miércoles, 30 de noviembre de 2011

RELATO Nº 14 PARA LA ANTOLOGÍA NAVIDEÑA (No Paranormal) By Nadia Salamanca

Una Navidad con el Síndrome de Estocolmo 




Caminando por el centro comercial no puedo evitar hacerme preguntas... "¿Por qué santa viste ese estúpido abrigo rojo y su sombrerito lejano a hacerle justicia?". Viviendo en un país de Sudamérica cercano a al polo sur, jamás, pero jamás, veré caer nieve en esta época del año. Así pues, siempre he pensado que santa debería llevar un lindo traje de baño hawaiano rojo, con flores amarillas y una sudadera deportiva que le tape la pancita simpática. Yo de verdad creo que debería afeitarse, con el calor que hace no creo que una barba sea conveniente, mucho menos lo es su gorro, yo se lo cambiaría por una visera roja y uno lentes de sol setenteros. Ese sí sería el santa perfecto para nosotros.
Pero cada rincón de este centro comercial está lleno de un santa que si estuviera vivo rogaría por una soda con hielo.
—¿En qué piensas Elo? —la voz de mi hermana sacó todo pensamiento de santa de mi cabeza.
—En que odio las compras de estas fechas —Miriam me miró como si yo fuera pecadora por lo que decía, tanto que hasta me dieron ganas de darme una cachetada a mí misma por hablar, así que rápidamente añadí—: Hay tanta gente, todos quieren llevar lo mismo que tú y si te interpones en su camino al regalo perfecto puedes salir gravemente herido.
La risa de Miriam retumbó fuerte, al tiempo que la gente en el centro comercial se volteaba para mirarla como si estuviese loca.
—Pues si alguien se interpone entre yo y esa hermosa camiseta para Edgar, da por hecho que me lanzaré al ataque sin dudarlo.
Estaba segura de que mi hermana no mentía, si ella tenía visto el regalo para su esposo, iría por él sin dudarlo, aplastando a cualquier mosca –o persona– que se interpusiese en su camino.
Cuando pensé que había encontrado una buena frase para ironizar lo que Miriam había dicho, un estruendo interrumpió cualquier cosa que mi boca quisiese pronunciar. Escuché el grito de mi hermana retumbar por sobre el rugir de la explosión que nos había asustado, mientras la gente comenzaba a escapar de un enemigo invisible, pero perfectamente audible.
Sabía muy bien que aquello era una bomba, así que como todo los demás, tomé la mano de mi hermana y comencé a correr en cualquier dirección que me llevase a la salida del centro comercial. Nuestro avance era lento, el gentío no permitía el paso y el llanto de los niños perdidos no dejaba de hacerme sentir en medio de la guerra.
Cuando al fin vi que la gente desaparecía por la salida de emergencia y el sol llegó a mis ojos mostrándome que podría escapar, un enorme hombre de traje apareció frente a nosotras, tomando a mi hermana con fuerza y empujándola hacia el interior del centro comercial.
Esta vez el grito que escuché salía de mis propios labios. El hombre había tomado mi brazo como si este se tratase sólo de una rama de árbol, tirando de mí hacia él con tanta fuerza que el dolor me hizo gritar nuevamente.
—¡Eloísa! —escuché gritar a mi hermana, mientras el hombre me amordazaba con su enorme mano, apretando mis costillas mientras me llevaba por el estacionamiento del centro comercial.
En otras circunstancias estaba segura que los guardias hubiesen llegado en mi rescate, iniciándose un operativo conjunto con la policía, pero la bomba era evidentemente la distracción inicial y el hombre caminaba en la multitud aterrada, sin preocuparse de que alguien se percatase de su presencia.
Quería gritar, chillar tanto del dolor que producía en mis costillas su agarre, como del temor que sentía por lo que estaba a punto de ocurrir. Peros mis gritos nunca pudieron salir. Entonces el hombre me soltó de golpe, lanzándome al interior de lo que estaba segura era un auto.
El sudor recorría mi espalda en el paso libre que daba el miedo que me estaba inundando, los vellos de mi nuca se erizaron ante la perspectiva de lo que todo eso significaba…
Me estaban secuestrando, y ninguna persona hacía cosa alguna por evitarlo.
Sentí que nuevamente las manos del hombre me tomaban, apretando mis muñecas con fuerza, mientras otras me ataban una venda en los ojos, apretándola al punto del dolor. Mis manos fueron amarradas con igual violencia, sentía el escocer de la piel por las heridas que las cuerdas producían en mis muñecas, el mismo que se presentó luego, cuando los hombres amarraron mis tobillos.
El temor me inundaba por completo, tanto que creía que si las cuerdas no me sujetaran, el miedo tampoco me dejaría moverme. Estaba paralizada, mientras escuchaba los gritos nerviosos de los hombres al momento de hacer partir el auto.
Avanzamos por horas mientras los hombres reían de su logro, podía escuchar sus voces carraspeando, mientras sus risas se hacían un infierno con cada sonido de ellas.
Finalmente el auto se detuvo. Mi cuerpo pesaba, por lo que uno de los hombres tuvo que bajarme del automóvil, tomándome de los brazos con fuerza y torciéndome una muñeca en el acto.
Grité de dolor, un grito desgarrador que desgastó mi garganta al punto del silencio. No sabía si ya no gritaba porque el dolor era tanto que no podía articular sonido, o porque apenas dejé de gritar el hombre que me había tomado golpeó mi cara gritando:
—¡Estamos en medio de la nada niñita, nadie escuchará tus gritos!.
Quería decirle que no era eso, que no me opondría a que me llevaran y que era el dolor lo que me hacía gritar. Pero mis fuerzas estaban flaqueando y mi mente se estaba volviendo confusa, al punto de sólo escuchar trozos de oraciones de las conversaciones que lo hombres tenían.
Cuando sentí que los brazos del hombre me soltaban, sabía que mi cuerpo no caería con suavidad a donde fuese que me estuviesen lanzando. Y así fue, el golpe contra el concreto no se hizo esperar, y como si la suerte no estuviese un segundo de mi lado, caí en posición tal que mi mano dio contra el piso, volviendo a golpearme la zona de la muñeca que el hombre me había torcido.
El dolor fue tal que luego de un grito ahogado por una patada de uno de los tipos, mi mente comenzó a flaquear sumiéndome en un profundo sueño.

