Navidad pintada
1
Ninguna ilusión
Tiene el cabello rizado y castaño. Sus ojos son de otro planeta, son escasos, son de miel… Su figura es armoniosa, llena de cuervas bellas agradables al pincel que se desliza suavemente sobre ellas sin cuidado alguno. Esa es mi musa. No se realmente quién es, pero en este momento me la imagino a la orilla del mar, en cuclillas sosteniendo sus lentes de sol, con sus rizos al viento, arrugando la nariz y los párpados para ver mejor. Lleva una campera celeste de algodón, un short beige, el sostén de la bikini es amarillo… Termino de delinear sus caderas medidas a regla y Claudia entra en mi taller…
—¿Qué te puedo decir?, se ve tan bella en tus retratos… Aunque se que amas tu taller y tus pinturas, te vengo a proponer que esta noche hagamos algo diferente así que vamos a ver el eclipse al planetario, te parece?.
—Claro, iremos después de cenar.
Claudia siempre ha sido amable conmigo. Es lo más parecida a mi musa que pude encontrar, lo que la diferencia son sus ojos café y sus jóvenes veintiséis años.
Hace ya tres años que mi musa se coló en mis pensamientos. De ahí en más no he podido pintar otra cosa que no sea mi divina “Anabella”. Así la llamo, pero lo cierto es que nunca conocí mujer como ella. Me obsesioné tanto que entonces fue mi ideal de mujer. Todas mis novias han sido morochas rizadas o en su defecto con vagas ondas, pero nunca esos ojos, esos ojos... ¡Únicos!, que me estrujan el corazón y me atraen a ellos…
Entre tantas mujeres, Claudia fue la única capaz de conformarme, pero como no todo es color de rosa y no es fácil que tu prometido esté obsesionado con una mujer que no sabés si conoce, ella me es infiel. Claudia no es mi musa, pero vive conmigo como una “perfecta” pareja, es más que nada una buena amiga.
Mi depresión llegó al nivel uno cuando sentí que la perdía y durante dos semanas me reprimí de dibujar a Anabella. Fue difícil, cerraba los ojos y la veía, tan hermosa, me enfermaba no tener el placer de dibujarla. Hoy no aguanté más, la imagen era demasiado bella… Y la pinté en el mar
Sé que hace unos días Claudia dejó de ver a su amante, Fernando, el profesor de psicología que tuvo en la universidad, gracias a mis esfuerzos por pintar otras cosas… Claro que no eran nada buenos mis retratos. Intenté retratarla a ella pero todo acabó en pelea cuando me di cuenta que no puedo, que me imagino a mi Anabella en su lugar…
Ya qué… Estos tres años me han frustrado y me he convencido de que es una obsesión estúpida… Venderé la colección a su nombre, no sin antes hacer la debida exposición, y me dedicaré a hacer otras cosas. El eclipse será perfecto. Eclipsaré mi sol y viviré de noche, junto con Claudia, mi prometida hace un mes.
Tirado en el césped del planetario, como buñuelos junto a “Lunares”, el apodo que le di a Clau cuando la conocí con su remera escotada con los dichosos, por supuesto… Faltan veinte minutos para el eclipse y tengo tanto sueño… Son las tres menos veinte de la mañana y aunque Clau me acaricia el pelo y me sugiere volver a casa, yo no quiero, necesito quedarme allí.
Nos paramos para verlo preparados con un telescopio. Clau lo utiliza primero, sin embargo, solo ve lo mismo que yo pero más cercano. Me da un pequeño vuelco el corazón al ver como la luna desaparece. Se desaparece y parece que no hay posibilidad de volver a verla. Pero la veo… Pasa corriendo junto a mí cargada de pochoclos, al trote que deja flotar sus buclecitos… y es real. ¡No puedo dejarla escapar!. Dejo a Claudia distraída para ir en su búsqueda.
La veo y le sigo sin discreción. Empujo a un par de idiotas y ella llega a un grupo de chicas de su edad con uniforme de aerolíneas Argentinas y reparte las bolsitas de pochoclos en todas direcciones. Se la ve feliz, sonriente y hermosa. Me acerco y le toco el hombro. Consecuencia de mi impulso el grupo completo voltea a ver a éste degenerado que pide un segundo para hablar con ella…
2
Espejismos
—Estoy ocupada ¿no vas a ver el eclipse?.
