Tú me quieres endulzar
Miró a su amigo y maldijo para sí. Vermont no paraba de meterse en problemas, y estaba harto de salvarle el culo una y otra vez. Desde que había llegado a la universidad el pasado año, gracias a una beca por jugar al fútbol, sabía que estar entre tanto niño pijo le traería complicaciones. Con lo que no contaba era con que alguno de los niños ricos de su equipo, estuvieran deseando conocer al chico malo, el pendejo sin dinero, y aceptarlo en su grupo de amigos. Pronto Eric se había convertido en el cabecilla de grupo, aunque había también mucha gente que no lo aceptaba, tanto dentro como fuera del equipo.
En tres largas zancadas llegó hasta Vermont, colocando un brazo en su pecho y haciéndolo retroceder, antes de que propinara otro puñetazo a su oponente. El jardín colindante a la universidad se había quedado casi vacío, porque ya habían pasado unos minutos de la hora de comienzo de la siguiente clase. Por eso le extrañó ver a George Ouvery intentando pegar a su amigo, ya que sabía que era uno de los estudiantes modelo de su carrera de Ingeniería. A pesar del cuerpo fornido de su amigo, George era un oponente que podría ofrecer resistencia, con su amplia espalda y tremenda estatura. Por los ojos de éste salían chispas de furia.
—Creo que lo mejor es que nos metamos a clase, tíos, seguro que lo que sea que haya pasado ya lo habéis arreglado —intentó tranquilizarlos, sin despegar los ojos de George.
—Déjame que lo tumbe tío, es un cabrón y lo quiero reventar.
—Me gustaría ver como lo consigues —incitó George con tono helado, mientras cerraba las manos en puño a ambos lados de su cuerpo.
—No es momento ni lugar —exclamó Eric tajante.
Pero su amigo siguió empujándole el brazo, con la mandíbula muy apretada, crujiéndose los dedos. Y George no dejó de mirarlo un segundo, con una fría determinación que le dio muy mala espina. La situación le recordaba a las peleas vividas en su barrio, cuando las bandas se peleaban con otras por el territorio. Aquellas peleas nunca terminaban bien, y la mirada de sus miembros le recordaba a la que George lucía en ese momento.
No tuvo tiempo de reaccionar antes de que el puño se estampara en la cara de su amigo, arrancándole un grito de dolor. La respuesta de Vermont no se hizo de esperar, y como un animal salvaje saltó sobre su oponente, tirándolo al suelo. Rodaron por el césped, en una lluvia de golpes y patadas. Eric llegó hasta ellos y agarrando a su amigo cuando estaba encima de su contrincante, tiró fuertemente de la sudadera que llevaba. En cuanto se vio liberado del peso, George se levantó impulsado como un resorte, y arremetió contra los dos. Pero aunque parecía que sabía pegar, Eric se había metido ya en demasiadas peleas callejeras, a pesar de sus diecinueve años de edad, y con los reflejos que le caracterizaban, frenó el golpe del chico y lo utilizó para impulsarlo con una llave, lanzándolo al suelo. Se sentó a horcajadas sobre él, y descargó un fuerte puñetazo sobre el rostro del chico. Antes de que pudiera responderle, inmovilizó bajo las rodillas sus brazos.
Vermont se dirigió con una sonrisa triunfal hasta ellos, y se agachó junto a su amigo, haciendo el amago de querer pegar a George. Pero Eric se lo impidió.
—No se dan golpes injustificados, y menos cuando tienes dominado a tu oponente —explicó con expresión severa, ante el gruñido de disconformidad de Vermont, y después girándose hacia su presa, continuó—. Y respecto a ti, te voy a soltar, pero antes has de saber que no voy a permitir que me toques. Si intentas pegarme, te irás directo al hospital, ¿entendido?.
—No acato órdenes de subnormales como tú —espetó escupiendo a un lado.
Eric lo miró con expresión furiosa, decidiendo si descargar otro puñetazo sobre él o no. No soportaba que le retaran de esa manera, con ello casi le estaba suplicando que le pegara. Salió se sus cavilaciones cuando una voz femenina se alzó desde las puertas de la universidad.
—¡Soltadlo de una vez, malditos bastardos! —una chica con el cabello rubio ondeando a su espalda se acercaba corriendo hacia ellos.
—¿Pero quién c…?.
Eric dejó la frase inacabada cuando aquel torbellino rubio se lanzó contra su pecho, haciéndolo caer hacia atrás y liberando a George con ello. La chica lo hizo rodar por el suelo mientras soltaba manotazos indiscriminadamente, que se repartían por el aire, su pecho y su cara.
