lunes, 10 de octubre de 2011

132. IRIS MARTINAYA

Hola a tod@s!, hoy os paso a presentar a la nueva socia que pasa a formar parte del club. La acabo de conocer y me ha encantado su blog y sus escritos por ello le ofrecí pertenecer a esta gran familia y ella amablemente a aceptado... Os hablo de:



IRIS MARTINAYA


Y este es su único blog donde puedes leerte sus maravillosos relatos, descargarte algunas de sus obras de forma gratuita y comprarte otras tantas:



Ahora paso a mostraros la lista de los libros de su cosecha que tiene para ser descargados de manera gratuita: 

Traición


 

De amor y otras cosas

De amor y otras cosas


Antología de Relatos De Amor




El personaje literario

El personaje literario


Estas son las obras que tiene publicadas en papel y/o en formato digital:

Una chica inocente










 
Sinopsis de "Promesas Olvidadas"

Christian Alleix vuelve a casa. Años antes, una absurda discusión con su madre, hizo que el francés se marchara de la villa malagueña en la que pasaba los veranos con    esta.  Pero en su marcha no solo la dejó a ella, también dejó a Amélie, la hija de la que fue su niñera, y con la que creció y de la que se enamoró en la adolescencia.

El orgullo lo cegó y dejó pasar demasiados años antes de volver.  Ahora ya era tarde para arreglar las cosas con su madre, pero, ¿podría recuperar el cariño, el amor y la confianza de Amie? ¿Estaría ella aún dispuesta a perdonarle, a escucharle si quiera?

Amélie Mercier nunca supo porque su amado Cristian se marchó dejándola sola, sin una palabra, y cuando más le necesitaba.

Más tarde le tocaría vivir también en soledad, sin el apoyo de la persona amada,  el más duro y amargo momento de su vida, la perdida de sus seres más queridos.

Christian volvía a casa, pero no a buscarla  como ella había anhelado,  inconscientemente que algún día hiciera,  sino para enterrar a su madre.

¿Habría recordado  por fin Christian sus promesas olvidadas? ¿Podrían recuperar el amor que un día se tuvieron? ¿Acaso habían dejado de amarse alguna vez el uno al otro?

Comprar o bien por medio del enlace que acontinuación os dejo, o enviando un email a la autora:

http://www.libroshd.com/escritores/iris-martinaya/

irismartinaya@hotamil.com

Y por último paso a mostraros los relatos que tan magistralmente ha creado y que publica en su blog:


Decisión acertada (contenido para adultos)

Aquella era la cuarta cita y Alexia quería que fuese especial, así que prestó un especial cuidado a su arreglo. Se puso un vestido negro, ajustado, el largo de la falda por encima de la rodilla, dejando ver sus piernas bronceadas, con la espalda al descubierto y sujeto al cuello por una fina cadena plateada. Se dejó suelta  la sedosa melena color azabache, ocultando parte de sus hombros. Calzó unas sandalias de once centímetros de alto en el mismo color plateado que el tirante del vestido. Se maquilló en tonos suaves y se puso unos toques de su perfume de sándalo favorito, y estuvo lista para salir.  

Esa noche Marcel iba a cocinar para ella y Alexia estaba ansiosa por... probar la comida. Aunque esa no era el único apetito que ella se moría por saciar. 

Llegó al edificio de apartamentos y subió —tan ansiosa como nerviosa—, en el ascensor. Marcel le abrió la puerta con una sonrisa, tan blanca como su camisa abierta. Vestía unos vaqueros que, Dios, le hacían un culo... 

Alexia se iba acalorando por instantes. Llevaba poca ropa y esta empezaba a sobrarle. Ya se había quedado sin respiración al ver el trozo de piel bronceada y musculosa que la tela de la camisa dejaba al descubierto, pero cuando miró al suelo y vio sus pies descalzos...  