Me habló de manera certera. Es ella, ¡es ella!... Es su voz…
—Lo estoy viendo —contesté reaccionando de que debía volver los ojos a la luna envuelta en negrura. Acabó más rápido de lo que esperaba y cada tanto me cercioré de si cada detalle era el correcto, pero acabé rindiéndome ante su perfección. Una de sus compañeras dio media vuelta, tal vez inquieta por mi presencia sin previo aviso, y me preguntó mi nombre.
—Rafael Pauling.
—¡Pauling!, ¡huy!, tengo dos cuadros tuyos… Son intensos, me encantan sus colores y movimientos. Es un placer conocer a un artista como tú —dijo acercándose para besarme la mejilla como saludo y me dio una vista perfecta del borrón desmaravillado del rostro de Anabella.
De allí en más se comentaron mis trabajos y en esa conmoción me invitaron a unas copas en casa de la rubia conocedora, a lo que mis rizos destellantes respondieron con negativas. Tal vez mi insistencia le causaba pavor o tal vez no era social con los hombres, pues nunca la dibujé con uno. Debe de no ser muy escuchada pues sus compañeras no aceptaron ninguno de sus reclamos y me llevaron a rastras a una Hilux.
La osada Alvina de proporciones exageradas nos llevó camino a la residencia de la rubiesita Belinda, quien por cierto es desmesuradamente amable y dulce pero no se iguala a la sensualidad y al signo de interrogación que genera Ana en mi cabeza.
No fuimos cinco, fuimos seis, ya que fuera del departamento se encontraba el novio de Alvina, por desgracia otro conocedor de mis pinturas. Aún no he podido hablar con Anabella simplemente por el hecho de que ni siquiera me mira.
Ya en el salón, estilo barroco y amplio, la charla consistió en “siempre lo mismo”, la misma charla de trabajos y conocimientos personales. Descubrí que Ana está en la parte de información, que hace unos meses se divorció de su marido y que su familia debe de ser su mejor apoyo. Todo esto lo hallé casi indirectamente pues yo hacía las preguntas, ella contestaba lo menos posible y una de sus amigas, Morena, me ayudaba con el resto de la charla. Con el nombre de la prima de la hermana, que es la tía de la amiga de Berta ¡que no tengo ni idea de quién es!, y que se llama Clara, tomé mi chaqueta y eché un amplio saludo a la comunidad. Belinda me acompañó a la salida con un tierno “espero volver a encontrarte” que intentó ser seductor… pero no me fui. Seguido de su portazo me reposé sobre la pared hasta que los bucles castaños se dispongan a salir.
No tuve que esperar mucho tiempo pues diez minutos después me encontraba con sus bellos ojos frente a frente. Es la mujer de mi vida, siento que puede conocerme solo con mirarme. Su ánimo no es agradable, se la debe estar pasando pésimo gracias a mí, pero no tengo idea de cual puede ser la razón por la cual le inquieta tanto mi presencia. Parece haber solo una… y es mi preferida.
Dio media vuelta y comenzó a andar. A paso apresurado retomé la poca distancia que podía generar caminando por la vereda.
—Que fría está la noche —comenté y me miró de reojo amenazante—. Le sienta bien a tu humor —dije inocente. Ella se sorprendió ante mi caradurez—. Solo bromeaba, descuida —pero se limitó a seguir caminando—. Vamos, ¿tienes idea de cómo se tu bello rostro con tanta preocupación?. Es como pintar el rostro de una mujer con el ceño fruncido. Lo ves y solo puedes llegar a preguntarte ¿qué le habrá pasado?. ¿Eres de esas mujeres que parecen no tener nada más para decir? –instigué.
—¿Y a ti que te parece? —me dijo meneando la cabeza. Quién diría que fuese hermosa aun con algunas copas encima.
—Claro que no, tú tienes mucho para decir, las circunstancias lo demuestran, tus ojos también… —dije pausadamente al parar en una esquina.
Me miró y... ¡Vaya!, ¡cuántas emociones encontradas!. Pero al acercarme un poco a su cara noté que sus labios tembleteaban y sus ojos son tal cual esta noche húmeda y vidriosa.
—¿Necesitas una mano?.
—No, gracias. Si no te importa quiero llegar lo antes posible a mi hogar y así perderte de vista.
Las apariencias engañan ¿pero puede realmente que esté equivocado?.
