calles del vecindario a altas horas de la madrugada, pero necesitaba contarle lo que había escuchado al llegar de mi casa, esto no me gustaba para nada.
Pasaron diez minutos desde que estaba enfrente de su casa, ¿cómo despertarlo sin que se asustara?. No podía utilizar el timbre, ahí no lo asustaría solo a él sino que también a sus padres y eso no podría ser nada bueno.
Caminé alrededor de la casa hasta que di con la ventana de su habitación, tomé mi celular y le envié un texto rogando que no tuviera apagado su teléfono. Dos Minutos después se encendió la luz de su habitación y se vio la sombra de alguien acercándose a la ventana, el viento azotó mi cara y un escalofrío me recorrió. La ventana se abrió lentamente, pero el rostro que se asomo por ella no era el que esperaba.
Un hombre como de cincuenta años me miraba con odio, intenté moverme pero no podía, mis músculos no reaccionaban y mi respiración ya se estaba volviendo superficial, traté de apartarme y esconderme o regresar a mi casa pero estaba paralizada, no tenía control sobre mi cuerpo.
El hombre perdió su mirada a mis espaldas y un gruñido salió de su boca. Yo quería escapar, irme de ahí, no tenía idea de que estaba a mis espaldas pero tenía miedo, el temor se apoderó de mí y algo extraño pasó...
El viento sopló más fuerte, llevándose con él mi abrigo que estaba sobre mis hombros, una especie de remolino me envolvió y mi cuerpo temblaba del frío que éste producía, la ventana donde estaba el hombre se prendió a sus alrededores con un feroz fuego, yo seguía como punto de intermedio entre esas dos fuentes de poder, mi inmovilidad desapareció y obligué a mis dormidas piernas a apartarse de ese confuso enfrentamiento.
-Tócala y date por muerto -habló una voz amenazadoramente. Estaba segura de haberla escuchado anteriormente...
La pelea entre aire y fuego se rompió en el instante que esa persona habló, mis instintos luchaban por hacerme reaccionar y correr a la seguridad de mi casa pero no podía hacer nada de esto.
Mi espalda chocó con el árbol más cercano debido a que estaba retrocediendo cuando una sombra se acercaba a mí, no lograba definirla ya que mi vista se encontraba borrosa y la poca iluminación que había de donde la figura provenía no ayudaba, pero por sus contornos era un hombre, miré a mi alrededor y lo poco que logré divisar con la luz que salía de la habitación fue a Kyle detrás de la ventana con una mirada que no mostraba más que pura y dolorosa indiferencia. Luego todo se volvió negro...
Eso, es todo lo que recordaba hasta ahora.
Cuando desperté una luz mortecina se colaba por un ventanal cubierto a medias, me levante examinando el lugar, no era mi casa, de eso estaba segura. Era una habitación, las paredes estaban pintadas de un tono morado oscuro haciendo contraste con una blanca y otra de un color gris opaco. Había un escritorio con un computador, dos muebles negros ambientaban el centro de la recámara y la inmensa cama en la que me hallaba sentada, una nota adornaba una de las mesitas de noche, estiré mi mano para poder leerla.
“Bienvenida a tu nuevo hogar, no te preocupes por lo que pasó a noche, vas a tener mucho tiempo para entenderlo. Ve a mi despacho cuando te levantes, esta al final del pasillo. Alex”.
Dejé la nota en la mesita y me levanté, cargaba la misma ropa de anoche y mi cabello recogido en una simple coleta. Me dolía un poco la cabeza y estaba un algo adormilada, supuse que era porque apenas despertaba.
A paso torpe salí de la habitación, el pasillo era grande, pintado de tonos oscuros y cada dos metros habían puertas a ambos lados con un nombre grabado, de los laterales también descendían otros pasillos donde provenía la luz del sol y se podían visualizar unas áreas verdes, este lugar se perecía a un... internado... "¡Oh, Dios Mío!, ¡mis padres me han internado!". Fue lo único que se me vino a la mente pero para ese entonces ya estaba al frente de la puerta al final del pasillo...
Toqué la puerta suavemente con mis manos temblorosas por lo que me podía esperar, todavía no superaba lo de la noche anterior...
-Adelante.
Giré el pomo insegura y con temor, aun así entre a la estancia. Era cálida, pintada de un color azul oscuro con gris, había un fino escritorio en el centro con sillas de cuero, alrededor un par de bibliotecas pequeñas repletas de libros y cuadros a juego con el color de la pintura. Atrás del escritorio un hombre de unos treinta años me miraba fijamente, sus facciones eran finas y grandes ojos verdes, cabello castaño un poco largo y piel pálida. Su mirada demostraba curiosidad y era intensa. Un minuto en silencio y el comenzó a explicarme.
-Primero, no tienes que estar asustada, no voy a hacerte daño -"¡Genial, notó mi estado!"-. Segundo, todavía debes preguntarte que sucedió exactamente anoche en casa de tu amigo -"Él no es mi amigo, él es el amor de mi vida". Asentí y el continuó-. Lo que sucedió, es lo que sucederá ahora y siempre desde que estés con nosotros. Ellos son nuestros enemigos, creados para luchar contra nosotros, predicadores del bien y según ellos el bando ganador -Tragué saliva ruidosamente y él se detuvo unos segundos.
-Somos polos opuestos Bridget, ellos intentan matarnos y viceversa. Peleamos por un territorio, el Mundo. Al nacer, somos seleccionados por nuestro creador, en este caso, yo te elegí a ti. Nos crían familias que están al tanto de lo que puede pasar, unas están con nosotros y otras están con ellos. Pasamos desapercibidos hasta la adolescencia, cuando nuestros poderes empiezan a reclamar por querer despertar y, ahí es cuando te unes al grupo. Estamos alrededor de todo el mundo, haciéndonos pasar como humanos al igual que ellos, pero somos especiales, una fuerza sobrenatural nos envuelve, y cada día nos preparamos para la ya inevitable lucha, al pasar el tiempo los enfrentamientos se vuelven constantes, ya son difíciles de soportar. A la menor señal podemos perder los estribos, porque los dos clanes buscamos una sola cosa: Poder.
- Ajá... -no podía creer esto- y, ¿exactamente que soy? -pregunté y esperaba no desmayarme al escuchar la respuesta...
-Un demonio -lo dijo en un tono casual como si lo dijera todo el tiempo...
-Para -exclamé-, no sé quién eres, ni que hiciste, pero deja ya las bromas con todo eso de las batallas y disputas por territorios o como sea...
-Deja lo ignorante -me regañó-. Lo siento, es que, mi querida Bridget, tú perteneces a esto. No es una broma y con respecto a tus poderes, no se han desarrollado porque... digamos que tienes que activarlos.
- Ok -intentaba entender-. Si soy lo que tú dices... “aquello” -no quería ni pronunciar el nombre- y tengo poderes, ¿cómo los activo?.
-Fácil, solo tienes que matar a un Ángel y como por arte de magia se activan.
Eso no me lo esperaba, pero la curiosidad era muy fuerte...
-Ya tenemos a un ángel para ti -comento él- Estaba enterado que ayer en tu casa escuchabas la conversación que mantenía con tu padre en el recibidor, estabas al final de la escalera. Por eso te vigilé toda la noche hasta que saliste de tu habitación y si no hubiera estado ahí cuando estuviste en esa casa probablemente ya estarías muerta.
-¿Qué pasaría si me rehúso a matar a alguien? -pregunté con cautela haciendo caso omiso a lo demás, me hubiera pasado de todo pero Kyle nunca me haría daño, aunque ahora dudaba por su mirada fría e indiferente que aún recordaba...
-No mataras a alguien pequeña, mataras a un Ángel, y se te hará muy fácil hacerlo, a este ya lo conoces...
-¡¿Qué?!, ¡¿quién?! -Dije casi en un grito ahogado.
-Kyle -respondió “Alex” con una sonrisa maliciosa.
***
"Sabes que te amo, sabes que siempre lo haré..." Se repetían una y otra vez sus palabras en mi cabeza. Lo tenían en alguna parte de este lugar, y según mi creador ya ha llegado el día. Me quemé las pestañas buscándolo, escapándome por las noches y con sigilo merodear por todos los pasillos y lugares que estaban escondidos, pero no encontré nada. Absolutamente NADA. Toda la noche, desde que había llegado de lo que sería mi último intento de búsqueda, paso entre llantos y lamentos, aparte de maldiciones.
Maldito sea el día en que decidieron que el ángel al que tenía que matar para poder activar mis poderes fuera ese. Y no, no lo iba a matar. Si él moría, yo también lo haría, si él llegara a sucumbir yo sería nadie, y es que, ¿qué sentido tiene seguir viviendo si él no lo está?. Y mucho menos fuera yo la que acabara con su vida. Malditos. Malditos ambos bandos. Se pelean por algo que ni siquiera es suyo, no pueden dejarlo solo al destino, esto ya no es cuestión de quien tenga la razón o que sea mejor para los humanos, esto se volvió cuestión de fortalecer su rivalidad y las ansias de poder.
-Bridget -la voz de Chris inundó la habitación- Es hora, te esperan.
Una solitaria lágrima descendió por mi mejilla, con un suspiro me levanté desde mi puesto a la orilla de la ventana.
Camine por el inmenso corredor hasta la última puerta de la cual se escuchaban unos gritos desgarradores y empecé a temer por lo que me encontraría dentro. No quería averiguar lo que estaba pasando pero ya tenía a Chris a mis espaldas, él no dejaría que me regresara.
Entré silenciosamente en la estancia y el dolor que sentí inundó la habitación. Mis ojos desorbitados por el evento que se reproducía en mis narices.
-¡Basta Alex! -Grité-. ¿Qué crees que haces?. ¡Suéltalo!, ¡lo vas a matar! -Chillé, él me miró y sonrió sádicamente.
-Es tuyo -Abalanzó el cuerpo que sostenía sobre mí, este cayó sobre mis brazos dejándome ver su cara.
Un grito desgarrador se filtro por mi garganta, resonó en todo el lugar.
-¿Kyle? -susurré luego con las lágrimas guindando de mis ojos. Su cara estaba magullada y de su cabeza salía sangre a borbotones, pero todavía se podía sentir el débil palpitar de su corazón.
Mi corazón se partió en tan solo segundos, un nudo en mi garganta ahogaba mi voz, sentía la mirada de Chris y Alex sobre mis espaldas.
Ya arrodillada con su cuerpo inconsciente entre mis brazos mi respiración se hacía lenta, mis propias lágrimas rodaban por su cara.
-Yo no voy a matarlo -dije con voz seca volteándome a verlos. Chris hizo una mueca, Alex sonrió.
Sostuve su cara, deseando ver aquellos ojos miel que brillaban intensamente cada vez que me veía, quise sentir la calidez de uno de sus abrazos, extrañé un “te amo” en ese momento.
A milímetros de sus labios, pose los míos suavemente sobre los de él.
Sus ojos se abrieron lentamente y sonrió entre nuestros labios, me devolvió el beso lo más que pudo...
En ese momento sentía como se escapaba su vida ante mis propios ojos, de un instante a otro lo sentí más pesado, y justo después, una corriente recorriendo cada parte de mi cuerpo con poder...
-Acabas de hacerlo...
Dijo Alex sonriendo triunfalmente, y yo sólo sentía un profundo dolor me quemaba viva en el fuego más desgarrador...
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HOMBRES LOBOS
ANGY W. ¿?
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LUNA TRANSCENDENTE
-¡Ay! -grité antes de caerme al suelo. Ya era como mínimo la séptima vez que me caía. Hoy, definitivamente, no era mi día.
-¡Laura, deja ya de caerte! -Protestó la profesora de educación física, hoy nos tocaba patinar y yo era incapaz de mantener el equilibrio.
-Laura eres la única persona que conozco que no sabe patinar.
Paula, por supuesto, se reía de mí. Ella era mi hermana adoptiva, mi familia la había adoptado cuando ella tenía dos años. Siempre me había caído bien, pero a principio de curso se empezó a mezclar con gente muy extraña, que realmente daban miedo, y desde entonces estaba bastante insoportable. Yo la miré y la tendí una mano para que me ayudara a levantarme, pero en vez de ayudarme me miró con desprecio antes de irse por donde había venido sin ayudarme. Suspiré y a duras penas conseguí levantarme. En lo que quedaba de clase me caí unas tres veces más y en una de ellas me llevé a un compañero por delante. Cuando sonó el timbre que anunciaba el cambio de clase creí que no podía ser verdad. Me quité los patines y salí corriendo de ese infernal lugar. En el cambio de clase me encontré con Susi, mi mejor amiga.
-Hola, ¿que tal? -Le dije.
-Hola, muy bien, ¿y tu?. Te he visto caerte mientras estaba en el laboratorio.
-Estoy bien, lo único que me pasa es que no aguanto a mi hermana, eso es todo -Le conté el numerito en el que mi hermana se burlaba de mí.
-No deberías dejar que te trate así, eres mucho mejor que ella -De pronto se le iluminó la cara-, ¿sabes lo que vamos ha hacer hoy por la tarde a las seis de la tarde? -Yo me encogí de hombros-. Vamos a ir al bosque, allí ahí un sitio para patinar y seguro que aprenderás y la próxima vez la darás una patada en el culo.
Sonreí, la idea no estaba del todo mal y me agradaba la idea de ver a mi querida hermanita tragándose sus palabras. Le dije que me encantaba su idea y me fui corriendo a clase de matemáticas.
Al acabar el instituto me despedí de mis compañeros y corrí a la salida para esperar a Alexander, un compañero de clase que siempre se venía conmigo, después del instituto porque vivíamos muy cerca. Esta vez, en cambio, Alexander no vino solo como de costumbre, estaba acompañada de una chica de cabellos pelirrojos y detrás de ellas estaban mi hermana y sus amiguitos. No me lo podía creer. Alexander se acercó a mí en cuanto me vio.
-Oye Laura, ¿a qué a ti no te importa que se vengan con nosotros tu hermana y sus amigos?.
Le miré fijamente a los ojos y sin responder salí por la puerta y me dirigí a mi casa. De camino intentaba aguantar las lágrimas, porque el único chico que me importaba estaba coladito por mi hermana como siempre pasaba.
Cuando llegué a mi casa, me quité la mochila y me preparé un sándwich con todo lo que me gustaba: lechuga, pollo, tomate, huevo, mayonesa... A los cinco minutos de hacerme el sándwich apareció Paula por la puerta.
-Oye eres muy desagradable, ¿lo sabías?. Alexander lo ha pasado bastante mal por tu culpa que te has ido sin ni siquiera decirla adiós.
Terminó la frase con una brillante sonrisa en la cara, mis ojos ardían de furia pero ella ni se dio cuenta y antes de que pudiera contestarle me arrebató el sándwich que me había preparado y empezó a comérselo. No pude contener más mi impulso y le pegué tal bofetada que se cayó de la silla en la que estaba. Debo reconocer que los primeros segundos fueron los mejores de toda mi vida pero luego empecé a sentirme mal por haberla pegado. Yo creí que se pondría a gritar como una loca pero en lugar de eso dijo: “pagarás por lo que acabas de hacer” dicho esto se levantó y salió de la cocina, en ese momento sentí un escalofrío.
A las seis menos cuarto salí de casa con los patines en una bolsa. Cuando llegué al bosque Susi ya se encontraba allí. La saludé y comenzamos las clases de patinaje, no sé porqué no la conté nada de lo que había pasado con mi hermana. Susi me fue enseñando a patinar poco a poco y debo admitir que me gustaba patinar con ella, no era como en clase que si lo hacías mal la profesora te dejaba en ridículo delante de todos. A las ocho de la tarde ya sabía patinar lo justo para no caerme ni hacer el ridículo en clase. Susi me dijo entonces que sería mejor irnos porque iba a anochecer dentro de poco. Ya había caído la noche cuando llegué a casa, saludé a mis padres dándoles un beso y un abrazo y por su actitud Paula no les había contado que yo la había pegado.
-Oye Laura, ¿es apropósito eso de ir solo con un pendiente o es que se te ha perdido?.
Yo me toqué las orejas y me alarmé, los pendientes que había llevado hoy eran los que me regalaron por navidad y me encantaban.
-Ay madre, creo que es posible que se me haya caído patinando.
Salí corriendo por la puerta de la casa y en apenas unos minutos estaba en el bosque. No veía nada pero intenté buscar el pendiente con la poca luz que daba la luna llena. Llevaba más de media hora buscándolo cuando sentí un ruido tras mi espalda, me volví lentamente y vi a mi hermana.
-Hola Paula, oye siento mucho haberte...
Mi voz se fue apagando a medida que ella se acercaba. Cuando estuvo frente a mí lo único que dijo fue:
-Ahora pagarás lo que hiciste.
Algo en su voz me hizo darme cuenta que no estaba de broma así que comencé a correr por el bosque, tenía que pasar un trecho hasta llegar a las primeras viviendas pero con todo el lío que tenía me equivoqué de camino y me adentré en el bosque. Cuando mis piernas comenzaron a flaquearme a causa del esfuerzo echo, me obligaron a parar. Intenté reponerme lo más rápido posible. Cogí aire una, dos y tres veces antes de analizar donde me encontraba. Me había perdido, no reconocía esta parte del bosque. Cuando recuperé el aliento me puse a andar. Al poco rato llegué a un descampado.
-¿Creías que no te iba a encontrar?.
Me volví de golpe y vi a Paula con sus amigos. Unos fuertes temblores sacudieron mi pecho.
-Paula por favor, perdóname no era mi intención pegarte, lo siento mucho.
-Siempre me has tenido envidia y te han querido más a ti que a mí, pero eso se va a acabar.
"¿Eso significaba que me iba a matar?".
-Pero somos hermanas -Dije en un susurro.
-Bueno realmente no, tú no perteneces a esta familia.
Perdona, ¿estaba oyendo bien?. La adoptada era ella.
-Paula, ¡tú eres la adoptada! -Grité.
-¡No!, eso es mentira.
Vi la furia emanar de sus ojos y supe que tendría que estar calladita para poder salir de esta.
-Paula, ya es la hora -Dijo un chico mirando al cielo-. La luna se alzaba en lo alto del cielo.
Paula asintió y sus amigos me rodearon, entre ellos vi a Alexander y una lágrima resbaló por mi mejilla. Entre todos me ataron y me llevaron a un altar de roca que había en medio del descampado. Yo supliqué que me soltaran pero no me hicieron caso.
-Paula, ¿qué me vais a hacer? -Le pregunté.
Ella me sonrió con malicia.
-Bueno, parece ser que tu amiguito Alexander es un buen partido y se quiere convertir en uno de nosotros. Ahora te preguntarás... ¿qué somos?. La respuesta está clara, somos inmortales, pero para convertirnos tenemos que derramar la sangre de un híbrido sobre un altar en noche de luna llena.
-Estáis locos, yo no soy un híbrido, soy una persona normal y corriente.
-No lo sabes porque tus padres realmente no lo son, tus padres biológicos tienen a una niña humana entre ellos, nuestra especie se encargó de cambiar los bebés el día en el que nacieron, una hija de hombres lobos por una hija de unos humanos.
De pronto me vino a la cabeza porque estaba tan furiosa.
-La chica humana que cambiaron por la de los hombres lobos fuiste tu, ¿verdad?.
No me contestó a la pregunta.
Negué con la cabeza era imposible. Miré la luna llena y sentí como esta me hacía cambiar. En ese momento sentí varios temblores por dentro, intenté calmarme pero no podía.
-Esta cambiando rápido, ¡mátala!.
Miré a Alexander mientras temblaba. Él estaba pálido pero en su mano derecha sostenía el cuchillo con fuerza. Las sacudidas iban aumentando y a su vez el dolor. Alexander comenzó a andar hacía mí y cuando solo estaba a un paso de mí levantó su mano al mismo tiempo que yo cerraba los ojos intentando calmar mis temblores. Al segundo noté mis manos y mis piernas liberadas, Alexander me había soltado. Cuando me levanté lancé un aullido a la luna, cuando terminé miré a Paula y salté hacia ella, cuando mis pies tocaron el suelo ya no era humana era una mujer lobo. Paula y los demás temblaban de miedo, rugí y me tiré hacia Paula, la despedacé con los dientes y cuando terminé no quedaba nadie en el claro salvo Alexander, lo que quedaba de Paula y yo.
Poco a poco volví a convertirme en humana, miré a Alexander y él se acercó temblando y me besó.
Después del beso me susurró en el oído:
-Te quiero.
FIN
Claudia
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GIRO FORTUITO
Desde aquella fatídica noche, donde fue atacada por un lobo herido, Jessica no había vuelto a ser la misma. Su humor había cambiado a peor, todo le molestaba y estaba baja de ánimos. No le apetecía salir con las amigas, ni tampoco quedar con nadie.
Algo pasaba con ella, pero no sabía exactamente el qué. Lo que sí tenía claro era que la marca de la mordedura que tenía en el brazo, aún después de un mes, le escocía. Y eso que había cicatrizado con demasiada velocidad, pero aún así, sentía una incómoda molestia en ella.
Todas las noches se quedaba embobada mirando la forma de los dientes del lobo que ahora mancillaban su antebrazo. Con admiración, pasó sus sensibles dedos por esas muescas y se detuvo justo donde había estado una perforación más profunda. Era la que indicaba donde se había clavado el colmillo del animal.
Incluso ahora, en la soledad de su dormitorio, podía recordar perfectamente el trágico suceso...
"Eran más de las doce de la madrugada y por aquél entonces, ella regresaba del bar donde se había reunido con una amigas para tomarse unas copas e iba directa a su casa. No estaba muy lejos, sólo a un par de calles. Lo malo era que tenía que atravesar un espeso parque arbolado para llegar a su destino. Esa noche la luna llena iluminaba el lugar con su blanca luz, facilitándole la visión. No había ni cruzado la mitad del recinto, cuando el lamento de un animal herido la alarmó. Con desconfianza, pero sintiendo lástima por esa criatura, decidió mirar detrás de los arbustos para ver que era lo que pasaba. En un principio, pensó que era un perro negro el que se lamentaba a gritos, pero cuando se acercó lo suficiente al animal, descubrió que estaba equivocada. En ese momento, quiso marcharse, dejar al lobo sollozando y sufriendo allí tirado mientras se desangraba, pero su naturaleza noble pudo más que su raciocinio. Aún con miedo, se aproximó más para comprobar que era exactamente lo que le pasaba y en qué podía ayudarle. Mientras, su conciencia le decía que todo aquello era muy extraño, que no era normal que hubiera un lobo suelto en medio de una ciudad, fuera de su hábitat. Y que tampoco tenía lógica alguna que a la vez estuviera herido por una bala. Por lo que puedo comprobar con gran horror, aquél animal había sido víctima de un disparo. Se sacó un pañuelo de su bolsillo trasero de sus vaqueros y se acercó con la intención de en taponar la herida sangrante y cortar la hemorragia, pero el lobo, creyendo que ella intentaba también dañarlo, se lanzó hacia su brazo con las fauces abiertas. Jessica gritó de dolor cuando sintió los afilados colmillos atravesando su carne como si esta se tratase de mantequilla. En una acto reflejo para salvar su vida, tomó con la otra mano una gran piedra y sin pensárselo dos veces, golpeó con ella la cabeza lobuna, acabando finalmente con su vida. Aprovechó que tenía el pañuelo limpio a mano y con la liviana tela se cubrió la mordedura. Con miedo en el cuerpo y sin saber que hacer ahora con el cuerpo inerte del lobo, Jessica se levantó y echó a correr directa a su casa sin volver la vista a tras. En cuanto llegó, tomó las llaves de su coche y se fue al hospital más cercano para que el servicio de urgencia la atendiera. Les contó lo que le había pasado y el personal que la atendió, se encargaron de avisar a las autoridades pertinentes para que se hicieran cargo de la situación. Cuando llevaba casi una hora de regreso en su casa, drogada con tantos analgésicos, la policía se presentó allí mismo, a las tantas de la madrugada. Los dos agentes jóvenes y bien uniformados, le dijeron que no habían encontrado ningún lobo, ni animal alguno que hubiera fallecido en todo el perímetro del parque. Aquello la dejó totalmente confundida, no entendía como podía ser eso posible, pero no tenía otro remedio que dejar el asunto correr y olvidar el tema".
Y de eso había pasado ya un mes, uno muy largo e interminable.
Jessica dejó de acariciarse la rosada marca y se fue a darse una ducha de agua fría. Esa noche en especial, era diferente a las demás. Por alguna extraña razón, se sentía febril, con muchos sofocos y también le dolía la entrepierna.
Mientras dejaba el agua correr por su pálida y suave piel, Jessica comenzó a enjabonarse, deslizando la jabonosa esponja por su esbelto cuerpo. Sin poderlo remediar, su cabeza se llenó con imágenes de hombres desnudos, todos ellos mirándola con lujuria... con un movimiento de cabeza, Jessica logró apartar esos pensamientos calientes que la estaban atormentando. Algo raro le pasaba, se sentía muy excitada, con una urgente necesidad de sexo.
Rápidamente cerró el grifo y salió del baño, tenía que tomar un trago y olvidar todas esas emociones nuevas para ella. Estaba asustada, no sabía lo que le pasaba ni porqué reaccionaba así.
Aún con la toalla liada alrededor del cuerpo, se acercó a la cocina y se sirvió una generosa copa de vino. En el momento en el que le daba el último trago, sintió sus piernas ceder y calló al suelo. La copa se le resbaló de la mano con la caída y se estrelló en el suelo, a pocos centímetros de donde ella estaba arrodillada.
Y entonces, ocurrió.
Comenzó a sentir fuertes sacudidas que la hacían temblar de manera escandalosa, los huesos comenzaron a dolerle de una manera horrorosa y sentía su carne estirarse dolorosamente. Lo que en verdad duró unos pocos minutos, le parecieron horas de intensa tortura, hasta que todo se volvió negro.
Cuando consiguió abrir los ojos, notó que le dolía cada terminación nerviosa y cada músculo. Incluso hasta los párpados los tenía resentidos. No tenía molécula alguna en el cuerpo que no le doliera de esa manera tan desagradable. Parecía que si le hubiera pasado un camión por encima.
Finalmente consiguió enfocar la vista y después de gemir un par de veces, se levantó lentamente del suelo donde había estado tumbada. No pudo creer con lo que se encontró; no sólo no estaba en el piso de la cocina, sino que estaba en medio del salón. De un salón totalmente destrozado y por lo que parecía, ya había amanecido.
¿Cuanto tiempo había estado inconsciente?, se preguntó sorprendida. Pero eso era lo menos preocupante...
La amplia estancia era un caos, todo a su alrededor totalmente destruido. Los cojines hechos jirones, las figuras hechas añicos, los muebles arañados y con marca de mordeduras.
¿Mordeduras?.
Eso sí que era extraño, ¿que ladrón entraba a robar y se dedicaba a morder los mueles?. Se acercó a la primera marca que tenía más a mano y comprobó con horror que tenía la misma forma que la que ella tenía en su antebrazo. Para estar más segura, puso ésta al lado del mueble para poder compararlas.
Prácticamente coincidían.
Había estado un lobo allí. En su propia casa.
Pero allí no había nadie más con ella, acababa de comprobarlo y la puerta seguía cerrada con llave. Entonces... ¿que era lo que estaba pasando?.
Una fugaz y aterradora idea le pasó por la cabeza, pero enseguida la desechó. Aquello no era posible y punto.
Dispuesta a olvidar todo eso, se dispuso a poner un poco de orden sobre todo aquél caos.
Y así pasó el resto del día y cuando aún quedaba un par de horas para anochecer, decidió acercarse al centro comercial a comprar algunas cosas para reponer parte de todo lo que había perdido en "extrañas circunstancias".
***
Michael estaba eufórico, había conseguido vencer a su rival en el duelo que se había organizado una hora antes del anochecer. Tanto él como su oponente, se rifaban un puesto muy importante para los de su especie. Aquél que consiguiera derrotar a su contrincante, pasaría a ser el alfa de todos los licántropos de la ciudad.
Como venía haciéndose desde milenios, cada cincuenta años, los hijos pródigos de los antiguos que así lo quisiesen, se enfrentaban entre sí hasta quedar sólo uno con vida. El ganador, y por tanto, el más fuerte, pasaba a ser el alfa de su clan.
Esta vez le había tocado a él luchar nada más ni menos que con cinco machos dominantes y finalmente había vencido al último, a Tom. Cada uno de ellos elegía la manera de combatir, tal como una lucha cuerpo a cuerpo, o con espadas e incluso a duelo como había ocurrido con Tom. Había vencido a todos ellos y ahora disfrutaba el privilegio de ser el manda más del lugar.
Pero en este último combate, Tom no falleció en el acto y como un cobarde, salió corriendo aún estando herido. Tanto él como los suyos, fueron en su búsqueda, pero pronto llegó la noche y se quedó sólo. Los otros tuvieron que detenerse para afrontar la transformación. Michael, por ser un hijo pródigo descendiente de un antiguo, podía controlarlo a su antojo. Y esta vez no tenía ganas de convertirse en lobo, tenía que cazar a Tom y acabar con lo que había comenzado.
Supuestamente, su adversario, también podría hacer lo mismo, pero en su estado le sería imposible. Un hombre lobo herido perdía sus fuerzas sobrehumanas y hasta que no se recuperasen tras varias horas de reposo, no volverían a recuperar su fortaleza.
No disponía de mucho tiempo, así que avanzó y se adentró en un parque en su búsqueda y captura.
Ayudándose de su desarrollado olfato, logró seguirle el rastro y lo encontró muerto en el suelo, con una enorme herida en el cráneo. Alguien había terminado con su trabajo.
Satisfecho por que ya podía proclamarse finalmente el vencedor, cogió el inerte cuerpo del lobo negro y se lo echó al hombro y cargó con él de regreso al bosque que estaba a pocos kilómetros.
No tardó en llegar, descargar el peso muerto y enterrarlo junto con los otros cuatro cadáveres.
Después de eso, dejo que su cuerpo se transformara en un enorme lobo blanco y aulló a la noche, anunciándole a los suyos que ya tenían un nuevo rey.
Al poco tiempo, los antiguos enviaron a un mensajero para citarlo esa misma noche.
Michael acudió a la asamblea que se había organizado en su honor y escuchó atentamente a sus superiores. Todos ellos en antaño habían sido también jóvenes alfas como él, pero una vez cumplido medio siglo en ese cargo, pasaban a ser un "antiguo".
Le habían pedido que eligiera pareja ya, que no se demorara en ello. Era una tradición, cada reciente Alfa se emparejaba nada más alzarse en el poder.
Y ahora le tocaba a él.
Y estaban en época de celo.
Y todas las hembras de su raza estaban pululando a su alrededor para llamar su atención. Todas y cada una de ellas, exceptuando las menores y las que ya estaban casadas, estaban deseando ser las elegidas.
Pero él de momento no había sentido atracción por alguna de ellas.
Un mes después de su ascenso, Michael continuaba sin pareja y rodeado de una gran multitud de humanos que iban de un lado a otro en medio de aquél centro comercial.
***
Jessica intentó concentrarse en lo que le decía la dependienta de la tienda donde ahora mismo se encontraba. Le había pedido consejo sobre que tela era la más recomendable para unas cortinas. Pero ella no prestaba atención, su mente estaba lejos de allí. No podía sacarse de la cabeza la extraña noche que había pasado, una que había supuesto la pérdida de varios objetos materiales de su hogar.
La palabra "Lobo" resonaba una y otra vez en su cabeza.
"Lobo".
¿Por qué tenía el presentimiento que las historias sobre hombres lobos eran ciertas?. Un palpito, junto los últimos acontecimientos, le habían llevado a esa conclusión.
