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viernes, 26 de julio de 2013

¿QUÉ OS PARECE ESTE PEQUEÑO ADELANTO? ¿OS GUSTA? ¿OS DEJA CON GANAS DE MÁS? ¡COMENTEN, COMENTEN Y DÍGANME!

Pasión Desenfrenada

Cuando el aire fresco del local impactó de lleno contra el rostro acalorado de Jane, ésta sonrió para sí misma, agradeciendo que la hamburguesería estuviera, a esas horas de la noche, con el aire acondicionado todavía encendido. Estaban ya a finales de Septiembre y el verano recién había finalizado, pero todavía habían días que el calor era tan sofocante, que se hacía insoportable; Y hoy era un días de esos.
Mientras Jane se dirigía a la última mesa del establecimiento, donde la esperaban sus amigas, iba pensando que había hecho bien en recogerse su largísima melena morena en una coleta de caballo alta, ya que así se sentía más fresca y hacía más soportable el calor, además de acentuar su elegante cuello. Antes de alcanzar su meta, desvió la mirada hacia el reloj digital que había colgado de la pared, para comprobar la hora. Eran pasadas las once de la noche. Como de costumbre, llegaba tarde de nuevo. Gracias a Dios, sus amigas la conocían y sabían que era lo que había de esperar de ella, y por eso, seguramente no les tendría en cuenta que se hubiera demorado cerca de media hora.
Un movimiento, seguido de ruidos de cubiertos procedentes de la barra, donde había un cliente -el único que había en el local aparte de ellas-, llamó su atención. Se trataba de un Guardia Civil que estaba terminándose su cena. Éste, presintiendo que le estaban observando, desvió su atención de su plato y la miró directamente a los ojos, para luego desviar la vista y recorrerla entera con su curiosa mirada y detenerla de nuevo en su rostro; Debajo de su escudriño, se sintió desnuda, como si no llevara puesto encima una camisa blanca, ancha y casi transparente, con unos shorts vaqueros tan cortos, que si de descuidaba, se le verían las mollas de las nalgas. También se sintió algo impactada y gratamente sorprendida, pues no había supuesto que el dueño de aquellas espaldas anchas, cintura estrecha y brazos corpulentos, enfundados en aquél sexy uniforme, pudiera albergar un rostro tan bello y masculino. 
Algo azorada al verse escaneada por su penetrante mirada, ya que se trataba de un completo desconocido, y, además, de un Guardia Civil nada menos, y con las mejillas algo ruborizadas al sentirse el centro de atención, le sonrió tímidamente, con una media sonrisa, de esas con la boca pequeña, y continuó su marcha hacia la mesa de al lado, que era donde la estaban esperando sus colegas, siendo consciente de que el apuesto agente de la ley, no le quitaba el ojo de encima en ningún momento.
Ignorándolo a drede, se centró en sus amigas, que le hacían señas y cuchicheaban en voz baja comentarios del tipo "¿Viste Jane que tío más bueno?", "¡con Guardias Civiles como él, cualquiera jovencita se dejaría detener!" "Lleva poco más de diez minutos aquí, y con su imponente presencia, ¡ya ha logrado que todas mojáramos las bragas!"
Mientras sus amigas seguían diciendo chorradas sobre aquél impresionante y atractivo tipo, que tanta expectación había levantado en ellas, Jane hizo señas a su tía Clarisa, que era la dueña del local, para que se acercara a tomarle nota.
¡Hola Clarisa!, ¿que tal ha ido el día? le preguntó cuando la tuvo al lado suyo y tras darle dos sonoros besos en las mejillas.
Algo flojo la verdad, esperaba más clientela al tratarse de un Viernes, pero como son las fiestas del pueblo de al lado, apenas ha habido movimiento alguno comentó. Pero no puedo quejarme tampoco aclaró. Y bueno, ¿que te pongo para cenar? Tus amigas tenían mucha prisa y ya cenaron.
Clarisa le sonrió con complicidad, y sus amigas se echaron a reír tras el comentario de la mesera, nada ofendidas porque ella le hubiera delatado aquél pequeño detalle. A Jane no le sentó para nada mal que sus amigas hubieran cenado ya sin esperarla siquiera, pues sabía que era culpa suya el haber llegado tarde a la cita.
¡Normal!, mira la hora que es y en nada tenemos que irnos a nuestras respectivas viviendas a ponernos guapas, que hemos quedado para salir esta noche a darnos una vuelta por las fiestas y ver si ligamos algo comentó una de ellas, la más descarada de todas. Aunque, con buenorros como ése por la zona, no hace falta irse muy lejos para recrearse una la vista... añadió— Me pregunto si tendrá pareja...
Aunque ella también se estaba preguntando lo mismo, ignoró el comentario de su colega. Se centró de nuevo en su tía y después de pedirle una ensalada y un refresco, prestó de nuevo su atención en sus amigas:
Chicas, centrémonos en lo que nos ha hecho que esta noche nos reuniéramos aquí dijo Jane, trayendo a sus amigas a la Tierra. Luego abrió su bolso y sacó una caja de madera. La dejó sobre la repisa de la mesa y la abrió. Aquí tienen las últimas obras de mi hermana, échenle un vistazo a ver si os interesa algo.
Mientras sus cuatro amigas ojeaban las baratijas caseras que había hecho su hermana mayor, Jane atacó su cena que recién se la había traído su tía, antes de despedirse y regresar a la barra a terminar de limpiar y recogerlo todo para cerrar en cuanto ellas, y aquél agente, se fueran.
Diez minutos después, Jane había cenado y logrado vender tres anillos hechos con alambres de colores y dos colgantes fabricados con cápsulas de cafés reciclados ahora en originales alijas. Tras la venta, sus amigas se despidieron de ella, pero antes, intentaron de nuevo convencerla para que las acompañara y se fueran con ellas de fiesta. Ella les dijo que se lo pensaría, pero que no creía que las fuera a acompañar, pues tras un día largo de trabajo en la peluquería que regentaba, no le apetecía mucho salir.
Cuando las cuatro jovencitas se fueron resignadas y con la casi certeza de que al final no las acompañaría, y la dejaron sola con la única compañía del Guardia Civil que estaba en esos momentos tomándose un café, se acercó a la barra, al lado de aquél imponente hombre, esperando a que su tía apareciese para pedirle la cuenta de su pedido. Sin decir nada, apoyó la caja sobre la barra, delante suya, y esperó a que Clarisa saliera de la cocina donde se la escuchaba trajinando allí dentro, seguramente, ordenando las cosas antes de cerrar.
¿Sabes?, podría detenerte por la venta ambulante sin permiso alguno comentó con sorna y como si nada el agente de la ley que estaba sentado tranquilamente, tan cerca de ella.
¿Ah sí? preguntó ella juguetona, siguiéndole el juego; se notaba por su tono de voz que el hombre no hablaba en serio y le estaba tomando el pelo ¿Le interesa algo de lo que tengo?
Aunque se suponía que se estaba refiriendo a las baratijas que habían en la caja de madera, él la miró de arriba abajo, evaluándola, como si ella se hubiera referido a otra cosa; Ahora era él el que le seguía el juego a ella.
Puede... su voz profunda se clavó muy adentro de ella y sin poderlo evitar, Jane se estremeció internamente Pero me pregunto yo... ¿Estás acaso intentando sobornarme para que no la detenga, señorita? la miró directamente a los ojos, con su verdosa mirada, perdiéndose en los negros de ella.
