Corazón de nieve
No nos conocimos en el momento más adecuado… tal vez porque ni siquiera sabía que lo habíamos hecho.
Primavera, 2011
Cuando recordaba en qué época del año estábamos, resonaba en mi mente el nombre de la particular estación que más bien llegaba a considerar inusual. Las risas abundaban, la sensación de una nueva temporada inundaba el ambiente, pero por sobre todas las cosas, sin duda la impresión más grande que me dejaba era aquella que algunas veces llegué a considerar una mera superstición o quizás tradición preconcebida: el enamoramiento que trae consigo la primavera.
Aunque también he pensado que puede ser envidia. Siendo hombre y a mis veintidós años, estando en el apogeo de la vida, me encontraba más solo que algún otro año. Unos culparían a mi personalidad, otros al tiempo escaso que me deja la universidad, y algunos más ―la mayoría en realidad―, posiblemente acusarían de ello a mi homosexualidad. Sí, claro. Tenía que ser gay.
En realidad no es que me moleste. La etapa donde intento reprimirme y negar lo que soy pasó hace muchos años. Ahora sólo soy un hombre más que está sentando en una banca del parque, deprimiéndose con sus propios pensamientos cuando ve su alrededor lleno de parejas cursis que se besan mientras comparten el mismo helado y por lo tanto, sus fluidos virulentos. Pero siendo sinceros, no importa la estación en que estemos para deprimirme, porque a todas les encuentro un pretexto para ver a los enamorados. Si es primavera, es la época del apareamiento. Si es verano, nos tiene a todos calurosos. Si es otoño, el viento te trae el amor. Y finalmente, para cerrar con broche de oro, si es invierno, el frío hace que desees entrar en calor con alguien.
Si tuviera a alguien, no tendría porque escucharme tan deprimente y desesperado, porque en el fondo, sé que es una necesidad de afecto. Lo que siento, sólo es mi soledad hablando. Extraño el calor ajeno.
Lo más difícil de la primavera es encontrar a alguien. ¿Cómo se supone que le hacen las demás personas?. Porque, por más que miro a mí alrededor, lo único que yo alcanzo a ver es a parejas y no a seres solitarios y perdidos, además claro de mí. ¿O es que paso tanto tiempo mirando el amor de los demás, que no veo lo que está frente a mí?.
Ahora soy todo un filósofo. La soledad me afecta.
―¡Idiota! ―El grito femenino que escuché fue justo lo que necesitaba para salir de mis pensamientos cada vez más caóticos.
Levanté la vista del libro que leía precisamente en el momento en que la mano de uñas pintadas de una chica, chocaba contra la mejilla de un chico. Cerré mis ojos ante el sonido, pero instantáneamente los abrí para ver cuál era la siguiente reacción de la escena. Él no hacía absolutamente nada, únicamente la miraba mientras ella, claramente enfadada, se daba la media vuelta para caminar furiosa del lado contrario. Sonreí. Sé que no estaba bien reírme de la desgracia ajena, pero era como un consuelo para mí.
Hasta que la justicia divina entró en acción pues el chico me volteó a ver. A mí y a mi risa animada, que enseguida se desvaneció. Pero por encima de todas las cosas, y siendo el momento más inadecuado para ello, lo repasé con la mirada. Era alto, de piel morena y ojos tremendamente claros en los que podía reflejarme sin problema alguno. Tenía una musculatura fuerte, que hacían perfecta combinación con esas facciones duras pero atractivas. Se acercó unos pasos, abriendo los ojos. Pude notar que quería decirme algo que al parecer no se animaba a salir de esos labios gruesos. Finalmente lo único que hizo fue levantar su mano para señalar con el dedo índice la dirección en la se había ido la chica. Volteé.
Ella estaba en el suelo, recogiendo los artículos que habían caído de su bolsa de mano. Era fácil adivinar por su expresión que estaba maldiciendo todo, mas no comprendí nada hasta que otro hombre desconocido se agachó y le ayudó a levantar sus cosas. Arqueé la ceja cuando sus manos se tocaron y al verse a los ojos, ambos sonrieron tímidamente.
―Es la primera vez que veo el momento exacto en el que alguien se enamora… ―comenté ligeramente sorprendido. Cuando regresé mi vista al chico moreno con el que supuestamente hablaba, no lo encontré. Giré mi vista buscando a un atractivo tan obvio como eso, pero no había nada más allá de lo que había visto.