Definitivamente esa era la respuesta verdadera. Los hombres lobos existían y posiblemente ella era una mujer loba.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral en ese instante. La sola idea de que eso fuese cierto la desconcertaba.
-Disculpe -le dijo a la mujer que había guardado silencio y la miraba extrañada-, no me encuentro bien.
Y sin más dejó a la dependienta parada en medio de la tienda, con varias telas en las manos y mirándola sin entender nada. Había notado la ausencia de ella, como su mirada había estado perdida y mirando a la nada. Y ahora se marchaba sin más.
Y es que Jessica comenzaba a sentir otra vez como si tuviera fiebre, el cuerpo le ardía, su sexo palpitaba y ahora toda su atención solo se centraba en cada hombre andante que pasaba por su lado.
Estaba nuevamente excitada, confundida y con las manos cargadas con pesadas bolsas de plástico.
Decidió que lo mejor era regresar a su casa y darse otro baño de agua fría.
Sin perder más el tiempo y dejando lo de ir de compras a medias y para otro día, se dirigió a los aparcamientos a por su vehículo.
Cuando ya lo había divisado con la vista, algo la hizo detenerse de golpe. Notaba algo extraño en el ambiente que la atraía.
Giró sobre sus talones y con la mirada comenzó a buscar aquello que tanto ansiaba de esa manera tan extraña y urgente.
***
Michael había comprado ya algunos comestibles para pasar la semana. Su triste frigorífico se lo agradecería eternamente.
Normalmente, su criada Anabel era la encargada de hacer la compra, pero acababa de dar a luz tres cachorritos sanos y hermosos y estaba de baja.
Supuestamente, la sobrina de ésta iba a sustituirla, pero la muchacha estaba de exámenes aquella semana y no pudo ir a atender sus obligaciones para con él.
Y a él le venía bien salir un rato y distraerse. Desde que había ascendido al poder, había estado muy ocupado y en tensión. Los asuntos de política lobuna eran muy complejas y requerían de su atención.
A parte, cada loba soltera de la ciudad iba en su búsqueda, hostigándolo con su aroma femenino y coqueteando con él para acabar siendo la elegida.
Pero ninguna lograba despertar en él sus instintos primitivos.
Hasta ese momento.
Sus fosas nasales se llenaron del dulce olor a hembra.
De una de su especie.
El olor era muy intenso y le produjo varios cambios.
Comenzó a transpirar, sentía un cosquilleo en las palmas de las manos y su miembro se había endurecido.
Dejó la compra en el maletero de su coche y se dispuso a buscar la fuente de dicho aroma.
Enseguida sus ojos se clavaron en una mujer alta, esbelta, morena y con un cabello tan largo que casi ocultaba su redondo trasero.
Ella también reparó en él.
Ambos se acercaron lentamente y quedaron uno enfrente del otro.
Por un momento se hizo el silencio en el lugar.
Jessica no sabía que pensar, aquél morenazo de ojos negros y de complexión corpulenta la atraía como las pollitas a la luz.
Esa atracción era un sentimiento nuevo para ella. Totalmente desconocido.
En lo único que pensaba era en besarlo, rodear sus piernas sobre su cintura y dejar que la pasión se desatase entre los dos.
Después de unos minutos, Michael alzó la mano y le acarició el rostro con delicadeza.
-Te encontré -le susurró.
-¿Nos conocemos? -murmuró ella con un débil hilo de voz.
-No, pero a partir de ahora tendremos mucho tiempo para hacerlo.
Ella lo miró sin entender y sin poder evitarlo tampoco, se puso de puntillas y lo besó.
Cuando sus bocas se separaron, ella estaba avergonzada.
-Perdona... yo... -comenzó a gimotear-... no sé por que he hecho eso... yo...
-Tranquila, es normal -le aclaró interrumpiéndola-, si no lo hubieras hecho tú, lo hubiera acabado haciendo yo igualmente.
-No te lo vas a creer -comenzó a decir ella ignorando su último comentario-, pero últimamente me siento diferente y no sé lo que me hago.
-Estas en celo -le dijo tranquilamente.
Ella abrió más sus azulados ojos y lo miró con incredulidad.
-¿En celo?.
-Así es -tomó sus manos entre las suyas y mientras le acariciaba con los pulgares ambos dorsos, le dijo-, sé lo que eres y yo también lo soy.
Y su mirada se clavó en la marca que Jessica tenia en su desnudo antebrazo, a la vista.
Ella siguió la dirección de su mirada y entendió a lo que él se refería.
-Yo... -no supo que decir-, soy nueva en esto y no entiendo nada -le confeso al fin.
-No te preocupes, tenemos toda la eternidad por delante para explicarte lo que eres, para que te adaptes a esta nueva vida y para que entiendas que me perteneces.
Sus últimas palabras deberían de haberle enfadado, por dar por sentado que ella no tenía elección alguna en eso... pero no fue así. Su mente le decía que aquello era verdad, que ese hombre era su otra mitad, su alma gemela y que deberían estar juntos.
Michael liberó sus manos y posó las suyas alrededor de su cintura y la atrajo más hacía él.
-Eres mía -le aseguró- yo, tu alfa y tu dueño, te reclamo mi compañera.
Y sin más, la besó apasionadamente.
Había encontrado a su pareja ideal en el sitio menos esperado y no pensaba dejarla escapar. Ya habría tiempo después para explicarle lo que significaba ser loba, ahora lo que más le urgía era marcarla como suya.
FIN
La primavera estaba en su apogeo, Ivan caminaba por el bosque, seguido de cerca por unos pequeños niños, ambos niños correteaban por todos lados, haciéndose bromas. Ivan rió, mirando hacia la colina donde un enorme árbol en flor lo esperaba, apretó con fuerza el ramo de flores que tenia en mano.
-¡Abuelo, abuelo!. ¡Apurate! -Los pequeños le gritaban, ambos ya habían llegado hasta arriba de la colina.
D.C. López
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NATASHA
La nieve, caía copiosamente sobre las estepas Rusas. La noche anterior, una tormenta de nieve había impedido si quiera salir del refugio, pero hoy, la naturaleza se estaba portando bien, así que él aprovechó para salir a cazar.
De alguna manera, no le gustaba ser un paria, haber sido expulsado de su manada, dejar su casa y estar solo. De alguna forma al hermoso lobo negro, le hacia falta su gente, su manada que lo acompañara de cacería.
O mas bien a la que había sido su manada.
Él miró al cielo, seguramente otra tormenta los azotaría, los inviernos eran así, fríos e inclementes especialmente para aquellos que eran débiles. “Solo los fuertes podrán tener una vida larga”, él apenas si recodaba aquellas palabras de su padre, palabras duras, para un pequeño niño, pero así había sido criado, el amor era algo secundario, algo que te hacia débil, las hembras eran para aparearse, tener cachorros, pero no debías amarlas, por que eran mas débiles que tú.
El lobo agachó la cabeza al ras del suelo, oliendo entre la nieve el débil rastro de un conejo. Un alce seria lo mejor, pero para su desgracia, no había visto a uno en días, así que en este momento se conformaría con lo que encontrara, una ardilla también seria bienvenida si se llegara a cruzar por su camino.
Pero bueno, el conejo lo esperaba, siguió su rastro hasta lo que parecía su madriguera: “Bingo” gritó para sus adentros, pacientemente esperó para que su presa se descuidara, sabia que tenia que salir de la madriguera, tal vez tenia ahí a sus crías... si tiernas crías. Su boca se hizo agua al pensar en ellas, pero se contuvo, no no podría matar a las crías, en este momento aunque pequeñas, serian capaces de sobrevivir por su cuenta, él solo buscaba a la madre o al padre... incluso a un conejo anciano que le surtiera de alimento solo por este día.
Pronto su paciencia dio frutos, un pequeño y asustadizo conejo asomó su cabeza entre la madriguera, luego aventurándose más, sacó el cuerpo completo, solo un poco más, un poco más... y el conejo, no supo que le había golpeado.
Dos horas después, cansado y húmedo por la nieve, Ivan, caminaba por las estepas, directo a su cabaña. Fue una buena caza, un buen conejo, seria suficiente alimento para él y su compañera por este día. Tuvo que cambiar a su piel de humano, para poder aliñar la presa y llevársela limpia. Ella odiaba tener que ver como quitaba la piel de los débiles conejitos, rió para sus adentros, ella era tan débil, pero aún así, siempre intentaba proteger a los demás, aún cuando ella fácilmente podía ser como el pequeño conejo que llevaba en sus manos.
Sonrió de nuevo, mientras la pequeña estructura de madera donde vivía comenzaba a tomar forma en el horizonte.
Hogar, dulce y cálido hogar. Él había construido esa cabaña, su nido de amor, cada madero, cada roca que usó para la construcción, estaban llenas de su sudor y trabajo. Su compañera intentó ayudarlo, aunque casi siempre terminaba lastimada por su torpeza, a él le había hecho mucha ilusión verla intentar trabajar a su lado, pero ella era tan pequeña, con su cuerpo blanco como marfil, sus cabellos castaños y sus ojos verdes, más parecía una pequeña hada del bosque que una simple humana.
“Ella es débil”, la voz de su padre retumbaba en su cabeza, no sabia por que se acordaba de él en este momento, hacia años que no pensaba en él, pero ahora el recuerdo regresó como un golpe duro “Es humana y es ¡débil!. Ella no es una de los nuestros”. Su padre siempre severo, lo había echado de la manada por tomar esa decisión, el de seguir su corazón antes que su deber, como futuro alfa. Dejó todo atrás, su padre, su familia, hasta a su hijo. No es que este lo hubiera necesitado, él ya era un adulto hecho y derecho, aun así, su partida había decepcionado a muchos.
“¿Y eso que importaba?”, pensó él mirando su hogar, “has sido feliz todo este tiempo, valió la pena todo lo que dejaste atrás”. Un suspiro salió de su pecho, y sonrió, feliz, así es, todo lo perdido había valido la pena.
Subió los escalones que conducían al porche de la cabaña, y se sacudió las botas de piel, no tardó mucho en entrar a la casa, haciendo mucho ruido. A ella le gustaba estar siempre lista cuando él llegara, es por eso que se acostumbró a hacer siempre mucho ruido al entrar, para no sorprenderla.
-Cariño ya regresé, mira, traje un conejo -Él caminó hacia la chimenea, donde ella estaba sentada en su sillón parecía dormida, con su canoso cabello blanco y sus arrugas en la piel, sus ojos que estaban cerrados se abrieron lentamente, cansados, pero llenos de felicidad lo miraron.
-Me alegro que regresaras, temía que te atrapara la tormenta -Ella intentó alzar una mano para tocarlo, pero esta parecía tan cansada.
Él rápidamente se arrodilló a su lado y la tomó entre las suyas, pequeña llena de manchas por la edad con la piel sumamente delgada y fría, pero aún seguía siendo ella, él la besó con cariño y ella le sonrió.
-Estoy bien, estaba más preocupado por que tu estuvieras sola aquí -Le dijo acariciando su mano le miró de nuevo.
¡Ah, dios!, aún con las arrugas y todo, él la amaba, ella había sido todo en su vida, le enseñó el verdadero amor, aún con lo débil que era, ella había logrado vencerlo con su sabiduría, y conquistarlo con su carisma.
“¡Es humana!. ¿Que harás cuando sea mayor?. ¿Cuando las arrugas llenen su cara y sus cabellos estén blancos, mientras que en ti los años no hayan pasado?”. Su padre, aún seguía dándole sermones en su cabeza.
“La amaré, aún cuando ella se haya ido, la seguiré amando incluso después de que su cuerpo se haya convertido en polvo”. Su respuesta seguía siendo la misma, aún cuando tenia a esta débil anciana a su lado, ella seguía siendo la chiquilla vivaz y hermosa de la que se había enamorado, esa pequeñita que logró colarse dentro de su frió corazón y consiguió revivirlo.
El presente lo llamó de nuevo, él aún seguía arrodillado frente a ella, la volvió a mirar y sonrió y ella le regresó el gesto.
-Iré a preparar el conejo, haré un caldo para ti -Estaba a punto de ponerse de pie, pero ella le apretó la mano, impidiéndoselo.
-No espera, por favor, quedate conmigo un rato mas -Le miró a los ojos y él no pudo negarse, la comida podía esperar, pero no una petición de ella.
La tomó en brazos y la llevó con sigo hasta un sillón de dos plazas, donde la sentó y la acomodó a su lado. El fuego en la chimenea estaba perdiendo su fuerza y afuera la tormenta comenzaba a arreciar.
-Iré a avivar el fuego -Estaba por ponerse de pie, pero ella se lo impidió, volvió a mirarlo.
-No, dejalo, por favor quedate -Él la miró desconcertado, pero aún así obedeció, el fuego podía esperar un par de minutos.
Se sentó a su lado y la abrazó cerrando los ojos, ella cayó lánguidamente a su lado, en silencio. Él adoraba estos momentos, el poco tiempo que tenían juntos él lo apreciaba como si cada uno fuera el ultimo.
-La tormenta de hoy sera mas fuerte que la de anoche -Habló él, por alguna razón tenia que hacerlo, necesitaba hacer conversación con ella, poder oír su voz, saber que aún seguía a su lado.
-Si, va a ser una noche muy fría -Respondió ella acurrucándose más a su cuerpo. Él enseguida intentó ponerse de pie, para ir a buscar una manta para taparla pero ella seguía aferrándose a él con fuerza.
-No, quedate conmigo -Le imploró con su mirada, esa mirada a la que él no podía negarse. Con un suspiro se sentó de nuevo a su lado pasando su brazo al rededor del débil cuerpo.
-Esta bien pero, no mucho tiempo, te va a dar frío.
Ella rió, su dulce risa lo tranquilizó, ambos pronto cerraron los ojos y se quedaron abrazados por un rato. Él se dejó llevar por la felicidad de estar en sus brazos, pronto el sueño lo reclamo al igual que a ella y los dos se quedaron dormidos.
“Ivan, Ivan... despierta, ya es hora”.
Ivan abrió sus ojos y sonrió ante la hermosa visión que tenia enfrente, “Natasha, mi Natasha”. La hermosa joven lo veía con sus vivaces ojos verdes y su cabello castaño revoloteando suelto en mechones rebeldes que se dejaban llevar por el viento.
"Ivan tonto... despierta amor, ya ha llegado la hora”, le sonrió ella jalándolo para que él se incorporara. Pronto Ivan se sentó, sorprendido de que ahora estuvieran afuera, que el viento los azotaba y la nieve caía copiosamente, pero no sentía frió, se sentía bien.
“¿Hora?, ¿Hora de que?”, le preguntó mirando a todos lados, desconcertado.
Ya no estaban en la cabaña, estaban en medio de un paraje nevado, todo lleno de hielo y nieve nada mas.
“¿Donde, donde estamos?”, preguntó Ivan incorporándose rápidamente. “¿Natasha?”, volteó a verla bien, comprobando que realmente ella ya no era la anciana que había sido antes de que se hubieran dormidos.
“Natasha... ¿que, que te ha pasado?”, sus manos temblaban cuando se acercó a tocarla, su piel estaba tersa, sus ojos brillantes, hermosos y llenos de vida. Ella ahora no era la anciana que había dormido en sus brazos hacia hace unos instantes atrás, era una hermosa joven, la joven de la que él se había enamorado, la joven que le enseñó el verdadero amor... esa hermosa joven con la que compartió los mejores años de su vida.
Ella le volvió a sonreír, su hermosa sonrisa llena de vida derritió su corazón como hacia años lo había hecho, pero a la vez lo llenó te un temor que hacia mucho no tenia.
“Ya es hora Ivan” volvió a decir ella, Ivan negó con la cabeza, no entendiendo lo que estas palabras decían.
“¿Hora?... ¿Hora de que?”. Preguntó de nuevo, temiendo por alguna razón la respuesta que ella le estaba por dar.
La sonrisa de Natasha se volvió triste bajo la mirada unos minutos y luego regresó su mirada hacia él.
“Debo irme, ha llegado mi hora”, su mirada no vaciló cuando lo miró y comenzó a alejarse de él, “he sido muy feliz Ivan, me has hecho la mujer mas feliz del mundo en estos años”, continuó.
“Ya es hora Ivan” volvió a decir ella, Ivan negó con la cabeza, no entendiendo lo que estas palabras decían.
“¿Hora?... ¿Hora de que?”. Preguntó de nuevo, temiendo por alguna razón la respuesta que ella le estaba por dar.
La sonrisa de Natasha se volvió triste bajo la mirada unos minutos y luego regresó su mirada hacia él.
“Debo irme, ha llegado mi hora”, su mirada no vaciló cuando lo miró y comenzó a alejarse de él, “he sido muy feliz Ivan, me has hecho la mujer mas feliz del mundo en estos años”, continuó.
Ivan quiso caminar hacia ella pero algo se lo impidió.
“Hubiera querido poder estar más tiempo contigo, no haberte encadenado a una anciana decrepita, alguien que mal gastó varios de tus mejores años... fui una carga para ti, pero ya nunca mas lo seré te lo prometo”.
Las lagrimas comenzaron a manar por los ojos de Ivan, temblaba intentando salir del hechizo en que se encontraba y pudiera acercarse a Natasha pero no era posible...
“No Natasha, no...tú eres mi vida, lo has sido todo para mi, nunca, nunca fuiste una carga”. Su cuerpo estaba tenso, intentaba acercarse a ella, intentaba poder abrazarla, pero la fuerza invisible que lo mantenía pegado al piso se lo impedía
“Natasha, por favor, ven a mi, abrazame por favor”.
En otras circunstancias, Ivan se hubiera sentido humillado por el lamentable tono de su voz, pero no era este el caso, si él pudiera, se arrodillaría, le rogaría, pero no era posible. Su cuerpo seguía congelado, a su alrededor todo comenzaba a hacerse blanco, mas blanco que la nieve, casi brillante.
“Mi amor, tú debes seguir adelante, he sido muy feliz, pero ahora, tu manada te necesita, tu gente sufre, ve por ellos, yo estaré esperando aquí cuando estés listo”. Las palabras de Natasha lo golpearon con fuerza, él quería correr tras ella aferrarse para irse con ella. Pero pronto se vió inundado por la potente luz que cada vez era más fuerte hasta que todo se volvió blanco.
“Hubiera querido poder estar más tiempo contigo, no haberte encadenado a una anciana decrepita, alguien que mal gastó varios de tus mejores años... fui una carga para ti, pero ya nunca mas lo seré te lo prometo”.
Las lagrimas comenzaron a manar por los ojos de Ivan, temblaba intentando salir del hechizo en que se encontraba y pudiera acercarse a Natasha pero no era posible...
“No Natasha, no...tú eres mi vida, lo has sido todo para mi, nunca, nunca fuiste una carga”. Su cuerpo estaba tenso, intentaba acercarse a ella, intentaba poder abrazarla, pero la fuerza invisible que lo mantenía pegado al piso se lo impedía
“Natasha, por favor, ven a mi, abrazame por favor”.
En otras circunstancias, Ivan se hubiera sentido humillado por el lamentable tono de su voz, pero no era este el caso, si él pudiera, se arrodillaría, le rogaría, pero no era posible. Su cuerpo seguía congelado, a su alrededor todo comenzaba a hacerse blanco, mas blanco que la nieve, casi brillante.
“Mi amor, tú debes seguir adelante, he sido muy feliz, pero ahora, tu manada te necesita, tu gente sufre, ve por ellos, yo estaré esperando aquí cuando estés listo”. Las palabras de Natasha lo golpearon con fuerza, él quería correr tras ella aferrarse para irse con ella. Pero pronto se vió inundado por la potente luz que cada vez era más fuerte hasta que todo se volvió blanco.
***
Diez años después
Diez años después
La primavera estaba en su apogeo, Ivan caminaba por el bosque, seguido de cerca por unos pequeños niños, ambos niños correteaban por todos lados, haciéndose bromas. Ivan rió, mirando hacia la colina donde un enorme árbol en flor lo esperaba, apretó con fuerza el ramo de flores que tenia en mano.
-¡Abuelo, abuelo!. ¡Apurate! -Los pequeños le gritaban, ambos ya habían llegado hasta arriba de la colina.
Ivan subió mas aprisa, esos pequeños podrían realmente cansar al más fuerte de los lobos, realmente los dos eran pura dinamita. Una vez que estuvo en la cima, ambos corretearon cerca, mientras él se acercaba hacia una apenas visible lápida se levantaba en medio de los arboles. El nombre de Natasha grabado en la piedra apenas era legible.
Ivan sonrió y se arrodilló para dejar las flores.
-¡Ah, Natasha!, eres una mujer cruel, siempre saliendote con la tuya amor... -Suspiró Ivan mirando hacia la lápida y luego al cielo.
-No puedo creer que ya hayan pasado diez años desde que te fuiste... ¿Recuerdas?, tantas cosas han pasado desde entonces. Tú tenias razón, mi manada me necesitaba, poco después de que te enterré a ti, tuve que hacerlo también con mi padre.
Ivan sonrió y se arrodilló para dejar las flores.
-¡Ah, Natasha!, eres una mujer cruel, siempre saliendote con la tuya amor... -Suspiró Ivan mirando hacia la lápida y luego al cielo.
-No puedo creer que ya hayan pasado diez años desde que te fuiste... ¿Recuerdas?, tantas cosas han pasado desde entonces. Tú tenias razón, mi manada me necesitaba, poco después de que te enterré a ti, tuve que hacerlo también con mi padre.
-Nicolai, mi hijo... ¿te acuerdas de él? -Miró la lápida y negó con la cabeza-, si, se que te acuerdas de él. Bueno, pues ya ves, se casó y por ahí andan mis nietos, dos cachorros latosos que no me dejan en paz, son tremendos -Se rió negando con la cabeza mirando a los pequeños que estaban trepando en los arboles.
-La manada ha estado tranquila, pronto mi hijo podrá tomar mi lugar. ¡Ah, Natasha!, ¿al fin me dejaras ir a tu lado?. La verdad estoy feliz de conocer a mis nietos, pero sinceramente, me haces tanta falta mi amor.
Ivan miro al cielo un hermoso cielo primaveral, dándose cuenta de que a pesar de lo mucho que le dolió la muerte de Natasha, ella había tenido razón: Su manada le necesitaba, su hijo también.
-La manada ha estado tranquila, pronto mi hijo podrá tomar mi lugar. ¡Ah, Natasha!, ¿al fin me dejaras ir a tu lado?. La verdad estoy feliz de conocer a mis nietos, pero sinceramente, me haces tanta falta mi amor.
Ivan miro al cielo un hermoso cielo primaveral, dándose cuenta de que a pesar de lo mucho que le dolió la muerte de Natasha, ella había tenido razón: Su manada le necesitaba, su hijo también.
-Natasha amor mio, tenias tanta razón... tanta razón como siempre. Pero no te preocupes, pronto estaré ahí contigo, por fin estaremos juntos de nuevo y ya nada se interpondrá entre nosotros.
Y en ese momento un ligero viento movió las copas de los árboles de tal manera que pareció que estos cantaban y en medio de su canto, Ivan oyó la hermosa voz de su amada.
“Si amor mio, al fin estaremos juntos en la eternidad”.
Guido POV:
-¡¡¡¡Noooo!!!! -saltó hacia atrás privándome del sabor de sus labios que estaba disfrutando. Trepó a una rama y me miró temblorosa-. No te convengo -me susurró al fin.
¿Qué no me convenía?. ¿Qué diablos le pasaba?. Ella era perfecta para mí, o al menos así lo creía yo. Era guapa, dulce, libre de pretensiones absurdas, pero con un buen carácter... Llevaba alrededor de dos meses mirándola, registrándola, admirándola... La amaba...
-¿Por qué? -le cuestioné repentinamente herido. ¿Y si yo no le gustaba?-. Me gustas... desde hace bastante.
-No puedes quererme... -me confesó con la mirada desviada-. Yo... yo maté a tu hermana...
-Imposible... -le contradije de manera automática- A Rebeca la mató un lobo. ¿Qué jamás oyes?.
Intenté bromear, pero a ella no se le escapó ni una tímida sonrisa, solo otra lagrima furtiva en su rostro.
-Créeme... -me suplicó apremiante. Saltó sobre mí con grandiosa agilidad. Seguí su curso con la mirada y jadeé al ver como su cuerpo sufría una metamorfosis antes de tocar el suelo detrás de mí.
Erguida a mas de dos metros del suelo, una loba color chocolate mi miraba con extremo cuidado. Yo por mi parte estaba petrificado... Pude ver como Katia retrocedió cuando vio la cara de repulsión que se formó al atar los cabos... Ella era el animal que había acabado con la vida de Rebeca, mi dulce Rebeca de tal solo dieciséis años.
¿Por qué ella?. La pregunta se repitió constantemente en los segundos en que ambos estuvimos en silencio mirándonos el uno al otro. De pronto, pude percibir como nuevos sentimientos remplazaban a la perplejidad: la aversión, la ira, el dolor... Todos ovillados en mi pecho, empujándose unos contra otro por prevalecer. Apreté la escopeta con indecisión en mis manos... Oí como Katia soltaba un gemido en su forma lobuna y salía corriendo perdiéndose de vista.
Me dio rabia, intenté seguirle, pero me fue imposible alcanzarle. No podía huir por siempre. Volví corriendo hacia un árbol enorme que utilizaba como escondrijo y del hueco de su tronco saqué el arma pequeña, un cartucho de balas nuevas y la daga de mi hermana. Dejé la escopeta, era demasiado llamativa para donde pensaba ir. Buscaría a Katia en su casa.
Cuando estuve cerca de su casa caminé con cuidado de no ser visto. Espié por la ventana de la sala, parecía estar vacía. Escalé la pared con gran dificultad hasta estar sobre el techo, donde me tiré para esperarla.
En algún momento tendría que cruzar esa puerta. Me quede vigilante con el arma bien aferrada a mi mano.
Luego de unas horas de ardua labor de espera, la vi venir. Era ella... en forma humana. Miraba hacia todos lados verificando que no estuviera yo, de seguro. Pero no se le ocurrió mirar hacia arriba. Era el momento perfecto para un ataque sorpresa, más mis brazos no respondían.
Me tranquilice convenciéndome que eso tenía que ver con que, más que venganza necesitaba una explicación, y que no era que yo estaba aún enamorado de la asesina de mi hermana. ¡No!, eso jamás. Yo necesitaba solamente saber el por qué... por qué la había matado... Por qué ella.
No dudé más, con agilidad muy impropia de mí, salté desde mi escondite y la tomé por la espalda sosteniendo la daga de Rebeca a escasos milímetros de la garganta de Katia. Ella se estremeció ante mi contacto.
Podía percibir su miedo... y además su rendición. No podía creerlo. No forcejeaba... No intentaba librarse, ni herirme. Solo estaba quieta allí apretaba por mi brazo, como si ese simple gesto fuera capaz de detenerla. Con ligereza la volteé y la puse contra la pared hincándole la punta de la daga en sus costillas. Fijó sus ojos profundos en mí y la mano con la que sostenía la daga me tembló.
-¿Por qué? -le susurré llenándome de convicción.
-No lo sé -dijo eso en voz baja y desvió la mirada presa del remordimiento.
Con mi mano libre, la tomé de la barbilla, siendo más delicado de lo que pretendía, más mi cuerpo parecía actuar a su modo estando tan cerca de Katia. La obligué a hacerme frente y cuando pude mirarle a los ojos chocolates, todo se volvió repentinamente oscuro.
Forcé la vista para intentar distinguir algo en la inmensa oscuridad, sin embargo no fue hasta que pasados unos minutos todo se fue haciendo claro a mí alrededor. Lo primero que pude ver me fue imposible de creer, parada a unos metros de mí estaba Rebeca, con su expresión de rabia pura que solía poner ante las injusticias.
Le observe fascinado, quise llamarle o acercarme, pero mi cuerpo no obedecía mis órdenes. De pronto el miedo me invadió por completo. Trate de localizar el foco de aquel miedo y me lleve una sorpresa cuando comprobé que era causado por Rebeca. ¿Cómo podía temerle a mi dulce hermana menor?. ¿Acaso no habíamos sido siempre muy unidos a pesar de la diferencia de edad?.
Rebeca dio un paso en mi dirección y un gruñido gutural surgió de algún lugar a mi lado. Solo fue en ese mismo instante en que me percate de que una enorme loba gris se hallaba plantada a mi lado mostrándole los colmillos a mi hermana, como si fuera una amenaza. Mi hermana tiró la cabeza hacia atrás y soltó una gran carcajada sin muestras de temerle a la loba.
Otro gruñido atravesó el aire, más esta vez no provenía de la loba a mi lado, sino que se había escapado de mis labios. No lo comprendí. Rebeca me miró con odio y sin dejarme tiempo a meditar su reacción hacia mí, saltó hacia delante para atacarme. No me moví aunque sabía que me iba a dañar, me hallaba en un estado de perplejidad pura.
Igualmente, antes de que mi hermana acortara la distancia mucho más, la loba gris se plantó delante de mí en pose protectora. Rebeca no se detuvo, al contrario avanzó aún más como si le diera lo mismo a quien iba a lastimar. La loba también apunto en dirección de Rebeca, pero más a la defensiva que a la ofensiva. Mi mis músculos se tensaron al ver que ambos cuerpos chocaban.
Podía ver la sonrisa de suficiencia de mi hermana al retirar la daga del pecho de la loba, que cayó al suelo moribunda. Me estremecí ante semejante acto sanguinario. La loba se desangraba a unos metros de mí y yo sentía, sin poder entenderlo del todo, que parte de mi vida se marchaba con esa criatura.
El animal comenzó a convulsionar. Quería acercarme a ella, aliviar su dolor, pero el miedo a Rebeca me mantenía en mi lugar. Mantenía la esperanza que la loba se levantara en algún momento dispuesta a seguir luchando. No sé por qué lo creía, pero en mi mente no se concebía la idea de que ella pudiese dejar de existir así nomás.
Mis esperanzas no fueron suficientes, la loba finalmente dejó de moverse exhalando su último aliento. Sentí como un dolor agudo me dañaba el alma, al ver como la loba cambiaba de forma hasta no ser más que el cuerpo sin vida de una mujer hermosa de cabello castaño oscuro. La rabia me recorrió las venas, otorgándome un valor que no creía poseer.
Me preparé para pelear con la pelambra erizada. Posicioné las cuatro patas con agilidad y le mostré mis colmillos a mi hermana, que ahora resultaba ser mi enemiga. Olfateé el aire y arrugué el hocico ante el floral aroma de Rebeca. Ella sonrió, poniéndome a prueba.
No aguanté más, con un solo impulso dibujé un arco con mi cuerpo para caer sobre ella. Le mordí con ferocidad el cuello. Y disfruté al sentir como la piel cedía con facilidad bajo mis diente afilados. La sangre me cubrió la lengua, produciéndome un arranque de satisfacción.
Mi hermana no se dejo vencer, apretó con fuerza la daga que llevaba en la mano y elevándola me la clavó en la mejilla izquierda provocándome una herida profunda que me hizo aullar de dolor. "Maldita humana" pensé con bronca y de un tirón le arranqué la cabeza, terminando con su vida.
Abrí los ojos y me encontraba aún al lado de Katia, mirándole a la cara. Retrocedí tambaleante... y la daga se cayó de mi mano rebotando contra el suelo. Me sentía mal, débil. Las imágenes de Rebeca y de la loba gris, daban vueltas en mi cabeza confundiéndome.
Katia me observaba inexpresiva. ¿Qué había sucedido?. Por algún motivo, que no tenía claro, supuse que ella había visto lo mismo que yo. Que había presenciado el... ¿qué era eso?. ¿Un sueño?. No. Era un recuerdo o al menos eso parecía ser. Pero, ¿de quién?, ¿mío? Imposible... Yo no habría matado a mi Rebeca, bajo ningún concepto. Entonces...
