Navidad, tiempo de reencuentro
—¿Está usted segura? —preguntó la anciana—. Estas casas están alejadas del pueblo, ¿y si le sucede algo?.
—No se preocupe, estaré bien —insistí—. Podré arreglármelas yo sola en una casa.
—Pero estamos en Navidad, ¿no preferiría estar compañía de la familia?.
Pero yo no tenía familia. Es decir, sí la tenía, pero los pocos familiares con los que podría pasar estas fechas tan especiales no eran de mi agrado. Mi padre, fallecido cuando aún era una niña, procedía de una familia adinerada y cuando se casó con mi madre, una mujer como otra cualquiera, toda su familia le dio de lado. Mi madre, por otra parte era hija única y mis abuelos fallecieron hace tiempo en un intervalo de un par de meses. Solo quería pasar las Navidades con ella, pero había necesitado ser ingresada en una residencia mental en el extranjero hacía ya varios años.
Mi trabajo no me permitía ir a visitarla tanto como me gustaría, pero siempre procuraba estar allí para Navidad. Sin embargo, este año, el vuelo que tomaría se había cancelado por una tormenta de nieve y los aeropuertos estarían cerrados durante días. Para colmo, la ciudad donde tomaba el vuelo no era donde yo vivía y en el camino de vuelta la visibilidad se hizo tan mala que tuve que parar al poco de salir.
—Ya la he dicho que estaré bien sola —evité el tema de mi familia—. Cualquiera diría que no quiere alquilarme la casa por una noche —o días si la actividad del aeropuerto tardaba en volver a la normalidad.
—El dinero viene muy bien en estos tiempos, pero hay que mirar por los demás.
—Quédese tranquila. Soy una mujer prudente y tendré cuidado.
—Junto al teléfono está el número de mi casa —indicó—. Prométeme que si te surge cualquier cosa, por mínima que sea, y sin importar la hora, me llamarás. Mi hijo se está quedando estos días con nosotros, y si fuera necesario estaría aquí antes de que puedas colgar el teléfono.
—Le agradezco su ofrecimiento, pero no es…
—¡Prométemelo! —me interrumpió.
—Está bien, se lo prometo.
Solo entonces la anciana propietaria de la casa accedió a irse, aunque no creo que lo hiciera totalmente tranquila. Una vez cerré la puerta y eché el cerrojo, entré al salón para derrumbarme sobre el sillón.
La casa estaba en perfecto estado. Cuando entré con la mujer los muebles estaban cubiertos con sábanas para evitar que el polvo se acumulara sobre ellos, la calefacción y el agua cortados, y la cama desecha. Pero en menos de quince minutos, había quitado todas las sábanas, conectado la calefacción, dado el agua, encendido la chimenea y hecho la cama. Pensarías que entrando sin reserva, la casa estaría sin limpiar y asear, pero al parecer la mujer había hecho limpieza recientemente ya que todo estaba perfecto.
Dejé mi maleta, sin deshacer, a un lado de la cama, sacando solo el neceser para dejarlo en el baño, y el pijama. O lo que iba a usar como pijama, ya que a un pantalón gris de chándal de felpa y una sudadera violeta gruesa de algodón y poliéster que me pondría sobre una camiseta negra de manga larga de lycra. Era una persona muy friolera. Por eso no tardé ni un segundo en cambiarme.
También cogí mi portátil y lo dejé sobre la mesa junto a la chimenea cuando iba a la cocina para comer algo. Había tomado un bocadillo en el aeropuerto, pero ya tenía el gusanillo del hambre otra vez. Afortunadamente la propietaria había dejado un par de cosas en la cocina. Se trataba de un cartón de leche, un sobre de café y un paquete de galletas para el desayuno; a demás de unos bollos dulces y mermelada.
Unté un par de bollos y me los llevé al salón, donde me senté delante de la chimenea con mi portátil y comencé a escribir. Era una novela negra que trataba de una joven que se encuentra visitando un país extraño y presencia el asesinato de un rico empresario. El asesino lo había planeado todo al detalle para que pensaran que había sido un accidente. Todo excepto una cosa, una testigo, la protagonista de la historia.
Estaba exhausta después de hablar con la policía, o mejor dicho, de ser interrogada. Había estado en comisaría respondiendo a sus preguntas durante horas, a lo que había que sumarle la falta de sueño por el viaje de ocho horas y el presenciar un asesinato. Había tenido un día duro, pero al menos no tanto como el muerto.
No me molesté en quitarme la ropa y me desplomé sobre la cama del hotel, dispuesta a dormir durante días. Sin embargo, como suele pasar algunas veces, estaba tan cansada que me era imposible conciliar el sueño.
Harta de dar vueltas en la cama, me levanté y tomé mi chaqueta para salir a dar un paseo al jardín del hotel. Afortunadamente, la elección del hotel si me había salido como yo quería, un gran servicio y unas fantásticas instalaciones.
—No se preocupe, estaré bien —insistí—. Podré arreglármelas yo sola en una casa.
—Pero estamos en Navidad, ¿no preferiría estar compañía de la familia?.
