lunes, 28 de noviembre de 2011

RELATO Nº 9 PARA LA ANTOLOGÍA NAVIDEÑA (No Paranormal) by Luz

Corazones Solitarios



Odiaba la navidad. Sobre todo ese día, el día de nochebuena. No deseaba nada tanto en ese momento como poder entrar de una vez en el edificio y escapar del ambiente de la calle que año tras año ocupaba todo el planeta en las mismas fechas.
Buenos días señorita McOlney el portero, diligente, la saludó como todos los días desde hacía ya más de dos décadas, mientras le sujetaba la puerta del ascensor. 
Henry ella como siempre, le correspondió con una leve sonrisa neutral, la primera y tal vez la única del día.
Alison McOlney era dueña universal de todo el imperio financiero que su padre y su abuelo fueron construyendo a lo largo de los años. Lo heredó todo de  golpe con apenas diecinueve años, con la trágica y precipitada muerte de sus padres en un accidente de tráfico. 
Henry estaba en la empresa desde los tiempos de su abuelo, y era de las pocas personas de su entera confianza. Alcanzó el elevador y apretó el botón del último piso, donde estaban las oficinas principales. Respiró al fin libre de las luces y adornos de las calles. De las músicas y villancicos que lo inundaban todo desde hacía semanas. Y sobre todo del ambiente de falsa cordialidad que en esos días hace gala todo el mundo. Dentro del edificio no estaba permitido ningún adorno, ni música ni nada referente a festejo alguno. Ella lo había prohibido hacía muchos años. Sacudió la cabeza, como hacía a diario ante la pared de espejos que tenía delante, arreglando su cabello, peinándolo con los dedos. Ajustó el talle de su vestido, y ensayó una vez más su cara de frívola intocable; para sentirse superior ante la manada de economistas, contables, analistas, estadistas y secretarias que a diario trabajaban para ella.
Notó, como cada mañana al abrirse la puerta del ascensor, que el ambiente distendido y relajado rápidamente se disipaba con su presencia. Alguien al fondo canturreaba un villancico, e inmediatamente enmudeció al cerrarse tras de sí el ascensor. Con paso firme se dirigió hacia su despacho, mientras un coro de Buenos días señorita McOlney la perseguía. 
Dejó atrás dicho coro sin prestarle demasiada atención y entró a la antesala de su despacho, donde su nuevo secretario se afanaba en ordenar un montón de carpetas. Siempre había pensado que un hombre podría ser igual de eficiente como secretario que una mujer, y ahí tenía la prueba. Lo miró de reojo, sin que se notara, mientras ella misma recogía el correo del día. No quería reconocerlo, pero había algo en él que lo hacía irresistible. Desde la primera vez que lo vio, notó que era un hombre fuerte, decidido, seguro de sí mismo. Y se perdía imaginándose entre sus brazos. Ella, que desde hacía ya tantos años se había tenido que poner el disfraz de dura y fría, entre esos brazos se derretiría como mantequilla. Y una extraña sensación se le instalaba en la boca del estómago. Sensación que había sentido hacía muchos años, cuando aún era una adolescente despreocupada. Mientras leía en las cartas y sobres que tenía entre las manos su nombre, pensó en aquellos años que tan pronto se le terminaron, llenándose de responsabilidades tan joven. Enseguida fue consciente de todo lo que se le venía encima, y a ello se dedicó en cuerpo y alma dejando a un lado sus sentimientos, su vida propia. Y ahora, rozando los cuarenta, no sabía reconocer ese sentimiento que le nacía por Noel, ni las mariposas que le bailaban en el estómago. Pero no todo era perfecto. Sobre su mesa tenía dos fotos de su familia. En una estaba él con la que suponía su mujer, y en otra sus hijos, el mayor que sería ya adolescente y las mellizas. 
Noel es sobrino de la señora Runstey, su secretaria jubilada meses atrás. La señora Runstey había estado en la empresa toda la vida, primero al servicio de su padre y después al suyo. Si no hubiese sido por ella, la empresa se habría ido al traste. Ella fue la auténtica dirigente durante sus primeros años, mientras la nueva dueña se formaba para tal cargo. Los accionistas no pudieron hacerse con el control total de la dirección, y la abandonaron a su suerte. Pero esa simple secretaria supo manejar el timón de la empresa con gran maestría, y así se lo enseñó a Alison. En agradecimiento por todos los servicios prestados a la empresa y a ella misma, contrató a su sobrino en su puesto. Noel era un hombre ya maduro y de sobra cualificado. Según le contó su secretaria, su sobrino había sido un alto ejecutivo en Wall Street, hasta que una tragedia familiar lo golpeó duramente, hasta casi acabar con él. Lo abandonó todo en un desesperado intento por huir del dolor, y se instaló con su familia en la ciudad dejando atrás Nueva York. Andaba buscando un trabajo sencillo que no le ocupara mucho tiempo, cuando su tía medio en broma le ofreció el puesto de secretaria que dejaba bacante, y él lo aceptó.