Marcel la invitó a sentarse y ella pudo dedicarse no solo a observar el ático, tipo loft en el que vivía, también se recreó a placer en él. En su pelo oscuro, ni largo ni corto, en su piel morena, en sus movimientos ágiles, seguros. En sus manos... ¡Oh Dios sus manos! Alexia se moría por sentirlas recorriendo su cuerpo. 

Marcel apartó algo del fuego y volvió junto a ella. La ayudó a quitarse el liviano abrigo que llevaba y ella juraría que le sintió contener la respiración. ¿Sentiría él al verla, lo mismo que ella al verle a él?, se preguntó. Esperaba que sí. 

Tras unos segundos a su espalda, sin que ninguno de los dos hiciera el más mínimo movimiento, al fin él habló. 

—Siéntate mientras terminó —la ayudó a acomodarse en un taburete alto, junto a la barra que dividía el salón de la cocina. 

Le sirvió una copa de vino y Alexia continuó extasiada mirándole cocinar. 

¿Habría algo más sexy que ver a Marcel cocinando? Ella no lo creía y su corazón acelerado, tampoco. 

La cena, maravillosamente elaborada, transcurrió con rapidez. Los dos estaban ansiosos, anhelantes. Pasaron al postre y al café. Marcel volvió a pedirle que le acompañara a la barra; de nuevo la ayudó a acomodarse en el taburete y se perdió detrás de la barra. De espaldas a ella, sirvió en un plato de postre lo que parecía ser un trozo de tarta. 

Un momento después, se acercó a ella con un apetitoso tiramisú. Mirándola a los ojos le ofreció probarlo, estaba tan cerca de ella, que el calor que irradiaba su cuerpo, calentaba el de Alexia. Puso el tenedor a la altura de su boca, y Alexia abrió los labios sin abandonar sus ojos brillantes y probó con la lengua la crema dulce. 

Un gemido abandonó su garganta y Alexia no supo si se debía al delicioso postre o a la mirada del hombre, que la devoraba como ella hizo con la tarta.  

Marcel  siguió dándole de comer, sin dejar de recorrer su rostro, empapándose de ella, del color dorado de su piel, de la sedosa caída de su pelo, ocultando sus hombros estrechos, de su cuello esbelto. Y no quiso seguir explorando su anatomía, de lo contrario...  

Pero no iba a aguantar mucho tiempo. Poco a poco, soltó el plato en la barra y se acercó más a ella. Con la misma lentitud puso las manos en sus hombros, y las dejó resbalar por sus brazos, hasta posarlas en su cintura. 

Su cabeza oscura bajó, hasta que sus labios estuvieron a escasos milímetros de los de ella. 

Y la besó. 

La besó primero despacio, tentando sus labios con la punta de su lengua, hasta que Alexia abrió la boca y Marcel aprovechó para explorarla a placer. 

Sin dejar de besarla, sus manos subieron de nuevo por sus brazos, y continuaron, rozando a penas su piel acalorada, hasta alcanzar su nuca, donde deshizo el lazo que sujetaba su vestido. 

Poco a poco lo bajó hasta su cintura, dejando al descubierto sus pechos desnudos. 

Sus labios también descendieron, por su cuello y más abajó, hasta sus pechos, donde mordisqueó, y lamió sus tensos pezones. 

Después de volverla loca, con sus lentas caricias, regresó a sus labios, donde sin dejar de provocar con sus besos pequeñas descargas placenteras susurró:

—Quédate esta noche. Te necesitó, te deseo. 

¡Dios! Ella también le necesitaba. ¿Cómo podría sino, calmar el intenso fuego que ardía entre sus piernas? 

—Sí, sí. —Alexia respondió con otro ronco susurro, apenas audible, pero suficiente para Marcel, que separó sus piernas, y se acercó más a ella, haciéndole notar su evidente deseo por ella. 

Alexia suspiró, gimió, y se entregó. 

Los besos continuaron, lentos, tentadores. Y de pronto Alexia sintió sus manos en su trasero. 