Sencillamente, había desaparecido.
Ojalá le hubiera preguntado cuando menos su nombre.
Verano, 2011
El calor es molesto. El verano es caliente y me irrita. Bueno, ¿y qué no me irrita a mi?. Con el humor que me cargo por el sol, puede que no me aguante ni a mí mismo, pero se supone que de alguna forma tengo que hacerlo, después de todo, no siempre voy a estar en la playa disfrutando de las vacaciones, descansando de la universidad y lo que me rodea.
―Alan, toma… ―murmuró alguien, colocando una cerveza frente a mí. Mi amigo, el que me arrastró a este fin de semana improvisado en el mar, sonrió comprendiendo la personalidad con la que había nacido―. Deja de amargarte y disfruta, ¿quieres?.
Le sonreí sinceramente, tomando entre mis manos el botellín para deslizar el sabor de la cerveza por mi garganta, refrescándome inmediatamente con su sabor amargo y la temperatura helada que poseía. Nada mejor para acompañar la brisa marina que eso.
―Gracias ―musité, colocándome unos lentes de sol oscuros, para mirar alrededor. Sí, una pobre estrategia para ocultar mis pretensiones. Quería reírme de ello cuando escuché la plática de los dos hombres de mi edad que estaban al lado, a los cuales, por alguna razón desconocida para mí, había ignorado hasta ese momento.
―Vamos, dile… está sola desde hace media hora, es claro que vino con amigas y no con alguna pareja ―una risa estruendosa se escuchó y de soslayo, noté cómo el sujeto al que animaban se ponía de pie, dirigiéndose decidido a una chica rubia que se aplicaba protector solar. Eso no me interesó realmente, pues descarado, como solía serlo, giré mi rostro para ver al que fungía de apoyo. Era un rubio de ojos azules con barba clara y sonrisa marcada, que se reía de su amigo y su torpe forma de conquistar. Obviamente captó mi mirada, pues me guiñó el ojo, colocando un dedo en sus labios, indicándome silencio y complicidad.
―Algunos necesitan un pequeño empujón, ¿verdad? ―murmuró, realmente alegre con la situación que había formado.
―Oye, Alan… ―Como una respuesta involuntaria al escuchar mi nombre de parte de mi amigo, desvié mi rostro para encontrar a quien me llamaba. Le miré y con una expresión de fastidio por haberme interrumpido, decidí escucharlo―. ¿Qué se supone que estás mirando tan interesado allá?.
―¿Qué? ―pregunté confundido hasta que noté… que a mi lado, en realidad, no había nadie.
¿Ya estoy alucinando…?.
Otoño, 2011
Mi vista se centró en la hoja levemente anaranjada que caía vacilante hacía mi dirección desde la copa de aquel único árbol que veía. Me sentía como un cuadro, o quizás en una película antigua, en ese tipo de escenas, donde un hombre miraba el otoño pasar con las manos escondidas en los bolsillos de su gabán y el viento moviendo la bufanda que hacía juego con todo.
Solamente cuando la hoja tocó el asfalto, me di cuenta de lo callado que había estado las últimas temporadas. Pronto llegaríamos al fin del año y yo seguía lamentándome de mi soledad. Sonreí con resignación. ¿Qué me costaba aceptar el momento que estaba viviendo?. Quizás no sería ahora, pero pronto, en algún momento, en el más adecuado y sin que yo me dé cuenta, alguien entrará y me dirá: “¡Oye! Me dejaste esperando demasiado tiempo”.
…Soñar no cuesta nada.
―¿Qué es precisamente lo que te tiene tan entretenido? ―preguntó una voz ajena y desconocida a la que irónicamente, sentí cálida y reconfortante. Siendo incapaz de voltear sólo mi rostro, todo mi cuerpo giró para encontrar a un chico sentado en la barandilla que separaba la calle del césped. Su apariencia era jovial, su cabello castaño claro y las gafas de grueso armazón escondían unos ojos verdes brillantes y llenos de vitalidad.
―La hoja… ―contesté claramente, sin temor por lo absurdo que podría haber sonado eso. Él me sonrió y asintió lentamente, apoyando correctamente sus pies en el suelo, agitando su mano en señal de despedida.
―Nos vemos… ―musitó, con el tono de alguien que estaba seguro de que aquella despedida momentánea volvería a ocurrir.
