domingo, 27 de noviembre de 2011

RELATO Nº8 PARA LA ANTOLOGÍA NAVIDEÑA (Paranormal) by Eli

Regalo de Navidad; un amigo invisible


Las pequeñas embusteras blancas caían copiosamente al otro lado de la ventana, haciéndome pensar que se trataban de diminutos trozos de algodón, pero desde luego, como demostraba una abrigada Jane, no eran tal cosa. Su pequeña cabecita de seis años se alzaba, mostrando una pequeña nariz colorada por el frío mientras los abundantes copos de nieve se posaban en la piel que el abrigo, la bufanda y el gorro dejaban al descubierto, para un momento después fundirse al caer sobre el calor de su tez. De pronto, Brian la empujó por la espalda y los dos cayeron al suelo acolchado. Ambos eran muy parecidos, con el cabello de un rubio casi blanco, ojos muy azules y dos hoyuelos en las mejillas que aparecían con sus muchas y anchas sonrisas.
El problema de tener hermanos gemelos es que siempre están incordiando, no dejan ningún minuto de paz, ningún segundo de silencio. Supongo que podría soportarlo con toda la entereza que posee una buena hermana mayor si solo fueran ellos, pero con Berta, una inestable preadolescente y con Roy, un preadulto con mentalidad de chaval de quince años, las cosas se vuelven más difíciles. Jamás entenderé esa costumbre que tienen mis padres de repetirme una y otra vez que las responsabilidades son de todos los miembros de la familia, que todos debemos ayudar y sacrificarnos por nuestro pequeño bien común, cuando estas reglas parecen atañerse solo a mi persona.
Soy la segunda de los cinco, Roy es el mayor, y por mucho que mi madre diga que el que sea un chico no influye, soy yo la que termina limpiando los baños y no él. Pronto cumplirá los veinte años, el día 6 de diciembre, quedan seis días para eso. Algo curioso en nuestra familia es que todos mis hermanos han nacido el día 6, de distintos meses, pero siempre el día 6. Jane y Brian nacieron el 6 de marzo, Berta el 6 de septiembre y Roy el 6 de diciembre. Yo soy la excepción, nací un 7 de Mayo. Es como si no estuviera en la misma onda por un poco, por un error. Todos se llevan bien y en armonía, pero yo siempre terminó excluida de la camadería que los incluye a todos, incluso a Roy, supongo que por lo infantil que es. Yo simplemente soy la seria Inma, o la aburrida Inma, o la pesada Inma.
La puerta de la entrada se abrió y los gemelos entraron corriendo, dejando la alfombra de la entrada húmeda por los restos de nieve. Mi padre entró detrás de ellos con los ojos puestos en el periódico, sus gafas caían sobre su nariz a punto de caerse, pero él no les prestaba atención. Mi padre era muy distraído y siempre estaba pendiente de otra cosa, mi madre era más organizada y no dejaba de intentar controlar todo; como éramos muchos recurría a mí a menudo. Era miércoles y los niños volvían del cole, Berta venía del instituto y la traía el autobús. Roy y yo no teníamos clase en la universidad, nuestras vacaciones eran más largas.
—Jane, quítate el abrigo y Brian, no dejes los zapatos tirados por la cocina –les ordené. Obviamente no me hicieron mucho caso.
Mamá llegó pocos minutos después con la compra y se adentró en la cocina para hacer un delicioso asado. Yo seguí en mi sitio junto a la ventana que daba con el patio delantero, observando caer la nieve. Habían pasado unos cinco minutos cuando un coche rojo aparcó en frente de mi casa llevando en su interior un grupo de ruidosos jóvenes. Roy se bajó y después de desprenderse de los brazos de una chica trotó hasta la entrada de casa. La puerta se abrió con un gran estruendo y Roy entró.
—Hola a todos, ¡ya ha llegado el rey de la casa! –exclamó risueño. Brian y Jane corrieron hacia él y se colgaron de sus piernas.
—Yo soy el rey, no tú, Roy –replicó el pequeño.
—Por supuesto colega, tú mandas –le dijo al niño levantándolo con un brazo. Mamá les dijo que fuesen a lavarse las manos y las cuatro manitas dejaron en paz a Roy. Con su atención libre se dispuso a atormentarme a mí. En pocos pasos se acercó y me rodeó con sus brazos, juntó su mejilla a la mía y frotó su barba incipiente sobre mi piel.
— ¡Roy, quita de encima! –le rogué tirando de su pelo claro.
— ¿Quién está de cumpleaños? Ya veras, hermanita, la mejor fiesta, repito, la mejor fiesta del mundo para Rey-Roy. Familia por la tarde, desmadre por la noche, sí señor. ¡Una gran bienvenida al inicio de la veintena! –después de terminar de gritarme al oído me dejó en la ventana frotándome la mejilla dolorida y sonrosada.
