Pasión Desenfrenada
Cuando el aire fresco del local impactó de lleno contra el rostro acalorado de Jane, ésta sonrió para sí misma, agradeciendo que la hamburguesería estuviera, a esas horas de la noche, con el aire acondicionado todavía encendido. Estaban ya a finales de Septiembre y el verano recién había finalizado, pero todavía habían días que el calor era tan sofocante, que se hacía insoportable; Y hoy era un días de esos.
Mientras Jane
se dirigía a la última mesa del establecimiento, donde la esperaban sus amigas,
iba pensando que había hecho bien en recogerse su largísima melena morena en una coleta
de caballo alta, ya que así se sentía más fresca y hacía más soportable el
calor, además de acentuar su elegante cuello. Antes de alcanzar su meta, desvió la mirada hacia el reloj digital que había
colgado de la pared, para comprobar la hora. Eran pasadas las once de la noche.
Como de costumbre, llegaba tarde de nuevo. Gracias a Dios, sus amigas la
conocían y sabían que era lo que había de esperar de ella, y por eso,
seguramente no les tendría en cuenta que se hubiera demorado cerca de media
hora.
Un movimiento,
seguido de ruidos de cubiertos procedentes de la barra, donde había un
cliente -el único que había en el local aparte de ellas-, llamó su atención. Se trataba
de un Guardia Civil que estaba terminándose su cena. Éste, presintiendo que le
estaban observando, desvió su atención de su plato y la miró directamente a los
ojos, para luego desviar la vista y recorrerla entera con su curiosa mirada y
detenerla de nuevo en su rostro; Debajo de su escudriño, se sintió desnuda,
como si no llevara puesto encima una camisa blanca, ancha y casi transparente,
con unos shorts vaqueros tan cortos, que si de descuidaba, se le verían las
mollas de las nalgas. También se
sintió algo impactada y gratamente sorprendida, pues no había supuesto que el dueño de aquellas espaldas
anchas, cintura estrecha y brazos corpulentos, enfundados en aquél sexy
uniforme, pudiera albergar un rostro tan bello y masculino.
Algo azorada al verse escaneada por su penetrante mirada, ya que se trataba de un completo desconocido, y, además, de un Guardia Civil nada menos, y con las mejillas algo ruborizadas al sentirse el centro de atención, le sonrió tímidamente, con una media sonrisa, de esas con la boca pequeña, y continuó su marcha hacia la mesa de al lado, que era donde la estaban esperando sus colegas, siendo consciente de que el apuesto agente de la ley, no le quitaba el ojo de encima en ningún momento.
Algo azorada al verse escaneada por su penetrante mirada, ya que se trataba de un completo desconocido, y, además, de un Guardia Civil nada menos, y con las mejillas algo ruborizadas al sentirse el centro de atención, le sonrió tímidamente, con una media sonrisa, de esas con la boca pequeña, y continuó su marcha hacia la mesa de al lado, que era donde la estaban esperando sus colegas, siendo consciente de que el apuesto agente de la ley, no le quitaba el ojo de encima en ningún momento.
Ignorándolo a
drede, se centró en sus amigas, que le hacían señas y cuchicheaban en voz baja
comentarios del tipo "¿Viste Jane que tío más bueno?", "¡con
Guardias Civiles como él, cualquiera jovencita se dejaría detener!"
"Lleva poco más de diez minutos aquí, y con su imponente presencia, ¡ya ha
logrado que todas mojáramos las bragas!"
Mientras sus
amigas seguían diciendo chorradas sobre aquél impresionante y atractivo tipo,
que tanta expectación había levantado en ellas, Jane hizo señas a su tía Clarisa, que era la dueña del local, para que se
acercara a tomarle nota.
—¡Hola
Clarisa!, ¿que tal ha ido el día? —le preguntó cuando la tuvo al lado suyo y
tras darle dos sonoros besos en las mejillas.
—Algo flojo la
verdad, esperaba más clientela al tratarse de un Viernes, pero como son las
fiestas del pueblo de al lado, apenas ha habido movimiento alguno —comentó—.
Pero no puedo quejarme tampoco —aclaró—. Y bueno, ¿que te pongo para cenar? Tus
amigas tenían mucha prisa y ya cenaron.