***

Cuando mis ojos volvieron a reaccionar sabía que aún seguía en el duro concreto, en la misma incómoda posición en la que había caído.
Me habían quitado la venda del rostro, por lo que luego de no escuchar ruido alguno por un tiempo, me animé a abrir los ojos, encontrándome con un cruel panorama. Efectivamente estaba recostada sobre concreto, en una habitación hecha completamente de este material y con tan sólo una ventana de cincuenta centímetros por la que entraba un haz de luz.
Hacía frío, mi piel estaba complemente erizada y mi muñeca hinchada, como si fuera una de esas esponjas tubulares que les dan a los niños para aprender a nadar. Tenía la piel roja en esa zona y el ardor de las heridas que mi cuerpo cargaba se hacía insoportable, logrando que mi mente pidiera volver a estar en la inconciencia.
Pero antes de que pudiera cerrar los ojos y dejarme llevar, escuché pasos en el exterior de mi celda. No podía ver quien era, puesto que la puerta de metal cerraba cualquier paso a la visión del exterior, pero aun así el temor me invadió pensando en que nuevamente estaría con los hombres que me habían llevado.
El pestillo comenzó a sonar, dando paso al chirriante abrir de la puerta y al entrar del individuo. Un hombre corpulento, de cabello castaño y tez oscura, con unos lentes de sol que tapaban cualquier visión de sus ojos.
—Al fin despiertas —dijo él. Por su voz pude saber que era el mismo hombre que me había cargado y soltado de golpe en la pocilga en la que me encontraba—. Nuestro jefe ya está listo para hacerte algunas preguntas.
Un sudor frio recorrió mi espalda al momento que escuché aquello. No sabía por qué aquellos hombres me habían secuestrado, pero estaba a punto de averiguarlo.
Temerosa me levanté, el cuerpo me pesaba y sentía que en cualquier momento caería al suelo de golpe. El hombre pareció percatarse de mi tambaleó, tomándome de los hombros y ayudándome a caminar hacia el exterior.
Armándome de valor lo miré a los ojos detrás de aquellos lentes de sol, pronunciando entonces palabras que salieron con una oxidada voz:
—¿Por qué a mí?.
El hombre me miró, no podía ver su expresión por la oscuridad de sus lentes, pero él parecía dudar si responderme o no.
—Tu padre —dijo finalmente—. Sabemos que él escondió contigo la clave para encontrar su estudio genético.
Quise tener un cuchillo para matarme ahí mismo. Estaba muerta de todos modos. Si esos hombres pensaban que yo tenía alguna pista para encontrar el escondite de los estudios de papá, estaban equivocados. Papá nunca fue un hombre de sentimientos y comunicación familiar, él apenas y saludaba en casa, encerrándose luego horas de horas en su estudio.
—No seré útil entonces —le revelé al hombre tratando de sacar un sonrisa—. Papá jamás me ha dicho algo de sus estudios, apenas y me saluda.
—Eso lo determinará nuestro jefe —la manera en que pronunció “jefe” me hizo tiritar de pies a cabeza. 
“Papá, papá, en que lío me has metido ahora” me dije siguiendo al hombre en completo silencio.
Estaba muerta, sin conocer siquiera que los estudios de mi padre trataban de genética, ellos me torturarían hasta matarme.

***

Parado en el rincón de la habitación para interrogatorios, no podía evitar cuestionarse qué estarían haciendo el resto de hombres de su edad en esas fechas. Seguramente ninguno de ellos esperaba a una chica, para torturarla hasta sacarle la información que su padre requería. Quizás algunos tenían novia y a esas horas salían con ella a cenar, a comprar algunos regalos navideños, para luego irse al departamento de uno de los dos a pasar una buena noche.
Pero Eric jamás podría siquiera imaginarse en una situación como esa, con su padre controlando cada uno de sus movimientos y la KSK midiendo cada respiración que realizaba, tener una novia no era más que un sueño, así como tener una vida había dejado de serlo años atrás.
Finalmente el pestillo de la puerta comenzó a sonar, sacándolo de sus pensamientos y llevándolo automáticamente a instalar su máscara sin emociones en su rostro, aquella que había forjado con años de entrenamientos en torturar e interrogar enemigos.
La puerta se abrió, dando paso a la figura femenina más hermosa que sus ojos habían visto alguna vez. La chica tenía un cabello rojo fuego que encandilaría a cualquiera, cayendo en bellas y revoltosas ondas hasta sus voluptuosos pechos; las curvas de su cuerpo eran atrayentes, tanto que pudo imaginarse horas perdido en ellas. Pero lo que más llamó su atención fueron sus ojos, tintados de un verde jade, cristalinos y penetrantes. 
Su boca se secó como nunca antes le había ocurrido al iniciar un interrogatorio. Ella lo miraba amenazante, como si supiera lo que él debía hacerle si no respondía a sus preguntas, destilando odio por aquello ojos jade tan hermosos, dejando sólo ver un dejo de temor en ellos.
—¿Tu nombre? —le dijo mirándola. Sabía que aquella no era la primera pregunta que debía hacer, pero necesitaba saber su nombre.
—Eloísa Hansen.
Su voz era armoniosa, un sonido suave y protector a pesar de la circunstancias en que se encontraba ella.
Cuando al fin pudo pronunciar la siguiente pregunta rogó que ella respondiera como lo necesitaba. No se imaginaba golpeándola como había hecho con el asistente del padre de ella hacía un mes atrás.

***

—¿Dónde están los experimentos genéticos de tu padre? —Por la forma en que él fue al hueso del problema, podía decir que aquel chico era el jefe.
Me quedé mirándole, era imposible no hacerlo. Él, erguido con la prestancia que sólo su altura podía darle, con aquellos ojos azules mirándome directo a los jade míos, con aquel rostro cincelado y ese torso digno de una obra de Miguel Ángel, parecía estar listo para sonsacar cualquier respuesta de mí, palabras que ni siquiera yo estaba segura de conocer.
Fue así como con la mente totalmente en blanco para su pregunta, dije:
—Siquiera sabía que mi padre realiza experimentos genéticos.
La expresión de su rostro me dijo que aquella era la respuesta equivocada, aunque yo lo sabía de antemano, estaba muerta si ellos querían averiguar de los experimentos de mi padre, yo nada conocía de aquello.
—No te hagas la listilla conmigo Elo —la forma cercana de tratarme me hizo sentir aún más insegura de su presencia.
—No me estoy haciendo la listilla, ¡yo no sé qué hace mi padre en su estudio!.
La sonrisa que apareció en sus labios me hizo quedar muda. Él tenía una expresión victoriosa que lo hacía lucir imponente.
Lentamente se separó de la pared en la que había estado apoyado desde que me trajeron aquí, caminando a paso firme con los ojos fijos en mí. Lo vi estirar su brazo, alejándome instintivamente de él. No soy tonta, he visto películas en las que el interrogador golpea a su presa una y otra vez hasta conseguir la verdad. Yo no dejaría que él me golpease.
La sonrisa de su rostro se acrecentó con mi alejamiento, al tiempo que su mano se posaba en el respaldo de la silla que tenía frente a mí, corriéndola para sentarse en ella.
—Creo que empezaré con preguntas más simples —su voz lo hacía parecer más seguro que lo que su rostro demostraba. Era evidente que aquello de interrogar era un juego para él y esta vez el juguete era yo. Pero jamás me había dejado ganar, si él quería que yo llorase y soltase todo lo que supuestamente sabía, tendría que preparar su trasero para estar sentado horas ahí.
—¿En qué horarios trabaja tu padre? —soltó rápidamente, sin dejar de mirarme a los ojos.
Aquella pregunta me sorprendió, era algo que él debía saber que yo conocía, que incluso estoy segura que él también lo sabía sin que yo se lo dijera. Aun así tomé mi oportunidad y respondí luciendo sumisa.
—Él sale a las ocho de la mañana y vuelve a las cinco de la tarde, pero luego se encierra por horas en casa. Así que no sabría decirte cuales son sus reales horarios de trabajo.
Por la expresión de su rostro supe que él alababa mi osadía, así que saqué mi mejor sonrisa petulante, agregando a mis palabras:
—Puedes preguntarme por horas lo que sé de mi padre, pero siempre te responderé banalidades. Él jamás está en casa realmente, por ende nada sé de su vida.
Pensé que él tenía todo bajo control, parecía como si interrogar fuera una rutina. Pero cuando lo vi levantarse de golpe y aporrear la mesa con sus puños, no supe que pensar. ¿Estaba yo ganando la batalla?.
—¡Cristóbal! —su grito parecía forzado, como si algo lo contuviese—. Quedas a cargo de ella, pregúntale lo que necesitamos saber.
—Pero… —el interpelado pareció sentirse inseguro, como si aquello no fuera lo normal entre ellos.
—¡Encárgate tú!.
El grito que dio el llamado jefe nos hizo saltar a ambos. Cristóbal me miró intrigado, como preguntándose qué debía hacer conmigo, mientras el jefe desaparecía por la puerta sin mirar atrás.
No supe por qué, pero en ese momento algo me hizo rogar que él volviese, lo quería cerca de mí, como si estando aquí no fuese a tortúrame como ahora lo haría Cristóbal.