Rey-Roy, como se había autobautizado mi hermano, estaba deseoso de su súper fiesta; yo desde luego, no estaba de acuerdo. Jamás había celebrado un cumpleaños, al menos no después de los doce años. Roy, por el contrario, adoraba todo tipo de festejos, irse de bares, chicas, alcohol… todo ello era la salsa en la que tanto le gustaba nadar. Por mi parte, yo prefería una noche relajada, un buen libro, una película tranquila, comer palomitas… algo aburrido y ñoño. No tenía amigos, a diferencia de mi hermano, que atraía a la gente como miel a las moscas. Tampoco los quería, no me hacían falta.
—Sí, Roy, tu fiesta será la mejor –aceptó mi madre entre risas. Su voz llegaba desde la cocina y yo sabía que Roy sostenía su mano con un gesto galante, siempre se comportaba como un gran caballero cuando quería convencer a mamá de algo. Está demostrado que funciona.
***
—… ¡y siempre lo será! –escapé del gran gentío que coreaba la letra de la canción subiendo sigilosamente las escaleras. Ese era el último bis y no quería presenciarlo. Estaba harta de tanto griterío. El cumpleaños de Roy había sido todo lo que él había querido y más, y todavía no había pasado lo mejor. Ahora venía la fiesta de verdad, a la que por supuesto no asistiría. A esa mi madre no me podía obligar a ir.
Llegué a mi cuarto y cerré la puerta detrás de mí y eché el cerrojo por si acaso a Roy se le ocurrí la idea de llevarme con él y sus  amigotes. El sonido de un claxon  resonó en la calle tranquila alcanzando mi ventana. Me acerqué y aparté la tela pálida de las cortinas para poder observar lo que ocurría en el exterior. Malcom Stone había venido con su BMW a buscar a Roy para la fiesta. Me descubrió mirando y me mandó un beso. Enfadada cerré la cortina y me aparté de la ventana. Me senté en la vieja mecedora que la abuela Glen me había regalado y me tapé con una manta. Últimamente los días eran muy fríos y ni la calefacción apartaba la gelidez de mi piel.
Me sentía triste y deprimida. Solía sentirme así a menudo, sola e incomprendida, pero el día del cumpleaños de Roy la sensación se intensificaba. Yo nunca había tenido amigos, ni de pequeña. Muchas veces me había detenido a pensar por qué era así, por qué no me relacionaba con nadie. La verdad es que en dieciocho años no lo había descubierto, era como si yo permaneciera en otra dimensión. No conseguía sentirme cómoda con la gente, no podía divertirme con las demás personas de mi edad porque no encontraba divertido hacer lo que ellos hacían, tampoco podía fingir que me interesaban sus conversaciones banales, ni me gustaban esos grupos ruidosos o las canciones que invitaban a moverse voluptuosamente. Sencillamente me limitaba a observar en silencio lo que sucedía a mi alrededor, jamás había sido capaz de participar en eso que yo denominaba circo.
Una vez lo intenté, fui a una de esas fiestas a las que iba Roy. Me sentía fuera de lugar con ese estúpido vestido que me había prestado Melissa, la chica con la que Roy salía a veces. Ahí fue cuando Malcom apareció. Se sentó a mí lado y consciente de mi malestar me ofreció ir a un sitio más tranquilo; me llevó al piso de arriba de la casa que era de un amigo suyo y me ofreció algo de beber. Yo rehusé, pero él insistió. Dijo que esa era la única manera de soportar estar en un lugar así, ya que tarde o temprano tendríamos que bajar y yo volvería con Roy a casa, que, por lo que sabía disfrutaba de esos lugares hasta altas horas de la noche, por lo tanto, todavía me quedaban unas horas hasta volver a mi casa. Bebí lo que me daba repetidas veces, perdí la cuenta de las copas y recuerdo que no podía dejar de reírme. Entonces me di cuenta de que Malcom estaba muy cerca, empezó a  halagar mi cabello castaño, mi piel y mis labios, entonces pasó a besarme y yo le dejé, pero me puse nerviosa cuando sus manos subieron mi vestido y me tocaron los muslos. La voz de Roy que me llamaba interrumpió la escena y yo aproveché la distracción de Malcom para huir de ese lugar. Le rogué a Roy que me llevara de vuelta a casa y él al verme tan nerviosa aceptó. Insistió en saber si me había pasado algo pero no le dije nada y nunca se lo diría. Estaba claro que la gente no era para mí. Yo jamás podría tener un amigo.
Mis estúpidos ojos se humedecieron y cerré los párpados, me arropé más con la delicada manta y me quedé dormida.
