Rojo Carmesí
Inglaterra, 28 de Diciembre del año 1897.
Caminé rápidamente por la húmeda y resbalosa nieve. Salí furtivamente por la puerta trasera, tratando que nadie fuera capaz de verme.
Esto marcaria mi vida...Y la de mi familia.
Me adentré en el bosque: Mestrech. Los árboles cubiertos de hermosa y fría nieve, de invierno. Caminé cuidadosamente, por la nieve resbaladiza, hasta que vislumbré una cabaña.
La luz de la chimenea se encontraba prendida, cuando entré. Pero no lo veía... Me quité mi capa, y la dejé en el sillón marrón, caminé por toda la cabaña....
"¿Dónde está?", pensé.
Entré a la cocina y me preparé té caliente con galletas. Me senté en el sillón enfrente de la calurosa chimenea...Esperando.
Pasaron horas y horas y...Nada.
—Sabía que lo haría. Era demasiado hermoso... —murmuré enojada.
Siempre hacían lo mismo... ¡Hombres!, ¡todos son iguales, mentirosos y sin sentimientos!.
Salí furiosa de la cabaña. Ya no me importaba nada... Con veintitres años, siendo viuda, sin marido y en la bancarrota... Ya la vida no tenía sentido. Para la sociedad era algo sin valor, de ser la más rica de todo Londres pasé a ser, una muchacha viuda y en bancarrota.
Caminé desamparada por el bosque, pateando la nieve y soltando maldiciones, como si la nieve tuviera la culpa de lo sucedido. Así estuve un rato hasta que no me fijé que había una abertura en la nieve y ¡plaf!, me caí.
Me golpé con una piedra y quedé inconsciente.
Sentía dolor... Un dolor intenso.
Con el dolor y todo, me arrastré lo más que pude contra una roca, lo bastante seca como para darme calor. Empecé a titiritar.
—¡Ayuda!, ¡auxilio!... ¡Mujer en apuros! —grité.
Nada... Silencio. Sólo eso, pasaron horas de silencio y frio, hasta que la nieve empezó a caer sin parar encima de mí, no me podía mover, la nieve me cubrió completamente, no podía respirar y mi cabeza daba vueltas, empezaban las nauseas... De pronto, las ramas crujían debajo de la nieve... Alguien venia. Tenía que actuar.
Desesperadamente traté de gritar, pero la nieve cubría mi boca y por más que intenté quitármela no pude... Sólo me salía un débil chillido, para nada me iban a escuchar.
Los galopes de un caballo, castañeaban en el aire, como una melodía dulce para los oídos de cualquiera, se acercaba rápidamente.
El caballo pasó encima de mí y solté un terrible alarido. El caballo se detuvo y su jinete se bajó de él.
—¿Hay alguien ahí? —escuché una voz ronca y poderosa a la vez—. ¿Conteste por favor?.
Grité lo más que pude. El desconocido buscó y escarbó entre la nieve hasta que dio conmigo.
—¿Se encuentra bien? —me preguntó aquel hermoso desconocido mirándome inquietante con unos ojos azules—. ¿Qué hacía allí abajo?.
No soy de aquellas mujeres que se derriten con un rostro lindo... Pero me quedé hipnotizada con aquel hermoso desconocido.
Cabello color negro Azabache, cubierto con fría nieve, unos ojos azules, unos labios carnosos, con un color inexplicable e irresistibles, pómulos altos y firmes, cubierto con ropa fina y calurosa. Era como un príncipe oscuro y perdido en el bosque.
—¿Señorita?, ¿le duele algo? —me preguntó con voz preocupada.
—¿Si me duele?, ¿cómo osa preguntarme eso?. ¡Estoy sangrando! —me salieron las palabras, un poco fuertes.
—Era una pregunta, no se enoje. ¿Qué le sucedió? —preguntó.
—Estaba dando un paseo y mi vestido se atoró contra la nieve, me resbalé y me golpeé con una piedra en la cabeza y quedé inconsciente —le expliqué mientras me quitaba los restos de nieve ya derretida en mi boca.
Él me miró fijamente los labios.
Mis mejillas se cubrieron de un color carmesí y agaché mi cabeza para que no viera mi sonrojo.
—Ejem... Permítame llevarla, a la cabaña del guardabosque... En esta temporada no se encuentra... Para que agarre calor —me propuso.
No tenía nada que perder ¿no?. Solo es un caballero ayudándome y además nadie nos puede ver... Es una urgencia.
—Claro, es lo menos que puede hacer, ya que su caballo pasó por encima de mi, como si fuera un costal —Le contesté poniendo cara enfadada.
—Pues... No es por ofenderla pero pesa como un costal de huesos —me dijo enviándome una sonrisa arrogante cuando me levantó, sin ningún esfuerzo.
¿Estará hecho de acero?. Hummm...Podría ser.
—La verdad si me ofendió, ¿quién se cree usted como para hablarme así?. Y por cierto no le enseñaron que es de mala educación no presentarse a una dama — lo regañé.
—Lo siento bella dama... Me presento a usted: Soy Lord Nikolas Norrintown duque de Stanford —se presentó.
¿Lord?... Y además, ¿Duque?. De ¿Stanford?... ¡Dios mío!, debe ser... Si es él.
Mi alma y mi cara se cayeron de vergüenza.
—Así que usted es el famoso... Duque —murmuré en voz baja.
—Claro soy el mismo, y ¿usted? —me preguntó sonriendo ante mi reacción.
—Je suis Camille Bentancourtun plaisir pouvoir le connaître, Monsieur arrogant —le respondí en un fluido y perfecto francés.
