Mucha gente anda preguntandome en qué historia estoy ahora sumergida, puesto que prometí retomar "Destinada a ser tu Esclava" este mismo mes, y en cambio, no lo he hecho.
Pues bien, tengo una nueva entre manos, que como ya comenté en otra entrada, se titula "Los Chicos Rebeldes, También Se Enamoran".
Cuando la acabe, si no antes, prometo retomar la otra, ¡lo juro! No
pienso dejar en el eterno olvido a Lord Braine y su magnetismo, ni a
nuestra adorada y confundida Diana... Pero todo a su tiempo, poco a
poco... ¡No agobien por favor! jejeje
Bueno,
lo que estaba diciendo... La nueva historia en la que estoy enfrascada,
es romántica juvenil y al igual que pienso hacer con Sometida (sigue en
periodo de corrección ya que mi correctora ha estado muy ocupada y no
ha podido dedicarle mucho tiempo a esta desinteresada tarea), pienso
presentarla en alguna editorial para probar suerte. En su defecto, la
autopublicaré >.< (¡para Amazon que se va!, jajaja)
¿Quieren
ver un pequeño adelanto? ¿Que tal si os pongo unas cuantas estrofas
salteadas para ir abriendo apetito? ¡Espero que me dejéis vuestra
opinión! >.<
Ahí van!:
1ª Cita:
1ª Cita:
—¡Eh, Leo! —susurró en voz baja Raúl, golpeándole con el codo en las costillas. A él era al único al que le permitía que lo llamase por su nombre, al menos, por el de pila—. Mira que preciosidad acompaña a mi hermana, ¡está para comérsela!
Leonardo dejó de garabatear calaveras y dibujos siniestros sobre la tapadera anaranjada de su blog de notas, para prestar atención a su mejor amigo. Alzó la vista para mirar en la dirección que le indicaba Raúl con el mentón, dejando en el olvido su entretenimiento. Sus ojos se clavaron sobre el cuerpo menudo, pero bien formado, de una jovencita muy linda, que en esos momentos estaba ocupada en sacar de su mochila, su material de estudio.
Tenía las mejillas teñidas de un color rosado, la melena cobriza recogida en una alta coleta y vestía muy al estilo de Laura: con ropa sencilla, nada de colores llamativos, ni cadenas, ni nada por el estilo. No tenía piercings, al menos, a la vista. Entrecerró sus ojos para observarla con mayor detenimiento, comprobando que tampoco tenía ningún tatuaje; ni siquiera uno que la identificase como miembro de alguna pandilla. Tras su exhaustivo análisis, no logró ver nada más allá de una piel blanquecina, libre de cicatrices o cualquier marca causada por alguna pelea callejera, que la afeara. Eso le confirmaba lo que había sospechado nada más verla, con ese aspecto tan inocente, esa forma de actuar tan recatada y esa apariencia tan pura, de que además de ser nueva en el instituto, también era nueva en el barrio. Sin duda, aquella jovencita tenía toda la apariencia de no encajar en un sitio como aquél, como si no perteneciera a su mundo. Entonces… ¿Qué coño hacía en él?
—Tío, me están entrando unas ganas tremendas de cabalgarla —dijo con picardía Raúl, mientras se relamía los labios e imitaba la cabalgada, gesticulando con las manos como si la estuviera tomando por la cintura y ella estuviera sentada en su regazo. Luego elevó sus caderas una y otra vez, como si la estuviera embistiendo—. En el descanso pienso enganchar a mi hermana y preguntarle más sobre ella —Dejó de hacer el tonto y se inclinó más hacia delante, para poder admirarla mejor—. Está como un tren y es obvio que Laura la conoce —Tomó el bolígrafo y comenzó a mordisquearlo. Luego dijo más para sí mismo—: Me pregunto si será la amiga ésa que me comentó que conoció por internet, que se crió con las monjas y que pronto se iba a mudar para vivir aquí…
Aquello despertó más el interés de Leonardo, que tras cerciorarse de que el profesor no les prestaba interés, como de costumbre, y que continuaba con su explicación de cara a la pizarra, le preguntó:
—Entonces, ¿crees que es nueva en el barrio y que se trata de la misma muchacha de la que te habló tu hermana?
—Yo juraría que sí —Desvió su mirada color chocolate y la clavó en su amigo, con una sonrisa juguetona en los labios—. También ha despertado tu interés, ¿eh amigo?
—Puede… —admitió, mientras se repantigaba en su asiento y se balanceaba hacia delante y hacia atrás—. Aunque ya sabes, a mí no me van las mojigatas…
—A ti te van las zorras que tienen experiencia y saben echar un buen polvo —reconoció Ricardo, otro de sus buenos amigos, entrometiéndose en la conversación.
—Así es —aceptó Leo algo molesto al saberse un libro abierto para sus colegas, mientras se amasaba su melena dorada.
—Bien, mejor para mí —reconoció Raúl—. No me gustaría tenerte como un contrincante, como otro molesto moscardón más rondándola.
—Sabes que no tendrías nada que hacer contra mí, si ella realmente me acabara interesando —gruñó Leo, tamboreando los dedos sobre la base de su pupitre y fulminándole con sus ojos del color de la miel.
—Lo sé —aseguró Raúl con media sonrisa ladeada, ignorando la mirada amenazante de Leo—. Ni yo, ni nadie con dos dedos de frente… Por eso lo decía.
Ésa era una de las ventajas que tenía por ser quien era, entre otras muchas. Al igual que también tenía sus inconvenientes, unos que muchas veces le pesaba demasiado para sus jóvenes hombros. Sus responsabilidades eran muchas y no podía eludir ninguna de ellas; aunque él era El Rey, también tenía sus límites, quisiera o no.
