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lunes, 27 de febrero de 2012

LA OTRA CARA DEL RELATO "LA CASA DEL PLACER: ERIK" (desde la pespectiva de Erik) BY MARIJOSE


Esta es la parte del reto Las dos caras del mismo cuento, de nuestra compi MariJose. La primera parte (desde la perspectiva de Lucrecia) la hizo Paty C. Marín y podéis leerla aquí.



La casa del placer: Erik


- ¿Tengo que ser yo? – cuestionó Erik.
Toda su atención se centraba en la joven tras las vaporosas cortinas. Una fina mujer que frotaba sus manos en un gesto nervioso y mantenía su rostro oculto con la ayuda de una capucha. Ella no estaba acostumbrada a los placeres que se vendían en este local, aun cuando hubiera venido a buscarlos.

- Para eso te he mandado llamar. Eres el hombre perfecto para ella...

- ¿Cómo estás tan segura? – interrumpió a Lucrecia.

Su naturaleza guerrera no admitía su nuevo estado de esclavitud por el que se había visto vendido a La casa del placer de Lucrecia. Sabía que ella le estaba poniendo a prueba con esa joven, probando sus artes amatorias en las que ella misma lo había instruido para convertirlo en otro más de sus esclavos. Ella había pagado por él, y esperaba que la inversión le reportara beneficios, pero aunque encontraba algo de satisfacción en las tareas que Lucrecia le otorgaba, la lucha en su interior no había terminado.

- Lo estoy - aseguró. - Claudia es sumisa, aunque todavía no lo sabe; es una mujer que necesita un hombre y por eso ha venido a nuestra casa a pedir mi ayuda. De entre todos mis muchachos, tú eres el que mejor va a tratarla.

- ¿Y cómo estás tan segura? - insistió Erik.
Él no creía que un hombre que había crecido entre batallas pudiera ser el que mejor tratara a una joven como ella. Estaba claro que se trataba de una chica noble y seguramente esperara ser tratada dulcemente. Es más, parecía que no quería estar allí, como si hubiera seguido un impulso al venir y ahora se estuviera arrepintiendo, por cómo seguía frotando sus manos y removiéndose inquieta.
Mientras observaba a la joven, sintió las manos de Lucrecia sobre sus hombros, tensándose inmediatamente, consciente de sus intenciones. Ella quería provocarle, excitarle, de modo que no le quedara más remedio que tomar a la muchacha. Confirmando sus pensamientos, ella se acercó más a él, amoldando su cuerpo al suyo, tentándole con sus sensuales curvas. Unas curvas que él conocía perfectamente, pero no se cansaba nunca de explorar. Y ella lo sabía.

- Ya hemos hablado de esto, mi pequeño - susurró en su oído pese a que era mucho más alto que ella. Lucrecia disfrutaba tentándolo y poniéndolo a prueba, frotando su pequeña figura contra la dura y musculosa de él. Le sería muy fácil deshacerse de su pequeña jefa, pero prefería vencerla de otra forma. - ¿Recuerdas nuestra conversación? ¿Recuerdas cómo me sometiste? ¿Recuerdas cual fue la sensación que te recorrió cuando me tuviste bajo tu dominio?

Por supuesto que lo recordaba. Esos momentos en los que la tuvo a su merced. Entonces era ella quien estaba para su placer, no al contrario, como solía ocurrir. Ella era una dómina y exigía la sumisión de todos sus esclavos, pero esa logró un cambio de tornas.
Mientras, las manos de Lucrecia no dejaban de atormentarle, recorriendo sus músculos, por sus hombros, su espalda, rodeando sus caderas hasta ascender por su abdomen. Su mente obvió todo pensamiento, centrándose exclusivamente en las manos que se habían detenido sobre su pecho y en las duras perlas que se apretaban contra su espalda. El deseo comenzaba a crecer en su interior, anulando su odio por lo que esa mujer le había hecho. Había ocasiones en las que deseaba matarla, pero la fuerza con la que deseaba eso era la misma con la que la deseaba a ella. Sabía que ambos recordaban fielmente la sensación de estar íntimamente unidos, y él comenzaba a creer que jamás lo olvidaría, no importaban las mujeres de las que gozara.
La misma noche en la que fue vendido a Lucrecia, le había hecho el amor con furia, más que enfadado por su destino, pero había disfrutado de su estrechez, su calidez y su humedad al estar profundamente enterrado entre sus muslos. Un placer inmenso como pocos había llegado a conocer, y su orgullo masculino se vanagloriaba de saber que ella también había disfrutado enormemente esa noche.

- Eres un hombre con necesidades y Claudia es una mujer con necesidades. Mírala. Tiene el pelo dorado, la piel blanca, los muslos todavía le tiemblan cuando alguien la acaricia y sus pechos son blandos y suaves. ¿No te gustaría descansar entre ellos?

No era ningún iluso. Todas sus palabras y sus caricias estaban destinadas a hacerlo arder de deseo hasta no poder negarse a tomar a la joven, inexperta e casi inocente. La recorrió con la mirada una vez más, centrándose en sus pechos, abultados, imaginando cómo sería tenerlos en sus manos, en su boca; endurecerlos y tironear de las perlas que los coronaría. ¿Cómo serían sus pezones? Por su pálida piel deberían tener un exquisito tono rosado.
Las manos de Lucrecia se movían por sus caderas, provocando que su corazón se acelerase, enviando sangre a ese lugar que le traería gran placer tanto a él como a la joven, cuando finalmente, después de torturarla dulcemente y tenerla rogando por él, se hundiera por completo en su interior.
Maldición. Lo estaba consiguiendo. Lucrecia estaba echando abajo toda su resistencia, poniéndolo al borde. Era consciente de que no podría sostener su negativa durante mucho tiempo más.

- Es una mujer romana... - Erik jugó su última baza, con sus barreras literalmente por los suelos tras el suave roce de los labios de la mujer en su hombro.

- Es una mujer. Una jovencita pura, cuya mente está tan sedienta como su sexo. Tú eres un hombre, un hombre que necesita darle de beber, saciarás su sed y aplacarás su deseo, porque tú también necesitas beber, beber de ella...

- Preferiría saciarte a ti - admitió conteniendo su deseo por la mujer que estaba a su espalda y su furia por ser tan maleable en sus manos. Pero ella continuó insistiendo, apretando su cuerpo contra el suyo, haciendo que Erik se tensara aun más.

- No, Erik, no quieres saciarme a mí. Quieres saciar a esa chica, quieres quitarle la túnica y morderle los pezones, los labios, la lengua, los muslos. Quieres ponerla de rodillas a tus pies, quieres meterte en su boca, en su sexo, en su trasero; quieres dejar tu marca en toda ella. Eso es lo que quieres, y eso es lo que ella quiere...

Erik veía en su mente todo lo que ella decía, y mucho más. Se veía torturando a la joven con su boca y con sus dedos, negándole lo que ella deseaba. Pero también se visualizaba tratando de forma similar a Lucrecia, tomando así su venganza por lo que le estaba haciendo. Esa mujer lo tentaba como ninguna, y luego se alejaba de él, poniendo a otras mujeres a su disposición, sabiendo que lo que él deseaba era su cuerpo.
Un cuerpo que se alejó de él instantes antes de notar el olor a metal y sangre que como guerreo estaba más que acostumbrado a percibir. Sus instintos y sentidos se pusieron alerta, imaginando algún tipo de lucha, pero lo que descubrió fue otra batalla muy distinta a la que había acaparado su mente. Una batalla que se había perdido.
Lucrecia cerraba su mano sobre el cuchillo que había servido para abrirse una herida en su muñeca por la que brotaba sangre. Erik centró su mirada confundida en el brillante y rojo fluido que manaba sin cesar y que lo atraía irremediablemente más aun de lo que lo hacía la propia mujer.