―¡Oye!, ¿quién eres? ―pregunté, elevando la voz para llamar su atención. Él se detuvo, y ladeó el rostro confundido, mas luego me observó y con una brillante sonrisa exclamó su oración:
―Tu alma gemela.
Y así fue cómo desapareció entre la gente de aquel día.
Invierno, 2011
Lo más común que suelo escuchar en esta época respecto a los sentimientos depresivos, es que mucha gente se suicida en Navidad. Creo que empiezo a comprender el por qué de estos comentarios que quizás podrían parecer tontos. Por eso es que justamente ahora me encuentro caminando bajo la nieve, que según el pronóstico del tiempo, irá en aumento conforme valla avanzando la oscuridad.
Sé que pasear en una noche del 24 de diciembre no siempre es lo más agradable y menos cuando lo haces solo, pero mis vecinos estaban escuchando no sé qué canción navideña, riendo tan fuerte que traspasaba mis paredes, colándose hasta mis oídos. Lo divertido es que, como pocas noches, realmente puedes pasear con una tranquilidad casi inexplicable.
Además el paisaje blanco recompensa todo, incluidos mis zapatos mojados y mis pies congelados. Sí, no es tan malo como se escucha en realidad. Puede que incluso, aunque enferme de gripa, algún buen recuerdo traiga consigo esta noche, ¿verdad? Después de todo, es un día de milagros.
―¡Maldición! ―gritó alguien, masculina voz que llamó mi atención, precisamente porque no esperaba que rogando por mi milagro, sonaran esa clase de palabras. Busqué dentro de mi rango de visión al dueño de la voz, sin encontrar a nadie. Yo y la nieve en forma de pelusa que seguía cayendo.
―¿Otra de mis alucinaciones? ―ironicé, rememorando las que había tenido este último año. Consideré que empezaba a enfermarme debido a ello; o es que mi mente buscaba un refugio y lo encontraba en personajes sacados de la mente de un mocoso cualquiera.
―¡¿Es qué no me puedo deshacer de ti en ningún momento del año?! ―se quejó nuevamente aquella voz desesperada. Esta vez centré más mi atención, deteniendo mi paso y enfocándome en un solo punto. Fue entonces cuando logré divisarlo después de unos minutos: había un chico arrodillado, golpeando la nieve.
¿Qué tenía de particular esta escena?. No mucho en realidad, sino fuera porque el hombre que estaba viendo era albino… no, ése no es el término correcto. He visto mucha gente albina en mi vida, todas ellas rubias hasta sí, tocar lo más pálido en cuestión de pieles humanas pero él… él era… blanco. Completamente blanco, tanto como la nieve que caía a nuestro alrededor.
Por esa razón me fue tan difícil encontrarlo. Vestía ropa, igualmente del mismo color que él. Su cabellera corta era de similar manera. Fácilmente le era camuflarse entre el paisaje, como aquellos pequeños animales que saben adaptarse perfectamente a su entorno, con la excepción de que él hacia demasiado escándalo como para estarse ocultando.
Casi como si lo hubiera hecho aposta. Deseaba ser encontrado.
―¿Estás bien? ―pregunté lo estándar mientras caminaba hacía él, provocando que por esto detuviera su escena infantil de la nieve.
Levantó el rostro y aún agachado en el suelo, su mirada se clavó como dos dagas en mis ojos, revelando sus pupilas de color gris. Resopló.
―¿Parece que estoy bien? ―comentó con un dejo de sarcasmo.
Arqueé la ceja y negué. Me agaché para verlo directamente. Jamás en mi vida había visto a alguien igual, por lo que me daba curiosidad mirarlo, aún si el otro se sintiera como un experimento analizado cuidadosamente. Para sorpresa mía, y a pesar de su contestación inicial, él no pareció incomodarle nada lo que estaba sucediendo. Podría decir que al contrario de lo que se supusiera, me miraba con fastidio, de similar manera a alguien que estaba aburrido de representar la misma escena noche tan noche.
―¿Por qué eres blanco? ―pregunté sin pudor. Me sonrió y cerró lo ojos, para luego finalmente tomar entre sus manos nieve, la cual terminó en mi rostro, entumiéndolo de lo frío que estaba. Me quedé paralizado ante ese acto.
