Hola a tod@s!, aquí os dejo la última participación del reto: "Las Dos Caras De Un Mismo Cuento". Esta vez le tocaba el turno a nuestra compi Mircea, que tenía que escribir la otra cara del relato "Tormenta De Arena" desde la pespectiva de Héctor. La primera parte (desde la perspectiva de Jonás) la hizo Luz y podéis leerla aquí.
TORMENTA DE ARENA
Pensó que todo el odio cultivado durante los meses que duró su búsqueda sería suficiente para suprimir todo deje de sentimientos que pudiese albergar aun su pecho por aquel sujeto, pero se equivocó. Apenas hubieron cruzado miradas, todas sus decisiones parecieron flaquear por un instante al borde de la extinción. Tentando a su mente de ignorancia, hacer como si no le hubiera podido reconocer entre el mar de gente, pero no podía dejarse llevar por su estúpida debilidad, no podía continuar mintiéndose de ese modo; no luego de todo lo que el contrario había hecho. La decisión ya había sido tomada, le llevaría ante la corte costase lo que costara. Se encargaría personalmente de que Jonás pagara por sus pecados, y nada ni nadie cambiarían el destino que él le había impuesto.
Cuarenta y ocho horas habían transcurrido desde que sin esperarlo dio con él en medio de una caravana gitana, forma curiosa para un reencuentro tan poco grato; y cuarenta y siete desde que comenzaron su caminata final por el desierto abrasador sin detenerse un segundo, pero, juzgando las apariencias del grupo, las fuerzas del comenzaban a escasear, debían detenerse a descansar o sino morirán ante la fatiga, aunque su instinto clamaba sin razón por continuar avanzando. Bajó del caballo mientras limpiaba con el dorso de su camisa el sudor que se agolpaba en su frente, oteando a lo lejos los restos de lo que parecía ser un árbol, y decidió que sería el sitio ideal para pasar la noche.
—Bien, nos detendremos un momento —pronunció, mientras despojaba a su cuadrúpedo compañero de las amarras del menor—, y ni se te ocurra intentar realizar algo estúpido, últimamente no poseo mucha paciencia —acotó, aun sabiendo que con suerte aquel sujeto tenía la energía suficiente para mantenerse despierto. Le observó silente un par de segundos, deteniéndose en la delgadez de sus facciones, en la opaques de sus ojos que antaño gozaban de vida, y una extraña sensación de malestar golpeó su estomago al pensar en la clase de vida que tuvo que llevar el contrario los últimos meses para poder sobrevivir. La vida de un fugitivo, se obligó a pensar. Pues eso es lo que ahora era, debía tratarlo como el criminal que es, y no como quien alguna vez llamó hermano.
Cuán fácil puede cambiar la vida de un hombre ante el más mínimo error cometido.
Pasó uno de sus brazos por debajo de su cintura, alzando su cuerpo inerte hasta apoyarlo sobre uno de sus hombros, cual si de un mero saco de papas se tratase, para depositarlo al costado del tronco antes visto. Le amarró con destreza tal que tuviera el espacio suficiente para descansar, pero que no pudiese soltarse de ellas y escapar. Después rebuscó entre uno de sus bolsos la cantimplora y bebió de ella como si fuera la primera vez que lo hacía, sin dejar siquiera que la más mísera gota se escapase de entre sus labios, posteriormente vertió un poco del líquido sobre un recipiente pequeño para dar de beber a Jaffar, como nombraba a su caballo, y luego con el mismo frasco dio al menor el agua sobrante contaminado ya por los fluidos del animal.
—Agradece que al menos te daré un sorbo, no debería malgastar algo tan preciado como esto en un ser como tú, Jonás —musitó enajenado contra su rostro, en tanto depositaba el recipiente a un costado de su cuerpo, a una distancia en la cual si deseaba tanto beber tendría que esforzarse bastante para hacerlo. Después le dio la espalda, aún quedaba mucho trabajo por hacer antes de que el sol se ocultase y el álgido aliento nocturno comenzase a hacer mella sobre sus anatomías exhaustas, prefería mantener su cabeza ocupada en labores para que las horas pasasen rápido sin dar tiempo a más pensamientos sin son.
Respiró profusamente al sentarse frente a la fogata al fin terminada, intentando dar un poco de calor a sus extremidades entumecidas por el frío. El inmenso lienzo nocturno estaba pespunteado por estrellas que brillaban sin obstáculos en lo alto, observándoles en silencio. Sonrió ante la idea de ser constantemente vigilados por el cielo, y miró de soslayo a su prisionero, el cual se hallaba a unos cuantos metros más allá del fuego, dormía, o al menos lo intentaba. Notó un temblor que recorría por completo su cuerpo, y aún a la distancia que se hallaba de él, pudo escuchar sin problema el entrechocar de sus dientes producto del frío. Suspiró, en tanto tomaba una de las pieles que llevaba consigo para arroparse por las noches, hoy no la necesitaría. Se acercó a paso lento, procurando realizar el menor ruido posible puesto que no deseaba dar explicaciones de sus actos, y apenas le hubo abrigado el sonido se esfumó.
—¿Porqué las cosas tuvieron que tomar este rumbo... porqué...? —murmuró, más como si estuviera preguntándose a sí mismo que al ajeno. Se quedó de pie allí, sin intentar tocarle, sin intentar moverse, simplemente observándole mudo, como si fuera una estrella más en el cielo destinado a contemplar.