—No te voy a hacer daño. Discúlpame si he sido un descarado en cuanto a mis acercamientos pero ¿es que no te da miedo caminar por la noche sola?.
—No —dijo dudosa. Al parecer se había olvidado de aquella parte—. Pero me estuviste esperando afuera. Eres extraño, compréndelo.
—Bueno, si a eso te refieres puedo decir abiertamente que me parece una señorita admirable y que solo la esperé para poder entablar una conversación sin más. Puesto que me haz evitado en cada comentario de la sala.
—Puede que si. No me gustan los extraños, ¿no has notado tu forma de hablar?. ¿A dónde quieres llegar con ese vocabulario y tono tan cortés?.
—A tus amigas no parecen importarle los extraños —dije risueño—. Y si quiero llegar a un lugar… —enarcó las cejas—. Quiero llegar a conocerla, simplemente charlar Anabella.
Gustoso me sentí al ver su piel recorrida por el escalofrío. La famosa piel de gallina, al escuchar su propio nombre en mi voz
—Lo lamento, no deseo hablar ahora —y parece decirlo en serio.
—Entonces permítame acompañarla. Me daría un susto de muerte dejarla a mitad de camino y que le pase algo durante.
—Está bien… —asintió tranquila.
—Ah, casi lo olvido, ¿cómo es tu nombre?.
—Anabella. Ya lo haz oído en el salón —¡bingo!.
—Es mejor preguntarlo, ¿no crees?.
Durante unos segundos reinó el ruido de ciudad hasta que su voz supo callarlo todo.
—Rafael, ¿tienes pareja?.
Reconozco haber querido obviar aquello, pero ella pedía saber.
—Si, estoy prometido con Clara, aunque debo decir que últimamente no parecemos una pareja —cruda realidad.
—¿Y eso por qué?.
—Soy un hombre muy cerrado y ella una mujer muy liberal. Nos unimos por opuestos pero hasta las polaridades pueden dañar.
—¿Alguna vez la has golpeado? —preguntó rápido y en tono extraño.
—No, claro que no. Solo puedo llegar a ser cruel con lo que pienso pero nunca le haría daño y se que ella mi tampoco. ¿Y a qué se deben estas preguntas?, ¿tiene algo que ver con lo que no cuentas? —intuí.
—¡No para nada!. Es que ayer estuve viendo un informe de la violencia en la pareja y enseñaba como reconocer al golpeador mediante el diálogo.
—¡Vaya!, ¿y qué has visto en mí? —pregunté mientras nos detuvimos en la fachada de un complejo.
—Luego del diálogo no se puede decir el resultado. Podrías darme vueltas las cosas.
—Jamás —repliqué.
—Nunca digas nunca —dijo abriendo la reja alta—. Adiós Rafael.
—Ha sido un gusto Anabella, ¿me permitiría alguna vez volver a verla?.
Pero su rostro se ensombreció de repente y se marchó sin decir una palabra.
¿Es que mi Anabella está en una situación complicada?, ¿no es la mujer feliz y radiante que pinté?.
3
Cercanos
Por la mañana la claridad y el buen clima me animaron a sentarme frente al caballete. Cerré los ojos y la oscuridad la trajo a mi, allí estaba bebiendo té caliente en una taza de porcelana francesa.
Tiene el cabello revuelto por así decir que algunos bucles saltan como disparados hacia arriba. Su rostro parece estar perdido en algún recuerdo y su pijama de seda blanca moldea su cuerpo sentado a la mesa.
—Otra vez —me reprochó.
Cuando llegué casi de madrugada, Clara dormía sobre el sillón. Su ceño fruncido revelaba la furia contenida, al parecer se quedó a esperar a que regresara para darme el mejor de sus sermones. Su bendito sueño me favoreció y la tomé en brazos para llevarla a la cama. El rastro de una lágrima pegajosa se identifica en su mejilla, a la que borré con mi dedo mojado en saliva. Me sentí culpable al imaginármela regresando sola a casa, esperándome y lamentándose en el sillón. Pero bueno, que no me arrepiento. Demasiadas noches he sido yo quien la ha esperado y nada vale más que la pena que Anabella.
—Lo lamento Clara, es que encontré un viejo compañero de la infancia y entre tantos años había mucho para hablar y recordar. Me pareció haber estado allí un cuarto de hora y cuando fui a buscarte ya no estabas. Fue entonces que miré el reloj y comprendí que ya te habías ido —traté de mentir.