-¿Qué fue eso? -pregunté temeroso-. Era un recuerdo, ¿cierto?.
Ella asintió, mas no pudo decir más. Se desplomó sobre sus rodillas contra el suelo y comenzó a sollozar con tristeza. Me acerqué a ella. No podía verle así. Había olvidado mi razón de estar allí, había olvidado todo... Solo quería calmar su dolor. Me hinqué a su lado y le rocé su mejilla con mi mano. Levantó su cabeza y me miró incrédula.
-Era mi recuerdo... -confeso entre lagrimas que yo quería parar-, mi recuerdo de cuando maté a tu hermana...
-¿Quién era ella? -comprendería todo el sentido de aquel recuerdo antes de juzgarle nuevamente.
- Ella... era mi madre.
-¿Qué sucedió ese día? -Detuve mi mano en el aire. Ahora lo aquel recuerdo cobraba más sentido, pero necesitaba que Katia me lo contase.
-Habíamos ido a cazar, solo ella y yo -se restregó los ojos y continuo-. Hasta recién no lo recordaba, pero ahora sí. Estábamos corriendo detrás de unos ciervos, cuando tu hermana nos vio. Mamá se removió nerviosa... Yo no sabía por qué, no supe que tu hermana portaba un arma hasta que la sacó... y mi madre se colocó enfrente de mí cuando ella quiso dañarme... Lo siguiente de lo que fui consiente fue del mi madre muerta; y del dolor que me invadía... No pude controlarme... Lo lamento...
Rompió en un llanto agudo, sin poder detenerse. No sabía cómo proseguir. Por un lado comprendía su dolor... pero por el otro comprendía el mío propio. ¿Qué hacer?. Hasta hacia pocas horas pensaba que Katia era el amor de mi vida y luego la había odiado con toda mi alma, o con gran parte de ella al menos. Ahora... no lo sabía.
-Vete... -me dijo mientras intentaba ponerse en pie-. Aléjate de mí...
Ahora me odiaba... Y podía entenderlo, acababa de recordar que mi hermana había matado a su madre. ¿Por qué me querría cerca de ella?, ¿y por qué eso me dolía?. Solo había un respuesta... aún la amaba, pero que mas daba si ella me aborrecía.
-Se que me odias... Vete... Te comprendo... -Katia volvía a hablarme caminando hacia la entrada de su casa-. Ya sabes todo... Déjame en paz... Ya he sufrido bastante como para que tú puedas hacerme más daño... Pero si quieres matarme, entonces hazlo de una vez...
Me miro desafiante, aunque estaba llena de dolor, logró recomponerse. Yo le devolví una mirada triste.
-Quisiera odiarte... -le dije y ella suspiró angustiada-, pero no puedo. Por más que lo intente por miles de años no lo lograre... Porque a pesar de que el pasado duele, no fue mi culpa ni la tuya. Porque a pesar de todo te amo...
Abrió los ojos chocolates estupefacta. Se quedó en silencio pareciendo procesar de a poco mis palabras. Luego arrugó el entrecejo y yo no supe que significaba.
-Si no me quieres lo entiendo -le dije con un lánguida sonrisa y dispuesto a marcharme ante su negativa.
Dio un paso al frente pero volvió hacia atrás extendiendo una mano, sin sabe que hacer o decir.
-Yo también te amo... -susurró dejando caer su mano y no lo pude creer del todo.
Di un paso hacia ella y esperé su respuesta. Ella sonrió débilmente. Yo de una zancada reste el espacio que había entre nosotros y la abracé con fuerzas. Katia me estrechó entre sus brazos también.
-Que el pasado sea olvidado -le dije al oído y ella afirmó mi frase posando sus labios sobre los míos con una dulzura total.
No importaba nada de lo que hubiéramos hecho nosotros ni nuestras familias, solo importábamos nosotros dos. Ella y yo... y lo que sentíamos el uno por el otro. Un sentimiento, que ni el más profundo rencor podría separar jamás. O eso creía yo...
¿CONTRA EL DESTINO?
Siempre fui una mujer fría y sin emociones, siempre tan vanidosa, obtenía siempre lo que quería sin importar el costo. Soy hermosa, joven y caprichosa, si fueras como yo... ¿Qué decisión tomarías?.
Mi nombre es Marishka aunque prefiero que me digan Marie, mi padre es un científico obsesionado con los vampiros, licántropos o cualquier criatura anormal. Mi madre y yo lo sabemos, no existen, pero mientras en casa no falte nada, ninguna hará comentarios sobre su profesión.
Tengo diecinueve años pero aparento muy bien los veintiuno, mis padres no me niegan absolutamente nada, y la gente que me conoce me alaba, me adora. Lo pido y lo tengo, es mi regla.
Mi novio se llama Devin y me ama con locura, daría su vida por mí, pero en mis planes no está vivir con él por siempre, él se esfuerza mucho, pronto se recibirá como abogado, pero eso no será suficiente para darme lo que yo merezco, mi ideal de hombre es que sea rico y con poder, y lo mejor es que ya lo encontré, tiene una empresa dedicada a algo del petróleo, mi madre dice que es un negocio que deja mucho dinero, hoy lo conoceré y tendré que terminar con Devin aunque me duela, es por mi futuro.
-Hola Marie amor -Devin llegó a mi casa en cuanto salió de la escuela, me dio un tierno beso y lo invité a pasar.
-Qué bueno que llegaste, necesito hablar contigo de algo muy serio.
-Pues ¿que pasa, te sientes bien?, estas algo pálida -esto era algo que me dolía porque lo quería, pero tenía que ver por mí.
-Si solo que, tú y yo, tenemos que terminar, has sido una persona muy importante en mi vida pero no puedo verte más que como amigo, estoy enamorada de alguien más -o más bien pronto me enamoraría, de eso estaba segura, pero tenía que ser convincente para terminar y no tenerlo aquí rogando o algo así.
-Respeto cada decisión que tomes, si es lo que quieres está bien -él se levantó y se dirigió a la puerta, su rostro reflejaba tristeza pero él era fuerte, aunque debo aceptar que en mi mente quería verlo arrodillado ante mí, no solo alejándose, lo acompañe a la puerta y él se fue sin volverme a mirar.
Esta noche seria mía, Salí a comprar un lindo vestido negro que vi hace un par de semanas, era elegante y sexy, tendría que deslumbrarlo. Caminé varias calles y mi vestido ya no estaba, y todo lo que había en esa tienda era espantoso, decidí caminar hacia el centro y una calle antes de llegar se acercó a mí un hombre alto y muy apuesto.
-Señorita este lugar es muy peligroso, no debería caminar sola por aquí.
-Pues aún es temprano y veo mucha gente en la calle, solo iré un par de calles más.
-Sabe nunca había visto mujer más hermosa que usted -eso era algo que oía comúnmente- si le propusiera mantener esa belleza por siempre... ¿aceptaría? -eso si fue raro.
-Si fuera posible aceptaría, pero tengo que irme, así que adiós -ese hombre era extraño, más que mi padre, preferí ignorarlo pero no pude evitar escuchar lo último que gritó
-Si quieres belleza y juventud eterna búscame, estaré cerca.
Compré mi vestido y me fui a casa, perdí tiempo hablando con ese extraño, aunque sentía curiosidad, yo sabía que mi belleza no duraría por siempre, pero era joven y tenía tiempo de sobra de alcanzar mis objetivos.
Mi madre interrumpió mis pensamientos y me avisó que los invitados habían llegado, bajé y mi sorpresa al ver que el extraño trabajaba para mi futuro esposo, eran socios, la cena fue muy amena y cumplí mi propósito, él iba a ser mío, me invitó a cenar y pidió permiso para cortejarme.
Me dirigí a la cocina cuando todos estaban tomando café en la estancia, y el extraño me habló.
-El mundo es muy pequeño, ¿no lo cree así señorita?.
-Tiene razón, y dígame... ¿que hacia un hombre como usted escondido entre las calles del centro, si es socio de Andrew? -ese era el nombre de mi próximo esposo-, no entiendo que haría por esos rumbos.
-Llámeme Travis. Verás, de vez en cuando me gusta salir y conocer, uno se cruza con gente muy interesante de vez en cuando, este fue mi caso el día de hoy, la conocí a usted -se acercó a mí, y alteró cada uno de mis sentidos, su aliento era exquisito, tomó mi mano, su piel estaba fría, y depositó un beso en ella, y consigue que una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo-. ¿Pensó lo que le dije por la tarde?, usted seria perfecta.
-Si lo he pensado -me alejé un poco de él-, y créame si eso fuera posible aceptaría gustosa.
-Yo lo haría posible, tú solo pídelo y lo tendrás.
Mi madre interrumpió en la cocina y nos dirigió una mirada inquisidora, Salí lo más rápido que pude, me dirigí a la estancia y me disculpé, estaba cansada y necesitaba dormir.
No dormí como me hubiera gustado, por la mañana bajé y vi que estaba sola, alguien llamó a la puerta y estaba otra vez ante mi ese extraño.
-¿Usted que hace aquí?.
-No debería recibir así a las visitas.
-Disculpe pero no lo esperaba -le indiqué que pasara y él fue a sentarse directo a la mesa.
-¿Y que se le ofrece?.
-Estoy aquí para ofrecerte algo.
-Pues dígame.
-Se ve que eres una mujer inteligente y sé que aceptaras, yo te ayudaré a que te cases con Andrew en poco tiempo, tengo influencia sobre él, después de conseguirlo tendrás riqueza, y yo puedo ofrecerte lo que sé que deseas, juventud y belleza por siempre -claro que ante algo así aceptaría, si eso fuera posible, tal vez la riqueza pero este hombre estaba más chiflado que papá.
-Digamos que puede hacerlo, entonces acepto pero, ¿que quiere a cambio?, nadie da nada gratis.
-Pues eso es más que obvio, veras quiero la mitad de la fortuna de tu futuro esposo estaba loco-, créeme con la mitad vivirás como reina por más de doscientos años -iba a conseguir lo que quería y no le daría nada a él.
-Pues acepto, pero con la condición que cumplas todo, incluso la juventud y belleza por siempre -esta partida ya estaba ganada, eso nadie podría lograrlo.
-Es un trato señorita.
Pasaron dos meses y en una semana me casaba, estaba muy nerviosa y tenía miedo, no sabía que esperar. Escuché la puerta, abrí y para mi sorpresa Devin estaba frente a mí.
-Hola Marie, es bueno verte después de tanto tiempo -no disimule la sorpresa, sabía que él viajó al extranjero después de nuestra ruptura, pero nadie dijo que regresaba.
-Hola Devin, pasa por favor.
-Gracias -lo invite y fuimos a la estancia.
-Y a que debo tu visita, creí que no te vería más.
-Solo quería felicitarte, supe de tu próxima boda, quería desearte lo mejor y %85 -lo interrumpí.
-Quieres felicitarme por terminar contigo y casarme con otro tan pronto -él definitivamente estaba loco, eso o nunca me quiso de verdad, pero ya que importa.
-Parece que si, pero quiero que sepas algo, me fui porque eres lo más importante que tengo en mi vida, y por ese amor que siento sabía que tenía que dejarte ser feliz, si eso no era posible conmigo, debía aceptar que fuera con alguien más, solo por verte feliz -él me amaba tanto como para dejar que otro estuviera conmigo,
-No es necesario que digas eso -el sentimiento estremeció mi pecho, las lágrimas salieron y no supe cuando.
-Marishka o Marie como prefieras, digo lo que siento y es necesario para que tú lo sepas, te amo y no pretendo venir a arruinar tu boda, solo quería expresar lo que no me atreví a mencionar el día que me fui.
-Devin no sé qué decirte -y sabía que decir pero eso sería mi ruina, como decir gracias por amarme de esa forma, lo que yo siento por ti es igual de fuerte pero preferí una vida de lujos, no ya no había marcha atrás, solo quedaba decir gracias y adiós.
-No tienes que decir nada.
-Gracias Devin y Adiós, será mejor que te vayas, pueden pensar mal de que mi antiguo novio este en mi casa justo una semana antes de la boda -su mirada estaba vacía, quería regresar el tiempo.
-Tienes razón, Marie te deseo lo mejor, que seas muy feliz -se dirigió a la puerta y Salió, no pude evitar llorar, mi corazón estaba vacío, fue mi primer novio y el único hombre al que ame.
Toda esa semana no salí de mi habitación, culpe a mis nervios, pero sabía que si daba la cara antes del gran día, saldría corriendo, los días pasaron muy rápido. Pronto llegó el gran día, mi madre se acercó a mí y ella me conocía mejor que nadie.
-¿Estas segura de lo que haces hija?.
-Si madre, solo que paso tan rápido -traté de fingir.
-Eso espero, quería darte esto antes de la boda, Devin me lo dio hace dos días para ti -era una carta.
-Gracias mama, ahora necesito terminar de arreglarme -ella salió de mi habitación y por un minuto decidí leer el contenido de ese papel, pero desistí, al parecer era una cobarde, si sus palabras me hacían retractarme y dejar plantado en el altar a mi prometido, eso jamás, la guarde en mi bolso y me dediqué a terminar con esto de una vez por todas.
La boda no fue algo de lo que pueda hablar mucho, tanta gente que no conocía, y la mayor parte del tiempo estaba sola, con mama o papa, mi ahora esposo tenía muchas amistades que atender, la noche pasó muy lenta pero acabo, ahora solo quedaba consumar mi nueva vida, nuestra luna de miel se pospuso pero la noche de bodas no, fuimos a la que sería nuestra casa, no niego que era hermosa y muy grande, pero se sentía vacía, llegamos y me dirigí al baño, estaba tan nerviosa.
Me relajé pero no duro mucho tiempo, escuche un grito, era Andrew, Salí corriendo a ver qué pasaba, frente a él estaba Travis, su socio con las manos llenas de sangre.
-Hola, vine a cumplir la última parte de nuestro trato.
-Lo mataste, estás loco, nadie dijo nada de matar.
-Solo esta inconsciente, él es todo tuyo.
-Vete, sal de aquí, llamare a la policía.
-No -lo perdí de vista, se movió tan rápido, sentí que me sujeto por detrás.
-¿Que te pasa?, ¡suéltame!, ¿como diablos hiciste eso?.
-Cuide esa boquita de malas palabras, yo solo cumplo mi promesa, te entrego lo que quieres, ahora serás inmortal.
Sentí una ráfaga de emociones y mucho dolor, sentía que mi cuerpo quemaba, solo quería morir, grité, supliqué, pero nada pasó, pasaba el tiempo y el dolor no cesaba, escuché latir mi corazón frenéticamente y de repente morí, o eso creí, mi corazón dejó de latir, me sentía diferente, abrí los ojos lentamente y él estaba ahí.
-Travis... ¿que pasó? -sonaba diferente.
-Pues cumplí mi parte del trato, y no te preocupes tú ya no tienes que hacer nada, ya tomé mi dinero, el tuyo está listo también.
-¿De que hablas? -sentí que mi garganta quemaba, en un instante estaba sobre el cuerpo de mi esposo, estaba desangrando su cuerpo, no podía detenerme.
-Te dije que era tuyo.
-¿Que me has hecho?.
-Mi querida Marie ahora eres una linda vampira, deberías agradecerme. Te dije que serias perfecta, una mujer con tus cualidades sin dudas lo serás. Ahora me voy, cuídate y disfruta tu nueva vida.
Era la peor mujer o lo que sea en lo que me habían convertido, quería huir y en un momento estaba en la puerta. Era tan rápida..., tal vez los libros de papa no mentían, y yo tanto tiempo creyéndolo loco. Quise llorar pero nada pasó, regresé a donde estaba mi esposo muerto por mi causa. Era una asesina.
Abrí mi bolso y encontré una nota:
"Tu dinero está en la maleta, me atreví a cambiarlo todo por dólares es mas fácil conocer el mundo así. Deberás tener cuidado, existen más nuestra especie y algunos no toleran que mates sin control. Sé cuidadosa y no trates de convivir con humanos los mataras. Suerte. Travis".
Al quitarla encontré la carta de Devin, la abrí con mucha delicadeza, no sabía que tan fuerte era, según papa es fuerza sobrehumana.
"Mi querida Marie: Eres la mujer de mi vida, la única que quiero y no veo mi vida sin ti. Créeme, intenté alejarme y respetar tu decisión, no pude. Dejé el país para no torturarme con la idea de buscarte, pero en cuanto supe que te casabas, solo quise verte por última vez, decirte que me fui por todo lo que sentía, por respetarte y para demostrarte que siempre fui incondicional a ti. Recuerda mis palabras amor mío, TE AMO y deseo de corazón que seas feliz. Tal vez son muy pocas palabras para una carta, pero no quiero hacerte sentir mal, todo lo contrario. Se feliz. Te amaré eternamente. Devin ".
-Te amare eternamente Devin, ahora tengo la eternidad y estoy sola.
Ella siempre era muy amable con él, mientras que la mayoría le rehuían, Sophie lo saludaba y preguntaba cómo había pasado el día, a lo que él respondía con un asentimiento y alguna que otra mentira. No le gustaba mentirle, por lo que a veces le decía la verdad. Tenía como excusa que trabajaba como jefe de seguridad en un pub, por lo cual no era extraño que durmiera durante casi todo el día.
Sophie, era simplemente hermosa. Era pequeña y delicada como una muñequita, sus facciones como las de un ángel. Sus preciosos ojos grises estaban siempre llenos de luz, sus labios rosados siempre curvados en una encantadora sonrisa. Era muy sencilla, solía llevar su pelo de un rubio pálido, recogido en un primoroso rodete. Casi siempre que la veía, vestía ropa deportiva, ya que comúnmente Ilya y ella se cruzaban cuando ésta volvía de sus clases de ballet.
RECUERDOS DE SANGRE
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Y en ese momento un ligero viento movió las copas de los árboles de tal manera que pareció que estos cantaban y en medio de su canto, Ivan oyó la hermosa voz de su amada.
“Si amor mio, al fin estaremos juntos en la eternidad”.
FIN
Isilrya
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SIN RENDICIÓN
Había perdido la cuenta de los días que llevaba persiguiéndola, aquel absurdo juego había empezado motivado por su negativa a aceptar la realidad, a aceptar que él era su único destino, el único por el que su alma lloraba y su corazón sangraba con cada paso que daba para alejarlos, su determinación lo había sorprendido y encendido al mismo tiempo, complaciéndolo a un nivel que jamás pensó que podría hacerlo nadie. No era fácil ser un lobo solitario cuando todos a tu alrededor estaban emparejados, quizás si sus obligaciones no colgaran como una pesada losa sobre sus hombros habría podido hacer algo mucho tiempo antes, pero él era responsable de los suyos, el único capaz de mantener la paz en su manada, no por nada se había convertido en su Alfa a muy tierna edad. El viento levantó la tela del abrigo de cuero haciéndolo golpear con fuerza contra sus piernas al tiempo que barría el arenoso suelo elevando cortinas de polvo en el aire que se arrastraban sobre los escarpados acantilados y más allá, la tarde oscura no hacía sino rivalizar con su propio humor y con la ansiedad que corría por sus venas en la forma de su ser interior, el lobo deseaba salir, deseaba ser libre para buscar a su compañera y reclamarla. -Pronto -musitó más para sí mismo que para la bestia que rugía en su interior excitada ante el olor que traía el aire hasta su sensible nariz. Una mezcla de flores silvestres y menta, un almizclado y dulce aroma de mujer… su mujer. Sus ojos ocultos tras las oscuras gafas barrieron lentamente los alrededores, su sensibilizado olfato oteando el aire en busca de la dirección correcta y entonces sus labios se estiraron en una sonrisa predadora, todo su cuerpo se tensó y relajó en respuesta a la necesidad primitiva que le provocaba la proximidad de aquella hembra que se había resistido a ser reclamada, su hembra, su única compañera. La única que casaría perfectamente con su alma. -¿Has decidido acabar ya con este estúpido juego de persecución?. Los amortiguados pasos de la menuda figura femenina atrajeron su atención hacia el lado contrario a donde estaba él, de pie, con postura erguida combatía el viento que se remolinaba a su alrededor a escasos pasos de una muerte segura, él podía sentir su respiración agitada, ver el nerviosismo en las pequeñas manos que se abrían y cerraban dentro de unos guantes de cuero sin dedos, pero más que nada admiraba la determinación que brillaba en los exóticos ojos femeninos. Ella se estaba encontrando con la muerte cara a cara y la recibía como a una vieja amiga. -Empiezas a resultarme realmente tedioso, Zander -musitó ella, sus pasos llevándola paralela al pronunciado borde del acantilado. Él esbozó una profunda sonrisa y se llevó una de sus desnudas y bronceadas manos a la nariz, rascándosela como si tuviese todo el tiempo del mundo para tratar con aquella díscola muchacha. Su mirada se posó entonces en ella, de pequeña estatura y complexión delgada, parecía una aparición, los gastados pantalones vaqueros y la camiseta negra no hacía sino aumentar la sensación de vulnerabilidad de su aura, pero eran sus ojos, dos fragmentos de cielo incandescente los que brillaban con fuerza y determinación y sabiduría, aquellos ojos lo habían perseguido desde el mismo momento en que se reveló en sus sueños, habían inundado su descanso convirtiéndose en una constante pesadilla. Él conocía aquel cuerpo al dedillo, habían sido sus manos las que acariciaron la pálida piel de sus brazos, las que se habían deleitado con la suavidad y blandura de sus pechos, fue su boca la que exploró y gravó el pecaminoso sabor de la boca de ella… y volvería a hacerlo cuando ella entendiera a dónde pertenecía. -¿Tedioso, Aura? -su mirada se deslizó con profunda sensualidad por su rostro, descendiendo por su cuerpo haciéndola estremecerse-, yo lo he encontrado más bien refrescante… hacía tiempo que no iba… de caza. Todo su cuerpo se tensó en respuesta al inesperado movimiento de ella, sus ojos la siguieron desde detrás de las gafas, siguiendo el movimiento de la delicada mano femenina, que cubierta por un guante de red sin dedos, apartó un molesto mechón de pelo de la cara, el viento que ascendía al borde del acantilado agitaba su largo cabello con furia, se metía bajo su chaqueta tironeando de ella como si quisiera arrancarla, o lanzarla directa a la muerte que esperaba a escasos pasos de sus pies. -Vuelve a mí, Aura -su voz fue suave, persuasiva pero lo suficientemente poderosa como para comandar un ejército. -Nunca. Él chasqueó la lengua, su mirada pura diversión. -Nunca es demasiado tiempo, cariño. Aura apretó los labios, había algo en aquella oscura y sensual voz que hacía que su corazón gritara, y sus sentidos se dispararan, todo en aquel maldito hombre la atraía como jamás lo había hecho nadie, su cuerpo pedía a gritos su toque, su alma se desgarraba con cada paso que daba para alejarse de él, pero no podía quedarse, no podía ir hacia él o la consumiría por completo. -Solo deja que me vaya, Zander. Él negó con la cabeza y empezó a caminar hacia ella. El viento azotaba con furia su abrigo de cuero, haciéndolo ondear tras él como si fueran unas negras alas, sus pasos eran largos y firmes, con una cadencia sensual que presagiaba el infierno para aquellos que osaban cruzarse en su camino, sus enormes y fuertes manos acariciaban a los potentes muslos cubiertos un pantalón de piel negro que se amoldaba a él como una segunda piel, el abrigo sin mangas dejaba a la vista unos torneados y potentes brazos, y un tonificado y escultural pecho de bronceada piel oscura, pero era su rostro, unas facciones esculpidas con dureza y la peligrosidad de un asesino despiadado, enmarcadas por el oscuro pelo negro ligeramente ondulado cayendo en mechones desiguales sobre sus gafas hasta algo más abajo del cuello lo que más temía, un rostro que se había tornado en ternura y pasión cuando había estado entre sus brazos, un rostro que le había brindado sonrisas cálidas como el verano y en el que sus ojos, ahora ocultos por las gafas, le había hablado de una unión que iba más allá de lo físico. Aura lo vio extender su mano a escasos pasos de ella un instante antes de que su mano se cerrara alrededor de su antebrazo evitando que su retirada la hiciese desprenderse por el acantilado. -Eso ha sido muy estúpido de tu parte, compañera -le aseguró tirando suavemente de ella hacia delante sin llegar a permitir un contacto más íntimo por el momento. -Suéltame -murmuró ella en voz baja, sus ojos fijos en las sombras que trasparentaban las oscuras gafas. -Sabes que jamás podré hacerlo, Aura -le aseguró al tiempo que sus dedos se deslizaban por su brazos, hasta finalmente dejar caer su brazo-, me perteneces, nos pertenecemos el uno al otro. -No pienso rendirme, Zander -aseguró ella, su mirada buscaba la de él a pesar de sus gafas. Él sonrió y se retiró las gafas sobre la cabeza, permitiendo que los profundos ojos verdes se clavaran sobre ella. -Eso hará de nuestra vida, un encuentro más interesante, cara mía -le aseguró acercándose de nuevo a ella, rodeando su menudo cuerpo con el brazo, atrayéndola contra su fuerte pecho mientras la apartaba de peligroso borde a sus espaldas-. Cada vez que huyas de mi lado, iré a por ti, Aura, los lobos nos emparejamos de por vida… Ella se permitió relajarse en el férreo abrazo que la alejaba de la muerte y la acercaba a una condena en los fuegos de la pasión. -Una vida de persecución parece demasiado tiempo, Zander -murmuró ella con un bajo susurro. Él sonrió y acercó su rostro al de ella. -No lo será conmigo dándote caza, mi amor -aseguró el hombre examinando su rostro, aspirando su inequívoco aroma-, ¿Te rendirás por fin a mí, Aura?. -Sin rendición, lobo -murmuró ella apretándose contra él con una coqueta sonrisa-, tu compañera, nunca se rendirá. Soltando una alegre carcajada, Zander capturó la boca de su compañera en lo que sabía sería el preludio de algo más grande y eterno como el amor.
FIN
Kelly Dreams
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OBLIVIO (olvido)
Katia POV:
Me preparé para pelear con la pelambra erizada. Posicioné las cuatro patas con agilidad y le mostré mis colmillos a mi enemiga. Olfateé el aire y arrugué el hocico ante el floral aroma de la joven. Ella sonrió, poniéndome a prueba.
No aguanté más, con un solo impulso dibujé un arco con mi cuerpo para caer sobre ella. Le mordí con ferocidad el cuello. Y disfruté al sentir como la piel cedía con facilidad bajo mis diente afilados. La sangre me cubrió la lengua, produciéndome un arranque de satisfacción.
La víctima no se dejo vencer, apretó con fuerza la daga que llevaba en la mano y elevándola me la clavo en la mejilla izquierda provocándome una herida profunda que me hizo aullar de dolor. “Maldita humana” pensé con bronca y de un tirón le arranqué la cabeza, terminando con su vida.
Me desperté transpirando, ese sueño siempre me dejaba temblando. Aunque era más que un sueño, era un recuerdo... Un recuerdo que trataba de borrar a la fuerza pero que siempre volvía a través de mi inconsciente. Instintivamente me toqué la cicatriz en la mejilla, recorriéndola con los dedos hasta donde terminaba junto con la mandíbula.
Sacudí la cabeza y me puse en pie. Miré el reloj, eran las cuatro de la mañana, mas sabía que nada podría hacer para volverme a dormir. Así que me coloqué un pantalón de buzo, una musculosa y calzándome un par de zapatillas deportivas me dirigí a la cocina.
-Hola, cariño... -mi padre estaba comiendo un trozo de torta sentado a la mesa.
-Hola, papá... No puedo dormir -le expliqué aunque tal vez ya lo sabía-. Saldré a caminar y luego iré al trabajo.
-Ningún problema... Mantente alerta -me saludó con el tenedor con el que comía y yo salí por la puerta de casa.
La mañana estaba heladísima de seguro, pues estábamos en pleno invierno, pero yo no sentía ni pizca de frío. Mi cabello chocolate me llegaba a la cintura y combinado con mí gran contextura física me daba un aspecto salvaje. Mejor ni hablar de lo que decía de mí cicatriz.
Caminé relajada por ahí, mientras aún pensaba en el recuerdo. Un recuerdo que llevaba más de seis meses atormentándome. Me metí en el bosque, quería estar sola. Corrí intentando dejar todo detrás, trepé a un árbol y me senté en una rama gruesa a unos quince metros del suelo. Apoyé mi cabeza en el tronco suspirando.
-¿Qué haces allí arriba? -un joven de unos veinte años y cabello rubio me miraba extrañado desde abajo.
No contesté, solo me dediqué a mirarle. Me parecía tan conocido... Tenías los ojos verdes, los podía ver aún desde tan lejos gracias a mi agudizada vista. Era grande de cuerpo pero no tenía muchos músculos y empuñaba con fuerza una escopeta.
-¿Qué haces allí arriba? -volvió a repetir la pregunta, el tono de su voz era cauteloso y osco a la vez.
-Nada... solo disfrutaba del follaje -le dije y él me miró como si estuviese loca.
-¿No sabes que hay lobos hambrientos por aquí? -sonaba crispado y yo no tenía idea de por qué-. No deberías rondar por los bosques, menos a estas horas.
Puse los ojos en blanco y sonreí, si él supiese lo difícil que era que un simple lobo me lastimase. Igualmente bajé de la rama como lo hubiera hecho cualquier chica habilidosa para trepar, pero sin desplegar demasiado mis habilidades inhumanas. Cuando llegué a su lado, noté lo alto que era, me llevaba por lo menos una cabeza y eso que yo era bastante alta para mi edad, veinte años, al igual que él.
-Vamos, que te acompaño a casa -me señaló el camino por el cual había llegado yo hacia algunos minutos.
-No necesito tu ayuda -le espeté algo molesta por su falta de cortesía. Comencé a caminar en dirección opuesta a la que él que quería que siguiera.
-Niña estúpida... -gruñó mientras me seguía-. Vas terminar haciendo que te maten...
Apreté los puños cuando oí su insulto. ¿Quién se creía que era?. Con una sola mano podría hacerlo polvo. Frené y me puse cara a cara con él.
-¿Cuál es tu nombre? -le cuestioné mientras respiraba hondo para no sacarme.
-¡Que te importa! -me gritó y yo solté un siseo furioso que pareció asustarlo- Vale, cálmate. Soy Guido Soria.
-Pues bien...Guido, quítate de mi camino... -me volví hacia donde estaba caminado, pero Guido me tomó del hombro con una mano para detenerme-. Suéltame.
-No -terció sin soltarme-, te volverás a tu casa.
-¿Es una orden? -pregunté jocosa, no podía evitar que a pesar de lo irritante de la situación su altanería me diera mucha gracia.
Asintió y acomodó su arma amenazadoramente, como haría un padre para que su hijo obedeciera. Levante las cejas sorprendida de su valentía, otro humano a esta altura ya hubiese percibido el peligro que destilaba yo y se hubiese ido. Pero no, Guido permanecía allí con su melena rubia alborotada por el viento frío.
-Ok -dije para mí misma-, ¿qué haces tú en el bosque a las cinco de la mañana?.
Abrió los ojos dudando si responder o no. Removió las hojas de suelo con el pie sin mirarme a la cara.
-¿Piensas cazar algo con eso? -apunté la escopeta despectivamente con un dedo.
-¿Qué más te da si es así? -levantó la barbilla dejándome mirando su cuello-. Ahora deberías irte de acá.
Otra vez a lo mismo, que insistente. ¿Qué jamás se rendiría?. Me crucé de brazos poniéndome en contra de él.
-Dame una buena razón para eso -le pedí y arrugó le entrecejo.
-¿No son suficiente los lobos?.
-No les temo -no sé por qué le decía la verdad a él.