***
—Dios mío, Dios… esto no me puede estar pasando. No… estoy soñando, sí, eso es… claro Aidan, esto es un sueño, uno muy raro y real… ¡Maldita sea! –una voz masculina y enfurecida  se adentró en mi mente y despejó el sopor en el que estaba inmersa.
Abrí los ojos y paseé mi mirada por la habitación. No había nada. Me levanté y dejé que la manta resbalara por mi cuerpo y quedara tendida a mis pies. Froté mi ojo derecho y bostecé cuando me dirigí a la ventana. Aparté la cortina y observé la calle. Todo estaba oscuro ya, solo las farolas que seguían el camino de la acera iluminaban la carretera y las casas situadas al otro lado de esta. Mi habitación también estaba en penumbra y me volví para volver a echar un vistazo al cuarto. No había nada ni nadie, seguramente había estado soñando y por eso había oído voces… bostecé y me desperecé. Era la una de la madrugada y tenía hambre. Bajaría a la cocina a por algo para picar y luego me metería en cama. Todavía llevaba puesta la ropa, un pantalón de tela vaquera y un jersey de lana, color beige.  Un bostezo después me lo quité y lo tiré al suelo. Al hacer esto oí un ruido que parecía cercano a mí, me quedé quieta agudizando el oído, ¿de verdad había escuchado algo? ¿O había sido solo cosa de mi imaginación? Dormir a deshora me había sentado mal… Me deshice del resto de la ropa y me paseé por la habitación en ropa interior. Abrí el armario y no encontré el pijama que quería, seguramente estaría en la cesta de la ropa limpia, en el piso de abajo… Cogí mi bata de gatitos rosa y tras ponérmela apresuradamente volé hacia las escaleras.
Toda la casa guardaba silencio y fui encendiendo luces a mi paso. Llegué a la habitación que mi madre había adjudicado a la limpieza y preparación de la ropa y tras desdoblar todas las prendas sobrantes encontré mi pijama favorito. Me lo puse rápidamente, pues hacía frío y luego me abrigué con la bata.
Bien, ahora a por algo para picar. Esa noche no había cenado y mi estómago reclamaba algo con lo que entretenerse. Lo cocina estaba ordenada y pulcramente limpia, mi madre ya se había encargado de arreglar todo. Abrí el refrigerador y observé lo que contenía. Nada apetecible… ah, un yogur de nata y chocolate, el único que quedaba. El muy glotón de mi padre se los comía todos antes de que a los demás nos diese tiempo a catarlos. Feliz por primera vez en ese día cerré de un golpe la puerta de la nevera, pero esta rebotó hacia atrás con un grito.
Me giré y observé qué ocurría. ¿De dónde demonios procedía ese grito? ¿Por qué no dejaba de oír voces? Vacilante alcé la mano y como un zombi caminé hasta la nevera.
— ¿Hay alguien ahí? –pregunté desconcertada.
— ¿Si te dijera que sí, que pensarías? –preguntó una voz desde algún punto cercano a mí. Me quedé congelada pensando las posibilidades que había de que en mi casa hubiera un fantasma. Era la misma voz que había escuchado antes, una voz de hombre que sonaba frustrada.
— ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Dónde estás? –pregunté ahora frenética. El envase que contenía el yogurt estaba cediendo debido a la presión que ejercía la mano que lo sostenía. Me giré y busqué a la persona que había dicho esas palabras, pero no hallé nada.
—Eh, tranquila. Caray, cuantas preguntas… ¿No crees que primero estaría bien una disculpa? Ya sabes, por intentar meterme en tu frigorífico con un empujón mortal.
—¿Qué estás diciendo? ¿Eres un fantasma? ¿Por qué no puedo verte? ¿Qué haces en mi casa? –mi tono de voz subía en agudeza con cada pregunta.
—La verdad es que no sé responder a ninguna de esas preguntas.  No estoy seguro de ser un fantasma, no recuerdo nada, solo que me desperté en el suelo de tu cuarto. Tampoco sé por qué no puedes verme, ni por qué mi imagen no se refleja en tu espejo…todo esto es de lo más extraño, la verdad. Creo que estoy soñando, esto se parece a un sueño mío…
 —¿A un sueño tuyo? Pues no se parece a uno mío, jamás he soñado hablar con una persona invisible.
 —¡Yo no soy invisible! –me interrumpió esa voz que ahora sonaba más cerca —. Que tú no puedas verme no quiere decir que… —se detuvo cuando ambos oímos abrirse la puerta de la entrada.
Pronto vi como Roy y Malcom llegaban por la cocina. Eran muy ruidosos, no paraban de reír y de hablar de algo que no entendía.
