Aquí les dejo el siguiente relato que he recibido para el reto: Con Estas Pautas Crea Un Cuento. Esta vez viene a manos de nuestra compi Luz:
EL CLUB
Su cuerpo se estremeció, tensándose más aún las cuerdas que lo aprisionaban, marcando su desnuda piel. Una decena de chicas lo observaban detrás de sus portátiles, y él simplemente se avergonzó de la situación. No había ido hasta allí para eso, pero por su amor haría lo que fuera, hasta posar desnudo y atado para un grupo de artistas locas, entre ellas Caroline, su chica. Pero con lo que no contaba era con una de ellas empuñando un hierro de marcar ganado al rojo vivo, acercándosele. No temas cariño, esto sellará nuestro amor para siempre, le susurró Caroline al ver aproximarse a su cuerpo la punta del hierro incandescente. Un sonido, apenas un lamento, gutural se le escapó entre los labios cuando sintió sobre su pecho el calor que lo marcó sobre su corazón, en señal del amor que le profesaba. Y justo antes de perder el conocimiento, la vio a su lado, observándolo con cara de satisfacción. Minutos después Roberto abrió los ojos al sentir el alivio de algo fresco sobre la herida. A su lado encontró a la loca que portaba el hierro, que lejos de reconfortarlo, lo miró con una mezcla de odio y deseo, que no alcanzó a comprender. Estaba agotado y el pecho le dolía horrores. Levantó la cabeza y vio sobre su piel dos letras marcadas a fuego, una C y una E. eran las iniciales de su chica. Sonrió. Se dejó llevar nuevamente por las brumas de la inconsciencia sabiendo que lo había aceptado, y que ya jamás podrían separarlo de ella.
Despertó de un pesado sueño envuelto en sábanas de seda negra. El contacto con su cuerpo desnudo pronto hizo reaccionar a su parte más viril. No sabía dónde estaba, pero eso no le importó a la hora de llevarse la mano a su excitado miembro para aliviarse. De pronto una mano enérgica lo paró antes de poder agarrarse.
-¡No puedes hacer eso! Tu cuerpo ahora pertenece al Club. Sin permiso no puedes ni rascarte.
-Pero,… ¿Qué…?
En la habitación resonó una soberana bofetada, que terminó de despertarlo. Se incorporó rápidamente sobre la cama, pero un agudo dolor sobre su pecho lo paró en seco.
-Quédate en la cama unas horas más, aún no estás recuperado.
Roberto miró a su interlocutora por primera vez, notando en el ambiente su poder. No era solo su presencia y fuerza, era algo más que traspasaba los sentidos, haciendo que su alma se encogiera, buscando su protección. Y eso era algo inverosímil para él. ¿Un hombre buscando la protección de una mujer? Sacudió su cabeza para alejar esas tonterías, fijando la vista en ella. Era la mujer más hermosa que jamás había visto. Alta y estilizada, con un vestido negro que se amoldaba a cada una de sus curvas a la perfección. Sus cabellos caían en cascada sobre sus hombros, rivalizando el tono negro azulado con el brillante del vestido. Sus ojos eran fiel reflejo de su alma. Dulces a la vez que fríos y distantes. Llenos de fuerza y determinación.
-Te lo voy a dejar pasar porque eres nuevo aquí, pero la próxima vez que me mires así pagarás la ofensa con tu vida –Roberto tardó más de lo que quiso en apartar la mirada de ella, a pesar de la advertencia–. Ponte esto, es un kilt, ¿sabes cómo se pone? –Asintió, intimidado por la mujer–. En tres horas has de presentarte abajo en el salón. Dúchate y quítate ese olor a macho cabrío que desprendes. En el baño hay jabón y perfume, úsalos. Eres la última adquisición del Club, el presente que Caroline nos ha traído, y todas van a querer conocerte.
La deidad morena, que había permanecido sentada al borde de la cama, se incorporó elegantemente, y sin decir nada más salió de la habitación, echándole una última mirada, esta vez con deseo. Tres horas más tarde y casi después de haber permanecido una debajo del chorro del agua fría, pensando en dónde se había metido, Roberto bajó las escaleras principales hasta el gran salón, precedido por dos provocativas mujeres, sus guardianas, que lo anunciaron como el presente de Caroline Everest, su novia. Doscientas mujeres, a cual más hermosa, callaron en ese momento, fijando sus ojos en él. Se sintió más desnudo y avergonzado que nunca antes en su vida, como si aquellos doscientos pares de ojos lo estuvieran devorando. Bajó la cabeza, intimidado, mirando el aspecto que tenía. Cómo no lo iban a mirar así. Un tío musculoso, depilado, bronceado y oliendo a Acqua di Gio, vestido únicamente con un corto kilt de discretos cuadros pardos sobre blanco, que deliberadamente podía abrirse por delante con un simple movimiento o reacción inconsciente, en mitad de una manada de mujeres que presumiblemente ya estarían fantaseando con él. Sintió que alguien se le acercaba, y al levantar los ojos se encontró a Caroline delante de él.