—¿Así?, ¿y cómo se llama tu amigo? —me preguntó desafiante.
—Esteban. Ya tiene los treinta y dos años y es dueño de una marca de zapatos de cuero. Ya tiene esposa y dos hijos endemoniados. ¿Qué tal eh? —dije convincente.
—Ah, claro —musitó aún con el ceño fruncido.
Dejé a Anabella por un segundo para ir hacia ella y besarle la frente con ternura.
—Ya amor, lo lamento mucho, la próxima vez seré más cuidadoso… ¿Querés jugo?.
—Emm… Si, claro —dijo con una sonrisa poco concluyente.
Al marcharme a la cocina presentí que miraba fijamente a Anabella sin terminar. ¿Cómo puede una mujer estar celosa de un cuadro?.
Durante toda la semana me desvié tres veces por día del trabajo, para tocar su timbre en la mañana, la tarde y la noche. Con un total de veintiún timbres presionados sin respuesta alguna más que tres veces la de la empleada de limpieza que muy amablemente me pidió que no regrese, que Anabella estaba ocupada con asuntos familiares.
Ya que tocamos el tema, mi trabajo no es nada fabuloso, simplemente soy gerente de banco. Si, un gerente pintor, por así decir.
No me veía rendido ante tantos timbrazos sin respuesta, aún podía aguantar cien timbres más, lo curioso es que cuando pensé eso frente a la reja y al contestador, la puerta principal se abrió y Anabella salió a la luz del sol, tan bella y resplandeciente. Se acercó tímida y tomándose se la reja me saludó. Le respondí cordialmente con un simpático:
—¡Hola!, ¿cómo estas?.
—Bien, eehh... ¿Qué te trae por aquí? —preguntó notablemente preocupada.
—Nada. Solo pasaba a invitarte un café. Puedes negarte pero acrecentarás mi insistencia.
—Ah claro, igualmente creo que debes dejar de v… —sin dudas algo se le ocurrió—. Rafael ¿conoces a alguien que necesite empleados?.
—¿Qué si conozco?, ¡claro!, mis amigos siempre solicitan empleados.
—Espera aquí, iré por mi cartera.
Vaya, esperaba un poco más de resistencia.
***
¿Puede ser que ninguno de mis colegas necesite empleados cuando quiero incorporar a Ana?.
—Ya, esta bien, realmente te lo agradezco Rafael, pero debo volver a mi casa —está fastidiada.
Colocándome sus zapatos yo estaría desesperado si no tuviera trabajo y las deudas crecieran constantemente. Se me ocurre algo pero no se sea buena idea. La miro y conozco el rostro de desahuciado ¡Le prometería hacerla tan feliz! Y si, debo hacerlo.
—Mi mujer necesita secretaria. Es psicóloga privada —lancé.
—¿En serio? —dijo sorprendida.
—Si, déjame hablar con ella y mañana te comunico su respuesta, pero deberás darme tu número. No dejes que se te pase la oportunidad.
—Pero… Pero te lo guardaste hasta lo último. No creo que sea bueno que trabaje para tu mujer… —ya se había hundido en dudas.
—Ya, pásame tu número o perderás la oportunidad... ¿Te crees que esto sucede todos los días?.
—No… Claro que no Héctor.
—¿Perdón?, ¿y ese suspiro seguido de un Héctor que no diviso por ninguna parte?.
—¡Yo no dije Héctor! —dijo asustada, emitiendo fuertes risita—. Dije es cierto. Ten, agenda mi número.
Ambos números agendados tomé por cierto lo que me pareció ser un Héctor. Para como van las cosas no debo tenerle miedo a ningún Héctor. Te tengo en mis manos Anabella.
Terminamos el café, pagué la cuenta y nos marchamos. Fue un buen regreso a casa. Mis bromas sobre el mal clima y mi vieja infancia en el campo la hicieron reír. Presentí por un momento que quería evitar a toda costa que una pequeña sonrisa se dibujara en su boca. Sin embargo, me sentí feliz y útil a su lado. Revoloteándole como un canario enamorado.
4
El secreto de los cuadros.
Dos semanas de trabajo y lo hace a la perfección. Clara esta muy a gusto con su desempeño y Ana está feliz, aunque el trato entre ellas es bastante extraño, se comportan como rencorosas disimuladamente. Me desconcierta verlas juntas, de las tantas veces que frecuento el consultorio que Clara y yo construimos en nuestra casa. Creo, de todos modos, que Clara sospecha, pues Ana es idéntica a mi musa. ¡Que va! ¡Está en lo cierto!.