¿Yo? Con lo buena que soy señor agente, ¿cómo puedes creerme capaz de algo así? sabía que estaba flirteando con él, y en cierto modo, no le importaba y al mismo tiempo, le gustaba. Hacía muchísimo tiempo que no hacía algo así y encima, que disfrutara tanto haciéndolo. Ante su mirada, abrió la caja y se la puso delante, para ver qué hacía ahora él ante tal reto.
¿Todo lo que tienes son complementos para mujeres? ella afirmó con la cabeza En ese caso, no me interesan, no tengo a quién regalárselo.
"Bien", pensó Jane y dedujo por su respuesta, que estaba soltero entonces. Una rápida mirada a sus manos y Jane comprobó que no tenía ningún anillo en sus dedos masculinos, prácticamente confirmándole lo que sospechaba; "vía libre entonces", caviló de nuevo. Sonrió más para sí y le dijo, para su propia sorpresa:
Creo, señor agente, que he de ser sincera con usted y confesarle que le he mentido él sonrió en respuesta, pero no dijo nada. No he sido una niña buena tras unos breves aleteos de pestañas, se acercó más a él, olvidándose de la caja de madera, de su contenido y de incluso del lugar público en el que se encontraban; Uno que estaba ahora mismo vacío y sin su tía presente siquiera. Realmente he intentado comprarlo con estas baratijas, aunque veo que de poco ha servido confesó señalando la caja, mientras rozaba adrede su costado izquierdo con el brazo musculoso derecho del hombre, que la miraba con intensidad. Creo que deberías detenerme en consecuencia, por infligir tantas infracciones —susurró con sensualidad, extendiendo los brazos y ofreciéndoselos para que le esposara las muñecas.
Para ello, antes tendría que cachearla dijo él en respuesta, recorriendo con su ardiente mirada los brazos expuestos de ella, tentando en hacer justamente lo que le pedía y acomodándose mejor en el taburete; su reciente erección le incomodaba.
Jane le sonrió de nuevo, y animada por la trayectoria que estaba tomando la conversación, bajó los brazos, apoyó las palmas de las manos sobre la barra, se echó ligeramente hacía adelante, rozando el borde de la misma con sus pezones cubiertos por la ropa -ahora erectos por la excitación-, y separó las piernas.
En ese caso, proceda señor agente... lo animó con coquetería. Se sentía lujuriosa, desenfrenada, con ganas de ver hasta dónde les llevaría aquél peligroso juego; Solo esperaba no acabar quemándose.
Él desconocido echó suavemente para atrás el taburete, y tras cerciorarse de que no había nadie en el lugar presentando el juego de seducción al que estaban jugando los dos, se puso detrás suya, presionando su notable erección contra el trasero ahora algo repantigado de la joven, debido a la postura sumisa que había adoptado.
Jane ahogó un gemido cuando sintió aquella dureza presionándose contra sus nalgas. Y cuando el hombre comenzó a palpar su cuerpo con sus ágiles y calientes manos, creyó que se desharía en un charco líquido de lo húmeda que se estaba poniendo por segundos; Y eso que él solamente la estaba tocándo como un profesional lo haría, sin tocar más de lo debido y permitido. Aunque lo cierto era que sus gestos eran más lentos de lo normal y con un toque sensual, lleno de promesas, que prometían una noche loca de pasión.
Él se inclinó más hacía la curvada espalda de ella, apoyó su mentón en su delicado hombro izquierdo y le susurró muy cerca del oído:
Lástima que no esté de servicio y no pueda llevármela detenida... fingió sentir pena Aunque para ti, supongo que eso es un gran ventaja, ¿no?
No sabría decirle señor agente ronroneó, rozando a drede su mejilla con la de él, notándola algo rasposa por la incipiente barba que comenzaba a asomar, oscureciéndosela. Me había hecho a la idea de que saldría de aquí con usted... confesó descaradamente, sin medir el peso de sus palabras, ahora con la lujuria que se había apropiado de ella cuando él le habló por primera vez, totalmente desatada y apropiándose de ella.
Él se separó de ella sin decir nada, y por un momento, Jane creyó que lo había estropeado todo con su atrevido comentario, pero cuando él la sujetó de los hombros y la obligó a darse la vuelta, para luego agarrarla por la cintura y estrecharla contra su cuerpo, antes de apoderarse de sus labios, supo que no había sido así y que había conseguido su objetivo: seducirlo.
Dejó que su hambrienta lengua jugara con la suya en un duelo de voluntades. Respiró su aliento, bebió de sus labios, saboreó su masculino sabor y se embriagó con su adorable olor a hombre. Sin pensarlo siquiera, sus pequeñas manos cobraron vida propia y se perdieron en su cuello, para aferrarse más a él y tenerlo así más cerca de su sedienta boca. Él continuó con su firme agarre sobre su diminuta cintura, atrayéndola más hacía él para que notara lo excitado que estaba por su culpa.
Cuando ambos se separaron para tomar aire, varios intensos minutos después, y llenar sus pulmones de oxígeno, él le susurró:
¿Hay algún hotel cerca...? su voz sonaba ronca por la excitación. Era nuevo en el pueblo, recién destinado allí, donde vivía su hermano pequeño desde hacía un par de años, y todavía no conocía la zona. 
Ella negó con la cabeza.
Podríamos irnos a mi piso, pero lo comparto con mi hermana mayor y precisamente esta noche, tiene invitados... confesó con voz lastimera, ahora con la respiración un poco más controlada, pero todavía algo jadeante.
¿Donde podríamos entonces...? preguntó con un brillo resplandeciente en su mirada color del musgo, sin terminar de hacer la pregunta.
¿En la tuya? inquirió ella esperanzada.
No creo que sea buena idea respondió él negando con la cabeza, pero sin dar ninguna explicación al respecto ¿Donde lo hacen entonces los jóvenes? preguntó curioso.
Que yo sepa, normalmente se lo montan en la parte trasera de algún coche en algún descampado... apoyó las palmas de sus manos sobre su pecho musculoso y las deslizó de arriba a bajo, acariciándolo y deleitándose con el tacto firme y duro que sentía debajo de ellas antes de añadir: Yo no dispongo de uno, y si tú tampoco, entonces tendremos que olvidarnos del tema encogió los hombros fingiendo derrota y resignación, y se giró dispuesta a tomar sus cosas de vuelta y marcharse, pero él la agarró de la muñeca izquierda y la detuvo.
Esta bien, vayámos pues a mi piso dijo resignado, pero con el deseo todavía impregnado en su mirada. Jane asintió y él le sonrió de vuelta. Luego sacó un billete de veinte euros y lo dejó en la barra ¿Crees que con eso será suficiente para pagar ambos servicios?
No hace falta que pagues lo mío se quejó ella.
Lo sé, pero me apetece hacerlo Jane no se lo discutió ¿será suficiente entonces?
Creo que incluso le sobra señor, pero no se preocupe, mañana hablaré con Clarisa y si falta algo o lo que sea, ya me las veré yo con ella.
Bien, en ese caso, en marcha la agarró de nuevo por la cintura y tiró de ella para pegarla a su cuerpo.
Ella alargó la mano hacia la barra y cerró la caja de madera, para luego guardarla de vuelta en su bolso y ponérse éste colgado del hombro. Luego se dejó guiar por él hacía la puerta, abandonando ambos el local, en un incómodo silencio. Fuera, en los aparcamientos, se encontraba el coche oficial de la Guardia Civil. Ambos tomaron asiento sin decir nada en ningún momento y luego él lo puso en marcha.