-Ya te he dicho que pueden matarte... ¿me has oído? -bufó cuando me encogí de hombros solo para enojarlo-. Ya han matado a alguien.
-¿Así? -me mostré incrédula ante su afirmación, un poco para estar en contra y otro porque no lo sabía.
-Uno... y te estoy diciendo uno, no una manada... mató a mi hermana el verano pasado -confesó compungido por el dolor de la perdida.
Me quedé pasmada. ¿Había dicho el verano anterior o mis oídos siempre agudos me jugaban una mala pasada?.
-Lo siento -me disculpé por cortesía y para saber más le pregunté-. ¿En qué mes fue eso?.
-El segundo viernes de febrero... -especifico extrañado por mi repentino cambio de humor.
En cuanto lo oí mi cabeza empezó a dar vueltas, sentí nauseas. Sin poder contenerme me acerqué al árbol al cual me había subido y vomité a un costado. Guido corrió hacia mí y me quitó los pelos de la cara con cuidado. Rehuí a su contacto. Si se enterara de quien era no se acercaría jamás. Nunca más.
-Tú eres Katia Marino, ¿verdad? -me volvió a sorprender. Asentí y él sonrió por primera vez dándole a su rostro un belleza única.
-¿Cómo lo sabes? -pregunté hipnotizada por su sonrisa. ¿Por qué el destino me puso adelante a la persona equivocada?.
-Trabajamos juntos desde la semana pasada -respondió Guido y me puso una mano en la frente-. ¿Te encuentras bien?.
-No... -dije y era la verdad pura. Le miraba y no podía creerlo. Cada vez iba encontrándole más parecido con la joven de mi recuerdo: los mismos ojos desafiante... el mismo cabello... su sonrisa irónica... Cada parte de él me atraía y repelía a la vez.
-Lamento haber sido tan rudo contigo -se disculpó siendo sincero y una estaca de culpa se clavó en mi corazón.
Ese recuerdo me perseguía y me torturaba. Ahora con Guido en frente estaba a punto de matarme. Me tapé el rostro con mis manos para ocultar las lágrimas que brotaron de mis ojos.
-Ya, ya... Por favor, no llores... -intentó acercarse y yo retrocedí-, no era para tanto... No quise asustarte... Solo pretendía que volvieras a casa segura... No me gustaría nada que te pasara lo mismo que a mi hermana...
Descubrí mis ojos y le vi morderse el labio inferior, preocupado por mi reacción ante sus palabras. Me sentí confundida, mi cuerpo anhelaba un contacto suyo, pero a la vez ese contacto me producía asco. Asco de mí, de permitirme congeniar con él, de mentirle, de ocultarle los hechos. Era un monstruo y no me lo perdonaba.
Cerré los ojos con furia para conmigo misma. No sentí sus pasos ni sus movimientos, no hasta que estuvo rozándome la cicatriz de la mejilla con su suave mano. Levanté los parpados sobresaltada. Su rostro estaba demasiado cerca… Mi mente se debatía entre el agrado y la culpa... Entre la necesidad irracional de tenerlo a él y el saber que no era lo correcto. Pero finalmente, Guido no me dejo pensarlo más, posó sus labios con los míos entregándome su dulce aliento como un regalo no merecido.
-¡¡¡¡Noooo!!!! -Salté hacia atrás con velocidad y trepé a la primera rama que estuvo a mi alcance y no se rompió con mi peso.
Mi cuerpo sufrió una convulsión por la repentina separación y él me observó herido. No sabía que me lastimaba más, la culpa o su aflicción ante mi rechazo. Necesitaba darle una explicación, necesitaba que me odiara aunque no lo soportara yo.
-No te convengo -le susurré muy despacito como esperando que no oyera nada de lo que decía.
-¿Por qué? -levantó los hombros sin entenderme-. Me gustas... desde hace bastante.
-No puedes quererme... -le confesé alucinada por su declaración. Yo... yo maté a tu hermana...
Me preparé para pelear con la pelambra erizada. Posicioné las cuatro patas con agilidad y le mostré mis colmillos a mi enemiga. Olfateé el aire y arrugué el hocico ante el floral aroma de la joven. Ella sonrió, poniéndome a prueba.
No aguanté más, con un solo impulso dibujé un arco con mi cuerpo para caer sobre ella. Le mordí con ferocidad el cuello. Y disfruté al sentir como la piel cedía con facilidad bajo mis diente afilados. La sangre me cubrió la lengua, produciéndome un arranque de satisfacción.
La víctima no se dejo vencer, apretó con fuerza la daga que llevaba en la mano y elevándola me la clavo en la mejilla izquierda provocándome una herida profunda que me hizo aullar de dolor. “Maldita humana” pensé con bronca y de un tirón le arranqué la cabeza, terminando con su vida.
Me desperté transpirando, ese sueño siempre me dejaba temblando. Aunque era más que un sueño, era un recuerdo... Un recuerdo que trataba de borrar a la fuerza pero que siempre volvía a través de mi inconsciente. Instintivamente me toqué la cicatriz en la mejilla, recorriéndola con los dedos hasta donde terminaba junto con la mandíbula.
Sacudí la cabeza y me puse en pie. Miré el reloj, eran las cuatro de la mañana, mas sabía que nada podría hacer para volverme a dormir. Así que me coloqué un pantalón de buzo, una musculosa y calzándome un par de zapatillas deportivas me dirigí a la cocina.
-Hola, cariño... -mi padre estaba comiendo un trozo de torta sentado a la mesa.
-Hola, papá... No puedo dormir -le expliqué aunque tal vez ya lo sabía-. Saldré a caminar y luego iré al trabajo.
-Ningún problema... Mantente alerta -me saludó con el tenedor con el que comía y yo salí por la puerta de casa.
La mañana estaba heladísima de seguro, pues estábamos en pleno invierno, pero yo no sentía ni pizca de frío. Mi cabello chocolate me llegaba a la cintura y combinado con mí gran contextura física me daba un aspecto salvaje. Mejor ni hablar de lo que decía de mí cicatriz.
Caminé relajada por ahí, mientras aún pensaba en el recuerdo. Un recuerdo que llevaba más de seis meses atormentándome. Me metí en el bosque, quería estar sola. Corrí intentando dejar todo detrás, trepé a un árbol y me senté en una rama gruesa a unos quince metros del suelo. Apoyé mi cabeza en el tronco suspirando.
-¿Qué haces allí arriba? -un joven de unos veinte años y cabello rubio me miraba extrañado desde abajo.
No contesté, solo me dediqué a mirarle. Me parecía tan conocido... Tenías los ojos verdes, los podía ver aún desde tan lejos gracias a mi agudizada vista. Era grande de cuerpo pero no tenía muchos músculos y empuñaba con fuerza una escopeta.
-¿Qué haces allí arriba? -volvió a repetir la pregunta, el tono de su voz era cauteloso y osco a la vez.
-Nada... solo disfrutaba del follaje -le dije y él me miró como si estuviese loca.
-¿No sabes que hay lobos hambrientos por aquí? -sonaba crispado y yo no tenía idea de por qué-. No deberías rondar por los bosques, menos a estas horas.
Puse los ojos en blanco y sonreí, si él supiese lo difícil que era que un simple lobo me lastimase. Igualmente bajé de la rama como lo hubiera hecho cualquier chica habilidosa para trepar, pero sin desplegar demasiado mis habilidades inhumanas. Cuando llegué a su lado, noté lo alto que era, me llevaba por lo menos una cabeza y eso que yo era bastante alta para mi edad, veinte años, al igual que él.
-Vamos, que te acompaño a casa -me señaló el camino por el cual había llegado yo hacia algunos minutos.
-No necesito tu ayuda -le espeté algo molesta por su falta de cortesía. Comencé a caminar en dirección opuesta a la que él que quería que siguiera.
-Niña estúpida... -gruñó mientras me seguía-. Vas terminar haciendo que te maten...
Apreté los puños cuando oí su insulto. ¿Quién se creía que era?. Con una sola mano podría hacerlo polvo. Frené y me puse cara a cara con él.
-¿Cuál es tu nombre? -le cuestioné mientras respiraba hondo para no sacarme.
-¡Que te importa! -me gritó y yo solté un siseo furioso que pareció asustarlo- Vale, cálmate. Soy Guido Soria.
-Pues bien...Guido, quítate de mi camino... -me volví hacia donde estaba caminado, pero Guido me tomó del hombro con una mano para detenerme-. Suéltame.
-No -terció sin soltarme-, te volverás a tu casa.
-¿Es una orden? -pregunté jocosa, no podía evitar que a pesar de lo irritante de la situación su altanería me diera mucha gracia.
Asintió y acomodó su arma amenazadoramente, como haría un padre para que su hijo obedeciera. Levante las cejas sorprendida de su valentía, otro humano a esta altura ya hubiese percibido el peligro que destilaba yo y se hubiese ido. Pero no, Guido permanecía allí con su melena rubia alborotada por el viento frío.
-Ok -dije para mí misma-, ¿qué haces tú en el bosque a las cinco de la mañana?.
Abrió los ojos dudando si responder o no. Removió las hojas de suelo con el pie sin mirarme a la cara.
-¿Piensas cazar algo con eso? -apunté la escopeta despectivamente con un dedo.
-¿Qué más te da si es así? -levantó la barbilla dejándome mirando su cuello-. Ahora deberías irte de acá.
Otra vez a lo mismo, que insistente. ¿Qué jamás se rendiría?. Me crucé de brazos poniéndome en contra de él.
-Dame una buena razón para eso -le pedí y arrugó le entrecejo.
-¿No son suficiente los lobos?.
-No les temo -no sé por qué le decía la verdad a él.
-Ya te he dicho que pueden matarte... ¿me has oído? -bufó cuando me encogí de hombros solo para enojarlo-. Ya han matado a alguien.
-¿Así? -me mostré incrédula ante su afirmación, un poco para estar en contra y otro porque no lo sabía.
-Uno... y te estoy diciendo uno, no una manada... mató a mi hermana el verano pasado -confesó compungido por el dolor de la perdida.
Me quedé pasmada. ¿Había dicho el verano anterior o mis oídos siempre agudos me jugaban una mala pasada?.
-Lo siento -me disculpé por cortesía y para saber más le pregunté-. ¿En qué mes fue eso?.
-El segundo viernes de febrero... -especifico extrañado por mi repentino cambio de humor.
En cuanto lo oí mi cabeza empezó a dar vueltas, sentí nauseas. Sin poder contenerme me acerqué al árbol al cual me había subido y vomité a un costado. Guido corrió hacia mí y me quitó los pelos de la cara con cuidado. Rehuí a su contacto. Si se enterara de quien era no se acercaría jamás. Nunca más.
-Tú eres Katia Marino, ¿verdad? -me volvió a sorprender. Asentí y él sonrió por primera vez dándole a su rostro un belleza única.
-¿Cómo lo sabes? -pregunté hipnotizada por su sonrisa. ¿Por qué el destino me puso adelante a la persona equivocada?.
-Trabajamos juntos desde la semana pasada -respondió Guido y me puso una mano en la frente-. ¿Te encuentras bien?.
-No... -dije y era la verdad pura. Le miraba y no podía creerlo. Cada vez iba encontrándole más parecido con la joven de mi recuerdo: los mismos ojos desafiante... el mismo cabello... su sonrisa irónica... Cada parte de él me atraía y repelía a la vez.
-Lamento haber sido tan rudo contigo -se disculpó siendo sincero y una estaca de culpa se clavó en mi corazón.
Ese recuerdo me perseguía y me torturaba. Ahora con Guido en frente estaba a punto de matarme. Me tapé el rostro con mis manos para ocultar las lágrimas que brotaron de mis ojos.
-Ya, ya... Por favor, no llores... -intentó acercarse y yo retrocedí-, no era para tanto... No quise asustarte... Solo pretendía que volvieras a casa segura... No me gustaría nada que te pasara lo mismo que a mi hermana...
Descubrí mis ojos y le vi morderse el labio inferior, preocupado por mi reacción ante sus palabras. Me sentí confundida, mi cuerpo anhelaba un contacto suyo, pero a la vez ese contacto me producía asco. Asco de mí, de permitirme congeniar con él, de mentirle, de ocultarle los hechos. Era un monstruo y no me lo perdonaba.
Cerré los ojos con furia para conmigo misma. No sentí sus pasos ni sus movimientos, no hasta que estuvo rozándome la cicatriz de la mejilla con su suave mano. Levanté los parpados sobresaltada. Su rostro estaba demasiado cerca… Mi mente se debatía entre el agrado y la culpa... Entre la necesidad irracional de tenerlo a él y el saber que no era lo correcto. Pero finalmente, Guido no me dejo pensarlo más, posó sus labios con los míos entregándome su dulce aliento como un regalo no merecido.
-¡¡¡¡Noooo!!!! -Salté hacia atrás con velocidad y trepé a la primera rama que estuvo a mi alcance y no se rompió con mi peso.
Mi cuerpo sufrió una convulsión por la repentina separación y él me observó herido. No sabía que me lastimaba más, la culpa o su aflicción ante mi rechazo. Necesitaba darle una explicación, necesitaba que me odiara aunque no lo soportara yo.
-No te convengo -le susurré muy despacito como esperando que no oyera nada de lo que decía.
-¿Por qué? -levantó los hombros sin entenderme-. Me gustas... desde hace bastante.
-No puedes quererme... -le confesé alucinada por su declaración. Yo... yo maté a tu hermana...
Guido POV:
-¡¡¡¡Noooo!!!! -saltó hacia atrás privándome del sabor de sus labios que estaba disfrutando. Trepó a una rama y me miró temblorosa-. No te convengo -me susurró al fin.
¿Qué no me convenía?. ¿Qué diablos le pasaba?. Ella era perfecta para mí, o al menos así lo creía yo. Era guapa, dulce, libre de pretensiones absurdas, pero con un buen carácter... Llevaba alrededor de dos meses mirándola, registrándola, admirándola... La amaba...
-¿Por qué? -le cuestioné repentinamente herido. ¿Y si yo no le gustaba?-. Me gustas... desde hace bastante.
-No puedes quererme... -me confesó con la mirada desviada-. Yo... yo maté a tu hermana...
-Imposible... -le contradije de manera automática- A Rebeca la mató un lobo. ¿Qué jamás oyes?.
Intenté bromear, pero a ella no se le escapó ni una tímida sonrisa, solo otra lagrima furtiva en su rostro.
-Créeme... -me suplicó apremiante. Saltó sobre mí con grandiosa agilidad. Seguí su curso con la mirada y jadeé al ver como su cuerpo sufría una metamorfosis antes de tocar el suelo detrás de mí.
Erguida a mas de dos metros del suelo, una loba color chocolate mi miraba con extremo cuidado. Yo por mi parte estaba petrificado... Pude ver como Katia retrocedió cuando vio la cara de repulsión que se formó al atar los cabos... Ella era el animal que había acabado con la vida de Rebeca, mi dulce Rebeca de tal solo dieciséis años.
¿Por qué ella?. La pregunta se repitió constantemente en los segundos en que ambos estuvimos en silencio mirándonos el uno al otro. De pronto, pude percibir como nuevos sentimientos remplazaban a la perplejidad: la aversión, la ira, el dolor... Todos ovillados en mi pecho, empujándose unos contra otro por prevalecer. Apreté la escopeta con indecisión en mis manos... Oí como Katia soltaba un gemido en su forma lobuna y salía corriendo perdiéndose de vista.
Me dio rabia, intenté seguirle, pero me fue imposible alcanzarle. No podía huir por siempre. Volví corriendo hacia un árbol enorme que utilizaba como escondrijo y del hueco de su tronco saqué el arma pequeña, un cartucho de balas nuevas y la daga de mi hermana. Dejé la escopeta, era demasiado llamativa para donde pensaba ir. Buscaría a Katia en su casa.
Cuando estuve cerca de su casa caminé con cuidado de no ser visto. Espié por la ventana de la sala, parecía estar vacía. Escalé la pared con gran dificultad hasta estar sobre el techo, donde me tiré para esperarla.
En algún momento tendría que cruzar esa puerta. Me quede vigilante con el arma bien aferrada a mi mano.
Luego de unas horas de ardua labor de espera, la vi venir. Era ella... en forma humana. Miraba hacia todos lados verificando que no estuviera yo, de seguro. Pero no se le ocurrió mirar hacia arriba. Era el momento perfecto para un ataque sorpresa, más mis brazos no respondían.
Me tranquilice convenciéndome que eso tenía que ver con que, más que venganza necesitaba una explicación, y que no era que yo estaba aún enamorado de la asesina de mi hermana. ¡No!, eso jamás. Yo necesitaba solamente saber el por qué... por qué la había matado... Por qué ella.
No dudé más, con agilidad muy impropia de mí, salté desde mi escondite y la tomé por la espalda sosteniendo la daga de Rebeca a escasos milímetros de la garganta de Katia. Ella se estremeció ante mi contacto.
Podía percibir su miedo... y además su rendición. No podía creerlo. No forcejeaba... No intentaba librarse, ni herirme. Solo estaba quieta allí apretaba por mi brazo, como si ese simple gesto fuera capaz de detenerla. Con ligereza la volteé y la puse contra la pared hincándole la punta de la daga en sus costillas. Fijó sus ojos profundos en mí y la mano con la que sostenía la daga me tembló.
-¿Por qué? -le susurré llenándome de convicción.
-No lo sé -dijo eso en voz baja y desvió la mirada presa del remordimiento.
Con mi mano libre, la tomé de la barbilla, siendo más delicado de lo que pretendía, más mi cuerpo parecía actuar a su modo estando tan cerca de Katia. La obligué a hacerme frente y cuando pude mirarle a los ojos chocolates, todo se volvió repentinamente oscuro.
Forcé la vista para intentar distinguir algo en la inmensa oscuridad, sin embargo no fue hasta que pasados unos minutos todo se fue haciendo claro a mí alrededor. Lo primero que pude ver me fue imposible de creer, parada a unos metros de mí estaba Rebeca, con su expresión de rabia pura que solía poner ante las injusticias.
Le observe fascinado, quise llamarle o acercarme, pero mi cuerpo no obedecía mis órdenes. De pronto el miedo me invadió por completo. Trate de localizar el foco de aquel miedo y me lleve una sorpresa cuando comprobé que era causado por Rebeca. ¿Cómo podía temerle a mi dulce hermana menor?. ¿Acaso no habíamos sido siempre muy unidos a pesar de la diferencia de edad?.
Rebeca dio un paso en mi dirección y un gruñido gutural surgió de algún lugar a mi lado. Solo fue en ese mismo instante en que me percate de que una enorme loba gris se hallaba plantada a mi lado mostrándole los colmillos a mi hermana, como si fuera una amenaza. Mi hermana tiró la cabeza hacia atrás y soltó una gran carcajada sin muestras de temerle a la loba.
Otro gruñido atravesó el aire, más esta vez no provenía de la loba a mi lado, sino que se había escapado de mis labios. No lo comprendí. Rebeca me miró con odio y sin dejarme tiempo a meditar su reacción hacia mí, saltó hacia delante para atacarme. No me moví aunque sabía que me iba a dañar, me hallaba en un estado de perplejidad pura.
Igualmente, antes de que mi hermana acortara la distancia mucho más, la loba gris se plantó delante de mí en pose protectora. Rebeca no se detuvo, al contrario avanzó aún más como si le diera lo mismo a quien iba a lastimar. La loba también apunto en dirección de Rebeca, pero más a la defensiva que a la ofensiva. Mi mis músculos se tensaron al ver que ambos cuerpos chocaban.
Podía ver la sonrisa de suficiencia de mi hermana al retirar la daga del pecho de la loba, que cayó al suelo moribunda. Me estremecí ante semejante acto sanguinario. La loba se desangraba a unos metros de mí y yo sentía, sin poder entenderlo del todo, que parte de mi vida se marchaba con esa criatura.
El animal comenzó a convulsionar. Quería acercarme a ella, aliviar su dolor, pero el miedo a Rebeca me mantenía en mi lugar. Mantenía la esperanza que la loba se levantara en algún momento dispuesta a seguir luchando. No sé por qué lo creía, pero en mi mente no se concebía la idea de que ella pudiese dejar de existir así nomás.
Mis esperanzas no fueron suficientes, la loba finalmente dejó de moverse exhalando su último aliento. Sentí como un dolor agudo me dañaba el alma, al ver como la loba cambiaba de forma hasta no ser más que el cuerpo sin vida de una mujer hermosa de cabello castaño oscuro. La rabia me recorrió las venas, otorgándome un valor que no creía poseer.
Me preparé para pelear con la pelambra erizada. Posicioné las cuatro patas con agilidad y le mostré mis colmillos a mi hermana, que ahora resultaba ser mi enemiga. Olfateé el aire y arrugué el hocico ante el floral aroma de Rebeca. Ella sonrió, poniéndome a prueba.
No aguanté más, con un solo impulso dibujé un arco con mi cuerpo para caer sobre ella. Le mordí con ferocidad el cuello. Y disfruté al sentir como la piel cedía con facilidad bajo mis diente afilados. La sangre me cubrió la lengua, produciéndome un arranque de satisfacción.
Mi hermana no se dejo vencer, apretó con fuerza la daga que llevaba en la mano y elevándola me la clavó en la mejilla izquierda provocándome una herida profunda que me hizo aullar de dolor. "Maldita humana" pensé con bronca y de un tirón le arranqué la cabeza, terminando con su vida.
Abrí los ojos y me encontraba aún al lado de Katia, mirándole a la cara. Retrocedí tambaleante... y la daga se cayó de mi mano rebotando contra el suelo. Me sentía mal, débil. Las imágenes de Rebeca y de la loba gris, daban vueltas en mi cabeza confundiéndome.
Katia me observaba inexpresiva. ¿Qué había sucedido?. Por algún motivo, que no tenía claro, supuse que ella había visto lo mismo que yo. Que había presenciado el... ¿qué era eso?. ¿Un sueño?. No. Era un recuerdo o al menos eso parecía ser. Pero, ¿de quién?, ¿mío? Imposible... Yo no habría matado a mi Rebeca, bajo ningún concepto. Entonces...
-¿Qué fue eso? -pregunté temeroso-. Era un recuerdo, ¿cierto?.
Ella asintió, mas no pudo decir más. Se desplomó sobre sus rodillas contra el suelo y comenzó a sollozar con tristeza. Me acerqué a ella. No podía verle así. Había olvidado mi razón de estar allí, había olvidado todo... Solo quería calmar su dolor. Me hinqué a su lado y le rocé su mejilla con mi mano. Levantó su cabeza y me miró incrédula.
-Era mi recuerdo... -confeso entre lagrimas que yo quería parar-, mi recuerdo de cuando maté a tu hermana...
-¿Quién era ella? -comprendería todo el sentido de aquel recuerdo antes de juzgarle nuevamente.
- Ella... era mi madre.
-¿Qué sucedió ese día? -Detuve mi mano en el aire. Ahora lo aquel recuerdo cobraba más sentido, pero necesitaba que Katia me lo contase.
-Habíamos ido a cazar, solo ella y yo -se restregó los ojos y continuo-. Hasta recién no lo recordaba, pero ahora sí. Estábamos corriendo detrás de unos ciervos, cuando tu hermana nos vio. Mamá se removió nerviosa... Yo no sabía por qué, no supe que tu hermana portaba un arma hasta que la sacó... y mi madre se colocó enfrente de mí cuando ella quiso dañarme... Lo siguiente de lo que fui consiente fue del mi madre muerta; y del dolor que me invadía... No pude controlarme... Lo lamento...
Rompió en un llanto agudo, sin poder detenerse. No sabía cómo proseguir. Por un lado comprendía su dolor... pero por el otro comprendía el mío propio. ¿Qué hacer?. Hasta hacia pocas horas pensaba que Katia era el amor de mi vida y luego la había odiado con toda mi alma, o con gran parte de ella al menos. Ahora... no lo sabía.
-Vete... -me dijo mientras intentaba ponerse en pie-. Aléjate de mí...
Ahora me odiaba... Y podía entenderlo, acababa de recordar que mi hermana había matado a su madre. ¿Por qué me querría cerca de ella?, ¿y por qué eso me dolía?. Solo había un respuesta... aún la amaba, pero que mas daba si ella me aborrecía.
-Se que me odias... Vete... Te comprendo... -Katia volvía a hablarme caminando hacia la entrada de su casa-. Ya sabes todo... Déjame en paz... Ya he sufrido bastante como para que tú puedas hacerme más daño... Pero si quieres matarme, entonces hazlo de una vez...
Me miro desafiante, aunque estaba llena de dolor, logró recomponerse. Yo le devolví una mirada triste.
-Quisiera odiarte... -le dije y ella suspiró angustiada-, pero no puedo. Por más que lo intente por miles de años no lo lograre... Porque a pesar de que el pasado duele, no fue mi culpa ni la tuya. Porque a pesar de todo te amo...
Abrió los ojos chocolates estupefacta. Se quedó en silencio pareciendo procesar de a poco mis palabras. Luego arrugó el entrecejo y yo no supe que significaba.
-Si no me quieres lo entiendo -le dije con un lánguida sonrisa y dispuesto a marcharme ante su negativa.
Dio un paso al frente pero volvió hacia atrás extendiendo una mano, sin sabe que hacer o decir.
-Yo también te amo... -susurró dejando caer su mano y no lo pude creer del todo.
Di un paso hacia ella y esperé su respuesta. Ella sonrió débilmente. Yo de una zancada reste el espacio que había entre nosotros y la abracé con fuerzas. Katia me estrechó entre sus brazos también.
-Que el pasado sea olvidado -le dije al oído y ella afirmó mi frase posando sus labios sobre los míos con una dulzura total.
No importaba nada de lo que hubiéramos hecho nosotros ni nuestras familias, solo importábamos nosotros dos. Ella y yo... y lo que sentíamos el uno por el otro. Un sentimiento, que ni el más profundo rencor podría separar jamás. O eso creía yo...
¿CONTRA EL DESTINO?
A medida que el coche se acercaba a su nuevo territorio reduciendo su velocidad más se aceleraba su pulso, no podía escapar, ya estaba todo decidido y le debía lealtad, respeto y honor a su clan y a su familia. Aquello traería una supuesta estabilidad entre los dos territorios y aún así seguía habiendo una tensa relación entre ambos clanes y que se mantenía únicamente por la marca y el vínculo que había nacido entre dos de sus miembros, al menos eso es lo que su padre le había explicado, que ambos estaban destinados a guiarlos a todos, que su sino era el de estar juntos y que su unión ya se había asignado antes incluso de que naciesen por que así lo habían decretado sus Dioses. Pero a ella no le parecía para nada algo mágico ni especial, todo lo contrarío, le parecía una maldita condena en la que nadie había preguntado su opinión. Iba a ser la pareja de vida de su principal enemigo y ni siquiera lo había visto nunca. Sólo había oído rumores y comentarios preñados de respeto y temor sobre el nuevo alfa de los Whoulers y ahora iba a arrojarla sobre este como si ella no fuera nada. Sólo tenía diecinueve años y ya iban a atarla para siempre, no tenía escapatoria y todo en nombre del destino... -El destino... una patada en las narices -resopló apoyando el codo entre el cristal y la puerta del coche. No le habían dejado ni abrir la boca, todos habían decidido ya por ella y no lo soportaba, habían dirigido su vida desde que nació. Lo mirase como lo mirase siempre había sido prisionera. El coche por fin se detuvo y su mal humor empeoró aún más, la habían mandado sola allí y creyó que no podría ni moverse cuando la puerta se abrió y Usher le abrió la puerta. Suspiro sin poderlo evitar y apretando los puños bajo lo más digna que pudo con la mirada desafiante tomada por el dorado de su loba. Una suave brisa fría fue lo primero que la recibió haciendo hondear su larga melena negra como la noche así como el vuelto de la falda de su vestido rojo sangre. Su piel dorada parecía seda bajo la luz de la luna que se filtraba entre las deshilachadas nubes, el aire mecía las hojas de los árboles llenando el lugar con su relajante sonido y su olor a humedad, tierra y pino. Pero para nada era una situación tranquila, estaba tan tensa que cualquier movimiento podría ser una amenaza. Ella ni siquiera miro alrededor, sabía perfectamente donde estaban todos y cada uno de los miembros de los Whoulers, los sentía como si formasen parte de la mismísima respiración de aquel claro del bosque. Avanzó a lo largo del pasillo que le habían dejado y observó el contorno de las montañas que se veían al fondo del lugar, allí, entre sus miles de grutas se escondía su reinado, oculto de la vista de cualquier ojo humano. Las antorchas brillaban a ambos lados del final de aquel paseo de ojos escrutadores y sintió más frío del que jamás había sentido en su vida. ¿Podía tomar las riendas de su vida?. ¿Podría controlar algo?. No tenía ni la más mínima oportunidad, estaba sentencia. -A la porra con tus sueños Ia, vete haciendo a la idea -se dijo a si misma. No se oía absolutamente nada. ¿Estaría su supuesta pareja tan enfadada como ella por aquella jugarreta?. De hecho estaban ambos en la misma situación... Como perros encadenados. Es igual, fuera como fuera no pensaba asentir a todo, si ese tipo iba a ser su pareja que se aguantara para aguantar su mala leche, tan concentrada estaba pensando en como fastidiarlo por considerarlo parte de sus males que no se dio cuenta de que este estaba ya frente a ella devorándola con la mirada. Y fue entonces cuando todo su ser sintió un extraño tirón y su pulso se acelero ensordeciéndola. sus ojos se clavaron en los de él y todo desapareció alrededor olvidando cualquier pensamiento. Su sangre fue fuego y sus pupilas se dilataron recorriendo cada parte de ese cuerpo cincelado por el mejor escultor. Sus ojos azules llameaban y pensó que no había visto nunca nada tan perfecto como aquel hombre cuyo calor la abrasaba. Se detuvo de nuevo en sus brazos y se pregunto como sería estar entre ellos apretando los muslos y se reprendió a ella sacudiendo la cabeza. No podía estar pasando... pero así era, sentía como todo su ser le pertenecía por completo, formaba parte de ella, estaba en su piel, en su mente y en su alma. El vínculo era real y su corazón bombeaba con tanta violencia que hasta se asusto. Quería luchar contra ello por creerlo impuesto pero todas sus barreras estaban cayendo una tras una a una velocidad de espanto, sintió un chispazo y como se le encogía el estomago donde se había llevado la mano sin ser consciente, por primera vez en toda su vida se sentía completa y aún así quería llevarles las contraria. "Mia" se repetía escéptico Sin incapaz de apartar los ojos de aquella chica de aspecto suave, una suavidad que escondía a una fiera salvaje y temblorosa, una hembra fuerte, testaruda y furiosa con todos. Una mujer cuya mayoría de edad había cumplido ahora hacía un año. La mujer que se suponía estaba destinada a él desde los albores del tiempo. Él nunca había creído en todo aquello, él decidía sobre su vida. Tanto lo había creído que más de una vez se había convertido en un cretino sólo por demostrarles a los demás que se equivocaban, había ideo de una mujer a otra pero nunca había sentido absolutamente nada más allá que la simple satisfacción sexual, no eran nada y pocos habían sido lobas por que en el fondo estaba tan asustado como ella por lo que se esperaba de ellos, algo que hasta él desconocía. Nunca le habían contado mucho más salvo en que se convirtiera en lo que era. Un alfa duro, fuerte y respetado. Pero ahora que la tenía en frente... todo su mundo se tambaleaba, le temblaban las rodillas y le dolía la entrepierna. Tan buen punto ella puso su palma sobre su pecho como reconocimiento miles de llamas lo devoraron y se sintió por fin en paz, equilibrado. Esa furia agresiva que siempre lo hacían ir en busca de descargar adrenalina se calmo de un modo inquietante, era tal como si el fuese la brutalidad y ella... lo domesticaba. Puso su palma en el hombro de esta y aguardó unos instantes antes de decir nada, sabía demasiado bien que su voz ahora sería algo más ronca de lo normal. Llevaba días imaginando ese momento y para nada había sido como creía. Pensaba que no sentiría nada más que frío e indiferencia, hasta desdén pero nada más lejos... Torció la sonrisa hacia un lado y saboreo el reto que supondría "domesticar a aquella loba" por cuya mente naufragaba como si fuera la suya propia. Ia seguía dispuesta a presentar batalla. -Bienvenida Ia, espero que hayas tenido buen viaje. -Ahórrate los formalismos -resopló apartando la vista para poder respirar, tenía que dejar de afectarla así su mirada y esa voz... Él volvió a torcer la sonrisa de un modo travieso pero a Ia no le paso desapercibida que esa, era la sonrisa de un cazador experto que estaba rodeándola andando alrededor de ella con las manos tras la espalda. -A mi me fastidia tanto como a ti así que relájate un poco y dame una tregua. Si quieres acusarme de todos tus males allá tú pero dame un respiro, este es mi territorio, Ia. -Perfecto entonces, queda todo muy claro -endureció aún más sus facciones elegantes y femeninas. Gruñó para sus adentros y contuvo las ganas de volver a sentir el tacto suave de su piel, aspiro su fragancia y la observo... parecía tan frágil y fuera de lugar, estaba a la defensiva y su bello se erizaba. Se maldijo por haber elegido tan mal las palabras pero aún así era cuestión de marcar su lugar al fin y al cabo ella también era una alfa y no se sometería así como si. Ambos formaban parte de dos clanes rivales desde hacia demasiadas generaciones. -¿Algo más? -dijo aún estática en su regia postura, al ver que él no decía nada se atrevió a volver a mirarle fijamente del modo más duro del que fue capaz- He venido aquí sola como pedisteis como muestra de nuestra buena voluntad, así que si vas a volver a insultarme piénsatelo dos veces antes de abrir esa bocaza -él dejó escapar una risita callada por esa pequeña muestra de genio- Puede que aquí todos acaten tu voluntad pero yo no y te aseguro que se defenderme. -Creo que no hemos empezado con buen pie -se rascó el cogote bajo la ateta mirada de ella que enarco una ceja cuando le indico que lo siguiera- No voy a comerte. Ia puso los ojos en blanco y descruzando los brazos lo siguió a través del bosque alejándose del grueso del grupo, nadie los siguió. Sin no se detuvo hasta llegar al borde de un precipicio, al fondo resonaba el agua embravecida del rió por donde ascendía una densa bruma que hacía calar aún más en sus huesos el frío al tiempo que el primer copo de nieve caía lánguidamente del cielo. -Parece que los de allí arriba nos hayan dada una patada en el culo ¿no? -bromeó él aún de espaldas a ella metiéndose las manos en los pantalones. Ia era incapaz de entender como podía ir sin camiseta con el frío que hacia, los inviernos en su territorio no eran tan crudos y el liviano vestido que levaba no la ayudaba a entrar en calor salvo quizás el cuerpo de él-, se que te has propuesto cabrearme haga lo que haga o diga lo que diga pero estoy en el mismo saco que tú. Entiendo que este cabreada, a mi también me molesta pero... -¿Pero que?. Él meneo la cabeza borrando esa sonrisa traviesa que se dibujaba en su cara normalmente seria e imponente. -Si digo lo que iba a decir me atizaras así que mejor cierro la boca. -Vale Sin, parece que esto es real de verdad, queramos o no nos pertenecemos y si seguimos así será un desastre para ambos y los que nos rodean. Así que habrá que encontrar una solución y averiguar que se supone que tenemos que hacer. -Nunca pensé que cambiaría de vida -dijo más para sí que para ella. -Se supone que no debería ser una condena. -Y no lo es -se volvió hacia ella. -Entiendo, era tu modo de revelarte. Sin asintió y tras echarle una ojeada se situó tras ella pasándole los brazos por la cintura, allí hacía frío y la corriente helada cortaba la piel. Ninguno de los dos había pensado al levantarse que esa noche iban a ser dos de verdad, ambos tenían sueños, inquietudes, deseos pero ahora todo había cambiado en un instante, los dos sabían lo que era el peso del liderato, para ellos el clan era lo primero. -¿Como puede esto unir a nadie? los cabreará más -suspiró Ia aceptando lo que iba a suceder, sin saber muy bien porque ya no quería luchar más contra aquello-. ¿Realmente porque nos peleamos?. No somos sólo animales... ¿porque te estoy diciendo yo ahora esto? -se froto la frente cansada. -Quizás... por tonto que te parezca sea por los sentimientos, hay cosas que están por encima de la furia, el odio y la venganza. -¿El líder de los Whoulers esta diciendo esto? -se volvió ella para mirarlo agradeciendo que siguiera envolviéndola para protegerla del frío. -Bueno sea lo que sea... veamos que es lo que pasa, al menos ahora ya somos dos unidos contra lo que han escrito en las estrellas. Ella sonrió muy a su pesar y asintió aceptando la mano que él le tendía para conducirla a su nuevo hogar, quizás después de todo aquello no iba a ser tan malo...