Clarisa le
sonrió con complicidad, y sus amigas se echaron a reír tras el comentario de la
mesera, nada ofendidas porque ella le hubiera delatado aquél pequeño detalle. A Jane no le
sentó para nada mal que sus amigas hubieran cenado ya sin esperarla siquiera, pues sabía que
era culpa suya el haber llegado tarde a la cita.
—¡Normal!, mira
la hora que es y en nada tenemos que irnos a nuestras respectivas viviendas a
ponernos guapas, que hemos quedado para salir esta noche a darnos una vuelta
por las fiestas y ver si ligamos algo —comentó una de ellas, la más descarada
de todas—. Aunque, con buenorros como ése por la zona, no hace falta irse muy lejos para recrearse una la vista... —añadió— Me pregunto si tendrá pareja...
Aunque
ella también se estaba preguntando lo mismo, ignoró el comentario de su
colega. Se centró de nuevo en su tía y después de pedirle
una ensalada y un refresco, prestó de nuevo su atención en sus amigas:
—Chicas,
centrémonos en lo que nos ha hecho que esta noche nos reuniéramos aquí —dijo
Jane, trayendo a sus amigas a la Tierra. Luego abrió su bolso y sacó una caja
de madera. La dejó sobre la repisa de la mesa y la abrió—. Aquí tienen las
últimas obras de mi hermana, échenle un vistazo a ver si os interesa algo.
Mientras sus
cuatro amigas ojeaban las baratijas caseras que había hecho su hermana mayor,
Jane atacó su cena que recién se la había traído su tía, antes de despedirse y
regresar a la barra a terminar de limpiar y recogerlo todo para cerrar en cuanto
ellas, y aquél agente, se fueran.
Diez minutos
después, Jane había cenado y logrado vender tres anillos hechos con alambres de colores y
dos colgantes fabricados con cápsulas de cafés reciclados ahora en originales
alijas. Tras la venta, sus amigas se despidieron de ella, pero antes, intentaron de nuevo convencerla para que las
acompañara y se fueran con ellas de fiesta. Ella les dijo que se lo pensaría,
pero que no creía que las fuera a acompañar, pues tras un día largo de trabajo en
la peluquería que regentaba, no le apetecía mucho salir.
Cuando las cuatro
jovencitas se fueron resignadas y con la casi certeza de que al final no las acompañaría, y
la dejaron sola con la única compañía del Guardia Civil
que estaba en esos momentos tomándose un café, se acercó a la barra, al
lado de aquél imponente hombre, esperando a que su tía apareciese para
pedirle la cuenta de su pedido. Sin decir nada, apoyó
la caja sobre la barra, delante suya, y esperó a que Clarisa saliera de
la
cocina donde se la escuchaba trajinando allí dentro, seguramente,
ordenando las
cosas antes de cerrar.
—¿Sabes?,
podría detenerte por la venta ambulante sin permiso alguno —comentó con sorna y como si nada
el agente de la ley que estaba sentado tranquilamente, tan cerca de ella.
—¿Ah sí? —preguntó ella juguetona, siguiéndole el juego; se notaba por su tono de voz que el hombre no
hablaba en serio y le estaba tomando el pelo— ¿Le interesa algo de lo que
tengo?
Aunque se
suponía que se estaba refiriendo a las baratijas que habían en la caja de
madera, él la miró de arriba abajo, evaluándola, como si ella se hubiera
referido a otra cosa; Ahora era él el que le seguía el juego a ella.
—Puede... —su
voz profunda se clavó muy adentro de ella y sin poderlo evitar, Jane se
estremeció internamente— Pero me pregunto yo... ¿Estás acaso intentando sobornarme para que
no la detenga, señorita? —la miró directamente a los ojos, con su verdosa
mirada, perdiéndose en los negros de ella.
—¿Yo? Con lo
buena que soy señor agente, ¿cómo puedes creerme capaz de algo así? —sabía que
estaba flirteando con él, y en cierto modo, no le importaba y al mismo tiempo, le gustaba. Hacía muchísimo
tiempo que no hacía algo así y encima, que disfrutara tanto haciéndolo. Ante su
mirada, abrió la caja y se la puso delante, para ver qué hacía ahora él ante
tal reto.
—¿Todo lo que
tienes son complementos para mujeres? —ella afirmó con la cabeza— En ese caso,
no me interesan, no tengo a quién regalárselo.