***

Su nueva jefa le ponía nervioso, más incluso de lo que debiera. Y eso no tenía por qué estar sucediendo. Tenía un nuevo trabajo donde no le exigían mucho y le dejaba suficiente tiempo al día para poder ocuparse de las mellizas. Y su tía le había dado las pautas necesarias para rendir al cien por cien en su trabajo. De hecho, él era su sustituto y tenía información de primera mano respecto de sus obligaciones. Pero de lo que no le había hablado era de su jefa. Bueno, sí. Le gustaba la puntualidad, el trabajo bien hecho, y ante todo la profesionalidad. Pero, su tía no le había dicho que la señorita McOlney tenía unos increíbles ojos negros capaces de derretir el hielo más frío. Ni tampoco le había advertido de que llevase cuidado si la veía sonreír, pues la única vez que la había visto así, su corazón se puso momentáneamente en huelga. Eso solo le había pasado con una persona en su vida, con su esposa.
Así no se podía trabajar. Cada vez que se encontraba en su presencia se convertía en un manojo de nervios y no daba pie con bola. A su edad, con todo lo que él había lidiado en Wall Street, y se comportaba como un colegial ante ella. Pero eso no era lo peor. Lo peor era la catarata de sentimientos que le hacía sentir, porque Noel aún mantenía presente todo lo que sentía por su esposa, y en cierto modo se sentía un traidor ante eso.
El día de nochebuena había llegado, y aunque él y toda su familia lo esperaban ansiosos, ciudad nueva, amigos nuevos, y la idea de dejar en Nueva York tanto dolor; un sentimiento de abandono y traición colmado de melancolía, le tenía ocupado el corazón.
Fue llegar ella a la oficina, y a él empezaron a caérsele las cosas de las manos. Mientras su jefa se paraba a coger el correo, él intentaba reorganizar unas carpetas que le había pedido el día anterior para hacer el balance del año. Fue entonces cuando Alison se fijó en una pequeña figura roja que Noel tenía en su mesa. Era un pequeño Santa Claus. Respiró profundamente y arrugando las cartas con rabia, se quedó mirando a Noel, con una de sus miradas iracundas.
Señor Runstey, ¿no conoce las normas respecto a adornos en el edificio?.
¿Normas Noel no daba crédito a lo que estaba escuchando– de adornos?.
¡Sí! lo atajó ella, cortante—. Está terminantemente prohibido cualquier adorno navideño. Deshágase de eso inmediatamente,… o aténgase a las consecuencias.
Taconeó con despecho hasta su despacho, y de un portazo dejó atrás a un perplejo Noel, con la figurita, recuerdo de su primera navidad con su mujer, entre los dedos.
Estaba furiosa. ¿Cómo se atreve a poner un adorno de navidad delante de mis narices?, ¿acaso su tía no le ha hablado de las normas en la oficina?. Sentada en su mullido sillón de cuero beige, echó la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos recordó las navidades que había pasado con sus padres. Desde que ellos murieron no había vuelto a celebrar ninguna. Para ella el 25 de diciembre era como otro día cualquiera. No existía esa fiesta en su calendario, porque se rompería por dentro, muriendo de pena en pocas horas. De los bellos y añorados recuerdos de su niñez había pasado a las inexistentes del presente, a la nada. Y, sin saberlo, lo que más le dolía era la certeza de que así seguirían todas las navidades que quedaban por venir. Exhalando todo el aire de sus pulmones de golpe, y abriendo los ojos se levantó del sillón dirigiéndose al gran ventanal del despacho. Sus recuerdos navideños pasaron a un segundo plano, ocupando su mente la triste expresión de su secretario cuando le dijo que se deshiciera de la figurita de Santa Claus. ¿Tanto significa para él la navidad?, seguro –pensó-, él tendrá en casa esperándolo a su mujer y sus hijos, con un crujiente pavo en la mesa, y decenas de regalos bajo el árbol adornado. Golpeó con el puño el cristal mientras una solitaria lágrima se atrevía a resbalar por su mejilla.
Aún con la figurita en la mano, Noel recordó todas las navidades que había pasado con ella. No fueron muchas, aunque sí inolvidables. Las últimas habían sido más para los niños que para él, pues quería que en ellos perdurara el espíritu navideño. Ahora lo que tenía era una navidad a medida para sus hijos, quedando él en un postergado último plano. Y en especial para las mellizas, que año tras año le rompían el corazón con el regalo que ambas le pedían a Santa Claus. Apretando la figurita en su mano antes de guardarla en uno de los bolsillos de su americana, un pensamiento fugaz pasó por su cabeza, llenándolo con la incertidumbre sobre qué sería de él cuando sus hijos crecieran.