FIN
Nikta
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VAMPROS
DESEOS DE TI... DESEOS POR TI
Mi alimento pasaba frente a mis ojos. Su olor despertaba todos mis instintos y cada una de mis terminaciones reclamaba que fuera por él.
Si pudiera sudar, sudaría; si mi corazón latiera estaría apunto de salirse por mi boca. Si pudiera llorar por mi triste realidad, mis lágrimas correrían incesantes. Pero no... ninguno de mis deseos se harían realidad. Lo único que no quería sentir, lo sentía; se había apoderado de mí, era esclava del instinto de cazar.
Hace cuatro décadas me había ido de Transilvania, quería huir de todo. Pero mi peculiaridad me acompañaba al fin del mundo. Si pudiera terminar con este sufrimiento, que me hace querer gritar, correr, llorar, desahogarme.
Que me obliga a alimentarme.
Recordé mi pasado, aquella madrugada en que fui asesinada. Una vida por vivir, sueños y metas que se estancaron en mi fuerte y veloz cuerpo de solo veinte años. No quería nada de lo que poseía ahora. Solo en esos momentos que por mis labios no corría la sangre, podía sentirme tan dulce y tierna como antes. Tan humana.
Ahora estaba en Siberia Oriental, Rusia... observando desde lejos a un joven delgado, moreno, con unos rizos encantadores. Mi presa caminaba entre los bancos de un parque. Cerré las manos, en puños. Mientras contenía la respiración. Mis largas uñas quedaron marcadas en mi piel pálida como tiza por la falta de sangre.
Me colé entre los árboles, evitando que me escuchara. No quería que mi instinto superara mi voluntad, no codiciaba matarlo, alimentarme de él... pero sabía que le atacaría. Era mejor quitarle la vida, que darle una existencia vacía como la mía.
Inhale un poco, el olor de la sangre me llenó la cabeza y mis sentidos aclamaban ser satisfechos. Pero luego un olor familiar me estrujó los sentidos. Era... rosa silvestre. Estaba cerca de unos arbustos impregnados de ellas; salte sigilosamente a lo más alto de otro árbol, -los vampiros no soportamos esa planta-. Estaba justamente sobre él, mi presa. Mi necesidad.
Un rugido salió de mi pecho cuando divisé a unos metros a Henry -un antiguo vampiro, con el cabello rubio, reluciente como el sol, de apariencia delgada con la piel sonrosada por la sangre, quien fue convertido al cabo de su muerte, a los diecisiete años. En la década de los veinte-. Acechaba la misma presa que yo. De pronto su mirada rodó hasta mí y una sonrisa burlona y descarada se extendió por su cara.
Mantuvimos la vista fija el uno en el otro, de repente saltó ante la victima desprotegida que caminaba debajo del árbol donde yo estaba. De forma sorda, cayó en seco frente a el. El joven quedó inmóvil, su corazón latía desbocado como el trote apresurado de un caballo. Estaba consciente de que algo malo iba a pasarle, pero no se imaginaba que era su asechador.
Un vampiro, aún sediento; estaba de pie frente a él. Movía su cabeza hacia los lados, con una sonrisa irónica en el rostro, esperando que su presa comenzara a correr para protegerse.
Salté del árbol y caí de pie unos pasos atrás del chico. La necesidad de defender mi presa me invadía completamente.
-Valla, Crista. Tu instinto te corroe -se burló.
-No me tientes, Henry -dije amenazante.
El joven moreno se dio la vuelta poco a poco, hasta hacerme frente. Me observó con precaución, sus enormes ojos me cautivaron. Eran de un suave color café, hermosos, y no me miraba con desprecio, parecía algo confundido. En cambio yo me sentía el ser más miserable del mundo. Sentí la necesidad de cuidar de él.
-Bien, tú llegaste primero.
-Así es -afirmé-. Por lo que agradecería que te largues.
Asintió tranquilamente, pero su sonrisa estúpida me perturbaba. Tenía unas cuantas décadas más que yo, y obviamente había comido. Llevaba por un rato las de perder, pero igual daría lucha si pretendía provocarme.
Se dio la vuelta, camino unos pasos y luego se detuvo. Mantuve una posición inclinada, en forma de ataque preparada para abalanzarme sobre él si intentaba una maniobra estúpida.
-Que lo disfrutes -dijo de espaldas hacia mi. Anduvo unos pasos más y saltó hacia las ramas de un árbol, se perdió de vista en unos segundos. Escuché como se alejaba... esperando, me erguí en cuanto dejé de escuchar sus pasos y sus respiraciones.
-Lamento lo sucedido -me disculpé con el indefenso humano que aún estaba absorto e inmóvil delante de mi.
Trató de hablar, pero las palabras no lograban sobre pasar el nudo de temor que se había formado en su garganta. Seguramente no confiaba en mí, era lógico.
Sin saber como mi hambre había desaparecido casi por completa -bueno mi hambre hacia el específicamente-, aún aguantaba la respiración. Pero me sentía tranquila, solo quería que él estuviera fuera de peligro.
No era seguro que permaneciera en el parque sólo a esta hora. Aún había otros rondando la zona; ellos al igual que yo sabíamos que este era un buen lugar para cazar.
-Es mejor que nos vallamos -él asintió-. Te acompaño hasta la salida del parque -me ofrecí.
-¿Quien era él? -me quedé muda cuando lo escuché hablar. Pese a que creía que me tenia miedo, no me preguntó que era yo, solo que quién era ese.
-Henry Calmet -contesté luego de un par de segundos-, siempre esta rondando por aquí. No deberías andar por aquí solo, menos a estas horas.
-Tú estas sola -señaló.
Pese a mi mascara de dureza, me reí. Me sentía un poco débil, pero junto a él las cosas parecían ir bien.
-Cierto, pero te aseguro que se defenderme mejor que tú.
-Jajaja, es bueno saberlo -me quedé absorta. No importaba lo temerosa que pude verme en cuando Henry quiso arrebatarme "mi comida"... ni cuantas indirectas dijera para recalcar que era peligrosa. Fuerte y veloz.
Me frene en seco, a unos pasos de la salida del parque.
-No sabes quien soy -le aseguré.
-Eso tiene solución -dijo mientras tendía su mano hacia mi-, soy Damián. ¿Y tú?. Oí que ese tal Henry te llamaba Crista.
-Si, así es. Me llamo Crista Montiel -le dije mientras tomaba su mano delicadamente, para evitar lastimarlo.
-Y bueno, lo único que se de ti, es que me salvaste. Lo demás no tiene importancia.
-¿Te salve? -repetí confundida. Él no tenia ni idea que yo quería acabar con él. Con su existencia. Henry evitó que cometiera ese error. En contra de su voluntad claro está. Él me dio el tiempo suficiente de concentrar mi necesidad en algo diferente. En frenarlo de acabar con la vida de Damián. Eso se había convertido en algo más importante para mí.
-Si, me salvaste. Se lo que Henry quería de mi.
-No, no lo sabes -dije dolida. Él no tenia idea de nada.
-Lo sé muy bien. Se que quería él. Se por que estabas ahí.
Me quede atónita, era imposible lo que él decía. No podía saber nada, era simplemente absurdo y muy peligroso... para él.
-No tienes ni la más remota idea. Tus hipótesis no se deben acercar en nada a la "realidad" -la fatal realidad.
-Él es inmortal. Al igual que tú -me soltó en seco y sin tartamudeos.
-Inmortalidad es sólo una palabra. Todo lo que existe puede morir. Cada ente viviente tiene un arma contra la que no tiene defensa.
-He escuchado eso antes. Sabes que es mentira. No es solo una palabra, es más que eso. Es tu ser personificado en algo irreal. En tu caso, algo magnífico.
-¿Por qué crees que soy inmortal?.
-Por que se mucho de ese tema. No solo eres inmortal.
-¿A no? -no daba crédito a lo que me decía.
-Eres una vampira. Muy agraciada y hermosa debo agregar -si tuviera suficiente sangre en mi cuerpo tendría las mejillas sonrosadas y podría parecer un chica algo normal. En cambio mi piel blanca junto a mi cabello negro como el azabache, mostraba que no era nada corriente.
Umm. ¿Me llamó hermosa?. Debía estar loco para hablar conmigo. Creyendo saber lo que yo era, mínimo debía alejarse.
-Si... según tú, soy eso. Entonces... ¿que haces aun aquí? -le reté, dejando entrever un poco mis dientes.
-No te tengo miedo Crista. Eres más de lo que dejas ver -dijo seguro de si mismo.
-¿Por...?.
-Lo sé -me interrumpió-, por esas ojeras que oscurecen tu bello rostro, también por tu piel tan pálida. Eso demuestra que no has comido.
-No me gusta alimentarme... de ... -no debí decir eso, solo estaba afirmando su conjetura.
-Te entiendo.
-¿Como es posible? -pregunté boquiabierta.
-Mi padre... bueno mi padrastro era vampiro. Quiso convertirme más de una vez. Pero nunca encontré motivo para hacerlo.
-Es mejor así. Mi mundo, no es factible para nadie. Es un infierno eterno.
-Si, yo pensaba lo mismo. Por eso nunca accedí a convertirme.
-Es mejor así -dije cortante-, adiós, debo irme -caminé hacia la entrada. Sentí un leve roce en el brazo, él trataba de hacerme volver. Me detuve por mi voluntad, podía soltarme de su agarre como si fuera una mariposa posada sobre mi brazo; en lugar de un hombre de casi ochenta kilos. Pero a cambio, me detuve, con la vista clavada en sus profundos ojos.
-No te vallas, por favor.
-La situación no amerita que permanezca aquí.
-¿Y si te pido que permanezcas a mi lado?.
-Eso no tiene sentido.
-Para mi si. Llevo años triste... sólo, dejé a Julián, mi padrastro, cuando quiso transformarme en contra de mi voluntad.
-A mi lado tu vida va a ser igual. ¿Cómo podrías convivir junto a mí... sin que te lastime? -era imposible el solo pensarlo. Él me gustaba, no quería que muriera. Y menos por mi causa.
-Por que no podrías lastimarme... si fuera como tú -sus palabras se clavaron en mi mente, martillando cada uno de mis pensamientos.
-Jamás te dejaría ser como yo.
-Esa decisión es mía.
-Dijiste que nunca has querido ser como yo.
-Por que nunca había tenido un motivo para serlo.
-¿Ahora si?...pregunté aún suponiendo la respuesta.
-Si, ¡tú!, quiero estar junto a ti.
-No soy buena para ti -dije entre un suspiro lastimero.
-Eres perfecta -colocó su mano bajo mi mentón, poco a poco se acerco a mi, de forma lenta y pausada acerco sus labios hasta mi rostro, trate de aguantar la respiración. Me dio un tierno beso, tan suave y delicado como el aire, y tan dulce como el chocolate. Nuestros labios se movían en una sincronía perfecta, única-, quiero ser como tú.
-Quiero que vivas tu vidas feliz... como un humano. Aunque eso te aparte de mí -absurdamente sentía cariño por el. Tenía años con esos sentimientos guardados dentro de un baúl junto con mi humanidad.
Él despertaba muchas cosas en mí.
-Nada me apartará de ti -me dijo mientras giraba su cara y me mostraba su largo cuello, invitándome a una vida eterna con él.
Me acerqué a él, y tratando de ser lo más delicada que me permitía mi naturaleza. Clavé mis colmillos en su suave cuello, parecido a la mantequilla. Se estremeció entre mis brazos, un temblor recorrió su cuerpo; poco a poco los temblores fueron disminuyendo.
Su despertar a esta nueva vida, fue algo glorioso para ambos. La soledad no seria más su compañera, ni la mía. Ahora nos teníamos el uno al otro por toda la eternidad.
FIN
Angela
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ETERNA SOLEDAD
El amor es una fuente inagotable de reflexiones: profundas como la eternidad, altas como el cielo y grandiosas como el universo.
(Alfred Víctor de Vigny)
El amor es una fuente inagotable de reflexiones: profundas como la eternidad, altas como el cielo y grandiosas como el universo.
(Alfred Víctor de Vigny)
Siempre fui una mujer fría y sin emociones, siempre tan vanidosa, obtenía siempre lo que quería sin importar el costo. Soy hermosa, joven y caprichosa, si fueras como yo... ¿Qué decisión tomarías?.
Mi nombre es Marishka aunque prefiero que me digan Marie, mi padre es un científico obsesionado con los vampiros, licántropos o cualquier criatura anormal. Mi madre y yo lo sabemos, no existen, pero mientras en casa no falte nada, ninguna hará comentarios sobre su profesión.
Tengo diecinueve años pero aparento muy bien los veintiuno, mis padres no me niegan absolutamente nada, y la gente que me conoce me alaba, me adora. Lo pido y lo tengo, es mi regla.
Mi novio se llama Devin y me ama con locura, daría su vida por mí, pero en mis planes no está vivir con él por siempre, él se esfuerza mucho, pronto se recibirá como abogado, pero eso no será suficiente para darme lo que yo merezco, mi ideal de hombre es que sea rico y con poder, y lo mejor es que ya lo encontré, tiene una empresa dedicada a algo del petróleo, mi madre dice que es un negocio que deja mucho dinero, hoy lo conoceré y tendré que terminar con Devin aunque me duela, es por mi futuro.
-Hola Marie amor -Devin llegó a mi casa en cuanto salió de la escuela, me dio un tierno beso y lo invité a pasar.
-Qué bueno que llegaste, necesito hablar contigo de algo muy serio.
-Pues ¿que pasa, te sientes bien?, estas algo pálida -esto era algo que me dolía porque lo quería, pero tenía que ver por mí.
-Si solo que, tú y yo, tenemos que terminar, has sido una persona muy importante en mi vida pero no puedo verte más que como amigo, estoy enamorada de alguien más -o más bien pronto me enamoraría, de eso estaba segura, pero tenía que ser convincente para terminar y no tenerlo aquí rogando o algo así.
-Respeto cada decisión que tomes, si es lo que quieres está bien -él se levantó y se dirigió a la puerta, su rostro reflejaba tristeza pero él era fuerte, aunque debo aceptar que en mi mente quería verlo arrodillado ante mí, no solo alejándose, lo acompañe a la puerta y él se fue sin volverme a mirar.
Esta noche seria mía, Salí a comprar un lindo vestido negro que vi hace un par de semanas, era elegante y sexy, tendría que deslumbrarlo. Caminé varias calles y mi vestido ya no estaba, y todo lo que había en esa tienda era espantoso, decidí caminar hacia el centro y una calle antes de llegar se acercó a mí un hombre alto y muy apuesto.
-Señorita este lugar es muy peligroso, no debería caminar sola por aquí.
-Pues aún es temprano y veo mucha gente en la calle, solo iré un par de calles más.
-Sabe nunca había visto mujer más hermosa que usted -eso era algo que oía comúnmente- si le propusiera mantener esa belleza por siempre... ¿aceptaría? -eso si fue raro.
-Si fuera posible aceptaría, pero tengo que irme, así que adiós -ese hombre era extraño, más que mi padre, preferí ignorarlo pero no pude evitar escuchar lo último que gritó
-Si quieres belleza y juventud eterna búscame, estaré cerca.
Compré mi vestido y me fui a casa, perdí tiempo hablando con ese extraño, aunque sentía curiosidad, yo sabía que mi belleza no duraría por siempre, pero era joven y tenía tiempo de sobra de alcanzar mis objetivos.
Mi madre interrumpió mis pensamientos y me avisó que los invitados habían llegado, bajé y mi sorpresa al ver que el extraño trabajaba para mi futuro esposo, eran socios, la cena fue muy amena y cumplí mi propósito, él iba a ser mío, me invitó a cenar y pidió permiso para cortejarme.
Me dirigí a la cocina cuando todos estaban tomando café en la estancia, y el extraño me habló.
-El mundo es muy pequeño, ¿no lo cree así señorita?.
-Tiene razón, y dígame... ¿que hacia un hombre como usted escondido entre las calles del centro, si es socio de Andrew? -ese era el nombre de mi próximo esposo-, no entiendo que haría por esos rumbos.
-Llámeme Travis. Verás, de vez en cuando me gusta salir y conocer, uno se cruza con gente muy interesante de vez en cuando, este fue mi caso el día de hoy, la conocí a usted -se acercó a mí, y alteró cada uno de mis sentidos, su aliento era exquisito, tomó mi mano, su piel estaba fría, y depositó un beso en ella, y consigue que una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo-. ¿Pensó lo que le dije por la tarde?, usted seria perfecta.
-Si lo he pensado -me alejé un poco de él-, y créame si eso fuera posible aceptaría gustosa.
-Yo lo haría posible, tú solo pídelo y lo tendrás.
Mi madre interrumpió en la cocina y nos dirigió una mirada inquisidora, Salí lo más rápido que pude, me dirigí a la estancia y me disculpé, estaba cansada y necesitaba dormir.
No dormí como me hubiera gustado, por la mañana bajé y vi que estaba sola, alguien llamó a la puerta y estaba otra vez ante mi ese extraño.
-¿Usted que hace aquí?.
-No debería recibir así a las visitas.
-Disculpe pero no lo esperaba -le indiqué que pasara y él fue a sentarse directo a la mesa.
-¿Y que se le ofrece?.
-Estoy aquí para ofrecerte algo.
-Pues dígame.
-Se ve que eres una mujer inteligente y sé que aceptaras, yo te ayudaré a que te cases con Andrew en poco tiempo, tengo influencia sobre él, después de conseguirlo tendrás riqueza, y yo puedo ofrecerte lo que sé que deseas, juventud y belleza por siempre -claro que ante algo así aceptaría, si eso fuera posible, tal vez la riqueza pero este hombre estaba más chiflado que papá.
-Digamos que puede hacerlo, entonces acepto pero, ¿que quiere a cambio?, nadie da nada gratis.
-Pues eso es más que obvio, veras quiero la mitad de la fortuna de tu futuro esposo estaba loco-, créeme con la mitad vivirás como reina por más de doscientos años -iba a conseguir lo que quería y no le daría nada a él.
-Pues acepto, pero con la condición que cumplas todo, incluso la juventud y belleza por siempre -esta partida ya estaba ganada, eso nadie podría lograrlo.
-Es un trato señorita.
Pasaron dos meses y en una semana me casaba, estaba muy nerviosa y tenía miedo, no sabía que esperar. Escuché la puerta, abrí y para mi sorpresa Devin estaba frente a mí.
-Hola Marie, es bueno verte después de tanto tiempo -no disimule la sorpresa, sabía que él viajó al extranjero después de nuestra ruptura, pero nadie dijo que regresaba.
-Hola Devin, pasa por favor.
-Gracias -lo invite y fuimos a la estancia.
-Y a que debo tu visita, creí que no te vería más.
-Solo quería felicitarte, supe de tu próxima boda, quería desearte lo mejor y %85 -lo interrumpí.
-Quieres felicitarme por terminar contigo y casarme con otro tan pronto -él definitivamente estaba loco, eso o nunca me quiso de verdad, pero ya que importa.
-Parece que si, pero quiero que sepas algo, me fui porque eres lo más importante que tengo en mi vida, y por ese amor que siento sabía que tenía que dejarte ser feliz, si eso no era posible conmigo, debía aceptar que fuera con alguien más, solo por verte feliz -él me amaba tanto como para dejar que otro estuviera conmigo,
-No es necesario que digas eso -el sentimiento estremeció mi pecho, las lágrimas salieron y no supe cuando.
-Marishka o Marie como prefieras, digo lo que siento y es necesario para que tú lo sepas, te amo y no pretendo venir a arruinar tu boda, solo quería expresar lo que no me atreví a mencionar el día que me fui.
-Devin no sé qué decirte -y sabía que decir pero eso sería mi ruina, como decir gracias por amarme de esa forma, lo que yo siento por ti es igual de fuerte pero preferí una vida de lujos, no ya no había marcha atrás, solo quedaba decir gracias y adiós.
-No tienes que decir nada.
-Gracias Devin y Adiós, será mejor que te vayas, pueden pensar mal de que mi antiguo novio este en mi casa justo una semana antes de la boda -su mirada estaba vacía, quería regresar el tiempo.
-Tienes razón, Marie te deseo lo mejor, que seas muy feliz -se dirigió a la puerta y Salió, no pude evitar llorar, mi corazón estaba vacío, fue mi primer novio y el único hombre al que ame.
Toda esa semana no salí de mi habitación, culpe a mis nervios, pero sabía que si daba la cara antes del gran día, saldría corriendo, los días pasaron muy rápido. Pronto llegó el gran día, mi madre se acercó a mí y ella me conocía mejor que nadie.
-¿Estas segura de lo que haces hija?.
-Si madre, solo que paso tan rápido -traté de fingir.
-Eso espero, quería darte esto antes de la boda, Devin me lo dio hace dos días para ti -era una carta.
-Gracias mama, ahora necesito terminar de arreglarme -ella salió de mi habitación y por un minuto decidí leer el contenido de ese papel, pero desistí, al parecer era una cobarde, si sus palabras me hacían retractarme y dejar plantado en el altar a mi prometido, eso jamás, la guarde en mi bolso y me dediqué a terminar con esto de una vez por todas.
La boda no fue algo de lo que pueda hablar mucho, tanta gente que no conocía, y la mayor parte del tiempo estaba sola, con mama o papa, mi ahora esposo tenía muchas amistades que atender, la noche pasó muy lenta pero acabo, ahora solo quedaba consumar mi nueva vida, nuestra luna de miel se pospuso pero la noche de bodas no, fuimos a la que sería nuestra casa, no niego que era hermosa y muy grande, pero se sentía vacía, llegamos y me dirigí al baño, estaba tan nerviosa.
Me relajé pero no duro mucho tiempo, escuche un grito, era Andrew, Salí corriendo a ver qué pasaba, frente a él estaba Travis, su socio con las manos llenas de sangre.
-Hola, vine a cumplir la última parte de nuestro trato.
-Lo mataste, estás loco, nadie dijo nada de matar.
-Solo esta inconsciente, él es todo tuyo.
-Vete, sal de aquí, llamare a la policía.
-No -lo perdí de vista, se movió tan rápido, sentí que me sujeto por detrás.
-¿Que te pasa?, ¡suéltame!, ¿como diablos hiciste eso?.
-Cuide esa boquita de malas palabras, yo solo cumplo mi promesa, te entrego lo que quieres, ahora serás inmortal.
Sentí una ráfaga de emociones y mucho dolor, sentía que mi cuerpo quemaba, solo quería morir, grité, supliqué, pero nada pasó, pasaba el tiempo y el dolor no cesaba, escuché latir mi corazón frenéticamente y de repente morí, o eso creí, mi corazón dejó de latir, me sentía diferente, abrí los ojos lentamente y él estaba ahí.
-Travis... ¿que pasó? -sonaba diferente.
-Pues cumplí mi parte del trato, y no te preocupes tú ya no tienes que hacer nada, ya tomé mi dinero, el tuyo está listo también.
-¿De que hablas? -sentí que mi garganta quemaba, en un instante estaba sobre el cuerpo de mi esposo, estaba desangrando su cuerpo, no podía detenerme.
-Te dije que era tuyo.
-¿Que me has hecho?.
-Mi querida Marie ahora eres una linda vampira, deberías agradecerme. Te dije que serias perfecta, una mujer con tus cualidades sin dudas lo serás. Ahora me voy, cuídate y disfruta tu nueva vida.
Era la peor mujer o lo que sea en lo que me habían convertido, quería huir y en un momento estaba en la puerta. Era tan rápida..., tal vez los libros de papa no mentían, y yo tanto tiempo creyéndolo loco. Quise llorar pero nada pasó, regresé a donde estaba mi esposo muerto por mi causa. Era una asesina.
Abrí mi bolso y encontré una nota:
"Tu dinero está en la maleta, me atreví a cambiarlo todo por dólares es mas fácil conocer el mundo así. Deberás tener cuidado, existen más nuestra especie y algunos no toleran que mates sin control. Sé cuidadosa y no trates de convivir con humanos los mataras. Suerte. Travis".
Al quitarla encontré la carta de Devin, la abrí con mucha delicadeza, no sabía que tan fuerte era, según papa es fuerza sobrehumana.
"Mi querida Marie: Eres la mujer de mi vida, la única que quiero y no veo mi vida sin ti. Créeme, intenté alejarme y respetar tu decisión, no pude. Dejé el país para no torturarme con la idea de buscarte, pero en cuanto supe que te casabas, solo quise verte por última vez, decirte que me fui por todo lo que sentía, por respetarte y para demostrarte que siempre fui incondicional a ti. Recuerda mis palabras amor mío, TE AMO y deseo de corazón que seas feliz. Tal vez son muy pocas palabras para una carta, pero no quiero hacerte sentir mal, todo lo contrario. Se feliz. Te amaré eternamente. Devin ".
-Te amare eternamente Devin, ahora tengo la eternidad y estoy sola.