—¡Para ya, loca! —exclamó agobiado Eric, aquella chica era como un animalillo salvaje imposible de quitar de encima, a pesar de que era más pequeña que él, y su peso se sentía liviano—. ¡Vas a conseguir que nos hagamos daño!.
Pero la rubita no lo soltó, y siguieron rodando sin rumbo por el suelo, hasta que una sensación fría inundó su cuerpo. Sintió como toda la ropa se le calaba, y maldijo en alto una serie interminable de improperios. Al menos se había deshecho de la mujer, cuyo peso ya no sentía encima, pero a cambio habían acabado en el pequeño estanque que había en medio del césped. Miró a un lado y a otro, y se encontró con unos ojos verdes que lo miraban confusos.
—¿En tu casa nunca te han dicho eso de lavarte la boca con jabón? —preguntó la chica levantando las cejas, mientras se sentaba con el agua rodeándola, a poca más de un metro de él—. En mi vida había oído tal cantidad de palabrotas juntas.
—Y más que tenía que haber dicho —exclamó furioso—. Estás completamente ida, niñata.
—Y tú eres un completo idiota, ¿te dedicas a acosar a los chicos que sacan mejor nota que tú?.
—Para tu información, repelente, tu amigo ha atacado al mío, y también ha intentado pegarme a mi —explicó acercándose a ella, hasta quedar próximo a su rostro—. Así que has metido la pata, “Virgi Virgen”.
Casi pudo ver como salían las chispas de furia de los electrizantes ojos de la chica. Se levantó con los puños apretados, y todo el cuerpo en tensión, para después agacharse y ponerse a la altura de los ojos de Eric.
—Odio ese apodo, y si soy virgen o no, no es de la incumbencia de ningún idiota de esta universidad —espetó con furia, dejando su rostro a pocos centímetros del chico. Necesitaba descargar su frustración al menos en palabras, aunque lo que deseaba era hundir la cabeza de “Eric el pandillero” en aquella agua cenagosa—. Aunque aún es peor estar tan usado que ya nadie que valga la pena quiera utilizarte, ¿verdad?.
Sin saber por qué, aquella afirmación le dolió a Eric. No tenía ningún complejo en lo que a mujeres se refería, y gozaba de haberse acostado con muchas a pesar de su corta edad. Pero lo que sí era cierto, era que ninguna de ellas había querido mucho más de él aparte de sexo. Y aquella frase salida de la empollona de Virgi le fastidió. En el momento deseó conseguir que se tragara sus palabras, pero no le contestó. La chica le mantuvo la mirada durante unos segundos, y salió del agua, no sin antes lanzar una patada que le salpicó la cara. Al instante comprendió que lejos de ser una expresión de rabia, le había lanzado agua para que no se fijara en su cuerpo mojado al salir. Pero aquello era imposible, aunque se alejara a paso rápido. La camiseta azul se le pegaba como un guante al cuerpo, así como los pantalones blancos, marcando cada parte de su anatomía. No tenía muchísimas curvas, pero gozaba de un cuerpo perfecto que hizo que Eric olvidara por un momento su enfado. Se quedó allí sentado hasta que Vermont entró en su campo de visión.
—¿Te vas a quedar ahí toda la mañana, tío? —preguntó con su voz grave—. El armario se ha marchado con “Virgi Virgen”. Qué buena está.
—No es para tanto.
Y a pesar de la parca contestación, no pudo evitar que le molestara la afirmación de su amigo. Siempre había observado con cierta curiosidad a Virginia Lawner. Iba a su clase, y solía sentarse con George y algunos empollones más, en la primera fila. Él y sus amigos se sentaban al final. Eran extremos opuestos en muchas cosas, pero admiraba el espíritu valiente e inquebrantable que mostraba en sus batallas dialécticas con los profesores, poniéndolos en más de un apuro. Además tenía entendido que era importante entre los grupillos de las primeras filas, la sabían lista y muchos la admiraban. A pesar de la forma en la que lo había humillado delante de George y Vermont tirándolo al estanque, y su acusación respecto a su vida amorosa, Eric no pensaba en venganza. Era la curiosidad lo que bullía en su interior.
Después de las clases se encaminó a la pastelería de su hermana Rose, seis años mayor que él. Se encontraba a unos veinte minutos del complejo universitario londinense. Desde que empezó a conducir, trabajaba de repartidor en sus ratos libres para Rose y su socia, Magie. Por el camino observó como los adornos navideños, poblaban las calles con sus luces multicolores. Faltaban tres días para Nochebuena, por lo que aquella época era de abundante trabajo en la pastelería. Siempre recibían numerosos encargos para dulcificar las mesas de muchas familias. Por eso Eric agradecía que la universidad terminara al día siguiente, acababa muy cansado de los repartos, y por la noche solía tener planes para tomar alguna cerveza con sus amigos.
