Una navidad llena de magia
Nieve. Frío. Noche… y la luna observando desde lejos.
Ya no guardaba fuerzas para correr. Su cuerpo reclamaba por un poco de descanso, más el clima y el tiempo no ayudaban.
Él venía detrás. Él venía a por ella y por eso no podía detenerse.
Cerró los ojos mientras se arrodillaba y tocaba el suelo con las manos. En otro momento, el sólo sentir la fría textura de la nieve la habría hecho reaccionar. Ahora, con las energías casi nulas, luego de más de diez horas escapando, la sensibilidad para con los cambios de temperatura no la afectaban en absoluto. Podría haber estado en medio de una pira con cientos de leños ardiendo y habría sentido lo mismo…
Maldita la hora en que aceptó colaborar. Maldita mil veces aquella mujer que llamó a su puerta clamando auxilio.
¿Cómo podía ella saber que todo era parte de un engaño?.
Ya casi era Navidad, pero este año no pensaba en festejarlo con su familia o en disfrutar de los fuegos artificiales. Ahora sólo le preocupaba salvar su vida y allí en medio del campo, sin ayuda de la cual valerse ni modo de pedir rescate, sólo podía seguir corriendo.
Correr, aunque no tenía fuerzas para ello.
Parpadeó varias veces y suspiró profundamente. No podía permitirse estar nerviosa. Si la ansiedad o el temor la dominaban, todo habría terminado.
Aún faltaban muchos kilómetros para alcanzar el pueblo. Allí sus hermanos la esperaban... pero era muy probable que ni ellos tuvieran el poder para salvarla.
Cuando era pequeña, su abuela siempre se lo avisaba: “nunca abras sellos en la noche previa a Navidad… las consecuencias pueden ser desastrosas”.
Ser la única descendiente femenina de una familia de hechiceros y carecer de poderes nunca le había molestado.
Kalim y Maluk, sus hermanos mayores, eran fuertes, valientes, capaces de manejar sin problema sus habilidades. Ella, en cambio, era demasiado sensible, temerosa de tantas cosas que la lista parecía infinita cuando intentaba enumerar sus miedos. Miles de veces había dado gracias al cielo por su falta completa de dones.
Así y todo, aún sin capacidades especiales que la volvieran semejante a sus familiares cercanos, había crecido educada en las tradiciones, aprendiendo sobre encantamientos y sellos mágicos, adquiriendo todo el conocimiento que le era posible.
“Saber y estar preparada en estos temas, te brindará herramientas para enfrentarte a posibles eventualidades”, murmuraba su abuela cuando ella reclamaba por la falta de interés al respecto. Recién ahora comprendía aquellas palabras.
Miró sus garras ensangrentadas y sonrío. Luego de verse durante cientos de años atado a aquel encantamiento, ser libre y poder moverse a su antojo resultaba esquicito por completo.
Sin embargo, si pretendía mantener esa libertad que le habían concedido, era fundamental dar muerte a la joven de cabellos rojos y ojos azules que huía ahora a campo traviesa sin más abrigo que la noche oscura.
Él se sabía poderoso. Él conocía perfectamente sus habilidades de eximio cazador y no dudaría ni un instante en darle alcance y quitarle la vida sin escuchar sus ruegos ni pensar en el posible sufrimiento que le provocaría.
Ya había cometido el error antes. La última vez que había caminado sin cadenas ni dueños, cuando había tenido la misma oportunidad que ahora, el llanto de su víctima caló profundo su corazón y le resultó imposible llevar adelante la tarea.
Así, se había visto apresado por el mismo encantamiento que lo había rescatado y la zona de penurias nada de agradable guardaba.
Cientos de años masticando rencor y odio por los débiles humanos. Centurias renegando por su vulnerabilidad ante el sufrir de aquel muchacho que había dejado vivir.
No aceptaba en absoluto la idea de regresar al encierro.
Anhelaba, con una sed atroz y dolorosa, recorrer el mundo a su antojo destrozando todo a su paso, con el griterío de la muerte sonando como su canción predilecta.
No pensaba detenerse… nada ni nadie lograría ponerle un alto a su plan.
Verla sollozando había destrozado su corazón generando mil gajos de color rojizo enredados en el espacio vacío que quedaba en su pecho.
