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viernes, 9 de diciembre de 2011

RELATO Nº29 PARA LA ANTOLOGÍA NAVIDEÑA (No Paranormal) By Rossiel Black

Amor clandestino


Tenía el corazón como una gélida roca en medio del desierto, vacía y sin vida, asqueada de la indiferencia de su esposo, en una noche como hoy,  mientras se colocaba el vestido rojo que durante la mañana compró en liquidación por ser navidad, lo único que deseaba darle como obsequio era su muerte o largarse con su enamorado.
Llevaban nueve años de casados. En un principio su relación se definía como perfecta, pero como todo en este mundo pierde su brillo tarde o temprano, lo mismo le ocurrió a su relación; se marchitó.
Marcos ya no era el mismo hombre romántico y lleno de ideas que siempre le sorprendía y al mismo tiempo le cautivaba. Solía ser muy proactivo en su relación, incluso hubo una temporada en que se disfrazó cada fin de semana de algo distinto, luego le bailaba sensualmente hasta que la canción terminaba, le seguían juegos pasionales e incansable amor intenso.
Anís flotaba en las nubes con sus osadías, era como un joven eterno revolviendo la cama mientras sonreía y lanzaba besos al aire en su dirección. Siempre complaciente, siempre fatalmente lujurioso, cada vez que respiraban el mismo aire ella se excitaba con el simple hecho de saberlo suyo, aún no podía creerse el cuento de que había sido la elegida de entre tantas féminas que lloraban por un poco de su amor.
Estar con él se definía como diversión, significaba libertad en su más fina expresión.
La cuestión cambió cuando decidieron tener un hijo. Durante un año hicieron grandes esfuerzos por conseguirlo, Anís insistió en que vieran a un doctor para averiguar el motivo de tantos intentos fallidos. Una vez que los exámenes de ambos estuvieron listos y el médico los hizo presentarse en su despacho para darle a conocer el diagnóstico, fue desde ahí en que todo adquirió un matiz gris.
—Lamento informarles esto, pero… Anís, eres infértil. Puedo recomendarles otros doctores para que confirmen mi dictamen, como también puedo sugerirles que adopten. No lo vean como el fin del mundo, una vez que adopten a un niño, lo querrán tanto o más que si fuera suyo.
Debido a que Anís no podía dar a luz, su esposo lentamente comenzó a distanciarse aunque nunca hizo evidente su enojo respecto al tema. Ella entró en un estado depresivo encerrándose en el cuarto por días enteros sin probar bocado. Marcos viajaba con mucha frecuencia al extranjero por razones de trabajo, pero a ella no le extrañaría que su marido ya tuviera a otra en algún continente, lejos, donde sus garras no pudiesen alcanzar a la depravada.
Sí, ciertamente su vida se transformó en una pesada carga no solamente para ella misma, sino que para él también, de seguro él estaría pensando en el divorcio si es que ya no lo había hecho, y en cualquier momento, al llegar a casa, le lanzaba el documento en la cara para que lo firmara.
Con todo, en el epicentro de la tormenta, existía un rayo de luz desconocida para Anís; cada mes transcurrido se resumía a un ramo de flores y una carta expresada desde el fondo de un corazón fuertemente atado al de ella. Todas las sorpresas llegaban con cautela una vez que Marcos se iba de casa, a veces el teléfono sonaba y cuando lo levantaba para saber quién era, el silencio se ataviaba de sus mejores vestimentas haciendo gala con su presencia, lo único que yacía desde el otro lado era un latir sonoramente premuroso y una respiración agitada acariciando desde la lontananza el oído de ella, tanto… que casi podía sentir la calidez surtir efecto en su piel.
Era como nacer de nuevo en manos ajenas.
Con el tiempo, su anhelo se reducía a solo esperar una flor y otra carta, siempre con los ojos puestos en la puerta que daba a la calle, con intensiones de descubrir a su enamorado. Se preguntaba tardes enteras en cómo sería su apariencia, como sería su alma, ¿más romántico de que lo fue su esposo?. Tal vez, pero le daba miedo llegar averiguarlo.
Hasta que una tarde un papel dorado se coló bajo la puerta. Corrió a toda prisa hasta el pórtico decidida a pillar con las manos en la masa al infractor, pero al hacerlo, lo que vio la dejó descolocada: un niño. Le sonrió con su imperfecta dentadura infantil y tras eso, desapareció en la calle saltando traviesamente de un lado a otro. Miró el papel sujetado firmemente entre sus dedos y lo abrió tirando de la cinta del mismo tono que mantenía en secreto su contenido. 