FIN
Astrid
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CAZA
Entro en la ciudad de Delmedeiae a través del puerto, tras varias semanas viajando de polizón en el barco de los clérigos del bien. En cierto modo, sospecho que sabían que estaba aquí, porque a menudo encontraba comida sospechosamente abandonada en los lugares más insólitos y más de una vez han pasado de largo demasiado cerca de donde estaba escondido. Sé que son lo bastante poderosos como para detectar a un intruso si se molestan, así que les agradezco que, si realmente me encontraron, no me hayan hecho salir de mi escondite... o no me hayan lanzado por la borda. Aunque claro, eso estaría en contra de su filosofía y de su religión. He oído cosas horribles sobre esta ciudad maldita, y de todas las que hay en el archipiélago de las Islas Kulitíes. Aunque, por imposición del pacto que hicieron con la Unión Dielmanesa tras acabar la guerra entre ambos, tuvieron que adoptar la religión de los dioses benignos, en realidad la mayor parte de sus habitantes, truhanes, criminales y asesinos, adoran a los demonios... y sus dirigentes oficiales no son más que meros títeres dirigidos por los verdaderos amos... los no muertos. Me marcho rápidamente del Distrito del Puerto y me dirijo al Distrito del Templo, ya que sé que esta zona, completamente independiente, es la única de toda la ciudad en la que sé que el mal es mantenido a raya. De hecho, el barco repleto de clérigos y paladines en el que he realizado el viaje ha sido mandado como refuerzo y recambio de los clérigos que llevan aquí ya unos cuantos meses. Supongo que es necesario que los clérigos vayan rotando, porque intentar imponer el orden en una ciudad en la que el caos domina desgasta los poderes y la fe de cualquiera. Según tengo entendido, por lo que me contó el joven marinero que me ayudó a entrar en el barco sin ser visto, los clérigos del bien tienen que luchar contra tres facciones: el hampa (que está asociada con una banda de vampiros), el Consejo Gremial (que va por libre y en general persigue sus propios beneficios) y otra banda de vampiros independiente del hampa que controla el distrito del cementerio. Si conozco bien al que una vez fue mi amante, Kodos, se habrá unido a éstos últimos. No sé qué me afectó más, si el hecho de que me abandonara por su sueño de encontrar la vida eterna o el precio que estaba dispuesto a pagar para conseguirlo. Cuando me abandonó pasé muchos meses en soledad, sin saber qué era lo que pretendía. Luego noté poco a poco cómo iba perdiendo su humanidad, hasta que finalmente tuve un sueño profético que me mostraba cómo, tras acabar con las vidas de varios inocentes, era aceptado por la camarilla de vampiros y convertido en una aberración. Lo único que sé es que, cuando estaba a punto de contratar al caza vampiros para que acabara con él, me di cuenta de que tenía que ser yo el que hiciera este trabajo, por lo que fue nuestra relación y por mí mismo. Y ahora estoy aquí, porque algo me dice que, de entre todas las ciudades de este archipiélago maldito, él está precisamente en esta: la más grande y la más plagada de corrupción y crímenes. Le voy a encontrar y acabaré con ese monstruo que tiene su mismo aspecto, pero que no es él. Sorprendido por la belleza que puede tener esta ciudad sin alma, encuentro el Distrito del Templo lleno de mansiones, pero sin ningún lugar donde un ciudadano de a pie que busque la protección del Bien pueda descansar. Supongo que es normal, porque en esta ciudad maldita nadie busca la protección del Bien. El cómo pasar la noche sin que te roben o te asesinen o esclavicen es un grave problema. Debería salir de caza ya, pero necesito descansar y mentalizarme un poco antes de ir tras Kodos y no soy tan estúpido como para hacerlo en las horas de mayor oscuridad, los momentos en que los vampiros son más poderosos. Preocupado porque cada vez hay menos luz, voy a las puertas de la ciudad y pregunto a un soldado, que me mira extrañado y, apretando fuertemente su espada, me indica que lo mejor que puedo hacer es ir a la zona central de la ciudad y probar suerte en El oro y la gema, en la plaza del mercado. La taberna es un lugar de bastante calidad, sólo superado, según el tabernero, por El dragón Marmóreo, donde se alojan los grandes dignatarios. Por el aspecto de los clientes y el lugar donde se encuentra, deduzco acertadamente que es un lugar bastante caro donde pasan la noche los mercaderes que no tienen un acuerdo especial con los gremios. No obstante, teniendo en cuenta que la alternativa es pasar la noche en un lugar poco seguro, me desprendo de mis monedas de oro alegremente. Después de todo, es posible que no pase de esta noche. Tomo una cerveza junto a un borracho comerciante que me dice antes de caer redondo: -¿Eres nuevo en la ciudad?. No te preocupes, aquí sólo hay una regla... Que no te pillen... a no ser que tengas mucho dinero. Asqueado, me retiro a mi habitación e intento dormir sin éxito hasta unas horas antes del amanecer. Ha llegado el momento de salir de caza. El tabernero me mira anonadado mientras salgo por la puerta, pero no se molesta en detenerme. La gente de esta ciudad bastante tiene con protegerse a sí misma, nadie aspira a ayudar a otros. Imagino lo que piensa: si quiere morir, es cosa suya. Pero yo no voy a morir%85 voy a matar. Sigo mi intuición en dirección al Distrito del Cementerio, moviéndome de sombra en sombra con el menor ruido posible. Sé que está cerca, porque aun lleva el medallón que le regalé y puedo percibirlo. Cuando voy a doblar una esquina, una forma se abalanza contra mí y me derriba. Lucho con todas mis fuerzas contra el vampiro, pero es demasiado fuerte para mí y acerca sus colmillos a mi cuello... antes de convertirse en cenizas. Anonadado miro a mi salvador. Kodos me dirige una media sonrisa que hace que se asome uno de sus colmillos. Más hermoso que nunca, mueve con la gracia de un gato sus enormes músculos, pero ahora es menos él mismo que nunca. -Sabía que vendrías -dice, acercándose. Empuño mi espada con firmeza e interpongo su filo entre los dos-. ¿Cómo, me amenazas?. -No des un paso más, bestia asesina -le digo, con el corazón en un puño. Se ríe y siento como si no hubiera cambiado nada, como si siguiéramos en Dielm y nada hubiera ocurrido. -Sigues siendo el hombre del que me enamoré -me dice con voz aterciopelada- Crees que he cambiado, pero te equivocas. -¡Mientes!. ¡Te he visto asesinando a inocentes!. -Ah, tus profecías. Pero deberías aprender a ver mejor, amor. He asesinado, pero no a inocentes. En esta ciudad, ya no quedan más almas puras que las de los patanes del Distrito del Templo, y con mi purga estoy haciendo más el bien que todos ellos juntos. ¡Y la recompensa es la vida eterna!. Se acerca lentamente y no puedo resistirme a su mirada hipnótica. Aparta despectivamente mi espada, que cae al suelo, y me besa apasionadamente. Besa tan maravillosamente como siempre, pero algo ha cambiado. Su boca tiene un sabor metálico, percibo vagamente. Un sabor a sangre, me estremezco mientras despierto del embrujo y cojo la estaca de mi cinturón, clavándosela en el corazón. Se separa de mí y me mira desconcertado mientras se marchita. Su mirada parece pura, como en los viejos tiempos, y sé que llevaré esta imagen gravada hasta el fin de mis días. Llorando, recojo el medallón de entre las cenizas y me levanto rápidamente al oír un ruido a mi espalda. -Lo has hecho bien -me dice el marinero que me ayudó a llegar a Delmedeiae. Le miro sin entender, hasta que se quita la peluca y deshace el hechizo ilusorio que le envuelve, para revelar la forma del caza vampiros al que estuve a punto de contratar-. Siempre resulta duro acabar con ellos, cuando antes fueron alguien a quien amamos -se explica-. Pero si lo haces, entonces eres digno. ¿Te unirás a mi gente, para acabar con ellos?. Le miro aun con lágrimas en los ojos y asiento lentamente con la cabeza. Tras una última mirada a las cenizas del que fue mi gran amor, le acompaño en dirección a mi nueva vida. Tengo mucho que aprender y, cuando lo haga, los vampiros temblarán ante la mención de mi nombre.
SALVACIÓN
Ilya Ivanov despertó de su siesta diurna ni bien se había puesto el sol. Había sentido la misma sensación de siempre, su sangre calentarse y su corazón volver a la vida lentamente hasta recuperar su ritmo normal. Se había alimentado la noche anterior por lo que su garganta no ardía como cuando estaba realmente sediento.
Tenía su residencia en los dos últimos pisos de un edificio en el centro de Nueva York. Hacía más de dos años que vivía en ese lugar, comúnmente ya se habría mudado. Es lo que solía hacer, nunca estaba más de un año en un mismo lugar. Pero este le gustaba realmente, podía pasar la noche en clubes nocturnos y alimentarse regularmente de los humanos sin tener que matarlos. Y la actividad nocturna no lo hacía sentirse tan aislado como en otros lugares. Pero la principal razón por la que no quería irse era ella.
Tenía su residencia en los dos últimos pisos de un edificio en el centro de Nueva York. Hacía más de dos años que vivía en ese lugar, comúnmente ya se habría mudado. Es lo que solía hacer, nunca estaba más de un año en un mismo lugar. Pero este le gustaba realmente, podía pasar la noche en clubes nocturnos y alimentarse regularmente de los humanos sin tener que matarlos. Y la actividad nocturna no lo hacía sentirse tan aislado como en otros lugares. Pero la principal razón por la que no quería irse era ella.
Sophie.
Nunca podía mantener la mente alejada de ella por mucho tiempo, su primer pensamiento cada vez que despertaba era para ella, tanto como el último, mientras el sol se alzaba lentamente por el horizonte.
Ella siempre era muy amable con él, mientras que la mayoría le rehuían, Sophie lo saludaba y preguntaba cómo había pasado el día, a lo que él respondía con un asentimiento y alguna que otra mentira. No le gustaba mentirle, por lo que a veces le decía la verdad. Tenía como excusa que trabajaba como jefe de seguridad en un pub, por lo cual no era extraño que durmiera durante casi todo el día.
Sophie, era simplemente hermosa. Era pequeña y delicada como una muñequita, sus facciones como las de un ángel. Sus preciosos ojos grises estaban siempre llenos de luz, sus labios rosados siempre curvados en una encantadora sonrisa. Era muy sencilla, solía llevar su pelo de un rubio pálido, recogido en un primoroso rodete. Casi siempre que la veía, vestía ropa deportiva, ya que comúnmente Ilya y ella se cruzaban cuando ésta volvía de sus clases de ballet.
Sólo se arreglaba cuando salía con su patético novio. El muy imbécil no la valoraba, como ella se merecía. Le dolía ver a ese precioso ángel tan enamorada de ese cretino. Ella merecía algo mejor, lástima que no pudiera ser él, no era mejor que ese insignificante humano. Ilya estaba convencido de que la destruiría con sólo acercarse a ella. Sophie era una cosita tan compasiva y dulce, él no estaba dispuesto a mancillarla con su oscuridad.
Era temprano, faltaba mucho para que fuera al pub, se dirigió al baño y tomó una ducha rápida. Luego hacia el curto donde se ocultaba durante el día, allí había un pequeño refrigerador repleto de botellines de sangre, para casos de emergencia.
Cuando se hicieron las diez de la noche decidió salir, bajó por las escaleras como acostumbraba siempre, pero al llegar al piso donde vivía Sophie, algo llamó su atención. Su olfato se agudizó de inmediato. ¡¡¡Sangre!!! Y no cualquier sangre, era la de Sophie.
Sin apenas ser consciente de que se movía, Ilya cruzó el pasillo en dos largas zancadas y abrió la puerta del apartamento de Sophie. Se puso en alerta al ver que se habría sin más, sabía que Sophie la cerraba con llave y además solía utilizar las tres trabas que tenía del lado de adentro. Siguió el rastro de su aroma hasta el baño, la puerta estaba entreabierta.
A pesar de los siglos que había vivido rodeado de violencia, de dolor y sufrimiento, no estaba preparado para lo que le esperaba en esa habitación. Este era un baño de sangre literalmente, las paredes estaban manchadas, había huellas de manos con sangre.
Sophie estaba en la bañera hundida en agua ensangrentada. Su brazo derecho colgaba inanimado goteando desde su muñeca hacia un gran charco, que había al lado de la bañera. Su precioso pelo rubio estaba manchado también. Y su rostro mucho más pálido de lo normal.
Ilya la sacó de la bañera en un abrir y cerrar de ojos. Constató su signos vitales, eran muy débiles, no había tiempo para llamar una ambulancia, necesitaba una transfusión urgente y él era la fuente más cercana. Había perdido demasiada, por lo que si le daba la suya era más que seguro de que ocurriera el cambio. No tuvo que pensarlo mucho, sólo sabía que no la quería muerta. Salió de su apartamento y cerró la puerta principal cuidadosamente, para que nadie notara nada extraño.
Una vez en su piso, llevó a Sophie a su cuarto detrás del estante, ahí tenía una cama matrimonial tan grande como la de la habitación principal. La recostó, escuchaba a su corazón latir cada vez más lento, no iba a permitir que muriera, extendió los colmillos y se abrió la vena de la muñeca, tomó la cabeza de Sophie con una mano y posó la herida sobre sus labios.
-Vamos, preciosa, bebe -susurró con dulzura.
Sus labios seguían quietos, sentía su pulso más débil. Comenzó a desesperarse, pero antes de que pudiera hacer algo, la joven empezó a succionar lentamente de su muñeca. Una ola de alivio se extendió por todo su cuerpo.
-¡Muy bien! así, bebe…
La muchacha empezó a beber con más desesperación, su pulso se había acelerado y su corazón latía frenético. Sophie se incorporó de golpe y apretó la muñeca de Ilya en un fuerte agarre entre sus manos. Sin dejar de succionar abrió los ojos y lo miró fijamente. Él no pudo resistirse, por más que sabía que todavía estaba débil, a pesar de su repentina fuerza, Ilya inclinó la cabeza de Sophie y hundió sus colmillos en esa deliciosa piel y bebió de su sangre que sabía a ambrosía. Se desprendió de su agarre sin esfuerzo y la recostó en la cama debajo de él. Levantó la cabeza y la miró, ella lo miraba sorprendida aunque en sus ojos estaba latente el deseo que sentía por él. Ilya notó que eso la desconcertaba tanto como el hecho de haber estado bebiendo de su sangre.
No pudo resistirse a tomar su boca con la suya y besarla hasta dejarla sin aliento. Ella se apretó en un ademán frenético, pero antes que él siquiera pensara en que debía detenerse, Sophie se desvaneció en sus brazos. Ilya se incorporó lentamente sin dejar de mirarla, sabía que en una hora empezaría el doloroso proceso de la transformación.
Aunque era renuente a dejarla sola, se apartó de ella y salió del cuarto. Tenía que limpiar el desastre de su apartamento. No podía hacer nada para cambiar lo que había hecho, por una parte se alegraba de haberla transformado, de hacerla suya. Pero le dolía cambiar su luminosa vida, para condenarla eternamente a la oscuridad.
Una vez en el cuarto de baño de Sophie, se puso a observar el escenario. No se creía ni por un minuto que eso fuera un intento de suicidio, por lo que estaba buscando pistas para encontrar al verdadero culpable. Y las halló más rápido de lo que esperaba, por el afán de encontrarla con vida no había advertido la esencia inconfundible del cretino de su novio. Ilya apretó los dientes, el bastardo iba a pagar por eso.
Sophie sentía un dolor intenso que se extendía por todo el cuerpo, era come tener agujas clavada por todas partes, incluida las encías, lo que más dolían. Podía sentir crecer sus colmillos lastimosamente lento. También notaba como se solidificaban sus huesos otro proceso sumamente doloroso.
Sus ojos se notaban extraños, era como una leve presión que molestaba. La piel la sentía tirante, dura. Aunque lo más fastidioso del proceso sin duda era la intensa picazón que perpetraba su cuerpo. Sentía el impulso de rascarse furiosamente, pero sus manos no respondían.
No supo cuánto tiempo estuvo así, sin embargo sintió un gran alivio cuando todo se detuvo. Estaba exhausta tanto física como mentalmente. Sintió unos pasos que se acercaban por lo que se incorporó de inmediato. Era un hombre alto, su pelo, tan oscuro como la noche, era corto y lo llevaba muy bien arreglado, notaba sus ojos de un gris casi plateado que la miraban fijamente. Lo reconoció, era su vecino, Ilya. Pero ¿qué hacía ella ahí? Recorrió con la mirada la estancia, ésta era muy pequeña, sin ventanas ni puertas. Eso la asustó más. ¿La habían secuestrado? Se miró, estaba desnuda, agarró la sabana para cubrirse.
-Sophie… -Ilya se acercó sonriente.
Ella se apartó.
-¿Por qué estoy aquí?. ¿Qué me has hecho?.
-Te explicaré… -dijo acercándose a ella nuevamente-. Lo siento, Sophie, tuve que hacerlo, te estabas desangrando, ya no había nada más por hacer.
-¿Qué me hiciste? -gritó ella.
Ilya suspiró.
-Te convertí, ahora eres como yo.
Sophie se lo quedó mirando confundida.
-Eres un vampiro -aclaró él.
-Mentira -susurró ella. Eso era una locura, los vampiros no existían, jamás hubiese sospechado que Ilya estuviera loco. Lo vio caminar hacia ella-. ¡No, aléjate de mí!.
Sophie distinguió la abertura a través del tapiz y huyó a una velocidad de la que no se creía capaz. Estaba asustada, Ilya era un sicópata, la había secuestrado y… ¿Y qué?. ¿Practicaba el vampirismo?.
Su apartamento estaba en orden, como siempre. No había rastros de lucha. No recordaba como Ilya la había atrapado. Solo recordaba haber estado cenando con Matt en su casa, había bebido más que de costumbre… se había mareado y… no recordaba nada más.
¡Matt! Si su psicótico vecino le hubiera hecho algo…
Se vistió rápidamente y casi sin pensarlo corrió hacia las escaleras, bajó velozmente y no se molestó en subir a su auto. Matt viví a unas pocas cuadras, en pocos minutos estuvo allí. Subió al piso de su novio, estaba por tocar la puerta, cuando esta se abrió. Una mujer salió del apartamento, era hermosa, alta y sus movimientos eran como los de una modelo. Matt salió detrás de ella. Sophie vio como sus ojos se abrieron al verla, perecía sorprendido, no, eso era quedarse corto. La mujer la miró con desdén y siguió caminando hacia el ascensor.
-Matt… -lo empujó hacia dentro y entró con él-. ¿Quién era ella?.
-Lo puedo explicar…
-Supongo que sí, eso es lo que espero.
Su rostro era una mezcla de nerviosismo y consternación, pero repentinamente se volvió seductor. Se acercó a ella y lentamente subió su mano para acariciar su rostro. Sophie entró en shock al sentir el contacto. Una serie de imágenes pasaron por su mente, ella bebiendo, Matt subiéndola a su auto, ella en el baño mientras Matt cortaba sus muñecas. Una rabia inexplicable se apoderó de ella.
No era consciente de haber aferrado a Matt, tampoco se dio cuenta en el momento en que hundió sus dientes en su garganta. Estaba furiosa, quería hacerle daño, quería… no sabía lo que quería, pero ni bien saboreó su sangre se olvidó de todo, de Matt, de su ira, de todo. Sólo quería beber hasta saciar su sed. Cuando sintió que ya no quedaba más, que lo había drenado, lo soltó furiosa, su sed no se había apaciguado. Pero al ver el cadáver de Matt, se quedó helada, lo había matado. ¡Ella lo había hecho!. Se arrodilló al lado de su cuerpo, totalmente quieta. No sentía pena por su muerte, se lo merecía, pero ella no era una asesina. La confundían sus pensamientos, estos eran una mezcla de rabia y angustia. Ilya tenía razón, era un vampiro.
Sintió que unos fuertes brazos la rodeaban, era él. Ilya acarició suavemente su mejilla, y empujó su cabeza para que la apoyara en su hombro.
-Ven conmigo, Sophie. Déjame protegerte.
-Ilya…
Ella lo miró, y comprendió que su vida había cambiado para siempre, y que lo necesitaba, él era su salvación.
-Sácame de aquí -suplicó.
Ilya sabía que iba a ser un largo camino, antes de que Sophie se convenciera de su condición, pero así como la había salvado de la muerte, con su amor también la salvaría de sí misma. Él sería su protector e iba a luchar por su amor, porque eso era lo único que podía salvarlo a él.
FIN
Gisela
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LO QUE ESCONDE LA LUNA
Corrí a través de los árboles, adivinando donde poner el pie para no caer entre las grandes raíces de los más viejos.
La luna apenas lograba colarse entre el follaje y estoy segura de que si hubiera vuelto a detenerme para tomar aire como la otra vez, habría podido encontrar más de una sombra siniestra, creada por ella, vigilando mi carrera. Pero no me detuve, no tenía tiempo para eso, y el bosque, pese a todo, me asustaba.
A muchos kilómetros de mí, la casa dormía un sueño de vino y fiesta, arropada por el susurro del viento. La fiesta había durado hasta mucho después de que el gran reloj del salón diera las tres campanadas. Entonces los pocos que aún se mantenían en pie habían levantado sus copas y brindado por una feliz Navidad. Las risas y las conversaciones confusas se fueron apagando escaleras arriba, mientras yo escuchaba desde las sombras de mi habitación como la casa iba sumiéndose lentamente en un letargo jovial.
Después logré salir, deslizándome junto a las sombras de las paredes, amparándome en la confusión del alcohol y las nubes que cubrían la luna. Con un chal sobre los hombros y el pelo, las pesadas botas en las manos y los pies cubiertos con finas medias, logré salir al jardín. Y una vez allí, nada podría haberme impedido correr como si me persiguieran el demonio y todos los fantasmas navideños.
Pero nadie venía tras de mí. Y aún así, el ritmo de la carrera no disminuía nunca, y mis pies volaban sobre rocas, raíces y pequeños hoyos.
En un par de ocasiones temí perderme, pero cada vez que dudaba un pensamiento me infundía confianza, y después de un "por ahí no" o "seguro es por aquí" volvía a correr sin preocuparme las distancias, el tiempo o quienes pudieran notar mi ausencia.
Al final del largo recorrido había un arroyo. Ese arroyo pasaba junto a la casa, y en más de una ocasión nos habíamos bañado en él mis hermanos y yo. Pero nunca habíamos llegado tan profundo en el bosque como para apreciar los nenúfares que flotaban en él, o los demás sonidos, signos de la vida que habitaban en aquel lugar, que podía apreciar sobre mi agitada respiración.
Pese al agotamiento, no me dejé caer en la tierra, aunque a mis piernas no les desagradaba para nada la idea.
Intenté calmar mi pulso y aliviar a mis cansados pulmones mientras apreciaba el lento discurrir de las aguas. Estaba viendo a una rana salir del agua con sus largas ancas y sentarse sobre un nenúfar. Pensaría que dormía de lo inmóvil que estaba, si no fuera por el constante movimiento de su buche. Casi había olvidado seguir respirando mientras la observaba, pero seguía siendo consciente de mí alrededor. Por eso no me sorprendió cuando salió de las sombras.
Su alta y corpulenta figura era una sombra de sorprendentes proporciones contrastando con los débiles rayos lunares. Quizás estuviera allí desde el principio, acechándome, o quizás acababa de llegar: no importaba, había venido según se lo había pedido y eso era más que suficiente.
Él se movía engañosamente lento hacia mí. No creo que pensara que yo era ajena a su presencia. Creo que se había propuesto darme todas las chances de elegir, y eso quería decir "si aún quieres irte, fingiremos que esto nunca ocurrió".
Pero yo no iba a marcharme, y eso debía comprenderlo.
Me giré hacia él, convencida de que debía tomar todas las iniciativas y demostrarle que me mantendría firme en mi elección. Su rostro, que yo tanto amaba y conocía, permanecía en las sombras, pero podía sentir como sus ojos me devoraban apasionadamente, de ese modo que a veces nos asustaba a los dos.
Podríamos haber pasado la noche así, de no haberme acercado con decisión. Una vez frente a él, tomé su rostro en mis manos y lo acerqué al mío, incapaz de ser tierna o amable. Yo también quería devorarlo, y estaba dispuesta a hacerlo. Esa noche ningún miedo iba a deslizar dudas en mis pensamientos.
Persuadí a su boca, y pronto mi lengua y la suya despertaron un fuego imperturbable, exigente y brutal. Mis dientes mordieron sus labios, mi lengua entró y salió de su boca, siempre seguida por la suya, y sentí que nunca antes había besado como en aquel momento, cuando solo éramos una mujer y un hombre bajo la luz de la luna.
Él quizás estaba dispuesto al amor, todo su cuerpo gritaba su sed de sexo, pero era capaz aún de mantener una parte de su mente pendiente de lo que queríamos tratar esa noche, y no tardó mucho en separarme unos centímetros de su lado y mirarme desde su altura con expresión anhelante pero a la vez calmada.
Sentía que debía ser consiente por ambos, pero yo no había corrido en mitad de la noche hacia lo más profundo del bosque para contenerme ni pensar.
Deslizando una de mis manos desde su barbilla por su cuello, conseguí colarme entre su camisa y acariciar la piel de su pecho, arrancando los pocos botones que se interponían en mi camino. Su mirada parecía imperturbable, pero sus ojos brillaban cada vez más, y yo ansiaba que no dudara ni temiera, porque yo no lo haría, ni esa noche ni nunca.
Me sentía frustrada e impotente de estar junto a él y no lograr convencerlo, ni que su boca descendiera una vez más por la mía. Me sentía, para qué negarlo, un poco sola entre el éxtasis de sus brazos.
Cuando habló me di cuenta que una parte poderosa de él quería no tener dudas, y terminar sobre la hierba lo que yo había intentado comenzar. Cuando habló solo dijo mi nombre:
-Maia...
Y me dio toda la fortaleza que aún me estaba faltando.
-Joaquín, aún nos espera un largo viaje, no desperdiciemos lo que queda de la noche.
Joaquín gimió y me apretó más entre sus brazos.
-Tú no entiendes, no sabes lo que me pides...
-¿Cómo no voy a saberlo?. Lo que te pido es lo que tú me has pedido primero.
Él me miró sin comprender hasta que yo proseguí con más calma.
-Aquella noche, cuando te descubrí espiándome desde la terraza, ¿qué esperabas que hiciera?. ¿Qué fingiera no haberte visto, que continuara mi vida haciendo de cuenta que el hombre que yo amaba estaba a unos pasos de mí?. Tú sabes que desde ese momento sólo pensé en estar contigo.
-Admito que me equivoqué volviendo a tu casa después de todo lo que había pasado
-Joaquín suspiró con fuerza, haciendo bailar algunos mechones de mis cabellos sobre mis hombros-. No debiste verme, no debí permitir que tu cabeza se llenara de ideas alocadas...
-¡No son ideas alocadas! -protesté-. Simplemente, estoy proponiendo que continuemos las cosas donde habían quedado. Me prometiste que nos iríamos y este es tan buen momento como otro.
-Te lo prometí antes...
-Me lo prometiste y con eso basta -lo interrumpí. Me daba cuenta que aún no lograba convencerlo pero no estaba dispuesta a claudicar-. Esta noche me despedí de mi familia. Les dije adiós a todos en silencio, sabiendo que nunca volvería a verlos, porque a pesar de todo tú sigues siendo mi única opción. ¿Y crees que puedes convencerme de cambiar de idea, cuando llevo años soñando este momento?.
Joaquín me miró durante largo rato, como buscando en mi rostro dudas que no podría encontrar ni en mil años. Finalmente suspiró y volvió a recordarme:
-No podremos volver.
-Lo sé -contesté con mucha suavidad.
Se inclinó hacia mí y después de besarme suavemente me dijo:
-Feliz Navidad, amor.
-Feliz Navidad, Joaquín.
Y sin querer perder más minutos de oscuridad comenzamos a caminar adentrándonos más y más en el bosque.
Es cierto que nunca volvimos, pero a través de los años supimos lo que se rumoreaba de mi misteriosa desaparición.
Muchos decían que había enloquecido, y durante un tiempo algunas personas se organizaron para buscar mi cadáver en el arroyo o en el bosque. Pero como nunca lo encontraron, se generó una leyenda bastante oscura, que lograron unir a la historia de Joaquín, y durante muchos años se nos recordó como los Amantes Trágicos del Paso de la Luna, para completa angustia de mis padres. Después de todo, ellos no olvidaban que Joaquín había sido durante muchos años un esclavo en la hacienda de mi padre. Él dice que me amó desde el principio. Yo aún tuve que luchar contra las ideas clasistas que mis padres habían sembrado en mi mente desde niña, antes de poder llegar a amarlo de igual modo.
Pero amarnos nunca fue tan sencillo, y aquel otoño, cuando Joaquín contrajo la extraña enfermedad que lo llevó a la tumba, pensé que había terminado con el amor de una vez por todas.
Sin embargo, olvidaba que la muerte, en nuestras tierras, nunca fue una cuestión definitiva y cuando volví a verlo en la terraza mi destino quedó sellado.
Ahora los dos compartíamos la eternidad como vampiros.
La luna apenas lograba colarse entre el follaje y estoy segura de que si hubiera vuelto a detenerme para tomar aire como la otra vez, habría podido encontrar más de una sombra siniestra, creada por ella, vigilando mi carrera. Pero no me detuve, no tenía tiempo para eso, y el bosque, pese a todo, me asustaba.
A muchos kilómetros de mí, la casa dormía un sueño de vino y fiesta, arropada por el susurro del viento. La fiesta había durado hasta mucho después de que el gran reloj del salón diera las tres campanadas. Entonces los pocos que aún se mantenían en pie habían levantado sus copas y brindado por una feliz Navidad. Las risas y las conversaciones confusas se fueron apagando escaleras arriba, mientras yo escuchaba desde las sombras de mi habitación como la casa iba sumiéndose lentamente en un letargo jovial.
Después logré salir, deslizándome junto a las sombras de las paredes, amparándome en la confusión del alcohol y las nubes que cubrían la luna. Con un chal sobre los hombros y el pelo, las pesadas botas en las manos y los pies cubiertos con finas medias, logré salir al jardín. Y una vez allí, nada podría haberme impedido correr como si me persiguieran el demonio y todos los fantasmas navideños.
Pero nadie venía tras de mí. Y aún así, el ritmo de la carrera no disminuía nunca, y mis pies volaban sobre rocas, raíces y pequeños hoyos.
En un par de ocasiones temí perderme, pero cada vez que dudaba un pensamiento me infundía confianza, y después de un "por ahí no" o "seguro es por aquí" volvía a correr sin preocuparme las distancias, el tiempo o quienes pudieran notar mi ausencia.
Al final del largo recorrido había un arroyo. Ese arroyo pasaba junto a la casa, y en más de una ocasión nos habíamos bañado en él mis hermanos y yo. Pero nunca habíamos llegado tan profundo en el bosque como para apreciar los nenúfares que flotaban en él, o los demás sonidos, signos de la vida que habitaban en aquel lugar, que podía apreciar sobre mi agitada respiración.
Pese al agotamiento, no me dejé caer en la tierra, aunque a mis piernas no les desagradaba para nada la idea.
Intenté calmar mi pulso y aliviar a mis cansados pulmones mientras apreciaba el lento discurrir de las aguas. Estaba viendo a una rana salir del agua con sus largas ancas y sentarse sobre un nenúfar. Pensaría que dormía de lo inmóvil que estaba, si no fuera por el constante movimiento de su buche. Casi había olvidado seguir respirando mientras la observaba, pero seguía siendo consciente de mí alrededor. Por eso no me sorprendió cuando salió de las sombras.
Su alta y corpulenta figura era una sombra de sorprendentes proporciones contrastando con los débiles rayos lunares. Quizás estuviera allí desde el principio, acechándome, o quizás acababa de llegar: no importaba, había venido según se lo había pedido y eso era más que suficiente.
Él se movía engañosamente lento hacia mí. No creo que pensara que yo era ajena a su presencia. Creo que se había propuesto darme todas las chances de elegir, y eso quería decir "si aún quieres irte, fingiremos que esto nunca ocurrió".
Pero yo no iba a marcharme, y eso debía comprenderlo.
Me giré hacia él, convencida de que debía tomar todas las iniciativas y demostrarle que me mantendría firme en mi elección. Su rostro, que yo tanto amaba y conocía, permanecía en las sombras, pero podía sentir como sus ojos me devoraban apasionadamente, de ese modo que a veces nos asustaba a los dos.
Podríamos haber pasado la noche así, de no haberme acercado con decisión. Una vez frente a él, tomé su rostro en mis manos y lo acerqué al mío, incapaz de ser tierna o amable. Yo también quería devorarlo, y estaba dispuesta a hacerlo. Esa noche ningún miedo iba a deslizar dudas en mis pensamientos.
Persuadí a su boca, y pronto mi lengua y la suya despertaron un fuego imperturbable, exigente y brutal. Mis dientes mordieron sus labios, mi lengua entró y salió de su boca, siempre seguida por la suya, y sentí que nunca antes había besado como en aquel momento, cuando solo éramos una mujer y un hombre bajo la luz de la luna.
Él quizás estaba dispuesto al amor, todo su cuerpo gritaba su sed de sexo, pero era capaz aún de mantener una parte de su mente pendiente de lo que queríamos tratar esa noche, y no tardó mucho en separarme unos centímetros de su lado y mirarme desde su altura con expresión anhelante pero a la vez calmada.