—Inma, ¿qué haces levantada? –preguntó Roy al verme en la cocina abrazada a mi yogurt.
—Quizá está recibiendo una visita, me ha parecido escuchar la voz de un hombre. ¿Quién sabe Roy? Quizá tu hermana no sea tan santa como parece –dijo con malicia un Malcom despeinado.
— ¿Vosotros habéis oído o visto a algo o a alguien? –les pregunté mordazmente mirando a mi alrededor. Lo decía para callar a Malcom pero esperaba que me respondieran. Necesitaba alguna prueba de que no estaba loca, y por una vez Malcom había hecho algo útil.
—Pues no, ver no hemos visto a nadie, pero yo escuché la voz de un chico. Seguramente ya esté escondido en algún armario.
—Vale ya, Malcom, mi hermana no es como la tuya –replicó Roy ahora serio—. Vuelve a la cama, Inma, pareces cansada.
—Sí, que lo pases bien Roy… —me despedí distraídamente, mientras caminaba con los ojos bien abiertos buscando la imagen del chico con la que había hablado. Si de verdad había pasado debía tratarse de un fantasma, quizá por eso yo era rara, porque podía ver a los muertos… pero nunca me había pasado con la abuela Glen…
Me encerré en mi habitación y observé cada rincón iluminado por la luz eléctrica. No había nada.
—¿Sigues ahí? –susurré.
—Por supuesto. ¿Quiénes eran esos?.
—Diablos ¿Dónde estás? Esto es lo más extraño que he hecho en mi vida…
—Estoy sobre la cama, frente a ti. Sé que uno era tu hermano, pero ¿y el otro?. Parecía estúpido.
—El amigo de mi hermano… ¿por qué no pueden verte?. Y no me digas que no lo sabes, algo tendrás que saber, digo yo. ¿Naciste así?.
—Claro que no, ya te he dicho que me desperté aquí y no aparecía en el espejo. Pero yo puedo verme, es decir, veo mis manos y mi ropa… no sé por que no puede verme la gente… y tampoco por qué no recuerdo que estaba haciendo antes de despertar aquí.
— ¿No sabes que te pasó antes de despertar aquí? ¿Qué es lo último que recuerdas? –le pregunté sintiéndome extraña al no saber bien donde mirar.
—Solo recuerdo salir de clase y nada más.
— ¿Y si… bueno, y si estás muerto? Eso lo explicaría todo –comenté intentando ser delicada.
— ¿Crees que soy un fantasma? ¿Te parece que esté muerto? –definitivamente no había sido lo suficiente delicada, porque su tono transmitía enfado. De pronto sentí como algo tiraba de mí hacia la cama, hasta dejarme tumbada sobre ella—. No sé tú, pero creo que un fantasma no soy. Puedo tocar todo lo que quiera, y oír y ver, y sentir. Lo que pasa es que los demás no me pueden ver, pero por lo que escuché abajo, si pueden oírme.
—Pues si no estás muerto ya me dirás por qué eres invisible ¿bebiste plutonio fundido? Pero aun así, no se explica que estés aquí… ¿por qué no te vas a tu casa? Seguramente allí estés mejor y puedas averiguar que te sucede –le dije duramente mientras me incorporaba. Desde luego fuerza sí que tenía, era muy poco probable que él fuese un muerto y yo una vidente.
—No creas que no lo he intentado, pero no puedo salir de aquí. Y no, tampoco se por qué razón.
—Pues mientras lo descubres… yo voy a dormir. Esto todo es de locos –me metí en cama y me tapé con las mantas. Mañana sería un nuevo día y todo volvería a la normalidad. Dormir pensando en cosas deprimentes me había aturdido y ahora oía a un chico que decía que era invisible, menuda imaginación tengo cuando quiero. Bostecé y apagué la luz.
—Genial, ahora sí que me siento invisible –ante este comentario me sentí ligeramente culpable, pero ignoré el sentimiento y vi como mi mecedora se sacudía y las cortinas se abrían solas.
— ¿Estás sentado en la mecedora? –murmuré asombrada por lo que acaba de ver.
—Sí ¿puedes verme? –preguntó la voz esperanzada.
—No, solo el movimiento de las cortinas –admití con la vista fija en la mecedora.
—Oh.
Nos quedamos unos minutos en silencio y entonces pensé que estaría bien hablar un poco con él para que no se sintiera muy mal.
— ¿Por qué esto sí se parecía a uno de tus sueños? ¿Sueñas a menudo con ser invi… con que nadie te pueda ver?
—No, pero sí con chicas ligeras de ropa –comentó con soltura. No entendí su comentario, ninguna de las chicas había venido con Malcom y Roy, así que ¿a quién había visto ligera de ropa? De pronto enrojecí.