- Pruébala – extendió su muñeca hacia él. Erik actuó sin pensar, movido por un intenso deseo de complacerla más fuerte que cualquier otro pensamiento o motivación, y agarrando delicadamente su mano entre las suyas, deslizó su lengua por la herida saboreando el delicioso elixir que provocaba tantas emociones en su interior. - Ya basta. Ahora entra ahí y sáciala... confío en ti, Erik. Si haces que ella se corra sin que yo te diga cómo hacerlo, te permitiré entrar aquí tantas veces como orgasmos le provoques - y metió la mano entre sus muslos.

Erik limpió la sangre de Lucrecia de sus labios sin dejar de observar el lugar que señalaba con su mano, el lugar en el que deseaba hundirse una y otra vez sin cesar. Con ese objetivo claro en su mente, cruzó las cortinas para acercarse a la mujer. La haría gritar, suplicar y gozar salvajemente. Y Lucrecia estaría observando para corroborar su éxito, de modo que no podría negarle su recompensa.

Los ojos nerviosos de la muchacha se clavaron en él, pero los ignoró y la tomó por la nuca para atraerla hacia él y besarla apasionadamente. Demostrándole así toda la lujuria que lo dominaba en ese instante, una muestra de todo lo que estaba por hacerla sentir. Desató la capa que la cubría, dejándola caer a sus pies y recorrió sus curvas con sus manos, deteniéndose en sus pechos, suprimiendo una sonrisa al notar que el tamaño era ideal. El sonoro gemido de la muchacha ante su toque lo llenó de satisfacción. Lucrecia tendría que pagar lo prometido, y él estaría esperando por ello.


FIN

domingo, 26 de febrero de 2012

LA OTRA CARA DEL RELATO "TRAS AQUELLA VENTANA" (desde la pespectiva del amante de Louis, Jack) BY NINA NEKO


Esta es la parte del reto Las dos caras del mismo cuento, de nuestra compi Nina Neko. La primera parte (desde la perspectiva de Louis) la hizo PukitChan y podéis leerla aquí.


Tras Aquella Ventana


Acababa de salir de la tienda departamental, a unirse una vez más a la horda de trabajadores que se arremolinaba a diario en la parada de autobuses y los pequeños puestecitos de comida rápida.

Miró con un dejo de indiferencia los flirteos de las dos chicas que se encontraban sentadas frente a él en el autobús que tomó casi con desenfreno, no deseaba llegar tarde, Louis era muy estricto con él cuando llegaba tarde, aunque nunca había sido violento, de hecho, ahora que lo pensaba, Louis nunca era desagadable con él, nunca había demostrado furia o molestia ante sus torpes e infantiles arrebatos que eran tan frecuentes en él. En dos años de relación su pareja siempre había sido todo un terrón de azúcar, quizás eso era lo que le molestaba tanto. Jack siempre fue el chico sin remedio, el impulsivo, el sentimental. Parecía que Louis siempre quería hacerle saber que era mucho mejor que él y en ocasiones, su dulzura excesiva lo fastidiaba. Aunque, no por ello podía dejar de sentir aquellos intensos sentimientos por él.

Miró el reloj de mano, ya era demasiado tarde y seguramente Louis se preocuparía. La lluvia de afuera golpeteaba las ventanillas entonando una marcha fúnebre que a Jack tranquilizó extrañamente. Andrea lo había obligado a reacomodar unos artículos que él mismo había decidido colocar de manera “artística” pero su jefa no le encontraba el arte a que los puros reposaran sobre los ceniceros negros fuera de su lugar, ni que el juego de ajedrez de marfil se encontrara desordenado, como si se hubiese iniciado una partida y ésta hubiera sido abandonada a la mitad del juego.

De no ser por su maldita jefa, él se encontraría en casa bajo las cobijas mientras miraba el televisor y saboreaba una enorme taza de chocolate espumoso y caliente.

Aunque, quizás él mismo había sido el causante de eso, quizás no deseaba volver a casa, aún no.

Incluso ahora, mientras se encontraba sentado en el autobús y las luces rutilantes de los autos y los semáforos le aportaban una especie de vida a su rostro, él se encontraba nervioso, irritado. Temía llegar a casa y encontrarse con él. No sabía lo que haría, no estaba seguro de poder mirarlo de la misma manera, sin incomodarse después de lo que había sucedido la noche anterior.

Y saberse tan cerca de él, comprender que pronto lo tendría frente a sus ojos lo suministraba de un temor que lo tenía vuelto loco, con el corazón a mil.

Finalmente el autobús lo dejó frente al portal de su casa, de ese refugio al que había huido junto a Luis, apartado de sus padres, lejos de las miradas de reproche y repulsión de sus hermanos mayores, Jack era el último de cinco varones, y desde que había descubierto, o mejor dicho, desde que había admitido su inclinación sexual abiertamente, se había convertido en el peor.

Abrió el paraguas cuando notó que estaba empapándose frente al portal, no sabía cuantos minutos había permanecido así, pero su cabello negro azabache ya estaba mojado por completo.

Intentó insuflarse valor a sí mismo y dar el primer paso, cruzar la calle le supuso una odisea y subir los escalones que lo conducirían a la puerta de entrada se le antojo una experiencia avasallante.

Colocó las llaves en el boquete de la puerta sintiendo que su corazón le estallaría, respirando el aroma de la lluvia mezclado con la tierra y las flores del pequeño jardincillo que con tanto esfuerzo habían logrado hacer crecer.

Jack estaba a punto de sacar las llaves y correr vertiginosamente, lejos de aquel hogar, de su hogar, cuando la puerta se abrió de golpe y una enorme y maravillosa sonrisa lo recibió detrás de ella, con ese estrepitoso y gallardo:

—Bienvenido— su voz no solo era melodiosa si no también angelical.

Asombrado por aquel abrupto y sorpresivo saludo, Jack no supo que decir, si no que se quedó mirándolo, embobado. “Lo dirá de nuevo, estoy seguro” pensaba, y Jack no sabía que decir. Intentaba ocultar el frío brutal que lo embargaba, y trataba de disimular los nervios que pretendían obligarlo a tiritar como una gelatina.

Aunque estaba seguro de que Louis conocía sus pensamientos, siempre lo sabía, sus ojos en esos momentos expresaban pavor, nerviosidad, se sentía abrumado por su presencia y poderosamente extasiado con la situación. Permanecieron callados un instante, Louis lo recorría con una expresión pervertida en la mirada, degustando de su facha. Mofándose seguramente. Jack tenía un traje negro ceñido a su cuerpo de corte elegante y que siempre tenía pulcramente lavado, planchado y perfumado, pero que en esos momentos parecía un trapo cubriendo su frío cuerpo, la corbata negra lo asfixiaba, la camisa roja se le pegaba desagradablemente al torso y sentía que no podía moverse con libertad, o sería quizás que la emoción de ver a Louis era lo que le impedía moverse en absoluto.

“¿Maldito Louis, por que tuviste que recibirme tan condenadamente sexy?” pensó, haciendo un breve repaso de su amante; cabello levemente enmarañado, playera sin mangas que se pegaba a su esbelto y apetecible cuerpo y Oh mi Dios, ese ínfimo, diminuto, celestial y pecaminoso bóxer negro que no dejaba nada a la imaginación. O quizás sí. Jack siempre había tenido una precoz y perversa imaginación. 