Pero yo no tenía familia. Es decir, sí la tenía, pero los pocos familiares con los que podría pasar estas fechas tan especiales no eran de mi agrado. Mi padre, fallecido cuando aún era una niña, procedía de una familia adinerada y cuando se casó con mi madre, una mujer como otra cualquiera, toda su familia le dio de lado. Mi madre, por otra parte era hija única y mis abuelos fallecieron hace tiempo en un intervalo de un par de meses. Solo quería pasar las Navidades con ella, pero había necesitado ser ingresada en una residencia mental en el extranjero hacía ya varios años.
Mi trabajo no me permitía ir a visitarla tanto como me gustaría, pero siempre procuraba estar allí para Navidad. Sin embargo, este año, el vuelo que tomaría se había cancelado por una tormenta de nieve y los aeropuertos estarían cerrados durante días. Para colmo, la ciudad donde tomaba el vuelo no era donde yo vivía y en el camino de vuelta la visibilidad se hizo tan mala que tuve que parar al poco de salir.
—Ya la he dicho que estaré bien sola —evité el tema de mi familia—. Cualquiera diría que no quiere alquilarme la casa por una noche —o días si la actividad del aeropuerto tardaba en volver a la normalidad.
—El dinero viene muy bien en estos tiempos, pero hay que mirar por los demás.
—Quédese tranquila. Soy una mujer prudente y tendré cuidado.
—Junto al teléfono está el número de mi casa —indicó—. Prométeme que si te surge cualquier cosa, por mínima que sea, y sin importar la hora, me llamarás. Mi hijo se está quedando estos días con nosotros, y si fuera necesario estaría aquí antes de que puedas colgar el teléfono.
—Le agradezco su ofrecimiento, pero no es…
—¡Prométemelo! —me interrumpió.
—Está bien, se lo prometo.
Solo entonces la anciana propietaria de la casa accedió a irse, aunque no creo que lo hiciera totalmente tranquila. Una vez cerré la puerta y eché el cerrojo, entré al salón para derrumbarme sobre el sillón.
La casa estaba en perfecto estado. Cuando entré con la mujer los muebles estaban cubiertos con sábanas para evitar que el polvo se acumulara sobre ellos, la calefacción y el agua cortados, y la cama desecha. Pero en menos de quince minutos, había quitado todas las sábanas, conectado la calefacción, dado el agua, encendido la chimenea y hecho la cama. Pensarías que entrando sin reserva, la casa estaría sin limpiar y asear, pero al parecer la mujer había hecho limpieza recientemente ya que todo estaba perfecto.
Dejé mi maleta, sin deshacer, a un lado de la cama, sacando solo el neceser para dejarlo en el baño, y el pijama. O lo que iba a usar como pijama, ya que a un pantalón gris de chándal de felpa y una sudadera violeta gruesa de algodón y poliéster que me pondría sobre una camiseta negra de manga larga de lycra. Era una persona muy friolera. Por eso no tardé ni un segundo en cambiarme.
También cogí mi portátil y lo dejé sobre la mesa junto a la chimenea cuando iba a la cocina para comer algo. Había tomado un bocadillo en el aeropuerto, pero ya tenía el gusanillo del hambre otra vez. Afortunadamente la propietaria había dejado un par de cosas en la cocina. Se trataba de un cartón de leche, un sobre de café y un paquete de galletas para el desayuno; a demás de unos bollos dulces y mermelada.
Unté un par de bollos y me los llevé al salón, donde me senté delante de la chimenea con mi portátil y comencé a escribir. Era una novela negra que trataba de una joven que se encuentra visitando un país extraño y presencia el asesinato de un rico empresario. El asesino lo había planeado todo al detalle para que pensaran que había sido un accidente. Todo excepto una cosa, una testigo, la protagonista de la historia.
Estaba exhausta después de hablar con la policía, o mejor dicho, de ser interrogada. Había estado en comisaría respondiendo a sus preguntas durante horas, a lo que había que sumarle la falta de sueño por el viaje de ocho horas y el presenciar un asesinato. Había tenido un día duro, pero al menos no tanto como el muerto.
No me molesté en quitarme la ropa y me desplomé sobre la cama del hotel, dispuesta a dormir durante días. Sin embargo, como suele pasar algunas veces, estaba tan cansada que me era imposible conciliar el sueño.
Harta de dar vueltas en la cama, me levanté y tomé mi chaqueta para salir a dar un paseo al jardín del hotel. Afortunadamente, la elección del hotel si me había salido como yo quería, un gran servicio y unas fantásticas instalaciones.
Me abracé a mí misma y me dejé guiar por mis pies entre las plantas del jardín, mirando maravillada la gran cantidad y variedad de especies botánicas. Los diferentes aromas me embriagaron, una justa mezcla de ellos sin llegar a ser cargante. Adoraba la paz y tranquilidad que me traían. Tal vez así pudiera relajarme antes de dormir un poco.
Pero el mundo parecía estar hoy en mi contra. De repente comencé a sentirme inquieta, acelerando mis pasos sin saber a donde guiarlos, sin detenerme en ninguna planta, sin fijarme en ellas.
No sabía cual era el problema, pero algo no estaba bien.