“Como dos arepas ocultos de las bocas de leones hambrientos, te pido que nos encontremos donde nadie pueda saciarse de nuestras presencias ni en visión, ni testigos de nuestras voces.” 

Al final de la hoja se fijaba el lugar del encuentro, añadiendo como posdata llevar un pañuelo. Quedó petrificada por la hora de la cita, después de media noche, ¿y si era un psicópata?. No, dudaba ser tan desgraciada como para correr con dicha suerte, y si fuese de ese modo, estaba segura que Marcos no la extrañaría.
Guardó la emoción para liberarla llegado el momento.
Tener treinta y cinco años era algo que le acomplejaba, la naturaleza hace muchos arreglos incontrolables en la vida y los síntomas de vejez comienzan a cobrar fuerza, más cuando los amoríos se llevan a cabo pasada las doce de la noche.
Sintió la brisa marina interrumpir en su dermis sin censura, así mismo su humanidad se vio colmada de la frescura y humedad de la noche mientras que, las olas chocaban con fuerza contra el roquerío a sus pies, inacabables serpientes metálicas se izaban por el aire, brillando hasta el final de su caída contra las rocas. El asunto de ser citada en un rompeolas la dejaba un tanto atemorizada, fuese cual fuera el resultado del encuentro ya no importaba, era muy tarde para echarse para atrás, la hora le daba la respuesta de todos modos ya que había llegado con cinco minutos de retraso, al parecer él también se había demorado más de la cuenta en llegar al lugar acordado.
De pronto se sintió invadida por una fuerza indómita que la rodeó, el nerviosismo tensó cada recoveco de su cuerpo hasta dejar que su estómago fracasara en la tarea de hacer cesar las mariposas moviéndose, no, mejor dicho, golpeándose ávidamente contra las paredes de su vientre queriendo escapar. Todo aquello le trajo recuerdos de Marcos cuando por primera vez la invitó a salir, justamente fue en un lugar similar a este, donde nadie era testigo de sus acciones. Los pasos de su acompañante llenaron el vacío en su pecho y el corazón brincó de la caja torácica queriendo hacer la misma gestión que las invitadas de su abdomen. La adrenalina se disparó por sobre los niveles limitados y no pudo controlar su respiración entrecortada por pánico, emoción, la verdad es que no supo cómo describir todas las sensaciones que la hacían prisionera.
Anís cerró los ojos al sentir que el desconocido le rodeaba por la cintura con uno de sus brazos, atrayéndola hacia su cuerpo sin permitirle voltear para ver su faz. Aún no era tiempo de presentaciones formales hasta llegado el momento exacto. Anís permaneció en silencio, esperando que el misterioso hombre destripara el mutismo conservado con tanto esmero hasta ahora, pero todo continuó igual.
De pronto, el sujeto acarició uno de sus brazos, el mismo en el que mantenía un pañuelo rojo; con la yema de los dígitos se deslizó sinuoso hasta su mano y, con la misma delicadeza que tuvo desde que hizo contacto con su piel, le arrebató la tela.
—Shhh… —trató de tranquilizarla.
—¿Qué pretendes? —preguntó, estaba comenzando a asustarse al no recibir más que una onomatopeya de parte de él.
La suave prenda fue manipulada por las dos manos del romántico, la elevó hasta la altura de los ojos de ella y los cubrió con gentileza, mientras, acabó por amarrar la tela para que su identidad no corriera peligro.
Cuando se sintió seguro de posarse frente a ella, su rostro se acercó al de Anís, rozándole los labios con los suyos; dejándola probar una pincelada de su excitante boca; idónea en el arte sexual, maestra de la lujuria, única a la hora de despertar el deseo en una mujer.