Y hubiera seguido aguzando la vista, iluminándose con la silueta de su hombre si éste no lo hubiera sostenido bravamente de la nuca obligándolo a besarlo al tiempo que cerraba la puerta de un golpazo, el fuego nació en su cuerpo incrementando presurosamente, ni siquiera era capaz de sentir más la ropa húmeda ni el frío de esa noche lluviosa, el hombre de cuerpo musculoso y deliciosamente tostado se adhirió a él, golpeando su cuerpo con todo el puño de su pasión.

—No debí dejarte ir a trabajar esta mañana…

Le susurró al oído, provocando un espasmo en su espina dorsal. Una vez más, sus labios lo aprisionaron, haciéndolo suyo por completo, como cada noche, era ese desenfreno, esa deliciosa posesión que lo hacía saber que le pertenecía solamente a él lo que lo volvía loco, lo convertía en un esclavo fiel dispuesto a satisfacerlo en todo momento.

Amaba sentirse así, caliente hasta no poder más, que su respiración lo sofocara a un punto culminante que era incapaz de soportar, que sus manos lo acariciaran sin medida, sin reserva. Louis le prometía constantemente el cielo, y nunca en dos años de vivir juntos había roto su promesa.

Con una precisión y rapidez exorbitantes el hombre lo despojó de la ropa húmeda, como un loco que busca desesperado un punto quieto, hambriento de ver su piel desnuda, y Jack disfrutaba de aquel desespero, de esa lengua ardiente que calentaba sus músculos, de su violencia, de su arrebato. Cada caricia era un deleite desposeído.

Jack se dejó llevar por el fuego, se dejó a su merced, permitió que hiciera lo que fuera con su cuerpo, era suyo y deseaba que lo poseyera, eternamente, impetuosamente. Aunque su cabeza le daba vueltas, por dentro su corazón latía con una vehemente fuerza al pensar que pronto podría volver a la carga con el mismo tema y Jack no quería decirle nada, volvería a preguntarlo, lo sabía.

Louis despejó sus conjeturas internas y lo agolpó sobre la puerta, el chico sintió el frío material en su pecho y dio un respingo, pero Louis no le permitió moverse más, resbalando sus calientes manos, Jack sintió que un escalofrío recorrió su cuerpo cuando el hombre que lo recibió comenzó a desabrocharle el pantalón con una avidez que lo volvió loco, la sensación punzante que le provocó sus manos cerca de su miembro ocasionó que se endureciera.

No pensó en la extraña situación que estaba viviendo puesto que para ellos no era extraña en lo absoluto, Jack poseía un encanto sexual irresistible para Louis, siempre se lo había dicho, y por tal motivo éste siempre estaba sediento de él, sediento de penetrarlo cada día cada hora, sediento de hacerlo suyo. Era algo que Jack adoraba en él, su pasión tan extrema, la deleitante forma con que lo hacía gozar hasta llegar al clímax, por ello siempre se lo recompensaba, estando dispuesto a él en todo momento.

Cuando Louis se apoderó de su cuerpo con aquellos fuertes y musculosos brazos, Jack sintió que se tensaba, cogió su miembro por detrás de su cuerpo y notó gozoso que éste ya estaba duro, preparado. Eso lo excitó mucho más, ambos tocaban sus vergas con un gran deleite, gimiendo en la estancia de la sala que permitía apreciar todo con total claridad, las luces encendidas no eran habitual en sus encuentros amorosos, a ambos les fascinaba la intimidad romántica que les ofrecía la noche, el secreto de la oscuridad, descubrirse, besarse, lamerse, bañarse en el cuerpo del otro.

Jack no pudo más, dio media vuelta vertiginosamente mirando retadora y provocativamente a Louis que no pareció sorprendido, al contrario, lucía extasiado. Y con una fuerza potente y sugestiva lo hizo inclinarse frente a él, mostrándole su sexo ardiente, Louis no se dio a esperar, después de mirarlo con una expresión voraz y perversa comenzó a lamer la carne que Jack le ofrecía, cada succión era celestial. El chico inclinó su cabeza hacia atrás suavemente, apretando los ojos para saborear de aquella dulce experiencia. La legua caliente y juguetona de Louis que recorría cada milímetro de su miembro cada vez más endurecido, a punto de estallar dentro de su boca.

Las lamidas de Louis subían de intensidad, mientras que Jack intentaba contener los deseos urgentes de vaciarse, deseaba continuar disfrutando de aquella maravillosa sensación, sosteniendo al hombre por los cabellos, tirando suavemente de ellos mientras que la visión de un Louis arrodillado y a su entera merced lo extasiaba hasta un punto casi culminante.

De pronto algo lo obligó a susurrar su nombre. Sí, lo había hecho por vez primera. No sabía por que pero en aquellos dos años de convivencia nunca le había mencionado en sus encuentros furtivos bajo las sábanas. Quizás era que temía darse cuenta de que cohabitaba con un cuerpo masculino, un nombre masculino le haría darse vuelta y salir corriendo. No comprendía como era que pese a estar tan lejos de su familia aún estuviera envuelto en sus prejuicios, sus correctivos y su cruel decepción. A veces Jack odiaba ese nombre, odiaba saber lo que le provocaba el siquiera mencionarlo, no imaginaba hacerlo mientras su cuerpo era explorado a fondo, mientras degustaba de placeres prohibidos, casi imperdonables.

Pero ahora era muy distinto.

—Louis…Louis— era el nombre más hermoso jamás creado. El nombre que significaba no solo un par de letras en conjunto formando una palabra, no era un nombre cualquiera, era “el” nombre.

El que definía al amor de su vida.

Louis se levantó probablemente sorprendido por sus palabras. Sonriendo, se acercó a él suavemente.

—Te amo…— fueron sus únicas palabras después de besarlo tiernamente en la nuca. Jack se sintió feliz, como nunca lo había estado. Sentía que Louis era sincero. Siempre había tenido esa duda, un hombre mayor no suele amar de aquella forma a un chiquillo, pero Louis no era cualquier hombre. Él era diferente, y anoche se había dado cuenta de ello.

Jack gimió de placer y de dolor cuando el potente y viril miembro de Louis lo penetraba con una furia imperiosa. Reforzado por los sublimes susurros de amor cerca de su oído.

La tormenta no amainaba en lo absoluto, por el contrario, se fue haciendo cada vez más salvaje y mitigaba los abruptos y sugestivos gemidos de placer, golpeteando tórridamente la ventana que se convertía en testigo mudo de su arrebato de pasión.

Jack sentía que ese hombre lo penetraba una y otra vez sin salir por completo, subyugándolo a la juntura de la puerta y la pared. El golpeteo frenético de sus testículos con los suyos le provocaba una sensación de ardor en su cuerpo que incrementaba el placer.

—Te amo…—repitió Louis, entrecortadamente y jadeante.

—Oh Louis—de nuevo aquel nombre celestial—Te amo, siempre te he amado…

Louis incrementó la rapidez de sus embestidas enloqueciéndolo de placer, hasta que sintió cómo se vaciaba en su interior haciéndolo una vez más de su propiedad. Así se sentía Jack junto a él, era extraña esa sensación, saberse de alguien, comprender que su cuerpo, su mente y su corazón no le pertenecían en lo absoluto, eran enteramente de ese hombre que resoplaba en su nuca al tiempo que salía de su interior, recargándose en su cuerpo.

Jack sintió que lo volteaba lentamente, y él obedeció sin decir palabra alguna.