Había mantenido carrera a su lado, procurando no perderla de vista en ningún momento y cuidando de eliminar cuanto rastro le era posible. Sabía que, de todas maneras, el Xitan iría tras ella. Ese tipo de demonio existía sólo para generar sufrimiento en el mundo y él ya había visto varias veces cómo criaturas semejantes exterminaban vidas inocentes.
Ella le preocupaba. Desde el preciso momento en que los hermanos de la joven habían conjurado el hechizo de protección, él se había visto arrastrado a la tarea de cuidar y proteger a esa vulnerable humana de cabellera fogosa. Aquel día había sido el punto de quiebre... podía mirar hacia atrás, contemplar las centurias que resultaban ser su pasado y descubrir que nada tenía sentido hasta el instante en que fue nombrado custodio de Ayleen.
Ella no sabía que él existía, menos conocía aún sobre su responsabilidad de salvarla de los peligros que la atosigaban por el simple hecho de ser hermana de dos poderosos brujos.
Cuidar de una humana no suponía demasiados riesgos, él lo sabía. Su naturaleza de Malaikat de Luz, sus muchos años recorriendo el mundo, le conferían una experiencia extensa sobre las relaciones humanas, los miedos y rencores, las codicias y odios terribles.
Llevaba siete años cumpliendo a rajatabla su tarea. Ayleen jamás había estado cerca de peligro alguno, hasta aquella noche en que golpearon a su puerta pidiendo ayuda… luego todo se volvió oscuro y él no tuvo manera de evitar que manipularan a la muchacha y la convirtieran en el sacrificio para un demonio ancestral. Un Xitan, maléfico y cruel en demasía, alguien que en Navidad tenía todas las posibilidades de saciar su necesidad de sangre y sufrimiento sin que nadie pudiera hacerle frente.
Pensando en el ser abominable que los perseguía de cerca, un recuerdo acudió a sus pensamientos desde algún lejano rincón de su memoria.
Hubo un tiempo en que los Malaikats eran conocidos y valorados por su capacidad para hacer frente a todo tipo de monstruos. Los Xitan eran, de entre todas las razas demoníacas, los más fuertes y temibles. Por eso la gente de su pueblo había encontrado una sola manera de darles muerte… entregando su propia vida como prenda para la victoria asegurada.
Aún cuando el hechizo de Kalim y Maluk era poderoso, no era tan fuerte como para obligarlo a perder su vida para salvar a Ayleen. Y sin embargo, él pensaba seriamente en luchar cara a cara contra el Xitan y proteger a la joven a costa de todo… ella lo valía.
Verse en la obligación de ser custodio de una humana era una cuestión llevadera, no común para los de su especie, pero soportable al fin y al cabo. Sentir lo que sentía por Ayleen, eso era lo profundo, lo diferente, lo que lo había llevado al borde del precipicio y empujaba ahora con todas sus fuerzas para que ella pudiera tener una vida plena a pesar de todo.
Lo había considerado mil veces desde el momento en que aceptó que la amaba con todo su ser. Miles de días acumulados donde ella era el centro de su existencia. Horas completas contemplado la luz del sol jugando entre sus cabellos. Noches enteras viéndola dormir y anhelando ser parte de sus sueños.
En su carencia de habilidades, Ayleen nada sabía de su existencia. Él se valía de sus poderes naturales para volverse invisible a los ojos humanos, aunque cualquier hechicero podía percibirlo si hacía el esfuerzo.
Así, él había pasado siete años a la sombra de una humana que dominaba su corazón sin saberlo. Ella nunca lo escucharía cantarle por amor, tampoco podría saber lo que estaba a punto de ocurrir.
De haber sido por él, se hubiera enfrentado al Xitan desde el primer momento. Pero Ayleen había procurado huir y él estaba atado a ella con cadenas invisibles de ruegos y anhelos por protegerla y salvarla de todo mal.
Un poco del hechizo Kalim y Maluk, otro tanto del amor que sentía por ella. Y él estaba así firmando con su propia sangre la sentencia de su existencia en aquel mundo.
No podía permitir que ella muriera. No se imaginaba sobreviviendo a la mujer que amaba.
Quedaba muy poco tiempo antes de las doce campanadas que marcarían la llegada de la Navidad. Al menos ella estaría libre de todo peligro cuando él se enfrentara y diera muerte al Xitan.