Dejó la furgoneta aparcada en la calle, y al entrar a la pastelería vio como su hermana colocaba unas magdalenas recién salidas del horno, con meticulosidad, tras el cristal del mostrador. Sabía que estaba enfadada solo con ver la expresión de su cara. Pasó por su lado cogiéndole el culo y apretándoselo, porque sabía que aquello la molestaba.
—Hola Rosita mía, ¿qué mosca te ha picado?.
—Y tú, ¿de dónde sales? —pegó un respingo, girándose hacia su hermano. Él la miraba con sus bonitos ojos negros, enmarcados entre largas y tupidas pestañas negras también. Como solía pasar, no se había peinado los largos mechones morenos—. No me gusta que hagas los repartos sin peinarte, das una impresión descuidada, y en la hostelería el aspecto lo es todo.
—Sabes que estoy guapísimo tanto peinado como sin peinar, hermanita —dijo en tono jocoso con una deslumbrante sonrisa—. ¿Me vas a contar lo que te pasa?.
—Mal de amores, chaval —explicó Magie, la otra socia y amiga de Rose, saliendo de la cocina—. Otro día más sin declararse a su Gabrielle.
Eric disfrutó del abrazo de Magie, aquella rubia provocativa y preciosa, que desde pequeño le había encantado. Para él había sido como una amiga mayor, que siempre se había sentido orgulloso de tener.
—La vida es corta, hermanita. Espero que te decidas pronto.
Rose hervía de rabia al comprobar cómo hasta su hermano pequeño se paraba a darle consejos. Indignada le ofreció una nota en la que había garabateado la dirección del próximo encargo.
—Trátalos especialmente bien, Eric, ya que en Nochebuena habrá que llevarles otro paquete.
—¿Y por qué no se lo llevo todo entonces?.
—Quieren probar los dulces antes, para ver si son de su agrado —explicó Rose con paciencia—. Y vuelve en cuanto termines, hay más trabajo.
—Hoy no, me reúno con algunos de la universidad en un bar —rebatió Eric, mientras le daba un beso a su hermana, y cogía las bandejas que Magie le ofrecía—. Hace días que estoy a dos velas, y tengo que solucionarlo.
—Me encantas, guapo- exclamó Magie.
—Sí, sí, eso, tu alienta su ego, para que se le salga por la nubes.
—Os quiero, princesas.
Y con un guiño irresistible, Eric se encaminó a la furgoneta con paso decidido. Encendió la radio y dejó que la música de ACDC atronara por los altavoces, mientras cantaba a voz en grito. La dirección que le había indicado su hermana se encontraba en la zona de Chelsea. Un edificio de aspecto normal, de dos alturas, cumplía con el número establecido en el papelito. No era tan lujoso como los que tenía alrededor, pero sin dudas estaba muy bien. Se apeó del vehículo dispuesto a poner su mejor sonrisa, llamó al timbre y una voz femenina le indicó que subiera. Cuando llegó al primer piso se encontró con la puerta abierta. Un poco indeciso, se quedó en el umbral, esperando que alguien le indicara que hacer. Del interior de la casa, salía un calor agradable que en seguida agradeció, ya que la temperatura de la calle era bastante gélida. Se decidió a entrar, al ver que nadie salía a recibirlo. En la entrada miró hacia la derecha, y se encontró tras una ancha puerta con el marco blanco, una amplia cocina en la que alguien movía utensilios. Entró lentamente, ya que no quería causar problemas a su hermana con un comportamiento poco aceptable. Sabía lo importante que era para ella el negocio.
En la cocina, de espaldas a él, una chica con el cabello rubio recogido en un moño, tarareaba una canción, mientras removía algo con el brazo. Estaba inclinada sobre el islote que se situaba en el centro de la amplia cocina. Eric se acercó, pero al notar que la chica no percibía su presencia, carraspeó levemente. Ésta al fin reaccionó, dando un leve botecillo y dándose la vuelta. Cuando sus miradas se encontraron, la ira tiñó las mejillas de la chica.
—¡Tú! —exclamó.
Eric no sabía si enfadarse o reír, ya que la situación era surrealista. “Virgi Virgen” se hallaba frente a él, con el pijama más sexi que había visto en su vida, o eso le pareció en el momento, compuesto por un pantalón de algodón corto, y una camiseta de tirantes a juego. El calor ambiental lo invadió de golpe.
—Traigo el encargo de la pastelería —al ver la cara de póquer de la chica, aclaró—. Pastelería Rose y Magie, ¿te suena?.
La cara de Virginia se iluminó al comprender, y con un gesto de indiferencia, le indicó con la mano que los dejara en la encimera.