***

Luego de horas frente a la puerta de metal, sus pies sucumbieron a la tentación, sacando las llaves y abriendo la puerta que lo llevaba a ella.
Eric jamás había hecho aquello, no era parte del interrogatorio. Pero necesitaba saber que ella estaba bien, que Cristóbal no la había dejado mal herida y que ella se sentía tranquila.
Pero cuando entró a la pequeña celda no pudo más que repetirse mentalmente una y otra vez lo tonto que era. ¿Cómo podría ella sentirse más segura a su lado cuando él era parte de los que la habían secuestrado?. Estaba seguro que ella estaría mucho mejor sin él ahí.
Estaba a punto de volver a salir de la habitación cuando escuchó pasos en el interior, viendo el rostro de Eloísa asomar por el pequeño espacio entre la puerta y el umbral.
Ella estaba completamente amoratada, con un ojo hinchado y la expresión llena de temor.
Sintió deseos de abrazarla de decirle que la sacaría de ahí, pero hacer eso era muerte segura para ambos.
—No te vayas —dijo ella con un hilo de voz. Era evidente que había estado llorando, sus ojos no sólo estaban hinchados por los golpes de Cristóbal.
Cerró los ojos tratando de borrar el rostro de ella de su mente, no quería equivocarse y dejarse llevar por los instintos, si lo hacía su padre lo azotaría hasta matarlo.
Pero antes de que abriera sus ojos sintió la suave piel de las manos de ella tocar su brazo. La electricidad le recorrió el cuerpo de pies a cabeza, haciéndole sentir la piel caliente en la zona que ella rozaba.
Entonces nada pudo detener a sus instintos, entrando con ella en su pequeña celda.
El interior estaba húmedo, como todas las celdas que había en el sótano; la oscuridad lo invadía todo, debiendo forzar su vista para lograr ver los ojos jade de Eloísa.
—Yo… —ella titubeó, pensando sus palabras— Yo de verdad no sé sobre mi padre.
Su voz le dijo que ella lloraba, y el magnetismo evidente entre ellos lo llevó a acercarse. Eloísa se alejó como si él fuese una llama encendida, pero no era eso, era su temor de que él la golpease.
—No te golpearé —bajó el tono de su voz para que ella se calmase y pareció resultar, dejando que Eric tocase su rostro.
Su piel era divina, suave, casi perfecta, tanto que sus ojos se cerraron automáticamente, deleitándose con el toque.
Creía en ella, algo le había dicho cuando la interrogó, que ella simplemente no sabía qué hacía su padre en su trabajo.
Mi respiración se calmó, no sabía por qué él estaba aquí, pero la opción más probable para mi mente era: nuevos golpes, nuevas torturas y más preguntas que no puedo responder.
Aún así su caricia en mi rostro calmó todo mi ser, quería quedarme así, dejar que él me acariciase por más tiempo, y así lo hice, cerrando mis ojos para sentir la intensidad de su toque.
Entonces sentí su respiración cerca de mi rostro, él se estaba acercando y yo…
No me alejé.
Sus labios se posaron en mi boca con suavidad, besándome con cariño, lenta y delicadamente.
No sabía su nombre, era el jefe de mis secuestradores, pero aun así lo estaba besando la noche antes de noche buena.
El beso comenzó a volverse hambriento, atrayéndome a su cuerpo y aferrándome a sus brazos. Mi respiración se descontroló, agitándose al igual que la de él.
¿Él estaba disfrutando ese beso tanto como yo, o sólo era un juego normal para él?.
Me separé de su lado, mirándolo a los ojos. Mi vista estaba acostumbrada a la oscuridad, pudiendo ver la confusión en su rostro.
—¿Tu nombre? —le dije con el mismo tono que él había usado conmigo antes.
Una sonrisa se instaló en sus labios, mientras volvía a acariciar mi mejilla con suavidad.
—Eric Roig —su voz sonaba como un susurro, al tiempo que su mano seguía acariciando mi rostro y mis ojos volvían a acerrarse para deleitarse con el roce.
Lo dejé volver a besarme aunque sabía que era una locura, pero aun siendo así algo me hacía pensar que aquello era lo correcto.