Sentía escalofríos recorrer mi espalda de arriba abajo mientras me sentía observada y perseguida por alguien. Mi corazón se encogió al encajar las piezas del puzzle. El asesino.
¿Cómo pude haber sido tan tonta?. Si yo había visto que él había cometido un asesinato, él claramente debió haberme visto a mí. Por supuesto, al llevar su cara cubierta fui incapaz de reconocerle, pero yo no llevaba nada que ocultara mi identidad.
Ahora, por mi estupidez, correría la misma suerte que aquel hombre.
Lo sentí más cerca, como si estuviera a menos de un paso de mí. Sentía que estirando su brazo podría alcanzarme sin más esfuerzo. Lo sentía, pero no me atrevía a mirar. Mis ojos se llenaron de lágrimas en anticipación a lo que iba a pasar, recordando lo que unas horas antes habían contemplado. Unas horas que ya no me parecían tan distantes.
Un golpe fuerte y contundente me sobresaltó. Estaba tan absorta en la escritura que el golpe casi hizo que el corazón se me saliera del pecho.
Al principio miré confundido a mi alrededor tratando de averiguar que objeto habría caído haciendo semejante ruido. Pero cuando el golpe se repitió doblemente, comprendí que era alguien aporreando la puerta.
Con el miedo aún en el cuerpo por la novela que estaba escribiendo, me acerqué a la puerta y miré por la mirilla. Fuera, echado contra la puerta, había un hombre grande de rostro duro y mirada afilada que me hizo desconfiar.
—¿Señorita Elena? —gritó desde fuera—. Soy Germán, el hijo de la propietaria. ¿Podrías abrirme?.
Eso tenía sentido. Ella ya había dicho que su hijo estaba pasando unos días con ellos y si necesitaba algo me lo mandaría. Desde luego encajaba que le hubiera enviado para asegurarse de que todo estaba perfectamente bien antes de irse a dormir.
—Supongo que te envía para ver no me haya pasado nada —dije abriendo la puerta—. Podrías haberte ahorrado el viaje si hubieras llamado por teléfono.
—¿Puedo pasar? —asentí—. Ella trató de llamarte antes de acostarse, pero descubrió que no había línea y se preocupó.
—¿No hay línea? Supongo que debe haber fallado por la tormenta. De todos modos, ¿por qué se preocupa tanto tu madre por mi seguridad?.
—Es debido a los lobos —clavó su mirada de hielo en mí—. Hay un asentamiento cerca y le preocupa que alguno se adentre en el recinto, o que algún turista se interne en el bosque más de lo debido. Los lobos no suelen atacar a las personas, pero ella procura contratar guardias forestales para las épocas de temporadas. Sin embargo, el turismo ha descendido gravemente desde que empezaron a avistarse los lobos.
—¿Lobos? —dije involuntariamente recordando algo ocurrido cuando era niña.
—¿Les temes? —preguntó él a su vez.
—Yo… —no estaba segura sobre contarle lo sucedido a un desconocido, pero algo me decía que podía confiar en él y abrirme sin reservas— Cuando era pequeña… me perdí en un bosque, caminé asustada durante horas hasta que me encontraron, pero antes de eso… di con una manada de lobos.
—¿Te atacaron? —negué frenéticamente con la cabeza.
—No. Ellos… me dejaron entrar en su territorio. Uno de ellos, el más grande, se acercó y me olfateó. Decidió que no era ninguna amenaza y se giró hacia su manada. Imaginé que era el alfa ya que todos parecieron aceptar su decisión. Yo estaba perdida y ellos cuidaron de mí hasta que me encontraron, buscándome algunas bayas para que comiera y dándome calor con sus pelajes —esbocé una pequeña sonrisa al recordar algo—. Había un cachorro, que incluso trató de animarme porque estaba llorando. No hacía más que saltar a mi alrededor para jugar, me daba ligeros empujones con su hocico haciéndome cosquillas… Pero cuando me encontraron estaba sola. Recuerdo haberme dormido abrazada al pequeño cachorro y despertarme en brazos de mi madre. Ellos dijeron que me encontraron sola, tendida en el bosque.
Durante unos instantes se quedó cayado, contemplándome con ojos serios, a la vez que yo miraba al suelo, preguntándome como otras muchas veces, donde que habría sido de la manada y el cachorro; y una pequeña parte de mi mente, la que aun seguía en el presente, quería saber qué pasaba por la suya.
Entonces caí en la cuenta de que seguíamos en la entrada, así que lo insté a entrar al salón a calentarse un poco antes de volver al frío de la tormenta.
Accedió a pasar y calentarse con el fuego mientras hablábamos sobre la lectura y se interesaba por la novela que estaba escribiendo. Era un hombre muy atento y educado, que compartía algunos hábitos conmigo como su pasión por la lectura. Motivo por el que le permití leer las primeras páginas del borrador de mi nueva novela, no sin antes advertirle que no era una escritora profesional, sino más bien un hobby. Mi verdadero trabajo era mucho más aburrido, absorbente y agotador.
Tras unos minutos se marchó a su casa. Su madre lo estaba esperando y no quería que se acostara tarde por mi culpa. Era una mujer muy amable que ya se había preocupado suficiente por mí.