Sentía que debía ser consiente por ambos, pero yo no había corrido en mitad de la noche hacia lo más profundo del bosque para contenerme ni pensar.
Deslizando una de mis manos desde su barbilla por su cuello, conseguí colarme entre su camisa y acariciar la piel de su pecho, arrancando los pocos botones que se interponían en mi camino. Su mirada parecía imperturbable, pero sus ojos brillaban cada vez más, y yo ansiaba que no dudara ni temiera, porque yo no lo haría, ni esa noche ni nunca.
Me sentía frustrada e impotente de estar junto a él y no lograr convencerlo, ni que su boca descendiera una vez más por la mía. Me sentía, para qué negarlo, un poco sola entre el éxtasis de sus brazos.
Cuando habló me di cuenta que una parte poderosa de él quería no tener dudas, y terminar sobre la hierba lo que yo había intentado comenzar. Cuando habló solo dijo mi nombre:
-Maia...
Y me dio toda la fortaleza que aún me estaba faltando.
-Joaquín, aún nos espera un largo viaje, no desperdiciemos lo que queda de la noche.
Joaquín gimió y me apretó más entre sus brazos.
-Tú no entiendes, no sabes lo que me pides...
-¿Cómo no voy a saberlo?. Lo que te pido es lo que tú me has pedido primero.
Él me miró sin comprender hasta que yo proseguí con más calma.
-Aquella noche, cuando te descubrí espiándome desde la terraza, ¿qué esperabas que hiciera?. ¿Qué fingiera no haberte visto, que continuara mi vida haciendo de cuenta que el hombre que yo amaba estaba a unos pasos de mí?. Tú sabes que desde ese momento sólo pensé en estar contigo.
-Admito que me equivoqué volviendo a tu casa después de todo lo que había pasado
-Joaquín suspiró con fuerza, haciendo bailar algunos mechones de mis cabellos sobre mis hombros-. No debiste verme, no debí permitir que tu cabeza se llenara de ideas alocadas...
-¡No son ideas alocadas! -protesté-. Simplemente, estoy proponiendo que continuemos las cosas donde habían quedado. Me prometiste que nos iríamos y este es tan buen momento como otro.
-Te lo prometí antes...
-Me lo prometiste y con eso basta -lo interrumpí. Me daba cuenta que aún no lograba convencerlo pero no estaba dispuesta a claudicar-. Esta noche me despedí de mi familia. Les dije adiós a todos en silencio, sabiendo que nunca volvería a verlos, porque a pesar de todo tú sigues siendo mi única opción. ¿Y crees que puedes convencerme de cambiar de idea, cuando llevo años soñando este momento?.
Joaquín me miró durante largo rato, como buscando en mi rostro dudas que no podría encontrar ni en mil años. Finalmente suspiró y volvió a recordarme:
-No podremos volver.
-Lo sé -contesté con mucha suavidad.
Se inclinó hacia mí y después de besarme suavemente me dijo:
-Feliz Navidad, amor.
-Feliz Navidad, Joaquín.
Y sin querer perder más minutos de oscuridad comenzamos a caminar adentrándonos más y más en el bosque.
Es cierto que nunca volvimos, pero a través de los años supimos lo que se rumoreaba de mi misteriosa desaparición.
Muchos decían que había enloquecido, y durante un tiempo algunas personas se organizaron para buscar mi cadáver en el arroyo o en el bosque. Pero como nunca lo encontraron, se generó una leyenda bastante oscura, que lograron unir a la historia de Joaquín, y durante muchos años se nos recordó como los Amantes Trágicos del Paso de la Luna, para completa angustia de mis padres. Después de todo, ellos no olvidaban que Joaquín había sido durante muchos años un esclavo en la hacienda de mi padre. Él dice que me amó desde el principio. Yo aún tuve que luchar contra las ideas clasistas que mis padres habían sembrado en mi mente desde niña, antes de poder llegar a amarlo de igual modo.
Pero amarnos nunca fue tan sencillo, y aquel otoño, cuando Joaquín contrajo la extraña enfermedad que lo llevó a la tumba, pensé que había terminado con el amor de una vez por todas.
Sin embargo, olvidaba que la muerte, en nuestras tierras, nunca fue una cuestión definitiva y cuando volví a verlo en la terraza mi destino quedó sellado.
Ahora los dos compartíamos la eternidad como vampiros.
FIN
Maga de Lioncourt
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RECUERDOS DE SANGRE
La noche estaba fría cuando salió de la fiesta de Ángela, había bebido algunos tragos por sobre lo que su cuerpo podía soportar, y ahora se tambaleaba por la avenida Cross rumbo a su departamento. Los tacones no la dejaban caminar sin trastabillar cada tanto, por lo que al cabo de quince minutos caminando ya se los había quitado; sus pies se estaban congelando al contacto con el pavimento frío y la chaqueta de encaje que se había puesto no lograba ayudarla a entrar en calor.
Eloísa nunca había terminado así después de una fiesta, pero encontrar a su novio pegado como lapa a la boca de Ángela bloqueo toda razón de su cerebro. Ya no quería recordar lo que había visto y pensó que lo mejor era beber hasta reventar, que aquello la dejaría en blanco; pero todo se volvió peor luego de ello, se sentía tan mal que había terminado en el baño vomitando y para cuando se percató que no se borraría los recuerdos de la mente, ya estaba tan ebria que no era capaz de conducir su moto para volver a casa.
Estaba por llegar a la zona más antigua de la ciudad, una que se veía obligada cruzar camino al edificio donde vivía. Aquella zona era conocida por la concurrencia de artistas a tomar fotografías o dibujar, ya que las hermosas casonas que ahí abundaban eran deleites de los pintores, dibujantes o fotógrafos.
Se refregó los brazos con las palmas de sus manos para darles calor, ahí estaba mucho más frió que una cuadra más atrás. Miró hacia todos lados nerviosa, había escuchado que aquello se sentía cuando habían fantasmas cerca; pero nada le hacía presagiar que vería a alguno. Entonces se percató que en los jardines de la casona que tenía frente a sí, había un hombre parado; no era un espíritu, o al menos no dentro de los que su cabeza concebía.
Asustada trató de aumentar su paso, pero cuando intentó dar un paso su pie se quedó ahí, inmóvil; como si estuviese pegada al piso. Trató de mover sus brazos, pero estos tampoco se inmutaron ante la orden del cerebro.
Miró nuevamente al hombre, él caminaba hacia ella; nerviosa comenzó a hacer intentos frenéticos por escapar, pero su cuerpo no se movía ni un milímetro. Mientras el hombre se acercaba cada vez más al cerco que los separaba.
-Hermosa cabellera al viento -Su voz era penetrante, grave como locutor de radio, pero como la que desearías tener susurrando en tu oído.
Instantáneamente trató de tocarse el cabello, pero su cuerpo aún se negaba a reaccionar. Ese hombre era peligroso y cada poro de su piel le decía que se alejase, pero por más esfuerzo que hiciera ninguna de sus extremidades se movía.
-Tranquila preciosa -Él salió de la oscuridad que lo albergaba, dejando ver sus rostro a la luz dela luna llena.
Él era muy alto, mucho más que Eloísa; por lo que tuvo que hacer gran esfuerzo con los ojos para poder verlo. Su cabello oscuro brillaba a pesar de ser de noche, resaltando la palidez de su rostro; sus ojos eran de un atrayente e imperdible verde esmeralda que la hipnotizó al momento de verlos. Aquel rostro era simplemente sexy, tosco pero a la vez delicado y seductor.
-Si no corres te dejaré moverte -él sonreía con expresión de galán.
Eloísa intentó asentir con sus ojos y a juzgar por la expresión de él, lo había logrado. Intentó mover un dedo tentativamente, sintiendo como su mano reaccionaba a la orden del cerebro.
Pensó en escapar, pero luego se dio cuenta de que era inútil; si aquel hombre lo deseaba, podía detenerla con lo que sea que hiciese para dejarla estática. Así que simplemente se quedó parada mirándolo aquellos ojos tan bellos, mientras él seguía caminando directo a ella.
Cuando él llegó a la verja que los separaba, simplemente se agarró de uno de los fierros y con un impulso la saltó, como si esta no midiese los dos metros y medio que Eloísa le había calculado; cayendo justo frente a ella como si nada.
Nerviosa retrocedió un paso, pero él la tomó del hombro acercándose aún más. Estaba segura que ese hombre no era normal y la mirada que le entregaba se lo aseveraba.
-No creas que es tan fácil escapar de mí, mi pequeña Eloísa -dijo él susurrando y acercándose a su oído-, llevo ya años esperando, no esperaré ni un minuto más.
Todo fue tan rápido que su mente no alcanzó a procesarlo, sintió un punzón en su cuello, perforándole la piel lenta y dolorosamente; al tiempo que la respiración de aquel hombre rozaba sus poros, erizándole los vellos de la nuca. Luego poco a poco el dolor fue disminuyendo, dando paso a una sensación placentera, una que no podría describir con lo que en su vida había experimentado; sumiéndola en una oscuridad que lo invadió todo, llegando el silencio, frió, puro y estéril.
Los ojos le pesaban, no quería abrirlos por ningún motivo; pero seguramente pronto el reloj despertador sonaría y ya no tendría permitido seguir soñando. Se quedó quieta, acurrucada en la cálida cama, esperando que el infernal sonido le dijese que ya era hora de levantarse, pero este nunca llegó. Nerviosa se apresuró a obligar a sus parpados a permitirle ver, si el reloj no sonaba significaba que se había quedado dormida.
Pero cuando logró distinguir lo que la rodeaba se dio cuenta de que no estaba en su habitación, la cama en la que reposaba su cuerpo no era la propia, siendo esta mucho más grande que la de ella. Las paredes pintadas de un rojo ladrillo y las flores que había en el lugar, le decían que aquello era una habitación femenina.
¿Cómo había llegado a aquella habitación?.
Cerró los ojos tratando de recordar lo que había ocurrido con ella la noche anterior, llegando al instante los recuerdos de Adrián besando a Ángela en la habitación de ésta. Intentó borrar aquellas asquerosas imágenes de la mente, pero estas se vieron remplazadas por su borrachera y el posterior encuentro con aquel extraño hombre.
Se tocó el cuello en busca de alguna marca que probara que sus recuerdos eran reales, pero su piel estaba lisa, tan fresca y suave como siempre lo había sido.
Miró nuevamente la habitación temerosa de que aquella fuera la casa de ese hombre. Se levantó pisando el frió linóleo, sintiendo un escalofrío que le recorrió el cuerpo de pies a cabeza; aun así comenzó a caminar para salir a investigar, pero antes de que alcanzara siquiera a tocar la perillas de la puerta, esta se movió frenéticamente, abriéndose al instante.
-Despertaste -reconocería esa voz en cualquier lugar luego de la noche anterior.
El hombre entró a la habitación con una sonrisa de oreja a oreja, pero aun así Eloísa se alejó cuanto pudo de él. Al instante la expresión de su rostro se tornó fría, como si lo estuviese rechazando luego de años de relación y no después de que él la mordiera como un caníbal.
-¿Acaso aun no me recuerdas Eloísa? -Él le tomó la muñeca para impedirle alejarse más.
Ese hombre sabía su nombre sin que siquiera se lo hubiese dicho, pero Eloísa no recordaba haberlo visto antes que su encuentro la noche anterior ¿acaso él la conocía realmente de alguna parte?.
Él la miró a los ojos sin quitar la vista de los suyos, aturdiéndola con el peso de sus mirada; era como si él estuviese intentando comunicarse con ella a través de las pupilas, como si le estuviese entregando la pista que le faltaba para armar el rompecabezas. Pero por más que Eloísa trató de estrujar su cerebro para recordar su rostro, nada llegó, todo en blanco.
-¡Esa estúpida mujer me dijo que recordarías si bebía tu sangre! -Gritó él soltándola con violencia.
¿Había dicho beber sangre?. O quizás había escuchado mal; no, no estaba tan loca como para imaginarse cosas y eso explicaba los recuerdos de la noche anterior.
-¿Qué eres? -Preguntó intuyéndolo.
Él no pronunció palabra alguna, tan sólo mostró una sonrisa de triunfo, dejando ver sus prominentes colmillos; los que le respondieron a su pregunta, los que le aseveraron lo que su imaginación ya había armado.
Comenzó a tiritar sin poder evitarlo, su cuerpo simplemente se movía sin dejar que ella pudiese controlar convulsión alguna.
-Tranquila -él se le acercó abrazándola con delicadeza, sin que Eloísa pudiese siquiera reaccionar.
La calidez de su cuerpo la invadió entonces, sintiendo su manos abrazarla como si fuera un tesoro preciado, al tiempo con sus dedos acariciaba su espalda para tranquilizarla.
-Jamás te dañaría -susurró él a su oído-. Te amo demasiado como para hacerlo.
Eloísa sintió sus corazón latir con fuerza, mientras el rostro de él rozaba el propio con tanta suavidad, que su cuerpo completo se estremecía al tacto. Pero cuando sintió que sus labios se acercaban peligrosamente a los de ella, reaccionó; frenándolo con las manos en su prominente y escultural torso.
-¿Cómo te llamas? -Preguntó sintiéndose estúpida.
Él sólo sonrió con una pequeña carcajada enmudecida, mientras no dejaba de mirarla a los ojos.
-Estabas a punto de dejarme besarte y te preocupas de mi nombre -Él le acarició la mejilla, pero Eloísa no suavizó su expresión de interrogatorio, a la que él respondió ampliando aún más su sonrisa-, Jader.
La sola pronunciación de las silabas por sus labios hizo que su mente se atiborrara de recuerdos.
Jader era quien la había salvado de morir a manos de otro vampiro, él la había curado de los golpes que el otro le había propinado; cuidando de ella durante más de un mes. En todo ese tiempo se había enamorado de él, pero cuando quiso pedirle que la transformara él se había negado.
-Tienes sólo quince años Elo -recordaba que le había dicho- No lo haré.
Era tan vívido el recuerdo del dolor que sus palabras le habían causado y lo destruida que se había sentido cuando él desapareció sin explicación alguna; sumiéndose en una depresión por la cual no salía de su habitación en todo el día. Y Luego sin razón aparente lo había olvidado, ninguna imagen de lo ocurrido quedó en su memoria, comenzando a asistir a la escuela nuevamente, graduándose y empezando su universidad sin tener el más mínimo atisbo de que alguna vez lo había visto.
Luego había conocido a Adrián, pero estando con él se sentía extrañamente vacía, como si él no completara lo que ella necesitaba para ser feliz, como si le faltara algo para sentirse completa nuevamente; Jader.
Se tocó las mejillas extrañada, lágrimas habían caído de sus ojos sin que se percatara, mientras Jader la mirada asustado; pero Eloísa simplemente le sonrió y se lanzó a abrazarlo, sollozando como una niña en sus brazos.
Él había vuelto por ella, él no era indiferente a sus sentimientos, como en su depresión lo había pensado y su ausencia de recuerdos era la prueba de ello. De alguna manera él le había borrado la memoria para sacarla del estado en que el dolor la había sumido.
-Tranquila -decía él abrazándola y acariciándole la espalda.
Pero Eloísa no podía parar de llorar, al tiempo que dejó de pensar en el pasado y lo sorprendió besándolo.
Jader No reaccionó al momento, quedando en un estado de letargo suspendido que la asustó, pero cuando estaba a punto de alejarse, él la aferró a su pecho, abrazándola con sus cálidos brazos.
Jader la besaba con urgencia y deseo, uno que se traspasaba a cada poro de su piel, haciendo que sus vellos se erizaran. Quería estar así con él desde el momento en que se había enamorado de ese vampiro, y ahora, años más tarde todo le parecía un sueño del que no deseaba despertar.
-Ya no soportaba verte con ese imbécil -dijo él al soltarla.
Eloísa no pudo evitar sonrojarse; él la había visto con Adrián, lo que significaba que durante todo ese tiempo había estado vigilándola.
-Lo sien… -Jader la refrenó de disculparse con otro beso que la enmudeció.
-Fui yo el que te hizo esperar tantos años.
Jader la abrazó cubriéndola con su ancha espalda y acercándose a su cuello lentamente; él la mordería, estaba segura de ello. Sintió los colmillos del vampiro desgarrar su piel como dagas, al tiempo que sus sangre comenzaba a fluir hacia la boca de Jader y la sensación placentera se presentaba nuevamente en su cuerpo.
Aquella era su oportunidad, ahora o nunca; lo mordió sin que él pudiese reaccionar ante su acto, aplicando más fuerza de la que él había necesitado, por la ausencia de colmillos de cazador, pero logrando que la sangre de Jader explotara en su paladar, deleitándola con cada gota. Sintiendo con cada sorbo como su cuerpo de unía a la sangre de Jader y daba paso a su nueva existencia.
Ya nada la alejaría de ese vampiro, estaba unida a él por el lazo que más pesaba en aquellas criaturas, uno que no se podía romper con nada. Uno que Jader cerró con un beso que le corroboró que estarían juntos para la eternidad de ahora en adelante.
Eloísa nunca había terminado así después de una fiesta, pero encontrar a su novio pegado como lapa a la boca de Ángela bloqueo toda razón de su cerebro. Ya no quería recordar lo que había visto y pensó que lo mejor era beber hasta reventar, que aquello la dejaría en blanco; pero todo se volvió peor luego de ello, se sentía tan mal que había terminado en el baño vomitando y para cuando se percató que no se borraría los recuerdos de la mente, ya estaba tan ebria que no era capaz de conducir su moto para volver a casa.
Estaba por llegar a la zona más antigua de la ciudad, una que se veía obligada cruzar camino al edificio donde vivía. Aquella zona era conocida por la concurrencia de artistas a tomar fotografías o dibujar, ya que las hermosas casonas que ahí abundaban eran deleites de los pintores, dibujantes o fotógrafos.
Se refregó los brazos con las palmas de sus manos para darles calor, ahí estaba mucho más frió que una cuadra más atrás. Miró hacia todos lados nerviosa, había escuchado que aquello se sentía cuando habían fantasmas cerca; pero nada le hacía presagiar que vería a alguno. Entonces se percató que en los jardines de la casona que tenía frente a sí, había un hombre parado; no era un espíritu, o al menos no dentro de los que su cabeza concebía.
Asustada trató de aumentar su paso, pero cuando intentó dar un paso su pie se quedó ahí, inmóvil; como si estuviese pegada al piso. Trató de mover sus brazos, pero estos tampoco se inmutaron ante la orden del cerebro.
Miró nuevamente al hombre, él caminaba hacia ella; nerviosa comenzó a hacer intentos frenéticos por escapar, pero su cuerpo no se movía ni un milímetro. Mientras el hombre se acercaba cada vez más al cerco que los separaba.
-Hermosa cabellera al viento -Su voz era penetrante, grave como locutor de radio, pero como la que desearías tener susurrando en tu oído.
Instantáneamente trató de tocarse el cabello, pero su cuerpo aún se negaba a reaccionar. Ese hombre era peligroso y cada poro de su piel le decía que se alejase, pero por más esfuerzo que hiciera ninguna de sus extremidades se movía.
-Tranquila preciosa -Él salió de la oscuridad que lo albergaba, dejando ver sus rostro a la luz dela luna llena.
Él era muy alto, mucho más que Eloísa; por lo que tuvo que hacer gran esfuerzo con los ojos para poder verlo. Su cabello oscuro brillaba a pesar de ser de noche, resaltando la palidez de su rostro; sus ojos eran de un atrayente e imperdible verde esmeralda que la hipnotizó al momento de verlos. Aquel rostro era simplemente sexy, tosco pero a la vez delicado y seductor.
-Si no corres te dejaré moverte -él sonreía con expresión de galán.
Eloísa intentó asentir con sus ojos y a juzgar por la expresión de él, lo había logrado. Intentó mover un dedo tentativamente, sintiendo como su mano reaccionaba a la orden del cerebro.
Pensó en escapar, pero luego se dio cuenta de que era inútil; si aquel hombre lo deseaba, podía detenerla con lo que sea que hiciese para dejarla estática. Así que simplemente se quedó parada mirándolo aquellos ojos tan bellos, mientras él seguía caminando directo a ella.
Cuando él llegó a la verja que los separaba, simplemente se agarró de uno de los fierros y con un impulso la saltó, como si esta no midiese los dos metros y medio que Eloísa le había calculado; cayendo justo frente a ella como si nada.
Nerviosa retrocedió un paso, pero él la tomó del hombro acercándose aún más. Estaba segura que ese hombre no era normal y la mirada que le entregaba se lo aseveraba.
-No creas que es tan fácil escapar de mí, mi pequeña Eloísa -dijo él susurrando y acercándose a su oído-, llevo ya años esperando, no esperaré ni un minuto más.
Todo fue tan rápido que su mente no alcanzó a procesarlo, sintió un punzón en su cuello, perforándole la piel lenta y dolorosamente; al tiempo que la respiración de aquel hombre rozaba sus poros, erizándole los vellos de la nuca. Luego poco a poco el dolor fue disminuyendo, dando paso a una sensación placentera, una que no podría describir con lo que en su vida había experimentado; sumiéndola en una oscuridad que lo invadió todo, llegando el silencio, frió, puro y estéril.
***
Los ojos le pesaban, no quería abrirlos por ningún motivo; pero seguramente pronto el reloj despertador sonaría y ya no tendría permitido seguir soñando. Se quedó quieta, acurrucada en la cálida cama, esperando que el infernal sonido le dijese que ya era hora de levantarse, pero este nunca llegó. Nerviosa se apresuró a obligar a sus parpados a permitirle ver, si el reloj no sonaba significaba que se había quedado dormida.
Pero cuando logró distinguir lo que la rodeaba se dio cuenta de que no estaba en su habitación, la cama en la que reposaba su cuerpo no era la propia, siendo esta mucho más grande que la de ella. Las paredes pintadas de un rojo ladrillo y las flores que había en el lugar, le decían que aquello era una habitación femenina.
¿Cómo había llegado a aquella habitación?.
Cerró los ojos tratando de recordar lo que había ocurrido con ella la noche anterior, llegando al instante los recuerdos de Adrián besando a Ángela en la habitación de ésta. Intentó borrar aquellas asquerosas imágenes de la mente, pero estas se vieron remplazadas por su borrachera y el posterior encuentro con aquel extraño hombre.
Se tocó el cuello en busca de alguna marca que probara que sus recuerdos eran reales, pero su piel estaba lisa, tan fresca y suave como siempre lo había sido.
Miró nuevamente la habitación temerosa de que aquella fuera la casa de ese hombre. Se levantó pisando el frió linóleo, sintiendo un escalofrío que le recorrió el cuerpo de pies a cabeza; aun así comenzó a caminar para salir a investigar, pero antes de que alcanzara siquiera a tocar la perillas de la puerta, esta se movió frenéticamente, abriéndose al instante.
-Despertaste -reconocería esa voz en cualquier lugar luego de la noche anterior.
El hombre entró a la habitación con una sonrisa de oreja a oreja, pero aun así Eloísa se alejó cuanto pudo de él. Al instante la expresión de su rostro se tornó fría, como si lo estuviese rechazando luego de años de relación y no después de que él la mordiera como un caníbal.
-¿Acaso aun no me recuerdas Eloísa? -Él le tomó la muñeca para impedirle alejarse más.
Ese hombre sabía su nombre sin que siquiera se lo hubiese dicho, pero Eloísa no recordaba haberlo visto antes que su encuentro la noche anterior ¿acaso él la conocía realmente de alguna parte?.
Él la miró a los ojos sin quitar la vista de los suyos, aturdiéndola con el peso de sus mirada; era como si él estuviese intentando comunicarse con ella a través de las pupilas, como si le estuviese entregando la pista que le faltaba para armar el rompecabezas. Pero por más que Eloísa trató de estrujar su cerebro para recordar su rostro, nada llegó, todo en blanco.
-¡Esa estúpida mujer me dijo que recordarías si bebía tu sangre! -Gritó él soltándola con violencia.
¿Había dicho beber sangre?. O quizás había escuchado mal; no, no estaba tan loca como para imaginarse cosas y eso explicaba los recuerdos de la noche anterior.
-¿Qué eres? -Preguntó intuyéndolo.
Él no pronunció palabra alguna, tan sólo mostró una sonrisa de triunfo, dejando ver sus prominentes colmillos; los que le respondieron a su pregunta, los que le aseveraron lo que su imaginación ya había armado.
Comenzó a tiritar sin poder evitarlo, su cuerpo simplemente se movía sin dejar que ella pudiese controlar convulsión alguna.
-Tranquila -él se le acercó abrazándola con delicadeza, sin que Eloísa pudiese siquiera reaccionar.
La calidez de su cuerpo la invadió entonces, sintiendo su manos abrazarla como si fuera un tesoro preciado, al tiempo con sus dedos acariciaba su espalda para tranquilizarla.
-Jamás te dañaría -susurró él a su oído-. Te amo demasiado como para hacerlo.
Eloísa sintió sus corazón latir con fuerza, mientras el rostro de él rozaba el propio con tanta suavidad, que su cuerpo completo se estremecía al tacto. Pero cuando sintió que sus labios se acercaban peligrosamente a los de ella, reaccionó; frenándolo con las manos en su prominente y escultural torso.
-¿Cómo te llamas? -Preguntó sintiéndose estúpida.
Él sólo sonrió con una pequeña carcajada enmudecida, mientras no dejaba de mirarla a los ojos.
-Estabas a punto de dejarme besarte y te preocupas de mi nombre -Él le acarició la mejilla, pero Eloísa no suavizó su expresión de interrogatorio, a la que él respondió ampliando aún más su sonrisa-, Jader.
La sola pronunciación de las silabas por sus labios hizo que su mente se atiborrara de recuerdos.
Jader era quien la había salvado de morir a manos de otro vampiro, él la había curado de los golpes que el otro le había propinado; cuidando de ella durante más de un mes. En todo ese tiempo se había enamorado de él, pero cuando quiso pedirle que la transformara él se había negado.
-Tienes sólo quince años Elo -recordaba que le había dicho- No lo haré.
Era tan vívido el recuerdo del dolor que sus palabras le habían causado y lo destruida que se había sentido cuando él desapareció sin explicación alguna; sumiéndose en una depresión por la cual no salía de su habitación en todo el día. Y Luego sin razón aparente lo había olvidado, ninguna imagen de lo ocurrido quedó en su memoria, comenzando a asistir a la escuela nuevamente, graduándose y empezando su universidad sin tener el más mínimo atisbo de que alguna vez lo había visto.
Luego había conocido a Adrián, pero estando con él se sentía extrañamente vacía, como si él no completara lo que ella necesitaba para ser feliz, como si le faltara algo para sentirse completa nuevamente; Jader.
Se tocó las mejillas extrañada, lágrimas habían caído de sus ojos sin que se percatara, mientras Jader la mirada asustado; pero Eloísa simplemente le sonrió y se lanzó a abrazarlo, sollozando como una niña en sus brazos.
Él había vuelto por ella, él no era indiferente a sus sentimientos, como en su depresión lo había pensado y su ausencia de recuerdos era la prueba de ello. De alguna manera él le había borrado la memoria para sacarla del estado en que el dolor la había sumido.
-Tranquila -decía él abrazándola y acariciándole la espalda.
Pero Eloísa no podía parar de llorar, al tiempo que dejó de pensar en el pasado y lo sorprendió besándolo.
Jader No reaccionó al momento, quedando en un estado de letargo suspendido que la asustó, pero cuando estaba a punto de alejarse, él la aferró a su pecho, abrazándola con sus cálidos brazos.
Jader la besaba con urgencia y deseo, uno que se traspasaba a cada poro de su piel, haciendo que sus vellos se erizaran. Quería estar así con él desde el momento en que se había enamorado de ese vampiro, y ahora, años más tarde todo le parecía un sueño del que no deseaba despertar.
-Ya no soportaba verte con ese imbécil -dijo él al soltarla.
Eloísa no pudo evitar sonrojarse; él la había visto con Adrián, lo que significaba que durante todo ese tiempo había estado vigilándola.
-Lo sien… -Jader la refrenó de disculparse con otro beso que la enmudeció.
-Fui yo el que te hizo esperar tantos años.
Jader la abrazó cubriéndola con su ancha espalda y acercándose a su cuello lentamente; él la mordería, estaba segura de ello. Sintió los colmillos del vampiro desgarrar su piel como dagas, al tiempo que sus sangre comenzaba a fluir hacia la boca de Jader y la sensación placentera se presentaba nuevamente en su cuerpo.
Aquella era su oportunidad, ahora o nunca; lo mordió sin que él pudiese reaccionar ante su acto, aplicando más fuerza de la que él había necesitado, por la ausencia de colmillos de cazador, pero logrando que la sangre de Jader explotara en su paladar, deleitándola con cada gota. Sintiendo con cada sorbo como su cuerpo de unía a la sangre de Jader y daba paso a su nueva existencia.
Ya nada la alejaría de ese vampiro, estaba unida a él por el lazo que más pesaba en aquellas criaturas, uno que no se podía romper con nada. Uno que Jader cerró con un beso que le corroboró que estarían juntos para la eternidad de ahora en adelante.
FIN
Nadia
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UN SENTIMIENTO DESAFORTUNADO
En una época de guerras donde lo más importante era conservar la vida, vivía una exterminadora de demonios la cual viajaba por todo el reino de Güehn aniquilando a estas malvadas criaturas que causaban el mal a las personas. Ella no tenía un hogar, pues se lo habían arrebatado los invasores que intentaban conquerir el reino, tampoco tenía familia, puesto que esta había sido asesinada por unos asaltantes y despojada de todas sus pertenencias. Solo había sobrevivido ella, la más pequeña de los Crowly. La chiquilla vagó sin rumbo alguno durante días hasta caer moribunda en medio del bosque a causa del hambre, a merced de las peligrosas criaturas que lo habitaban, pero alguien poseedor de un gran corazón y sabiduría, la salvó.
Aquel monje la trató como a una hija y le enseñó todo sobre el arte de exterminar y exorcizar demonios, y de un gran maestro se formó una gran discípula cuyo nombre se extendió por todo el reino de Güehn, Selenia Crowly la sacerdotisa.
A los dieciocho años Selenia decidió abandonar el templo donde vivía con su maestro y emprendió la marcha hacia aquellos lugares en los cuales se requería sus servicios. Exterminaba demonios y exorcizaba a aquellas personas que habían sido poseídas por uno, así se ganaba la vida y le iba bien.
Un invierno la muchacha recibió una petición de ayuda de una aldea no muy conocida, y se encaminó hacia allí. Le tomó dos semanas llegar a causa de las fuertes nevadas y ventiscas, pero cuando por fin llegó se encontró con un autentico horror. La parte trasera de la iglesia de la aldea se hallaba llena de pequeñas tumbas recientes, su retraso había ocasionado la muerte de veinte niños.
-Necesitamos vuestra ayuda sacerdotisa -le rogaban los aldeanos destrozados por la perdida de sus hijos.
Un despiadado demonio acechaba aquella aldea desde hacia un mes y se alimentaba de los niños que misteriosamente desaparecían de sus camas en mitad de la noche. Selenia junto con sus talismanes, dagas de plata y otros muchos objetos que empleaba en su trabajo, se encaminó hacia el bosque donde se producían aquellos asesinatos nocturnos. Aquel bosque no tenía nada en especial, era como tantos otros y no había presencia alguna de demonios, pero aun así, continuó adentrándose para asegurarse.
De pronto, sus ojos pudieron captar un bulto en la tierra, era un cuerpo, Selenia se acercó temiéndose lo peor, se arrodilló y le buscó el pulso. Pero finalmente pudo suspirar aliviada, todavía vivía.