-Sonríe, estúpido –le susurró entre dientes, dejándole perplejo–, me vas a hacer quedar fatal delante de mis compañeras. Y te aseguro que si eso pasa, te vas a arrepentir.
-Pero, Caroline, ¿qué está pasando? –se atrevió a levantar su mano y agarrarla del brazo, y sin esperarlo la segunda bofetada del día se estrelló sobre su cara.
-¡Que sonrías! Ahora no eres más que una propiedad, y has de hacer lo que se te diga. Menea tu lindo culo hacia las bebidas y sírvenos. Queremos verte.
Roberto obedeció, y siguiendo la dirección que una de sus guardianas le indicó, se acercó a una barra situada al fondo, llena de bebidas listas para servir. Cogió una de las bandejas y se mezcló con las mujeres que a su paso dejaban de hablar. En todas las reuniones del Club, fuera de la índole que fuera, el tema principal era siempre el mismo: “Estoy ahora mismo con una historia de dos enamorados que…”, “pues yo he empezado una de vampiros donde…”, “a mí se me está ocurriendo un relato corto de dos amantes pillados en…”. Las socias de tan selecto Club, allí presentes todas, siempre tenían alguna idea en la cabeza sobre lo próximo que iban a escribir, y esas reuniones eran el sitio perfecto para comentarlas, sacar más ideas, y hasta colaboraciones entre ellas.
Aquella noche era la presentación de una nueva socia, la escritora amateur Caroline Everest, pero la verdadera estrella de la noche fue el presente que hizo al Club como presentación, su joven y musculoso novio, Roberto, que levantó pasiones entre todas las socias. Las más recatadas simplemente se quedaban mirándolo con ojos golosos. Y alguna de las más atrevidas le metió la mano debajo del kilt, sobándole el trasero. Roberto se sintió asqueado, comprendiendo así a las chicas, sobre todo las camareras, que a diario son tratadas así por borrachos y frescos en los pubs de moda. La noche se le hizo muy larga, y cuando ya dejó de acaparar todas las miradas, vio a más hombres entrar en el salón, con la misma indumentaria que él. Y la misma marca en el pecho, una C y una E. Se acercó a la barra donde uno de esos hombres, que ya peinaba canas, le tendió la mano.
-Tú eres Roberto, ¿verdad? – Roberto asintió – Yo soy Lorenzo.
-¿Lorenzo?... ¿El multimillonario?
-El mismo.
-¿Qué haces aquí? ¿Qué sitio es este?
-Una de estas arpías me sedujo, y aquí me tienen en esta cárcel de oro que mantienen con mi fortuna a su merced. Irónico, ¿verdad? Lo que yo hacía en mi juventud con las mujeres que me gustaban, ellas lo están haciendo a lo grande. No te preocupes, aquí no se está tan mal, pero te van a usar y a exprimir hasta que se harten de ti o entre una nueva socia, con un nuevo “regalo”.
-Pero, ¿qué clase de mujeres son todas estas locas?
-Son escritoras. Este es tu nuevo hogar, la sede del Club de las Escritoras, una sociedad secreta que maneja los hilos de nuestro mundo en las sombras. Obedece todo lo que te manden y estarás bien, porque de aquí no se sale con vida. Esas dos letras que llevas sobre el pecho dicen de ti que eres una de sus propiedades, y allá donde vayas todo el mundo lo sabrá. Complácelas y vivirás bien. Enójalas y esto será un infierno para ti. Olvídate de tu chica, ya no le perteneces a ella sola, ahora perteneces a doscientas.
Roberto se giró tratando de digerir todo lo que acababa de oir, y a sus espaldas vio a todas las escritoras pendientes de él. Una de ellas dio unos pasos hacia él y le tendió la mano. Ve con ella sin dudarlo, oyó que le decía Lorenzo. Agarró con firmeza la mano de la mujer, y la siguió escaleras arriba.
FIN
jajaja genial!! Me encanto, totalmente a nuestra merced, si señor!! Ahora, estaría más que genial hacerlo realidad :-P
ResponderEliminarBuenísimo Luz!!!
Besos
Muy bueno el relato!!! Solo para ellas y para servirlas..ja ja ja
ResponderEliminarBesos!!!
Gracias chicas!
ResponderEliminarHemos de convencer a Dulce para hacerlo alguna vez realidad, aunque solo sea una vez, jejeje!!
Besos!