Jane, ahora más calmada, y por lo tanto, más consciente de lo que estaba haciendo y a punto de hacer, se replanteó las cosas, no sabiendo con certeza si haría bien yéndose con un total desconocido para darse un revolcón con él. Ella, con veinticinco años, no era de esas mujeres que se lanzaban a los brazos del primer hombre que le decía "que ojos más bonitos tienes", ni tampoco se tiraba a cualquiera en la primera cita... Y eso que lo de esa noche, ¡no era ni siquiera un cita realmente! ¡¿Qué demonios estaba haciendo entonces? ¿que estaría pensando él de ella?, ¿que era una cualquiera? Con un movimiento apenas perceptible de su embotada cabeza, Jane desterró esos insanos pensamientos y complicadas preguntas de su mente, para que dejaran de atormentarla.
Lo que Jane tenía claro como el agua cristalina, era que hacía más de un año que no mantenía ningún tipo de relación con un hombre y que éste la ponía realmente cachonda, como nunca antes había estado... ¿Sería quizás el morbo de saber que se trataba de un agente de la ley sensualmente uniformado? Jane no lo sabía, pero fuesen  las razones que fuesen la que la llevaron a ser descarada con él y haber accedido a esa locura, la cosa era que lo estaba haciendo y, aunque ni ella misma se lo creía, la pura realidad era que no se arrepentía y que realmente lo deseaba; había llegado la hora de romper su autoimpuesto celibato.
Mientras pensaba en todo eso, con la mirada distraída mirando por la ventanilla del auto, su acompañante redujo la velocidad y con un suave giro del volante, giró en la siguiente calle, a la derecha. Pronto llegaron ante las dos grandes puertas del cuartel de la Guardia Civil. Detuvo el coche para enseñar su identificación a los dos guardias que la custodiaban, y tras un intercambio de saludos, lo puso otra vez en marcha, atravesando las puertas recién abiertas.
Debí suponer que vivías aquí, en el cuartel comentó de pasada Jane para romper el hielo. Él simplemente asintió con la cabeza, sin dejar de prestar atención a la conducción.
Se acercó con el vehículo oficial a unos aparcamientos donde habían otros tantos estacionados, y lo aparcó. Ambos se apearon del vehículo sin comentar nada más, hasta que él dijo con voz seria:
Espera un momento aquí ella asintió y se cruzó de brazos, mientras se apoyaba en el capó del coche y lo veía acercarse a las oficinas.
Tras las ventanas de las mismas, iluminadas con la luz del interior de la instancia, Jane le vio entregarle las llaves del auto a la recepcionista. Ésta le tendió al recién llegado unos papeles, y tras éste leerlos y rellenarlos, se los devolvió junto con una sonrisa. La cincuentona se la devolvió, tomando de vuelta los papeles y archivándolos.
Salió de nuevo para reunirse con ella y cuando estuvo al lado suyo, le hizo un gesto para que lo siguiera. Jane eso hizo, aunque estaba algo incómoda con toda esa situación, pues ahora él se comportaba como distante, sin acercarse siquiera ella, como si el fuego que a ambos les había consumido minutos atrás, se hubiera evaporado y extinguido del todo.
Suspiró con resignación y se dijo, que todavía estaba a tiempo de darse la vuelta y largarse, si veía que las cosas no volvían a ser como antes; No se arrepintió de haberlo seguido, en vez de haberse echado atrás como se estaba planteando esos últimos minutos, pues en cuanto entraron en el ascensor del edificio de cuatro plantas en el que habían ingresado, su acompañante se lanzó nuevamente a devorarle la boca, con un hambre contenido y ahora desatado. Una vez más, ella se dejó hacer, devolviéndole el beso y quemándose de nuevo con su abrasador fuego. 
Notó la fría pared de acero tras su espalda, pero no le importó, como tampoco le importó sentirse acorralada mientras era devorada por aquél macho dominante que la tenía atrapada entre sus garras. Se sentía viva, deseada, como nunca antes se había sentido, y eso, en cierto modo, la aterraba, pero era tal la pasión y la lujuria la que sentía en esos momentos, en sus brazos con las bocas unidas, que no se paró a pensar en ello.
El pitido que avisaba que en breve las puertas se abrirían, rompió la magia. El hombre, del que ni siquiera conocía su nombre, se separó de ella, dejándola con una desagradable sensación de vacío. Jane aprovechó su lejanía, para mirarse fugazmente en el espejo. Se quedó sorprendida, y algo maravillada, al encontrarse con que el mismo le devolvía la imagen de una sonrojada mujer, con la coleta desarreglada, las mejillas ruborizadas y los labios deliciosamente hinchados. Sonrió a la imagen antes de salir del ascensor, tras su futuro amante.
Éste, se detuvo delante de una de las dos puertas que habían en aquella planta, y le dijo que esperase un momento fuera. Aquello la dejó toda extrañada, pero no dijo nada al respecto y obedeció. Lo vio entrar en el piso, después de abrir la puerta, y desaparecer tras ésta, sin cerrarla del todo tras de sí. Curiosa, Jane se acercó a ella y miró por la rendija. Lo vio acercarse a un sofá blanco donde había otro hombre tumbado, y por la cara que gastaba cuando se vio sorprendido por el recién llegado, ésta estaba sobando.
¡Hey Max! exclamó con voz soñolienta ¿Que hora es? preguntó mientras se desperezaba y bostezaba de manera descarada.
Son más de las doce de la madrugada le respondió, mientras se ponía a recoger cosas por ahí. Anda, ayúdame a recoger las cosas de Michelle, que tengo visita y no quiero que las vea...
Jane frunció el ceño tras aquella confesión, extrañada de su comportamiento tan raro, y preguntándose quién coño era ese tal Michelle... ¿Su novia quizás?
¿Visita? preguntó el otro con incredulidad, mientras le ayudaba a recoger cosas que habían por el suelo y por encima de los muebles. Jane, desde su posición, no lograba ver qué eran ¿Has traído una mujer a casa? Jane no oyó lo que el otro le decía, supuso que simplemente habría asentido con la cabeza ¡Vaya!, ¡ya era hora que olvidaras a tu esposa y activaras de nuevo tu sexualidad dormida! exclamó con sinceridad, haciendo que Jane se quedara estática, sin saber cómo reaccionar ante tal comentario. "¿Había estado casado? ¿Lo estaba todavía? ¿Debería importarle acaso?, se suponía que él sería un polvo de una noche, ¿no?" Tras estas nuevas preguntas, Jane quedó más confundida todavía.
Shhh le recriminó el otro Baja la voz Sam, está ahí afuera, en la puerta, y puede oírte le regañó.
Tras esa advertencia, Jane no logró escuchar nada más, solamente llegaban hasta ella los sonidos que esos dos hacían mientras seguían guardando aquellas cosas que tanta curiosidad despertaban en ella.
Max, las fotos, no te olvides de ellas dijo ese tal Sam. Unos minutos después, oyó a Max, el hombre que pronto la llevaría a su cama para que se la calentara, decirle:
¿Que tal te ha ido con Michelle?
Bien, algo cansado un nuevo bostezo— Ya sabes que ella sabe cómo consumirle a cualquiera todas sus fuerzas y resistencia, pero bien al fin y al cabo respondió con cansancio.
Gracias por todo hermano le dijo Max.
No hay de qué, para lo que haga falta, aquí estoy, ya lo sabes... le respondió éste.
Luego se oyeron pisadas que se acercaban a la puerta. Jane se alejó de ésta con nerviosismo, sin saber con certeza cómo actuar y qué debería hacer. Al final optó por apoyarse en la pared que se encontraba justo enfrente de la puerta, y esperar a ver qué pasaba ahora.
Perdona la tardanza se excusó Max nada más asomar por la puerta, seguido de Sam, un hombre con un enorme parecido con él, pero más menudo y delgado—. He tenido que atender a mi hermano Sam, que se va ya...