***

Al día siguiente mi cuerpo pedía que cerrara los ojos y me dejara llevar por el sueño, pero con el dolor dormir era irónicamente un sueño. Y aquí estaba, en la pequeña habitación de concreto, el día que sabía era noche buena, sintiendo cada una de mis extremidades tan pesadas como el hierro.
Entonces pensé en mi familia, la felicidad de estar con ellos, de celebrar noche buena, la sonrisa en sus rostros si yo no estuviese aquí. Quería estar nuevamente con mi familia, cenar con ellos y ver a mi sobrina abrir la infinidad de regalos que mis padres compraban para ella.
Las lágrimas se liberaron entonces, cayendo con paso libre por mi rostro. No había dejado que ninguno de los secuestradores me viera llorando, no les daría el derecho de eso, ni la victoria ante mí. Así que en ese momento dejé que mi dolor se liberara, que mi llanto explotase mientras las imágenes de navidades pasadas se instalaban en mi cerebro torturándolo con más dolor.
Escuché el pestillo de la puerta sonar, sabía muy bien que era Eric y el peso de mi corazón disminuyó ante la posibilidad de volver a verlo.
No necesitaba que alguien me dijese lo loca que estaba, aquello era evidente para mí, pero la atracción entre nosotros había estado ahí desde que entre en el cuarto de interrogatorios, lo había visto en sus ojos y ahora sabía que el temor que sentí en ese momento no era más que a la atracción que su presencia ejercía sobre mí.
La puerta se abrió finalmente, dando paso a Eric. Él parecía preocupado y el temor me inundó por completo. Si él estaba asustado, entonces yo también debía estarlo.
—¿Qué ocurre? —le pregunté escuchando el nerviosismo siendo evidente en mi voz.
—Nada Elo, sólo vine a verte.
Sus palabras no me engañaron, algo pasaba y no era nada bueno. Estaba segura que de ese día no pasaba con vida. Era irónico pensar en morir en noche buena.
Eric se sentó nervioso a mi lado, estirando hacia mí un pequeño paquete de regalo.
—¿Para mí? —dije sintiéndome estúpida, ¿para quién más sería estando solos?. Aún así él me sonrió, estirando más su mano y asintiendo con la cabeza.
Tomé el regalo abrazándolo a modo de agradecimiento. Él me miraba expectante par que lo abriera, pero yo dije:
—Aún no son las doce.
Una risita se escapó de sus labios, un sonido exquisito que me embriagó por completo.
—Estás encerrada y aún puedes pensar en las doce. Ábrelo, quiero ver tu expresión cuando lo veas.
—Pero podemos espera hasta la doce —insistí nerviosa ¿Por qué quería con tanta ahínco que lo abriera ahora?.
—No podemos esperar a las doce.
El frío recorrió mis espalda, si no podíamos esperar hasta las doce significaba que… ¿Estaría muerta?.
—Llamé a la poli a escondidas —su voz se volvió casi inaudible—. Ellos vendrán por ti en media hora y cuando de vayan contigo sé muy bien que si los polis me dejan vivo, mi padre se encargará de matarme.
Mi pecho se oprimió, él había hecho eso por mí cuando sólo nos conocíamos del día anterior, él estaba arriesgando su vida por mí.
—¡No! —dije automáticamente— no dejaré que hagas eso por mí, es peligroso. Yo puedo salir de esto sola.
—¡Jamás saldrás viva de aquí sola! —Los puños de Eric se apretaron, asustándome cuando me abrazó de repente— He visto salir a mucha gente de aquí directo a la playa que está junto a esta casa, he visto sus cuerpos perderse en el océano. No quiero verte morir, no quiero verte flotar en el agua.
Me solté de él llena de temor. Sabía que lo hacía por mi bien, que me estaba protegiendo, pero dolía que le ocurriese algo por mi culpa.
—¡¿Y yo tengo que verte morir?! —grité con un chillido histérico que jamás había escuchado salir de mis labios antes.
Él me sonrió, sabía que su expresión era de resignación…
—Yo no me rindo Eric, cuando quiero algo lo obtengo como sea y en este momento te quiero a ti.
Sus labios se oprimieron contra los míos, devorándome por completo al tiempo que mi respiración se volvía nuevamente inestable, dejando entrever todo lo que él producía en mi cuerpo.
En ese momento gritos y disparos se escucharon afuera. La policía. 
Eric se paró de golpe, mirándome con deseo y temor.
—Creo que no podré ver tu expresión cuando veas mi regalo —la sonrisa melancólica de su rostro cortó mi respiración.
¿Sería aquella la última expresión que vería de él?. No.
Me acerqué é a él tomándome de su cuello y saltando. Eric me tomó entre sus brazos sin comprender qué estaba haciendo yo, pero no me importaba, haría cualquier cosa con tal de que no se lo llevasen o peor, lo asesinaran.
—Salgamos —le dije segura de mi plan.
Él pareció dudarlo un momento, pero al ver mi sonrisa la seguridad y confianza en mí se reflejaron en su rostro, comenzando a caminar hacia el exterior.
Avanzamos hacia afuera, yo aferrada a su cuello y él sin quitar sus ojos de los míos. Sabía que aquello era otra locura más, pero no lo perdería después de conocerlo.
Afuera el caos era horrible, cuerpos y sangre en el suelo, todo tintado con la oscuridad de una noche de luna nueva. Los policías estaban escondidos tras una barricada de autos, disparando a los tipos que me secuestraron, matándolo como a moscas. Los vi a apuntar hacia nosotros, temiendo que ellos disparasen, pero cuando me vieron en los brazos de Eric bajaron las armas nerviosos.
—¡Suéltela con calma! —gritó uno de los policías, mirando con los ojos como platos— si no lo hace tenemos gente capacitada para dispárale sin herirla a ella.
—¡No! —me apresuré a gritar con el temor palpitando en mi interior— ¡Él me salvó!.
Los policías parecían confusos, cautelosos si confiar en mi palabra o no hacerlo. Pero cuando me aferré más fuerte al cuerpo de Eric, los ojos del policía me dijeron que él estaba comenzando a confiar.
Cinco policías se acercaron a nosotros con movimientos cautelosos, mientras mi respiración se cortaba por el temor de perder a Eric en cualquier momento. Entonces, uno de ellos sacó unas esposas, sonriéndome cuando vio mi rostro de temor, diciendo:
—No te preocupes Eloísa, sólo lo esposaremos como precaución, hasta aclarar todo esto.
—¡No! —me negué aun asustada y entrelazando con más fuerza mis brazos alrededor del cuello de Eric.
—Tranquila —volvió a decir el mismo hombre, acercándose con lentitud—. Podrás irte con él en la misma patrulla si lo deseas.
Aquello me calmó, dejando que el hombre esposara a Eric, mientras él me miraba con expresión tranquilizadora. Todo el caos que había habido antes se acabó de un momento a otro, mientras la mayor parte de los policías se quedaban en la escena de los hechos y el hombre que había esposado a Eric lo llevaba a uno de los autos, abriéndonos la puerta.
—Sé que eres quien nos llamó —dijo el policía antes de cerrar la puerta, bajando tanto la voz que apenas lograba escucharlo. Él miraba a Eric, posando su mano en el hombro de éste—. No te puedo asegurar nada, pero haré todo lo posible por darte privilegios y protección —él cerró la puerta, dejándonos solos en el auto, mientras lo policías trabajaban fuera.
Miré a Eric temerosa, no quería que después de que mi secuestro terminase él se alejase de mí. Pero la sonrisa que estaba instalada en su rostro me dijo que no sería así.
—Abre mi regalo preciosa —dijo él besando mi mejilla, mientras yo tomaba el pequeño paquete. Lo abrí con premura e intriga, encontrándome con un hermoso colgante en forma de ángel. Aquel era el símbolo de que lo nuestro iba más allá de una locura, era algo mucho más fuerte—. Tu eres mi ángel de navidad preciosa —él besó mis labios con suavidad, mientras aquella loca noche buena llegaba a su fin, dando las doce y anunciando la llegada de la navidad.


144. ROSA DE LOS SANTOS (Bruja Feliz)

Hola a tod@s!, como ven, una vez más os traigo a una nueva socia que pasa a formar parte del club y ella es:



ROSA DE LOS SANTOS

Y este es su único blog, al que estamos tod@s invitados:


De momento tiene pocos escritos, y son estos:

*Historia (o relato largo):



LA SAGA "MATA VAMPIROS"
 

Capítulo 1

- ¡Jesús, Jesús, ven, vuelve aquí!

El chico siguió corriendo, sin mirar atrás, con la mirada seria, sin asomo de burla, de risa siquiera. Siguió corriendo hasta llegar al río, donde lavó las dos manzanas que acababa de quitarle a la vieja.

El chico limpió las manzanas cuidadosamente en el agua y, sentándose en la orilla , las comió una por una, despacio, sin prisas. Al poco llegó la vieja María que, mirándole con cariño, le dijo

- Jesús, qué malo eres. No me hagas correr detrás de ti.

El chico siguió comiendo sin mirarla ni contestar. Ella le miraba con cariño, viéndole comer.

Jesús, que así se llamaba el chico, era alto y con las facciones alargadas, guapo, al fin y al cabo. Él sabía que ella, la vieja, no era familia directa suya, pero él la quería, pues siempre le había dado todo lo que él necesitaba. Al chico lo había recogido cuando su madre, al nacer él, murió. Fue un milagro que el niño sobreviviese, por eso, ella, católica, quiso que se llamará Jesús.

La vieja María había tenido un hijo que, en cuanto se hizo mayor, se fue de casa, escapando de la miseria que había en aquellos lugares sin futuro. Y, desde entonces, nadie supo nada de él. Por eso la vieja María quiso quedarse con este niño, sin que nadie se opusiese, pues su madre fue a dar a luz por aquellas tierras sola, y nunca dijo quien era el padre, ni su familia, ni nada que la relacionase con alguien conocido.


*Poemas:



*Poesías:


Añadir que Rosa está escribiendo un libro, para ser impreso en papel, ya que se lo está auto-editado.

Y la cosa va a más, por que ésta bella mujer no sólo tiene afición por escribir, sino que también es: TAROTISTA, CARTOMANTICA, ASTROLOGA, POETA, CONTADORA DE RELATOS, MADRE, ESPOSA Y ABUELA.