"Bien", pensó Jane y dedujo por su
respuesta, que estaba soltero entonces. Una rápida mirada a sus manos y Jane
comprobó que no tenía ningún anillo en sus dedos masculinos, prácticamente confirmándole lo que sospechaba; "vía libre entonces", caviló de nuevo. Sonrió más para sí
y le dijo, para su propia sorpresa:
—Creo, señor
agente, que he de ser sincera con usted y confesarle que le he mentido —él
sonrió en respuesta, pero no dijo nada—. No he sido una niña buena —tras
unos
breves aleteos de pestañas, se acercó más a él, olvidándose de la caja
de
madera, de su contenido y de incluso del lugar público en el que se
encontraban; Uno que estaba ahora mismo vacío y sin su tía presente
siquiera—. Realmente he intentado
comprarlo con estas baratijas, aunque veo que de poco ha servido —confesó
señalando la caja, mientras rozaba adrede su costado izquierdo con el brazo
musculoso derecho del hombre, que la miraba con intensidad—. Creo que deberías
detenerme en consecuencia, por infligir tantas infracciones —susurró con
sensualidad, extendiendo los brazos y ofreciéndoselos para que le esposara las muñecas.
—Para ello,
antes tendría que cachearla —dijo
él en respuesta, recorriendo con su ardiente mirada los brazos
expuestos de ella, tentando en hacer justamente lo que le pedía y
acomodándose mejor en el
taburete; su reciente erección le incomodaba.
Jane le sonrió
de nuevo, y animada por la trayectoria que estaba tomando la conversación, bajó los brazos,
apoyó las palmas de las manos sobre la barra, se echó ligeramente hacía adelante,
rozando el borde de la misma con sus pezones cubiertos por la ropa -ahora erectos por la
excitación-, y separó las piernas.
—En ese caso,
proceda señor agente... —lo animó con coquetería. Se sentía lujuriosa,
desenfrenada, con ganas de ver hasta dónde les llevaría aquél peligroso juego; Solo esperaba no acabar quemándose.
Él desconocido
echó suavemente para atrás el taburete, y tras cerciorarse de que no había nadie
en el lugar presentando el juego de seducción al que estaban jugando los dos,
se puso detrás suya, presionando su notable erección contra el trasero ahora algo
repantigado de la joven, debido a la postura sumisa que había adoptado.
Jane ahogó un
gemido cuando sintió aquella dureza presionándose contra sus nalgas. Y cuando
el hombre comenzó a palpar su cuerpo con sus ágiles y calientes manos, creyó que se
desharía en un charco líquido de lo húmeda que se estaba poniendo por segundos; Y eso que él solamente la estaba
tocándo como un profesional lo haría, sin tocar más de lo debido y permitido. Aunque lo cierto era que sus
gestos eran más lentos de lo normal y con un toque sensual, lleno de promesas,
que prometían una noche loca de pasión.
Él se inclinó
más hacía la curvada espalda de ella, apoyó su mentón en su delicado hombro izquierdo y le susurró muy cerca
del oído:
—Lástima que no
esté de servicio y no pueda llevármela detenida... —fingió sentir pena— Aunque
para ti, supongo que eso es un gran ventaja, ¿no?
—No sabría
decirle señor agente —ronroneó, rozando a drede su mejilla con la de él,
notándola algo rasposa por la incipiente barba que comenzaba a asomar,
oscureciéndosela—. Me había hecho a la idea de que saldría de aquí con usted... —confesó descaradamente, sin medir el peso de sus palabras, ahora con la
lujuria que se había apropiado de ella cuando él le habló por primera vez,
totalmente desatada y apropiándose de ella.
Él se separó de
ella sin decir nada, y por un momento, Jane creyó que lo había estropeado todo
con su atrevido comentario, pero cuando él la sujetó de los hombros y la obligó
a darse la vuelta, para luego agarrarla por la cintura y estrecharla contra su
cuerpo, antes de apoderarse de sus labios, supo que no había sido así y que
había conseguido su objetivo: seducirlo.