sábado, 14 de abril de 2012

¡¡¡YA PUDES DESCARGARTE DE MANERA GRATUITA LA 1º ANTOLOGÍA CREADA EN EL BLOG "ESCRIBE ROMÁNTICA"!!!


Me complace anunciarles la publicación de la 1era Antología para celebrar el segundo año de Escribe Romántica.

El libro digital es una recopilación de cuentos cortos dedicados al romance paranormal y los mitos y leyendas de los diferentes países hispano parlantes.

Aquí encontrarán escritores que están ascendiendo en el mundo editorial. 


La introducción es por parte de nuestra querida compi Jonaira Campagnuolo y el diseño de la portada ha sido obra de nuestra compi Helena Moran-Hayes.

El libro lo pueden descargar gratis en este link: Antología Romance Paranormal

Antes de despedirme, quisiera aprovechar la ocasión para desearle muchos éxitos a Escribe Romántica y que sigan guiando a escritores y a lectores por muchos, muchos años más.

¡Saludos!

domingo, 18 de diciembre de 2011

MI RELATO NAVIDEÑO PARANORMAL PARA LA ANTOLOGÍA NAVIDEÑA

Y en Navidad, al fin fuistes mía



Comenzaba a sentirse muy mal, por alguna extraña razón le dolía en exceso en el bajo vientre. Un dolor que le recordaba a los que sufría cuando tenía la menstruación. "No es posible, todavía no es la hora", se dijo mientras avanzaba como podía entre la mugre que la rodeaba.
Las cosas no le habían ido muy bien a Andrea, había estado viviendo en la calle, bajo un puente o en donde hubiera encontrado asilo. Se había visto obligada a mendigar para ganar lo justo para comer algo y como pudo se mantuvo con vida. Y ahora se encontraba en el día de Navidad buscando un lugar adecuado para pasar esa fría noche de invierno.
Recordó con mucho pesar, el día en el que su vida se convirtió en un infierno, unos ochos meses atrás. Había quedado con su novio Tom en la casa de éste para ver una película que habían alquilado, pero como comprobó Andrea muy a su pesar, no eran estas las intenciones del chico. Cuando los dos quedaron a solas, el muchacho intentó propasarse con ella y después de que ambos discutieran, Andrea salió corriendo de allí en dirección a su casa.
Un gran error por su parte, pues minutos más tarde, la pobre adolescente de no más de dieciséis años, fue violada por un maleante borracho que transeuntaba por aquél barrio peligroso.
Un escalofrío gélido se adueñó de Andrea al recordar aquél cruel suceso, uno donde la joven se vió obligada a defenderse y asesinar a su agresor después de la violación.
Recordó cómo en un descuido del hombre, donde éste le dio la espalda para registrarle el bolso y así enterarse de cuál era su dirección para ir en su búsqueda en el caso que ella lo delatara, tomó del suelo con manos temblorosas un trozo de cristal y se lo clavó en la garganta. El violador no tardó en morir desangrado y luego ella, para no dejar huella alguna de su ADN en su inerte cuerpo, le prendió fuego.
Andrea apartó por un momento esos amargos pensamientos de su mente y siguió avanzando entre aquellas sucias y marginadas calles, donde la pobreza reinaba en cualquier lado donde mirases. Estaba cansada, agotada y ese dolor no paraba de atosigarla. Tenía que encontrar un refugio y pronto.
Si en aquella fatídica noche ella no hubiera ido a escondidas a verse con su novio, nada de lo que pasó después hubiera ocurrido y ella estaría ahora mismo calentita en su casa, con sus padres y hermanos, celebrando el día de Navidad.
En su día, no les dijo nada a sus padres por temor a que las autoridades pertinentes la metieran en la cárcel por el crimen que había cometido. Por ello, guardó silencio hasta que su involuntario estado de buena esperanza se hizo más que evidente. Entonces, sus padres la acusaron de ser una mujerzuela, de inresponsable y unas cuantas cosas más y ella, en un arrebato infantil, agarró sus cosas y se largó de allí, fugandose de su casa a un destino desconocido e incierto.
Y ahora ella se encontraba con que acaba de romper aguas. ¡Iba a ser madre el día de Navidad y sin ayuda alguna!.
Buscó un lugar amparado de la lluvia para dar a luz, y cuando fue a darse cuenta, había sido madre de un niño y una niña. Los miró con amor y los acunó contra su pecho.
La lluvia seguía cayendo a raudales, el viento soplaba cada vez con mayor fuerza, sus pequeños no paraban de llorar sin parar y ella estaba muy cansada. Se estaba desangrando lentamente y ya no le quedaban fuerzas. Sabía que la muerte estaba cerca, sabía que tenía los minutos contados. Sólo rezaba por que alguien encontraran a sus pequeños todavía con vida y cuidaran de ellos.
Y el sueño la alcanzó.

***

Dean acababa de salir de la ducha y estaba comenzando a vestirse, cuando el avisador de almas errantes comenzó a pitar. Con un gruñido por la interrupción, se acercó al aparato y miró el lugar y la hora de la muerte del nuevo recluta.
Se apresuró en terminar de vestirse, con sus ropas negras y de cuero y después de anudarse las cordoneras de sus botas de motero, se teletransportó al lugar en cuestión.
No tardó en llegar a su destino, se trataba de un callejón oscuro y solitario. A esas horas y en un día laboral, era raro ver a alguien callejeando por allí. Eso jugaba en su favor, y sin pensárselo dos veces, comenzó a andar con paso silencioso y seguro, en busca de su objetivo.
Existían dos grupos de demonios, los que se encargaban de corromper a las personas para que pecasen y se volvieran malvados; y los que se encargaban de recoger las almas de aquellos que habían sucumbido a los primeros. Dean pertenecía a este segundo grupo y su misión era hacerse con el alma del delincuente, asesino o lo que fuese en vida, para llevársela al infierno, el que sería su nuevo hogar.
A lo lejos, vió tirado en el suelo el cuerpo del delincuente que acababa de morir y que esperaba que alguien como él, se encargara de su corrompida alma. El individuo había fallecido debido a una sobredosis de cocaína. El muy bastardo era un camello, un drogata y un proxeneta.
  Cuando se disponía a realizar su trabajo, su colega Elías apareció con las misma intenciones, ya que ambos pertenecían a la misma clase de demonios. Cómo éste tenía un asunto pendiente que resolver en el infierno, le dijo a Dean que él se encargaría del muerto y éste aceptó de buena gana.
Y después de estrecharse de nuevo las manos en una despedida silenciosa, Dean se largó de allí, dejando a esa alma errante a cargo del otro demonio.
Cómo estaba lloviendo y aún era temprano para regresar de nuevo a su casa, decidió dar una vuelta por aquellas calles.
Anduvo un buen rato, hasta que un sonido le llamó la atención. Se trataba del llanto de un bebé. Según se fue acercando al lugar donde procedía aquél lloriqueo, el olor a sangre le golpeó de lleno en sus fosas nasales.
Alguien se estaba desangrando y por la cantidad que percibía en el aire, no tardaría en perder la vida. Apresuró la marcha y cuando giró en la siguiente esquina, vio unos cartones mojados apoyados en un contenedor de basura y en contra de la pared. Los apartó de un golpe y ante él apareció una bella mujer joven, de cabellos rubios y brillantes como el oro.
Estaba con lo ojos cerrados, con la piel blanca como la nieve y contra su pecho acunaba dos pequeños bebes recién nacidos. Uno de ellos dormía y el otro lloraba a pleno pulmón. Había sido el que lo había alertado.
Por un momento dudó en qué hacer, hasta que se dijo que aquello no era asunto suyo y ya estaba apunto de girarse y marcharse, cuando oyó un débil murmullo.
—Por favor —suplicaba la mujer que ahora lo miraba con ojos tristes—, llévese a mis niños y cuídelos.
Dean la miró en silencio y no dijo ni hizo nada.
—Se lo suplico, sálvales la vida.
—Señora, no sabes lo que me estas pidiendo —le dijo él finalmente—, yo no soy el más adecuado para hacerme cargo de ellos.
¡Por todos los diablos!, ¡él era un demonio, no un niñero!.
—Se lo suplico —repitió de nuevo la agonizante mujer—, por favor, ellos no tienen la culpa de mi mala fortuna.
Él dudó por un momento, pero luego volvió a negar con la cabeza.
—Simplemente no puedo.
Pero ella no se dio por vencida, como pudo y en su mal estado, se incorporó y se acercó a él.
—Por favor, ¿no ves lo delicada que es?, necesita ayuda —le volvió a insistir, mientras le depositaba a la fuerza a la niña entre sus brazos.
En el momento en el que se produjo el contacto entre sus manos y la recién nacida, una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo, quemándole la piel.
"No puede ser" se dijo incrédulo. "Esta mocosa no puede ser la elegida, no puede ser".
Dean no daba crédito a lo acaba de descubrir, esa niña pequeña era su otra mitad, su alma gemela. La alma que lo completaría y lo haría feliz. Había oído hablar de eso, de demonios que hallaban a su otra mitad, a su elegida y que con ella alcanzaban la felicidad.
Y parecía ser que aquella pequeña criatura era la suya.
—Te propongo un trato —le dijo mirándola fijamente, mientras le devolvía la niña.
Ella lo miró con cansancio y con un pequeño atisbo de esperanza en los ojos.
—Lo que sea, con tal de que salves a mis hijos.
Él le propuso lo que había planeado y ella, sin pensárselo dos veces, aceptó el trato.
Andrea acababa de hacer un pacto con el diablo...