Sus ojos verdes buscaron el azul intenso de Louis, siempre hallaba esa chispa de luz dentro de ellos y esta vez no era la excepción.

Entonces se dio cuenta de que siempre era igual, Louis parecía buscarlo solamente para su deleite físico, lo enamoraba, lo poseía y una vez que obtenía lo que deseaba de él, lo dejaba completamente solo, acompañado por su confusión. ¿Qué sentía Louis por él, que sentía él por Louis? Con cada segundo que pasaba esclarecía esa duda que lo había acompañado durante dos largos años.

—No sé muchas veces lo que piensas—inició el hombre, Jack calló— No sé qué puede suceder contigo algunas ocasiones, quizás me veas desinteresado o tal vez ambicioso, es un juicio tuyo que yo me atreveré a cambiar porque es la imagen que te he dado todo este tiempo de mí.

No respondió inmediatamente, en realidad por que no sabía qué responder. Sabía que esto sucedería y aún así se empecinó en llegar a casa, después de lo que le había preguntado la noche anterior, Jack bien podría haber huido tal y como lo había hecho de sus padres. No sería muy diferente, después de todo así había sido siempre, un cobarde, un miedoso… un niño de veinte años.

Louis lo tomó entre sus brazos, Jack sintió que éste recargaba la frente en su hombro y notó que estaba sudoroso, temblando y por vez primera, sin saber que decir o que más hacer.

—Decide si quieres irte o quedarte… si es esta la última noche o mañana en la mañana… O tal vez nunca te quieras ir—dijo, y lo sostuvo con más fuerza. Jack miraba hacia el suelo—Tienes la decisión ahora en tus manos.

Jack no comprendía lo que estaba sucediendo. ¿Cómo era posible que él tuviera la decisión en sus manos, como era posible que Louis llorara frente a él rogando?

Por primera vez Jack sintió que maduraba paulatinamente junto a la respuesta que se fraguaba en su interior.

—Louis… —dijo, el hombre frente a él calló y escuchó atentamente—Sabes perfectamente bien lo cruel que has sido conmigo durante estos años. Tu temperamento crudo, indiferente y desalmando ha terminado por convertirme en un muñeco, un títere de sus propias emociones. Creo que he tirado toda mi cordura al suelo en estos dos años… creo que estoy a punto de hacer algo que quizás pueda sorprenderte pero que necesito hacer con locura. Por nuestro bien necesitamos esto.

Calló un segundo, Louis continuaba escuchándolo. Llorando amargamente, presagiando el final de aquella apasionada relación

—Estoy a punto de hacer algo increíble Louis, y necesito que me apoyes en mi decisión, necesito que me demuestres que estás dispuesto a eso, a apoyar lo que decida, a respetarme y respetar mis palabras… Ahora voy a preguntarte algo… no quiero que me interrumpas ni que preguntes por qué. Yo sé porqué y eso me basta, por tal, si me amas también debería bastarte…

Louis asintió y Jack pudo sentir que su corazón estaba a mil esperando su pregunta. Lo vio en su respiración agitada, sus manos temblorosas, sus lágrimas que no cesaban.

—Mi pregunta es la siguiente, es muy importante para mí que la entiendas y que me respondas sinceramente… Louis… ¿Quieres casarte conmigo?

Una lágrima cayó desde sus ojos hasta la mano de Louis que había tomado al último momento, se arrodilló lentamente sin dejar de mirarlo y sin dejar de llorar al tiempo que se quitaba una preciosa argolla de compromiso y se la colocaba a Louis en el dedo anular.

Louis se restregó los ojos con una sonrisa en los labios.

—De verdad…te amo—musitó éste, apretando aquellos hermosos ojos azules, Jack sentía que su corazón bombeaba con estrépito al escucharle diciendo esas palabras. Contemplando su imagen dulce que pese a la edad le resultó infantil.

Su amor era un sentimiento que atravesaba las dificultades como un rayo sobre las blancas nubes del cielo, y éste sentimiento duraría hasta el final…



FIN

viernes, 24 de febrero de 2012

LA OTRA CARA DEL RELATO "LUCAS" (desde la pespectiva de Katherine) BY HADA FITIPALDI



Esta es la parte del reto Las dos caras del mismo cuento, de nuestra compi Hada Fitipaldi. La primera parte (desde la perspectiva de Lucas) la hizo Arisuk y podéis leerla aquí.



LUCAS

Katherine sentía como las manos se le empezaban a adormecer, aquella mala bestia sabía hacer buenos nudos. Y ella sabía de lo que hablaba, su padre al igual que su abuelo, habían pertenecido a los marines desde siempre. Desde su más tierna infancia, recordaba como otras niñas de su edad aprendían protocolo jugando con sus muñecas, mientras que ella hacía nudos marineros y jugaba a salvar el mundo en una goleta improvisada con el diván del salón. Todo ello acompañado de una pulcra educación, deliciosamente cuidada por su madre y su querida nana. Quizás en los últimos tiempos había demasiado protocolo y muy poca diversión, algo que Katherine echaba de menos. Su padre apenas iba a casa, ocupado en el trabajo; su madre siempre había sido menos imaginativa, y su hermana Robie apenas tenía tiempo para ella cuando no estaba con su prometido. Por eso, cuando despertó y se encontró a aquel salvaje desnudo en su cuarto, una parte de ella se iluminó, emocionada por poner un poco de diversión en su vida, y otra parte se horrorizó, ante tamaña desfachatez. Claramente en esos momentos predominaba con muchos puntos el horror.

Observó como aquel chico alto y a su parecer, aunque nunca había visto antes un hombre en semejante estado de desnudez, con un torso musculado a imagen y semejanza de una escultura, se recolocaba un sombrero de ala ancha. Ni siquiera había tenido la consideración de cubrirse con una camisa o cualquier otra prenda. Katherine intentó mirarlo a los ojos para no centrar su visión en aquel pecho digno de ser tocado.

-Bueno, señorita, ésta es tu última oportunidad. O me dices dónde está mi hermana o yo…

-¿O tú, qué? Bruto insensible- aunque mis padres me habían dado una educación impecable, propia de una señorita de buena cuna, aquel tipo me sacaba de mis casillas. Me tenía atada como un animal, y eso era inconcebible. Mi lado fiero propio de los Swift vibró encolerizado ante su actitud.

Katherine pudo oír un gruñido gutural, propio de un animal salvaje más que de un hombre. Aunque mirándolo con detenimiento, su aspecto indómito distaba bastante de lo que ella estaba acostumbrada a ver. Mejor dicho, de lo poco que estaba acostumbrada a ver. A sus veinticinco años, apenas había tenido un par de escarceos amorosos, que no habían pasado de ser besuqueos en el interior de un carromato, o al abrigo de Central Park con algún noble conocido de la familia. Por eso cuando aquella bestia se abalanzó sobre ella, quedando sus rostros separados por apenas unos centímetros, Katherine se pegó instintivamente al respaldo de la silla, intentando aumentar en lo posible la distancia entre ellos. Pero la dichosa silla no cedía, y su movilidad estaba limitada. Así que solo pudo quedarse con expresión cautelosa, sintiendo como el aliento del hombre le erizaba el vello del cuello. Ignoró la estúpida sonrisilla de medio lado que colgaba de los labios de él, y se centró en sus magnéticos ojos negros, tan penetrantes que Katherine se sonrojó levemente mientras le mantenía la mirada.

−Ahórrate la lengua viperina y confiesa que trabajas para Raymond y que algo le has hecho a mi hermana. ¿Dónde está ella?