Dejó que su
hambrienta lengua jugara con la suya en un duelo de voluntades. Respiró su
aliento, bebió de sus labios, saboreó su masculino sabor y se embriagó con su
adorable olor a hombre. Sin pensarlo siquiera, sus pequeñas manos cobraron vida
propia y se perdieron en su cuello, para aferrarse más a él y tenerlo así más
cerca de su sedienta boca. Él continuó con su firme agarre sobre su diminuta cintura, atrayéndola
más hacía él para que notara lo excitado que estaba por su culpa.
Cuando ambos se
separaron para tomar aire, varios intensos minutos después, y llenar sus pulmones de oxígeno, él le susurró:
—¿Hay algún
hotel cerca...? —su voz sonaba ronca por la excitación. Era nuevo en el pueblo,
recién destinado allí, donde vivía su hermano pequeño desde hacía un par de años, y todavía no conocía la
zona.
Ella negó con
la cabeza.
—Podríamos
irnos a mi piso, pero lo comparto con mi hermana mayor y precisamente esta noche,
tiene invitados... —confesó con voz lastimera, ahora con la respiración un poco más
controlada, pero todavía algo jadeante.
—¿Donde
podríamos entonces...? —preguntó con un brillo resplandeciente en su mirada
color del musgo, sin terminar de hacer la pregunta.
—¿En la tuya? —inquirió ella esperanzada.
—No creo que
sea buena idea —respondió él negando con la cabeza, pero sin dar ninguna
explicación al respecto— ¿Donde lo hacen entonces los jóvenes? —preguntó curioso.
—Que yo sepa,
normalmente se lo montan en la parte trasera de algún coche en algún descampado... —apoyó
las palmas
de sus manos sobre su pecho musculoso y las deslizó de arriba a bajo,
acariciándolo y deleitándose con el tacto firme y duro que sentía debajo
de ellas antes de añadir:— Yo no dispongo de uno, y si tú
tampoco, entonces tendremos que olvidarnos del tema —encogió los hombros
fingiendo derrota y resignación, y se giró dispuesta a tomar sus cosas de vuelta y marcharse,
pero él la agarró de la muñeca izquierda y la detuvo.
—Esta bien,
vayámos pues a mi piso —dijo resignado, pero con el deseo todavía impregnado en
su mirada. Jane asintió y él le sonrió de vuelta. Luego sacó un billete de
veinte euros y lo dejó en la barra— ¿Crees que con eso será suficiente para
pagar ambos servicios?
—No hace falta
que pagues lo mío —se quejó ella.
—Lo sé, pero me
apetece hacerlo —Jane no se lo discutió— ¿será suficiente entonces?
—Creo que
incluso le sobra señor, pero no se preocupe, mañana hablaré con Clarisa y si
falta algo o lo que sea, ya me las veré yo con ella.
—Bien, en ese
caso, en marcha —la agarró de nuevo por la cintura y tiró de ella para pegarla
a su cuerpo.
Ella alargó la
mano hacia la barra y cerró la caja de madera, para luego guardarla de vuelta en su bolso y
ponérse éste colgado del hombro. Luego se dejó guiar por él hacía la puerta,
abandonando ambos el local, en un incómodo silencio. Fuera, en los
aparcamientos, se encontraba el coche oficial de la Guardia Civil. Ambos
tomaron asiento sin decir nada en ningún momento y luego él lo puso en marcha.
Jane, ahora más
calmada, y por lo tanto, más consciente de lo que estaba haciendo y a punto de
hacer, se replanteó las cosas, no sabiendo con certeza si haría bien yéndose
con un total desconocido para darse un revolcón con él. Ella, con veinticinco años, no era de esas
mujeres que se lanzaban a los brazos del primer hombre que le decía "que
ojos más bonitos tienes", ni tampoco se tiraba a cualquiera en la primera
cita... Y eso que lo de esa noche, ¡no era ni siquiera un cita realmente! ¡¿Qué
demonios estaba haciendo entonces? ¿que estaría pensando él de ella?, ¿que era
una cualquiera? Con un movimiento apenas perceptible de su embotada cabeza,
Jane desterró esos insanos pensamientos y complicadas preguntas de su mente,
para que dejaran de atormentarla.