2ª Cita:
Dog, que en realidad se llamaba Diego, le dedicó una sonrisa siniestra, mientras se relamía los labios.
—Así que, ¿eres libre y no le perteneces a nadie? —dijo, ahora a un palmo suyo, mientras se inclinaba sobre ella, que seguía sujeta por aquellos dos brutos. El otro, el del pelo a lo afro, vigilaba que nadie se les acercara—. ¿Sabes, nena? Para mí será todo un placer reclamarte… —susurró. Acto seguido, sacó la lengua y le lamió la mejilla.
A Andrea ese gesto le dio mucho asco. Y aunque intentó una vez más zafarse del agarre que ejercían esos brutos sobre ella, no logró evitar que ese tal Dog, repitiera el gesto sobre su otra mejilla.
Cuando creía que iba a robarle su primer beso, ya que su boca se estaba acercando de manera alarmante a sus labios, éste se detuvo abruptamente y se giró, alejándose de ella tras escuchar los golpes que se oían a sus espaldas.
Como Andrea estaba tan concentrada en lo que el bastardo ése le estaba haciendo, no se había dado cuenta de nada. Pero ahora que no lo tenía delante, tapándole su visión, pudo ver lo que ocurría no muy lejos de su posición: algunos de los motoristas raperos de su clase, se estaban liando a palos, con tres de aquellos chicos que hasta escasos segundos, la estaban molestando. El cuarto, que era el enano pelirrojo pecoso, la seguía agarrando con fuerza para que no escapara, mientras observaba la escena y animaba a sus amigos a que les dieran duro a los recién llegados.
—¡Vamos Perros Rabiosos, denle fuerte a esas Fieras Callejeras de mierda! —gritó éste, sin soltar su agarre sobre el brazo derecho de Andrea.
¿Era tan estúpido que no se daba cuenta de que estaban en inferioridad de número? Se preguntó Andrea, después de proponerse ignorar los gritos que éste vociferaba a los cuatro vientos, animando a los suyos e insultando a los otros. Dejó de prestarle atención y se centró en la cruda escena que se desarrollaba ante sus asustados ojos.
El del pelo a lo afro que parecía un armario de lo ancho y robusto que era, estaba liándose a hostias con dos chicos morenos, ambos de delgada constitución y bastante altura; el gordito de rostro poco agraciado, estaba evitando que, un chico bajito, pero de espaldas anchas y pelo largo, le atizara un nuevo puñetazo; y el del pelo rapado, al que los otros habían llamado Dog, estaba discutiendo con los otros dos tipos restantes que habían acudido a su rescate.
Uno de ellos, el único rubio del grupo y el más guapo de todos, le empujaba a Dog en el pecho con las palmas de las manos abiertas, mientras el otro, el morenazo que también era bastante agraciado, se mantenía con los brazos cruzados, observándolos. De vez en cuando, participando en la discusión.
Agudizó su sentido de la audición, para poder captar mejor lo que los tres decían:
—¡Hijo de puta, si le vuelves a poner las manos encima, te reviento! —dijo el rubio, que parecía echar chispas de rabia por los ojos.
—¡Joder Rey!, sabes que esta parte del patio, me pertenece —respondió Dog—. Es propiedad mía y ella no tenía mi permiso para estar aquí —escupió con la voz un poco alterada, intentando no caer de espaldas, mientras aguantaba las arremetidas de su adversario—. Educa mejor a las golfas de tus hembras, si no quieres que esto se vuelva a repetir.
—No es asunto tuyo como educo a mis hembras, como dices tú —aclaró el rubiales, con la voz algo agitada, mientras le propinaba un nuevo empujón—. ¿Acaso me entrometo yo en cómo lo haces tú con tus perras?
—¡No faltaría más! ¡No te jode! —se atrevió a decir en respuesta.
—Eh, tú, esa boquita… Recuerda con quién estás hablando… —le advirtió el morenazo, que era de la misma estatura y constitución que el rubio, interviniendo en la disputa. Mientras, el resto ponían fin a la pelea y se reagrupaban cada grupo a un extremo de aquella zona apartada del patio.
La amenaza de Raúl pareció causar algún tipo de efecto en Dog, pues éste, que había quedado acorralado contra la pared más cercana, dijo:
—¡Vamos, Rey!, tampoco es para tanto —Intentó suavizar las cosas, consiguiendo que ese tal Rey con un apodo también curioso, dejara de sujetarle de la pechera como estaba haciendo en ese momento. Aunque éste continuaba mirándole de manera amenazadora—. No sabía que era una de los tuyos —reconoció, ahora más calmado viendo que los demás también lo estaban—. No vi tu sello en ella. Sabes tronco, que si llego a saber que pertenece a tu banda, la hubiera dejado en paz…
Seguramente eso era una mentira, una patraña para quitarse el muerto de encima. Pero, siendo sincero o no, había logrado su objetivo: que los cinco se alejaran de él y pusieran punto y final al altercado. Aunque antes, el Rey ese le dijo:
—Me la suda si no lleva sello. Con o sin él, no quiero que ni tú, ni ninguno de tus perros falderos, volváis a mirarla siquiera, ¿entendieron? —dijo mientras desviaba un momento su mirada cargada de amenazas y la centraba en los otros, para luego volver a clavarla en él—. Si me entero que ignoráis mi advertencia, os arrancaré los huevos —Mientras le decía todo eso a Dog, le señalaba con un dedo acusador. Luego, sonrió con su propia ocurrencia, antes de añadir con burla—: Y pasaréis a llamaros Perros Castrados.