Se detuvo al borde de un pequeño lago. Debía bordearlo si pretendía llegar al pueblo. Cruzarlo no era una alternativa con lo delgada que se veía la capa congelada de agua y la poca velocidad con que podía moverse.
El frío corroía sus huesos y sólo precisó un instante, un momento de lucidez y locura fusionadas, para comprender que ya no podía seguir escapando. Podía verlo a los lejos, acercándose a ella con paso lento pero sostenido.
Ya su cuerpo no reaccionaba ante los impulsos nerviosos que emitía para correr o arrastrarse siquiera. Él llegaría y la mataría… lo sabía, no tenía posibilidades de sobrevivir.
Cerró los ojos. Podía escuchar las pisadas pesadas del demonio. Cuando alcanzó a percibir la respiración ansiosa de la criatura maligna, se limitó a rezar por una muerte rápida.
El aire se cortó con la garra del Xitan recorriendo el mínimo espacio que lo separaba de la humana.
Ella respiró por última vez y se entregó a su destino… pero nada ocurrió.
Asustada, abrió los ojos y miró a su alrededor. Donde antes había estado el demonio, una aureola oscura se había dibujado en el suelo, borrando la nieve y generando un círculo de gran tamaño sin explicación alguna.
No tuvo tiempo a llorar ni buscar a su agresor con la mirada. Algo, del otro lado del círculo oscuro, llamaba su atención. Un cuerpo se retorcía de dolor, un gemido nacía por lo bajo.
A duras penas caminó y se acercó a esa criatura moribunda.
Las nubes se había disipado y la luna brillaba ahora en todo su esplendor, lo que le permitía observar con todo lujo de detalles a ese ser de belleza imposible cuyo cuerpo estaba cubierto de heridas y sangraba dolorosamente.
Se arrodilló a su lado y procuró comprobar que aún respiraba. Él llevaba lo ojos cerrados y apenas si gemía, pero estaba vivo, aunque no por mucho tiempo.
Lo envolvió entre sus brazos y con sumo cuidado, deslizó la yema de sus dedos por el rostro perfecto que tanto le llamaba la atención. Recordaba haber soñado muchas veces con un ser semejante al que abrazaba con ternura.
Sintió su corazón estremecerse de amor por aquel muchacho de cabellos oscuros en el preciso momento en que él abrió los ojos y la miró detenidamente.
Ya no importaba el Xitan que hasta unos minutos atrás había intentado asesinarla. Tampoco llamaban la atención los copos de suave nieve que caían lentamente ni el viento que soplaba con timidez. Sólo estaba él, con su mirada cristalina y pura, observándola como si ella lo fuera todo.
Él intentó acercar una de sus manos al rostro de la joven, más la vida lo estaba abandonando por completo y todo quedó guardado en el mero amague. Ella comprendió su acción y sonrió con cariño.
—Estás a salvo… él ya no te buscará —murmuró el desconocido mientras sus labios se curvaban en una leve sonrisa.
Ella asintió con el llanto rompiendo su pecho.
—Tus hermanos… ellos podrán explicarte todo. Yo sólo cumplí su pedido.
Ayleen reprimió un gemido mientras observaba con más detenimiento al hombre que desfallecía en su regazo.
El rostro delicado, los ojos claros y la piel de porcelana. La cabellera tan oscura como el azabache, la marca en forma de estrella bajo la palma derecha… con asombro, la humana descubrió que aquel muchacho era un Malaikat, un ser de la luz de los que tantas veces sus abuelos y padres habían hablado.
“Los Malaikat llegan a dar su propia vida si el enfrentamiento contra el demonio de turno lo requiere… aunque ellos harán todo por protegerse, bien pueden sacrificarse por salvar a quien aman”, las palabras de su padre golpeaban contra sus recuerdos en tanto Ayleen apretaba contra su pecho al moribundo ángel.
Él sonreía aún más, comprendiendo el dolor de la joven. Más no quedaba vida en él como para susurrar siquiera lo que sentía por ella.
En un rapto de emoción, temiendo el desenlace último, la muchacha acercó su rostro al del Malaikat y lo besó con dulzura, como si pudiera expresarle con ese simple gesto el amor profundo que había nacido en su corazón en esos escasos minutos.