Aquel muchacho de blanca tez y cabello rubio platino, tenía una brecha en la frente y se hallaba inconsciente. Comprobó si estaba poseído, aunque no sentía presencia demoníaca, y le pasó la daga de plata por la piel.
No, aquel chico estaba limpio.
Le trató la herida de la frente y mientras esperaba a que despertase, realizó unas plegarias para ahuyentar a los demonio y mantener el bosque bajo la protección de la Diosa.
Al cabo de un par de horas, el muchacho por fin abrió los ojos y se incorporó desorientado, pero cuando ella fue a ayudarle él se apartó bruscamente como si le tuviese miedo, estaba aterrorizado.
-Tranquilo -le dijo ella sin hacer movimientos bruscos-, solo trataba de ayudarte.
Sus ojos de un profundo negro azabache, se clavaron en los azules de ella, y la miraban como si no comprendieran sus palabras. Su camisa estaba desgarrada por detrás y tenía numerosos arañazos en la espalda, había sido atacado por algo. Finalmente, el muchacho se relajó y se acercó a ella cautelosamente.
-¿Quién eres? -le preguntó desconfiadamente-, ¿Qué me ha pasado?.
-Algo te atacó pero conseguiste salvarte -le dijo sin intentar ningún tipo de acercamiento-, te acabo de encontrar inconsciente. ¿No recuerdas nada de lo sucedido?.
El muchacho se llevó la mano a la herida de la cabeza y dijo que no moviéndola hacia los lados.
-No recuerdo nada -su mirada fija en el suelo y sus dientes mordiendo su labio inferior le mostraron a Selenia que aquel muchacho estaba nervioso, pero ella atribuyó dichos actos al ataque sufrido.
-¿Puedes decirme tu nombre?.
-Kerry -dijo lentamente, como si le ocasionara mucho esfuerzo recordar su propio nombre-, Kerry Watt.
Inexplicablemente, Kerry se pegó a Selenia y la seguía a todas partes, al principio la sacerdotisa encontraba molesto al muchacho pero finalmente se acostumbró a su compañía y cuando él se ausentaba lo echaba de menos, le había cogido cariño.
-¿Por qué me sigues, no sabes que me molestas?- decía ella con cara de pocos amigos.
-¿Por qué eres tan antipática conmigo? -le preguntaba él siempre sonriendo.
Así se pasaban los días enteros, ella haciéndole desplantes y él demostrándole su afecto e incondicional lealtad.
Pasaron meses viajando juntos de aldea en aldea eliminando demonios, pero por todas aquellas aldeas por donde pasaban siempre aparecía el cuerpo ensangrentado de algún niño o mujer.
Selenia se frustraba, no entendía por qué no lograba encontrar a aquel ser que buscaba des de hacía ya meses, aquel demonio escurridizo que asesinaba niños y mujeres.
Aquella noche aprovechando que se encontraba sola, la sacerdotisa abandonó su coraza impenetrable y expuso su corazón al mundo. Sus lágrimas de impotencia y dolor bañaban sus ojos y los largos mechones castaños de su cabellera se adherían a su hermoso rostro.
-Creo que me equivoqué -confesó una voz surgida de la nada-, no eres de piedra después de todo.
-Kerry -dijo Selenia secándose las lágrimas rápidamente con las mangas y girándose para mirarlo-. No es lo que piensas, es solo que me siento inútil ya que no consigo encontrarlo. Creo que no estoy haciendo bien mi trabajo.
-No hace falta que finjas conmigo, puedes llorar.
-¡No estaba llorando! -le gritó ella mirándole a los ojos con firmeza-. No se me está permitido.
Selenia hizo ademán de marcharse pero él la detuvo, agarrándola por el brazo.
-Siento mucho esto.
-Tú no tienes la culpa- le dijo sin mirarlo-, es culpa mía por no cumplir mi encomienda. Pero te juro que voy a encontrar a esa cosa y le voy a arrancar la cabeza para que nunca más vuelva a devorar a nadie.
Ella estaba decidida a marcharse, pero él no quería soltarla por lo que la arrastró hacia sí y la estrecho dulcemente entre sus brazos. Los brazos de ella querían abrazarlo también, pero su razón la guiaba por otros senderos.
-Esto está fuera de lugar- le susurró ella -y lo sabes.
-Sí, lo sé- le confesó él, pero sus brazos se mostraban reacios a obedecer-. Tienes razón.
Los brazos de ella lo apartaron suavemente y posó la mirada en el suelo, ella no sentía lo que sus actos demostraban pero no podía evitarlo, ya que muchas vidas dependían de ella. Se giró y se dispuso a marcharse pero sus pies no querían alejarla de él.
-Gracias -susurró ella antes de cruzar el marco de la puerta y desaparecer en la oscuridad de la noche.
Aquellas palabras trajeron con ellas un irresistible olor que se filtró por las fosas nasales de aquel ser terrorífico, aquello olía a amor.
La bestia corría por los callejones buscando algo con lo que deleitarse aquella noche pero no encontraba nada, todas las personas de la aldea asustadas por los recientes asesinatos no salían a la calle por las noches y aquello obligaba a la bestia a entrar en las moradas.
Sus largos colmillos relucían en la oscuridad del dormitorio y se acercaban al delicado y suculento cuello de aquella niña de dorados cabellos que descansaba sobre su cama; y en un acto rápido y salvaje, el hambriento ser tapó la boca de la niña para evitar despertar al resto de la familia, y clavó profundamente sus colmillos en aquel diminuto cuello al instante en que la niña abría los ojos despavorida e intentaba zafarse inútilmente.
Al poco rato, aquel diminuto cuerpecillo dejó de moverse y la bestia pudo finalmente, alimentarse de aquella sangre fresca tranquilamente.
La noticia de la nueva muerte se extendió velozmente por todo Güehn, y los aldeanos ya no respiraban tranquilos en sus hogares sabiendo que la bestia podía entrar sin ser vista y devorar a los niños en sus propias camas.
Selenia no pudo encontrar a Kerry aquella mañana por lo que acudió a la escena del crimen ella sola, y allí tuvo que hacer de tripas corazón. El panorama era desgarrador, una niña de unos cinco años yacía sobre la cama, sus dorados cabellos esparcidos por la almohada completamente empapados de sangre, su piel de un color liloso pálido y una mirada de pánico donde sus ojillos casi se salían de sus correspondientes orbitas. La sacerdotisa respiró hondo y se acercó a inspeccionar el diminuto cuerpo, la sangre había salido a presión al haber sido desgarrada ferozmente la yugular, también bajo sus uñas se hallaban restos de sangre pero esta no era suya ya que había restos de piel muy clara, diferente a la de la niña, que la acompañaba. La bestia no era peluda, aquello quedaba claro.
La sacerdotisa regresó a la posada donde se hospedaban Kerry y ella, y allí lo esperó hasta que dos horas después apareció.
-¿Se puede saber dónde estabas?- le preguntó ella muy enfadada- Ha habido otro asesinato, una niña esta vez, en su propia cama.
Selenia se calló y esperó una explicación por su parte, pero no la obtuvo, en vez de eso, Kerry se plantó frente a ella y la besó en los labios. Aquello la sorprendió, y lo empujó violentamente mientras en su rostro se podía leer claramente lo que ella sentía por él.
-¡¿Qué estas haciendo?! -le gritó ruborizada-. ¡Acabo de decirte que una niña acaba de morir y tu ...!.
Pero olvidó las palabras que quería decir y sus ojos se abrieron como platos al ver aquellos arañazos en su blanco cuello. Unos arañazos pequeños pero profundos.
-¿Qué te a pasado en el cuello?- le preguntó Selenia.
Él, nervioso, ocultó las pequeñas heridas con su mano e intento besarla de nuevo pero ella se apartó rápidamente y le exigió respuestas.
-Dime qué es lo que te a pasado en el cuello -le exigió saber mientras clavaba su penetrante mirada en los ojos negros de aquel individuo, cada vez más desconocido para ella-. ¡¿Dónde has estado esta noche?!.
Los dos se quedaron en silencio mirándose mutuamente hasta que Kerry lo rompió.
-¿Desconfías de mí?.
-No me des motivos. Dime dónde has estado.
-No puedo -le confesó él, desviando su mirada de la suya-. Si te lo dijera me odiarías por ello y aunque gracias a eso podría continuar viajando contigo, no podría soportar la idea de que me odiaras.
-¿De qué estas hablando? -su mirada ahora era de preocupación, no quería perderlo-. ¿Te vas?.
Kerry dio dos pasos hacia ella pero Selenia retrocedió otros dos, no se fiaba de él, ya no lo reconocía.
-No puedo seguir viajando contigo, es peligroso -le confesó él-. Las cosas han cambiado, tú has cambiado.
-¿Qué yo he cambiado? -murmuró incrédula-. ¡¿Me estas diciendo que yo he cambiado cuando eres tú el que se dedica a matar gente?!. ¡¿A la gente que yo trato de salvar?!.
Aquellos ojos azules cristalinos que se forzaban por contener las lágrimas, estaban a punto de ceder aunque ella no quisiera, por lo que bajó su mirada y le dio la espalda a Kerry.
-¿Vas a matarme a mí también? -le preguntó con voz temblorosa, no por el miedo sino por el sentimiento de traición que oprimía su corazón.
-Claro que no -le respondió él-. Por eso mismo me marcho, para no hacerte daño.
-Ya me lo estas haciendo.
-Lo sé, por eso mismo debo marcharme ahora. Sino, pronto llegará un momento en el que ya no podré contenerme. Lo siento.
Selenia se enjugó las lágrimas con la manga y se giró para mirarlo por última vez pero fue demasiado tarde porque él ya no estaba, se había marchado tan rápido y silenciosamente que no se había percatado y ahora ella lloraba arrodillada en el suelo entre lágrimas de culpa, arrepentimiento, dolor y desamor.
Vampiro, aquella era la verdadera naturaleza de Kerry, un maldito chupasangre, una sanguijuela que se bebía hasta la ultima gota de sangre de unos niños inocentes. Selenia lo buscaba desesperadamente con la esperanza de no encontrarlo jamás y no tener que acabar con su vida, pero la Diosa no hizo caso de sus plegarías y la sacerdotisa encontró su rastro de sangre no muy lejos de una aldea.
Selenia sabía como acabar con él, lo había leído en los libros, tenía que clavarle una estaca en el corazón y luego quemar sus restos, pero solo de pensarlo todo su cuerpo se estremecía de sufrimiento.
Corría velozmente, atravesando arbustos y golpeándose con estos, pero eso no la detendría, debía encontrarlo y detenerlo antes de que se cobrara una vida inocente más. Finalmente lo vio, salió de entre los arbustos a una explanada y allí estaba él, sobre una piedra arrodillado sobre el cuerpo de una mujer.
-¡Ser infernal, detente! -le advirtió la sacerdotisa.
Aquel muchacho, al oír aquella voz y ponerle rostro en su mente se giró sorprendido. Su tez y toda su ropa estaban manchados de sangre procedente del desgarrado cuello de la joven que yacía inerte sobre la roca.
-Selenia -musitó él, acercándose a ella lentamente y deteniéndose a mitad de camino al ver que la sacerdotisa empuñaba una estaca de madera.
-¿Por qué hacer esto?-le preguntó dolida-. ¿Por qué solo mujeres y niños?.
El vampiro bajó su mirada entristecido y decidió desvelarle toda la verdad a la sacerdotisa.
-Es cierto que me alimento de sangre, pero hay algo más - e confesó él-. Cada vampiro es atraído por un sentimiento diferente y la persona que siente ese sentimiento se convierte en una presa irresistible para ese vampiro. Es un olor que nos anula completamente, y el mío, es el sentimiento del amor. Los niños y las mujeres son los que más experimentan ese sentimiento, y es la misma razón por la cual tuve que dejarte.
-¿De qué estas hablando?.
-Cuando te conocí me di cuenta de que tú no sentías amor, por lo que no deseaba desgarrarte la yugular a cada momento, y fue por eso por lo que empecé a viajar contigo, porque podía hablar con otra persona sin matarla. Pero con el tiempo eso cambió, tú cambiaste - e reveló mirándola a los ojos- te enamoraste..., de mí.
Al oír aquellas palabras la sacerdotisa empuñó la estaca y se lanzó contra el vampiro furiosamente, pensando que éste se resistiría pero no fue así. El vampiro no se defendió, ni tan siquiera se apartó por lo que la estaca fue a clavarse directamente a su corazón. Selenia retrocedió dos pasos y cayó de rodillas al suelo vencida por los hechos.
-¿Por qué no te has apartado? -le preguntó mientras las lágrimas recorrían su impactado rostro-. Kerry...
Él se acercó y se arrodilló junto a ella, la abrazó y le susurró.
-No puedo aguantar más, noto que me quieres demasiado y aunque yo te quiera mucho más, mis instintos no lo soportan -sus colmillos se iban acercando cada vez más a su delicado cuello- acaba conmigo, antes de que yo lo haga contigo. Por favor...
Ella lo abrazó y sintió como sus colmillos se clavaban en su cuello seguido de un tremendo dolor que la invadió por completo. Con una de sus manos presionó la estaca contra el corazón de Kerry y con la otra los roció a ambos con un líquido que desprendía un fuerte olor. Sacó una pequeña bolita de su bolsillo y la estrelló contra el suelo, en cuestión de segundos todo el líquido empezó a arder rodeando sus cuerpos abrazados.
Los dos, tan diferentes como el agua y el aceite, fundidos en un abrazo de pasión y un grito de dolor, abandonaron el mundo cruel donde la Diosa los había creado. Aunque en aquel mundo su amor no hubiese tenido lugar, ellos seguirían unidos en el próximo, donde posiblemente, esta vez, la Diosa tendría más compasión de ellos y les concediera su único deseo, nacer en igualdad para poder permanecer unidos por toda la eternidad.
Sonia Rodríguez
Aquel monje la trató como a una hija y le enseñó todo sobre el arte de exterminar y exorcizar demonios, y de un gran maestro se formó una gran discípula cuyo nombre se extendió por todo el reino de Güehn, Selenia Crowly la sacerdotisa.
A los dieciocho años Selenia decidió abandonar el templo donde vivía con su maestro y emprendió la marcha hacia aquellos lugares en los cuales se requería sus servicios. Exterminaba demonios y exorcizaba a aquellas personas que habían sido poseídas por uno, así se ganaba la vida y le iba bien.
Un invierno la muchacha recibió una petición de ayuda de una aldea no muy conocida, y se encaminó hacia allí. Le tomó dos semanas llegar a causa de las fuertes nevadas y ventiscas, pero cuando por fin llegó se encontró con un autentico horror. La parte trasera de la iglesia de la aldea se hallaba llena de pequeñas tumbas recientes, su retraso había ocasionado la muerte de veinte niños.
-Necesitamos vuestra ayuda sacerdotisa -le rogaban los aldeanos destrozados por la perdida de sus hijos.
Un despiadado demonio acechaba aquella aldea desde hacia un mes y se alimentaba de los niños que misteriosamente desaparecían de sus camas en mitad de la noche. Selenia junto con sus talismanes, dagas de plata y otros muchos objetos que empleaba en su trabajo, se encaminó hacia el bosque donde se producían aquellos asesinatos nocturnos. Aquel bosque no tenía nada en especial, era como tantos otros y no había presencia alguna de demonios, pero aun así, continuó adentrándose para asegurarse.
De pronto, sus ojos pudieron captar un bulto en la tierra, era un cuerpo, Selenia se acercó temiéndose lo peor, se arrodilló y le buscó el pulso. Pero finalmente pudo suspirar aliviada, todavía vivía.
Aquel muchacho de blanca tez y cabello rubio platino, tenía una brecha en la frente y se hallaba inconsciente. Comprobó si estaba poseído, aunque no sentía presencia demoníaca, y le pasó la daga de plata por la piel.
No, aquel chico estaba limpio.
Le trató la herida de la frente y mientras esperaba a que despertase, realizó unas plegarias para ahuyentar a los demonio y mantener el bosque bajo la protección de la Diosa.
Al cabo de un par de horas, el muchacho por fin abrió los ojos y se incorporó desorientado, pero cuando ella fue a ayudarle él se apartó bruscamente como si le tuviese miedo, estaba aterrorizado.
-Tranquilo -le dijo ella sin hacer movimientos bruscos-, solo trataba de ayudarte.
Sus ojos de un profundo negro azabache, se clavaron en los azules de ella, y la miraban como si no comprendieran sus palabras. Su camisa estaba desgarrada por detrás y tenía numerosos arañazos en la espalda, había sido atacado por algo. Finalmente, el muchacho se relajó y se acercó a ella cautelosamente.
-¿Quién eres? -le preguntó desconfiadamente-, ¿Qué me ha pasado?.
-Algo te atacó pero conseguiste salvarte -le dijo sin intentar ningún tipo de acercamiento-, te acabo de encontrar inconsciente. ¿No recuerdas nada de lo sucedido?.
El muchacho se llevó la mano a la herida de la cabeza y dijo que no moviéndola hacia los lados.
-No recuerdo nada -su mirada fija en el suelo y sus dientes mordiendo su labio inferior le mostraron a Selenia que aquel muchacho estaba nervioso, pero ella atribuyó dichos actos al ataque sufrido.
-¿Puedes decirme tu nombre?.
-Kerry -dijo lentamente, como si le ocasionara mucho esfuerzo recordar su propio nombre-, Kerry Watt.
Inexplicablemente, Kerry se pegó a Selenia y la seguía a todas partes, al principio la sacerdotisa encontraba molesto al muchacho pero finalmente se acostumbró a su compañía y cuando él se ausentaba lo echaba de menos, le había cogido cariño.
-¿Por qué me sigues, no sabes que me molestas?- decía ella con cara de pocos amigos.
-¿Por qué eres tan antipática conmigo? -le preguntaba él siempre sonriendo.
Así se pasaban los días enteros, ella haciéndole desplantes y él demostrándole su afecto e incondicional lealtad.
Pasaron meses viajando juntos de aldea en aldea eliminando demonios, pero por todas aquellas aldeas por donde pasaban siempre aparecía el cuerpo ensangrentado de algún niño o mujer.
Selenia se frustraba, no entendía por qué no lograba encontrar a aquel ser que buscaba des de hacía ya meses, aquel demonio escurridizo que asesinaba niños y mujeres.
Aquella noche aprovechando que se encontraba sola, la sacerdotisa abandonó su coraza impenetrable y expuso su corazón al mundo. Sus lágrimas de impotencia y dolor bañaban sus ojos y los largos mechones castaños de su cabellera se adherían a su hermoso rostro.
-Creo que me equivoqué -confesó una voz surgida de la nada-, no eres de piedra después de todo.
-Kerry -dijo Selenia secándose las lágrimas rápidamente con las mangas y girándose para mirarlo-. No es lo que piensas, es solo que me siento inútil ya que no consigo encontrarlo. Creo que no estoy haciendo bien mi trabajo.
-No hace falta que finjas conmigo, puedes llorar.
-¡No estaba llorando! -le gritó ella mirándole a los ojos con firmeza-. No se me está permitido.
Selenia hizo ademán de marcharse pero él la detuvo, agarrándola por el brazo.
-Siento mucho esto.
-Tú no tienes la culpa- le dijo sin mirarlo-, es culpa mía por no cumplir mi encomienda. Pero te juro que voy a encontrar a esa cosa y le voy a arrancar la cabeza para que nunca más vuelva a devorar a nadie.
Ella estaba decidida a marcharse, pero él no quería soltarla por lo que la arrastró hacia sí y la estrecho dulcemente entre sus brazos. Los brazos de ella querían abrazarlo también, pero su razón la guiaba por otros senderos.
-Esto está fuera de lugar- le susurró ella -y lo sabes.
-Sí, lo sé- le confesó él, pero sus brazos se mostraban reacios a obedecer-. Tienes razón.
Los brazos de ella lo apartaron suavemente y posó la mirada en el suelo, ella no sentía lo que sus actos demostraban pero no podía evitarlo, ya que muchas vidas dependían de ella. Se giró y se dispuso a marcharse pero sus pies no querían alejarla de él.
-Gracias -susurró ella antes de cruzar el marco de la puerta y desaparecer en la oscuridad de la noche.
Aquellas palabras trajeron con ellas un irresistible olor que se filtró por las fosas nasales de aquel ser terrorífico, aquello olía a amor.
La bestia corría por los callejones buscando algo con lo que deleitarse aquella noche pero no encontraba nada, todas las personas de la aldea asustadas por los recientes asesinatos no salían a la calle por las noches y aquello obligaba a la bestia a entrar en las moradas.
Sus largos colmillos relucían en la oscuridad del dormitorio y se acercaban al delicado y suculento cuello de aquella niña de dorados cabellos que descansaba sobre su cama; y en un acto rápido y salvaje, el hambriento ser tapó la boca de la niña para evitar despertar al resto de la familia, y clavó profundamente sus colmillos en aquel diminuto cuello al instante en que la niña abría los ojos despavorida e intentaba zafarse inútilmente.
Al poco rato, aquel diminuto cuerpecillo dejó de moverse y la bestia pudo finalmente, alimentarse de aquella sangre fresca tranquilamente.
La noticia de la nueva muerte se extendió velozmente por todo Güehn, y los aldeanos ya no respiraban tranquilos en sus hogares sabiendo que la bestia podía entrar sin ser vista y devorar a los niños en sus propias camas.
Selenia no pudo encontrar a Kerry aquella mañana por lo que acudió a la escena del crimen ella sola, y allí tuvo que hacer de tripas corazón. El panorama era desgarrador, una niña de unos cinco años yacía sobre la cama, sus dorados cabellos esparcidos por la almohada completamente empapados de sangre, su piel de un color liloso pálido y una mirada de pánico donde sus ojillos casi se salían de sus correspondientes orbitas. La sacerdotisa respiró hondo y se acercó a inspeccionar el diminuto cuerpo, la sangre había salido a presión al haber sido desgarrada ferozmente la yugular, también bajo sus uñas se hallaban restos de sangre pero esta no era suya ya que había restos de piel muy clara, diferente a la de la niña, que la acompañaba. La bestia no era peluda, aquello quedaba claro.
La sacerdotisa regresó a la posada donde se hospedaban Kerry y ella, y allí lo esperó hasta que dos horas después apareció.
-¿Se puede saber dónde estabas?- le preguntó ella muy enfadada- Ha habido otro asesinato, una niña esta vez, en su propia cama.
Selenia se calló y esperó una explicación por su parte, pero no la obtuvo, en vez de eso, Kerry se plantó frente a ella y la besó en los labios. Aquello la sorprendió, y lo empujó violentamente mientras en su rostro se podía leer claramente lo que ella sentía por él.
-¡¿Qué estas haciendo?! -le gritó ruborizada-. ¡Acabo de decirte que una niña acaba de morir y tu ...!.
Pero olvidó las palabras que quería decir y sus ojos se abrieron como platos al ver aquellos arañazos en su blanco cuello. Unos arañazos pequeños pero profundos.
-¿Qué te a pasado en el cuello?- le preguntó Selenia.
Él, nervioso, ocultó las pequeñas heridas con su mano e intento besarla de nuevo pero ella se apartó rápidamente y le exigió respuestas.
-Dime qué es lo que te a pasado en el cuello -le exigió saber mientras clavaba su penetrante mirada en los ojos negros de aquel individuo, cada vez más desconocido para ella-. ¡¿Dónde has estado esta noche?!.
Los dos se quedaron en silencio mirándose mutuamente hasta que Kerry lo rompió.
-¿Desconfías de mí?.
-No me des motivos. Dime dónde has estado.
-No puedo -le confesó él, desviando su mirada de la suya-. Si te lo dijera me odiarías por ello y aunque gracias a eso podría continuar viajando contigo, no podría soportar la idea de que me odiaras.
-¿De qué estas hablando? -su mirada ahora era de preocupación, no quería perderlo-. ¿Te vas?.
Kerry dio dos pasos hacia ella pero Selenia retrocedió otros dos, no se fiaba de él, ya no lo reconocía.
-No puedo seguir viajando contigo, es peligroso -le confesó él-. Las cosas han cambiado, tú has cambiado.
-¿Qué yo he cambiado? -murmuró incrédula-. ¡¿Me estas diciendo que yo he cambiado cuando eres tú el que se dedica a matar gente?!. ¡¿A la gente que yo trato de salvar?!.
Aquellos ojos azules cristalinos que se forzaban por contener las lágrimas, estaban a punto de ceder aunque ella no quisiera, por lo que bajó su mirada y le dio la espalda a Kerry.
-¿Vas a matarme a mí también? -le preguntó con voz temblorosa, no por el miedo sino por el sentimiento de traición que oprimía su corazón.
-Claro que no -le respondió él-. Por eso mismo me marcho, para no hacerte daño.
-Ya me lo estas haciendo.
-Lo sé, por eso mismo debo marcharme ahora. Sino, pronto llegará un momento en el que ya no podré contenerme. Lo siento.
Selenia se enjugó las lágrimas con la manga y se giró para mirarlo por última vez pero fue demasiado tarde porque él ya no estaba, se había marchado tan rápido y silenciosamente que no se había percatado y ahora ella lloraba arrodillada en el suelo entre lágrimas de culpa, arrepentimiento, dolor y desamor.
Vampiro, aquella era la verdadera naturaleza de Kerry, un maldito chupasangre, una sanguijuela que se bebía hasta la ultima gota de sangre de unos niños inocentes. Selenia lo buscaba desesperadamente con la esperanza de no encontrarlo jamás y no tener que acabar con su vida, pero la Diosa no hizo caso de sus plegarías y la sacerdotisa encontró su rastro de sangre no muy lejos de una aldea.
Selenia sabía como acabar con él, lo había leído en los libros, tenía que clavarle una estaca en el corazón y luego quemar sus restos, pero solo de pensarlo todo su cuerpo se estremecía de sufrimiento.
Corría velozmente, atravesando arbustos y golpeándose con estos, pero eso no la detendría, debía encontrarlo y detenerlo antes de que se cobrara una vida inocente más. Finalmente lo vio, salió de entre los arbustos a una explanada y allí estaba él, sobre una piedra arrodillado sobre el cuerpo de una mujer.
-¡Ser infernal, detente! -le advirtió la sacerdotisa.
Aquel muchacho, al oír aquella voz y ponerle rostro en su mente se giró sorprendido. Su tez y toda su ropa estaban manchados de sangre procedente del desgarrado cuello de la joven que yacía inerte sobre la roca.
-Selenia -musitó él, acercándose a ella lentamente y deteniéndose a mitad de camino al ver que la sacerdotisa empuñaba una estaca de madera.
-¿Por qué hacer esto?-le preguntó dolida-. ¿Por qué solo mujeres y niños?.
El vampiro bajó su mirada entristecido y decidió desvelarle toda la verdad a la sacerdotisa.
-Es cierto que me alimento de sangre, pero hay algo más - e confesó él-. Cada vampiro es atraído por un sentimiento diferente y la persona que siente ese sentimiento se convierte en una presa irresistible para ese vampiro. Es un olor que nos anula completamente, y el mío, es el sentimiento del amor. Los niños y las mujeres son los que más experimentan ese sentimiento, y es la misma razón por la cual tuve que dejarte.
-¿De qué estas hablando?.
-Cuando te conocí me di cuenta de que tú no sentías amor, por lo que no deseaba desgarrarte la yugular a cada momento, y fue por eso por lo que empecé a viajar contigo, porque podía hablar con otra persona sin matarla. Pero con el tiempo eso cambió, tú cambiaste - e reveló mirándola a los ojos- te enamoraste..., de mí.
Al oír aquellas palabras la sacerdotisa empuñó la estaca y se lanzó contra el vampiro furiosamente, pensando que éste se resistiría pero no fue así. El vampiro no se defendió, ni tan siquiera se apartó por lo que la estaca fue a clavarse directamente a su corazón. Selenia retrocedió dos pasos y cayó de rodillas al suelo vencida por los hechos.
-¿Por qué no te has apartado? -le preguntó mientras las lágrimas recorrían su impactado rostro-. Kerry...
Él se acercó y se arrodilló junto a ella, la abrazó y le susurró.
-No puedo aguantar más, noto que me quieres demasiado y aunque yo te quiera mucho más, mis instintos no lo soportan -sus colmillos se iban acercando cada vez más a su delicado cuello- acaba conmigo, antes de que yo lo haga contigo. Por favor...
Ella lo abrazó y sintió como sus colmillos se clavaban en su cuello seguido de un tremendo dolor que la invadió por completo. Con una de sus manos presionó la estaca contra el corazón de Kerry y con la otra los roció a ambos con un líquido que desprendía un fuerte olor. Sacó una pequeña bolita de su bolsillo y la estrelló contra el suelo, en cuestión de segundos todo el líquido empezó a arder rodeando sus cuerpos abrazados.
Los dos, tan diferentes como el agua y el aceite, fundidos en un abrazo de pasión y un grito de dolor, abandonaron el mundo cruel donde la Diosa los había creado. Aunque en aquel mundo su amor no hubiese tenido lugar, ellos seguirían unidos en el próximo, donde posiblemente, esta vez, la Diosa tendría más compasión de ellos y les concediera su único deseo, nacer en igualdad para poder permanecer unidos por toda la eternidad.
FIN
Sonia Rodríguez
Muy buenas las portadas!!
ResponderEliminarMe gustaron todas, pero creo que las que mejor se adaptan al proyecto son las de Kelly, la primera o tercera. Además, me gusta el título que eligió :-)
Los relatos ya los leeré cuando esté todo listo.
Oye, Dulce... ¿hoy es tu cumple? Muchas felicidades, linda!! Te mereces lo mejor, y desde aquí te mando un beso gigante.
Hola!! gracias por la invitación, mu gusta mucho el blog y la cabecera es hermosa, me pasare por aquí seguido
ResponderEliminarespero publiques pronto
saludos.
Hola!! :D todas las portadas son preciosas!! Yo no participo en el proyecto así que no se si puedo votar, pero yo me quedaría con la primera y la ultima. En cuanto a los relatos, ya los iré leyendo poco a poco, de momento me voy por los vampiros, que por cierto, me encanta la foto.
ResponderEliminarola Dulce Guapa!!! estás de cumpleaños?? felicidades!!!! cumple muchísimos años más y recibe mil bendiciones!! te admiro mucho!
ResponderEliminarpues he tenido un poco descuidada la escritura y aprovechando que ya nos conocimos pase hoy por aquí!! no estoy muy enterada de cómo funcione tu club, ni de que se trate el proyecto, pero leí el primer relato y me pareció hermoso!! qué es?? relatos paranormales y románticos!!?? :D, disculpa mi intromisión así tan repentina pero es que me parece demasiado interesante y ... es que yo adoro los amores paranormales...jejejeje ... también vi las portadas y están todas muy bonitas... te felicito Dulce es un proyecto magnífico!! voy a seguir revisando y te daré "mi no pedida opinión" jejeje gracias por el espacio... un abrazo fuerte!!! :D
Tengo un titulo que se me ocurrió para el proyecto:
ResponderEliminarAvatares del Amor
No sé, que te parece? No estoy segura si quieres modificarlo estas son las variaciones que se me ocurrieron:
Los Avatares del Amor (no sé si que de major con o sin articulo)
Avatares de un Amor Paranormal
Fijate cual te parece mejor.
hola dulce estoy leyendo poco a poco las historias y vi que ya modificaste el titulo de la mia.. solo una cosita es que me comentaste lo confuso del final y modifique un poco la historia para que sea mas entendible, espero que no haya problema... gracias un beso!
ResponderEliminarola ola
ResponderEliminarm llamo Didey, qisiera preguntar como s q las autoras d Pasion de Media Noche registraron sus historias, me gustaria hacer lo mismo pero no se como.
Agradeceria su ayuda, le dejo mi correo
moonjiithadark@hotmail.com
Desde ahorita gracias:)