No puedo dejar de mirarla frente a la notebook, y ahí es donde veo que voltea hacia donde está Clara, que sin necesidad de mirarla me doy cuenta de que me esta vigilando. Vaya triángulo de miradas.
Es viernes por la noche y Clara ha salido con amigas a la confitería. Me he quedado solo en casa, tranquilo. Bebo whisky, miro las repeticiones de partidos de fútbol… y pienso en Anabella. Comienzo a dar vueltas por la casa, ya sin una gota de whisky más que quepa en mi organismo, y termino sentado frente al escritorio de Ana.
Curioso, reviso carpetas y archivos en la notebook. Nada importante. Reviso ficheros, abro cajones y… Encuentro un pequeño libro rojo. Me coloco los lentes para leer, pues si a mis treinta y ocho ya empecé a perder la vista, y encuentro en él recortes de diarios. Todos ellos hablaban de un tal Héctor Peloso que fue atropellado por una camioneta. Anabella Di Santos denunció que el vehículo pertenecía a la señorita Clara Ponce. Esta declaración fue descartada ya que Clara se encontraba en la Pampa por trabajo. Héctor solo se fracturó el brazo derecho y se dice que perdió parte de la memoria, por lo que el caso queda inconcluso. La fecha es el 22 de marzo de 2009. Hace tres años que Anabella está divorciada y hace tres que pinto a mi musa y…
Uno de los libros de la estantería cayó sobre mi cabeza provocándome un fuerte dolor y confusión. Entonces comencé a recordar… La sonrisa de Ana, su mano junto a la mía, mi boca diciendo que cuando se divorcie de su marido yo iba a regresar por ella. La mirada perversa y seductora de Claudia, un par de copas, y el insulto más creíble del planeta “¡si me dejas te mataré!” Esa noche, el 22 de marzo, deje a Clara con mi carta de despedida y a pie caminé hacia donde vivía Anabella. Iba decidido y alegre pues a las diez de la noche me anunció por mensaje de texto que se había divorciado de su marido, que ahora todo estaba en mis manos. No llegué a cruzar la última calle que me quedaba de distancia que una luz me cegó por completo y un fuerte estampido arremetió contra mi brazo.
Al parecer desperté siendo Rafael Pauling, con mi novia Clara junto a mí. Todo una farsa amorosa. Volví a la realidad empapado en sudor y agitado. Miré a mi alrededor como si buscara algo y me encontré con la cicatriz de operación en mi brazo, la historia de que un loco me atropelló llendo al trabajo. Me levanté del asiento tembloroso e impulsivamente marché a ver a Anabella libro en mano.
—¿Qué haces con eso? —me preguntó estupefacta.
—¿Yo soy Héctor Peloso? —pregunté crispado como si ella fuese la culpable de todo esto. Suspiró, dio un par de vueltas en círculos y volví a preguntar tras la reja—. ¿Soy yo, Héctor?.
—Si… —Dijo conteniendo las lágrimas— Si, lo eres.
—¿Por qué no me dijiste esto cuando te dije que me llamaba Rafael?. Recuerdo todo lo ocurrido pero no logro comprender porque aún estoy con Clara y no contigo —le espeté.
—Quedé tan confundida, como vos ahora, cuando te vi. Eras vos pero nada de lo que decías pertenecía a mi Héctor. Por eso quise alejarme. Dejé a mi esposo por ti, no me arrepiento porque él me golpeaba, pero nunca regresaste a buscarme. No lo hiciste —dijo entre lágrimas.
—Ana, cuando me atropellaron venía en dirección a tu casa —comenté esperanzado—. ¿Sabías lo de Clara?.
—Ella fue quien te atropelló. Yo la vi dentro de la camioneta y luego se fugó. Me torturó con comunicarse con mi ex esposo para que volviese, con dejarme en la ruina. Cuando llegué al hospital Clara no se te apartaba y no necesité de mucho tiempo para darme cuenta de que no me recordabas. Decidí que sin mí estarías mejor y no me equivoqué.
—¿Ah no?, pues yo creo que si.
Con ambas manos tomé su rostro tras la reja y la acerqué a mi rostro para besarle dulcemente los labios. Nos miramos mutuamente, reconociéndonos. Por un momento pensé que iba a abrir la reja y me iba a invitar a pasar diciendo que me extrañó mucho, pero no fue así. Se apartó de mí suavemente.