— ¿Tú estabas aquí cuando me cambié de ropa? –le exigí una respuesta.
—Más o menos sí. Me gustan tus uñas de los pies pintadas de negro.
—No tengo las uñas de los pies pintadas –le repliqué aun más furiosa.
— ¿No? Supongo que estaba más ocupado mirando otras partes de tu anatomía –dijo maliciosamente y supe que estaba sonriendo. Con un movimiento rápido cogí uno de los cojines que tenía bajo la cabeza y lo tiré hacia la mecedora. Certeramente el cojín rebotó en el aire y cayó al suelo, llevando consigo un gemido de dolor.
—Buenas noches, Mr. Invisible.
***
La luz me cegó al abrir los ojos, dejar la persiana subida no había sido una buena idea. Parpadeé varias veces hasta enfocar bien y quise incorporarme, pero algo me detuvo. No había nada, pero algo oprimía mi estómago y no me dejaba levantarme, era como una fuerza invisible… ¡el chico invisible! ¿Y si seguía ahí? Moví mi mano sobre las mantas que me cubrían y al llegar al estómago tropezó contra un muro, uno peludo, era como tocar a un perro. Con fascinación dejé a mi mano continuar sobre esa superficie que no podía ver. El pelo desapareció y dio lugar a una superficie cálida y áspera, era como estar tocando la cara de alguien. Era de lo más extraño ver a mi mano flotar en el aire, parecía que estuviera haciendo el idiota.
— ¿Inma? –la voz de Roy me apartó de mi ensimismamiento y levanté la vista para encararlo. Solo llevaba un pantalón de pijama y su pelo se aplastaba por un lado y se levantaba por otro—. ¿Qué estás haciendo?
—Nada –contesté rápidamente escondiendo mi mano bajo las mantas—. Creo que hoy me quedaré un rato más en cama, no me siento muy bien –le mentí.
—Esto… oye, siento lo de ayer. Malcom había bebido y, bueno, él es… ya sabes –movió nerviosamente la botella de agua que tenían en las manos y miró el suelo—. Yo sé que tú no eres como las demás chicas, que jamás meterías a un chico en casa, y me alegro. No me gustaría que fueras como ellas.
Vaya, esto no me lo esperaba. Mi hermano diciendo que le parecía bien que fuese antisocial. ¿Qué pensaría si pudiera ver al chico tumbado en mi cama? Cuando pensé en él sentí como algo se removía sobre mí. Se había despertado. Roy creería que estaba viendo visiones si veía que las cosas se movían solas.
—Ah, gracias Roy. Eres un buen hermano, espero que te lo hayas pasado bien en la fiesta. Te ves cansado, deberías volver a la cama –le sugerí nerviosamente alzando la voz para que el chico se diese cuenta de nuestra situación. Gruñó ligeramente y yo tosí para disimular el ruido. Sentí como se incorporaba y se apoyaba en mi pecho, como si del respaldo de una silla se tratase. Cuando Roy saliera del cuarto me las pagaría.
—Gracias, Inm, tú también eres una hermana estupenda –Roy sonrió y se acercó a la cama. Mi cuerpo se tensó y vi como mi hermano subió a la cama y se acercó a mí. En mi interior rezaba para que no tocara ninguna parte del cuerpo del chico. Por suerte no fue así y pudo besar mi mejilla sin que nada anormal sucediera. Le di una sonrisa nerviosa antes de que saliera.
El alivió recorrió mi cuerpo y sentí una respiración en mi mejilla derecha.
—Por qué poco. Casi se pone encima de mí –dijo la misma voz impertinente del día de ayer.
—Hablando de estar encima de alguien, ¡aparta! –lo empujé y él se deslizo fuera de mi regazo—. ¿Se puede saber qué hacías en mi cama?
—Hacía frío y no quise meterme bajo las mantas para que no me acusaras de depravado. He sido todo lo caballero que he podido estando tan congelado… No puedo creer que me siga pasando esto… sigo siendo invisible y sin entender que hago aquí.
—Deberíamos buscar a tu familia para que puedas hablar con ellos. Tienes que probar a salir de esta casa, quizá hoy sí puedas. Dime como te llamas y donde vives –le ordené mientras me levantaba y tomaba de mi escritorio un bloc de notas.
—Me llamo Aidan y vivo… vivo… —el tono de su voz se fue apagando—. Dios, no recuerdo donde vivo –admitió horrorizado.
—Esto es peor de lo que pensaba… Tenemos que averiguar que te sucede, quizá algún médico pueda ayudar.
— ¿Estás loca? Me diseccionarían. No, esto va por otro lado. ¿Y si de verdad estoy muerto? No recuerdo nada… no lo entiendo.