―¿Qué quieres?, ¿qué sea verde acaso? ―reclamó, alejando su mano de mi cara. Cuando la nieve derretida resbaló por mi piel, estaba parpadeando, desconcertado por lo que ocurría.
―¿Quién eres? ―Quise saber. Esta vez, él pareció irritado.
―Ya te lo había dicho… ―musitó de manera apenas entendible.
―¿Nos conocemos? ―No pude dejar de preguntar diciendo la más simple y pura verdad. Si en algún momento nos hubiéramos encontrado, estoy seguro que jamás podría haber olvidado a una persona tan blanca como lo era él.
―Humanos ―murmuró―, recuerdan las cosas por su envoltura.
Confundido, más que al inicio, bajé mi visión a la nieve que me estaba enfriando ahora todo el cuerpo. ¿Había escuchado bien?, ¿acaso él no era humano?. Aunque pensándolo con detenimiento, no debería ser demasiado sorprendente en realidad… porque él era, bueno, blanco.
―¿Eres un ángel?.
Me miró completamente enojado, frunciendo el ceño, dispuesto a atacarme con la nieve. Pero al final pareció molesto más consigo mismo, mordiéndose el labio superior.
―Mira… ¿nos podemos saltar todo el interrogatorio?. No soy un ángel, no me llamo como ninguno de los arcángeles. ¿Crees que alguno de ellos estaría maldiciendo en la nieve?. No, claro que no. Tampoco soy un demonio. ¿Me ves con cara de que tengo ganas de hacer maldades? ―En ese punto, yo lo dudé, pero al parecer pasó por alto las gesticulaciones de mi rostro―. Y no salgas con que soy un vampiro por mi piel nívea, tampoco un hombre lobo ni nada de eso. ¿Bien?.
No sabía bien qué hacer. Escuché claramente su oración y por un segundo consideré seriamente la posibilidad de que caminando, me hubiera golpeado con algo y ahora estaba soñando. Unas cuantas palabras eran suficientes para poner en duda mi cordura. ¿Existía todo eso en el mundo?. Sé que los humanos pecamos de antropocentrismo, pero, ¿en serio?. Y sí era así, ¿por qué es que nunca se había visto entonces?.
Mi cuerpo se dejó caer, quedándome entonces sentado en la nieve. Era mucho lío comprender algo así tan repentinamente. Deseé mirar los ojos del otro y darme cuenta de que sólo estaba burlándose de mí, pero al animarme a darle un vistazo rápido a su expresión, supe que no estaba bromeando. Tampoco era necesario que lo hubiese comprobado dos veces: ese algo en el tono de su voz también me dejó en claro que sus palabras las decía con toda la seriedad que existía dentro de ese blanco cuerpo.
―Qué… ―declaré sin llegar a completar la expresión altisonante. Ahora él estaba hundiendo su dedo en la nieve, delineando un dibujo que no lograba entender. Después de más de diez minutos de silencio mutuo y habiéndome acostumbrado al frío, abrí la boca e introduje una gran cantidad de aire a mis pulmones que congeló todo mi interior, esperando que con ello, mi cerebro volviera a mandar las señales correctas, para hacer funcionar una vez más a mi cuerpo.
―¿Ya estás bien? ―preguntó el albino, sacudiendo las manos en su pantalón al momento de levantarse. Inclinó hacia la derecha su rostro, ofreciéndome la mano izquierda para poder estar a su nivel. Vacilé unos segundos, pero como todo lo que me había estado sucediendo esta noche, acabé aceptándolo.
―Dices que nos conocemos… y que no eres nada de lo que mencionaste… ―No quería volver a repetir todo aquello, así que mis preguntas las dejé lo más delimitadas posibles―. ¿Cuándo pasó todo esto?.
Se cruzó de brazos y miró el cielo, posiblemente para meditar su respuesta. Seguramente, satisfecho cuando encontró una posibilidad de contarme qué estaba pasando, sonrió familiarmente para mí.
―Procura no desmayarte ―advirtió en todo cordial. Yo retrocedí un paso y aunque puede que fuera sólo por justificarme, me repetía que lo estaba ocurriendo no era normal. Se abrazó a sí mismo, ocultando sus ojos detrás de los parpados que comenzaban a cerrarse. Tragué saliva sin poder imaginarme qué estaba por hacer―. Nos hemos visto muchas veces, es sólo que tú no te has dado cuenta aún.