—Espero que estén buenos, y haya valido la pena esta desagradable coincidencia- susurró la chica, metida de nuevo en su trabajo. Al parecer removía una masa en un bol.
—¿Qué estás haciendo? —se acercó curioso Eric.
—No te importa —espetó Virginia—. ¿No tienes más encargos hoy, o qué?.
—Son galletas, ¿verdad? —continuó, ignorándola.
—Sí.
—Si les pones unos trozos de chocolate, estarán aún más buenas —explicó Eric, llegando a su altura y situándose a su lado—. Pero tienes que mezclarlos bien con la masa, para que no se queden en la superficie y se quemen.
—¿Ahora además de matón también eres repostero? —preguntó irónica la chica, pasándose el antebrazo por la frente.
Un mechón le caía encima de los ojos, y no conseguía quitárselo. Además, con las manos llenas de masa la labor se hacía imposible, por lo que Eric extendió la mano, colocándoselo detrás de la oreja. Ella lo miró extrañada, examinándolo durante unos instantes, pero después se apresuró a decir:
—No me toques.
—No lo he hecho —se defendió Eric—. Me voy al Breakiss a tomarme algo con gente del instituto, ¿te quieres venir?.
—No entiendo cómo crees que iría contigo.
—Nos conocemos desde el año pasado, vamos juntos a clase —enumeró los argumentos, para intentar convencerla—, somos guapos y estamos en edad de divertirnos.
—Muy convincente, pero no —contestó sin mirarlo.
—Al menos inténtalo, ¿vale?. Si quieres luego te recojo —cogiéndole el mentón con los dedos, la obligó a mirarle a los ojos—. ¿Me prometes que les vas a echar chocolate a las galletas?.
—No.
Con una sacudida de cabeza, se zafó del agarre de Eric, y siguió removiendo la masa con las manos. Por eso no pudo hacer nada cuando el chico metió un dedo en el bol, mojándolo en la pasta para después llevárselo a la boca. Virginia observó como lo relamía, entre irritada y expectante. Por alguna estúpida razón le apetecía saber la opinión del chico.
—Deliciosa —susurró tras un leve gemido, que puso los pelos de punta a Virginia. Él le guiñó un ojo—. Aunque seguro que no tanto como tú.
—Lárgate de una vez, guarro —ordenó molesta.
Eric se dirigió a la puerta, no sin antes volverse y dedicarle una encantadora sonrisa. Una de esas que debería estar prohibida, por ser una provocación en sí misma. Virginia suspiró mientras terminaba de hacer la masa, y la extendía con el rodillo. Aquel moreno de ojos negros le alteraba el pulso visiblemente. Pero ella sabía que un chico como él, solo sabría hacerle daño. Aunque cuando le dio forma a las galletas con el molde de Papá Noel, y las metió al horno, corrió a su habitación y se enfundó unos vaqueros ajustados y un grueso jersey de lana negra. Peinó su cabello rubio con los dedos, y avisó a su madre de que sacara las galletas del horno. Ya en la calle llamó a George para que la acompañara a tomar algo a Breakiss. Su leal amigo no se negó, aunque le extrañó la petición de su Virgi, no solían salir entre semana de noche, y menos aún a bares que frecuentaba la gente de la universidad.
Cuando Eric llegó al bar, sus amigos ya se habían tomado una ronda de tanques de cerveza, e iban a por los segundos. Estaban alrededor de un par de mesas de billar, y reían y gritaban en un tumulto ruidoso. Vermont le ofreció uno de los tanques, mientras le daba un puñetazo en el antebrazo.
—Tío, que fuerte estás —gritó con una carcajada—. Luisa Hamis está en esa mesa, y ha preguntado antes por ti.
—La haré esperar un rato- aclaró Eric con una sonrisa de lado, mientras chocaba la mano con su amigo, y saludaba a algún compañero más.
En efecto, Luisa le echaba miradas claramente insinuantes, mientras cruzaba sus largas piernas, que culminaban en unos vertiginosos zapatos de tacón. Era una chica impresionante, sin duda, pero sabía en que acabaría lo suyo. Él sería el trofeo de chico malo que ella mostrara a sus amigas, y ella se convertiría en unas noches de placer, pero ya está. Y no pretendía rechazarlo, pero cuando ella entró por la puerta, con el armario de su amigo, no pudo fijarse en otra cosa. Se había puesto unos botines de tacón alto, que realzaban su trasero, y el ajustado jersey marcaba la línea de su pecho. Eric tragó saliva, mientras pasaba el palo de billar a otro compañero, apoyándose en la mesa para observarla. Ella cruzó un momento la mirada con él, pero lo ignoró y se sentó en la barra con George.