***
3ª Cita:
—¿Me puedes explicar qué demonios hacías en un lugar así, sin compañía alguna? —De lo tan alterado que estaba, no la dejó ni responder—. ¿No te has dado cuenta de lo que te hubiera llegado a pasar si no llego a pasar por este callejón? —El labio de Andrea comenzó a temblar—. ¡Joder, Andrea! ¡Esos dos hijos de puta hubieran abusado de ti!
—¡Ya basta! —explotó Andrea—. ¿Crees que no sé a lo que he estado expuesta? —Ahora lágrimas corrían copiosas por sus sonrojadas mejillas—. No creas que lo he hecho adrede —Estas últimas palabras fueron pronunciadas en un suave susurro.
Leonardo gruñó. Aunque lo cierto era que no debería de estar enfadado consigo mismo por haber perdido los papeles y por haberle hablado así, ya que él se veía en la obligación de hacerle ver el peligro que acechaba siempre en las calles y más cuando era de noche, pero lo estaba. Y mucho. Sin embargo tenía que hacerlo, tenía que hablarle así por el bien de la incauta muchacha.
—Todavía no me has respondido —Andrea se limpió la humedad de sus mejillas con el dorso de sus manos, mientras Leo seguía parado a pocos centímetros de ella y de vez en cuando, se echaba con disimulo la mano al vientre, intentando aliviar el dolor de los golpes recibidos ésa noche—. ¿Qué estabas haciendo aquí?
—Estaba con Raúl y... —No podía confesarle la estúpida razón que la llevó a cometer tal imprudencia. Por eso, se interrumpió para luego escupirle—: ¡No es asunto tuyo! —su voz sonó agitada.
Después de la infernal noche que estaba teniendo, donde primero sus amigas la abandonaron, luego Raúl se sobrepasó con ella, para después acabar casi violada por dos brutos, lo último que necesitaba y quería, era dar explicaciones y soportar el sermón de Leo.
—¿Qué no es asunto mío, dices? —Una fuerte carcajada siguió a la pregunta irónica, realizada por un enfurecido Leo, seguido de un pequeño y apenas perceptible gemido de dolor—. ¿Sabes? Tienes razón —Andrea, todavía envalentada y recuperada de su llantera, lo miró desafiante y con la barbilla alzada, sin comprender—. Por mí puedes hacer lo que te dé la gana, cómo y cuando quieras.
Tras decir eso, se dio la vuelta dispuesto a largarse y dejarla sola.
Cuando Andrea le vio partir, dándole la espalda, se dio cuenta de su estupidez. Si él la abandonaba, volvería a estar sola en un callejón mugriento y solitario. Temiendo que la mala experiencia que acaba de sufrir en sus carnes, se repitiera de nuevo, echó a correr tras él.
—¡Espera, Leo!
Leonardo la ignoró y siguió con su camino, aguantando el dolor que le suponía cada paso que daba; siempre, tras un combate clandestino, acaba hecho polvo y si eso le sumábamos la pelea extra, más razones tenía de estar así.
Andrea, aprovechando que lo tenía delante y que éste no podía verle, lo estudió: tenía las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones vaqueros desgastados. Cuando se había dado la vuelta para seguir con su camino, había ocultado con la capucha grisácea de la camisa de media manga que llevaba puesta y tan bien le quedaba, su cabeza rubia.
Tras su escrutinio, Andrea aceleró el paso. Pero no logró alcanzarlo ya que éste, cada vez creaba una mayor brecha entre los dos, pues sus piernas a ser más largas, daban mayores zancadas.
—Por favor Leo… —Siguió sin obtener respuesta alguna de su parte—. Rey… —Probó suerte llamándolo por su apodo—. No me dejes sola, por favor.
Ahora sí que consiguió que él se detuviera en seco. Tras un par de segundos, se giró para enfrentarla.
—¿Ahora sí eres asunto mío y tengo que preocuparme por ti? —preguntó con sarcasmo. Andrea agachó la vista toda avergonzada, sin decir nada—. ¿Me vas a decir ya de una puta vez lo que estoy esperando saber?
Todavía azorada, Andrea siguió con la mirada fija en el suelo. No sabía cómo decirle que fue una estúpida por huir y esconderse de sus amigos, por una tontería de nada. En un principio, debió de pararle los pies a Raúl. Pero no lo hizo. En cambio, se había comportado como una niña asustada, huyendo ante la primera piedra que se encontraba en su camino.
El silencio de la joven no hizo sino enfadar más todavía a Leonardo. Ahora, él pensaba ensañarse con ella, para darle una merecida lección; después de lo que estaba a punto de hacer, seguro que la aprendía y no volvería a comportarse de esa manera tan imprudente.
—¡Ah, ya entiendo! Estuviste tonteando con esos dos en la disco. Y para que tuvierais un poquito más de intimidad, os fuisteis al callejón —Andrea lo miró toda incrédula ante su absurda deducción—. Pero las cosas se te fueron de las manos, ¿no Andrea? Pretendías solamente coquetear con ellos y provocarlos, pero no se conformaron con menos y quisieron ir a por más… ¿Me equivoco?
Cuando Andrea iba a negarlo todo y dejarle claro que estaba muy, pero que muy equivocado, Leonardo se lanzó sobre ella y la acorraló contra la pared que estaba más cerca.
La joven se quedó sin respiración tras aquél inesperado gesto. No lo vio venir. Le pilló completamente desprevenida. Para su sorpresa, ahora se encontraba de nuevo acorralada, pero en otros brazos: los de Leo.
