viernes, 25 de noviembre de 2011

RELATO Nº6 PARA LA ANTOLOGÍA NAVIDEÑA (Paranormal) by Cande La Torre

Detras de la Cascada



Bajé la mano provocando que el agua chapoteara en todas direcciones. Mis hermanas se rieron tontamente y nadaron alrededor de mí. 
—¡Leda!. No te cruces de vereda, mantente en la senda.
Largaron otra carcajada sonora. Acompañé sus risas pero cuando apareció Saya, todas callamos.
—Hermanas, he tenido una visión.
Poco a poco se fue introduciendo en el agua que se agitaba levemente por la cascada que no paraba, hasta situarse junto a nosotras.
—En el pueblo, se está empezando a celebrar una fiesta. 
—¿La misma de todos los años? –soltó Lila.
—Sí: Navidad.
Aquella palabra se fue haciendo eco entre las paredes verdosas del interior de la cascada que nos cubría, no podíamos dejar de repetirla. 
—Hermanas, calma. El inconveniente es que este año vendrán a festejar aquí. A nuestra cascada.
El revuelo se hizo mayor. Algunas chillaban horrorizadas, otras presentaban argumentos de porqué eso no podía permitirse y otras, como yo, permanecíamos en silencio.
—¡Hermanas!, ¡por favor! –el tono de voz de Saya se elevó dos notas.
Todas callamos al ver sus cristalinas alas extendidas. Eso era algo que solo ella podía hacer, porque era una ondina del vapor. Lo que además de alas, le otorgaba un cuerpo delicado y lleno de gracia. 
—La Madre Tierra dicta que debemos aceptar a todo aquel que quiera entrar en nuestro hogar y así se hará. 
La mayoría nos quedamos en silencio y lo aceptamos pero todavía había algunas que seguían murmurando. 
—Nos vamos a organizar en grupos. Además debemos usar el ritual de transformación para que no se enteren de lo que somos. ¿Leda?.
Cientos de pares de ojos me observaron.
—¿Sí?.
—¿Te puedes encargar de eso?.
—¿Del ritual?.
Ella asintió despacio antes de efectuar el saludo de despedida, ante el cual todas debíamos inclinar la cabeza. Una vez que desapareció en el interior de la cascada, lugar donde solo podían ir aquellos que estuvieran preparados, el silencio que había se quebró y todas empezaron a hablar a los gritos.
Sisi se acercó hasta mí y dijo lo siguiente:
—Mis mejores deseos para ti, es una misión difícil la que te han encomendado. 