***

Era la hora del almuerzo, Noel no se había atrevido a entrar en toda la jornada al despacho de su jefa, pero no tenía más remedio que hacerlo. Tenía que presentarle unas facturas que esperaban su aprobación y firma. En toda la mañana no lo había llamado, cosa rara en ella. En cambio sí habían desfilado por allí la chica de las fotocopias y el chico del correo había entrado con un café para ella, cuando todas las mañanas acostumbraba a pedírselo a él. Tragó saliva y golpeó con los nudillos un par de veces, al instante la voz de ella desde el otro lado lo invitó a entrar con un escueto adelante.
Perdone, señorita McOlney Noel se dirigió hasta su mesa. Alison estaba de pie dándole la espalda mientras miraba por el ventanal –. Aquí tengo las facturas de los italianos... 
Ya era hora le contestó tajante, sin dejarle terminar la frase—,estaba esperando esas facturas desde hace horas –se giró resuelta y dejando una copa de whiskey vacía sobre el escritorio, cogió las facturas de manos de Noel.
¿Necesita algo… Noel dudó al ver sus ojos rojos, como si hubiese estado llorando, y al final le tembló la voz más?.
No si lo había notado, no se iba a derrumbar ni mucho menos delante del culpable de sus recuerdos. Cuando termine con esto se puede marchar a casa. Imagino que su familia le estará esperando fijó la vista en las facturas, hablándole sin mirarlo.
¿Y usted? preguntó de pronto él, pillándola por sorpresa.
¿Cómo? en su voz se notó dicha sorpresa. Y en sus ojos mientras los subía hasta los de él, esos tiernos orbes marrones que la miraban con dulzura, como si esperaran que les dijera a todo que sí.
Usted también debería marcharse pronto a casa, señorita McOlney. Es navidad —sus ojos se trabaron, hasta que ella los bajó a las facturas y él se quedó esperando una respuesta.
A mí no me espera nadie, señor Runstey. Puede retirarse. Si me surge alguna duda ya le aviso antes de que se marche.
Alison se giró hacia el ventanal con las facturas entre las manos, dando gracias a Dios porque la voz no se le había quebrado ante el metomentodo de su secretario. Él permaneció de pie ante el escritorio unos segundos antes de retomar el camino hacia la puerta, y salir de allí sin decir nada más.
Noel, consternado, regresó a su sitio retomando sus quehaceres para marcharse cuanto antes a casa donde le esperaban sus hijos. Tenía una navidad que preparar para ellos, dejando a un lado sus sentimientos. En todo eso estaba pensando cuando vio a Henry acercarse con un par de paquetes. Enseguida los identificó por el logotipo del restaurante chino de enfrente. Su jefa acostumbraba a pedir comida de allí y comer en su despacho. Pero le extrañó que hubiese pedido tanta comida para ella sola.
¿Qué tal, Henry? saludó al portero. ¿La señorita McOlney come también hoy en el despacho?.
Así es. Hace un rato me llamó para que le suba todo esto.
¿Y no es mucha comida para ella sola? no pudo evitar preguntar.
Me temo Noel, que no solo va a comer. También cenará aquí.
Pero… Noel se quedó perplejo cuando comprendió que iba a pasar la nochebuena allí, sola, cenando comida china no puede ser, ¿ella va a pasar así esta noche?.
No es la primera, ni será la última. La señorita Alison no tiene familia con la que pasar estas fechas, y prefiere estar aquí en vez de en su casa, llena tan solo de recuerdos. Su tía y yo desistimos hace ya años de invitarla a nuestras casas Henry se encogió de hombros llamando a la puerta del despacho, dando por sentado que ella jamás aceptaría una invitación así.