Éste, que apretaba su esbelto y musculoso cuerpo contra el de ella, mucho más blandito y delicado, imitó la misma postura que la del tipo de los tatuajes había empleado con ella: le sujetó las muñecas con una de sus manos y le subió los brazos por encima de la cabeza. Luego, se agachó y reclamó la entreabierta boca de la muchacha, que estaba jadeando de la impresión. La besó con violencia, demostrándole la furia que corría por sus venas. Su lengua luchó con la de ella en un duelo de voluntades, mientras intercambiaban saliva. La mano que tenía libre, se entretuvo acariciando su acentuada cadera, que tan pegada estaba a la suya.
Andrea, que hasta entonces había estado retorciéndose, intentando liberarse, acabó rendida ante sus besos. Sin ser consciente, su cuerpo se arqueaba, buscando el contacto del joven. También su pulso se había descontrolado, al igual que su corazón, que ahora latía desbocado. Y cuando él arremetió de nuevo contra ella, pegándola más todavía a su piel y a la pared, creyó que se derretiría. Jamás, en su corta vida, había estado tan cerca de un chico... ¡Y mucho menos de uno tan apasionado y decidido como lo era él!
Leonardo estaba encendido. Todo el dolor a causa de la reciente pelea y el cansancio acumulado durante las últimas horas del día, se habían esfumado en cuanto sintió el curvilíneo cuerpo de Andrea, entre sus brazos. Estaba totalmente embriagado con el sabor de sus labios, así como también tenía sus sentidos enardecidos al ver que ella respondía a sus besos. La idea de que estaba también disfrutando de la intimidad que estaban compartiendo, no hizo sino aumentar más su hambre por ella. Por eso, sus besos se volvieron más exigentes, más profundos, más duros. La palma de la mano que tenía apoyada en su cadera, le cosquilleaba. Estaba ansioso por subirla, tocar más arriba; moría por palpar uno de sus pechos.
El vello de sus cuerpos se había erizado. Sus respiraciones agitadas. Los latidos de sus corazones latían con frenesís en una loca carrera, por ver cuál de los dos bombeaba con más rapidez, con más desesperación... Dejándolos a ambos con un ligero zumbido en sus oídos, sordos a cualquier sonido ajeno a los que ellos mismos producían con sus besos, sus jadeos, con el susurro de sus ropas al rozarse la una con la otra... La temperatura comenzó a subir unos cuántos grados y el tiempo pareció ralentizarse. En esos intensos segundos, solamente existían para ellos ese mágico momento, lo que estaban compartiendo y sintiendo; todo lo demás había desaparecido.
Bajo las arremetidas de Leonardo, la muchacha estaba comenzando a sentir cosas nuevas que nunca antes había sentido, ni había creído que existieran. Por eso no puedo evitar que un gemido ronco naciera del fondo de su garganta, sorprendiéndoles a los dos, cuando sintió que su mano, que ahora no paraba de acariciarla con movimientos circulares, le quemaba la piel de su cintura.
Fue eso lo que provocó que Leonardo reaccionara y se diera cuenta de que lo que había comenzado como una demostración de violencia y humillación, para asustarla, se había convertido en algo más… Algo que él se negaba a reconocer.
Como si los labios y el cuerpo de Andrea ardieran, quemándole, Leonardo se alejó de ella abruptamente.
—Si era eso lo que andabas buscando, ahí lo tienes —Su voz salía entrecortada, ya que todavía se encontraba algo jadeante tras los intensos minutos donde ambos estuvieron besándose—. La próxima vez que busques un ligue con el que enrollarte, procura hacerlo en un lugar más seguro.
—¡Serás…! —De la rabia, Andrea no puedo continuar con su insulto—. Eres... Eres un desgraciado. Sabes perfectamente que no andaba buscando nada de lo que me estás acusando —Alzó la barbilla y lo miró desafiante, con los labios ligueramente hinchados—. Solamente pretendías robarme de nuevo un beso —lo acusó.
Leonardo estalló en carcajadas, aunque las costillas y el vientre todavía le dolieran a rabiar; ahora se encontraba a un par de metros de distancia de la joven.
—Mira, guapa. Para que lo sepas, tenías tú más ganas de que lo hiciera, que yo —Eso hizo que Andrea se ofendiera más todavía.
—Eres… eres… —No sabía qué calificativo ponerle—. ¡Eres malo!
Éste la miró con un brillo especial en sus pupilas, que ella jamás había visto antes, que hizo que se estremeciera. No había pasado ni dos segundos, y ya se estaba arrepintiendo de sus palabras.
—Exactamente —convino él con voz seria—. Soy peligroso y harás bien manteniéndote lejos de mí —Continuó sosteniéndole la mirada—. No lo olvides nunca.
Leonardo dejó de garabatear calaveras y dibujos siniestros sobre la tapadera anaranjada de su blog de notas, para prestar atención a su mejor amigo. Alzó la vista para mirar en la dirección que le indicaba Raúl con el mentón, dejando en el olvido su entretenimiento. Sus ojos se clavaron sobre el cuerpo menudo, pero bien formado, de una jovencita muy linda, que en esos momentos estaba ocupada en sacar de su mochila, su material de estudio.
