Otra navidad
Otra navidad. Otro destino. Como cada año.
Me mecía en columpio trasero de la casa de mi madre, aquel que usaba cuando era niña. Tenía un par de años que no la veía. Ahora regresaba.
He vivido con mi abuela desde que tengo siete. Mis padres me dejaron por “asuntos de trabajo”, pero ningún padre lo hace, esto es una locura. No conozco a papá pero me han dicho que pronto lo haré. Todo se limita a llamadas en fechas importantes, mi cumpleaños, graduaciones y navidad. Pero mamá dijo que este año no llamaría. Lo extraño.
Él ha tenido que viajar a Australia a trabajar en un proyecto de espionaje. Si, es detective privado. Desafortunadamente —o afortunadamente para mí—, su trabajo se terminó hace un par de semanas cuando murió el hombre al que debía proteger, incluso aunque él arriesgo su vida para salvarlo, pero ya no había nada que hacer.
A veces me parece una historia estúpida, intentar que papa luzca como el héroe para no resultar yo dañada. Pero la verdad me da lo mismo. No le doy mucha importancia al asunto.
Mamá viajó hace diez años a esta ciudad, un poco alejada. La veo sólo de vez en cuanto, cuando era niña la veía tres o cuatro veces al año, pero conforme pasó el tiempo las visitas se hicieron menos prolongadas.
Miro todo a mí alrededor. Es tan hermoso. Los árboles están cubiertos de blanco, mis pies se sumergen levemente en la fría nieve. Tengo frio, pero necesitaba pensar.
Cada navidad algo sucede. Como si mi destino estuviera marcado. Un año algo magnifico pasa, el siguiente, algo que me pone en riesgo. La navidad pasada conocí a Ashton, justo en el enorme árbol de la ciudad, aun estamos juntos. La antepasada caí a un lago, es la vez que más frio he sentido en mi vida, me dejó en cama por unos días. Cuando tenía quince viaje a Europa con mamá, la última vez que la vi, hasta ahora. A los catorce el árbol se incendió. Afortunadamente salimos con vida.
Siempre creía que era el destino o algo parecido. Algo malo pasaría esta navidad, casi podría jurarlo. Tenía miedo, demasiado.
La nieve caía levemente, era tan bello aquí. Deseaba vivir al lado de mamá. La amaba demasiado a pesar de todo, era mi madre. Le debía mi vida.
—¡Jane! —su grito me hizo girar el rostro de inmediato—. Vamos, ¿que haces allí?. Son las seis de la mañana, esta helando, ¿cuánto tiempo llevas fuera?. Si Santa Claus no te trajo nada ya sabrás porque, deberías haber dormido temprano como todos los niños buenos.
Solté una débil carcajada y me paré del columpio dejando que se balanceara solo.
—¡Por favor mamá! —renegué mientras me acercaba a ella.
Era muy hermosa, el cabello lacio le caía debajo de los hombros y sus pequeños ojos miel me evaluaban con una delicada sonrisa.
Me parecía a papá, o eso pensaba, mi cabello negro estaba lleno de ondas, lo llevaba largo. Tenía los ojos de mamá, pequeños, pero un poco más claros. No gozaba de la perfecta nariz de ella, tan pequeña y respingada. Mi piel era un poco más oscura.
No conocía a papá, así que no sabía cómo era, pero solía imaginarlo. Daba lo que no tenía de parecido con mi madre y me formaba una imagen de él en mi mente.
Cabello negro rizado, ojos verdes, piel dorada. Al igual que yo. Imaginaba que su rostro era igual de bello que el de mi madre. Pensaba que sus ojos eran grandes y estaban llenos de amor. Pero sentía que él era muy severo, que una sonrisa nunca se asomaba de su rostro. Al fin, quizá nada de esto era verdad. Quizá ni padre tenía.
—Ve a ducharte nena, te espero aquí. Buscaremos tus regalos.
—Mamá. Ya no soy una niña.
Era cuidadosa, cada paso que daba, cada movimiento, eso podría llevarme al fin. Estaba asustada. Entre en la habitación con delicadeza. El teléfono sonó exaltándome.
—¿Jane? —sonó en cuanto conteste. Sonaba alterado.
—Asthon… ¿Sucede algo?.
Escuché el ruido de una débil risita al otro lado de la línea.
—Todo está bien, amor —su voz era tan hermosa, me hacia cambiar de inmediato—. ¿Cómo pasas tus vacaciones?.
—Son excelentes. Hace demasiado frio aquí, pero es bellísimo. ¿Cómo esta todo por allá?.
No respondió. Sólo podía escuchar débiles voces a lo lejos. Como si hubiera más personas en esa habitación.
—Asthon… ¿Sucede algo?—insistí.
—Todo esta bi…—la voz que quedó en medio de la nada—Jane, te amo, te lo juro. Necesito irme.
—¡Asthon, espera!, ¡dime que está sucediendo!.
No entendía nada, me ponía nerviosa.
—Nada malo —su voz sonaba muy tranquila, tenía el mismo tono que usaba para consolarme, el que me decía que todo estaría bien, que no temiera—. Sólo necesito irme.