Germán tomó su grueso abrigo y pasó una mano por su pelo gris a la vez que me dirigió una extraña mirada con sus ojos azul pálido. Al principio, cuando había entrado por la puerta me habían parecido helados, fríos; pero ahora mostraban anhelo y tristeza. Como si hubiera dejado caer algún tipo de barrera.
Sin embargo, no entendía por qué.
Él era un hombre guapo y atractivo que tendría a muchas mujeres a sus pies, mientras que yo era una mujer algo entrada en carnes que no se preocupaba mucho por su apariencia. Era cierto que el contraste de mis ojos grises y mi pelo negro podría parecer bonito, pero no le sacaba partido. Sabía que cualquier hombre se alejaría de mí con solo ver el resto de mi cuerpo: uno blando y pálido con un trasero y unos pechos demasiado grandes.
Y desde luego no se había sentido atraído por mi personalidad. Apenas habíamos estado unos escasos minutos en la misma habitación e intercambiado pocas palabras.
Pero algo en mi interior se agitó cuando se fue, dejándome aun más confundida.
No sabía qué me impulsó a hacer lo que hice a continuación, pero no quise detenerme. Corrí a calzarme las botas y enfundarme el abrigo y salí en su busca.
Al principio caminé por la nieve todo lo deprisa que esta me permitía, pero no tardé en detenerme. ¿Dónde había ido tan rápido?, ¿y dónde estaba yo?.
La tormenta había empeorado y era tan fuerte que no me permitía ver a un palmo de distancia. Había sido una estúpida por correr detrás de un hombre al que no conocía, por pensar que algunas de las novelas que escribía podían hacerse realidad, y ahora estaba perdida en un lugar desconocido durante una tormenta de nieve.
Tratando de no desanimarme, me giré y comencé a caminar en lo que creía que era la dirección en la que había venido. Si no lograba encontrar el camino de vuelta al menos tardaría más en notar el frío y congelarme si me movía.
No sé cuanto tiempo estuve dando tumbos por la nieve, pero al final sucedió lo inevitable. Mis pies y piernas heladas se vieron vencidas por el frío y el cansancio y caí sobre el duro manto congelado, incapaz de moverme. Me encogí sobre mí misma, en un torpe intento de guardar mi calor, mientras me maldecía una vez más por mi idiotez.
Sabía que debía mantener los ojos abiertos y no dormirme, pero el agotamiento pudo conmigo. Lentamente cerré los ojos, perdiendo la batalla contra el frío.
Y soñé.
Soñé con un lobo gris, la versión adulta del cachorro que conocí de niña. Se acercó y me acarició con su hocico antes de marcharse, dejándome vacía y sola.
Pero mi sueño no terminó ahí.
Soñé con la calidez de unos fuertes brazos que me acogían y me apretaban contra un duro pecho.
Poco a poco el calor de mi sueño me envolvió. Ya no provenía solo de esos brazos y ese pecho que aun me estrechaban contra sí, sino de todos lados. Podía oír el crepitar de un fuego cerca de mí, y el tacto suave de la manta que me cubría.
Mi mente comenzó a trabajar y me di cuenta de que no era un sueño. En verdad estaba en los brazos de un hombre que me mantenían apretada dándome calor.
Abrí mis ojos alarmada, para ver la cara del hombre al que pertenecían los brazos que me envolvían e inmediatamente me quedé paralizada al encontrarme con un Germán dormido. Aunque no duró mucho, ya que se despertó al sentirme agitarme sobre él.
—¿Qué tal te encuentras?.
Sentí como mis mejillas enrojecían al recordar lo sucedido y comprenderlo. Había salido a buscarlo y había terminado siendo rescatada por él, cuando había prometido quedarme en la casa a salvo. Seguramente Germán me viera como una estúpida.
—Sí… yo… lo siento —bajé mi mirada.
—No —tomó mi barbilla entre sus dedos para hacerme enfrentar su mirada—. No te disculpes.
—Fui una estúpida.
—No, el estúpido fui yo —negó.
—¿Tú?, eso no tiene sentido.
—Sí lo tiene. Es solo que tú no lo sabes todo —ahora fue su turno para desviar la mirada.
—No te entiendo. ¿Qué es lo que no sé?.
—Si te lo cuento, seguramente saldrás corriendo y en este momento no sería lo más conveniente —contestó.
—Pero yo quiero saber —insistí—. Te prometo que no iré a ningún lado.
Germán se quedó en silencio durante unos instantes, con la mirada perdida en el fuego de la chimenea. Pensé que no iba a decir nada, y ese temor se incrementó cuando se removió debajo de mí para levantarse.
Sin embargo, no se fue. Se apoyó contra la chimenea y habló sin mirarme.
—Mi familia y yo… guardamos un secreto. Uno que te resultará increíble y para el que deberás tener la mente abierta… muy abierta —no dije nada, temerosa de que mi interrupción lo desalentara—. ¿Recuerdas la manada que te cuidó cuando te perdiste?
—Sí —dije sorprendida—, pero ¿qué tiene eso…?.