—Rodéame con tus piernas —ordenó como si nada fuese lo suficientemente cerca, como si quisiera, como si necesitara estar en ella, dentro de ella. Y Alexia lo hizo, cerró sus tobillos en su espalda, y le supo a poco. Quería más, necesitaba más. 

Se metió en el baño, mientras Alexia seguía colgada de su cuello, enredando su pelo entre sus dedos y sin dejar de besarle, pasando la lengua por su fuerte mandíbula. 

La sentó en el lavabo a regañadientes, mientras rebuscaba algo en un cajón. 

Un segundo después, Alexia volvía a estar sobre él, y salían del baño en dirección a la enorme cama que durante toda la noche les había llamado a gritos. 

La dejó suavemente en el lecho, y dejó un puñado de preservativos en la mesilla. Alexia contuvo la respiración. ¿Cuántos pensaba que iban a necesitar? No pudo evitar preguntarse. 

Marcel se inclinó delante de ella, y con la misma suavidad con la que la depositó en la cama, le quitó las sandalias, acariciando sus pies, enviando nuevas descargas que recorrieron sus piernas hasta terminar entre sus muslos. 

Pero su casi inexperiencia, la pericia que mostraba Marcel, enloqueciéndola con lentas caricias y el puñado de envoltorios plateados que esperaban en la mesilla, la asustaron. 

Él pareció notar su repentino miedo y sonrió de lado, dejando ver dos seductores hoyuelos y el blanco de sus dientes. 

—Tranquila —susurró—, iré con cuidado. Con mucho cuidado —repitió clavando sus brillantes ojos en las dilatadas pupilas de ella. 

El corazón de Alexia se saltó varios latidos, cuando lentamente, Marcel se incorporó y se quitó la ropa, dejando expuesto su atlético y bronceado torso y más tarde sus poderosas piernas, salpicadas por un bello oscuro. 

Alexia no se había percatado de que su vestido seguía colgado de su cintura, hasta que Marcel volvió y la ayudó a deshacerse de él, con la misma suavidad, con el mismo exquisito cuidado que si desenvolviera el más preciado de los regalos. 

Se tumbó a su lado y recorrió su cuerpo con sus manos, con su boca, mientras ella sentía como su sangre hervía, como el calor ascendía hasta estallar en su cabeza, entre sus piernas... 

Después llegó su turno de explorar. Con un atrevimiento que ella no pensó que tuviera, le empujó hasta hacerlo caer de espaldas en la cama y subió a horcajadas sobre sus muslos. 

Pese a su poca experiencia, la pasión, el ardor que le calentaba la sangre, la guió en el recorrido del cuerpo masculino. 

Y lo amó, con sus manos y con su boca, como él había hecho antes, enardecida, animada por los gemidos que brotaban del pecho de su hombre. 

Hicieron el amor durante toda la noche, sin prisa, sin pausa, sin descanso. Se deseaban, se necesitaban... y se amaban. Alexia no le encontraba otra explicación. 

Al amanecer, exhaustos y satisfechos, cayeron en un profundo sueño, el uno en los brazos del otro, hasta que el sol pintó dibujos en sus cuerpos, calentándoles de nuevo. 

—No quiero que te vayas... nunca —susurró Marcel contra su boca—. Quiero despertar cada día así, contigo a mi lado —su voz ronca, profunda. 

—Quiero quedarme —confesó Alexia que no concebía la idea de separarse de él, de abandonar el refugio que habían sido sus brazos durante toda la noche. ¿Cómo podría marcharse? No podría, ya no. 

Lo abrazó, lo envolvió con sus piernas atrayéndolo, tentándolo.  Y Marcel respondió, llenándola de nuevo, amándola, adorándola. 

Antes de volver a dormirse, después de hacer el amor hasta que sus cuerpos quedaron agotados, un pensamiento llenó la cabeza de Alexia. 

