jueves, 1 de septiembre de 2011

EL MEDALLÓN (relato corto de terror)

EL MEDALLÓN



Al fin había encontrado un rato libre en su ajetreada agenda. Últimamente había estado muy ocupada con la nueva campaña publicitaria que estaba organizando. Pronto saldría a la venta un novedoso producto cosmético y tanto ella como su equipo habían sido los seleccionados para promocionarlo. Ahora, después de varias semanas de arduo trabajo, había terminado con el último retoque que faltaba y ya lo tenía todo listo. Mañana mismo se lo entregaría al jefe de su sección y asunto resuelto. Así que, esa noche la tenía libre y podía dedicarla a ella misma. Como eran las fiestas de su pueblo, decidió dar una vuelta y entretenerse un poco. Realmente lo necesitaba y sin dudas, se las merecía.

Anduvo un buen rato, contemplando lo hermoso que estaba todo en esos días festivos, como las calles estaban bellamente iluminadas, como los vecinos sonreían y se mostraban felices. A su vez, los niños corrían de un lado a otro, excitados y ansiosos por que sus padres accedieran a montarlos en cualquier atrayente atracción con la que se toparan... En definitiva, todo era divino.

Cuando ya había recorrido casi todo el recinto ferial y se disponía a regresar a su casa, un puesto feriante que se hallaba casi oculto entre las sombras, le llamó la atención. Algo la incitaba a cercarse allí, a que se aproximara a ese lugar y echara un vistazo. Se dejó llevar por ese impulso y dejó que sus piernas se movieran solas y fueran hacía allí. Un hombre sombrío, con pintas raras que daba miedo, le sonrió mostrándole una hilera de dientes amarillos y podridos. También le faltaba alguna que otra pieza.

Elena, amablemente le saludó y sin poderlo remediar, se sintió atraída por todos los extraños objetos que el misterioso comerciante vendía. Un medallón dorado con apariencia de ser muy antiguo, llamó gran parte de su atención y cuando fue a darse cuenta había pagado una gran fortuna por él. Sin entender muy bien cómo había llegado a comprar aquella joya sin realmente necesitarla, y sin siquiera quererla, regresó a su casa pensando en ello.

Una vez que llegó, se la puso y se acostó a dormir. Ya era muy tarde y estaba agotada de su larga caminata. A la mañana siguiente, el sonido de su teléfono móvil sonando la despertó de golpe. Cuando miró la pantalla para ver quién la llamaba a esas horas tan tempranas se escandalizó al comprobar que era tardísimo. ¿Como era posible que su despertador no hubiera sonado?.

Atendió la llamada con un poco de temor, era su jefe que la llamaba para regañarla por su demora. Habían quedado para verse a primera hora para que ella le entregara el Pen Drive con todo su trabajo de marketing. Después de disculparse, se levantó corriendo y se vistió a toda prisa. Maldijo cuando las medias se les rompieron justo cuando se las estaba subiendo. A toda prisa las sustituyó por otras y están corriendo la misma suerte. Con resignación, tuvo que cambiarse de ropa y en vez de lucir su traje de falda y chaqueta color marrón, tuvo que conformase con unos pantalones de vestir grises y una blusa blanca.

Bajó los escalones de dos en dos y casi se rompe la crisma cuando se le torció el pie y cayó rodando los últimos escalones que quedaban para llegar a la planta baja. Maldiciendo de nuevo por lo bajo, se incorporó notando un pequeño dolor en el tobillo malherido. ¡Que día más malo estaba teniendo!. Cojeando, se fue directa a su despacho en busca de su Pen Drive, pero no lo encontró. "¡Diablos!, ¡si lo dejé aquí anoche, a la vista!", pensó con impotencia. Comenzó a rebuscar entre todos los papeles que cubrían la madera oscura del escritorio y con su nerviosismo y desesperación, no se dio cuenta y volcó el jarrón con flores que la adornaba. Todo el agua cayó sobre el ordenador arruinándolo. ¡Ahora sí que la había fastidiado!, ¡y el Pen  Drive seguía sin aparecer!. En una rabieta descontrolada, pisoteó con fuerza el suelo olvidando su lesión y haciéndose un daño atroz con ese gesto. Cuando oyó algo crujir bajo sus tacones, todo perdió importancia alguna... Con miedo, miró hacía abajo y se encontró con el Pen Drive en el suelo tirado, pisoteado y hecho añicos... Todo su mundo se derrumbó en ese instante. Tantas horas, días, semanas de trabajo arruinado en un solo instante. La copia de seguridad que tenía en el ordenador también la había perdido cuando volcó el agua del jarrón y ahora esto... ¿Que iba a hacer ahora?. Y para colmo, ¡el maldito teléfono sonaba de nuevo con insistencia!. No le hizo falta mirar de quién se trataba, pues sabía que era su jefe.

