El milagro de una mirada
Para Libia, quedaban pocas cosas en el mundo que podía soportar. Definitivamente el día de Navidad no era una de ellas.
La alegría de todos los seres humanos, la esperanza que irradiaban los adornos y arreglos navideños, y el exquisito olor de los platillos que comenzaban a prepararse para la tradicional cena navideña, le revolvían el estómago y la paciencia.
Sentía que el planeta cada vez se volvía más egoísta. La gente celebraba las fiestas sin preocuparse si el vecino de al lado quería dormir en silencio o concentrarse en una aburrida película de la Tv sin el aturdimiento de la música, las risas y los sonidos desesperantes de los fuegos artificiales.
Estaba hastiada de tanta felicidad enlatada. Lo peor, era que no podía esconderse en ningún lugar. Todo el maldito pueblo celebraba, obligándola a ser partícipe de sus alegrías.
Aún faltaban horas para la cena navideña y Libia se encontraba sola en su casa sentada con desanimo en la mesa del comedor. Mirando, a través de sus lágrimas todos sus fracasos y frustraciones.
Dejó a un lado sus estudios, amores, amistades y sueños para dedicarse en cuerpo y alma a cuidar de sus padres enfermos. No se arrepentía de haber consagrado su vida a ellos, pero el profundo vacío que le dejó sus partidas le doblegaba el alma.
Al quedar sola, todos le aconsejaron ocuparse de ella misma, reiniciar su vida y hacer todas aquellas cosas que nunca había podido hacer.
Pero ¿Cómo retomar la vida, después de haberla ignorado por casi treinta años?
De tanto pensar en posibles caminos impregnados de vagas esperanzas, la paciencia se le agotó, permitiendo que la depresión se apoderara de su alma y la empujara a tomar una mortal decisión.
¿Si todo en su vida se había marchado? Sus padres, su ánimo, sus sueños y oportunidades ¿Por qué no marcharse ella también?.
Se levantó decidida de la mesa y salió de su casa dispuesta a realizar una última visita al imponente río, ubicado a un escaso kilómetro de distancia. El camino le serviría para atormentarse con amargos recuerdos de una existencia sin sentido, endureciendo aún más su determinación.
Al llegar, miró la agitada corriente con desafío, retándola a actuar con toda su furia. Ese río se había cobrado la vida de decenas de personas, que como ovejas incautas se habían arriesgado a entrar en sus entrañas siendo absorbidas por su indetenible poder.
Ella necesitaba de esa arrogancia para arrancarse la vida.
Se detuvo por unos segundos a pensar su estrategia. Era más factible caer en el centro del caudal, donde la corriente era más poderosa. Así no tendría oportunidad para que sus instintos se activaran y luchara por su vida. Quería algo rápido, sin mucho dramatismo y definitivamente efectivo.
Aquella devastadora corriente tenía que ser lo suficientemente poderosa para llevársela hasta las profundidades, dándole la paz que tanto ansiaba. Reuniéndola con los suyos.
Buscando el mejor lugar para lanzarse, divisó el viejo puente, censurado desde hace varios años gracias al mal estado de sus maderas. Nadie se atrevía a cruzarlo, pero alguien se había arriesgado a pasar sobre él colocando una soga atada a dos arboles. De esa manera, podrían atravesarlo con seguridad tomando la cuerda como apoyo, si cedía, el caminante quedaría colgado sin caer al agua. Así se evitaban transitar el medio kilómetro que faltaba hasta llegar al puente de hierro.
Una sádica sonrisa se dibujó en su rostro, pensando que por primera vez el universo conspiraba de su parte otorgándole lo que tanto ansiaba.
Se acercó al obsoleto puente sosteniéndose con fuerza de la soga. Pretendía caminar unos cuantos pasos hasta alcanzar la parte media, donde se encontraba la corriente más peligrosa. De allí saltaría para caer los cuatro metros que la separaban de la muerte. Y en cuestión de segundos, habría terminado todo…
Libia respiró profundamente, no por indecisión, sino para concentrarse lo mejor posible en su tarea.