—Todo —me interrumpió—. Tiene todo que ver —soltó un largo suspiro antes de continuar—. Nosotros… estábamos allí… de algún modo. Has cambiado mucho desde entonces, pero sigues siendo la misma… esa manera de seguir tus impulsos ciegamente sin pensar en las consecuencias… Ese fue el motivo por el que te perdiste en el bosque…
—Vi a un niño, pero todos dijeron que no había nadie, así que salí a buscarlo. ¿Cómo sabes eso?
—Ese niño era yo. Estaba por la zona con mis padres y otros familiares y tú… llamaste mi atención.
Quise acercarme para verte mejor… para hablar contigo… conocerte, pero no estaba permitido que nosotros entabláramos algún tipo de relación con vosotros. Sin embargo, me viste y me seguiste.
—¿Por qué no podías acercarte? —pregunté confundida.
—Nosotros no somos como vosotros —vi sus manos cerrarse en puños—. No somos… humanos —quise decir algo, pero mi boca cayó abierta y muda—. Somos licántropos. Cuando me seguiste, no te perdiste, me encontraste a mí y al resto de la manada.
—¿Li… cántropos?, ¿manada? —cada vez estaba más confundida, por no decir que me parecía una broma de mal gusto—. Esto cada vez tiene menos sentido.
—Pero es la verdad —frustrado golpeó la chimenea—. Es lo que somos, lo que soy. Ese día, nos encontraste, pero no adivinaste lo que éramos. La manada cuidó de ti y luego mis padres y yo la abandonamos por no querer seguir las normas.
>> Los de nuestra especie solo podemos emparejarnos con otros licántropos y es para siempre. Cuando ves a la que será tu pareja la reconoces, no importa cuándo ni cómo suceda, simplemente lo sabes.
—¿Estás tratando de decirme que… tú y yo…? —me detuve incapaz de seguir.
—Sí —se giró para enfrentarme por primera vez desde que comenzó a hablar—. Te reconocí como mi pareja cuando tenía diez años, tú no debías tener más de siete por aquel entonces, y cuando cumplí los quince me separe de mis padres para buscarte. Pero siempre volvía para Navidad. ¿Quién me iba a decir que te encontraría aquí?.
>> Has cambiado mucho desde entonces, te has convertido en una mujer impresionante, pero tu aroma sigue siendo el mismo, solo ha perdido ese pequeño toque de la niñez ganando uno más maduro. Mi madre lo reconoció y corrió a decírmelo. Como los lobos, estamos hechos para vivir en familia y es duro estar separados de esta. Ella sabía que si te encontraba no tenía por qué estar lejos de ellos, siempre y cuando tú aceptes a quedarte con nosotros.
Se quedó mirándome a los ojos durante unos instantes en los que comprendí que esperaba una respuesta. Sin embargo, mi mente aun estaba asimilándolo todo y mi garganta estaba seca y cerrada.
Él lo interpretó como una negativa y, resignado, se giró para marcharse.
Aun no comprendía ni una mínima parte de lo sucedido, pero mi corazón iba muchos pasos por delante de mi mente y se encogió ante la idea de volver a quedarme sola viéndolo marcharse.
Me levanté tan rápido como pude y logré alcanzarlo en la puerta mientras se convertía en un hermoso lobo gris, el mismo de mi sueño, la versión adulta del cachorro. Debió sentirme a su espalda, ya que se dio la vuelta y me miró con unos profundos ojos azules.
Siguiendo otro de mis impulsos, me abalancé sobre él y lo abracé, enterrando mi cabeza en su pelaje, dejando que su calor, su suavidad y su aroma me embriagaran.
—Germán —suspiré—, aún no comprendo la totalidad de esto, pero no quiero que te vayas, no quiero pasar sola esta Navidad. Quédate conmigo ayúdame a entenderlo.
Noté como el pelo desaparecía debajo de mis brazos, dejando paso a la piel suave y dura de los músculos de un hombre fuerte. Germán se alzó llevándome entre sus brazos como si mi peso, ligeramente superior a lo recomendado, fuera insignificante y me llevó de vuelta al interior de la casa.
—Yo tampoco quiero pasar esta Navidad solo —dijo en mi oído, provocando escalofríos en mi columna—. Todas las Navidades tenía un único deseo y al fin se ha cumplido. He esperado durante diecisiete años para poder tenerte, no te desharás de mí fácilmente. Solo quería darte algo de tiempo para aclarar tus ideas.
—Sigo necesitando ese tiempo —susurré—, pero quiero compartirlo contigo. Me he sentido muy sola todos estos años y solo ahora me parece estar completa.
Pero el mundo parecía estar hoy en mi contra. De repente comencé a sentirme inquieta, acelerando mis pasos sin saber a donde guiarlos, sin detenerme en ninguna planta, sin fijarme en ellas.
No sabía cual era el problema, pero algo no estaba bien.
Sentía escalofríos recorrer mi espalda de arriba abajo mientras me sentía observada y perseguida por alguien. Mi corazón se encogió al encajar las piezas del puzzle. El asesino.
¿Cómo pude haber sido tan tonta?. Si yo había visto que él había cometido un asesinato, él claramente debió haberme visto a mí. Por supuesto, al llevar su cara cubierta fui incapaz de reconocerle, pero yo no llevaba nada que ocultara mi identidad.