Tenía las mejillas teñidas de un color rosado, la melena cobriza recogida en una alta coleta y vestía muy al estilo de Laura: con ropa sencilla, nada de colores llamativos, ni cadenas, ni nada por el estilo. No tenía piercings, al menos, a la vista. Entrecerró sus ojos para observarla con mayor detenimiento, comprobando que tampoco tenía ningún tatuaje; ni siquiera uno que la identificase como miembro de alguna pandilla. Tras su exhaustivo análisis, no logró ver nada más allá de una piel blanquecina, libre de cicatrices o cualquier marca causada por alguna pelea callejera, que la afeara. Eso le confirmaba lo que había sospechado nada más verla, con ese aspecto tan inocente, esa forma de actuar tan recatada y esa apariencia tan pura, de que además de ser nueva en el instituto, también era nueva en el barrio. Sin duda, aquella jovencita tenía toda la apariencia de no encajar en un sitio como aquél, como si no perteneciera a su mundo. Entonces… ¿Qué coño hacía en él?
—Tío, me están entrando unas ganas tremendas de cabalgarla —dijo con picardía Raúl, mientras se relamía los labios e imitaba la cabalgada, gesticulando con las manos como si la estuviera tomando por la cintura y ella estuviera sentada en su regazo. Luego elevó sus caderas una y otra vez, como si la estuviera embistiendo—. En el descanso pienso enganchar a mi hermana y preguntarle más sobre ella —Dejó de hacer el tonto y se inclinó más hacia delante, para poder admirarla mejor—. Está como un tren y es obvio que Laura la conoce —Tomó el bolígrafo y comenzó a mordisquearlo. Luego dijo más para sí mismo—: Me pregunto si será la amiga ésa que me comentó que conoció por internet, que se crió con las monjas y que pronto se iba a mudar para vivir aquí…
Aquello despertó más el interés de Leonardo, que tras cerciorarse de que el profesor no les prestaba interés, como de costumbre, y que continuaba con su explicación de cara a la pizarra, le preguntó:
—Entonces, ¿crees que es nueva en el barrio y que se trata de la misma muchacha de la que te habló tu hermana?
—Yo juraría que sí —Desvió su mirada color chocolate y la clavó en su amigo, con una sonrisa juguetona en los labios—. También ha despertado tu interés, ¿eh amigo?
—Puede… —admitió, mientras se repantigaba en su asiento y se balanceaba hacia delante y hacia atrás—. Aunque ya sabes, a mí no me van las mojigatas…
—A ti te van las zorras que tienen experiencia y saben echar un buen polvo —reconoció Ricardo, otro de sus buenos amigos, entrometiéndose en la conversación.
—Así es —aceptó Leo algo molesto al saberse un libro abierto para sus colegas, mientras se amasaba su melena dorada.
—Bien, mejor para mí —reconoció Raúl—. No me gustaría tenerte como un contrincante, como otro molesto moscardón más rondándola.
—Sabes que no tendrías nada que hacer contra mí, si ella realmente me acabara interesando —gruñó Leo, tamboreando los dedos sobre la base de su pupitre y fulminándole con sus ojos del color de la miel.
—Lo sé —aseguró Raúl con media sonrisa ladeada, ignorando la mirada amenazante de Leo—. Ni yo, ni nadie con dos dedos de frente… Por eso lo decía.
Ésa era una de las ventajas que tenía por ser quien era, entre otras muchas. Al igual que también tenía sus inconvenientes, unos que muchas veces le pesaba demasiado para sus jóvenes hombros. Sus responsabilidades eran muchas y no podía eludir ninguna de ellas; aunque él era El Rey, también tenía sus límites, quisiera o no.
***
2ª Cita:
Dog, que en realidad se llamaba Diego, le dedicó una sonrisa siniestra, mientras se relamía los labios.
—Así que, ¿eres libre y no le perteneces a nadie? —dijo, ahora a un palmo suyo, mientras se inclinaba sobre ella, que seguía sujeta por aquellos dos brutos. El otro, el del pelo a lo afro, vigilaba que nadie se les acercara—. ¿Sabes, nena? Para mí será todo un placer reclamarte… —susurró. Acto seguido, sacó la lengua y le lamió la mejilla.
A Andrea ese gesto le dio mucho asco. Y aunque intentó una vez más zafarse del agarre que ejercían esos brutos sobre ella, no logró evitar que ese tal Dog, repitiera el gesto sobre su otra mejilla.
Cuando creía que iba a robarle su primer beso, ya que su boca se estaba acercando de manera alarmante a sus labios, éste se detuvo abruptamente y se giró, alejándose de ella tras escuchar los golpes que se oían a sus espaldas.
Como Andrea estaba tan concentrada en lo que el bastardo ése le estaba haciendo, no se había dado cuenta de nada. Pero ahora que no lo tenía delante, tapándole su visión, pudo ver lo que ocurría no muy lejos de su posición: algunos de los motoristas raperos de su clase, se estaban liando a palos, con tres de aquellos chicos que hasta escasos segundos, la estaban molestando. El cuarto, que era el enano pelirrojo pecoso, la seguía agarrando con fuerza para que no escapara, mientras observaba la escena y animaba a sus amigos a que les dieran duro a los recién llegados.
—¡Vamos Perros Rabiosos, denle fuerte a esas Fieras Callejeras de mierda! —gritó éste, sin soltar su agarre sobre el brazo derecho de Andrea.
¿Era tan estúpido que no se daba cuenta de que estaban en inferioridad de número? Se preguntó Andrea, después de proponerse ignorar los gritos que éste vociferaba a los cuatro vientos, animando a los suyos e insultando a los otros. Dejó de prestarle atención y se centró en la cruda escena que se desarrollaba ante sus asustados ojos.