RELATO Nº 13 PARA LA ANTOLOGÍA NAVIDEÑA (No Paranormal) By Lulai

Mi presente


Camila no había podido escapar de los reclamos de su madre, que “ya no llamas”, “hace casi una año que no nos vemos”, “tu padre quiere verte”. Su mamá la quería a toda costa en la cena, hasta había llegado a amenazarla con llevar a toda la familia a su casa, cosa que ella no iba a permitir. Prefería viajar y volverse cuando quisiera, que tener a miles de parientes en su casa por tiempo indeterminado.
Abrió la llave de la ducha y dejo que el agua le cayera en el rostro, helada y sabrosa. Se encontraba otra vez en su pueblo natal. Otra vez viendo el verde alegre de los campos donde pastaban las vacas, los pinos y los trigales. El paisaje era precioso, lástima que le traía tantos malos recuerdos. Todos recuerdos que pretendía olvidar, por eso se había mudado a la ciudad. Respiró hondo mientras se enjuagaba el cabello rubio con paciencia, solo tendría que aguantar un par de días, a lo sumo, cuatro. Solo por navidad.
¿Qué era navidad para ella?. Camila podía citar las respuestas de varios de sus familiares. “Un momento ideal para reunir a la familia” diría su madre. Para Luis, su hermano mayor el que había pasado por el seminario y era párroco sería “el festejo del nacimiento del Dios hecho hombre”. Sueños, ilusiones, regalos…Sus sobrinos morían por estas fiestas, pero ella ya no creía en Papá Noel. Tampoco le tenía mucha fe a los sueños.
Cuando terminó, cerró el agua y se envolvió en una mullida toalla. Volvió a su habitación, la cual seguía igual que como la había dejado años atrás para irse a la universidad. Se cambio con lentitud, retrasando a toda costa el momento en que tendría que salir de allí y hacer frente a su familia. Se colocó un sencillo vestido rosa de tirantes que no le superaba la altura de las rodillas y se calzó un par de sandalias de tiritas blancas.
Mientras tarareaba una cancioncilla conocida, Camila caminó por la casa. Miró las paredes pintadas de color maíz y los cuadros que su madre había colgado en ellas. Llegó a la sala sin proponérselo. Se acercó al modular que había en un costado, en las estanterías descansaban las fotos familiares. Todas de su infancia y la de sus hermanos. Se sorprendió tratando de recordar esos momentos felices que pasaba junto a Juana, Luis y Yamila cuando aún eran chicos.
Demasiado concentrada en las fotos, no notó cuando él se le acercó por detrás. Fue demasiado tarde para escapar cuando tuvo su cintura atrapada en sus masculinos brazos.
—Hacia demasiado tiempo que no nos veíamos, dulzura —esa voz provocó que un escalofrío recorriera la espalda de Camila.
—Ignacio —pronunció el nombre sin emoción alguna intentando liberarse de su agarre, pero solo logró girar y quedar mirándolo de frente—. ¿Qué haces aquí?.
—Tu madre me invitó a la cena —dijo disfrutando de su incredulidad y se arriesgo a acercar su boca a la de ella.
—Eso significa que… —Camila dio vuelta el rostro evitando el beso inconscientemente. De pronto solo tuvo ojos para mirar la pequeña figura que se había detenido en el marco de la puerta y la mirada sin poder disimular su sorpresa— Alejo…
Ignacio la soltó dejándola avanzar hacia el niño de cinco años. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Camila se inclino ante Alejo y extendió sus brazos rogando porque él la recibiera. Alejo aceptó su suplica y terminó con la distancia entre ambos permitiendo que ella lo alzara en brazos estrujándolo con ternura.
—Mi bebé —Camila lo meció contra su pecho sintiendo una felicidad sofocadora y su hijo le rodeó el cuello con sus bracitos pequeños hundiéndole el rostro en el hombro.
—Veo que ya se han encontrado —la voz de su madre rompió el emotivo reencuentro.
—¿Por qué los invitaste? —Camila se volvió hacia su madre lanzándole una mirada reprobatoria.
—Creí que tal vez querías ver a tu hijo —se justifico ella con cara de inocencia.
—Claro que sí, pero y ¿la policía?, ¿qué pasará cuando lo sepan? —levantó las cejas acuciante—. Te recuerdo que tengo una orden de alejamiento —aferró a su hijo con más fuerza rogando por qué no volvieran a quitárselo.
—No hay problema con eso —su madre se mostraba relajada y Camila no entendía a que iba todo eso —. Nacho no le dirá nada a nadie, será un secreto.
—¿Nacho? —miró a su ex marido sin creérselo—. ¿Se supone que debo agradecer el favor?, ¡¿debo decir gracias, porque después de que me quitara a mi hijo me da unas horas con él?! .¡¿Eso pretendes?! —toda la amargura que Camila llevaba dentro salió a flote.
—Jamás debiste separarte —Luis había aparecido en la sala sin que su hermana lo viera —. El matrimonio es sagrado. Dios dice que es hasta la muerte.
—¿Y qué significa eso?, ¿Dios me quita a mi hijo por divorciarme? —desafió a su hermano con la mirada.
—Dios no castiga, nosotros si —dijo eso sin desviar la mirada de Camila.
Ella negó con la cabeza. No podía ser cierto. Sabía que a su familia no le había caído bien su separación, pero no podía creer que hubieran contribuido a que Ignacio le quitara a Alejo. Miro a su madre en busca de una explicación, pero ella se limito a mirar el suelo
—Cam, ellos le ayudaron… —Yamila, su hermanita de diecisiete años, se había unido a la conversión— A ninguno le gustó que te separaras.
Siempre había sentido que no encajaba en esa familia tan conservadora, que le costaba contentar a sus padres… A ellos nada les había caído bien, ni su entrada a estudiar marketing ni su divorcio ni el haber abandonado el pueblo… Todos sus actos eran dignos de censura. Solo les había gustado que se casara con Ignacio, pero ella no había sido capaz de seguir adelante con un matrimonio en el que no era feliz.
Sin mirar nadie y aún con su hijo en brazos, cruzó la sala en dirección a la puerta. No tenía sentido permanecer más tiempo en esa casa.
—Camila… —su madre la llamó imperativamente— Vuelve en este instante.
—Déjela —Ignacio apoyó una mano en el hombro de la mujer—. Volverá.
No tenía ningún sentido llorar y lo sabía, pero quien podía evitar que las lágrimas surcaran su rostro compulsivamente. Avanzó por las calles acariciando la espalda de Alejo, que aún sin comprender mucho seguía agarrado a su cuello. Paró en una plaza y depositó al niño en el suelo. Esbozó una sonrisa de tranquilidad para él.
—¿Quieres ir a los juegos? —le peino el alborotado cabello color maíz—. Mamá tiene que pensar unas cosas, después podemos hablar.
Alejo le sonrió y se fue trotando hacia la hamaca. Camila se dejó caer en un de los bancos de madera y hundió la cabeza entre sus manos llorando.

