Retazos de nieve
“Sol
Poco a poco
Me disuelves
En mi sombra”
(Alejandro Jodorowsky)
Mantenía los ojos fijos en el objeto inanimado que yacía extendido sobre su palma abierta, sus ojos podían estar allí mas no observaban. Su mente se hallaba sumida en otras tareas mientras sus labios saboreaban cada palabra que componía la escueta frase que le fue dedicada desde un desconocido número.
—¿Qué diablos significa? —musitó cerrando fuertemente su mano, sabiendo que nadie podía brindarle una respuesta; ya fuese por la soledad en la que se encontraba sumida en esos momentos, como por la respuesta en sí.
En su garganta, la saliva se deslizó untuosa, dejando tras su paso sólo escozor, mientras depositaba sobre la mesilla de noche el celular cuya pantalla aún mostraba la serie de números causante de su malestar. Entornó la mirada, situando su diestra sobre la sien, como si de ese modo pudiese mantener el orden que comenzaba a perderse dentro de su mente. Trataba de hacer memoria, retroceder sobre el piso fragmentado que componían las décadas de su vida, lentamente, buscando entre cada recoveco de su pasado, rastreando aquel timbre de voz que aún vibraba sobre sus oídos, profundo, gastado. Sabía que lo había escuchado en alguna otra parte, quizás hace mucho tiempo, o tal vez ayer.
Se levantó bruscamente de la cama, para luego hacerse del abrigo que dormitaba sobre el sillón del living, colocándoselo sobre el torso, debía dar un largo paseo, quitar de su pecho aquella molesta sensación de culpabilidad por algo que no recordaba con exactitud.
El álgido clima de diciembre se lograba colar con facilidad hacia su piel; la ciudad invernal vestía de un parejo blanco que sólo se veía interrumpido por las luces de diversos colores y adornos roji-verdes que decoraban los hogares, y aquel crepitar lejano de la madera ante el peso de la nieve que amenazaba con caer. El ambiente navideño era tal, que cualquiera lograría contagiarse de él con cada bocanada de aliento, todos menos ella.
—Señorita, por favor… deme una limosna y Dios, la recompensará con lo que tanto desea. —profirió un mendigo asentado en la acera a un costado suyo; tenía ambas manos extendidas esperando que sus palabras conmoviesen el corazón de la mujer, y que por fin, alguien le diera una moneda, la primera de la noche antes de largarse a beber, o al menos se dignase a devolverle la mirada. El enmarañado cabello cubría la mayor parte del rostro, por lo que era casi imposible descifrar su edad, mas por el timbre de voz no rebasaba los cincuenta años.
Ante las palabras vecinas, el corazón de Alice dio un brinco, cortándole el aliento por unos segundos debido a la sorpresa. Con una mano sobre el pecho intentando recobrar la calma, se llevó la contraria al bolsillo aledaño del abrigo tanteando el dinero. Extrajo un par de billetes, más de lo común, excusándose por la festividad, aunque por lo debajo ansiaba que su deseo se cumpliera.
—Tenga —añadió, al tiempo que le tendía el dinero—. Feliz Navidad —le sonrió de soslayo. No se consideraba en lo más mínimo una mujer solidaria, por el contrario, en el transcurso de su existencia jamás le importó aplastar a las personas tras su paso; y ahora, quizás, una de esas personas era la que le buscaba.
El desastrado sujeto identificó los verdes billetes con el rabillo del ojo, para luego, casi en una fracción de segundos hacerse de ellos con una necesidad que Alice desconocía por completo, por lo que la joven retrocedió unos pasos. Después de olfatear los papeles, el hombre izó la vista, posando sus vidriosos ojos negros en los suyos.
—Sé que Dios escuchará tu voz —espetó con felicidad. Nuevamente su mirada viajó al dinero, pensando en lo que podría comprar con ellos—. Muchas gracias.
Ella le observó en silencio, no por la reacción desesperada de éste, aquello quedó en segundo plano cuando se concentró en la profunda mirada azabache que le dedicó el ajeno, una imagen fugaz se posó frente a ella, un flashback difuso del rostro olvidado.