Ahora, por mi estupidez, correría la misma suerte que aquel hombre.
Lo sentí más cerca, como si estuviera a menos de un paso de mí. Sentía que estirando su brazo podría alcanzarme sin más esfuerzo. Lo sentía, pero no me atrevía a mirar. Mis ojos se llenaron de lágrimas en anticipación a lo que iba a pasar, recordando lo que unas horas antes habían contemplado. Unas horas que ya no me parecían tan distantes.
Un golpe fuerte y contundente me sobresaltó. Estaba tan absorta en la escritura que el golpe casi hizo que el corazón se me saliera del pecho.
Al principio miré confundido a mi alrededor tratando de averiguar que objeto habría caído haciendo semejante ruido. Pero cuando el golpe se repitió doblemente, comprendí que era alguien aporreando la puerta.
Con el miedo aún en el cuerpo por la novela que estaba escribiendo, me acerqué a la puerta y miré por la mirilla. Fuera, echado contra la puerta, había un hombre grande de rostro duro y mirada afilada que me hizo desconfiar.
—¿Señorita Elena? —gritó desde fuera—. Soy Germán, el hijo de la propietaria. ¿Podrías abrirme?.
Eso tenía sentido. Ella ya había dicho que su hijo estaba pasando unos días con ellos y si necesitaba algo me lo mandaría. Desde luego encajaba que le hubiera enviado para asegurarse de que todo estaba perfectamente bien antes de irse a dormir.
—Supongo que te envía para ver no me haya pasado nada —dije abriendo la puerta—. Podrías haberte ahorrado el viaje si hubieras llamado por teléfono.
—¿Puedo pasar? —asentí—. Ella trató de llamarte antes de acostarse, pero descubrió que no había línea y se preocupó.
—¿No hay línea? Supongo que debe haber fallado por la tormenta. De todos modos, ¿por qué se preocupa tanto tu madre por mi seguridad?.
—Es debido a los lobos —clavó su mirada de hielo en mí—. Hay un asentamiento cerca y le preocupa que alguno se adentre en el recinto, o que algún turista se interne en el bosque más de lo debido. Los lobos no suelen atacar a las personas, pero ella procura contratar guardias forestales para las épocas de temporadas. Sin embargo, el turismo ha descendido gravemente desde que empezaron a avistarse los lobos.
—¿Lobos? —dije involuntariamente recordando algo ocurrido cuando era niña.
—¿Les temes? —preguntó él a su vez.
—Yo… —no estaba segura sobre contarle lo sucedido a un desconocido, pero algo me decía que podía confiar en él y abrirme sin reservas— Cuando era pequeña… me perdí en un bosque, caminé asustada durante horas hasta que me encontraron, pero antes de eso… di con una manada de lobos.
—¿Te atacaron? —negué frenéticamente con la cabeza.
—No. Ellos… me dejaron entrar en su territorio. Uno de ellos, el más grande, se acercó y me olfateó. Decidió que no era ninguna amenaza y se giró hacia su manada. Imaginé que era el alfa ya que todos parecieron aceptar su decisión. Yo estaba perdida y ellos cuidaron de mí hasta que me encontraron, buscándome algunas bayas para que comiera y dándome calor con sus pelajes —esbocé una pequeña sonrisa al recordar algo—. Había un cachorro, que incluso trató de animarme porque estaba llorando. No hacía más que saltar a mi alrededor para jugar, me daba ligeros empujones con su hocico haciéndome cosquillas… Pero cuando me encontraron estaba sola. Recuerdo haberme dormido abrazada al pequeño cachorro y despertarme en brazos de mi madre. Ellos dijeron que me encontraron sola, tendida en el bosque.
Durante unos instantes se quedó cayado, contemplándome con ojos serios, a la vez que yo miraba al suelo, preguntándome como otras muchas veces, donde que habría sido de la manada y el cachorro; y una pequeña parte de mi mente, la que aun seguía en el presente, quería saber qué pasaba por la suya.
Entonces caí en la cuenta de que seguíamos en la entrada, así que lo insté a entrar al salón a calentarse un poco antes de volver al frío de la tormenta.
Accedió a pasar y calentarse con el fuego mientras hablábamos sobre la lectura y se interesaba por la novela que estaba escribiendo. Era un hombre muy atento y educado, que compartía algunos hábitos conmigo como su pasión por la lectura. Motivo por el que le permití leer las primeras páginas del borrador de mi nueva novela, no sin antes advertirle que no era una escritora profesional, sino más bien un hobby. Mi verdadero trabajo era mucho más aburrido, absorbente y agotador.
Tras unos minutos se marchó a su casa. Su madre lo estaba esperando y no quería que se acostara tarde por mi culpa. Era una mujer muy amable que ya se había preocupado suficiente por mí.
Germán tomó su grueso abrigo y pasó una mano por su pelo gris a la vez que me dirigió una extraña mirada con sus ojos azul pálido. Al principio, cuando había entrado por la puerta me habían parecido helados, fríos; pero ahora mostraban anhelo y tristeza. Como si hubiera dejado caer algún tipo de barrera.
Sin embargo, no entendía por qué.