Mientras tanto una mano delicada le acarició la nuca. Se volvió sorprendido, y se encontró con la sonrisa seductora de Luisa.
—Hola guapo, ¿cómo te va?.
—No tan bien como a ti, preciosa. Te veo divina —halagó con voz profunda, intentando mirar de reojo a la otra preciosidad de la barra.
—Quería saber si tienes planes para luego —Luisa se pegó a su cuerpo, colocando una mano sobre el torso de Eric-. Estás fuerte.
—Hoy me iré a casa pronto —anunció, mientras cogía el mentón de Luisa y le daba un suave beso en la mejilla—. Pero otro día quedamos.
Con un guiño, se separó de la chica, que le sonreía encantada. Magie le había instruido desde niño para saber contentar a una mujer, de ahí venían sus artes de seducción. Se dirigió a la barra bajo el peso de la mirada irritada de Virgi; aquél sentimiento hacía que sus ojos lucieran aún más bonitos. Cuando llegó a su altura, George se interpuso entre ellos.
—¿Qué quieres, “pandillero”? —se estiró para imponerse sobre Eric, ya que le sacaba un par de centímetros—. Solo estamos tomando una cerveza.
—Ya, pero ella ha venido por mí —expuso arrogante Eric—, y he considerado una falta de respeto no venir a saludarla.
—Tranquilo, he venido porque George me lo ha pedido —mintió la chica con profesionalidad—. Así que te eximo de tus obligaciones.
Virginia cogió la jarra de cerveza de George, y con decisión se bebió la mitad casi sin respirar, ante la mirada atónita de ambos chicos. Después se volvió a Eric y le sonrió petulante, a lo que el chico no pudo reprimir una sonrisa. Sobre el mullido labio superior de la chica, había un finísimo bigotito de espuma de la cerveza. En un gesto que no pudo controlar, Eric levantó la mano hasta su boca, y fijó sus oscuros ojos en las preciosas esmeraldas de la chica, que lo observaban expectantes. Con el dedo pulgar le acarició el labio superior, llevándose el rastro de espuma a su paso, y se demoró un poco en la comisura. En ese momento el bar y todos sus ocupantes dejaron de existir, y solo estaban ellos dos, mirándose y calculando sus intenciones. Pero el momento fue roto por un fuerte empujón de manos de George.
—¿Qué estás haciendo, imbécil? —encarándose a él, le dio otro empujón que lo acercó al centro del local, llamando la atención del grupo de Eric—. No pongas tus sucias manos encima de Virginia.
—No he hecho nada, tío…
—George, no pasa nada —intentó calmar Virginia a su amigo, acercándose y poniéndole la mano en la espalda—. No ha tenido importancia.
Aunque ella sabía muy bien que la había tenido, pero no en el sentido que George creía. El escalofrío que había sentido con aquella suave caricia, se asemejaba mucho a los que había notado en el estanque, pero esta vez no había agua de por medio.
—¿Qué pasa, Eric? —Vermont se acercó rápido al ver a su amigo en apuros, y cuando volvió la cabeza a quién lo atacaba, una expresión de sorpresa mezclada con ira ocupó su rostro—. ¡Si es este imbécil de nuevo!. Ahora sí que no te escapas, Ouvery.
—Tranquilo, Verm, ya le he dicho que no queremos problemas, ha sido todo un malentendido —Eric se volvió levemente a su amigo, para que viera su expresión segura, y después de nuevo a George—. ¿Lo dejamos así?.
—Si te vuelves a acercar a Virgi, te partiré esa preciosa cara que tienes.
—No te conviene, y lo sabes.
—¿Me estás amenazando, “pandillero”? —rugió con furia George, poniéndose a centímetros del rostro de Eric.
—Tú le has amenazado primero, y que sepas que yo si cumplo mis amenazas al afirmar que te voy a dejar hecho un mapa- susurró con gesto iracundo Vermont.
—Estoy deseando verlo.
—Pues yo no, así que lo mejor será que te olvides de todo esto, tío —concluyó con tono frío Eric—. Estamos en Navidad.
—¡Y una mierda! —exclamaron al unísono George y Vermont.
Virginia dio dos pasos al frente y se interpuso entre Eric y su amigo, colocando una mano en el pecho de cada uno. Su mirada era decidida.
—Nosotros nos vamos, aquí no ha pasado nada —explicó mirando alternativamente a los tres hombres, incluido Vermont que parecía a punto de saltar sobre ellos—. Espero que no haya represalias, si no me veré obligada a contárselo al rector, y seguro que sería un fastidio para vuestro equipo quedarse sin unos jugadores como vosotros- se hizo el silencio en el grupo, y la mirada de Virginia se endureció aún más, dirigiéndola esta vez a su amigo-. También me encargaré de que George no haga nada, a él tampoco le interesa meterse en problemas. ¿Todo claro?.