Se alejó a paso dudoso, como si el cemento de un momento a otro perdiese su consistencia mutando a algo gelatinoso que le dificultaba el andar.
¿Desde cuándo pensar en navidad le oprimía el pecho?, no lograba recordar. Aquel fragmento faltante en su memoria contenía todas sus respuestas, todos los sucesos a los que no les dio la suficiente importancia al verse opacados por nuevas sensaciones, por una nueva vida llena de desenfreno y adrenalina que estaba llevando en la ciudad, dándole la espalda a todos quienes le brindaron apoyo y cariño.
— No... —Musitó en un murmullo, deteniéndose casi de golpe.
Alice fue víctima de una oleada de sucesos que propiciaron a sus rodillas a restallar contra el frío asfalto con un sonido seco, en tanto, sus ojos se llenaban de lágrimas que no escaparían por cuenta propia. La verdad se desprendió de su subconsciente tan rápido que el golpe resultante fue certero, dejándola indefensa ante del dolor de la realidad. Una pena maldita le embriagó el alma. Cómo pudo olvidarse tan fácilmente de una promesa de ese tipo, cómo pudo ser tan deshumana ante los sentimientos ajenos y propios. Pero ahora las cosas eran diferentes, podían ser diferentes, nadie obstaculizaría el transcurso de las cosas como antaño, ya no era esclava de las decisiones ajenas, ahora tenía el coraje suficiente para plantearse ante la vida con mirada altiva.
Se puso de pie y con su diestra se enjugó los ojos, todavía no era tiempo de llorar, debía de dirigirse a donde su corazón le indicaba. El corazón se agitaba frenético dentro de su caja torácica ante el temor de lo que el tiempo y la soledad pudieron haber hecho con la vida de ella, pero se obligó a desechar la posibilidad de encontrarla con una familia formada, no, la conoció muy bien, más de lo que cualquiera pudiese haber hecho, en aquellos años le amaba incondicionalmente, más de lo que Alice pudiera merecer. Ocho años sin compartir junto al amor verdadero era un precio caro, ahora exigía las recompensas de su esfuerzo por surgir de la fosa en la que se hubo inmersa durante tanto tiempo, ahora anhelaba la felicidad.
Se apresuró en emprender el paso hacia su destino. Dios le daba la posibilidad de recuperar aquella parte obsoleta de su corazón, y no iba a desechar la oportunidad. Todo funcionaria como siempre debió de hacerlo.
Minutos se demoró en llegar hasta su vehículo, pero aunque hubiese hecho todo lo posible por acortar el tiempo, no podía hacer lo mismo con las distancias, aun estuviese conduciendo al filo de lo legal. El camino se le antojaba un suplicio innecesario pero cuando comenzó a transitar sobre calles conocidas la ansiedad le carcomía el alma, y más aun cuando al final de esta se encontraba el hogar de quien fuese su amante. Llena de nerviosismo se hizo del aplomo suficiente para tocar. Traía la boca seca, los pelos de la nuca erizados no por frio sino que por la emoción, no pensó ni un instante en que otro pudiera aparecer tras aquella pared, claro que no, ella sería quien abriría la puerta, y su corazón volvería a latir con prisa, recordaría el hormigueo excitante en su estómago al escuchar su voz, se reencontraría con la adrenalina explosiva de su músculo motor que se enloquecía por las caricias vecinas, volvería el color a sus mejillas y todo su rostro se iluminaría por la grata sonrisa ajena que siempre era un honor ver.
Semejantes deseos eran solo esquirlas de lo que pudo ser y nunca será.
El pórtico se entreabrió con sigilo, y unos maduros ojos negros se asomaron. Alice se quedó pasmada, aun luego de tantos años podía reconocerla a la perfección y es que uno jamás olvida el rostro de quien torció cada uno de tus planes de la juventud, quien se encargó de hacer de tu vida un trapo sucio con el cual se pudiese barrer el suelo; la madre de Anna.
Tragó saliva con dificultad. No se iría de allí sin una respuesta, había dejado pasar el suficiente tiempo como para darse el lujo de perder aún más.