Katherine lo fulminó con la mirada. Pero ¿qué se creía aquel sinvergüenza? No solo tenía que soportar la humillación de estar atada, sino que además la vilipendiaba sin compasión, acusándola de algo que no había hecho. Levantó la cabeza con todo el orgullo que fue capaz de reunir, y atravesó los profundos ojos negros que la estudiaban sin compasión, inyectando en su mirada el dolor y el desprecio que sentía por aquel hombre.

−Primero no tengo ninguna lengua viperina, segundo no conozco a ningún señor Raymond y mucho menos a su hermana- aseguró con voz firme, retándolo a que la contradijera.

−Entonces explícame por fin como carajo apareciste tú en su cuarto a la medianoche, en camisón y ella hace puff de repente −él palmeo sus manos como si quisiera hacer desaparecer el aire entre las mismas, al igual que parecía creer que había pasado con su hermana.

−Cuida tu vocabulario, no se habla de manera tan vulgar delante de una dama – no pensaba dejar que la siguiera tratando así, y no pensaba razonar con él mientras continuara con aquella actitud deplorable. Se lo repetiría una y mil veces si hacía falta. Nadie trataba así a una Switf.

La llamada de atención no fue recibida con agrado por el hombre, que apretó los dientes en una fiera expresión, mientras miraba a Katherine con dureza.

−Ah, entonces es una suerte porque no veo ninguna por aquí.

Katherine abrió la boca de golpe, incrédula ante su desconsideración. La frustración crecía por momentos en su interior, deseaba tener algo a mano para estampárselo a aquel cretino en la cabeza. No, prefería que la soltase para poderle dar un puñetazo bien fuerte en la cara, y desahogarse. Apretó los puños con fuerza, deseando recordar todas las palabras malsonantes que utilizaba su cochero en las timbas de póquer con sus amigos, y que ella había escuchado furtivamente en más de una ocasión. Una nueva sonrisa irritante de aquel que decía llamarse Lucas, la hizo explotar.

−Eres un…

−Sí, sí, sí. Ya sé todo lo que me vas a decir que soy – y en ese momento la interrumpía. ¿Acaso quería matarla de pura rabia contenida? Katherine no soportaba que la cortaran a mitad de hablar, le había pasado desde que era una niña. Además él se incorporó, estirándose cuan largo era, suponía que para intimidarla−. Ahora solo quiero de ti una explicación y más vale que sea razonable. Porque no voy a creer ni por un momento ese cuento chino de que vienes de New York y…

−¡Pero si soy Neoyorquina! –lo interrumpió ella esta vez, con un agudo gritito que comprobó con agrado que le molestaba. Aquel tipo era de lo más testarudo.

−Sí, por tu acento podría decirse, pero ¿una neoyorquina del año 1895?, ¡por favor! Ahora una de vaquero quieres.

Por si fuera poca su mala suerte, además Lucas utilizaba unas expresiones de lo más extrañas. Katherine lo miró contrariada, sin saber que responder a eso. Por suerte el silencio apenas duró unos segundos, tiempo que tardó él en retomar su perorata.

−Mira chica, no creo que seas una mala persona y esto podría ser simplemente una bromita que tú y la cabezota de mi hermana Madeleine me están jugando, pero déjame decirte que es una muy mala. Estoy cansado, hambriento y sumamente irritable. Pero aún así siento que algo no anda bien con ella. Soy su gemelo ¿sabes?

Katherine no pudo esconder la sorpresa que le produjo que aquel hombre tuviera una hermana gemela, y el sentimiento que dejaba al descubierto por ella. Se intentó imaginar la versión femenina de él, pero realmente le costaba. Su secuestrador era de lo más masculino, y en esas últimas frases había descubierto algo que antes había pasado por alto, y que la hizo relajar la expresión y repasar los acontecimientos hasta el momento.

Había verdadera preocupación detrás de todo lo que había hecho con ella, un miedo real de que a su hermana le hubiese pasado algo. Y pensándolo fríamente, cualquiera pensaría que ella tenía algo que ver con lo que había ocurrido. Se la había encontrado en la cama donde tenía que estar su hermana, con el pelo revuelto y gritando descontroladamente. Aunque también pensaba que su reacción había estado justificada. Nunca en sus veinticinco años un hombre había irrumpido así en su cuarto, o lo que debería haber sido su cuarto, y menos aún sin camiseta. Por eso su primera reacción había sido gritar pidiendo ayuda. Pero poco a poco fue percibiendo que aquel entorno no era su preciada habitación, y también tomó plena conciencia de él. Y no solo de su presencia. También de su altura, de sus anchos hombros musculosos y bien definidos, de un torso salpicado por un fino bello rubio, cuyos músculos continuaban por todo el abdomen hasta que se perdían por la cinturilla de unos vaqueros caídos. En su descenso, Katherine no pudo evitar fijar la vista en aquella parte de la anatomía del hombre, que se hacía notar indecente en los vaqueros, terminando su examen recorriendo lo que parecían unas fornidas piernas que terminaban en unas botas de cowboy. No podía dejar de sorprenderla que un hombre con aquel aspecto, tuviera una preocupación tan sincera por su hermana, aunque ella bien sabía que los vínculos entre hermanos solían ser lazos fuertes.

−¿Entonces hablarás por fin?

Su voz la sacó de su ensoñación. Sacudió un poco la cabeza, y lo miró fijamente, pero la acritud había desaparecido. Solo la desesperanza y un fuerte deseo de que la creyera por fin, iluminaban su mirada.

−Ya le he contado todo, al menos lo que puedo contar. No entiendo porque estoy aquí y no conozco a su hermana.

Kathe apreció como aquella afirmación no era del agrado de Lucas. Este apretó la mandíbula, mientras alzaba la vista al techo, tocándose la incipiente barba. Se le veía desesperado, pero ella no podía hacer nada. No sabía quién era su hermana, ni como podía ayudarlo. Tan solo quería regresar a la seguridad de su cuarto y dejar aquella silla, sus ataduras y a aquel hombre, por apuesto que fuera, lejos de ella. Sabía que las personas así solo te podían traer problemas, y no pensaba permanecer más tiempo del preciso a su lado, por muy buenas intenciones que tuviera. Observó como respiraba profundamente, pasando sus grandes manos por el cabello rubio oscuro, que le caía por debajo de la oreja.

−Vamos a empezar de nuevo ¿sí? –Katherine quiso intervenir, pero él continuó hablando sin darle oportunidad de hacerlo−. Supongamos que te creo…

−¿Suponer? – Kathe volvió a ponerse en guardia, ¿iban a empezar otra vez con lo mismo?

−Shh, te creo vale. Bueno tú vienes del pasado, eres una neoyorquina del año 1895 y por alguna razón estás atrapada aquí. Ahora ¿Dónde cabe mi hermana en eso?

La mujer frunció el entrecejo, mirándolo con frustración. Era obvio que no tenía respuestas para eso, era justo lo que ella quería saber. Pero también estaba claro que aquel hombre no la iba a ayudar, estaba tan perdido como ella, y encima no terminaba de creerla. Iba a aclararle aquel punto de nuevo, cuando se percató de que Lucas la repasaba minuciosamente, podía sentir la mirada desnudando su cuerpo, tan solo cubierto por el fino camisón. Sin poderlo evitar sus pezones se irguieron orgullosos, reclamando sin contar con su dueña, la caricia de aquella mirada. Katherine no pudo más que intentar bajarse el camisón con los pies, para cubrirse en lo posible. Ningún hombre la había visto tan ligera de ropa. Para romper la tensión del momento continuó la conversación.