***

DIEZ AÑOS DESPUÉS

Andrea observaba por la ventana de la cocina, mientras fregaba los platos, cómo sus dos hijos jugaban con la nieve en el pequeño jardín de su finca. Eran dos hermosos niños, sanos y fuertes, con una energías impresionantes, que muchas veces acaban agotándola.
Sin poderlo remediar, sonrió pensando en la feliz que ahora era y en lo mal que lo había pasado años atrás. Al fin tenía la vida que se merecía, una bella y enorme casa, dos preciosos hijos que la acompañaban día y noche; y no había vuelto a pasar hambre.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, enfriándole la nuca, y el causante no era el frío invernal. No, había alguien más con ella. Notaba una presencia extraña a su espaldas.
Tardó unos segundos en comprender de quien se trataba Dean había regresado.
—Dean —dijo sin darse la vuelta para mirarlo, mientras terminaba de aclarar el último de los platos del fregador. Su mirada seguía fija en los niños que jugaban a lanzarse bolas de nieve ajenos a lo que pasaba dentro de la casa.
—Andrea.
Con un suspiro de resignación, se giró y miró aquél imponente hombre. Era sin dudas muy atractivo, un hombre apuesto y de una belleza salvaje y atrayente. Se notaba que era letal, fuerte y sin dudas, peligroso.
Sus melena larga y morena le llegaba a la altura de los hombros y sus ojos negros, ocultaban muchos secretos. Y no era humano. Eso lo había deducido años atrás.
—Todavía es pronto.
—Lo sé, sólo vine a ver que tal os van las cosas y si necesitabais algo más...
—Estamos bien, gracias.
—¿Cómo se llama?.
Esa pregunta la pilló desprevenida.
—¿Perdón?.
—Ella —dijo haciendo un gesto con su cabeza, señalando a la niña que ahora corría tras su hermano, para darle alcance y seguir con el juego.
—Dallane.
—Bonito nombre, como ella.
Reconocía que aquella pequeña se estaba poniendo más preciosa que su propia madre. Había heredado el mismo color de pelo, pero los ojos eran azules, en vez de marrones, como Andrea.
—Sí lo es. Por cierto, hablando de ella...
—¿No te irás a echar ahora atrás, verdad?.
Ella se apresuró a negar con la cabeza, estaba nerviosa y no sabía como decirle lo que tenía pensado comentarle.
—Sólo quería pedirte un poco más de tiempo...
—¿Más tiempo? —dijo él incrédulo, mientras apoyaba la espalda en el marco de la puerta y cruzaba sus fuertes brazos sobre el pecho—, ¿otros ocho años te parecen poco?
—No es eso, es que... —suspiró profundamente antes de continuar—. Me gustaría que antes acabara con su carrera universitaria...
—¿De cuantos años estamos hablando? —le preguntó, interrumpiéndola.
—No sé, quizás unos tres años más, a lo sumo cuatro.
Él la miró fijamente.
—Me lo pensaré, pero no prometo nada.
Y sin más se fue, pero antes, volvió a mirar a través de la ventana y sus ojos se clavaron por un pequeño periodo de tiempo sobre aquella niña de trenzas doradas que jugaba alegremente el día de su décimo cumpleaños.

***

OCHO AÑOS DESPUÉS


Dallane se abrió paso entre toda esa gente que se apiñaba en el centro de la pista de baile. Tenía que hacer malabares para no derramar el líquido alcohólico de los cubatas que llevaba en las manos. Sus amigos la estaban esperando con una gran sonrisa en sus rostros.
—Dallane, ya era hora de que regresases con nuestras bebidas —bromeó Lucas—, ¿por que tardaste tanto?
Ella le sonrió, con esa sonrisa tan linda que cautivaba a todo aquél que la miraba.
—El camarero se había puesto algo pesado conmigo, me dio su número de teléfono y todo.
Los demás rieron con el comentario, nada extrañados de que ligara tanto, pues con su esbelto cuerpo curvilíneo y su belleza, era algo habitual.
Todos tomaron sus bebidas y brindaron por ella.
—Ésta va por ti, Dallane, para que cumplas muchos más -dijo Lucas con una enorme sonrisa dibujada en su masculino rostro juvenil y antes de que hicieran el brindis, añadió-. ¡Y también para celebrar que hoy es Navidad!.
Después de hacer que los cristales de los vasos chocaran unos con otros, les dieron un largo trago y continuaron con el baile.