Lo que Jane
tenía claro como el agua cristalina, era que hacía más de un año que no
mantenía ningún tipo de relación con un hombre y que éste la ponía realmente
cachonda, como nunca antes había estado... ¿Sería quizás el morbo de saber que
se trataba de un agente de la ley sensualmente uniformado? Jane no lo sabía,
pero fuesen las razones que fuesen la que la llevaron a ser descarada con
él y haber accedido a esa locura, la cosa era que lo estaba haciendo y, aunque
ni ella misma se lo creía, la pura realidad era que no se arrepentía y que
realmente lo deseaba; había llegado la hora de romper su autoimpuesto celibato.
Mientras
pensaba en todo eso, con la mirada distraída mirando por la ventanilla del
auto, su acompañante redujo la velocidad y con un suave giro del volante, giró
en la siguiente calle, a la derecha. Pronto llegaron ante las dos grandes
puertas del cuartel de la Guardia Civil. Detuvo el coche para enseñar su
identificación a los dos guardias que la custodiaban, y tras un intercambio de
saludos, lo puso otra vez en marcha, atravesando las puertas recién abiertas.
—Debí suponer
que vivías aquí, en el cuartel —comentó de pasada Jane para romper el hielo. Él
simplemente asintió con la cabeza, sin dejar de prestar atención a la
conducción.
Se acercó con
el vehículo oficial a unos aparcamientos donde habían otros tantos
estacionados, y lo aparcó. Ambos se apearon del vehículo sin comentar nada más, hasta que él dijo con voz seria:
—Espera un
momento aquí —ella asintió y se cruzó de brazos,
mientras se apoyaba en el capó del coche y lo veía acercarse a las oficinas.
Tras las
ventanas de las mismas, iluminadas con la luz del interior de la instancia, Jane le vio
entregarle las llaves del auto a la recepcionista. Ésta le tendió al recién llegado unos papeles,
y tras éste leerlos y rellenarlos, se los devolvió junto con una sonrisa. La
cincuentona se la devolvió, tomando de vuelta los papeles y archivándolos.
Salió de nuevo
para reunirse con ella y cuando estuvo al lado suyo, le hizo un gesto para que
lo siguiera. Jane eso hizo, aunque estaba algo incómoda con toda esa situación,
pues ahora él se comportaba como distante, sin acercarse siquiera ella, como si
el fuego que a ambos les había consumido minutos atrás, se hubiera evaporado
y extinguido del todo.
Suspiró con
resignación y se dijo, que todavía estaba a tiempo de darse la vuelta y
largarse, si veía que las cosas no volvían a ser como antes; No se arrepintió
de haberlo seguido, en vez de haberse echado atrás como se estaba planteando
esos últimos minutos, pues en cuanto entraron en el ascensor del edificio de
cuatro plantas en el que habían ingresado, su acompañante se lanzó nuevamente a
devorarle la boca, con un hambre contenido y ahora desatado. Una vez más,
ella se dejó hacer, devolviéndole el beso y quemándose de nuevo con su
abrasador fuego.
Notó la fría pared de acero tras su espalda, pero no le importó, como tampoco le importó sentirse acorralada mientras era devorada por aquél macho dominante que la tenía atrapada entre sus garras. Se sentía viva, deseada, como nunca antes se había sentido, y eso, en cierto modo, la aterraba, pero era tal la pasión y la lujuria la que sentía en esos momentos, en sus brazos con las bocas unidas, que no se paró a pensar en ello.
Notó la fría pared de acero tras su espalda, pero no le importó, como tampoco le importó sentirse acorralada mientras era devorada por aquél macho dominante que la tenía atrapada entre sus garras. Se sentía viva, deseada, como nunca antes se había sentido, y eso, en cierto modo, la aterraba, pero era tal la pasión y la lujuria la que sentía en esos momentos, en sus brazos con las bocas unidas, que no se paró a pensar en ello.
El pitido que
avisaba que en breve las puertas se abrirían, rompió la magia. El hombre, del
que ni siquiera conocía su nombre, se separó de ella, dejándola con una
desagradable sensación de vacío. Jane aprovechó su lejanía, para mirarse
fugazmente en el espejo. Se quedó sorprendida, y algo maravillada, al
encontrarse con que el mismo le devolvía la imagen de una sonrojada mujer, con
la coleta desarreglada, las mejillas ruborizadas y los labios deliciosamente
hinchados. Sonrió a la imagen antes de salir del ascensor, tras su futuro
amante.