Noel se quedó pensativo. Le resultaba algo inverosímil que una de las mujeres más ricas de la ciudad pasara así la noche de navidad. Minutos después salió Henry. Y como si un resorte lo empujara, se levantó y plantándose delante de la puerta, llamó con los nudillos como tenía por costumbre. El sempiterno adelante de ella no se hizo esperar. La encontró guardando los paquetes de comida en uno de los armarios.
¿Sí? le instó. Se la notaba incómoda, tal vez por la interrupción. Él estaba a punto de echarse atrás, cuando se metió las manos en los bolsillos de la americana y encontró la figurita de Santa Claus. La agarró con fuerza, las que le faltaban para dar ese paso.
Perdone, señorita McOlney. Yo, quería disculparme por lo de esta mañana —las manos empezaron a sudarle dentro de los bolsillos.
No importa señor Runstey. Ya ha quitado ese adorno lo miró condescendientemente, era obvio que Noel no había entrado en el mejor momento. ¿No?.
lo apretó en su mano.
Bien Alison lo miró de frente, desplegando en el espacio que los separaban todo el poder de su mirada y su presencia, forjada por duros años peleando entre los altos empresarios e inversores del país. Logró su objetivo, amedrentar a su pobre secretario, para que la dejara en paz. Sobre todo porque su presencia la perturbaba más de lo que ella misma imaginaba. ¿Algo más? quería zanjar esa visita lo antes posible.
No había logrado intimidar a Noel, pero tan pronto como ese no salió de su boca, se recuperó—. Bueno sí. Yo dudó unos segundos mientras reorganizaba las ideas de su cabeza. Sin darse cuenta avanzó unos pasos, acortando la distancia que los separaba, hasta poder tocarla si alargaba la mano—, sé que va a pasar la navidad aquí, y me gustaría invitarla a cenar con mi familia ya lo había dicho, sin apenas tomar aire y sin pensarlo más veces. 
Se quedó mirándola, expectante, como si su vida dependiera de si ella decía sí o no.
Gracias, Noel se giró bruscamente huyendo hacia el ventanal, como hacía siempre que quería disimular sus sentimientos, al tiempo que toda su fría capa de empresaria caía desmoronada a sus pies. Por su cabeza cruzaron fugaces pensamientos de cómo sería pasar esa noche en su compañía. Un hogar feliz, sus hijos y su esposa. ¿Por qué me haces esto, Noel?. Pero ya tengo planes.
¡Ah! la respuesta que le había dado no lo había pillado tan desprevenido como que le llamara por su nombre de pila, pues era la primera vez que lo hacía. Su asombro solo le permitió contestar ese desatinado ah. Hubiera querido avanzar unos pasos más, cogerla de la mano, mirarla nuevamente a los ojos e intentar convencerla, pero algo dentro de él le advirtió de que eso sería ya propasarse.
Si me disculpa se giró ya recompuesta, y sin mirarlo se sentó en su sillón dispuesta a seguir con su tarea–, tengo aún mucho trabajo atrasado. 
Discúlpeme usted a mí. Ya no la molesto más.
Eso espero Alison se sintió herida por la propuesta. No quería verlo más en lo que quedara de día. Cuando termine con los balances puede irse. Es todo. Por favor no me interrumpa más si no es por algo realmente importante.
Noel salió del despacho con el amargo sabor de la derrota en la boca. Si por esta tontería no lo despedía, claramente era por deferencia a su tía. Y pensando que lo mejor que podía hacer era sacar a su jefa de su cabeza, se dirigió a almorzar para regresar cuanto antes y terminar e irse a casa a preparar la cena de navidad.