***

Bruno miró directamente al sol como retándolo a que calentara mas la tierra. ¿Quién es su sano juicio lo enviaría a buscar cerezas un 24 de diciembre a las siete de la tarde? Solo su abuela podía lograr que saliese a hacer un recorrido inútil en pleno calor. Bueno, tan inútil no había sido. Doña Martina tenía su despensa abierta, la única que abría su negocio en víspera de Navidad.
Con la bolsa de cerezas en la mano, camino lentamente por la calle de vuelta a la casa de su abuela. Decidió acortar camino por la plaza del barrio, tal vez, hasta podía pasar por alguno de los bebederos y mojarse el cabello. La idea le sabia exquisita, pero en el momento en que se iba a encaminar hacia allí, un solitario niño hamacándose le llamó la atención. Se le acercó con rapidez al reconocerlo.
—Hey, Alejo… —lo saludó cuando estuvo a su lado— ¿y tu padre?.
El niño levanto la vista y le dedico una pulcra sonrisa.
—En casa de mi abuelos —siguió meciéndose de atrás hacia delante.
—¿Has venido solo? —buscó a su alrededor mientras hablaba.
—Ale, nos vamos —Camila apareció al ver a un extraño hablar con su hijo.
Bruno le dedicó toda su atención a ella, mirándola de tal forma que hizo que a Camila se le enrojecieran las mejillas. Él escaneó todo su cuerpo, desde su lacio cabello rubio, pasando por sus pequeños hombros, su estrecha cintura, hasta llegar a las torneadas piernas que sobresalían del vestido rosa.
—Vamos, Alejo —ella apremió a su hijo, se sentía incomoda bajo esa mirada.
—¿No podemos quedarnos un ratito más? —Alejo miró a su madre suplicándole.
—Hace demasiado calor —se excusó toscamente y lo tomó de la mano para hacerlo caminar.
—Yo quiero quedarme —chilló el niño con terquedad.         
Camila suspiro frustrada. Bruno observaba la escena sin saber quién era esa mujer.
—No podemos, nos vamos —decidió que no podía darse el lujo de discutir con su hijo y tironeó de su pequeño brazo.
—Me duele —gimió Alejo sin dejarse arrastrar por su madre.
—Ahora no, Alejo… — le lanzó una agotada mirada al niño, pero este pareció no advertirla y siguió quejándose con ojos llorosos.
—Creo que debería soltarlo —Bruno intervino a favor del pequeño.
Ella le miró sorprendida. Trató de ignorarlo y se acuclilló frente a Alejo.
—Por favor, vámonos —le rogó dulcificando su manera.
—¿A dónde? —Alejo inclinó la cabeza hacía un lado como meditando.
—A donde quieras… —accedió Camila—, pero vamos.
—¿Con papá? —preguntó el niño.
—Más tarde tal vez. —escuchar que su hijo lo nombraba la irrito de sobremanera— ¿No quieres pasar más tiempo conmigo?.
Alejo negó con la cabeza y Camila se quedó paralizada. Intentó acariciarle el rostro, pero Alejo se corrió quedando escondido tras las piernas de aquel extraño.
—Vamos, cariño. Lamento haberte hecho daño… —trataba de convencerlo de que volviera a sus brazos— No quise hacerlo.
En respuesta, él se limito a apretar la pierna de aquel hombre. No se iba a poner a discutir con aquel extraño en frente, por lo que se irguió y se adelanto para tomar a su hijo en brazos.
Bruno la detuvo, antes que pudiera dar un solo paso, poniendo su mano en el hombro de ella. Si Alejo le tenía miedo, nada bueno podía salir de esa mujer. Además, ¿quién era? No la había visto en el pueblo. Era verdad que aún no llevaba más que un año de volver allí, pero jamás la había visto.
—¿No escuchó que no quiere ir con usted? —desafió a la rubia con prepotencia.
—No se meta —le espetó ella entre irritada y nerviosa—. Usted no tiene nada que ver en esto.
—Deje al niño en paz —le ordenó y luego volviendo la vista a Alejo agregó: — Lo llevaré con su familia.
—¡¿Quién es usted para decirme lo que tengo o no tengo que hacer?! —Camila volvía a sacar el enojo contenido delante del niño. Respiró hondo antes de proseguir—. Mejor córrase y déjeme llevarme a mi hijo.
Bruno dejó escapar una risa socarrona ante la colérica mirada de ella.
—¿Cree que soy tan tonto como para creerme eso de que es su hijo? —volvió a reír sacudiendo negativamente la cabeza—. Mire, señora, conozco perfectamente a la familia de él.
El rostro de Camila pasó del enojo a la sorpresa absoluta.
—¿Ah sí?, ¿y de dónde? —cuestionó desesperada por marcharse de allí.
—No sé por qué ha de importarle eso a usted.
—Ya le he dicho que yo soy su madre —repitió ella.
Bruno se removió inquieto, ¿y si le estaba diciendo la verdad?. Era cierto que jamás había conocido a la madre del niño. Lo levantó en brazos poniéndolo a la altura de su rostro.
—¿Quién es ella, Alejo? —señalo a la mujer rubia en frente.
—Ella es mi mamá, Bruno —el niño rodó los ojos como si fuese obvio.
—Yo… —Bruno no sabía que decirle a esa enojada mujer que esperaba con los brazos extendidos a que le devolvieran a su hijo.
—No me importa —Camila ya no tenía humor para discutir menos de charlar. Se acercó y agarró a Alejo en sus brazos. Se dio media vuelta y se marchó.
Él la dejó alejarse. Le vió caminar a paso apresurado aún acunando al niño en sus brazos. Desde allí le oyó susurrarle.
—Lo siento, cariño —le acariciaba la cabecita—. No pretendía hacerte daño. Te quiero más que a mi vida, ¿lo sabes?. Te llevaré con tu padre —le prometió queriendo enmendar sus errores—. Sé que no me quieres a tu lado y es mi culpa, bebé. Te amo. Digan lo que te digan, debes saber que nada me gustaría más que estar contigo, pero no puedo. No me dejan.
Camila sintió que algo humedecía su hombro y cuando Alejo levantó el rostro para mirarle lo vió surcado de lágrimas.
—No quiero ir con papá —murmuró el niño apretando sus puñitos—. Llévame contigo.
—Que más quisiera, hijo —Camila dejo que sus lágrimas también se le resbalaran por las mejillas—. Te prometo que haré todo lo posible por que volvamos a estar juntos pronto. ¿Vale?.
—Vale —Alejo acerco su boca al rostro de su madre y depositó un beso en su mejilla. Luego se acurrucó contra su cuerpo y guardo silencio el resto del camino de vuelta.