—¿Hablaremos más tarde?.
—Probablemente. Te amo demasiado.
—Yo también —pero ya había colgado.
Me quedé allí, en medio de la habitación con el teléfono en mano y la mirada perdida. ¿Le habría pasado algo?. A estas alturas todo me hacía dudar, algo malo pasaría este año, nada podría cambiarlo. Intenté borrarlo de mi mente pero fue imposible.
Me había terminado de duchar. Aun eran las siete de la mañana. Salí de mi habitación lentamente. Tenía el regalo de mamá. Lo había comprado hace un par de meses en una tienda de la ciudad, ansiosa por que la navidad llegara y la volviera a ver. Era de cristal así que debía de ser cuidadosa, como lo había sido todo este tiempo. El hermoso pino de navidad era enorme, al salir de la habitación, fue lo primero que vi. Tan verde y hermoso. Apenas lo habíamos adornado ayer, cuando yo había regresado.
Al llegar a las escaleras escuché voces provenientes de la sala. No había nadie en casa. Solo mamá y yo. La abuela había ido a pasar la navidad con sus hermanas, mamá me quería sólo para ella. Esa era la razón. No entendí porque lo hizo, pero ahora que escuchaba la voz de un invitado más me preguntaba si ese era el porque.
—Es hermosa —la voz de mamá sonaba feliz—, pero aún no sabe nada.
—Eso es lo mejor, siempre todo debe de ir a su tiempo —era una voz de hombre, gruesa, hermosa y familiar.
—¿Crees que se moleste?.
—No tiene por qué hacerlo Gyna, lo hicimos para protegerla, pero si es así, no la culpo, yo me moleste cuando mis padres me lo dijeron.
Espera... ¿Hablaban de mi?. No me detuve a pensar más. Simplemente bajé decidida las escaleras. La nieve aun caía allá fuera, podía mirarla por el enorme ventanal. Pero eso no fue lo que capturo mi atención. Desde donde estaba pude mirarlo.
El cabello corto y rizado. Los ojos verdes, la piel blanca, el cuerpo perfecto. Era muy guapo. Vestía pantalones negros y una chamarra de piel. Giró su vista en cuanto escuchó mis pasos.
Me quedé en shok. Es lo único que puedo decir. No tenía palabras en ese momento. Las piernas me temblaban al igual que las manos. Los miré a ambos, parado en medio de la enorme sala. Ellos me veían a mí. La mirada del hombre la comprendía. Nunca nos habíamos visto. Pero la de mamá lucía igual. Como si nunca me hubiera mirado.
—Jane… —esa voz, claro, la que sólo llamaba en fechas importantes, la que no había podido ver de dónde salía hasta hoy—. Jane, ven a mí.
Sentí los ojos humedecerse. Dejé el obsequio en el suelo. No me podía arriesgar a romperlo. Y corrí. Baje los escalones sin siquiera mirarlos. Mi padre me tomó en sus brazos antes de que terminara de bajar y me alzó. Me abrazó como nunca nadie lo había hecho. Era una sensación diferente a cualquier otra. Sus gruesos y fuertes brazos, me mostraban el amor que sentía por mí, aquel que en mis dieciséis años de vida, no me había brindado. Besó mis mejillas y susurró en mi oído:
—Te amo Jane. Eres hermosa.
Así que él tampoco me conocía, ¿qué nos impedía hacerlo?.
Yo lo amaba, claro que sí. A pesar de todo, a pesar de que me hubiera abandonado toda mi vida, a pesar de que sus llamadas se limitaran a un par de minutos. Lo amaba. Lo amaba, porque sabía que valía mucho, sabía que…
—Te amo —musité con voz quebrada.
Y entonces todo se fundió en un mal sueño. Escuché el horrible ruido explotar ten cerca. Papá me empujó hacia abajo y me cubrió con su cuerpo. Intenté levantar el rostro para mirar lo que sucedía, pero no me lo permitió.
—No te muevas —suplicó en un susurro apenas audible.
Estábamos en cuclillas, pero aún así nos movimos a través de la habitación. Me ocultó detrás del pino.
—No mires. Volveré pronto. Ten —me tendió una pistola—, sólo si es necesario —me miró como si confiara plenamente en mi.
Mi mirada de confusión decía más que mil palabras. Se alejó lentamente y sacó de no sé donde otra pistola.
Bueno al menos eso no era mentira.
Los ruidos atravesaban la habitación. Ruidos totalmente desconocidos, sonidos que nunca había escuchado. Luces que nunca había mirado. Claro, esta navidad no pasaría desapercibida. Pero era diferente. Algo bueno había pasado, pero también pasaba algo malo.
Sombras a mi alrededor, no sabía exactamente que era todo esto. Necesitaba mirar y como toda chica rebelde, desobedecí las órdenes de mi padre.
Asomé mi rostro y supe entonces que no debí haberlo hecho. Mamá estaba en medio de la habitación. Sobre la alfombra blanca. Había un liquido dorado a su alrededor. Como si fuera sangre. Como si fuera oro.