Maldiciendo a voces, cojeando ahora con mayor intensidad y desanimada a más no poder, se encerró en el baño a llorar. Cuando ya se había desahogado un poco y había conseguido arruinar su maquillaje, se miró detenidamente en el espejo. Su mirada se clavó en aquél objeto dorado y redondo que adornaba su cuello. Y entonces fue cuando cayó en la cuenta de que desde que tenía ese medallón habían comenzado todos sus problemas. Decidió quitárselo y tirarlo a la basura. Y así lo hizo, se lo arrancó y lo tiró allí mismo, en el cubo de la basura del baño.

Salió más animada, pensando que aún no estaba todo perdido. Cabía una gran posibilidad de que alguno de sus compañeros de equipo hubieran guardado alguna copia del trabajo finalizado. Además, seguro que cuando le contase a su jefe lo ocurrido, éste lo entendería y no se lo tendría en cuenta. Con las esperanzas renovadas y ya sin el amuleto maléfico al alcance, pensó que todo saldría bien. Así que, se acercó a la puerta de entrada y tomó sus llaves de la casa y su bolso. Éste se le resbaló de las manos y cayó al suelo desparramando parte de su contenido en el suelo. El maldito medallón apareció entre sus cosas. Anonadada y sin creerse que eso fuera posible, lo cogió con miedo y lo tiró de nuevo, pero esta vez en el cubo de la basura de la cocina.

Sin perder más el tiempo, salió a la calle y llamó a un taxi. Tardó una eternidad en que uno le hiciera caso y se detuviera enfrente de ella. Abrió la puerta, se montó en el vehículo y le dio la dirección al chofer. Mientras iba sentada en la parte de atrás, aprovechó el momento para quitarse el zapato del pie lisiado y así poder darse un suave masaje en aquella zona que por momentos estaba más hinchada. Cuando estaba a punto de llegar a su destino, se agachó para tomar su zapato de tacones y calzarse de nuevo cuando algo en el suelo del auto le llamó la atención. Tomó con manos temblorosas aquél objeto y comprobó con horror que se trataba del medallón infernal. ¿Como era aquello posible?. Desesperada y con miedo en el cuerpo, le pidió al chofer que se desviara de la ruta indicada y que se dirigiera al río que cruzaba esa parte de la ciudad y que no estaba muy lejos. El taxista obedeció sin rechistar y la llevó allí. En todo momento, Elena viajó en silencio, totalmente paralizada y mirando con nerviosismo el medallón que había dejado encima del asiento, junto a ella.

A los pocos minutos llegaron al lugar de destino. Se bajó con pasos apresurados y le dijo al taxista que esperase un momento, que enseguida regresaba. Sin perder más el tiempo, se posicionó en la parte central del puente, que era la más elevada, y se acercó al muro antiguo de piedra. Sin vacilar ni un segundo, lanzó el medallón al río esperando que las fuertes aguas se lo llevaran muy lejos de ella. Justo cuando éste chocó contra el agua y comenzó a sumergirse, el muro donde estaba apoyada cedió e inevitablemente ella cayó también. Con tan mala fortuna que su cabeza golpeó una dura roca y se descalabró.

Veinticuatro horas después, su cadáver estaba en la morgue y el médico forense la miraba fascinado, mientras la desnudaba y le quitaba todo los efectos personales que tenía. Su vista se había clavado en la joya tan bella que decoraba su cuello. "¿Se dará cuenta alguien si me quedo con este precioso medallón?", se preguntó el doctor mientras se hacía con la joya maldita.

FIN

3 comentarios :

Angy J. W. dijo...

Jope...ese medallón da miedo.

Lourdes dijo...

Jojojojo nunca compraré un medallón cariño jajajaja muy bun relato. Gracias por compartirlo

Reyiku dijo...

Jajaja, que buen relato.