Por toda respuesta, se escuchó un bufido de los chicos, excepto de Eric, que la miraba con un brillo extraño en los ojos, que se parecía mucho a la ¿admiración? Vermont volvió a la mesa de billar, donde todo el grupo estaba expectante, para intervenir si empezaba una pelea. George se dirigió a la barra para pagar sus consumiciones, y Eric y Virgi, se quedaron un momento mirándose el uno al otro. Ella llevó la mano a su bolso, del que sacó un papel de aluminio de pequeño tamaño. Cogió la mano de Eric, que descansaba en su costado, y puso aquella forma plateada en la palma. Después le cerró los dedos sobre ella, demorándose unos segundos más de los necesarios en la caricia.
—Esta vez tenías razón, pero no te lo creas demasiado, sé que es por el sitio en el que trabajas.
Y con una leve sonrisa, Virginia se giró para encarar a su amigo, que la esperaba impaciente junto a la barra. Ambos salieron del local sin mirar atrás.
Eric desenvolvió rápido el papel, y se encontró con un gracioso muñequito de Papá Noel, en forma de galleta. Le cogió una manita con pena, y la partió para llevársela a la boca. Una amplia sonrisa se extendió por su rostro cuando vio camuflados entre la masa, y diseminados por la superficie, pequeños trozos de chocolate, justo como él le había indicado. Después de todo, no parecía ser tan indiferente para ella.
Al día siguiente en la universidad, Eric llegó de los primeros, justo lo contrario a lo que solía hacer. Pero así consiguió su objetivo, entrar el primero a su clase. Tiza en mano, y con la ilusión que causa el hacer alguna gamberrada que sabes que dará que hablar, empezó a trazar en la pizarra un mensaje. Su destinaria sabría que era para ella, eso seguro. Cuando dio por finalizada su obra, la observó unos segundos, regocijándose para sí, e imaginándose la cara que pondría ella. Salió del aula y cogió la furgoneta de la pastelería. No pensaba entrar a clase el último día antes de las vacaciones de Navidad. Le daría una sorpresa a Rose, ayudándola con los repartos todo el día.
Cuando Virgi entró por la puerta de la universidad, aún tenía los ojos hinchados por el sueño. Se sentía un poco estúpida por haberle ofrecido la galleta a aquel chico, seguro que la había tirado. No, mejor, seguro que se había reído de lo lindo con sus amigos y Luisa. Pero al entrar a su clase, varias personas levantadas señalando la pizarra, llamaron su atención. Se oían comentarios y risas. Virginia recorrió el espacio hacia su pupitre sin levantar la vista, pero una vez dejó los libros sobre el tablero, siguió la dirección de las miradas de sus compañeros. Y la frase allí escrita provocó que una amplia sonrisa se dibujara en su rostro, acompañada de un cosquilleo que se extendió por su estómago.
“Estaría comiendo galletas como las tuyas durante días, no, durante meses enteros. Lo único que podría mejorarlas, sería comerlas sobre tu cuerpo, mientras muerdo cada rincón de ti”.
Virginia releyó el mensaje, que todo apuntaba a que iba dirigido a ella, y no pudo evitar ruborizarse. Se imaginó a la perfección recubierta de galleta, y a aquel moreno de ojos negros cubriendo con su boca cada centímetro de su cuerpo. A pesar del tremendo frío que hacía, sintió un calor febril que se extendía desde sus mejillas a todo el cuerpo. Maldijo que su imaginación fuera tan espléndida. Esperó durante toda la mañana, para ver si Eric aparecía, pero aunque vio a algunos de su grupo de amigos, él no se presentó. Aquello no era del todo bueno, ya que daban vacaciones de navidad, y hasta enero no lo volvería a ver. Suspiró resignada, mientras trataba de pensar que haría si lo viera, y su parte cobarde agradeció no tener que encontrárselo. Con suerte después de dos semanas todo quedaría olvidado, pero ¿deseaba ella correr esa suerte?.
Era Nochebuena, y Rose estaba que se subía por las paredes. Los encargos parecían multiplicarse, y a pesar de contar con la ayuda de su hermano Eric, y de su adorada socia Magie, aún faltaba mucho por hacer.
—¡Eric!, ¿has llevado el pedido a los Stanton? —exclamó mientras sacaba del horno una bandeja de rollos de naranja—. Sabes que son exigentes.
—Que sí, pesada, hace media hora que lo llevé, ¿qué queda por repartir?.