***

Dos semanas después, estaba agotada de tanta práctica de rituales. Mientras que yo practicaba, mis hermanas se encargaban del trabajo sucio, literalmente hablando: purificar el ecosistema en el que vivíamos. 
Saya me había otorgado un permiso ilimitado para que pudiera hacer los rituales y a su vez, salir de la cascada para conseguir los materiales que necesitaba. 
Todas en algún momento de nuestra vida salíamos, y para mi no era la primera vez ya que era muy buena en lo que me pedían, conocía bastante el mundo de los humanos. Por esto mismo apenas mis pies tocaron tierra firme fuera del agua que nos cubría, me dirigí al pueblo. 
Me había asegurado de cambiar mi vestimenta previamente para no llamar demasiado la atención, aunque eso ya era difícil debido a mi belleza, típica de todas las ondinas. 
El largo cabello marrón claro me llegaba hasta la cintura y caía en suaves ondas, todavía me caían unas gotas de agua mientras caminaba por las calles del pueblo.
Entré directo a la tienda de especias, de cuyo dueño era amiga o al menos nos llevábamos bien. Las ondinas sólo pueden tener de amigas a otras de su misma especie.
Todo el pueblo estaba decorado con motivos navideños, por aquí un reno con la nariz roja, más por allá un hombre gordo con un traje rojo y barba blanca repartía regalos, había muérdagos colgando en las puertas... En fin, una celebración extraña.
Fui derecha a los cajones donde el dueño guardaba las mejores especies, él sabía lo que yo buscaba y que siempre pagaba bien. Estaba revolviendo, intentando encontrar un poco de albahaca seca cuando escuché que alguien detrás de mí se aclaraba la garganta. Tanteé el cuchillo que llevaba escondido entre mi ropa, jamás lo abandonaba. No después de lo que les había sucedido a mis padres. Me giré dispuesta a enterrarle el cuchillo en el pecho a quien fuera pero jamás esperé encontrarme con lo que me encontré.
Un chico alto y fuerte con los cabellos negros y de poderosos ojos celestes como mi cascada, me observaba de brazos cruzados.
Me arrojé a sus pies en una especie de estrategia para confundirlo. Él tosió incómodo y me dijo:
—Y yo que pensaba que me intentarías clavar ese bonito cuchillo que tienes.
Me levanté de golpe, como un resorte y con un solo movimiento mi cuchillo quedó a escasos centímetros de su rostro. 
—Me lo ibas a clavar de todas formas, ¿no?.
—Has pensado bien.
Me estudió con detenimiento. Observó mi vestimenta: una camisa blanca y una falda floreada que saqué del tendedero de una mujer. Luego pasó su vista a mis pies descalzos para finalmente detenerse en mi rostro. Me vi en sus ojos: una chica bastante guapa, con ojos de un color gris casi plateado, el cabello largo y despeinado, los labios rosados y de delicadas facciones.
—Ondina.
Lo miré horrorizada. Él puso su mano sobre mi cuchillo, cortándose y se adueñó de él. 
—¿Qué eres?.
—¿No me reconoces, Ondina?.
Una especie de remolino se alzó a nuestro alrededor.
—Nuberus.
Este tipo de seres elementales del aire, eran de lo más imprevisibles. Tenían una capacidad increíble de crear tormentas, lluvia, nieblas, incluso remolinos y lo hacían porque lo disfrutaban.
—No has tardado tanto en darte cuenta, Ondina. ¿A qué nombre respondes?.
— ¿Por qué debería decírtelo?.
Tosí porque el polvo del remolino se intensificaba cada vez más. 
—Me llamo Elaf. 
—Mis hermanas me dicen Leda.
Tomó mi mano entre las suyas y la besó.
—¿Qué haces aquí?.
—Estoy buscando especias para un ritual. ¿Qué ha pasado con el dueño de la tienda?.
Se rió sonoramente. Por un momento temí que aquél ser también intentara matarme o dañarme.
—Te refieres a mi tío. Vine de visita por navidad y me dejó a cargo su tienda mientras iba a la ciudad a hacer unas compras.
—¿De dónde vienes, Nuberus?.
—De la ciudad. Un lugar donde nadie cree ya en los seres elementales ni en la magia. Un lugar donde puedo vivir en paz, sin temer que nadie sepa de mi existencia. No es un mal lugar, Leda. ¿Alguna vez has salido de este pueblo?.
Meneé la cabeza en silencio. La descripción de la ‘ciudad’ me llenó de curiosidad pero tenía otras cosas que hacer y seres que dependían de mí así que corté la charla.
—Bueno, necesito algunas especias y me voy. Así que, me ayudas o lo tomo a la fuerza. 
Elaf se apoyó contra la pared y me mostró una sonrisa torcida, que revelaba sus dientes blancos como la espuma de la cascada.
—Para ser una ondina no eres tan pacífica.
—Soy diferente. 
Pese a mi forma de tratarlo, me ayudó a buscar todo lo que necesitaba y me pude ir pronto.
—Vuelve cuando quieras, Leda. Si tienes preguntas, estaré aquí hasta que termine navidad.
Asentí distraída y me fui caminando con paso rápido rumbo a mi hogar. 
Mis hermanas me recibieron con rimas y risas, como siempre. Apenas llegué empecé a practicar los rituales. Debía apurarme, después de todo, dentro de dos días era navidad.