***

A media tarde, con el edificio prácticamente vacío, el teléfono de Alison sonó. Con disimulada alegría reconoció al instante a su antigua secretaria. Ésta la había llamado para ver cómo iban las cosas por ahí, y aunque conocía la aversión de Alison hacia la navidad, sabía que agradecería la llamada en ese día tan señalado. Alison sin ánimo alguno le comentó de la invitación de su sobrino, y la instó por si la idea había sido suya. Las respuestas de su secretaria fueron reveladoras para ella.
No, nada he tenido que ver yo con esa invitación. Pero si Noel la ha invitado, ha sido sinceramente y sin compromiso alguno.
Imagino que así habrá sido. Su sobrino es muy diligente. Pero no me parece de recibo presentarme así como así en su casa. Qué pensará su mujer de mí.
Señorita Alison, mi sobrino es viudo. Su mujer murió hace cinco años en el parto de las mellizas. ¿No recuerda que le pedí dos semanas libres para ir a nueva York?. Fui a ayudarlo con las recién nacidas. Aquello lo dejó destrozado. 
"Es viudo", era ya lo único en lo que pensaba Alison tras las declaraciones de su antigua secretaria. "Está libre". Ya no atendió más a lo que desde el otro lado del teléfono le decían. Lo único que llenaba su mente era el anillo que en su dedo anular llevaba, eso le había dejado claro que él estaba casado, pero nunca imaginó que era viudo. Se despidió precipitadamente, deseando una feliz navidad, y por primera vez en su vida quiso seguir los dictados de su corazón. Y éste le decía claramente que fuera detrás de Noel y aceptara esa invitación. Salió con el abrigo y el bolso entre los brazos, y con desconcierto descubrió que ya había recogido sus cosas y se había marchado. Con esperanzas de encontrarlo aún, corrió hasta el ascensor y bajó al sótano, donde estaba el parking de la empresa. Apenas si quedaban unos cuantos vehículos, pero no tenía ni idea de si alguno era de él. Anduvo desorientada entre los coches, y sin saber qué hacer regresó al ascensor. Como último intento subió hasta la entrada principal a preguntarle a Henry si lo había visto salir.
El portero estaba en la calle conversando con un motorista, ataviado con una moderna chupa de cuero y el casco a juego. Alison se acercó a las grandes puertas de cristal y llamó su atención golpeándolas. Henry entró al instante mientras el motorista paraba la moto y a través del casco los observaba.
Noel, a punto de irse ya montado en su motocicleta, pasó por la entrada principal para despedirse de Henry y desearle felices fiestas. Sin bajarse de su Yamaha Virago, de la que presumió delante del viejo portero, vio como desde el interior del edificio los llamaban. Al otro lado de las puertas de cristal estaba la jefa. Paró el motor y sentado a horcajadas la miró desde el anonimato que le ofrecía el casco, mientras Henry se acercaba a ella. La expresión de su cara no obstante denotaba desazón. ¿Qué le pasará? Hablaron durante unos segundos, y en un momento dado Henry lo señaló, clavándose dos pares de ojos en él. Y conforme empezaba a sentirse incómodo, ella se le fue acercando con pasos titubeantes. Se quitó el casco y desmontó de la moto para recibirla, era evidente que lo estaba buscando a él.
¡Señorita McOlney! se alarmó, ¿habría dejado algo pendiente en el despacho?. ¿Me he olvidado de algo?.
¡No, no! ella notó su sobresalto e intentó tranquilizarlo—. Solo quería desearte una feliz navidad. y… el rubor subió a su cara, y avergonzada bajó la vista al suelo, pero no se acobardó¿Sigue en pie esa invitación? no tenía argumento alguno para desviar el tema, y decidió ir al grano. A fin de cuentas, por eso había salido corriendo de su despacho como una loca detrás de él.
¡Por supuesto! Noel casi gritó de la emoción, sorprendido de ver su rubor. La hacía más natural de lo que la había visto jamás, y por tanto más atractiva—. En casa estaremos encantados de tenerla a nuestra mesa.
Por favor Noel, tutéame, ¿sí? le rogó ella. Si iba a cenar con él sería lo más conveniente, y cómodo, para ambos.
Como tú quieras, Alison se le iluminó la cara como a un niño con caramelos. Jamás pensó en poder llegar a tutearla nunca. Alargó la mano y cogió  la suya, tal como no se había atrevido esa tarde en el despacho. Tiró de ella. Ven estaba decidido a darlo todo esa noche por ella. Por los dos—, sube. Tenemos aún que preparar la cena.
¿Ahí? Alison señaló la Yamaha, incrédula. Jamás había subido en un vehículo de menos de cuatro ruedas.
¡Por supuesto! le contestó él, radiante, orgulloso de su moto. Es el mejor medio de transporte para las grandes ciudades. La solución para los atascos sonrió. Ella lo miraba, no muy convencida—. No tengas miedo. Soy muy prudente conduciendo –dio un paso atrás, indecisa.
No negaba con la cabeza–. ¿Por qué no vamos mejor en mi coche?. Llamo ahora mismo a Stephan y… 
Confía en mí Noel volvió a tirar de su mano con dulzura y decisión. Ella al final se dejó arrastrar. Será mejor que te pongas el abrigo le decía mientras abría el maletero y sacaba el casco para ella–. Yo de ti me quitaría los tacones y los dejaría aquí –señaló el interior del maletero—, junto con el bolso. Vas a necesitar las dos manos para agarrarte.