—Casi nada ya, he dejado para lo último el pedido de los Lawner, ya que es el más extenso —Rose repasó de nuevo la lista de encargo de aquella casa, pero cuando iba por la mitad, Magie pasó por su lado arrancándosela de las manos—. No juegues, Magie, estaba comprobando el pedido.
—Lo has repasado al menos cinco veces —exclamó Magie, poniendo los ojos en blanco—. A ti lo que te preocupa no son los dulces, es que pueda estar allí tu caballero de la brillante armadura.
—¿Quién es ese? —indagó curioso Eric, metiéndose en la conversación.
A pesar de ser menor que su hermana, era muy protector con ella. Además no le había pasado desapercibido que el apellido Lawner era el de Virginia, y el encargo que entregó en la casa de la chica hacia un par de días, indicaba que el de ese día posiblemente también fuera para ella.
—¡Nadie! —gritó Rose irritada, mientras sacaba una bandeja de magdalenas del horno—. Magie tiene la boca muy grande.
—Y preciosa diría yo —Eric le guiñó un ojo a la rubia, que le sonreía encantada—. Pero ya que lo habéis dicho, me lo tenéis que contar.
Magie miró a su amiga, que se escabullía hacia el mostrador, y con un suspiro de resignación se giró hacia Eric.
—No digas que te lo he contado, pero el caballero es un hombre que viene todos los días a llevarse algún dulce, y que tiene loquita a tu hermana —explicó Magie con emoción—. Pero ella no se atreve a decirle nada, y él tampoco se lanza. Una completa desesperación.
—¿Y se supone que esta noche va a estar en casa de los Lawner?.
—Creo que sí, ya que él ha realizado los encargos.
—Creo que esa entrega va a ser emocionante —susurró Eric, frotándose las manos y cogiendo las llaves de la furgoneta. Se dirigió al mostrador donde estaba su hermana, le desató el lazo del delantal y le indicó con la mano que lo siguiera—. Vamos hermanita, tenemos una entrega que realizar, y son demasiadas bandejas para llevarlas yo solo.
—¡Yo cierro! —se oyó de fondo la voz de Magie.
Rose, resignada, cogió el abrigo y la bufanda del perchero, y siguió a su hermano sujetando varias bandejas de dulces. Atravesaron la ciudad hasta divisar el edificio que Eric ya conocía. Cargados como iban, agradecieron que una figura enfundada en un largo abrigo, les abriera la puerta para dejarles pasar. Pero cual no fue la sorpresa de Eric, al descubrir tras el gorro que también portaba el desconocido, el rostro de George Ouvery.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó éste, menos hostil que en otras ocasiones, aunque con la expresión alerta.
—Traigo dulces, soy repartidor en la pastelería de mi hermana.
George asintió, y se quedó mirando a Rose, que lo observaba con curiosidad. En el rostro de la chica, se había formado una expresión de confusión.
—¿Nos conocemos? —indagó Rose—. ¿Has ido alguna vez a una pastelería llamada Rose y Magie?.
—Creo que no, pero a mi tío le encantan los dulces, quizás él si la conozca.
—¿Cómo se llama tú tío?.
—Gabrielle Ouvery.
A Rose se le cayó el alma a los pies. Entonces él sí estaba allí. Su Gabrielle, su hombre misterioso. El corazón se le aceleró visiblemente mientras se montaban en el ascensor, y subían al primer piso. Allí confirmó sus sospechas, cuando en el recibidor descubrió a Gabrielle más guapo que nunca. Alto, con el pelo moreno recogido en una coleta baja, y una despampanante sonrisa, comentaba algo con dos chicas muy guapas también. Al verla, dejó su conversación y se acercó a ayudarla con las bandejas.
—Rose, que honor que seas tú quién trae los manjares de la fiesta —exclamó Gabrielle, mientras se acercaba a ella y la guiaba con una mano hacia la sala donde se celebraba la fiesta—. Estando aquí, no me puedes negar quedarte un rato, al menos hasta la cena.
—He venido con mi hermano —replicó dudosa, sin atreverse a levantar la mirada hacia él—, y no creo que sea muy apropiado que una empleada se quede en tu fiesta.
—Yo no te considero para nada una empleada, querida Rose, además —Gabrielle con mucha delicadeza, le cogió las dos bandejas que ella aún llevaba, dejándole las manos libres—, ahora ya no estás trabajando, así que te has convertido en mi invitada.