Al terminar su oración, un resplandor cubrió su cuerpo. Aunque deseaba con desespero observarlo todo, levanté mi mano para cubrir la luz que lastimaba totalmente mis ojos ahora entrecerrados. Este acto de por sí ya era suficiente para hacerme creer, pero…
En el momento más brillante del resplandor, sentí una mano fuerte y callosa sujetando mi muñeca y bajando mi brazo para que pudiera contemplarlo. Aunque la luz que había la percibía aún más intensa que al inicio, descubrí que podía mirar a mí alrededor sin ningún tipo de problema. Entonces, superando ya las expectativas que había olvidado tener, el albino había desaparecido de mi vista, teniendo ahora al chico de piel morena y mirada atrayente que conocí en la primavera de este año. Titubeé sin decir nada en realidad, siendo incapaz de articular una palabra.
No negaba que en algún segundo de nuestro breve encuentro me sentí atraído hacía él, pero imaginaba que era más por lo físico que por cualquier otra razón.
―¿Entiendes ahora? ―replicó. Pero yo estaba esforzándome todo lo posible por comprender. Emitió un suspiro, advirtiéndome que no cerrara los ojos. Así lo hice y analicé cuidadosamente sus movimientos. Agachó su rostro y su cabellera de tono oscuro mágicamente iba llenándose de un color rubio a la par que crecía. Su complexión se volvió más atlética y su piel se mostró clara. Levantó su cara para sonreírme alegremente.
―Eres… el rubio del verano. ―Asintió. Volvió a dejar caer su cuerpo, tomándose su tiempo para hacer una nueva transformación, debía ser la más importante, o al menos eso intenté suponer por la meticulosidad con la que observé su acto de cambiar. Su mano adelgazó y su palma que me tocaba la sentí más suave. Y en un rápido movimiento, sentí un jalón que me llevó a acercarme a él mientras sus brazos rodeaban mi cuello. Era unos centímetros más pequeño que yo, por lo que descubrí su nueva apariencia cuando levantó su cabeza caucásica, mostrando unos lentes y ojos verdes.
―¿Me recuerdas ahora…?.
Instintivamente, rodeé su cintura con mis brazos. Recordaba al chico del otoño que sonriendo, me había dicho que en realidad mi vida no estaba tan sola como quería pintarla. Que existía mi alma gemela. Cuando uno es homosexual, algunas personas tienden a pensar que sólo se busca sexo en lugar de una relación de pareja donde halla amor. Nunca he logrado llegar a entender por qué se cree eso.
Lo observaba y él me respondía con una sonrisa tenue, inclinándose para besar mi mejilla. Sé muy bien que quizás debería haberme muerto de un susto hace muchos minutos, pero… me he aferrado tanto a esto, como no sabía que podía hacerlo. En un parpadeo breve que me robó escasas milésimas de segundos de luz, me di cuenta de que el chico castaño se había ido y ahora, entre mis brazos, el albino inicial había regresado, con su expresión solmene.
―Entonces… tú eras… ―Sé que era obvio, pero tenía que decirle. Con calma, asintió por enésima vez. Todo este tiempo, todo un largo año quejándome de vida una y otra vez, cuando en realidad lo único que no había hecho, era mirar con atención―. Pero, ¿qué eres?.
Su pálida mejilla se recargó en mi hombro, claramente notando la fuerza que aplicaba sobre mi cuerpo al tenerme junto a él. Le escuché murmurar.
―De todos los seres que existen en el mundo, y sin importar la naturaleza de estos, todos tenemos a nuestra alma gemela. Sólo que algunos nos damos cuenta de ello antes que otros ―Se rió sutilmente―, en mi caso, yo soy el “hijo adoptivo” de las estaciones.
―¿El hijo adoptivo? ―Se acurrucó más en mi cuerpo.
―A finales del invierno e inicios de la primavera, mi padre Invierno me encontró abandonado con tan sólo dos años, en el último rincón que a madre Vera le faltaba llenar con flores. Él me acogió en sus brazos y decidió cuidar de mí. Mis padrinos son Verano y Otoño. Y aunque quiero a todos, estoy muy agradecido con mi padre.
―Eres un niño mimado… ―Bromeé con una risa levemente burlona, pero él no pareció ofendido por ello de ningún modo.
―Lo soy ―admitió―. Los cuatro me dejan andar libremente en sus estaciones con cuerpos diferentes como has visto. Claro que también tengo obligaciones, como la de guiar a personas a elegir un camino para enamorarse.