—Tranquilo, seguro que pronto descubrimos lo que te está pasando –le aseguré tratando de tranquilizar esa voz asustada.
Era miércoles y todo debía funcionar como siempre. Yo vestí y peiné a los gemelos, apuré a Berta a terminar el desayuno y luego los acompañé al autobús. Papá y mamá ya se habían ido temprano a trabajar y Roy y yo nos quedábamos en casa. Como le prometí al chico invisible, ahora Aidan, intentamos salir fuera de casa y la verdad todo fue muy poco emocionante. No ocurrió nada, él pudo seguirme perfectamente. Compré el periódico y buscamos alguna noticia relativa a alguna muerte de un joven. Hallamos dos, una por un atropello y otra por un suicidio. No ponían nombres ni daban indicaciones, todo era de lo más ambiguo y lo peor era que Aidan no recordaba absolutamente nada. Paseamos por los lugares donde habían muerto esos dos jóvenes, uno era a la salida de un pequeño café y otro en el paseo marítimo. Aidan no reconoció el paseo pero sí la cafetería. Entramos y pregunté a la camarera si conocía a un tal Aidan. Para nuestra sorpresa dijo que sí.
—Sí, era un chico que solía pasar aquí alguna tarde. Era muy educado aunque no dejaba mucha propina. Era un buen chico, es una lástima lo suyo –me explicó la chica que tenía el pelo pintado en un color rosa igual que el del chicle que estaba mascando.
— ¿Lo suyo? –pregunté como algo casual.
—Sí, murió hace un par de semanas, lo atropelló el tren. Algunos incluso hablan de suicidio.
— ¿Lo han dicho sus padres? –me aventuré a preguntar en tono bajo mientras era muy consciente de la respiración agitada de Aidan en mi nuca.
—No, no tenía padres, creo. Annie dijo que le dijo su hermano Nil, que iba en su clase, que vivía solo. Tenía una tía abuela que vive en una residencia, pero por lo demás no existe más familia suya, al menos no conocida. Claro que eso según Nil, que la verdad tiene más de cuentista que de otra cosa. Una vez me dijo que su tío abuelo por parte de padre…
Sin esperar a que terminara su historia salí del Café con Aidan detrás. Se hacía difícil caminar por la calle cuando sabías que él tenía que esquivar a todo el mundo.
 — ¿Estás bien?
—Todo lo bien que puedo estar después de que me atropelle un tren. No lo entiendo ¿Soy un fantasma? ¿Por qué estoy aquí? ¿Y por qué en tu casa? –su voz sonaba confusa y alarmada.
—Será mejor que volvamos a casa. Allí podremos pensar.
Así lo hicimos y después de intentar en vano que comiera algo de comida que había llevado a mi cuarto, lo dejé reflexionar. Sabía que estaba en la mecedora porque esta se movía acompasadamente. Intenté pensar en algunas posibles explicaciones con respecto a lo que le sucedía, pero nada lógico venía a mi cabeza.
El día siguiente siguió callado y marchito, nada que ver con la dinámica imagen que me había hecho de él cuando lo conocí. Al cabo de varios días de silencio y retraimiento se aventuró a probar unos bombones que mi padre me había traído sabiendo que eran mi perdición. Aidan me aseguró que no sentía hambre nunca, ni sed, ni ganas de ir al baño, pero le apetecían los bombones. Además, quería saber si podía comer algo. Efectivamente su cuerpo funcionaba bien en ese sentido, pero seguía siendo invisible. Creo que llegó un momento en que después de darle tantas vueltas y sufrir tanto, empezó a resignarse. La Navidad se acercaba y los gemelos lo hacían notar. Yo pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en mi cuarto y mis padres se empezaron a preocupar, pero los espanté pidiendo mi espacio y argumentando que nunca se entrometían en la vida de Roy.
Aidan me acompañaba todo el tiempo y en seguida empezamos a llevarnos mejor. A él le gustaba alguna música que yo escuchaba y tenía una gran opinión política, sabía defenderla tanto que lograba convencerme totalmente. En cuanto a las películas discrepábamos enormemente; él optaba por las de terror y yo por las históricas. Había días en que me sorprendía el despertar con alguien al lado. En ocasiones mantenía mis ojos cerrados, así podía imaginar que él estaba allí, pero al abrirlos no veía nada y parecía que era todo cosa de mi imaginación. Desde luego solía preguntarme a menudo si Aidan existía realmente o era solo un producto de mi mente, algo así como un amigo invisible. No había querido tocar el tema por miedo a herirle, pero todos los días me preguntaba qué pensaba hacer. Él no parecía pensar en el hecho de que probablemente estaba muerto y que no había una razón lógica para explicar el que fuese invisible, y lo más extraño, el hecho de que siempre estaba en mi casa.