El tono magnético que utilizó en sus palabras, hizo que Rose mirara a aquel hombre de ojos grisáceos y voz aterciopelada. Y cuando sus miradas se encontraron, sintió que le faltaba el aire, y las rodillas le temblaban. Así que no pudo más que hacerle caso, la volvía loca desde hacía meses. En un momento de cordura, volvió la cabeza hacia Eric, que se había convertido en divertido espectador de la conversación, preocupada por dejarlo solo. Éste le dedicó una sonrisa alentadora a su hermana, para después girarse y guiñar el ojo a Gabrielle. Le había caído bien aquel tipo.
—No te preocupes por mí, Rose. Iré a la cocina a dejar esto y después iré a casa a preparar la cena.
Eric se acercó a su hermana y le dio un beso en la mejilla. Después se encaminó hacia la cocina, dónde el día anterior había encontrado a Virginia. Cuando llegó allí la encontró vacía, y eso le desilusionó. Una parte de él esperaba encontrarla de nuevo, en el mismo lugar. Dejó las bandejas en el islote central y se dio la vuelta para salir por la puerta, pero justo cuando iba a cruzarla, una figura entró como un torbellino y chocó contra él, a pesar de que colocó las manos en sus hombros para detenerla. Al momento sintió la camiseta mojada, y elevó la cabeza para comprobar con asombro y alegría que se trataba de Virginia.
—Pero, ¿tú qué haces aquí? —exclamó irritada, aunque con un brillo expectante en sus ojos—. Yo no te he invitado.
—Pero los dulces lo han hecho por ti —Eric le guiñó un ojo, sin soltarla aún de los hombros—. ¿Qué hace George el día de Nochebuena aquí, es tu pareja?.
—Claro que no, su familia es amiga de la mía desde siempre.
Virginia se sacudió los hombros, y Eric la soltó con lentitud. Después se dirigió al fregador, a tirar los restos de unas copas de champán. Él la siguió de cerca, y cuando Virginia se dio la vuelta lo encontró de frente, muy pegado a ella.
—¿Te gustó el mensaje de la pizarra? —susurró con voz ronca.
—Ah, no sabía si era para mí —Eric puso los ojos en blanco, y le arrancó una sonrisa—. Está bien, no estuvo mal.
—Y entonces, ¿qué me dices? —puso una mano a cada lado de las caderas de Virginia, encerrándola contra el fregadero.
—¿Qué te digo de qué? —Virginia intentó apartar la cara, pero Eric acercó más su rostro al suyo.
—De comer galletas…
Virgi podía sentir la respiración del chico sobre su boca, su aliento caliente le nublaba la razón. Incapaz de moverse, y de forma automática susurró:
—Las galletas están buenas…
Eric sonrió para sí, y elevando una mano para tomar su rostro, unió los labios a los de Virgi en un irremediable beso. La chica cerró los ojos en cuanto la suavidad de su boca la envolvió. Dejó que él empujara sus labios suavemente, abriéndolos y pasando su lengua en una suave caricia, para después introducirse en su boca, y explorar cada centímetro. Profundizaron el beso; Virginia lo tomó de la nuca, y bajó la mano por su espalda lánguidamente, mientras Eric la cogía con la mano libre por la cintura, apretándola con fuerza contra él. Unas voces se aproximaron, pero no repararon en ellas hasta que rebasaron el umbral de la cocina. Gabrielle apareció entonces riendo de la mano de Rose. Eric y Virginia se volvieron levemente a los intrusos, con la respiración entrecortada, pero antes de que Rose se diera cuenta de la presencia de su hermano, Gabrielle la tomó por la nuca y le dio un tímido beso en los labios, haciéndole un gesto de tranquilidad con la mano a Eric, y guiando de nuevo a Rose hacia el salón.
Eric sonrió para sí, y se dijo que le debía una. Se detuvo un momento para sonreír a la preciosa dama que tenía entre los brazos, y siguió besándola. Sin duda, esa iba a ser una navidad muy dulce.
6 comentarios :
Emm...
Está entero?
Es que me ha dejado un poco como a medias... Es bueno, pero eso, como incompleto...
el título llama, esta bien
Gracias MariJose por el aviso!, acabo d solucionarlo. Se ve k a la hora de copiarlo no lo hice bien y me faltó un trozo... ya está resuelto.
Que disfruten de la lectura!, saludos!
Ahora sí.
Me ha dejado con ganas de más, pero ya no se ve inconcluso.
Me ha encantado!!
Bss
Gracias por la entrada Dulce! Y gracias por leerme. Besikoss
¿Cómo no iba a leerte querida Hada?, sabes que adoro tu forma de escribir y que por nada del mundo me perdería un relato tuyo.
Decirte que éste en concreto es uno de los mejores y que me has dejado con ganas de leer más... Y sobra decir que el título le pega mucho!, jejeje.
Bueno mi reina, gracias por participar en la antología!, que sería la misma sin una obra tuya?
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