—¿Pretendes seducirme?. Ya veo… —comentó ella con una lívida sonrisa—, debes de tener muchas pretendientes seguramente —añadió, estaba intoxicada por la magia que la invadía. De alguna manera pensar en que ese macho podría tener a otras le perturbaba, cuando algo era suyo, no le gustaba compartirlo.
El calor entre sus cuerpos se intensificó indiscriminadamente, ya no podían estarse quietos conformándose con sólo un par de besos, precisaban de mucho más para satisfacerse de lleno. Sin poder conservar más la cautela, se acomodaron como pudieron sobre la roca y, allí mismo, se soltaron a la furia de sus pasiones sin pensar en si eran descubiertos por algún espectador sin tarjeta de invitación. Llenaron el aire con sus gemidos. 
Un mes había pasado desde que se reunieron a la orilla del mar, en aquel lugar asolado, víctima de sus pasiones. Como consecuencia, todos los domingos a media noche iniciaron su romance sin faltar en ninguna ocasión ni él ni ella. Sin embargo, aún no conocía la faz del hombre que le trajo la juventud a su humanidad, no quería desconfiar de él debido a que en sus citaciones nunca tuvo un acto de violencia ni verbal ni física hacía ella. Esperaría pacientemente a que su enamorado se sincerase con ella y le confesara quien era en verdad.
Por otro lado, lo que la complicaba era estar casada con un hombre que prácticamente no existía, cada día tenía más trabajo que hacer y por ende, menos tiempo para estar con ella. Era hora de terminar su matrimonio si de todos modos ya no tenía sentido seguir casada, pronto… muy pronto todo llegaría a su fin. Esa misma noche lo concluiría. 
Dentro de una hora sería noche buena. Tenía el corazón como una gélida roca en medio del desierto, vacía y sin vida, asqueada de la indiferencia de su esposo, hoy dejaría al mundo de cabeza. Se subió el cierre de su ajustado vestido rojo, pues sí, aunque no tuviese veinte años, la juventud aún yacía en su cuerpo, grácil y esculpida como la Diosa del amor, se sentía ligera aunque cargara con un gran secreto a su espalda. Se colocó los tacones del mismo tono y corrió escalera abajo peinándose el cabello negro con los dedos ya que se le quemaría el pavo que dejó en el horno, pues bien, aunque fuese a  mandarlo al Diablo, al menos lo haría con el estomago lleno, era el último regalo por todos los años que estuvieron juntos.
Así que cerró la llave del gas, tomó el paño de cocina con el que cubrió sus manos y sacó un jugoso pavo del horno el cual depositó sobre la mesa. Terminaría por llevar los demás preparativos antes que el alado cuando, de repente, miró hacia la puerta. Se le nubló hasta la visión por el miedo. Vestido de negro y con un pasamontaña cubriendo su identidad, el tipo sujetaba firmemente una pistola con la cual la amenazó e indicó que avanzara hasta él. Anís obedeció tambaleándose hasta éste, incapaz de gritar y pedir ayuda, nunca había vivido una situación como esa, todo era una vivencia nueva y reafirmaba, en su mente, que no querría volver a saborearla ni por broma.
Anís avanzó a trompicones por el pasillo, el encapuchado tras ella siguiendo cada uno de sus movimientos, dándole leves empellones a veces para que la mujer no se detuviera.
—Por favor, se lo suplico. ¡Llévese todo lo que quiera!. Pero no me haga nada, incluso puedo decirle donde están mis joyas para que las tome, pero por favor, déjeme vivir —apostilló inquieta esperando respuesta, no obstante, no quiso mirar a su espalda para ver qué reacción había generado en el sujeto.