La casa estaba destruida, luces azules atravesaban como estrellas fugaces la residencia y entonces miré su rostro. Era él, era Ashton. Me dedicó una mirada de perdón y disparó al árbol. Este se incendió de inmediato y salí corriendo.
—Lo siento —dije con un movimiento de labios y disparé. Un rayo de luz azul cruzó la habitación en menos de un segundo. Pero no le di. No sé si afortunadamente o desafortunadamente.
Sus palabras volvieron a mi mente como si las repitiera en ese preciso instante: Jane, te amo, te lo juro. Tan real.
—¡Agáchate! —gritó de nuevo. No era una voz, era más un pensamiento, un pensamiento con su voz. Pero lo obedecí, lo hice simplemente por instinto. Me agache y caí al suelo. El rayo azul cruzó justo un metro sobre mí.
Y a partir de allí todo se volvió una locura. Cada navidad, cada diferente problema surgía una vez más. Tenía cuatro años. Una bala perdida estuvo a punto de atravesarme. Me agache por instinto. Navidad catorce, el árbol se incendia. Sexta navidad, mamá sufre un infarto. Ahora está allí tirada como aquella vez.
Necesito salir, se que debo hacerlo. Algo me lo dice. Esto ya es una locura, la casa ya no es una casa, son restos de ella, hombres de negro con extraños trajes protectores rondan por la residencia tirándole rayo azules a todo lo que se encuentran, la casa se está incendiando. Voy a morir si no salgo. ¿Dónde está papá, a caso nos ha abandonado?. El humo es tan denso, ya no sé ni en donde estoy. Veo a mi madre. Allí, aun tirada, en el charco de sangre dorada. ¿Estará muerta?.
No lo creo Jane. Vete, corre, huye. Yo la salvaré.
Siento como todo tiembla y el techo se viene abajo. Obedezco a sus pensamientos y corro.
Navidad diez, terremoto en la ciudad. Navidad ocho. Le disparan a mi padre en una misión es Australia.
Veo como el rayo azul lo atraviesa. Como su cuerpo cae lentamente. Veo como intenta huir, veo su mirada por última vez. Y entonces sus ojos se cierran y el charco dorado esta a su alrededor.
El hombre corre sobre mí. Veo como me apunta he intento hacer algo. ¿Dónde está mi arma, donde la he dejado?. Busco a Asthon con la mirada, pero no lo veo por ningún lado. Es navidad, no deberían pasar estas cosas. El rayo corre con una velocidad increíble y me golpea cerca de la cabeza, pasa poco tiempo para poder asimilarlo. Siento sangre escurrirse por mi cuello, muevo mi brazo débilmente. Tengo sangre dorada. Al igual que mis padres. Doy un traspié, el hielo cruje y me sumerjo en la navidad catorce. El lago aun está más helado.
Soy una especie de creatura extraña. Lo he heredado de mis padres, los reyes de este mundo. Me han dejado sola tanto tiempo. Desean nuestra sangre, desean nuestra muerte. No querían que ellos supieran que yo resplandecía por dentro. Ashton es mi guardián. Siempre lo ha sido. Nunca supe esto, sólo hasta ahora. ¿Cómo lo sé?. No tengo la menor idea.
Abro los ojos la luz del techo me tapa. Estoy amarrada a una cama. Estoy en un hospital. Miro el reloj justo enfrente de mí, marca las 12:05 am. Es de madrugada. Giro mi rostro y miro todo de una mejor manera. Mis padres están acostados en el enorme sillón. Abren los ojos, cuando escuchan el ruido que hago y se abalanzan sobre mí.
Están bien, están con vida. No parecen tener ni un rasguño y yo estoy aquí, demasiado débil.
—Jane —llora mi madre.
Pestañeó rápidamente y miro a papá, le dedicó una sonrisa.
—¿Qué día es hoy?.
—Veinticinco de Diciembre —susurra.
—Veintises, ya son las doce.
-No Jane —llora mamá—, es veinticinco. Hace un año que sucedió el accidente. ¡Estás viva!.
Me envuelvo en una confusión. Ha pasado un año. Un año he estado en esta cama, un año…
A partir de entonces las navidades fueron las mejores de todas, mi vida fue la mejor. Tenía todo lo que podía pedir, tenía a mis padres, tenía a Asthon, tenía una vida. No podía pedir nada más.
Pero me daba cuenta que la vida era frágil y que por más cuidadoso que fueras, no siempre terminaría bien. Como el obsequio de mamá. Siempre hay que arriesgar en la vida, sin importar lo que venga.
1 comentarios :
Que relato más extraño y confuso!, no es que digamos muy romántico, pero bueno...
La lectura es un pelín compleja y complicada y al acabar de leértelo, te deja con muchas dudas... Realmente ella y sus padres son criaturas con sangre dorada, o fue todo un sueño?, porqué estaban sus padres siempre ausentes?, que accidente le pasó a la prota para acabar durante un año en coma?.
En fin, el relato no ha estado nada mal, aunque te deje con esas dudas...
Bueno Nesbell querida, gracias por tu aportación!, saludos!!!
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