—Aidan –le dije mientras me ayudaba a poner el árbol de Navidad—. ¿No crees que ya es hora de que reflexionemos sobre lo que te pasa?
Él no contestó inmediatamente y siguió colocando las bolas rojas. Quería darles una sorpresa a los pequeños cuando llegaran y pensé lo mucho que disfrutarían de poder ver lo que yo; pequeñas esferas encarnadas flotando en el aire como por arte de magia.
—No estoy del todo seguro de por qué soy invisible, pero sé por qué estoy aquí y para qué –contestó finalmente—. No recuerdo apenas nada de mi vida, pero pienso que no había mucho para recordar. Tampoco puedo decir que mi muerte esté clara en mi mente, pero no me hace falta.
—Si sabes para qué estás aquí ¿Cuál es la razón? ¿Por qué en mi casa? ¿Por qué en mi cuarto? ¿Y por qué tú? –di rienda suelta a todas las preguntas que moraban por mi cabeza cada noche mientras el respiraba profundamente a mi lado.
Le oí suspirar y por un ligero ruido supe que se había arrodillado en el suelo a mi lado, junto al árbol artificial.
—Estoy aquí para estar contigo, por eso aparecí en tu cuarto. La razón es simple; ser tu amigo. ¿Por qué yo? No lo sé, pero me da igual. Quizá porque era el indicado, quizá porque yo también estuve mucho tiempo solo ¿Qué más da?
— ¿Me estás diciendo que algún tipo de ser te mandó venir a hacerme compañía? —pregunté entre escéptica e indignada.
—No estoy seguro, no recuerdo nada con certeza.
—Pero eso es horrible, te han obligado a estar conmigo. Dios… —me levanté y dejé todo como estaba.
Mi cabeza daba vueltas. Un chico muerto e invisible había sido obligado por algún tipo de ser (¿ángeles? ¿San Pedro?) a pasar tiempo conmigo.
—Inm, no te pongas así. Yo acepté, a mi me gusta estar contigo. Piensa que soy tu regalo de Navidad –su voz sonaba tierna y dulce, algo que me repugnó.
—Dices que no recuerdas ¿Cómo vas a saber si aceptaste o no? ¿Qué eres, un ángel guardián? ¿Un demonio? ¿¡Qué eres!? –cada vez estaba más histérica ya avergonzada. ¿Tanta pena daba que Dios me había mandando un muerto para que me hiciera compañía?
—Soy tu amigo —sentí su voz muy cerca de mí y luego su mano apartarme el pelo de la cara. Al principio había sido desconcertante, pero él con el paso de los días había empezado a tocarme. Era algo que necesitaba, como un modo de asegurarse de que todavía estaba en este mundo.
—No sé que soy, pero creo que estoy aquí porque por alguna razón morí cuando no tenía que hacerlo y eso me impidió conocerte mientras vivía. Creo que estoy aquí a modo de segunda oportunidad. Nuestra oportunidad.
Respiré agitadamente y no supe qué responder. La conversación había dado un vuelco inesperado y me parecía que Aidan hablaba de algo más que de amistad. Por suerte en ese momento los ruidosos gemelos entraron en casa y gritaron todavía más fuerte al ver el árbol. Mi madre se interesó por mí al ver que estaba ligeramente alterada y Aidan se mantuvo en silencio para no ser descubierto. Subí a mi cuarto y cuando él intentó abrir una conversación lo corté y me encerré en el cuarto de Roy, que pasaría la tarde fuera. No podía hablar con él en esos momentos. Me sentía confundida, emocionada y hecha un lío. ¿Qué pensar? Era más fácil no pensar y punto.
***
— ¡Feliz Noche Buena! –mis padres y tíos gritaron a un tiempo mientras brindaban. Yo me limité a alzar mi copa en silencio y en cuanto pude me escabullí al jardín para disfrutar de un poco de soledad.
Nevaba ligeramente sobre un jardín blanco y acolchado, un temblor me sacudió el cuerpo pero inmediatamente una manta me cubrió los hombros.
—No deberías estar fuera con este frío –me advirtió la voz de Aidan.
Hacía días que no hablábamos, simplemente soportábamos la presencia del otro en un silencio ignorante. Pero ya era hora de que aclarásemos la situación.
—Creo que debemos hablar sobre esto –dije suavemente, mirando el firmamento nevado.
—Supongo que sí, pero yo voto por quedarme contigo –no me reí de lo que me pareció una broma y suspiré al sentir sus brazos a mi alrededor.