No hubo respuesta.
Lo que ese hombre quería era algo que no podía comprarse ni con todo el dinero del mundo.
Anís llegó a la sala de espera donde un niño pequeño, de dos años aproximadamente, le esperaba sin hacerlo; los juguetes representaban un mundo nuevo para él por lo que le tenía sin cuidado lo que pasara en rededor. Se quedó perpleja, ¿de qué se trataba?, ¿porqué un niño pequeño estaba plantado en su sala?. Acaso, ¿el ladrón no era realmente un ladrón y solo venía a pedir una forzada limosna?. Sin poder resistirse a la tentación de voltearse y preguntar, lo encaró, una gallardía de aura extraña la manipuló en ese instante.
—Y bien, ¿me dirá que está haciendo usted en mi casa y, con ése niño? —lo escrutó con la mirada, impávida, necesitaba una explicación.
El hombre, decidió quitarse el pasamontaña.
Y ella casi se desmayó al comprobar quien era.
—Él es nuestro hijo, Anís —sentenció al tiempo que con su lengua se humedecía los labios.
Anís no supo qué contestar a esa confesión.
—Hoy cerré el pacto con la madre superiora de la casa de expósitos de la ciudad, tenemos un hijo que quizás no sea de nuestra sangre pero, te aseguro que nos querrá mucho más cuando sepa que le dimos una familia y un hogar estable donde crecer.
Ella negó con la cabeza.
—Yo no puedo hacer eso. Si me lo hubieras dicho antes quizás yo…
—¿Porqué no puedes hacerlo ahora, Anís?, ¿cuál es la diferencia de que lo hiciera hoy? —entrecerró los ojos, captando por donde iba todo.
—Por… —ella se sintió avergonzada por lo que estaba a punto de decir.
—Porqué tienes a otro…. —le cuestionó él.
Tragó saliva, no le quedaba otra alternativa más que decirle la verdad.
—Sí, Marcos. Comenzó hace un tiempo atrás y yo, estoy enamorada en verdad de él. Yo… yo realmente lo siento mucho, pensaba irme esta noche de la casa porque quería hacer una vida con mi amante —se mantuvo firme, aunque deseaba soltarse de una vez y largarse a llorar tendidamente.
Marcos sonrió ampliamente y acto seguido, pasó por su lado para sentarse junto a su hijo pequeño. Le tendió la pistola de juguete que tenía en la mano y el niño le entregó una sonrisa. Estaba claro, ese niño había nacido con el fin de pertenecerles a los dos.
Agregó.
—Si te vas, nunca tendrás la oportunidad de rehacer una nueva vida con ese hombre —y calló, ya todo estaba dicho. 
Ella se quedó helada ante las palabras de su esposo; no era una amenaza, estaba confesándole abiertamente que aquel amante que cada domingo por la noche se encontraba con ella, aquel misterioso amante que le había hecho sentirse joven nuevamente, siempre había sido el mismo hombre que le había enamorado años atrás, hechizándola por segunda vez con su pasión.
Se quedaría por el resto de su vida.

5 comentarios:

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  2. Maravilloso!, espectacular!, Rossiel, me ha encantado!!!. Menudo un final más inesperado... La protagonista no se había dado cuenta de que su amante era su propio esposo!, jejeje.

    Te felicito querida por haber creado tan bello relato, uno perfectamente relatado y con una trama muy original... Y de paso, te agradezco por tu participación en este proyeco, gracias!!!

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  3. hola, acabo de leer el relato y me GUSTO MUCHO MUCHO, corto, pero que me dejó satisfecha.
    el comienzo me hizo recordar mi matrimonio, obvio, mi final no es así, yo continuo, pero su final es sencillamente perfecto.
    un buen regalo de navidad y vaya que bueno

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