−No sé qué papel cumple su hermana en este embrollo- explicó nuevamente, angustiada. No pudo evitar que un débil sollozo se colara en su garganta-. Sólo recuerdo haberme dormido y después de lo que me parecieron sólo unos pocos minutos de sueño haber despertado aquí, así. Con usted desnudo y entrando a la habitación ¡Dios, como deseo que este sueño termine!, así podré despertar en mi mullida cama, con mis almohadas y un chocolate caliente que nana me traerá en la mañana. ¡No quiero estar aquí!

La expresión del hombre se ablandó ligeramente, relajando su apretada mandíbula.

−Vamos, tranquilízate –Lucas se acercó y le tocó el hombro de forma tosca, aunque se podía ver que intentaba consolarla−. Bajaré a la cocina a encontrar algo de comer para los dos y cuando regrese, quiero una mejor explicación.

Katherine se ablandó con aquel gesto tierno de querer traerle comida. Incluso en una situación como aquella, él intentaba que se sintiera un poco mejor. Eso hizo que lo mirara de nuevo, observando como unos mechones caían acariciando sus ojos negros. Con los ojos caídos le dio otro repaso deleitándose con cada músculo perfecto. Pero por mucho que le atrajera, las cuerdas le recordaban que él la tenía presa. Y su objetivo era escapar y encontrar la forma de regresar a casa. Ya después trataría de encontrar explicación a su enfermiza obsesión por mirar aquel cuerpo masculino.

−Podría al menos desatarme de la silla- tanteó Katherine llena de esperanza.

−Buen intento chica lista – Lucas se apartó de ella, mirándola con los ojos entornados−. Pero no, no quiero que te me escapes mientras busco que comer.

Pero aquello no podía quedar así, y Katherine era consciente de su feminidad, así como de las armas que podía utilizar para camelar a aquel hombre. Y no dudaría en utilizarlas en todo su esplendor para conseguir que la liberara. Pestañeó con gracia, captando toda su atención.

−Pero estoy descalza y en camisón, además de que no conozco nada de aquí. ¿A dónde podría ir?

Intentó imprimir toda la candidez posible en su voz, y ante la persistente duda de él, Katherine se estiró un poco, alzando sus senos, y bajando a la vez la cabeza. Su mirada suplicante y los morritos, coronaron el cóctel explosivo que hizo que el hombre, tras un suspiro de resignación, la desatara. Katherine se lo agradeció mil veces, y esperó a que saliera por la puerta en busca de comida, para salir corriendo.


* * *


Katherine corrió como alma que lleva el diablo hasta el exterior de la casa. Salió a un jardín pequeño que albergaba al fondo lo que parecían ser unos establos. No tenía grandes nociones sobre montar a caballo, aunque parte de su educación como dama de sociedad la había obligado a tomar unas lecciones. Además le parecía el mejor medio de transporte, seguro que sería más rápido que ir a pié. Corrió de nuevo hacia la estructura de madera, mirando cada poco a su espalda ya que sabía que su captor podía aparecer en cualquier momento. Solo esperaba que tardara lo suficiente para que a ella le diera tiempo a escapar.

Ya dentro del establo paso por un par de cuadras, hasta que vio un ejemplar negro que llamó su atención. Se alzaba majestuoso, recubierto de un pelaje negro brillante que en seguida quiso acariciar. Cogió un poco de heno del suelo, y se lo ofreció al animal, que se acercó a olisquearla. Salió de la cuadra y la siguió por el pasillo que llevaba al jardín, pero se quedó quieto en un punto, y por más que lo intentó Katherine, no se movió de allí. Se puso a un lado del caballo, empujándolo para ver si así conseguía que se moviera, pero no lo logró. Una potente voz rasgó la quietud de la noche.

−Potranca sólo me obedece a mí- afirmó la voz, autoritaria y fuerte.

Katherine dio un salto que alejó un poco más al caballo, y miró con frustración y rabia a su secuestrador, a la vez que sentía un ramalazo de dolor en el pié, que se había rasgado con la madera del suelo. Si al menos el caballo hubiese querido colaborar… pero quedaba claro que era tan testarudo como su amo.

−Salí a tomar algo de aire fresco, yo…- intentó excusarse, notando como la sangre se le acumulaba en el rostro.

−Ahórratela, ¿quieres? – dijo el hombre en tono amenazador, mientras se dirigía a ella decidido. Kathe intentó retroceder, pero la pared le cortó el paso, quedando arrinconada entre ésta y el cuerpo del hombre. Se le veía claramente disgustado.

Katherine se asustó, agachándose instintivamente cuando el hombre alzó la mano hacia su cara. Temía que le pegara, ya que parecía descontrolado, pero él frenó su mano a escasos centímetros de ella, con gesto sorprendido. Sus facciones se relajaron un poco, y Katherine pudo sentir como los gruesos dedos de él, apartaban suavemente un mechón de su rostro. Se estremeció advirtiendo como unas manos tan potentes, podían ejercer una caricia tan leve como el aleteo de una mariposa.

Ambos se miraron fijamente. Katherine tenía muy presente la cercanía de Lucas, y cómo su cuerpo respondía a él. Su piel se mostraba sensible, expectante, demasiado consciente del roce que el camisón le producía, y de que solo esa fina tela se interponía entre el torso desnudo del hombre y su pecho. Tuvo que reprimir un leve gemido que luchaba por salir de su garganta. Tendría que estar asustada, y lo estaba, pero también se sentía ligeramente excitada, por mucho que le avergonzara aquello.

−No te voy hacer nada, pero estoy muy molesto porque prometiste no escapar – él flexionó un brazo, apoyándolo al lado de su cabeza.

Katherine se estremeció, en una mezcla de miedo y anhelo ante la cercanía de él. Por nada dejaría que la tocara, ella no era así, pero no podía dejar de pensar en ello. La expresión de Lucas era confusa. Kathe se aclaró la garganta, y dijo apenas en un susurro:

−Necesito saber el porqué estoy aquí- confesó lentamente, sin dejar de mirarlo.

−Es justo lo que quiero saber yo, pero si de verdad eres de donde dices, salir por el campo con mi caballo no va a resolver nada.

Lucas se apartó un poco de ella, cruzando los brazos sobre el pecho y adaptando una postura defensiva. Mientras la miraba con cierto aire de superioridad, como si no la creyera capaz de arreglárselas por sí misma. Podía ser una dama, pero su padre le había enseñado también a ser una luchadora. Y no pensaba quedarse de brazos cruzados mientras aquel cretino la juzgaba. Su irritación creció por segundos cuando él la repasó descaradamente de arriba a abajo de nuevo, y el ferviente deseo de tirarlo al suelo y golpearlo la inundó de nuevo.

−Prefiero estar en pleno campo que aquí contigo, sin que me creas y molestándome a cada momento- escupió con desagrado.

−Oh sí, y con un caballo robado- contestó con un deje burlón, mientras mantenía la pose de suficiencia.

−Te lo iba a devolver – Kathe levantó de nuevo la barbilla, indignada con que la acusara de ladrona. Ella solo pensaba cogerlo prestado, lo necesitaba para volver a casa.

−Sí y yo aún creo en Papá Noel. Sabes muy bien que podría llamar a la policía y acusarte por ser cómplice de secuestrar a mi hermana e intentar robar mi caballo.

La chica no pudo evitar que la barbilla le temblara levemente. Su padre no soportaría enterarse de que su hija había sido detenida, él la tenía en muy alta estima. El deseo de tenerlo allí con ella hizo que le brillaran un poco los ojos, pero consiguió controlar sus emociones.