Una pícara sonrisa se dibujó en el rostro de Noel al ofrecerle el casco, que la dejó casi sin aliento. Sus ojos se trabaron por primera vez limpiamente. En más de una ocasión se habían pillado in fraganti echándose miradas furtivas, casi de deseo, que ambos se dedicaban inconscientemente y que jamás reconocerían. Al menos hasta ese momento. Alison no podía creer lo que le estaba pasando. De cenar la nochebuena sola en su despacho, había pasado en cinco minutos a estar a punto de subirse en la moto de su secretario, y agarrarse a él para no caerse, para ir a cenar a su casa. Sacudió la cabeza, como si con ese gesto pudiera salir del embelesamiento, y como una autómata se quitó el calzado y lo metió donde él le decía junto con el bolso. Rápidamente se abotonó el abrigo, y con un movimiento imposible de piernas, sin ella misma saber cómo, se sentó en la moto, a la espera de que Noel la imitara.
Noel perdió el norte por unos instantes con las largas y bien torneadas piernas de su jefa que, sentada a horcajadas en su montura, la esperaba con un inocente aleteo de sus pestañas. ¿Lo estaba provocando?. Pensando que iba a ser una nochebuena inolvidable, se montó delante de ella, esperando que se le agarrara para salir de allí rumbo a casa. Alison apenas si le cogió de la cazadora a la altura de las caderas. Noel sonrió, a pesar de lo dura y superficial que aparentaba, se dio cuenta que era una mujer tímida e insegura para ciertos aspectos de su vida. Si desde bien jovencita había estado sola, podía llegar a comprenderla. Soltó entonces la moto, cogió sus manos y con un enérgico ¡Agárrate fuerte, no te caigas!, tiró de ella pegándola a su espalda. 
El estremecimiento al contacto tan brusco e íntimo de ambos cuerpos fue mutuo. A ambos se les removió algo en el interior más allá de sus maltrechos corazones, algo más físico, más instintivo. Pero ninguno dijo nada. Él cogió la Yamaha. Ella a él, rodeándole la cintura con sus brazos. Sentir el peso de su cuerpo, su contorno frontal y todas sus curvas sobre su espalda, le recordó viejos tiempos. Su corazón sabía de sobra que esos eran tiempos ya pasados que no volverían. Pero no le importó, por primera vez en años, miraba al futuro con un ápice de esperanza. Volvió a sonreír, y dándole puño a la moto para incorporarse al tráfico en cuanto los demás vehículos se lo permitieran, salió a la carretera sintiéndose un hombre, al fin, feliz.
Alison sintió el frenético ritmo de la moto, la inclinación de esta al tomar las curvas, y el cuerpo rígido de Noel entre sus brazos. Estaba aterrada, acababa de descubrir que no le gustaba viajar sobre dos ruedas. Así que, resignada, cerró los ojos y se dejó llevar. Pero al cerrarlos un nuevo mundo se abrió ante ella. El mundo de las sensaciones que ese hombre le provocaba. Su olor, varonil, exquisito, la transportó a un mundo paralelo donde solo existía ella agarrada a él. Sentir su musculoso cuerpo entre sus brazos inclinándose en cada curva, tensándose cada vez que aceleraba o frenaba, la hizo desear que ese viaje no acabara nunca. Con los ojos cerrados se sentía una princesa de cuento de hadas llevada en brazos por su príncipe azul.
Y de repente todo acabó. La Yamaha dejó de rugir y él se incorporó. Abrió los ojos y ante sí tenía una adorable casita a las afueras de la ciudad. La urbanización era muy tranquila, adornada cada casa con patrones similares de luces y motivos navideños. Su corazón viajó varias décadas atrás, cuando la navidad para ella tenía significado. Y ese sentimiento la invadió. Iba a ser la primera nochebuena en veinte años que cenaría en familia.
Vamos la voz de Noel la sacó de sus pensamientos. Ya se había quitado el casco—. Las niñas estarán ansiosas por empezar con la cena, y sé que estarán encantadas de que nos ayudes. ¿Querrás? la miró a los ojos inmediatamente después de quitarle él mismo el casco, y Alison vio en ellos ilusión y amor, no sabría decir si por sus hijas o por ella.
Cla… claro balbuceó. Se sentía como flotando en una nube, de la cual no quería bajar.
Pues manos a la obra. ¡Mira! la puerta de la casa se abrió en ese momento, saliendo dos preciosas niñas iguales de cinco años con las caritas iluminadas al ver a su padre—. Ya nos han descubierto Noel las recibió con alegría, y llamándolas al orden, se las presentó Ellas son Stacy y Nell, mis dos princesas. Y aquel de la puerta es Duncan, su hermano mayor.
¡Papá!, ¡la has traído! –una de las niñas lo interrumpió, mirando a Alison con admiración—. ¡Mira Nelly, es ella! Santa Claus nos la ha mandado con papá.
¡Oh, es verdad! gritó emocionada la otra pequeña, despegándose de su padre para acercarse a Alison y cogerle la mano con dulzura. Tú eres la mamá que siempre le pedimos a Santa Claus, ¿verdad?—. Alison y Noel se miraron, sorprendidos, cubriéndose sus mejillas de sendos rubores.
¡Niñas ya está bien! Noel intervino. No quería que Alison se sintiera incómoda—. La vais a asustar. Vamos dentro, aquí hace frío.
Entraron en casa, Nell sin soltarse de la mano de Alison, donde Duncan los recibió cortésmente. Justo al entrar, la niña tiró de Alison para ponerla a su altura, y con los ojos llenos de la magia de la navidad, y de esperanzas, le preguntó: ¿Quieres ser nuestra mamá?.