***

En la puerta de la casa les esperaban Ignacio y su madre. Camila miró con rabia no disimulada a ambos, pero se mantuvo firme en dirección a ellos.
—Te dije que volvería, Sandra. No es tonta —se jactó Ignacio.
—Cariño… —volteó su rostro hacia su hijo y formo una suave sonrisa— ve con tu abuela que tengo que hablar con tu padre —depositó al niño en el suelo y le besó en el tope de la cabeza antes de darle una suave palmadita en su espalda. Espero a que Alejo se alejara con Sandra para volver su vista a su ex marido— Eres una basura —le escupió las palabras en la cara.
—Dulzura, no creo que en verdad pienses eso —Ignacio se mostraba tolerante a los insultos como si estuviera más que seguro que acabaría ganando.
Los ojos de Camila destilaban odio y rencor, pero él no parecía ser consciente de ello. Se le acercó con calma y con el dorso de la mano le acarició la mejilla sin que ella pudiese evitarlo.
—No me toques —intentó apartarse pero él tomó su mañeca derecha con la mano libre impidiendo que se alejara mas.
—¿Recuerdas lo felices que éramos cuando nos casamos? —acercó su rostro al cabello rubio de Camila y aspiró su aroma— ¿Y cuando nació Alejo?. Todo estaba bien y puede volver a estarlo —al decir eso los hizo girar a ambos para dejarla a ella acorralada contra la pared.
—Nada estaba bien, Ignacio —intentó tranquilizarlo, sabiendo que no sería capaz de zafarse de su agarre—. Amo a mi hijo, pero eso no me ayuda a amarte a ti.
Ignacio perdió la calma que tenía tras esas palabras y apretó su cuerpo contra el de ella. Le miró con fuego en los ojos y el ceño fruncido.
—No te ayuda —musitó con amargura para luego sonreír irónicamente—. Esto te ayudará, vas a ver —aplastó su boca contra la de ella forzándola a recibirlo, a responderle.
Camila cerró los ojos y luchó por liberarse, pero no parecía haber manera alguna de lograrlo. De pronto, todo sucedió demasiado rápido, dejo de sentir a Ignacio sobre ella y abrió los ojos. Se encontró con que entre ellos se interponía él, como hacía unos minutos lo había hecho en la plaza, pero ahora defendiéndola.
—No la toques —exigió casi como un rugido.
—¡Lárgate y déjame a solas con mi esposa! —no podía ver el rostro de Ignacio pues el torso de su salvador lo tapaba, pero por su voz sabía que había perdido definitivamente la paciencia.
—Ignacio, lo mejor va ser que no grite —Bruno se mantuvo impasible y tranquilo—. No hubiese intervenido si hubiese tratado a la señora como se debe.
—No pretendo pelearme contigo —le amenazó Ignacio con la voz contenida—, pero si sigues inmiscuyéndote en mis asuntos no me dejaras otra. Te lo dije una vez y te lo volveré a repetir: aléjate de mi familia.
—¡Tú no eres mi familia! —el grito de Camila corto la discusión de ellos— .¡Yo no tengo más familia que mi hijo!.
—¿Se puede saber que está sucediendo? —Sandra se había asomado a la puerta llamada por los gritos—. ¿Qué hace él aquí? —señalaba a Bruno.
—Él es con quien me engañaba —acusó Ignacio con soltura como si no estuviera diciendo más que la pura verdad—, la causa de que nos separáramos.
—¡¿Qué?! —exclamaron al unísono Bruno y Camila.
—¡Es un descaro que se te ocurra aparecer por aquí después de romper a una familia! —Sandra levantó el mentón con arrogancia mientras que con la mirada condenaba a Bruno.
—¿Por eso mi quitaron a Alejo?, ¿porque él les dijo que yo le engañaba? —Camila negó con la cabeza presa de la decepción que el embargaba—. Son tan maleables… Veo que le creen más a él que a mí.
Bruno no se movía ni decía nada. No entendía de qué le acusaban. ¿De ser su amante?, si apenas conocía a esa mujer.
—¿Te vas a hacer la desentendida? —le cuestionó Ignacio como si se sintiese traicionado.
—No me hables, eres una mierda —estuvo tentada a escupirle, pero se esforzó por controlar su ira. Luego se volvió hacia su madre—. Acabo de entender que no tengo madre, ni familia. No son mucho mejor que él y lo saben —dicho eso comenzó a alejarse—. No me rindo, ya sabrán noticias mías.
Caminó con rapidez tratando de poner mucha distancia entre ella y esos que la habían herido y traicionado. Se alejó unas cuadras, cuando se permitió aplacar el ritmo y caminar. Esta fiestas habían pasado de ser algo incomodo, a algo detestable. Se llevó una mano al pecho y la refregó como si así calmara el dolor que sentía por dentro.
Repentinamente unos dedos se cerraron sobre la muñeca de la mano que aún colgaba al costado de su cuerpo. Asustada y volvió con la intención de pegarle a su captor, pues creía que podía ser su ex. Se detuvo en el último momento al distinguir el cabello negro de su salvador.
—Lo lamento —se disculpó a la vez que volvía a caminar con él a su lado—, me refiero a lo de que te acusaran de algo que... —no pudo seguir hablando, pues las lágrimas acudieron a sus ojos.
—Shh… —Bruno la atrajo hacia su pecho en una tentativa por consolarla—. Ya todo pasó.
—Nada pasó —murmuró ella acurrucada contra él—. Ellos tienen a mi hijo y yo nada que me lo devuelva.
Le había prometido a Alejo hacer algo por recuperarlo, había amenazado a su madre y a Ignacio con enfrentarlos, pero ¿cómo?. Ella no poseía recurso alguno, en cambio su ex, sí y de sobra. De seguro cuando la acuso de adulterio, nadie se había molestado en comprobar la veracidad de la acusación. No, claro que no, era la palabra de Ignacio Montenegro.
—Te puedo ayudar… —dijo Bruno con nerviosismo—. Si me lo permites, puedo poner mis recursos a tu disposición de manera que lo recuperes.
Tras esas palabras, Camila fue consciente que se encontraba llorando sobre el pecho de un hombre al que apenas conocía y que de la nada este le ofrecía su ayuda. Se separó de él y le miró a la cara, tratando de vislumbrar en su mirada sus pretensiones.
Bruno se sintió escrutado por los ojos verdes de ella. Estaba casi seguro de saber lo que le cruzaba por la mente a la rubia. El también se sentiría turbado si alguien a quien acabara de conocer le quisiera prestar ayuda en algo tan íntimo, como recuperar a un hijo. Tampoco sabía bien por qué le quería prestar ayuda. La veía tan sola y cuando rompió a llorar sintió que algo se le quebraba en el interior como empatía por su dolor.
—No te conozco —murmuró Camila mordiéndose el labio inferior.
—Yo tampoco —Bruno le sonrió tratando de romper el hielo—. Me presento, soy Bruno Oñate.
—Camila Coronel —le costó soltar su nombre, pero al fin cedió tal vez llamada por la posibilidad de volver a tener a Alejo.
— Mucho gusto.
—¿De dónde conoces a mi hijo? —Camila soltó la duda que le venía rondando en la cabeza desde de que conociera al hombre
—Te vas reír, todo el mundo lo hace… —dejo ver su blanca sonrisa—, pero soy su maestro en el jardín.
A ella no le dio gracia, más bien le pareció muy dulce que un hombre se dedicara a cuidar y enseñar a niños tan pequeños.
—¿Por qué?.
—¿Por qué qué? —él levanto la cejas desconcertado por la pregunta—, ¿por qué soy maestro de jardín o por qué quiero ayudarte?.
—Lo segundo.
—Ah, fácil… —eso era mentira, ni él sabía por qué quería ayudarle— Conozco bien al padre de Alejo y no creó que este bien con él. Además, pude presenciar que ha dicho mentiras de usted para quitarle al niño y no me parece justo.
Esas justificaciones no dejaron a ninguno de los dos satisfechos. Pero Bruno solo podía esperar a ver si ella aceptaba su ayuda.
—No tienes que responder ahora, solo piénsalo. Ahora… —se pasó una de la manos por el cabello como indeciso— ¿tienes donde pasar la navidad?.
Camila abrió grande los ojos a la vez que negaba. No podía creer que él la fuera invitar a pasar la navidad juntos.
—Pues ven a casa. Mi familia no tendrá problema en recibirte, aparte podre comentarte cómo es que yo te puedo ayudar.
No supo cómo fue, pero minutos después estaba entrando en la casa de la abuela de Bruno y fue recibida como si fuese alguien más de la familia.
—Brunito, corazón, no le habías dicho a la abuela que tenias novia… —comentó la anciana cuando saludaba a Camila con un beso en la mejilla.
—Nana, ella no es mi novia —Bruno acudió en ayuda de Camila al verla ponerse de un rojo encantador—. Es solo una amiga.
Camila permitió esa mentira, debido a que sería más difícil explicar toda la situación y ella no quería ventilar su historia familiar a unos desconocidos.
—Oh… ¡Que lástima! —Nana de verdad pareció decepcionarse de la negativa—, pero si es tan linda… Mírale esos ojos, Bruno, y dime si no te enamorarías de ellos.
Él tragó saliva acorralado por la insinuación y ella bajo la mirada avergonzada. Se le acercó para levantarle el rostro y así poder observar esos vivaces ojos.
—Tienes razón, Nana… —una ancha sonrisa se dibujo en su anguloso rostro y Camila fue testigo de la dulzura con que la escrutaba— Estos ojos son preciosamente encantadores… Creo que acaban de hechizarme.
Arrebatada por la confesión, Camila se alejo un poco disimulando sus temores con una tímida sonrisa. Pero él pudo notarlo, por lo que tomo su mano y disculpándose con los familiares se la llevó a un de las habitaciones para hablar.
—Lo lamento, Nana ya me quiere ver casado y busca en cualquier chica una novia para mí —apenas hubo soltado esas palabras se arrepintió, pues vio el ceño fruncido de Camila—. Digo, no es que seas cualquier chica…Eres muy hermosa…
Ella liberó una carcajada la verlo tan rebuscado.
—Bueno, al menos logré hacerte reír —se encogió de hombros.
—Me gusta tu familia —le dijo casi sin notarlo, expresando en voz alta su deseo de que su familia fuera así—. Se nota que se quieren y te quieren mucho.
—Ya te lo he dicho… —le tomó ambas mano y busco su mirada—, si me lo permites, lograré que recuperes a tu familia.
—No lo sé… ¿Cómo lo harías? —lo miró con la expresión llena de pena.
—Mi padre es un buen abogado que tiene varios contactos que podrían ser de mucha ayuda —sabía que su padre les tendería una mano si él se lo pedía.
—No podría pedirte tanto.
—No lo estás pidiendo, te lo estoy ofreciendo —la lógica de él le hizo sonreír.
—Vamos… ¿Sabes lo linda que te queda esa sonrisa? —le guiño un ojo con ternura—. Deja que te ayude.
—Solo si me prometes una cosa —dijo ella con los ojos húmedos por una mezcla de emoción y miedo—. Prométeme que juntos haremos que vuelva.
—Te lo prometo —la atrajo a hacia su pecho y le poso un beso en el cabello—. Te devolveré a Alejo, pero ahora no llores. Me parte verte así.
—¿De verdad…? —aunque la pregunta de ella quedo incompleta enseguida él supo a que se refería.
—Si, te juro que me hechizaste —le susurró cerquita de su boca— En un solo día me enamoré de tu figura, tus ojos, tu cabello, tu temperamento… Es por eso que quiero ayudarte.
Unió sus labios en un suave beso que se les hizo eterno. Él la sostuvo en sus brazos para que no le fallaran las piernas y ella se limito a responderle el beso sin mover nada más que sus labios.
—Gracias por dejarme ayudarte —le dijo al oído cuando se separaron y tomándola de la cintura la instó a caminar—. Vamos, es hora de celebrar la navidad.