Él era un hombre guapo y atractivo que tendría a muchas mujeres a sus pies, mientras que yo era una mujer algo entrada en carnes que no se preocupaba mucho por su apariencia. Era cierto que el contraste de mis ojos grises y mi pelo negro podría parecer bonito, pero no le sacaba partido. Sabía que cualquier hombre se alejaría de mí con solo ver el resto de mi cuerpo: uno blando y pálido con un trasero y unos pechos demasiado grandes.
Y desde luego no se había sentido atraído por mi personalidad. Apenas habíamos estado unos escasos minutos en la misma habitación e intercambiado pocas palabras.
Pero algo en mi interior se agitó cuando se fue, dejándome aun más confundida.
No sabía qué me impulsó a hacer lo que hice a continuación, pero no quise detenerme. Corrí a calzarme las botas y enfundarme el abrigo y salí en su busca.
Al principio caminé por la nieve todo lo deprisa que esta me permitía, pero no tardé en detenerme. ¿Dónde había ido tan rápido?, ¿y dónde estaba yo?.
La tormenta había empeorado y era tan fuerte que no me permitía ver a un palmo de distancia. Había sido una estúpida por correr detrás de un hombre al que no conocía, por pensar que algunas de las novelas que escribía podían hacerse realidad, y ahora estaba perdida en un lugar desconocido durante una tormenta de nieve.
Tratando de no desanimarme, me giré y comencé a caminar en lo que creía que era la dirección en la que había venido. Si no lograba encontrar el camino de vuelta al menos tardaría más en notar el frío y congelarme si me movía.
No sé cuanto tiempo estuve dando tumbos por la nieve, pero al final sucedió lo inevitable. Mis pies y piernas heladas se vieron vencidas por el frío y el cansancio y caí sobre el duro manto congelado, incapaz de moverme. Me encogí sobre mí misma, en un torpe intento de guardar mi calor, mientras me maldecía una vez más por mi idiotez.
Sabía que debía mantener los ojos abiertos y no dormirme, pero el agotamiento pudo conmigo. Lentamente cerré los ojos, perdiendo la batalla contra el frío.
Y soñé.
Soñé con un lobo gris, la versión adulta del cachorro que conocí de niña. Se acercó y me acarició con su hocico antes de marcharse, dejándome vacía y sola.
Pero mi sueño no terminó ahí.
Soñé con la calidez de unos fuertes brazos que me acogían y me apretaban contra un duro pecho.
Poco a poco el calor de mi sueño me envolvió. Ya no provenía solo de esos brazos y ese pecho que aun me estrechaban contra sí, sino de todos lados. Podía oír el crepitar de un fuego cerca de mí, y el tacto suave de la manta que me cubría.
Mi mente comenzó a trabajar y me di cuenta de que no era un sueño. En verdad estaba en los brazos de un hombre que me mantenían apretada dándome calor.
Abrí mis ojos alarmada, para ver la cara del hombre al que pertenecían los brazos que me envolvían e inmediatamente me quedé paralizada al encontrarme con un Germán dormido. Aunque no duró mucho, ya que se despertó al sentirme agitarme sobre él.
—¿Qué tal te encuentras?.
Sentí como mis mejillas enrojecían al recordar lo sucedido y comprenderlo. Había salido a buscarlo y había terminado siendo rescatada por él, cuando había prometido quedarme en la casa a salvo. Seguramente Germán me viera como una estúpida.
—Sí… yo… lo siento —bajé mi mirada.
—No —tomó mi barbilla entre sus dedos para hacerme enfrentar su mirada—. No te disculpes.
—Fui una estúpida.
—No, el estúpido fui yo —negó.
—¿Tú?, eso no tiene sentido.
—Sí lo tiene. Es solo que tú no lo sabes todo —ahora fue su turno para desviar la mirada.
—No te entiendo. ¿Qué es lo que no sé?.
—Si te lo cuento, seguramente saldrás corriendo y en este momento no sería lo más conveniente —contestó.
—Pero yo quiero saber —insistí—. Te prometo que no iré a ningún lado.
Germán se quedó en silencio durante unos instantes, con la mirada perdida en el fuego de la chimenea. Pensé que no iba a decir nada, y ese temor se incrementó cuando se removió debajo de mí para levantarse.
Sin embargo, no se fue. Se apoyó contra la chimenea y habló sin mirarme.
—Mi familia y yo… guardamos un secreto. Uno que te resultará increíble y para el que deberás tener la mente abierta… muy abierta —no dije nada, temerosa de que mi interrupción lo desalentara—. ¿Recuerdas la manada que te cuidó cuando te perdiste?
—Sí —dije sorprendida—, pero ¿qué tiene eso…?.
—Todo —me interrumpió—. Tiene todo que ver —soltó un largo suspiro antes de continuar—. Nosotros… estábamos allí… de algún modo. Has cambiado mucho desde entonces, pero sigues siendo la misma… esa manera de seguir tus impulsos ciegamente sin pensar en las consecuencias… Ese fue el motivo por el que te perdiste en el bosque…
—Vi a un niño, pero todos dijeron que no había nadie, así que salí a buscarlo. ¿Cómo sabes eso?