El del pelo a lo afro que parecía un armario de lo ancho y robusto que era, estaba liándose a hostias con dos chicos morenos, ambos de delgada constitución y bastante altura; el gordito de rostro poco agraciado, estaba evitando que, un chico bajito, pero de espaldas anchas y pelo largo, le atizara un nuevo puñetazo; y el del pelo rapado, al que los otros habían llamado Dog, estaba discutiendo con los otros dos tipos restantes que habían acudido a su rescate.
Uno de ellos, el único rubio del grupo y el más guapo de todos, le empujaba a Dog en el pecho con las palmas de las manos abiertas, mientras el otro, el morenazo que también era bastante agraciado, se mantenía con los brazos cruzados, observándolos. De vez en cuando, participando en la discusión.
Agudizó su sentido de la audición, para poder captar mejor lo que los tres decían:
—¡Hijo de puta, si le vuelves a poner las manos encima, te reviento! —dijo el rubio, que parecía echar chispas de rabia por los ojos.
—¡Joder Rey!, sabes que esta parte del patio, me pertenece —respondió Dog—. Es propiedad mía y ella no tenía mi permiso para estar aquí —escupió con la voz un poco alterada, intentando no caer de espaldas, mientras aguantaba las arremetidas de su adversario—. Educa mejor a las golfas de tus hembras, si no quieres que esto se vuelva a repetir.
—No es asunto tuyo como educo a mis hembras, como dices tú —aclaró el rubiales, con la voz algo agitada, mientras le propinaba un nuevo empujón—. ¿Acaso me entrometo yo en cómo lo haces tú con tus perras?
—¡No faltaría más! ¡No te jode! —se atrevió a decir en respuesta.
—Eh, tú, esa boquita… Recuerda con quién estás hablando… —le advirtió el morenazo, que era de la misma estatura y constitución que el rubio, interviniendo en la disputa. Mientras, el resto ponían fin a la pelea y se reagrupaban cada grupo a un extremo de aquella zona apartada del patio.
La amenaza de Raúl pareció causar algún tipo de efecto en Dog, pues éste, que había quedado acorralado contra la pared más cercana, dijo:
—¡Vamos, Rey!, tampoco es para tanto —Intentó suavizar las cosas, consiguiendo que ese tal Rey con un apodo también curioso, dejara de sujetarle de la pechera como estaba haciendo en ese momento. Aunque éste continuaba mirándole de manera amenazadora—. No sabía que era una de los tuyos —reconoció, ahora más calmado viendo que los demás también lo estaban—. No vi tu sello en ella. Sabes tronco, que si llego a saber que pertenece a tu banda, la hubiera dejado en paz…
Seguramente eso era una mentira, una patraña para quitarse el muerto de encima. Pero, siendo sincero o no, había logrado su objetivo: que los cinco se alejaran de él y pusieran punto y final al altercado. Aunque antes, el Rey ese le dijo:
—Me la suda si no lleva sello. Con o sin él, no quiero que ni tú, ni ninguno de tus perros falderos, volváis a mirarla siquiera, ¿entendieron? —dijo mientras desviaba un momento su mirada cargada de amenazas y la centraba en los otros, para luego volver a clavarla en él—. Si me entero que ignoráis mi advertencia, os arrancaré los huevos —Mientras le decía todo eso a Dog, le señalaba con un dedo acusador. Luego, sonrió con su propia ocurrencia, antes de añadir con burla—: Y pasaréis a llamaros Perros Castrados.
***
3ª Cita:
—¿Me puedes explicar qué demonios hacías en un lugar así, sin compañía alguna? —De lo tan alterado que estaba, no la dejó ni responder—. ¿No te has dado cuenta de lo que te hubiera llegado a pasar si no llego a pasar por este callejón? —El labio de Andrea comenzó a temblar—. ¡Joder, Andrea! ¡Esos dos hijos de puta hubieran abusado de ti!
—¡Ya basta! —explotó Andrea—. ¿Crees que no sé a lo que he estado expuesta? —Ahora lágrimas corrían copiosas por sus sonrojadas mejillas—. No creas que lo he hecho adrede —Estas últimas palabras fueron pronunciadas en un suave susurro.
Leonardo gruñó. Aunque lo cierto era que no debería de estar enfadado consigo mismo por haber perdido los papeles y por haberle hablado así, ya que él se veía en la obligación de hacerle ver el peligro que acechaba siempre en las calles y más cuando era de noche, pero lo estaba. Y mucho. Sin embargo tenía que hacerlo, tenía que hablarle así por el bien de la incauta muchacha.
—Todavía no me has respondido —Andrea se limpió la humedad de sus mejillas con el dorso de sus manos, mientras Leo seguía parado a pocos centímetros de ella y de vez en cuando, se echaba con disimulo la mano al vientre, intentando aliviar el dolor de los golpes recibidos ésa noche—. ¿Qué estabas haciendo aquí?
—Estaba con Raúl y... —No podía confesarle la estúpida razón que la llevó a cometer tal imprudencia. Por eso, se interrumpió para luego escupirle—: ¡No es asunto tuyo! —su voz sonó agitada.
Después de la infernal noche que estaba teniendo, donde primero sus amigas la abandonaron, luego Raúl se sobrepasó con ella, para después acabar casi violada por dos brutos, lo último que necesitaba y quería, era dar explicaciones y soportar el sermón de Leo.
—¿Qué no es asunto mío, dices? —Una fuerte carcajada siguió a la pregunta irónica, realizada por un enfurecido Leo, seguido de un pequeño y apenas perceptible gemido de dolor—. ¿Sabes? Tienes razón —Andrea, todavía envalentada y recuperada de su llantera, lo miró desafiante y con la barbilla alzada, sin comprender—. Por mí puedes hacer lo que te dé la gana, cómo y cuando quieras.