***


Al final, Dean accedió a salir de marcha con sus colegas. La verdad era que hacía mucho tiempo que no iba a despejarse un poco y desconectar de su arduo trabajo. Y no se arrepentía de haber salido, pues nada más entrar en la discoteca, varias mujeres se le acercaron a los tres y coquetearon con ellos.
Su dos colegas no tardaron en liarse con dos morenazas, mientras él estaba apoyado contra la barra del local observando lo que le rodeaba. Él también tenía ganas de ligar, hacía tiempo que no se liaba con ninguna, así que se puso a buscar a la mujer adecuada para que le calentase la cama esa noche. Estaba tomando el último trago de su cerveza cuando sus ojos se posaron en una rubia despampanante que estaba bailando en medio de la pista.
Aquella Diosa del amor, llevaba un vestido negro muy ajustado y diminuto, de esos que apenas cubrían el cuerpo y enseñaban más de lo que estaba permitido. "Así que, a ese bombón le va la marcha. Yo tengo mucha para dar y regalar... Y más en estas fechas festivas...", se dijo con una pícara sonrisa en el rostro, mientras dejaba su jarra de cerveza vacía en la barra y se acercaba a la mujer en cuestión.
Una vez en la pista de baile, se puso detrás de ella y comenzó a bailar al mismo compás. De vez en cuando se frotaba contra el trasero de la joven, en un baile íntimo.
Dallane notó la presencia de un hombre corpulento y fibroso detrás suya, pero lo ignoró y continuó bailando sin parar. Podía notar la cercanía del mismo, que intencionadamente se restregaba contra ella, de una manera descarada. Si éste pensaba que iba a apartarse o a continuarle el juego, estaba equivocado. Así que lo ignoró y continuó con su baile como si estuviera sola en la pista.
Dallane estaba más que acostumbrada a que tipos como ese, la atosigaran y la acosaran. Pero ella, con su táctica "yo te ignoro, tú no existes", siempre conseguía que se aburriesen y acabasen marchándose y dejándola en paz.
Después de unos intensos diez minutos, Dallane no estaba más cerca que antes de conseguir que aquél atractivo hombre la dejara tranquila.
Dean estaba cansado de que aquella descarada mujer, lo ignorase y no le siguiera el rollo. No se apartaba de su lado, pero tampoco lo buscaba como cualquier otra mujer hubiera hecho ya.
—Eh, nena —le dijo al oído, cuando se acercó más a ella desde atrás—, ¿que tal si salimos un rato a darnos un meneo y celebramos el día de Navidad como Dios manda?
Ella continuó con su baile y por encima del hombro le dijo.
—No estoy interesada, gracias.
—Vamos nena, seguro que nos lo pasaremos bien... —La agarró por la cintura y la atrajo más hacía su duro cuerpo—. Voy a hacer que sean las mejores fiestas navideñas que hayas vivido...
Esas provocativas palabras le provocaron un leve cosquilleo en el vientre.
—Repito, no estoy interesada.
Por mucho que le pesase y pudiera sentirse atraída por ese macho dominante, ella no quería un rollo de una noche y menos con un hombre mujeriego de esos que te usan y luego "si te he visto, no me acuerdo", por eso, declinó la invitación.
Tras su negación, Dean la hizo rodar entre sus brazos para dejarla enfrente de él.
—¿Estas segura nena? —la acercó más a su torso, aplastando los suculentos senos de la joven contra su musculoso pecho—, por que si no te tengo esta noche, ten por seguro que te tendré otro día. Así que, ¿para que esperar entonces?.
"¡Eso si que no!", se dijo Dallane cabreada, aparte de ser un pesado que no aceptaba un no como repuesta, encima era también un engreído, prepotente y chulo. Un cóctel que a ella no le gustaba para nada, por muy guapo, atractivo y sexy que fuese.
—Mira tío, no te vuelvo a decir que...
Y sus palabras quedaron enmudecidas cuando la boca de Dean atrapó la suya con un beso arrasador. La había pillado tan desprevenida que se había quedado con la boca abierta dándole total acceso a su lengua, la cuál no tardó en reclamar la suya.
Y justo en el momento en que ambas bocas se fundieron en una sola, una descarga eléctrica recorrió sus cuerpos, sorprendiéndoles a ambas.
"¿Que había sido eso?" se preguntó confundida, cuando de repente el hombre la soltó abruptamente, como si ella quemase.
"¡No pude ser!, esa ninfa tan hermosa no podía ser su elegida, ¡eso era imposible!". Dean no daba crédito a lo que acababa de sentir con esa mujer, era una sensación muy parecida a la que sintió dieciocho años atrás... O bien ella era su verdadera otra mitad y antes se había confundido o bien, se trataba de la misma persona.
—Lo siento... —balbuceó a la vez que salía de la discoteca, dejando a sus colegas y a la mujer rubia con la boca abierta.

***

Esa noche, Dallane dio muchas vueltas en la cama, no entendía que había pasado exactamente con aquél hombre en la disco. Había estado un buen rato acosándola, exigiendo su atención y cuando al fin consigue robarle un beso, huye de ella como un perro asustado y con el rabo entre las piernas.
Supuestamente eso no debería de importarle, pero por alguna extraña razón no era así y además, Dallane sentía la necesidad de verlo de nuevo y estar con él. Eso era muy extraño en ella, jamás había sentido tal sentimiento hacía un desconocido, pero cuando él se fue, en su interior se creó un gran vacio, cómo si su alma se hubiera ido con él.
Se obligó a olvidarlo y volvió a concentrarse en dormirse. Pero cuando estaba casi en los brazos de Morfeo, otra vez apareció en su mente la imagen de aquél desconocido mirándola fijamente.
Dean estuvo toda la noche pensando en lo ocurrido con aquella belleza, y cada vez más estaba convencido de que se trataba de la misma persona. Aún no tenía la certeza de que esa mujer fuera Dallane o no, por ello decidió ir al día siguiente a hacerle una visita a su querida amiga Andrea y así salir de dudas. ¡Y que Dios se apiadara de Dallane!, porque si resultaba ser la misma mujer que lo había cautivado esa noche, pensaba llevársela ya mismo y no esperaría unos cuantos años más a que terminara la carrera. Eso lo tenía claro.
A la mañana siguiente, Dean se presentó en la casa de Andrea a la hora del café. La mujer notó de nuevo su presencia y con un semblante que no reflejaba en absoluto felicidad por reencontrarse con él de nuevo, lo recibió en el salón.
—No me digas que te has arrepentido y te vas a llevar ya a mi niña —murmuró con la voz congestionada, mientras intentaba retener las lágrimas que amenazaban por salir.
—Aún no lo sé —le contestó él con su voz aterciopelada y masculina—, y recuerda que nunca te prometí que esperaría más de lo estipulado por ella.
Ella sabía que aquellas palabras eran ciertas, pero siempre abrigó la esperanza de que obtendría más tiempo para disfrutar de su niña.
—¿Dónde está ella ahora?.
Dean dejó que su mirada se desplazara por toda la estancia en busca de la mujer, pero sus instintos y su agudizado oído le decían que sólo Andrea estaba en esa casa.
—Salió a tomar café con sus amigas, imagino que no tardará en regresar.
—¿Y el muchacho?.
—Se alistó en el ejército y vendrá pronto de permiso a pasar el resto de las Navidades.
Él asintió con la cabez y continuaron conversando un rato más, hasta que la puerta principal de la entrada se abrió lentamente, dando paso a una radiante Dallane. La sonrisa que lucía ésta en su rostro al entrar en la casa, cayó en picado cuando sus ojos se posaron en aquel hombre de negro, que estaba sentado al lado de su  madre.  
"¿Qué hacía el tipo de la discoteca allí, en su casa?", se preguntó mentalmente.
Debido a la impresión y a la sorpresa por aquella inesperada presencia, Dallane quedó enmudecida y paralizada.
Él la miraba de una manera intensa, abrasadora, como si se la estuviera comiendo con la vista. Eso la hizo estremecerse y a la vez, le provocó una leve sensación de excitación. ¡¿Cómo podía estar reaccionando así, con sólo una mirada?!, Dallane tenía miedo de lo que llegaría su traicionero cuerpo a hacer, si él hiciera algo más que observarla.
Dean se levantó lentamente, de una manera intencionada, mientras sus ojos no dejaban de estudiar a la recién llegada. Sin dudas, no estaba equivocado, se trataba de la misma chica que había conocido la noche anterior. Con una sonrisa triunfante en su masculino rostro, desvió por un segundo su mirada para clavarla en Andrea, que observaba la escena con curiosidad.
—Andrea, dile a tu hija que prepare hoy mismo las maletas, esta noche mismo regresaré para llevármela.
Andrea palideció notablemente, pero no le suplicó que le dejara a su hija por más tiempo, ni dijo nada, simplemente asintió con la cabeza, aceptando con resignación la nueva situación en la que todos se encontraban.
Dallane seguía plantada al lado de la puerta principal, que aún continuaba abierta de par en par, sin comprender qué era lo que estaba pasando, ni lo que significaban las palabras de aquél visitante.
Dean avanzó hacía la salida, con sus ojos nuevamente clavados en Dallane; ella también lo miraba fijamente, manteniéndole la mirada.
Su pulso se aceleró, su corazón comenzó a bombear con más rapidez y sus piernas temblorosas, amenazaron con doblarse. Estaba muy nerviosa, por alguna razón ese desconocido la ponía así, al mismo tiempo que sentía la necesidad de lanzarse sobre él y abrazarlo.
Justo cuando Dean pasó al lado de ella, se detuvo en seco y se acercó a su oído.
—Te dije que tarde o temprano, serías mía —y antes de que ella pudiera si quiera asimilar esas palabras, le volvió a susurrar—. Sólo era cuestión de tiempo.
Y sin más, se giró dispuesto a salir de aquella casa, para dejar a ambas mujeres solas, pero antes, le dio una ligera palmadita en su trasero. Ella gimió por la sorpresa y despertando de lo que parecía un trance, se giró dispuesta a explicarle un par de cosas a aquél atrevido, cuando comprobó que ya no había rastro alguno de él.
"No es posible, ¿cómo ha podido desaparecer así, sin más?", todo apuntaba a que el hombre se había esfumado como por arte de magia.
Estaba sumida en sus pensamientos, intentando descifrar y entender todo el caos que había vivido en esos últimos minutos, cuando su madre carraspeó para llamar su atención. Había olvidado que estaba allí también, en el salón, mirándola con melancolía en los ojos. No sabía porqué, pero intuía que ahora le tocaba una larga charla con su madre.
—¿Y bien? —le preguntó mientras se acercaba a ella.
—Será mejor que tomes asiento hija —le dijo mientras le daba una ligera palmadita sobre la piel del sofá, al lado suyo— tenemos mucho de que hablar...