Curiosamente, empezaba a entrelazar todo, encontrando y dándole razón a esto.
―Te conocí hoy, hace un año, en noche buena ―continuó su explicación―. Estaba paseando con mi padre cuando te descubrí sentando en la banca de este mismo parque. No nos viste, probablemente porque estabas demasiado sumergido en tus pensamientos aquel día. Mi padre trataba de animarme a que me acercara, pero… no lo hice.
Recordé aquella noche. Dos meses antes, mis padres habían salido de viaje, mi hermano estaba estudiando también la universidad en otro país y mi última pareja había decidido cambiar de destino. Probablemente, ahí fueron los comienzos de mi análisis de soledad, sin darme cuenta de que por ello, también mi alma sanaría un poco. Quizás, como todo lo que había hecho en el último año, estaba exagerando y creando tormentas en vasos de agua. Pero sí eso sirvió para que encontrarnos, estaba bien y agradecía a mi locura temporal por ello.
―Entonces… todo este año en el que nos hemos encontrado una y otra vez, tú…
―Madre Vera, en los inicios de su estación, me dijo que el amor florecía con el tiempo.
El amor nace en invierno, florece en primavera, se llena de fuego en verano, madura en otoño y se arraiga con fuerza en invierno, y siendo un ciclo infinito, reverdece una vez más a principio de las estaciones, cuando la nieve se vuelve se vuelve agua para alimentar los frescos campos. De la misma manera en la que la navidad perdona y limpia el alma de nuestro corazón.
Las humanos suelen tener la común creencia de que el invierno trae consigo la navidad y con ello, el fin del ciclo. El tiempo para perdonar el pasado y re continuar el próximo año, creciendo en una nueva oportunidad como el verde de los árboles.
―Yo creo que padre Invierno representa el nacimiento. Navidad. Amor, nuevas experiencias, porque es partir de entonces cuando decides tomar un nuevo camino. Cuando las metas surgen. Cuando decides amar a alguien.
―Entonces… ―murmuré, tocando su barbilla para levantarle el rostro y besar sus labios de nieve―, ¿no te gustaría ser mi inicio… mi navidad?.
Él me sonrió lentamente, acariciando mi boca.
―Sólo si no te importa, tener a alguien que cambia con las estaciones.
La nieve caía con más fuerza que al inició. Yo no lo conocía realmente, sólo sabía que una parte de nuestras almas estaban conectadas y eso me bastaba.
―Nunca podría dejar de asombrarme… ―comenté.
―Feliz Navidad…
El veinticinco de diciembre de aquel año, mi vida cambio. Muchos creerán que es por el nuevo mundo que se descubrió ante mis ojos. La verdad es que no es así. En la madrugada de la navidad, cuando los niños pequeños duermen, anhelantes de despertar por sus regalos, descubrí que el mío había llegado un año antes. Y que durante mucho tiempo lo había disfrutado. Era hora de darle a mi regalo, algo mejor: un mutuo amor.
―Feliz Navidad.
4 comentarios :
Me ha tenido enganchada desde el principio.
Es muy bonito!
Dulce, esto no tiene nada que ver con el relato, pero quería preguntarte una cosa.
He creado una nueva sección en el blog en la que hago "reseñas" sobre historias publicadas en blogger, y me gustaría hacerlo con la trilogía de "La Era de lo Vampiros".
¿Me das tu consentimiento?
Aquí te dejo el enlace para que veas el funcionamiento de la página:
http://my-own-library-and-stories.blogspot.com/2011/12/nueva-seccion.html
Dulce, ya están las tres, por si te quieres pasar.
Veo que ya has visto la primera (gracias por comentar, y no tienes nada que agradecer jeje).
Te dejo los otros enlaces:
- II: http://my-own-library-and-stories.blogspot.com/2011/12/la-era-de-los-vampiros-ii-cautivada-por.html
- III: http://my-own-library-and-stories.blogspot.com/2011/12/la-era-de-los-vampiros-iii-amante.html
Precioso relato querida PukitChan!, muy, muy diferente... Original... Inédito... Realmente sorprendente, de esos con una trama k no te deja indiferente... Sobra decir que me ha gustado mucho verdad?.
No sabes lo que me alegra contar contigo en este proyecto!, gracias por participar en el mismo!!!
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