*** 

Un año después…

Camila no podía creer lo retrasada que iba. Miró su reloj, esperando que no hubiese avanzado mientras ella bajaba corriendo las escaleras del edificio donde trabajaba. Lamentablemente si había pasado, eran las once menos cuarto y ella estaba a punto de volverse loca.
Sintió su celular sonar dentro del bolso y rebusco hasta dar con él. Con una sonrisa dulce vio el nombre en la pantalla antes de contestar sin dejar de correr.
—Hola, bebé.
—¡Mamá llegas tarde! —chilló Alejo desde el otro lado sin siquiera saludar.
—Lo sé, cariño. Me he tardado más de lo que creía —intentó justificarse.
—Tardarse más de lo creías no es ir por diez minutos y quedarte cuatro horas, Cam —su amiga Juliana la regaño por teléfono.
—Ale, sabes que odio cuando me ponen en alta voz —se quejo a la vez que trataba de embocar al llave en la cerradura de su auto— Prometo que en diez minutos estaré en casa con un pollo y algo más para comer.
—Tarde, querida. Nosotros te esperamos en el restaurant de la vuelta de tu trabajo —sintió la risa burlona de su amiga y frunció el ceño.
—Pero si dije que yo iba a hacer la cena —volvió a cerrar el auto y decidió que caminaría pues no valía la pena enfrentar el tráfico por una cuadra.
—Si, así como dijiste que volverías enseguida —refutó su hijo con gran maestría.
—¡Juli deja de enseñarle esas cosas! —le grito medio en broma medio enojada.
—Yo no se lo enseñe, fuiste tú —su amiga se encontraba de un gran humor— Vamos, apurate. Queremos nuestra cena de navidad antes de las doce.
Cortó sin decir nada y corrió los metros que le quedaban. Sabía perfectamente que lugar estarían pues era su lugar favorito para almorzar en días de trabajo. Frenó en la puerta para recuperar el aliento y entró con paso relajado.
No veía la cabellera roja de Juliana por ninguna parte. No podía ser que se estuviera equivocando de lugar. Siguió revisando las mesas, hasta que dio con el rostro de Alejo que le llamaba la atención con su manito levantada, fue hacía allí.
Se quedó petrificada cuando descubrió que quien estaba en la mesa con su hijo no era Juliana, sino un hombre alto de cabello negro que se volvió a mirarla con alegría en los ojos. Esos ojos que no veía desde hacía más de medio año.
—Bruno —su nombre brotó con sorpresa de sus labios.
Él se puso de pie y tomándole una mano le beso los nudillos con ternura.
—Un gusto volver a verte, Camila —le regaló una de sus arrebatadoras sonrisas.
—¿Qué haces aquí?, ¿cómo…? —ella no salía de su sombro.
—Es un secreto… —le dijo de forma picara guiñándole un ojo y ella no pudo más que reírse a la vez que el miraba con los ojos entrecerrados.
—Fue tía Juli… —acusó el niño con alegría.
Bruno miró a Alejo desaprobando su acción, pero él se limito a encogerse de hombros.
—Mamá dice que no hay que mentir —sonrió con inocencia.
Camila negó con la cabeza conteniendo la risa.
—Tendrás que aguantarlo —le advirtió a Bruno cuando se sentaban—. Solo toma en cuenta mis lecciones cuando le conviene. Por cierto, ¿dónde está Juliana? —buscó a su alrededor esperando encontrarla en algún lado.
—Se ha ido en cuanto colgaste… Casi te la cruzas en la puerta —aclaró Bruno pasándole una carta y mirando la suya—. ¿Pedimos?.
—Claro.
—¡Por fin! —Alejo puso los ojos en blanco como si hubiese esperado mil años.
—Ya cierra el pico, enano —su madre le pellizcó la mejilla, porque él lo detestaba.
Pidieron de comer y entre que les traían la comida ninguno de los dos se atrevió a decir nada. Siendo sinceros, Camila se avergonzada de cómo había huido de él luego de recuperar a su hijo, pero aquellas emociones le habían asustado y tenía el temor de cometer otra vez el error de casarse con alguien equivocado. Por su lado, Bruno sabía bien que había cometido un error al decirle que la amaba tan pronto…Por eso la había dejado escapar y esperó un tiempo antes de volver a buscarla.
Ahora, no podía apartar sus ojos de ella…de su cabellera rubia, que le cubrían la mitad del rostro…ni de sus mejillas sonrosada…ni de sus ojos verdes, que le esquivaban. Camila revolvía su comida con el tenedor, sin animarse a levantar la vista. Sentía el inexplicable impulso de cortar ese tenso silencio, de decir algo por muy absurdo que fuese. Necesitaba escuchar su voz. Para que negar que había pensado en él todo el tiempo que estuvieron separados.
—Es extraño como actúa el destino… —murmuró ella y él se la quedo mirando sin saber a qué se refería. Se digno a posar sus ojos en él— Siempre apareces en mi vida en navidad… ¿Vendrás también la siguiente?.
—No lo creo —dejo escapar una risita al ver su dulce rostro contrariado— Quizá no me vaya nuca más de aquí —le acarició la mejilla, esperando su reacción.
Se sintió complacido cuando los ojos de ella brillaron de la emoción. Camila no aguantó más, fue capaz de dejar sus miedos de lado para estirar el rostro y apoderarse de los labios de Bruno.
—¡Feliz Navidad! —gritó Alejo a todo pulmón cuando comenzaron a sonar las campanadas de la iglesia.
El lugar se llenó del tintinear de copas al brindar y felicitaciones entre comensales y empleados. Camila y Bruno rompieron su beso sonriendo.
—Feliz Navidad, peque —Bruno lo invitó a acercarse extendiendo el brazo en su dirección para colocarlo entre él y su madre. Camila abrazó a su hijo a la vez que se le humedecían los ojos.
—No, Camila —sintió que Bruno la besaba en la mejilla—. Esta navidad no te permito llorar. Te amo, espero que esta vez sí lo aceptes y no huyas de mí.
Ella inspiró hondo.
—No me escaparé —negó sin quitarle la vista de encima a él por temor a que se esfumara—, pero eres consciente de lo que dices.
—¿Qué si soy consciente? —rodó los ojos cómicamente—. Las personas deben mirar nuestra mesa y pensar “Que linda familia”. Y yo te digo que quiero hacer realidad esos pensamientos. ¿Te parece eso prueba de que soy consciente?.
Camila asintió sin poder evitar que una lágrima se escapara de la comisura de su ojo, pero antes de esta pudiera recorrer mucho tramo Bruno la atrapó con un beso. Luego le dejo otro en sus labios.
—Te amo —le confesó ella contra su boca.
—Lo sé, cariño. Siempre lo he sabido —volvió a besarla con dulzura—. Feliz navidad.