***
Dallane no podía asimilar todo lo que le había contado su madre, la historia de su triste vida parecía más una película de terror que la dura y cruda realidad. Sintió pena y lástima por toda la penosa vida que había tenido que soportar su madre, con tan corta edad. Ella no se veía capaz de pasar por lo mismo, seguro que no sería tan fuerte como Andrea.
Y sobre Dean, no sabía que pensar sobre ese hombre tan extraño, que según su madre, no era ni humano. ¿Cómo consiguió reanimar a su madre y curarla de esa manera, tan rápida?, la pobre estaba al borde de la muerte y él con sólo tocarle la frente, le había devuelto las energías consumidas; gómo si no hubiera pasado nada.
Y luego, la llevó a esa hermosa casa, junto con sus bebés y nunca permitió que le faltaran de nada. Si no llega a ser por él, quizás los tres estuvieran hoy en día, más que muertos.
Pero todo tenía un precio y el coste a este gran favor era ella. Ahora tendría que entregarse en cuerpo y alma a ese total desconocido y separarse de su familia, de sus amigos, de todo lo que hasta ahora había conocido.
Su vida ahora, le pertenecía a él. A Dean.
Al menos ese era el nombre que su madre le había dicho que se llamaba... "¿Que eres Dean?", se preguntó con curiosidad. Seguro que esa noche, sabría la respuesta.
Y allí estaba ella, plantada en medio de su cuarto, mirando toda la ropa que había sacado del armario y que había depositado sobre la colcha de la cama, mientras recordaba la conversación de su madre.
Suspiró y sin perder más el tiempo, comenzó a empaquetar sus cosas. Faltaba poco para que anocheciera y en cualquier momento, Dean podrá venir a por ella.

***


Cuando Dallane bajaba cargada con su equipaje por las escaleras, vio a su madre hablando con un hombre de negro muy parecido a Dean, pero no era él.
—¡Hola pequeña! —le dijo el hombre, mientras le sonreía con picardía—, así que... ¿Tú eres Dallane? —Ella simplemente asintió, sin decir palabra alguna—. Soy Elías, un amigo de Dean —se acercó a ella y tomó en sus fuertes brazos sus dos maletas pesadas—, vengo a llevarte a su casa.
—Si no te importa, me gustaría antes despedirme de mi madre.
—De acuerdo, te espero en el coche.
No cerró la puerta al salir, ni dijo nada más, simplemente se fue derecho al auto negro que estaba estacionado en la cera de enfrente de su casa.
Andrea se lanzó a los brazos de su hija, con los ojos llorosos y temblando.
—Perdóname hija —le dijo mientras la tenía abrazada y le acariciaba su sedosa cabellera rubia—, todo es por mi culpa, si yo de un principio no me hubiera ido a la casa de Tom aquella noche, nada de esto hubiera pasado...
—Shhh, no digas nada mamá. El destino quiso que así fueran las cosas, alguna buena razón habrá detrás de todo esto. Además, algo me dice que seré muy feliz al lado suyo, cómo si con su compañía fuera a sentirme completa.
Después de varios intensos minutos, donde las dos permanecieron en silencio y en un apretado abrazo, Andrea rompió el contacto.
—Será mejor que te vayas ya, ninguna de las dos queremos que esta gente se impaciente... —se secó la humedad de su rostro con la manga de su camiseta y todavía hipando, le dedicó una débil sonrisa.
—Te quiero mamá.
—Yo también hija, cuídate y sé feliz.
Eso esperaba ella. No sabía que le reparaba el futuro a manos de Dean, pero algo dentro de ella, le decía que las cosas estarían bien. Esperaba tener razón.
Entre abrazos y besos, las dos se separaron finalmente y después de despedirse por enésima vez, Dallane se subió al coche con Elías.