—Supongo que voto lo mismo que tú, pero no veo como puede funcionar. No podremos tener una vida normal, es decir –di otro suspiró para insuflarme fuerza y continuar—, tú estas muerto. Eres invisible Aidan, ni siquiera puedo verte a los ojos para decirte esto –las lágrimas desbordaron mis ojos y un sollozo lastimero se abrió paso en mi garganta.
—No, Inma, no pasa nada. Nos acostumbraremos, solo tienes que cerrar los ojos y veras que estoy ahí —su voz también sonaba ligeramente distorsionada, pero toda la fuerza que no tuvo esta, la tuvo su abrazo—. Sabremos convivir y nunca más estaremos solos. Nunca —Sus manos cálidas tomaron mi rostro y lo giraron levemente—. Cierra los ojos.
Le hice caso y sentí sus labios suaves y cálidos borrar las lágrimas que bajaban por mi mejilla antes de besar dulcemente mi boca. Le devolví el beso y subí mis manos por su cuerpo hasta dar con su cuello y atraerlo más hacia mí. Su olor era increíble, una mezcla de sol y mar. En ese momento deseé con todas mis fuerzas haber conocido antes a Aidan. Deseé poder haberle visto sonreír, una sonrisa hecha para mí. Deseé saber de qué  color eran sus ojos, verlos brillar con cada risa y cada carcajada. Deseé tenerle junto a mí para siempre, y aunque no pudiera verle, lo tendría conmigo y él tenía razón; nunca más estaríamos solos.
Cuando nos separamos saltó un fuego artificial a lo lejos. Era el mismo vecino de todos los años, que aprovechaba su antiguo oficio de pirotécnico en cualquier oportunidad y en cada fiesta hacía saltar una pequeña parte de su colección privada de fuegos. Este año era un símbolo de nuestra felicidad.
***
Me revolví en la cama sintiendo que me despertaba poco a poco. Sentí los brazos fuertes y cálidos de Aidan rodearme bajo las mantas y sonreí. Todavía con los ojos cerrados me acurruqué más junto a su pecho y por primera vez en la vida me sentí llena de dicha, segura y protegida.
—Feliz Navidad —me dijo con un susurro y un beso en la frente.
—Feliz Navi… —la palabra se atragantó en mi garganta ante la imagen que absorbían mis ojos.
Sí, una imagen. La de un joven moreno y de increíbles ojos azules que me sonreía tiernamente. Él frunció el ceño ante mi expresión de incredulidad y se contrajo en asombro cuando vio mi mano alzarse hasta dar con su rostro y acariciar la pálida piel de su mejilla.
— ¿Qué…?
—Puedo verte –le interrumpí—. ¡Puedo verte!
Aidan se irguió y se fue directo hacia el espejo. Abrió los ojos como platos al verse y se tocó el cuerpo.
—Ya no soy invisible. Dios mío, ¿qué ha pasado?
—Es mi regalo de Navidad para ti —le dije desde la cama con una gran sonrisa en el rostro. Él saltó sobre la cama y me besó con fuerza mientras reía descontroladamente.
— ¿Inma, estás bien? Me ha parecido oír tu voz muy ronca —gritó la voz de mi madre detrás de la puerta.
—Sí, mamá. Estoy bien, solo un poco acatarrada —le mentí tapando la boca de Aidan con la mano. Ella se dio por satisfecha y continuó su camino.
—Ahora sí que tendrás que presentarme a tus padres, no creo que se sigan paseando tan tranquilos si me ven durmiendo en tu cama —adoré esa broma y lo besé para hacérselo saber.
Si antes me había creído feliz, ahora solo podía pensar en una explosión de emociones dentro de mi pecho. Jamás había tenido un regalo de Navidad tan perfecto como ese. Al final, había merecido al pena haber nacido un 7 de mayo. 

2 comentarios :

Anónimo dijo...

¡Hola! Te envié un e-mail preguntándote como tenía que hacer para unirme al club de las escritoras y bueno, te enviaré las portadas y todo lo demás por e-mail pero aquí te dejaré mis blogs. Tengo un en el que escribo micro-relatos (http://insidegirlblogprincipal.blogspot.com/) y tengo otro blog en el que estoy subiendo una historia que he escrito. Aún no he terminado de subir todos los capítulos pero queda muy poco.
¡Espero que te guten!
Un beso, Inside Girl.

D. C. López dijo...

OMG!, K pedazo de relato!. Comienza de una manera tan misteriosa que te atrapa desde el principio a la espera de averigüar que es o qué le ha pasado al protagonista masculino... Aunque confieso que el final lo encuentro un poco confuso y me dejó con ganas de saber por qué razón él se le aparece a ella y luego, sin más, resucita en carne y hueso...

Por todo lo demás, este relato es una maravilla!!!. Gracias princesa por tu aportación en este proyecto!!