***

Al otro día volví al pueblo con la excusa de que se me habían acabado las especias. Me lo encontré detrás del mostrador, leyendo.
—Elaf.
—Has vuelto, querida Leda. ¿En qué te puedo ayudar?.
—Cuéntame más.
Pasamos cerca de dos horas hablando, él me contaba sobre el mundo exterior, las personas, cosas que había visto y que yo no vería jamás. Yo le contaba sobre mi vida en la cascada, los rituales, las cosas mágicas que sucedían allí.
Pasaba el tiempo y parecía que jamás se fueran a acabar los temas de charla. Hasta que tocamos un tema especial: el amor.
—¿Alguna vez lo has sentido, Leda?.
—Jamás –Acompañé la negación con un firme movimiento de cabeza.
—¿Nunca has sentido esa sensación de estar en las nubes, sentir que dentro de ti un millón de pájaros han hecho su nido, de ver a una persona y saber que es tu mundo, que sin esa persona no podrías vivir?, ¿nunca lo sentiste?.
Rebusqué en mi interior, tratando de encontrar alguna relación que definiera ese sentimiento pero no había nada. Lo más parecido era la relación que había tenido con mis padres antes de que una corriente los arrastrara hacía el fondo del océano. Después de eso, las ondinas se hicieron cargo de mí. 
—¿Alguna vez te sentiste atraída hacía alguien?, ¿alguna vez besaste a alguien?.
Sus preguntas estaban logrando hacerme sentir incómoda. Me sentía como una inexperta, siendo que una ondina jamás debería sentir eso. Las ondinas debían cuidar su ecosistema y nada más. 
Me levanté del suelo, donde estaba sentada, y me detuve frente a Elaf. 
—Calla.
—Pero...
Acerqué mis labios hasta su boca y lo silencié. Su lengua se abrió paso en mi boca e inició un baile con la mía. Deslicé mis manos por su cuerpo hasta llegar a su cabello y desordenarlo. Sus manos sujetaron mi cintura firmemente para luego acariciar mi cabello y mi espalda, aquel lugar donde deberían estar mis alas si fuera una ondina de los vapores. 
Una serie de imágenes interfirieron en mi cabeza, como una danza extraña y antigua. Lo vi a él, parado frente a mis hermanas y a mí, intentando convencerme de hablar con él en privado. Concentré mi atención en esa imagen del futuro que me enfocaba, una especie de niebla me rodeaba y en mi espalda estaban unas brillantes alas celestes, del mismo color que los ojos del nuberus. Mis ojos eran fríos como el hielo y mis facciones, aunque seguían siendo hermosas, estaban endurecidas. El cabello estaba corto hasta los hombros y ondeaba desordenado a mí alrededor, enmarcando mi rostro.
Un tumulto de gente nos rodeaba, vestidos de rojo y verde con comida y regalos en la mano, obviamente estaban celebrando.
—Las hadas reinas no nos mezclamos con nuberus.  
Las imágenes me abandonaron y con la firme certeza de que algo más faltaba, me metí en su mente. La distorsioné de tal forma que terminara creyendo que esa noche iría a la fiesta de navidad en la cascada, cuando yo sabía que él de otra forma jamás iría. Presentía que esa noche sería especial.
Nos separamos para tomar aliento. Me dedicó su sonrisa torcida de siempre, esa que tanto me gustaba.
Su mano acarició mi rostro.
—¿Por qué lo has hecho, pequeña?.
Me encogí de hombros. Jamás le diría la verdad.
—Siempre hay que probar cosas nuevas.
Prometió que esa noche iría a la fiesta. 
En la cascada, mis hermanas me esperaban ansiosas para que las sometiera al ritual. Lo más rápido que pude, les generé el lazo que las permitiera alejarse de la cascada pero siempre volver. Ya había terminado con todas cuando se acercó Saya.
—Muy bien hecho, Leda. Ahora es momento de que me conviertas en Reina.
La mano que tenía en la espalda me mostró un cuchillo mucho más filoso que el mío. Sin piedad, me lo clavó en el corazón.
—Seré una buena soberana, hada reina Ledani.
Su cuerpo quedó inmóvil y luego se fue. Salí corriendo hacía el exterior donde todos me observaban, incluso Elaf que estaba muy guapo con su esmoquin negro. Se acercó despacio hasta donde estaba yo, como congelada en el borde del lago y me besó en los labios.
—Es una lástima que una reina tan joven deba morir. 
Las imágenes se agolparon en mi cabeza, enseñándome momentos de mi vida que había olvidado. Siempre había sido la reina, mi prometido era Elaf aunque lo engañaba con un silfo, aquellos seres que eran hadas masculinas y controlaban el movimiento de masas de aire, y la noche de navidad sería cuando cediera mi lugar a una nueva reina: Saya.
Todas las certezas que creía tener, eran mentira. 
—De tanto alterarnos la cabeza a todos, te la terminaste alterando a ti misma, Ledani.
Recordé el día de mi coronación, había sido hacía tanto, tanto tiempo que ya nadie lo recordaba. Todo lo que había pensado que era el presente, eran recuerdos y lo que estaba viviendo ahora era el futuro que había visto en la mente de Elaf.
—Elaf –dije mientras sostenía su mano entre las mías, él me tenía agarrada entre sus brazos ya que no podía sostenerme en pie por mi misma—, la charla en la tienda, ¿pasó de verdad?.
—Sí, Leda. Hay cosas que pasaron de verdad.
Respiré con dificultad. La gente del pueblo entonaba villancicos a lo lejos, llegaban tarde a la celebración, llegaban tarde para ver morir a la reina hada.
—Entonces quiero que sepas que sí sentí amor durante mi vida. Lo sentí por ti.
Solté el último respiro que quedaba en mi cuerpo cuando me largaron a la cascada y desaparecí en su interior, en aquel lugar donde sólo iban aquellos que estaban preparados. 




5 comentarios :

Marijose dijo...

Oh, que bonito!
Triste, pero bonito.

Blueberry (Susan Valecillo) dijo...

Muy Lindo *-*

Aish, espero terminar el mío hoy, apenas voy empezando y ya se me viene el 1ro del mes encima xDD

Un Beso Dulce!!

Susan.

Eli dijo...

Concuerdo con Marijose, ha sido un relato muy bonito y me ha gustado el tema a tratar, no es muy común leer relatos dedicados a ondinas y eso me ha gustado mucho.

Un beso

Anónimo dijo...

Gracias :3 en serio. Yo siempre soy muy temerosa con lo que escribo, así que les agradezco mucho sus palabras :)
Un beso!

D. C. López dijo...

Una historia extraña... Diferente, original y por lo tanto, muy llamativa y te atrapa al poco de comenzar a leerla.

Confieso que nunca leí sobre estos seres mitológicos, y no me arrepiento de haberlo hecho ahora. Sin duda alguna, he disfrutado con la lectura.

Gracias guapa por participar en este proyecto y haber sido tan puntual con la entrega. Saludos!!!