***

La gran mansión que se alzaba enfrente de ella, era realmente tenebrosa, como una casa encantada. Su fachada de piedra gris, le daba un toque sombrío y oscuro al lugar. La construcción era de dos plantas, con las ventanas y pórticos de madera ennegrecida. Aquél lugar daba miedo.
Elías se bajó del coche y abrió le abrió la puerta. Mientras ella bajaba del vehículo y miraba aquél escalofriante lugar, el hombre sacó sus maletas del maletero y se dirigió a la puerta principal.
Llamó fuertemente con los nudillos de la mano y esperó a que abriesen. Un hombre viejo, con el pelo canoso y que aparentaba tener más de cien años, apareció tras esta. Los dos intercambiaron un par de palabras, inaudibles para los oídos de Dallane y luego Elías le entregó al anciano las maletas y regresó al coche.
Dallane aún no lograba entender cómo aquél anciano podía cargar con aquellas dos rocas pesadas.
—Mi misión aquí ya ha concluido —le dijo mientras se sentaba de nuevo delante del volante y arrancaba el motor del BMW 530d—, será mejor que entres en la casa, la noche es muy peligrosa.
Y sin añadir nada más, se largó de su vista, haciendo derrapar los caros neumáticos sobre el asfalto.
Dallane se giró y siguió al hombre de avanzada edad hacía el interior de aquella tenebrosa vivienda.
Subieron por unas escaleres hasta llegar a un largo y poco iluminado pasillo. En silencio, los dos avanzaron dejando tras de sí varías puertas que estaban cerradas. No había decoración alguna, ni cuadros, ni estatuas, nada... ¡Ni si quiera adornos navideños!. Eso cambiaría, cuando estubiera completamente instalada, pensaba darle un toque personal y navideño al lugar.
Cuando el anciano se detuvo delante de la última puerta del pasillo, apartó esos pensamientos de su mente. Éste, antes de abrirla, se giró para mirarla.
—El señor me pidió que le preparase algo para comer y que te dijera que te lo comieras todo. Mientras, le prepararé el baño, pues el señor quiere que usted esté lista cuando él regrese.
Dallane escuchó atentamente y asintió a cada cosa que el hombre le decía. Al terminar éste de hablar, se giró y continuó con su caminata. Sólo cuando el hombre había desaparecido de su vista, se atrevió a abrir la puerta.
Una amplia habitación le dio la bienvenida, era de momento la única estancia que tenía algo de color. Las cortinas eran rojas, al igual que la colcha de la enorme cama que prácticamente llenaba el lugar.
Lo que más le llamó la atención era la bañera de patas y bronce que estaba en el centro de lugar. Al lado de ésta, había una silla antigua, con la madera tallada, que sostenía una toalla blanca, una esponja y una botella que parecía ser jabón.
Apartó la mirada y siguió estudiando el lugar con gran interés, aquél lugar era realmente hermoso, a diferencia con el exterior que era frío y sombrío. Le consolaba saber que su nueva habitación desprendía un poco de calidez. Tendría que conformarse con eso.
Estaba acabando de desempaquetar sus cosas, cuando llamaron a la puerta. Era el anciano que le traía una bandeja con su cena. La puso sobre la mesilla de noche y antes de salir, le dijo que no cerrase la puerta que iba a prepararle el baño.
Mientras ella cenaba algo, el hombre apareció en varias ocasiones cargado con cubos grandes repletos con agua caliente. Y cuando terminó de cenar, la bañera estaba ya llena y esperándo a ser usada.
El hombre mayor, sin decir nada en todo momento, se retiró definitivamente cargado con la bandeja ya vacía y cerró la puerta tras de sí y justo cuando Dallane no podía verle, habló:
—El señor no tardará en regresar.
Y sin más, se largó solo dejándo el eco de sus zapatos rechinando en el suelo.

***


Dallane comenzó a desnudarse sin quitar la vista de la bañera y cuando finalmente se había desprendido de cada una de las prendas que vestía, se introdujo lentamente en el agua.
Se lavó sin prisa y en el momento en el que salió de debajo del agua y se sentó de nuevo en la bañera, sus ojos se encontraron con los de Dean, que había regresado sin hacer el menor ruido y ahora estaba sentado a los pies de la cama, mirándola.
Su primera reacción fue cubrirse el cuerpo con el agua, así que volvió a sumergirse hasta el cuello.
—¿Sabes?, no es la primera vez que veo una mujer desnuda.
—Pero a mí sí.
—Y tampoco será la última vez que te vea así, créeme.
Si lo que quería aquél hombre era ponerla nerviosa, realmente lo había logrado con creces.
Dean no dijo nada más, ni tampoco salió del dormitorio. En vez de eso, se acomodó mejor apoyando su espalda contra el cabezal de forja de la enorme cama.
Dallane en vista de que aquél intruso no tenía intenciones de marcharse y otorgarle privacidad, decidió terminar con el baño lo antes posible. Mientras ella aclaraba de nuevo su larga cabellera, Dean se encendió un cigarrillo y comenzó a fumárselo lentamente, dándole largas caladas y expulsando el humo sin prisas.
Una vez finalizado el baño, Dallane tomó la toalla y cubrió su cuerpo con rápidez. Fue directa al armario y con mucha maña, logró ponerse el camisón sin apenas mostrar algo. Luego tomó la toalla húmeda y comenzó a secarse el pelo con ella. A sus espaldas podía oír a Dean exhalar el humo, con pausas largas y continuas. Cuando ya no supo que más hacer, se giró para enfrentarlo.
Ambas miradas se cruzaron y quedaron atrapadas una en la otra.
Y esperó.
Cuando Dean terminó de darle la última calada al cigarrillo, lo apagó en un cenicero de cristal que había sobre la mesita de noche y luego cruzó sus brazos sobre su pecho musculoso.
—Acércate aquí muchacha -le dijo con voz ronca.
—Pero... yo —comenzó a balbucear ella con nerviosismono—. Creo que vamos demasiado rápidos —dijo al fin.
—Te he estado esperando durante muchísimo tiempo y no puedo esperar más. Necesito hacerte al fin mía.
Aquella confesión le hizo darse cuenta de que él sentía lo mismo que ella; esa extraña necesitad de tenerlo siempre a su lado, cómo si estar lejos el uno del otro fuera un infierno. Por eso, obedeció y se acercó a la enorme cama, pero mantuvo una distancia prudencial entre los dos.
Cuando él comenzó a incorporarse, con intenciones de ir hacía ella, Dallane se dio cuenta que durante todo ese tiempo había estado conteniendo la respiración. Sabía lo que vendría a continuación y eso la estimulaba y la asustaba todo al mismo tiempo.
En ese momento era un manojo de nervios y su lenta aproximación no ayudaba para nada.
Cuando Dean se paró a escasos centímetros de ella, Dallane tembló.
—No tengas miedo muchacha, a partir de hoy sólo viviré para hacerte feliz.
Dicho esto, Dean agachó la cabeza hasta la altura de los sonrojados labios de la mujer y con los suyos propios, los capturó en un apasionante beso. De nuevo los dos sintieron esa sensación tan extraña que los hacía estremecerse.
—¿Has notado eso? —preguntó, aún con su boca muy cerca de la de ella.
Ella asintió.
—Esa es la señal que indica que tú y yo estamos predeterminados a estar juntos por toda la eternidad.
Dallane lo miró desconcertada, sin comprender lo que él había querido decir con ese comentario, pero al mismo tiempo algo le decía que tenía toda la razon.
—Eres mi alma gemela y yo soy la tuya...
Volvió a besarla y esta vez, su lengua se hizo paso en su cavidad húmeda y reclamó la atención de la otra.
—Dean, antes de continuar, ¿puedes decirme qué eres?.
—¿De verdad necesitas saberlo?.
—Sí, si puede ser.
—¿Si supieras que estas a punto de yacer con un Demonio, te asustarías?.
—No sé si es miedo lo que siento, pero sí estoy algo confusa. Lo que siento hacía ti, esta atracción tan extraña, es nuevo para mi.
Mientras ella le respondía, Dean la había tumbado sobre la cama con mucha delicadeza.
—Pues déjame amarte y hacer que estas Navidades sean inolvidables para ti, al igual que lo serán para mi.
Ella en respuesta asintió con un gesto de su cabeza y se dejó amar como nunca antes ningún otro hombre la había amado. Y en silencio, agradeció que su "demonio" encontrara a su madre dieciocho años atrás, aquél veinticinco de Diciembre y la marcara como suya.
—Eso fue maravilloso —confesó Dallane con la voz entrecortada después de haber conocido el paraíso entres sus brazos, mientras luchaba por un poquito de oxígeno.
—Y sólo acaba de empezar...