−Debo de haber hecho algo muy malo para merecerme esto- replicó con amargura, clavando de nuevo su mirada en él.

Lucas no pareció muy afectado por aquello, no parecía sentir ni un ápice de compasión por ella. Pero tras observarla unos segundos, soltó un suspiro resignado.

−Mira, vamos a hacer algo si voy a darte una última prueba de fe. Si de verdad dices ser quien eres – en su tono se podía apreciar la incredulidad−, debe haber algún registro, alguna foto que pueda comprobar.

Se notaba hastiado, pero al menos Katherine había logrado abrir un resquicio de duda en su interior. Una débil llama de esperanza la iluminó, aunque no quería confiarse.

−¿De verdad me ayudarás? – preguntó aún con recelo, solo esperaba que no fuera un farol.

−Lo intentaré, iremos mañana a New York en mi auto. Será un viaje largo, pero si partimos temprano podremos llegar a la biblioteca pública de allí, si de verdad eres de 1895 debe de haber algún registro. Me dijiste que te llamabas Katherine Swift, si tú padre fue alguien importante de su época probablemente aparezca en algún documento.

Katherine se iluminó visiblemente, aunque aún se podía apreciar la duda en los ojos de él. Duda mezclada con algo más, que creía que era preocupación. No podía olvidar que su hermana había desaparecido, y seguramente se sentía angustiado. Ella lo estaría si fuese su hermana la que se encontraba en esa situación. Pero se sentía muy aliviada de que aquel hombre con pinta de tipo duro le echara una mano, y solo esperaba encontrar algún dato que verificara su historia. Estaba segura de que sería así, ya que su familia era popular entre la nobleza de New York. Pero lo que más le preocupaba era encontrar la forma de volver a casa, y si por el camino podía ayudar a Lucas, lo haría con gusto. 


FIN

LA OTRA CARA DEL RELATO "VAMPIRESA CENICIENTA" (desde la pespectiva de Dante) BY MELII


Esta es la parte del reto Las dos caras del mismo cuento, de nuestra compi Melii. La primera parte (desde la perspectiva de Emily) la hizo Memetin y podéis leerla aquí.

 VAMPIRESA CENICIENTA

—¡Maldita sea, viejo! ¡Me tendrías que haber preguntado al menos!


Los gritos del joven Dante Alighieri, se oían por todo el castillo, ocasionando de sirvientes y mucamas se escondieran en la cocina para no enfrentar con el joven año estando tan furioso como en ese momento.


—Más respeto con tu padre, jovencito. —le reprochó Stefano a su hijo, mientras miraba divertido la escena que éste armaba.


—¿¡Respeto!? —preguntó su hijo con sarcasmo— ¡Tú fuiste el que organizó un baile a mi nombre! Y lo peor de todo, para buscar una esposa…


Dijo Dante con los dientes fuertemente apretados para evitar decir, varias palabras que sin duda más tarde ese día, se lamentaría. Pero aun así, no podía dejar de sentir enojo a su padre, quien sin su consentimiento organizó un baile para buscarle una esposa, ¡A él, a Dante Alighieri! ¿Es que su padre no lo creía capaz?


Sin embargo, algo muy dentro de él, estaba ansioso. Y, aunque jamás lo admitiría, le emocionaba la idea de bailar con todas las jóvenes solteras de la ciudad. Pero dada su condición como híbrido también le daba un poco de nervios el estar presente en enfrente de toda una multitud de vampiros de sangre azul.


Dejó escapar un suspiro resignado mientras se pasaba una mano por el pelo, los vampiros sencillamente lo ponían de mal humor. Parpadeó un par de veces y centró su mirada color verde en los ojos de su padre y le dijo: —Me iré a tomar un poco de aire.


Y sin esperar el permiso de su padre, azotó con violencia la puerta del estudio y bajó los escalones de la Mansión Alighieri de dos en dos. Sus pasos resonaban por todo el pasillo, los sirvientes corrían detrás del joven amo para hacerle saber los más recientes chismes de la sociedad vampírica, pero éste sin embargo hacía oídos sordos a los comentarios de estos y salió por la puerta principal sin decir ni una sola palabra o hacer un gesto.


***


Dante no tiene un lugar en mente. Él simplemente va a donde sus pies lo quieren llevar, le gusta pensar que él es como el viento, libre y sin compromiso pero en cuanto llega a su hogar, él es obligado a transformarse en el horrible personaje de príncipe malvado aunque él no lo sea.


Nunca demostró su verdadera personalidad con su padre, tal vez por el carácter, por el miedo, por la posición en el Consejo, ¿Quién sabe? Solo hay una persona que lo conoce mejor que nadie. Emily.


Emily.


Repite otra vez en sus pensamientos, aquella joven híbrida que desde el primer momento en que la vio, se enamoró. No sabe con exactitud como se le ocurrió ese pensamiento, pero está seguro de que es acertado. Él piensa las posibles razones para que le guste tanto aquella joven, ¿Será porque ambos perdieron a su madre? ¿Por qué son híbridos? ¿Por las miradas de asco que reciben? ¿Por qué…? Sus pensamientos son cortados de repente cuando ve a la joven de sus pensamientos, recostada con un árbol.


Él sin pensarlo dos veces, decide asustarla un poco aunque sea solo por diversión. Dante trata de hacer el más silencio posible para que Emily no lo escuche porque sabe que ella tiene un oído por afinado, pero por desgracia en el momento en el que él se agacha detrás de un arbusto, una ráfaga de viento hace que se le alborote todo el pelo, trata de permanecer quieto como una estatua pero sin embargo Emily lo llama por su nombre para que se acerque a donde se encuentra ella.


Se para enfrente de ella sin saber que decirle, esta muy nervioso y las frases que piensa no tienen coherencia así que dice lo primero que se le viene a la mente.


—¡Hey! ¿Has tenido que ir a comprar algo? —Idiota pregunta considerando que tiene un montón de bolsas a sus pies, Dante. Se recrimina mentalmente.


Nada importante. —Contesta ella, evasiva como siempre. — ¿Por qué te ocultabas en los arbustos?


—¡Quería sorprenderte! —Exclamó de repente, dos segundos después se da cuenta de las palabras que acaban de salir de su boca pero no las retira porque ella comenzó a sonreírle. Ella se acerca hasta el cuerpo de él y extiende su mano para comenzar a sacar las hojas que se han quedado agarradas al pelo de él. Pero de lo que ella no se da cuenta, es de los latidos acelerados de él cada vez que ella lo toca, aunque sea muy suavemente.


—¿Qué tal va todo?


Es una pregunta un poco incómoda para él así que decide contestarle con una evasiva: 

Oh...Bien, nada del otro mundo. He oído que tu casa se ha levantado un tanto alborotada hoy. —Tal vez no sea un tema del que prefiera hablar, pero es suficiente como para que ella olvide la pregunta anterior.


Bueno, por lo visto la Corte va a dar un baile por un motivo que a mí no me concierne.


¿Qué? Pensó Dante asombrado, ¿Por qué Emily no va al baile? Y pensar que tenia planeado pasar el rato con ella pero evidentemente su padre le había leído sus pensamientos e invitó a todas las vampiresas pura sangre y no a un híbrido. Irónico.


¿¡Qué dices!?Exclamó, diciendo en voz alta sus pensamientos. Siento que te verías muy linda con un vestido del tipo siglo 17.


Sin embargo, esta frase hace enrojecer hasta las raíces de su pelo a Dante  mientras que Emily parece no notarlo y continúa con la conversación.