—Ese niño era yo. Estaba por la zona con mis padres y otros familiares y tú… llamaste mi atención.
Quise acercarme para verte mejor… para hablar contigo… conocerte, pero no estaba permitido que nosotros entabláramos algún tipo de relación con vosotros. Sin embargo, me viste y me seguiste.
—¿Por qué no podías acercarte? —pregunté confundida.
—Nosotros no somos como vosotros —vi sus manos cerrarse en puños—. No somos… humanos —quise decir algo, pero mi boca cayó abierta y muda—. Somos licántropos. Cuando me seguiste, no te perdiste, me encontraste a mí y al resto de la manada.
—¿Li… cántropos?, ¿manada? —cada vez estaba más confundida, por no decir que me parecía una broma de mal gusto—. Esto cada vez tiene menos sentido.
—Pero es la verdad —frustrado golpeó la chimenea—. Es lo que somos, lo que soy. Ese día, nos encontraste, pero no adivinaste lo que éramos. La manada cuidó de ti y luego mis padres y yo la abandonamos por no querer seguir las normas.
>> Los de nuestra especie solo podemos emparejarnos con otros licántropos y es para siempre. Cuando ves a la que será tu pareja la reconoces, no importa cuándo ni cómo suceda, simplemente lo sabes.
—¿Estás tratando de decirme que… tú y yo…? —me detuve incapaz de seguir.
—Sí —se giró para enfrentarme por primera vez desde que comenzó a hablar—. Te reconocí como mi pareja cuando tenía diez años, tú no debías tener más de siete por aquel entonces, y cuando cumplí los quince me separe de mis padres para buscarte. Pero siempre volvía para Navidad. ¿Quién me iba a decir que te encontraría aquí?.
>> Has cambiado mucho desde entonces, te has convertido en una mujer impresionante, pero tu aroma sigue siendo el mismo, solo ha perdido ese pequeño toque de la niñez ganando uno más maduro. Mi madre lo reconoció y corrió a decírmelo. Como los lobos, estamos hechos para vivir en familia y es duro estar separados de esta. Ella sabía que si te encontraba no tenía por qué estar lejos de ellos, siempre y cuando tú aceptes a quedarte con nosotros.
Se quedó mirándome a los ojos durante unos instantes en los que comprendí que esperaba una respuesta. Sin embargo, mi mente aun estaba asimilándolo todo y mi garganta estaba seca y cerrada.
Él lo interpretó como una negativa y, resignado, se giró para marcharse.
Aun no comprendía ni una mínima parte de lo sucedido, pero mi corazón iba muchos pasos por delante de mi mente y se encogió ante la idea de volver a quedarme sola viéndolo marcharse.
Me levanté tan rápido como pude y logré alcanzarlo en la puerta mientras se convertía en un hermoso lobo gris, el mismo de mi sueño, la versión adulta del cachorro. Debió sentirme a su espalda, ya que se dio la vuelta y me miró con unos profundos ojos azules.
Siguiendo otro de mis impulsos, me abalancé sobre él y lo abracé, enterrando mi cabeza en su pelaje, dejando que su calor, su suavidad y su aroma me embriagaran.
—Germán —suspiré—, aún no comprendo la totalidad de esto, pero no quiero que te vayas, no quiero pasar sola esta Navidad. Quédate conmigo ayúdame a entenderlo.
Noté como el pelo desaparecía debajo de mis brazos, dejando paso a la piel suave y dura de los músculos de un hombre fuerte. Germán se alzó llevándome entre sus brazos como si mi peso, ligeramente superior a lo recomendado, fuera insignificante y me llevó de vuelta al interior de la casa.
—Yo tampoco quiero pasar esta Navidad solo —dijo en mi oído, provocando escalofríos en mi columna—. Todas las Navidades tenía un único deseo y al fin se ha cumplido. He esperado durante diecisiete años para poder tenerte, no te desharás de mí fácilmente. Solo quería darte algo de tiempo para aclarar tus ideas.
—Sigo necesitando ese tiempo —susurré—, pero quiero compartirlo contigo. Me he sentido muy sola todos estos años y solo ahora me parece estar completa.
—Entonces, disfrutemos de nuestro regalo de Navidad.
Germán cerró la puerta a nuestras espaldas, dejando el frío y la tormenta fuera, mientras la temperatura subía a nuestro alrededor a la vez que el fuego de la chimenea ganaba fuerza insuflado por nuestra pasión.
2 comentarios :
Dulce!!
¿Que tal? Espero que muy bien.
Ya creo haber decidido un mejor título para mi relato.
"Navidad, tiempo de reencuentros".
¿Qué te parece? Yo creo que es más adecuado.
Bss!
PD: Me encantó tu relato!
Querida MariJose, decirte que me ha gustado mucho tu relato. Es de fácil lectura, bien narrado y con argumento bueno.
Aunque cuando ella le cuenta su pequeña "aventura" con los lobos cuando era niña, lo que vino después era predecible... Pero por todo lo demás, el relato ha estado fantástico!, te felicito por ello y de paso te doy las gracias por participar en la antología, Gracias!!!
P.d.: me gusta el nuevo título!
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