—Vete y no regreses. Tal vez no lo recuerdes pero te he hecho mucho daño en el pasado y no merezco volver a estar contigo. Lo lamento Rafael.
—¿Ahora soy Rafael?.
Ahogó mi pregunta en un portazo. Si hay algo que no quiero recordar es si ella me hizo daño.
5
Empezar de nuevo
Durante los días restantes no he conseguido verla, ni escucharla, ni verla pasar de casualidad. No contesta a la puerta, ni a mis llamadas, ni siquiera ha vuelto al trabajo.
En cuanto a Clara, tres simples palabras: “lo sé todo”, terminaron con nuestra extraña relación. Prometí no denunciarla si me dejaba irme en paz, a lo que ella aceptó forzosamente.
Hace una semana que vivo en un hotel. Traje conmigo mis amadas pinturas y mis cuadros terminados. Comencé los preparativos para la exposición. Seis días internado en aquella habitación con el único propósito de terminar con esta obsesión. Al sexto día la obra está completa y observo una por una y en conjunto. Será que me siento tan solo, será que la próxima semana será navidad, pero cuando veo los cuadros no veo obsesión, solo veo amor. El amor que siento por Anabella. Inigualable. Más allá de cualquier cosa que pueda suceder.
El 22 de diciembre una carta llego a la puerta de ella. Era una invitación a la exposición de Rafael Pauling que se realizaría el 24. El título de la obra es “Mi regalo de navidad para Anabella Di Santos”.
Se le escaparon unas cuantas lágrimas de emoción. ¿De qué se trataba esto? No ha vuelto a verlo desde aquella vez y las ganas de llamarlo fueron terribles. Pudo controlar su ansiedad viendo en la t.v canales de femeninos sobre cómo mejorar tu apariencia y mordiéndose un tanto las uñas.
El 24 a la noche se encontraba frente al espejo luciendo su nuevo vestido rojo y corto, que contrasta con la navidad. Se había maquillado y realizado el rodete más elegante que pudo inventar. Hace tiempo que no usaba tacones altos, su ex esposo no se lo permitía. Pensándolo bien, él no le permitía arreglarse.
No lograba comprender por qué después de haberlo echado sentía tantas ganas de deslumbrarlo. Llegó a pensar… que tal vez el amor sea más fuerte que todo lo ocurrido.
Llegó al hotel donde se realizaba la exposición y quedó boquiabierta. Un despliegue importante de personas engalanadas se encontraba allí. Se preguntaba cómo logró conseguir tan lujoso hotel un 24 de diciembre.
Al ver el primer cuadro un nudo se formó en su garganta, recorrió cada uno de ellos y su sonrisa poco a poco aparecía. Es ella, diecisiete cuadros de ella misma. Resultaba increíble pensar que Héctor haya hecho eso… pensando en ella. En el cuadro final Rafael se encontraba junto a él.
—Hola… —dijo ella maravillada.
—¿Te gustó mi regalo? —preguntó él.
—¿Realmente crees que me merezco esto? —su sonrisa era sincera.
—Esto y mucho más —dijo señalando el último cuadro que solo decía: “Deseo pasar la navidad contigo… y el resto de los días también.”
Los fuegos artificiales estallan de luces en el cielo oscuro. El balcón de Anabella permite una vista fantástica y la noche de verano funde su corazón con quién ha decidido quedarse con el nombre de Rafael. Él la toma de la cintura y le dice:
—Feliz navidad mi amor.
—Feliz navidad, será esta y las próximas Rafa.
Ambos se besaron en profundo amor.
—¡Olvidé comprarte algo! —se percató Anabella.
No hace falta. Estar contigo es el mejor regalo que puedes darme.
Huy aca estoy yo!!!! Muchas gracias x la mano Dulce :) besitos estoy atenta a las novedades <3
ResponderEliminarHe de confesar que al comienzo de la historia me encontré algo despistada con la excesiva obsesión que sentía el prota con esa tal Annabella... Pero luego de ir avanzando en la historia entendí las razones. Sobra decir que es un relato peculiar, muy bueno, diferente a las típicas historias de amor y navideñas y con un desenlace sorprendente... En definitiva, disfruté leyéndolo.
ResponderEliminarGracias por compartir esta obra y por participar en la antología!!!