1. PARTE XIV:
—Chiquilla —comenzó a decirle, una vez que se había desecho del trapo, el cual, había lanzado al suelo—, ¿veis lo que habéis logrado huyendo de mi? —le preguntó mientras cogía un taburete de madera y lo ponía al lado de la pared contigua—. No habéis sido buena, Diana, y ahora me veré obligado a castigaros por ello.
Acto seguido, se acercó a ella con determinación y la liberó de las cadenas que la mantenían cautiva.
Y aunque ahora Diana se sentía libre de ataduras, sabía que lo peor estaba por llegar... "¿Cómo pensaba Lord Braine castigarla?", se preguntó en silencio, más su mente quedó completamente en blanco cuando éste le cogió de la mano y la guió hasta el taburete. Tomó asiento y a ella la posicionó entre sus piernas flexionadas.
2. PARTE V:
Cuando Diana sintió cómo Ian desgarraba su camisón y exponía sus generosos pechos al descubierto, retuvo su respiración y se quedó en blanco, sin saber qué hacer o cómo actuar. Estaba de pie, en medio de un gran salón repleto de desconocidos pervertidos, medio desnuda y con las manos atadas a su espalda.
Y cuando Ian, aquél hombre moreno y delgado se acercó a ella de manera peligrosa, sosteniendo una daga entre sus manos, en vez de el látigo, Diana tembló y lo miró fijamente a los ojos, temiéndose lo peor.
3. PARTE XIII:
—Por favor, por favor —le suplicó de nuevo—, hágalo con delicadeza, sólo le pido eso y prometo no resistirme nunca más.
Pero él no le respondió siquiera, se limitó a sujetarle las caderas con ambas manos mientras se preparaba para el primer empujón. Y en esas milésimas de segundos, Diana creyó oír unos ruidos similares a unas pisadas, pero no estaba totalmente segura ya que se encontraba en tal estado de estupor, que no sabía si habían sido imaginaciones suyas o no.
Y justo cuando empezó a notar cómo el miembro presionaba y comenzaba a introducirse dolorosamente en su prieto sexo, algo extraño pasó de repente, pues el hombre se detuvo a medio camino de la penetración y el peso que ejercía encima de ella desapareció, dejándole con una sensación de frió en sus espaldas.
Pero él no le respondió siquiera, se limitó a sujetarle las caderas con ambas manos mientras se preparaba para el primer empujón. Y en esas milésimas de segundos, Diana creyó oír unos ruidos similares a unas pisadas, pero no estaba totalmente segura ya que se encontraba en tal estado de estupor, que no sabía si habían sido imaginaciones suyas o no.
Y justo cuando empezó a notar cómo el miembro presionaba y comenzaba a introducirse dolorosamente en su prieto sexo, algo extraño pasó de repente, pues el hombre se detuvo a medio camino de la penetración y el peso que ejercía encima de ella desapareció, dejándole con una sensación de frió en sus espaldas.
4. PARTE VII:
Julen detuvo el paso, y se le quedó mirando fijamente. Sabía que su amigo tenía razón, que una mujer así de atractiva y llamativa, podría causar alguna que otra trifulca entre sus hombres, sobre todo en su ejército de guerreros bárbaros. Pero Julen sabía perfectamente qué era lo que tenía que hacer para que, a ojos de los demás, se quedara bien claro y sin duda alguna de que, "esa mujer de cabellos rojos", era de su propiedad y que le pertenecía exclusivamente a él. Y esa misma noche pensaba hacerlo. Dejaría su huella sobre ella.
—Sir William, os preocupáis siempre por todo —le reprendió amablemente. Y luego, para tranquilizarlo en cierta manera, añadió:—. Esta moza será diferente a las otras que componen mi harén, a ésta la marcaré como mía y no habrá hombre alguno en la faz de la tierra, que ose a tocarla. Nadie, excepto yo.
5. PARTE XV:
—¡Déjeme en paz! —exigió la mujer, mientras continuaba retorciéndose entre el fuerte agarre de aquel insensible hombre—. ¡No tenéis derecho a ponerme una mano encima! —gritó de nuevo, mientras resoplaba agitadamente, en un vano intento por apartar un mechón de pelo de su boca que tanto se empecinaba en quedarse allí adherido.
Una sonora carcajada nacida desde las profundidades de la garganta de Julen, retumbó en la estancia. Realmente, al hombre, le hacía mucha gracia el comentario que aquella insistente chiquilla acababa de decir.
—¡Soy vuestro Amo, y tengo todo el derecho del mundo para hacer con vos lo que me venga en gana! —le advirtió, mientras aumentaba la presión de su agarre sobre sus pequeñas muñecas, las cuales, las tenía sujetas detrás de su espalda. Mientras, continuaba azotándola con la otra mano.
A Diana se le saltaron las lágrimas, apenas podía aguantar el dolor que le estaba infligiendo, pero aún así, continuó con su diatriba.
—¡No soy de vuestra propiedad, aunque hayáis pagado una gran suma por mi! —le contestó entre sollozos, sin parar de retorcerse—. Y tampoco fui nunca propiedad de Sir Ian, así que, la venta ha sido ilegal —sentenció, consiguiendo que Lord Braine detuviera su castigo.
Pero sólo se detuvo el tiempo justo para poder inclinarse y susurrarle al oído:
—Me da igual cómo habéis llegado a caer a mis manos —le aseguró con voz ronca—, lo único que me interesa es que ahora mismo sois mía y que pienso hacer con vos lo que me plazca.
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3 comentarios :
Uy cada vez es más candente esta historia. Te mando un beso y buena semana
Voy a leerla ahora mismo. Ten buen comienzo de semana.
Besos!!
Sumamente intenso!!
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