A lo lejos, se escuchó una campanada. La medianoche había llegado y con ella la Navidad se declaraba presente.
El cuerpo del muchacho comenzó convulsionar, movido por una fuerza tan misteriosa como milenaria. Poco a poco, cada herida existente en él sanó mágicamente. Los brazos y el rostro del ángel no mostraban ya ninguna marca de la batalla, sólo borrones de sangre allí donde el líquido rojizo había dejado trazo al fluir.
Ayleen contuvo el aliento mientras se maravillaba por lo que sus ojos le permitían ver. El ángel respiraba acompasadamente y parecía restablecido por completo. Cuando su mirada se enfocó nuevamente en ella, la joven sintió que una descarga eléctrica sacudía su cuerpo y hacía reaccionar su corazón.
—Te amo… —murmuró él— Con cada fibra de mi ser, al punto que di mi vida por ti y permití que me vieras tal y como soy.
Ella tomó aire lentamente, intentando controlar el llanto que amenaza con estallar nuevamente, y asintió con una sonrisa tatuada en su rostro.
—Por muy extraño que parezca, yo también te amo —replicó ruborizándose—. Y doy gracias al mismísimo momento en que el Xitan me fijó como presa. De no ser por él, jamás te habría descubierto.
El Malaikat río y su risa resultó ser una melodía alegre y suave.
Lentamente, ambos se pusieron de pie y retomaron camino hacia el pueblo. Ninguno de los dos estaba en condiciones de correr o hacer movimientos bruscos. Tampoco deseaban hacerlo… saboreaban cada instante que compartían juntos por muy mínimo que fuera.
El cielo se iluminaba a causa de los fuegos artificiales, los griteríos de los niños que esperaban la llegada de Papa Noel alcanzaban a escucharse desde la carretera por la que ahora se movían.
—Me llamo Draven… —informó el ángel— y sé que tu nombre es Ayleen pues así te llamaron Kalim y Maluk el día del encantamiento.
La muchacha sonrió mientras él la abrazaba con ternura. Debía recordar agradecerle a sus hermanos por todo lo que habían hecho en secreto. De no ser por ellos, jamás habría conocido a Draven ni podría haber experimentado el huracán de sentimientos que la envolvía en ese momento.
—Feliz Navidad, Draven —susurró mientras hacía un alto en el camino. El Malaikat imitó el gesto, quedando ambos frente a frente con la luna como lejana testigo.
Una vez más, sus labios se encontraron en un beso. Esta vez, no era una despedida ni un ruego por vivir. Era sencillamente la demostración pura del amor que se tenían… fogosa, brillante, ardiente en su totalidad. La pauta de un futuro prometedor, lleno de amaneceres radiantes.
En el pueblo, Kalim y Maluk se abrazaban y festejaban la llegada de la Navidad. Sabían que a esas horas su hermana ya debía de haber conocido al ángel que ellos habían invocado para protegerla y nunca revelarían a nadie el doble encantamiento que habían llevado a cabo en aquella ocasión… una cadena para atar al Malaikat a su hermana, a fin de que ella estuviera a salvo de todo peligro. Otra cadena para salvarlo a él la muerte segura, si acaso conseguía ganarse el corazón de la joven.
Lo habían elegido por más de una razón, convencidos de que él sería el hombre indicado para su hermana. Y no se habían equivocado en absoluto. La historia, más tarde, lo demostraría con creces y sobrados años de felicidad.
Ellos habían jugado a ser Eros y una Navidad llena de magia lo consiguieron…
1 comentarios :
¡Que bonito querida Erzengel!, me ha encantado!. En un principio me sentí extresada viendo cómo la pobre muchacha tenía que correr y correr para huir del demonio que la perseguía... Y luego presentaste al prota masculino y nada más oír hablar de él, acabé amando al personaje... Más luego cuando sacrifica su vida por ella peleando y matando al demonio, me dije que definitivamente era un amor de Ángel... Y el final fue espectacular!, ya quisiera yo tener dos hermanos así de bondadosos y atentos conmigo!, jejeje.
Te felicito querida por tu gran trabajo, esa manera que tienes de contar los hechos y el vocabulario que utilizas siempre me ha gustado en ti... Gracias por utilizar tu talento en este proyecto!
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