Este era su hombre, el que yacía a su lado, sobre ella, enredado en sus brazos. El hombre que la completaba,  que llenaba no solo su cuerpo, sino también su alma. 

FIN


Contigo…  o sin ti

Diana paseaba ansiosa por la cocina.   Pronto su marido estaría en casa y tenía que prepararse para darle la noticia que cambiaría su relación.

Le había preparado un magnifico desayuno para amortiguar el golpe, que seguro iba a darle. Richard era cirujano y desde hacía unos meses estaba haciendo el turno de noche en el Memorial Hospital de Manhattan. 

Diana había pensado que, esperarlo  en la cocina con un buen café y sus bollos favoritos,  sería más conveniente que hacerlo en la cama donde sin duda Richard conseguiría distraerla con facilidad de su objetivo. Así que se levantó cuando  aún no había amanecido para arreglarse.

Quería aparentar serenidad, darle a Richard una buena imagen, que viera que nada tenía porque cambiar, que ella siempre tendría tiempo para dedicárselo a él, y que no descuidaría su aspecto. Tenía que reconocer que Richard era  bastante quisquilloso con ese tema, -no en vano era cirujano plástico-, quería que su mujer luciera siempre  inmaculada en todo momento.

Estaba muy nerviosa.  Se retorcía las manos sudorosas,  recorría la estancia una y otra vez, revisando que todo estuviera perfecto.

Nunca habían hablado de tener hijos,  de hecho a Richard no le gustaban los niños, no soportaba estar cerca de uno.  Pero Diana estaba segura de que tratándose de su hijo,  sería diferente.  Rogaba a Dios por que así fuera; ella no estaba dispuesta a ceder.

Escuchó como la llave entraba en la cerradura, y dio un último vistazo a la mesa perfectamente puesta para dos personas. Corrió a la entrada para recibirle y le dedicó una sonrisa radiante en cuanto su imponente figura llenó el umbral.

—Buenos días,  cariño —le saludó lanzándose a sus brazos  para que él no notara su inquietud. Richard se inclinó y besó la tersa piel de su rostro—. ¿Qué tal la guardia?  —se interesó como siempre por su trabajo.

Pese a que Diana todas las mañanas le preguntaba por el hospital, Richard la miró extrañado, sorprendido de verla levantada tan temprano y de aquel recibimiento.  Sin duda a él le gustaba más cuando su mujer le esperaba en la cama, enredada entre las sábanas, en donde él se afanaba por mantenerla  un buen rato más.

—¿Qué haces despierta a esta hora?, ¿es que vas a salir? —interrogó.

—No. –Diana trató de mantener la calma, aplacando los nervios que una vez más se instalaron en ella—. Pero… quiero hablar contigo de algo importante –se atrevió a decir finalmente—, y me pareció una buena idea,  madrugar para que desayunásemos juntos.  Ven –invitó—,  tengo todo listo. —Le cogió de la mano y tiró de él hasta la lujosa cocina, mientras su marido se deshacía del abrigo en el camino y lo dejaba de cualquier manera en el perchero de la entrada.

Comieron en silenció, aunque Richard la observaba intensamente, como si tratase de adivinar sus intenciones.

Diana sirvió más café, y pensó que había llegado el momento.  Sin meditarlo un minuto más, se lanzó.

—Ya sé que nunca habíamos hablado de este tema, pero…—se mordió el labio inferior, intentando controlar el temblor en su voz—,  ya llevamos tres años casados y creo… que ha llegado el momento de hacerlo. –Conforme iba hablando  y pese a los atenazadores nervios, decidió que era mejor tantear el terreno antes de tirarse a la piscina y contarle que ya no había mucho que discutir; el bebé ya estaba en camino, y ella no pensaba echarse atrás.   