Tras decir eso, se dio la vuelta dispuesto a largarse y dejarla sola.
Cuando Andrea le vio partir, dándole la espalda, se dio cuenta de su estupidez. Si él la abandonaba, volvería a estar sola en un callejón mugriento y solitario. Temiendo que la mala experiencia que acaba de sufrir en sus carnes, se repitiera de nuevo, echó a correr tras él.
—¡Espera, Leo!
Leonardo la ignoró y siguió con su camino, aguantando el dolor que le suponía cada paso que daba; siempre, tras un combate clandestino, acaba hecho polvo y si eso le sumábamos la pelea extra, más razones tenía de estar así.
Andrea, aprovechando que lo tenía delante y que éste no podía verle, lo estudió: tenía las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones vaqueros desgastados. Cuando se había dado la vuelta para seguir con su camino, había ocultado con la capucha grisácea de la camisa de media manga que llevaba puesta y tan bien le quedaba, su cabeza rubia.
Tras su escrutinio, Andrea aceleró el paso. Pero no logró alcanzarlo ya que éste, cada vez creaba una mayor brecha entre los dos, pues sus piernas a ser más largas, daban mayores zancadas.
—Por favor Leo… —Siguió sin obtener respuesta alguna de su parte—. Rey… —Probó suerte llamándolo por su apodo—. No me dejes sola, por favor.
Ahora sí que consiguió que él se detuviera en seco. Tras un par de segundos, se giró para enfrentarla.
—¿Ahora sí eres asunto mío y tengo que preocuparme por ti? —preguntó con sarcasmo. Andrea agachó la vista toda avergonzada, sin decir nada—. ¿Me vas a decir ya de una puta vez lo que estoy esperando saber?
Todavía azorada, Andrea siguió con la mirada fija en el suelo. No sabía cómo decirle que fue una estúpida por huir y esconderse de sus amigos, por una tontería de nada. En un principio, debió de pararle los pies a Raúl. Pero no lo hizo. En cambio, se había comportado como una niña asustada, huyendo ante la primera piedra que se encontraba en su camino.
El silencio de la joven no hizo sino enfadar más todavía a Leonardo. Ahora, él pensaba ensañarse con ella, para darle una merecida lección; después de lo que estaba a punto de hacer, seguro que la aprendía y no volvería a comportarse de esa manera tan imprudente.
—¡Ah, ya entiendo! Estuviste tonteando con esos dos en la disco. Y para que tuvierais un poquito más de intimidad, os fuisteis al callejón —Andrea lo miró toda incrédula ante su absurda deducción—. Pero las cosas se te fueron de las manos, ¿no Andrea? Pretendías solamente coquetear con ellos y provocarlos, pero no se conformaron con menos y quisieron ir a por más… ¿Me equivoco?
Cuando Andrea iba a negarlo todo y dejarle claro que estaba muy, pero que muy equivocado, Leonardo se lanzó sobre ella y la acorraló contra la pared que estaba más cerca.
La joven se quedó sin respiración tras aquél inesperado gesto. No lo vio venir. Le pilló completamente desprevenida. Para su sorpresa, ahora se encontraba de nuevo acorralada, pero en otros brazos: los de Leo.
Éste, que apretaba su esbelto y musculoso cuerpo contra el de ella, mucho más blandito y delicado, imitó la misma postura que la del tipo de los tatuajes había empleado con ella: le sujetó las muñecas con una de sus manos y le subió los brazos por encima de la cabeza. Luego, se agachó y reclamó la entreabierta boca de la muchacha, que estaba jadeando de la impresión. La besó con violencia, demostrándole la furia que corría por sus venas. Su lengua luchó con la de ella en un duelo de voluntades, mientras intercambiaban saliva. La mano que tenía libre, se entretuvo acariciando su acentuada cadera, que tan pegada estaba a la suya.
Andrea, que hasta entonces había estado retorciéndose, intentando liberarse, acabó rendida ante sus besos. Sin ser consciente, su cuerpo se arqueaba, buscando el contacto del joven. También su pulso se había descontrolado, al igual que su corazón, que ahora latía desbocado. Y cuando él arremetió de nuevo contra ella, pegándola más todavía a su piel y a la pared, creyó que se derretiría. Jamás, en su corta vida, había estado tan cerca de un chico... ¡Y mucho menos de uno tan apasionado y decidido como lo era él!
Leonardo estaba encendido. Todo el dolor a causa de la reciente pelea y el cansancio acumulado durante las últimas horas del día, se habían esfumado en cuanto sintió el curvilíneo cuerpo de Andrea, entre sus brazos. Estaba totalmente embriagado con el sabor de sus labios, así como también tenía sus sentidos enardecidos al ver que ella respondía a sus besos. La idea de que estaba también disfrutando de la intimidad que estaban compartiendo, no hizo sino aumentar más su hambre por ella. Por eso, sus besos se volvieron más exigentes, más profundos, más duros. La palma de la mano que tenía apoyada en su cadera, le cosquilleaba. Estaba ansioso por subirla, tocar más arriba; moría por palpar uno de sus pechos.