Continuó lentamente su camino, pero el viejo puente no parecía estar muy colaborador. Con cada paso que daba las roídas maderas crujían lastimeras bajo su peso, amenazando con romperse en cualquier momento lanzándola entre las piedras de la orilla.
Esa idea la aterró. Si caía entre las piedras había posibilidad de quedar viva, pero inválida o con alguna otra deficiencia. Ese sería el peor castigo para su osadía. Tendría que soportar vivir sus desabridos días a través de la lástima y la pena ajena. Ya que desconocidos tendrían que encargarse de ella.
Eso no lo soportaría.
Por eso, se sostuvo con más fuerza y caminó con mucho cuidado, esperando que las débiles maderas soportaran su peso.
Pero cuando se encontraba a mitad de su empresa, el puente se sacudió peligrosamente. Libia quedó paralizada aferrándose con todas sus fuerzas de la soga, invadida completamente por el terror…
***
Cansado y agobiado por tanta alegría navideña, Alex se dirigió a toda prisa al río, para culminar lo que desde hace días había estado intentando hacer.
Perdió todo su dinero por una mala jugada de su hermano, quien luego lo abandonó a su suerte en medio de su conflicto, quitándose de encima cualquier culpa.
Toda su vida se había ido por un caño. Perdió su casa, su novia, su carro y todo lo que tenía, quedando totalmente arruinado. Desde hace cinco meses había hecho hasta lo imposible por recuperarse, pero en vez de algún esporádico éxito lo único que obtenía eran rotundos fracasos.
Estaba harto de luchar sin obtener resultados positivos, de encontrar tanta soledad y traición.
La llegada de las fechas navideñas lo empeoraba todo. El amor desbordado de la gente, la lastimosa caridad de los amigos y las palabras de aliento y esperanza, le envenenaban el alma.
Él no estaba acostumbrado a que lo compadecieran. Primero prefería la muerte antes que la falsa y penosa consideración de sus allegados.
Había pasado días pensando en sus posibilidades. En ese tiempo se encargó de colocar la soga sobre el viejo puente esperando que esa labor lo animara a acabar con su vida. Irónicamente lo que pudo lograrlo fueron las forzadas y penosas acciones caritativas de sus mal llamados “amigos”.
Ya su camino no tenía retorno. Aprovecharía la soga para alcanzar la poderosa corriente que lo arrastraría sin piedad a las profundidades. Por más que luchara, nunca podría salir con vida, tendría asegurada su muerte.
Pero casi termina siendo víctima de un paro cardiaco al ver colgada de su soga a una estúpida mujer. El corazón le dio un salto en su pecho galopándole desenfrenado.
Alex quería ser el causante de su propia muerte, no la de otro. Y por alguna razón esa imbécil se había subido a su patíbulo y ahora estaba a punto de caer en medio de las rocas. Sería el peor de los castigos tener que seguir viviendo con el peso de una muerte en su conciencia, a causa de sus descuidos.
Rápidamente corrió hacia ella, dispuesto a salvarla.
***
Cuando Libia notó al enorme hombre acercarse presuroso al puente para ayudarla, se aterró aún más. Las maderas apenas podían sostenerla, si él subía, ambos caerían irremediablemente entre las rocas.
-¡No se acerque!.
Trató de detenerlo pero era imposible, el hombre estaba dispuesto a rescatarla de aquella peligrosa travesía, acercándose cada vez más.
-¡Cálmese!, la bajaré de allí, no se preocupe.
¿Y cómo no iba a preocuparse?. Una cosa era entregarse voluntariamente a la muerte y otra muy diferente era llevarse consigo a un inocente. Eso no lo podía consentir.
-Por favor, retroceda. Las maderas están a punto de ceder, si usted sube caeremos juntos.
-Créame, las maderas son más resistentes de lo que usted cree.
-¿Cómo lo sabe?
Libia intentaba regresar lentamente apoyando la mayor parte de su peso en la soga. Y Alex procuraba alcanzarla, confiando en la fuerza del agarre de la cuerda para no afectar aún más al puente.
-Llevo dos días trabajando sobre ellas colocando la soga. Y me han sostenido muy bien.