Diana no había planeado quedarse embarazada. Richard había dicho  que la píldora era segura, que no era necesario usar un segundo método anticonceptivo, y por Dios, él era médico,  debía  saber de estas cosas. Iba a formularle la típica pregunta, “¿te gustan los niños?”, aunque ella sabía que no, aún así pensaba continuar diciendo, “la vecina de mi hermana acaba de tener una preciosa niña”, para  después terminar preguntando inocentemente, ¿qué te parecería si yo… si yo estuviera embarazada? Pero Richard la interrumpió con impaciencia.

—Déjate de rodeos y dime que te tiene tan alterada –exigió mientras le sujetaba las manos que Diana retorcía nerviosamente.  

—Quiero tener un hijo —anunció sin más, sintiéndose vacía al instante porque él la soltó como si le quemase y retrocedió en su asiento, tomando la taza de humeante café como si no la hubiese escuchado.  

Unos segundos después, llegó su negativa en forma de palabra.

—No. —Respondió tajante—, no quiero niños, y lo sabes. Sabes que no los soporto, que no aguanto sus gritos, sus llantos, ni sus pañales sucios. Por no hablar de las noches en vela; definitivamente olvídate de que vaya haber un niño en esta casa.  

—Demasiado tarde –contestó Diana dolida hasta lo indecible—, el bebé ya viene en camino –soltó en el arrebato de ira que le siguió al dolor que le causaron sus injustificadas razones.  

Él se levantó de un salto, dispuesto a marcharse y dejarla allí,  con la palabra en la boca. Pero pareció pensárselo mejor, pues se giró y le gritó secamente.

—¡Pues tendrás que elegir… o ese mocoso o yo! —Tuvo la poca vergüenza de exigirle. ¡Era la vida de su propio hijo!

Diana había esperado alguna negativa, había pensado que tendría que convencerle, que…  Pero jamás imaginó ese rechazo tan cruel, tan despiadado a la vida que crecía en su interior, que también formaba parte de él.

—La decisión está tomada —le respondió con los ojos anegados, con el corazón destrozado, pero más segura que nunca de la decisión que había tomado. Hacía lo correcto, se dijo—.  Puedes pasar a recoger tus cosas mañana por la mañana –susurró sin querer mirarle de nuevo antes de que él abandonara definitivamente la cocina, y a ella.  ¡Y a su hijo!.

Cuando por fin se quedó  sola, después de escuchar el portazo que sacudió la casa entera, se llevó una protectora  mano al vientre aún plano.

Tranquilo pequeño, estaremos bien –dijo en voz alta. 


FIN

Sin título:

María se paseaba ansiosa por la pequeña aula. Doce pupitres esperando a doce pequeños, con sus caritas sonrientes, llenos de anhelos, de esperanzas. Ella quería, estaba allí para ayudarlos a cumplirlas, para enseñarles que había todo un mundo detrás del gris horizonte desde el que no avistaban nada más que un muro de piedra que les impedía ver más allá.
La modesta escuela en un pequeño pueblo perdido en Guatemala, solo contaba con dos aulas; una para los niños mayores de diez años, y la que observaba María en ese momento, con la idea de memorizar cada detalle, pues este era un sueño  que había esperado con ansias  desde hacía mucho tiempo.
 Las paredes del aula estaban decoradas con dibujos de vivos colores, esparcidos de aquí para allá. Detrás de su mesa había un pizarrón con un marco de madera, también pintado de alegres tonalidades. Los pequeños pupitres hechos a mano, eran de color verde.
Todo estaba preparado con mucha ilusión, con mucho esmero.  Fueron los propios  padres de los niños quienes habían construido tanto el modesto mobiliario, como todo el pequeño edificio, por lo tanto habían sacado tiempo de sus arduas tareas, para, con toda la fe del mundo, levantar  un lugar en el que sus hijos se formarían, se educarían,  para llegar a ser grandes hombres y mujeres en el futuro.
Los habitantes del pueblo eran gente amable y sencilla.  Se dedicaban en su mayor parte a la agricultura y en algunos casos a la ganadería.  No había muchos niños, pues los más mayorcitos, ya ayudaban a sus padres en las labores del campo. Muchas otras familias, habían emigrado a pueblos o ciudades más prosperas, para poder dar a sus hijos la educación que hasta el momento no habían podido conseguir en San Felipe.
Pero María ya estaba allí, dispuesta a trabajar duro.
Cuando la llamaron de la ONG para la que llevaba algún tiempo colaborando y le contaron el proyecto en el que llevaban algunos meses trabajando, no lo dudo ni un momento. Metió sus pocas pertenencias en una maleta, se despidió de sus amigas más allegadas y se puso en marcha. María no tenía familia, no dejaba atrás hijos, ni marido, ni siquiera un novio.
De alguna forma, su vida también empezaba ese día. Su nueva vida.
Una dulce voz la sacó de sus pensamientos.  Se giró y se encontró con una pequeña criatura que le sonreía con toda la calidez e inocencia que da la niñez.
María le devolvió la sonrisa, llena de satisfacción y alegría.  La pequeña le tendió una manita, en la que llevaba una flor y se la ofreció.  El rostro de María mostró tal expresión de ternura que parecía estar iluminada por un aura invisible.
Eso fue lo que pensó Julián, cuándo con la respiración agitada después de haber corrido detrás de su hija, llegó al fin al aula.
María alzó la mirada y sus ojos azules se encontraron con los oscuros del hombre que la observaba desde la puerta.

FIN

7 comentarios :

Iris Martinaya dijo...

Muchas gracias Dulce!! Está todo genial. Sólo avisar que la antología Relatos de amor, no es mía entera, sólo participo con un relato al igual que en El personaje literario o Relatos oscuros.

Muchísimas gracias por el trabajo que te has tomado y tan rápido!!

Besos miles

Val Navás dijo...

Bienvenida al club, wapa, muchos besotessssss

Athena Rodríguez dijo...

Que estilo tan más encantador :D

¡Bienvenida iris! que nos traigas muchas más alegrías al club y que nosotras podamos darte otras tantas.

¡Saludos!

Anónimo dijo...

Bienvenida al club, guapa

Unknown dijo...

¡Hola! Me llamo Nadia.
Y quisiera ser socia del club.
Llevo 2 años escribiendo y hace unos meses comencé a escribir. Actualmente tengo dos historias ya publicadas
La primera se llama: "Amor Prohibido" y es romantica.Llevo publicados ya 17 capitulos. Este es el 1 capitulo:
http://nadia-vientosolar.blogspot.com/2011/07/primer-capitulo-de-mi-historia-nueva.html
( si no puedes copiar las sinopsis avisame y te lo envio por correo)
y mi segunda historia que es: Perdida. Apenas llevo 4 capitulos.
http://nadia-vientosolar.blogspot.com/2011/09/y-la-historia-ganadora-esmas-1-capitulo.html
La historia tiene trailer y es:
http://www.youtube.com/watch?v=l90Reecx5MU
Tengo muchos poemas escritos, pero mi pagina esta protegida para que no copeen cosas de ahi. Si no puedes copiar ne harias el enorme favor de decirmelo a este correo;
nadia97eclipse@gmail.com
espero y si funcione. Lamento todo el relajo.
Besos,Nadia.

Van der Banck dijo...

A mí me gustaría unirme a su club. La verdad es que me encantaría y me sentí atraída desde el primer momento.
Tenía varias cosas publicadas en Foros DZ pero se borraron. Publiqué recientemente esto:
http://forosdz.com/literatura-79/como-perder-tus-amigos-2950/
Y participaba activamente en un blog que la dueña borró.
Por favor, acéptenme

Unknown dijo...

Hola Iris..estoy ansiosa de leer VIVIR AMÁNDOTE. .
Cuando vamos a tener la dicha de leerla ??
Me encantan tus escritos..
Bss