El vello de sus cuerpos se había erizado. Sus respiraciones agitadas. Los latidos de sus corazones latían con frenesís en una loca carrera, por ver cuál de los dos bombeaba con más rapidez, con más desesperación... Dejándolos a ambos con un ligero zumbido en sus oídos, sordos a cualquier sonido ajeno a los que ellos mismos producían con sus besos, sus jadeos, con el susurro de sus ropas al rozarse la una con la otra... La temperatura comenzó a subir unos cuántos grados y el tiempo pareció ralentizarse. En esos intensos segundos, solamente existían para ellos ese mágico momento, lo que estaban compartiendo y sintiendo; todo lo demás había desaparecido.
Bajo las arremetidas de Leonardo, la muchacha estaba comenzando a sentir cosas nuevas que nunca antes había sentido, ni había creído que existieran. Por eso no puedo evitar que un gemido ronco naciera del fondo de su garganta, sorprendiéndoles a los dos, cuando sintió que su mano, que ahora no paraba de acariciarla con movimientos circulares, le quemaba la piel de su cintura.
Fue eso lo que provocó que Leonardo reaccionara y se diera cuenta de que lo que había comenzado como una demostración de violencia y humillación, para asustarla, se había convertido en algo más… Algo que él se negaba a reconocer.
Como si los labios y el cuerpo de Andrea ardieran, quemándole, Leonardo se alejó de ella abruptamente.
—Si era eso lo que andabas buscando, ahí lo tienes —Su voz salía entrecortada, ya que todavía se encontraba algo jadeante tras los intensos minutos donde ambos estuvieron besándose—. La próxima vez que busques un ligue con el que enrollarte, procura hacerlo en un lugar más seguro.
—¡Serás…! —De la rabia, Andrea no puedo continuar con su insulto—. Eres... Eres un desgraciado. Sabes perfectamente que no andaba buscando nada de lo que me estás acusando —Alzó la barbilla y lo miró desafiante, con los labios ligueramente hinchados—. Solamente pretendías robarme de nuevo un beso —lo acusó.
Leonardo estalló en carcajadas, aunque las costillas y el vientre todavía le dolieran a rabiar; ahora se encontraba a un par de metros de distancia de la joven.
—Mira, guapa. Para que lo sepas, tenías tú más ganas de que lo hiciera, que yo —Eso hizo que Andrea se ofendiera más todavía.
—Eres… eres… —No sabía qué calificativo ponerle—. ¡Eres malo!
Éste la miró con un brillo especial en sus pupilas, que ella jamás había visto antes, que hizo que se estremeciera. No había pasado ni dos segundos, y ya se estaba arrepintiendo de sus palabras.
—Exactamente —convino él con voz seria—. Soy peligroso y harás bien manteniéndote lejos de mí —Continuó sosteniéndole la mirada—. No lo olvides nunca.
***
¡Eso es todo!
¡Comenten, comenten! jejeje
Uff cómo me encanto es... ¿segundo beso?
ResponderEliminarDulce que mala eres vale, no nos dejes así.
En fin que me voy a poner a divagar.
Yo no leí "Destinada a ser tu esclava" pero cuando vi que dijiste Lord... esa es una palabra mágica para mí. Me voy a pasar a ver.
En cuanto a lo nuevo que escribes me gusto mucho. Raúl ya me cayó de la patada y Dog ni se diga.
Leo se ve interesante y, el hecho de que la trama se dé en un ambiente tan hostil me llama mucho la atención.
Ojalá nos brindes más pedacitos de estos y todo se te dé muy bien.
Besos nena, sigue así!!!
¿Por qué me haces ésto? Ya estoy picada...jajajaja. Muy interesante y bien escrito. Ojala te la publiquen porque yo la quiero leer.
ResponderEliminarDesde luego que nos has dejado con la mosca... Quiero leerlo ya. Muy bien escrito, por cierto:)
ResponderEliminarHola Dulce:
ResponderEliminarTiene muy buena pinta tu historia. El chico es todo un malote y ella es una chica buena. El contraste entre ambos es brutal y van a estallar cohetes.
Un fuerte abrazo, Dulce.
Y, cuando puedas, que Diana tenga un final para su historia.
Perdona Dulce por lo atrasada que voy en las lecturas...
ResponderEliminarBueno, pues me ha gustado este aperitivo que nos has ofrecido,bastante real, el ambiente se puede hallar en cualquier barrio de una gran ciudad, pero he de decir que no todos lo chicos malotes son tan sugerentes como Leo, jó! me encanta esa lucha que mantiene consigo mismo, porque en el fondo se ve que es cabal, honesto y se se ha colado por la muchacha ingenua que se mete ella solita en los patatales más escabrosos... ¡cómo me ha molado ese amarre que le ha hecho Leo para darle una "lección" al final...
Adelante con la historia, es joven y fresca, ... y apetece seguir leyendo a ver cómo va esa relación.
Un besote guapa!
Me gustó mucho en pequeño adelanto y definitivamente es un libro que me encantará leerlo completo.
ResponderEliminarTe deseo mucha suerte y exito en este nuevo proyecto que comienzas guapa. d todo corazon ^^
Un besazo!!!! :D
Sedienta Querida!!!
ResponderEliminarDestinada a ser tu esclava me enamoro y enloquecio. Es fantástica.
Y sobre tu otra historia, el título,me parece llamativo y me llama la atención.
Si tienes dudas sobre algo sabes que tienes a todos nosotros, a los del club
Mordiskos Sangrientos
Me gustaaaaa
ResponderEliminar¡Cómo nos dejas así! Jajajaaja. Me encanta. Espero con ansias novedades. Un beso grande.
ResponderEliminarMe gusta muuucho, pero nos has dejado con la miel en los labios!!!
ResponderEliminarEscribe pronto que ya quiero leerla!!!
Besos!!!
¡Éxitos en tu nuevo proyecto!!!
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