—¿Francesa?. Umm... Adoro a las francesas... ¿Oí decir Arrogante?. Yo nunca me muestro arrogante —me dijo sonriéndome dulcemente.
—Si, por lo que veo, usted nunca es arrogante —murmuré burlándome de él.
—Deja tu sarcasmo, no sirve de nada conmigo... Ya llegamos —afirmó.
¿Llegar?. Lo que ocasiona este hombre... Hace que mis sentidos queden inconscientes, ni me di cuenta que estábamos caminando.
La cabaña... La misma en la que estuve hace unas horas... Seguía tal y como la deje... Sola y caliente.
No pensé que esta fuera la cabaña del guarda-bosques, él me dijo que era de él.
Y al final... No era ni suya ni mía... Otra lección, para mí.
“Nunca confíes en ellos... Su palabra no vale”.
Nikolas me dejó con sumo cuidado en el sofá marrón.
—A ver, muéstrame su pie, es ahí donde el caballo la golpeo... Levántese el vestido —me dijo arrodillándose ante mí.
¿En serio piensa que mostraré mis piernas?, ¿está loco?.
—No... Sería algo indecente, para nada apropiado —le dije con voz inestable.
—Mire, a mi me da igual esas estúpidas reglas sociales, y además no hay nadie quien pueda vernos —me dijo con tono desesperado.
Sí que estaba loco...
—No... Está loco si cree que me dejaré tocar por usted —le dije mirándolo furiosamente.
—Lo siento... Nunca pensé que las manos de un hombre le produjeran tanta repugnancia. ¡Se me olvidada!, usted nunca ha sido tocada por un hombre... —me dijo burlándose de mí.
—¡No se haga el gracioso conmigo!, no estoy lastimada, no hay razón para tanta preocupación. Solo necesito descansar unas horas, y dejar que cese de nevar, para ir a mi casa—le afirmé.
—Por lo que veo... No cesará en un buen rato. Así que le advierto que muestre su herida o lo haré por las malas... Y no le gustara —me advirtió.
—¿Me amenaza?, no le tengo miedo, es incapaz de hacer algo así —le dije, desafiándolo.
Estaba jugando con fuego, lo sabía.
Su cabello increíblemente, negro, revoloteó cuando me miró dignamente.
—No me tiente... Francesilla... Que no tengo tanta paciencia como la que aparento tener —me dijo y se acercó a mí.
Se inclinó hasta que estuvo a mi altura y me miró los labios.
Mi corazón aceleró y todo mi cuerpo empezó a temblar.
—Pero... Aún tenemos mucho tiempo antes que deje de nevar... Propongo que hagamos nuestra propia Navidad... Juntos —me susurró y acercó su rostro al mío.
—Pero si somos unos desconocidos —le susurré.
—Aún mejor... Todo lo que pase esta noche en Navidad y en esta caliente cabaña., se quedará aquí y entre nosotros —me dijo y posó sus labios sobre los míos.
Un terrible escalofrió entró por todo mi cuerpo, pero no era un escalofrió de terror, si no de deseo.
Me agarró la cara, y la acarició profundamente, como si fuera a desaparecer entre sus brazos.
“¡Que locura!. Yo Camille, estoy en Navidad, en una cabaña, con un extraño... ¿Besándome?”.
Y un recuerdo pasó por mi mente, muy lejano, pero aun presente en mí.
“Disfruta de todos los momentos, de las fantasías, de los sueños, de los amores, de los deseos... Porque hay veces que puedes arrepentirte de no a verlo hecho”.
“Disfruta del momento”, pensé una y otra vez.
Lo abracé fuertemente, y lo apreté más contra mí.
—Feliz Navidad, Camille —me susurró al oído.
—Feliz Navidad, Nikolas —le susurré también.
Y con esas simples palabras, nos fundimos de deseo, amor y Navidad.
Inglaterra, 24 de Diciembre del año 1900.
—¿Sabías que en Navidad tus labios se convierten en Rojos Carmesí? —me preguntó mientras caminábamos por la nieve.
—La verdad... No. Eres el único que los ve y los siente —le respondí sonriendo.
—Aún no puedo creer que nos conociéramos de esa forma, tan... ¿Mágica?. Y menos que estemos casados. Nunca creí casarme y menos con alguien tan grosera y terca como tú —me dijo mientras me abrazaba.
—¿Grosera y terca?. Gracias a ello, nos conocimos señor Arrogante —le susurré mientras le daba un pequeño beso.
—Entonces, lo siento bella dama, agradezco que cada uno de tus defectos haya hecho que tú y yo nos conociéramos... Te amo —me susurró.
—Yo te amo más —le dije con voz dulce y me incliné hacía él y nos dimos un apasionante beso. En el bosque Mestrech, con la nieve cayendo sobre nosotros.
Porque aún con nuestros años de casados, aún nos seguimos amando y queriendo de la misma forma como cuando nos conocimos, por que el tiempo nunca desvanece el deseo y menos el amor.
Traducción de: Je suis Camille Bentancourtun plaisir pouvoir le connaître, Monsieur arrogant (Soy Camille Bentancourt un placer poder conocerlo, Señor arrogante).
Lo que más me ha gustado de este relato querida socia, es la época que elegíste para hambientarla. Adoro esa época!, con ese habla tan caballeroso y educado... Que tiempos más bellos fueron sin dudas!, jejeje.
ResponderEliminarMenuda situación más bochornosa fue el encuentro de los protas, pero hay que ver lo bien que fue la cosa que al final ambos se casaron el uno con el otro!, jejeje.
La trama es buena, aunque tienes que mejorar un poco la forma de relatar y estructurar la historia. Con la práctica mejorarás, ya lo verás!.
Gracias por participar en este proyecto!!!