Éste, se detuvo
delante de una de las dos puertas que habían en aquella planta, y le dijo que
esperase un momento fuera. Aquello la dejó toda extrañada, pero no dijo nada al
respecto y obedeció. Lo vio entrar en el piso, después de abrir la puerta, y
desaparecer tras ésta, sin cerrarla del todo tras de sí. Curiosa, Jane
se acercó a ella y miró por la rendija. Lo vio acercarse a un sofá blanco donde
había otro hombre tumbado, y por la cara que gastaba cuando se vio sorprendido
por el recién llegado, ésta estaba sobando.
—¡Hey Max! —exclamó con voz soñolienta— ¿Que hora es? —preguntó mientras se desperezaba y
bostezaba de manera descarada.
—Son más de las
doce de la madrugada —le respondió, mientras se ponía a recoger cosas por ahí—.
Anda, ayúdame a recoger las cosas de Michelle, que tengo visita y no quiero que
las vea...
Jane frunció el
ceño tras aquella confesión, extrañada de su comportamiento tan raro, y
preguntándose quién coño era ese tal Michelle... ¿Su novia quizás?
—¿Visita? —preguntó el otro con incredulidad, mientras le ayudaba a recoger cosas que
habían por el suelo y por encima de los muebles. Jane, desde su posición, no
lograba ver qué eran— ¿Has traído una mujer a casa? —Jane no oyó lo que el
otro le decía, supuso que simplemente habría asentido con la cabeza— ¡Vaya!,
¡ya era hora que olvidaras a tu esposa y activaras de nuevo tu sexualidad dormida! —exclamó con sinceridad, haciendo que Jane se quedara estática, sin
saber cómo reaccionar ante tal comentario. "¿Había estado casado? ¿Lo estaba todavía? ¿Debería importarle acaso?, se suponía que él sería un polvo de una noche, ¿no?" Tras estas nuevas preguntas, Jane quedó más confundida todavía.
—Shhh —le
recriminó el otro— Baja la voz Sam, está ahí afuera, en la puerta, y puede oírte —le
regañó.
Tras esa
advertencia, Jane no logró escuchar nada más, solamente llegaban hasta ella los
sonidos que esos dos hacían mientras seguían guardando aquellas cosas que tanta
curiosidad despertaban en ella.
—Max, las
fotos, no te olvides de ellas —dijo ese tal Sam. Unos minutos después, oyó a Max, el hombre que pronto
la llevaría a su cama para que se la calentara, decirle:
—¿Que tal te ha
ido con Michelle?
—Bien, algo
cansado —un nuevo bostezo— Ya sabes que ella sabe cómo consumirle a cualquiera todas sus fuerzas y
resistencia, pero bien al fin y al cabo —respondió con cansancio.
—Gracias por
todo hermano —le dijo Max.
—No hay de qué,
para lo que haga falta, aquí estoy, ya lo sabes... —le respondió éste.
Luego
se oyeron
pisadas que se acercaban a la puerta. Jane se alejó de ésta con
nerviosismo, sin saber con certeza cómo actuar y qué debería hacer. Al final optó por apoyarse en la
pared que se encontraba justo enfrente de la puerta, y esperar a ver qué pasaba ahora.
—Perdona la
tardanza —se excusó Max nada más asomar por la puerta, seguido de Sam, un hombre con un enorme parecido con él, pero más menudo y delgado—. He tenido que atender a mi hermano Sam, que se va ya...
jooo porque siempre haceis esto los autores grrrrrrr..... en lo mejor se acabo ayy joooo
ResponderEliminarSuper!!!
ResponderEliminarHola, me acabo de hacer seguidora del blog porque me ha gustado lo que veo y leo, claro que todavía me falta mucho por visualizar, tienes muchas entradas...tendré que ponerme al día.
ResponderEliminarEste comienzo ha sido genial, nos has dejado en lo mejor, en la parte interesante...eso lo hice algúna vez con amigas empezando algún libro por capítulos y ahora sé lo que se siente cuando te lo hacen a ti, jeje, pero esperamos segunda entrega.
Un saludo.
Cuando puedas pásate por mi blog también. Gracias.
Venga ya! Lo has cortado en lo más interesante, no es justo jop
ResponderEliminarTiene muy buena pinta, ¿es una nueva historia? por que la has empezado geniaal :)
Saludoos!
Un buen comienzo. Veremos como sigue
ResponderEliminarBesos