—Dónde está Anna —demandó con desdén, esperando que esos ojos le devolviesen el mismo desprecio de antaño, o que le cerrase la puerta sobre sus fauces, pero no fue así. En cambio, la mujer abrió un poco más la puerta, y pudo notar la presión de sus dígitos contra la madera, como si estuviese aguantando el peso de algo intangible. La anciana se humedeció los labios como intentando aplazar las palabras, y al segundo siguiente sus pupilas le observaron con lástima.
—De verdad lo siento... —se prorrumpió para liberar el aire de sus pulmones en un resuello—...pensé en comunicarme contigo apenas pasó el incidente, pero no pude hacerlo —por la mejilla de la mujer rodó una lágrima solitaria, quedándose falta de aliento por momentos cortos antes de retomar—, fue algo sin previo aviso, nunca nos dimos cuenta de su depresión. Fue tan rápido que ni siquiera pude arrepentirme de las decisiones que tomé en esos años, si solo la hubiera escuchado con más atención yo… —el llanto apareció de improviso y la madura mujer tuvo que encontrar apoyo en la puerta para no caerse.
Alice se mantuvo perpleja, sin pensar, sin hablar, sin respirar. No podía creer el camino que seguía cada frase sin terminar, el sino de su vida no podía ser tan cruel. No, no lo aceptaría, aquello no podía estar pasando, debía verificar cada palabra que le dedicaba la mujer que años atrás la quiso ver destruida, quizás era parte de su plan, y le mentía, aquello debía de ser la verdad. La escena de felicidad se desquebrajó con un estruendo, dejando un obscuro túnel por el cual avanzar.
Con las piernas flaqueándole giró sobre sus talones, dándole la espalda a la anciana que continuaba sumida en su desgracia. Sólo existía un lugar que visitar para encontrar la respuesta. Con lentitud avanzó hasta su coche, la cabeza le daba vueltas, no quería pensar, no quería manejar.
Un par de cuadras le separaban de la realidad, a esa altura corría. Sus zapatos repiqueteaban sobre el cemento desquebrajado de la acera, y el aliento cada vez más valiente le raspaba la garganta. Una parte de sí le decía que se devolviera, que se retomase la vida como lo había hecho los últimos años, que pensase que le había abandonado por otro, pero otra parte mucho más fuerte le decía que se apresurase, que encontrara la verdadera respuesta a tantas incógnitas sin respuestas aunque aquello le dejase en un pecho una herida tan grande que no pueda reponerse jamás. Corrió hasta que el aire pareció restallar como magma en sus pulmones y cerebro, su corazón le guió sin equivocarse, hasta que se hubo frente a una lápida humilde que le volcó el pecho.
Las lágrimas se desprendieron de sus ojos como un torrente, como un llanto contra el cual uno no puede defenderse, contenido durante largo tiempo, aquel que se abre paso desde el estómago y anula de forma asombrosa toda resistencia. Y por segunda vez en la noche, sus rodillas volvieron a besar la superficie, recostando su cuerpo contra el enhiesto mármol.
Ya no quedaba nada más por hacer, sólo terminar de cumplir la promesa que años atrás pudo cambiar por completo sus vidas.
—Feliz navidad Anna... vine a buscarte...
4 comentarios :
Triste pero linda, me encantó es un gran relato expresado de forma muy bella!!! ^^
Dulce, ya casi termino mi historia y la subo, mil gracias por esperarnos!
Precioso mi nena hermosa, como siempre usted escribe bien!
Saludos~
Un relato muy intenso, triste y por supuesto, bien relatado. Me encanta la manera que tienes de escribir, los juegos de palabras que empleas y la fluidez con que formas las frases... Has hecho un buen trabajo querida!... Aunque me has dejado con un par de dudas... En verdad este relato es romántico?, y en el caso de serlo... Trata sobre lesbianas entonces, no?.
Ya me dirás... Un bs guapa y gracias por colaborar con este proyecto!!!
Sí Dulce, es un relato lésbico! jajaja
Saludos
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