Levantando su rostro para observar a la persona que intentaba ayudarla, Libia quedó impactada por el poder de su mirada. El hombre poseía los ojos más hermosos que ella jamás hubiera visto, de un color esmeralda oscuro tan profundos como el indómito río.
Alex había quedado inerte. Dirigió su mirada hacia la mujer en peligro sintiendo en su alma un poderoso golpe como el de un rayo, que caía directamente en su corazón.
Aquellos ojos chocolate lo había impactado, inmovilizándole cada fibra de su cuerpo.
-No se mueva, voy a sacarla de allí.
Libia se estremeció con su voz suplicante. Confiando misteriosamente en aquellas firmes palabras.
Al llegar a ella, el desgarrado crujir de las maderas les transfiguró el rostro, transformándolo en una máscara de puro terror. Pero lo que terminó cediendo no fue el puente, sino la soga, ya que no tenía la suficiente fuerza para soportar el peso de ambos.
No pudieron evitar perder el equilibrio y caer al vacío, dirigiéndose hacia la orilla como una indetenible bola demoledora.
Alex rápidamente la cubrió con su cuerpo, recibiendo el impacto del choque. A pesar del devastador golpe, pudo sostenerla con fuerza, aferrándose a la soga que pendía burlonamente del árbol al que estaba atada.
Libia tenía sus brazos y piernas alrededor de su salvador, apretada con fuerzas a su robusto cuerpo.
Cuando su corazón dejó de latir desbocado, se atrevió a levantar su rostro del cuello del hombre para volver a mirarlo a los ojos, sintiendo una dulce humareda de ternura invadirle el alma.
-Gracias…
El débil susurro de su voz le llegó a Alex como la más tierna melodía navideña, apretujándole el pecho.
-Gracias a ti.
Y en realidad era mucho lo que le estaba agradeciendo, fue su milagrosa mirada la que le arrancó la desolación del alma, alejándolo de la muerte.
Un nuevo crujir los sacó de su embelesamiento, ocupándolos en bajarse de aquel lugar antes de que terminaran derribando el árbol por el peso de sus cuerpos.
Hasta que no tocaron el suelo, no se sintieron completamente tranquilos.
¿Morir? Por ahora no. Antes tenían bastante trabajo qué hacer indagando aquella extraña sensación que sintieron al cruzarse sus miradas.
-Me llamo Libia.
Ella levantó su mano esperando que él la estrechara, pero caballerosamente Alex la tomó besando con suavidad sus nudillos, arrancándole una tímida sonrisa.
-Soy Alex… ¿te gustaría compartir una taza de café? ¿o un chocolate caliente?... te daré lo que quieras.
Lo único que Libia pudo hacer fue asentir con la cabeza, sin borrar de sus labios su sonrisa.
Ambos se alejaron del indómito río, dirigiéndose a un café del pueblo para compartir una bebida, un dulce navideño y una buena conversación. Pasaron el resto de la tarde juntos, e incluso se hicieron compañía durante la cena de Navidad, celebrando bajo el resplandor de las estrellas un milagro más de la Noche Buena.
En el solitario río, el viejo puente terminó de ceder. Nadie pudo ser testigo de la fuerza arrolladora de la corriente cuando arrastró con fuerza sus maderas golpeándolas fieramente contra las rocas, astillándolas en cientos de pedazos que fueron sumergidos a las oscuras profundidades del torrente.
El río tuvo su parte del banquete, mientras Libia y Alex compartían el suyo, conociendo nuevamente el significado de la esperanza. Recibiéndola a través del milagro de una mirada, que en esa ocasión se reflejaba en los profundos ojos de un amante.
Hay que ver en que situación más extraña se conocieron estos protagonistas!!!. Menos mal que los dos vinieron a tomar la decisión de poner fin a sus vidas el mismo día, lugar y momento... O sino, estarían.ambos muertos en el fondo del río!.
ResponderEliminarMe ha gustado el relato, aunque toca un tema espeluznante como es el suicidio, no ha estado nada mal.
Bien escrito, narrado, descrito... En definitiva, una obra literaria en condiciones espléndidas!.
En fin bella, aprovecho para agradecerte que participaras en este proyecto, gracias!, muak!!!