Pero Dante, yo nunca voy a querer involucrarme en una atmósfera tan fría y horrenda como esa. Si ya de por sí mi madrastra es fría...me pregunto cómo serán los demás que son peores que ella.


Comprendo como se siente ella, pensó Dante. Porque fue el mismo pensamiento que tuvo él en la primera reunión de Consejo, cuando su padre anunció cual era la “condición” es decir, cuando confesó que su hijo era un híbrido. Todavía, Dante, tiene pesadillas en la noche, no son monstruos los que lo atormenta, sino las miradas de puro odio y asco, que recibe por parte del Consejo mientras que él, teniendo solo 6 años, debe soportar.


Entiendo. Dice él.Me gustaría estar en un baile y que fuese contigo.


Al parecer esto sí hizo efecto en ella, porque Emily enrojeció violentamente y se dio la vuelta para marcharse rápidamente, ante esta acción Dante no pudo sonreír con satisfacción porque él sabia que algún día ella sería para él. Pero se sorprendió cuando ella, estando más lejos, miró sobre su hombro y hubo un amago de sonrisa en su cara.


***


—Señor, quédese quieto. —Decía una de las mucamas mientras intentaba tomarle la medida del chaleco para Dante.


—Lilian, ya te dije que cuando estemos solos me digas Dante no “Señor” —Criticó Dante. — Y además esto pica mucho.


Lilian, no pudo evitar sonreír al ver la cara que puso su joven amo cuando le dio la ropa para el baile de esta noche. —Discúlpeme Sr. Dante., mi intención no era ofenderlo.


Dante, ante la evidente colaboración de Lilian, dejó salir un bufido y puso sus ojos en blanco. Se acercó hasta su cama y se dejó caer de espaldas mientras la mucama comenzaba a ordenar su habitación. Él comenzó a pensar sobre la breve conversación que tuvo esa mañana con su padre.


Siempre se preguntó porque su padre le dio su apellido, o tal vez porque él admitió tener un hijo híbrido cuando era un respetado ciudadano de la sociedad vampírica, es decir, ¿Por qué lo hizo? Sin embargo, Dante estaba más que seguro que la respuesta a esa pregunta jamás la obtendría porque tendría que estar con su padre a solas y habría mucho alcohol y sangre de por medio. Jamás preguntaría, se decidió.


—Lilian ¿Cuánto falta para el comienzo del baile? —Preguntó Dante.


—Unos 10 minutos, joven. ¿Está ansioso?


¿Lo estoy? Pensó Dante. —Algo, supongo. Sobretodo por la realeza. —Él se sorprendió cuando aquellas palabras que estaba pensando las pronunció en voz alta y pensó que por favor la mucama no sospechara nada por la confesión.


— ¿Realeza? Pero joven amo, usted también es de la realeza. No hay porque preocuparse. —Lo calmaba Lilian, sin saber que aquellas palabras lo preocupaban más y más a Dante.


Entonces, cuando él le iba a responder, llaman a su puerta. La mucama le pregunta con la mirada a Dante si desea que abra la puerta, él asiente con la cabeza y se levanta de la cama para hacerle frente a la persona detrás de la puerta.


—¿Quién es? —pregunta autoritariamente.


—Tu padre.


Lilian, abre los ojos y le pregunta en un susurro: — ¿Quiere que me vaya, joven amo?


Dante, mira de la puerta a la amable mucama y se sorprende al pensar que no quiere que se vea afectada por la discusión con su padre. —Si, es lo mejor. —dice él.


Se acerca hasta la puerta, y la abre permitiéndole salir a la mucama, quien hace una reverencia ante su padre y dice: —Con su permiso. Majestad, príncipe. —Ella cierra la puerta y deja a Dante solo con su padre.


—Espero que te estés preparando, Dante.


—Si, lo estoy. —dice.


—¿Ansioso por conocer a tu futura esposa? —pregunta Stefano con sarcasmo.


—Algo. —responde vagamente.


—Sabes que solo irán vampiros de la realeza, ¿no?


—Si.


—Quiero que te comportes como un verdadero príncipe y no dejes que sus comentarios te afecten.


Dante mira a su padre sorprendido por aquella mínima muestra de afecto, él quiere decir algo pero su padre lo interrumpe moviendo su mano. —No, no. No dirás nada, hijo. —Él se da la vuelta pero antes de salir de la habitación, mira sobre su hombro y dice: —La seguridad en el baile será mínima así que es probable que haya “invitados” extras. —Dice con una sonrisa mientras cierra la puerta de la habitación.


Dante se extraña  al oír la ultima frase la oración, es probable que haya invitados extras. ¿Qué habrá querido decir con eso? En ese momento, comienza a sonar el reloj anunciando que ya es hora de ir al baile. Dante agarra su mejor ropa y comienza a cambiarse, lo que hace en tipo record.


Cierra la puerta de su habitación, y baja por las escaleras notando por primera vez, lo vacío que parece su casa. Llega hasta las puertas del salón y un híbrido del otro lado dice:


—Con ustedes, damas y caballeros, el príncipe Alighieri.


Al terminar la frase, dos vampiros, abren la puerta que ocultaba la presencia de Dante haciendo que la multitud de vampiros vea quien es realmente su “príncipe”. Hay algunos vampiros quienes comienzan a insultar al joven amo, por su condición como híbrido; otros están demasiado sorprendidos como para obtener una reacción y otros simplemente no les dan mucha importancia. Sin embargo en todo momento, Dante, nunca sacó su máscara de indiferencia hasta que se encontró con una cara familiar entre la multitud de vampiros.


Emily.


Ella mira hacia donde él se encuentra y camina esquivando a las personas de por medio mientras que él no puede evitar mirarla con extrañeza y piensa ¿Qué hace ella aquí? Emily se inclina hacia él para hacerse escuchar entre la música y las conversaciones del salón.


Me gustaría ir a un baile y que fuese contigo. —Dice.Sólo me tienes hasta las 12 de la noche, Dante...Y entonces, desapareceré de todos ellos. Pero, como en el cuento de la Cenicienta, el príncipe encuentra a Cenicienta.


Él simplemente sonríe ante la ocurrencia de Cenicienta en toda esta historia, y suavemente le aparta un mechón del pelo, la agarra de su muñeca izquierda y rodea la cintura de ella el otro brazo. Y para añadir un poco más de romance a esta escena, la banda comienza a tocar una melodía lenta y suave ideal para bailar un vals.


Entonces. —Dice él, siguiendo la broma.No te olvides del zapato.


—Por una extraña razón siempre supe que estaba enamorada, pero pensé que sólo bromeabas. —Dice ella, insegura. Mientras que él se reprocha no haber sido un poco más directo con sus intensiones. Pero él decide ahora, y la besa con ternura, como si se fuese a romper, y esta vez él cree que lo hizo bien.


—¿Ahora lo crees? —Le pregunta Dante.


—No, —Él siente que su corazón deja de latir hasta que ella continúa. — por eso, te confío esto. —le ofrece una postal antigua donde se puede apreciar una antigua parcela, que al parecer es imposible de llegar para los vampiros dado por los soleados días que siempre hay. Pero posible para un par de híbridos. —Éste es mi zapatito de cristal.


—Entonces, no tardaré en encontrarte. —dice él y la vuelve a besar.  —Mi Cenicienta...


Entonces, mientras suenan las campanas de las doce, una pareja de híbridos bailan lentamente entremedio de una multitud de vampiros, haciendo caso omiso a las conversaciones de su alrededor  porque después de todo, ellos están en su propio cuento de hadas.


FIN