***

El crepitar de la leña ardiendo la despertó. Un familiar olor a colonia masculina, penetrante, la envolvió, junto con los brazos musculosos que la acunaban. Abrió lentamente los ojos, levantando la cabeza, y lo primero que vio fue su rostro. Tan varonil, iluminado por las llamas del fuego.
Noel no dormía. Se sentó en el sofá junto a ella después de acostar a las niñas, para tomar el último ponche de la noche. Duncan estaba en su cuarto. No quería perderse por nada del mundo cada gesto, cada movimiento que Alison hiciera, porque simplemente le encantaba. Después de perder la noción del tiempo hablando, el cansancio la venció y sin darse cuenta terminó dormida, recostada sobre él. No quería perder detalle alguno de la mujer que había revivido su corazón. El tenerla entre sus brazos, sintiendo sobre su torso como su pecho subía y bajaba acompasadamente con su respiración le pareció maravilloso. Deseó que ese momento jamás acabara. Al fin vio como despertaba, y somnolienta lo miraba. La apretó fuertemente contra su pecho, temiendo que le dijera que la llevara a casa, terminando así esa mágica noche.
Pero no eran esas las intenciones de Alison, que le devolvió el abrazo, no queriendo despegarse de él nunca más. Temía que su corazón no pudiera resistirlo, ahora que lo había encontrado.  
No quiero que te vayas, nunca. –le susurró al oído, temeroso. Ella se incorporó un poco más para poder mirarlo a los ojos. Sonrió levemente.
Eres la tercera persona que me dice eso esta noche.
Por eso mismo. No querrás romperle el corazón a dos señoritas encantadoras, ¿verdad?.
Por supuesto que no. Ni a ella ni a su padre.
Se miraron durante un largo minuto, y lentamente sus labios se fueron aproximando inevitablemente, como dos imanes, buscando ese primer beso tan deseado, en plena noche de navidad.



1 comentarios :

D. C. López dijo...

Me ha encantado, me ha parecido un relato fabuloso, fresco, de fácil lectura y muy realista.

Has sabido plasmar perfectamente los sentimientos y miedos de los personajes, algo que no siempre todo el mundo consigue. También has relatado las escenas de tal manera que haces que el lector visualice a la perfección cada detalle de todo lo que ocurre, como si estuviera viendo una peli de amor... Otro gran logro, felicidades!.

Ah!, la escena en la que él le pide que suba a su moto fue lo más!, menuda cara puso su jefa!, jajaja.

Por cierto, gracias por participar en la antología!!!