La razón que los llevó a esa situación comenzaba a perder consistencia dentro de su mente, volteó nuevamente hacia la fogata, lo mejor sería descansar, necesitaría recobrar fuerzas para la mañana que se avecinaba.
Debido a su empleo acostumbraba a desaparecer meses completos de la ciudad, nunca le había significado un problema dejar a su madre y su hermano menor solos, no hasta ese fatídico día. Aquella vez su misión había sufrido imprevistos, haciendo que su retorno se aplazase unas cuantas horas, las mismas que bastaron para que todo diese un vuelco indeseado. La imagen que le esperaba en su hogar fue tal que aún con la experiencia que poseía en aquel campo, tuvo que voltear la vista hacia otro punto para no devolver todo lo que había ingerido en la mañana. Pero esos segundos bastaron para que la imagen que grabara por siempre en su memoria; su madre, o lo que quedaba de ella, yacía boca arriba, desnuda sobre su propia cama, sus ojos desmesuradamente abiertos permanecían fijos en el techo, ya no observaban más. A decir verdad, jamás se le cruzó por su mente que Jonás pudiese ser capaz de un acto tan atroz como aquel, no hasta que escucho el testimonio de su tío, el único testigo y sobreviviente del caso. Un relato tan irreal que le tomó tiempo reconocer que fuese su propio hermano el protagonista de esos hechos, el chico que se aferraba a su espalda cuando los demás se burlaban de él, aquel que le admiraba en silencio, deseando ser como él cuando creciera. Y tan absorto estaba ante la noticia que no notó la sonrisa cargada de sorna que apareció en los labios del mayor al terminar su pautada historia.
De pronto sentía que se ahogaba, el oxigeno comenzaba a escasear en sus pulmones, e intentó abrir los ojos pero la presión del aire le entorpecía el movimiento, todo empezaba a llenarse de arena en grandes cantidades, una tormenta. Detrás de todo el ruido producido por el viento, logró distinguir el relinche de su caballo, se levantó tan rápido como pudo y avanzó en dirección hacia el sonido, pero la fuerza de la corriente era tal que no le permitía permanecer en pie, fue ahí cuando le escuchó.
—¡Héctor! ¡Ven! ¡Agárrate a mí antes de que la tormenta te arrastre!
Apenas lograba distinguir su voz tras el bramido de la arena danzante.
—¡El caballo…! —gritó, aunque comprendía que en un momento como aquel, lamentablemente no podía arriesgar más por su compañero— Espero me perdones Jaffar —murmuró observando a lo lejos como la marea granulada engullía a quien fuese su más fiel amigo. Al parecer el destino estaba empecinado en arrebatarle todo cuanto quería en este mundo.
—¡Deja al maldito caballo y agárrate a mí!
Como pudo avanzó hacia el menor casi arrastrándose por la arena, o tal vez la arena lo arrastraba a él, y casi por milagro dio con la pierna ajena, aferrándose fuertemente cual naufrago a la orilla, hasta que cayó sumido en la inconsciencia.
Un millar de diminutos martillos batían dolorosas disonancias sobre yunques en su cabeza, todo parecía dar vueltas, y el silencio era agobiante a su alrededor. Intentaba abrir los ojos lentamente, el ardor era casi insoportable, y fue allí cuando cayó en cuenta de que unas curiosas manos recorrían su humanidad en busca del objeto que imaginaba. Y pensar que había comenzado a retractarse de sus acciones.
No le dio tiempo de reacción y golpeó con toda la fuerza que pudo acumular contra su mentón, haciendo que éste se cayera de encima suyo, e intentó golpearle en la boca del estomago con su pie, pero aún el sopor en que se hallaba sumido su cuerpo era demasiado y sus movimientos eran lentos e imprecisos, le esquivaba con facilidad. Permanecieron allí, luchando sobre la arena como dos bestias intentando sobrevivir, hasta que Héctor pudo vislumbrar en las orbes cargadas de ira y confusión de Jonás, su propio reflejo, aquel sujeto que se reflejaba no era él, aquella situación era estúpida, una batalla que había perdido el sentido desde hace mucho. Dejó caer ambos brazos a los costados de su cuerpo, y cerró los ojos esperando el golpe final, que nunca llegó.
—¡Yo no maté a madre! ¿Me oyes? Yo… no la maté.
Las palabras brotaron atropelladas de entre los labios de Jonás, desbordantes de temor e ira, de fuertes sentimientos que ahogaban su pecho.
—Pero si tú no me crees, ya todo me es igual. Haz justicia aquí tú mismo, y mátame.
Se levantó con dificultad luego de escucharle en silencio, acercándose lentamente hacia el menor hasta apoyar su diestra sobre uno de los hombros de su hermano.
La decisión simplemente ya estaba tomada.
FIN
Ambas esperamos que os haya gustado, saludos!
1 comentarios :
Espectacular esta versión de la historia desde el punto de vista de Héctor!!!
Y es que yo lo había puesto demasiado duro, y en el fondo tiene también su corazoncito, jejeje!!!
Enhorabuena Mircea, escribes muy muy bien, y sé que no lo tenías fácil, pues mi parte del trabajo había quedado demasiado hermética. Pero has sabido darle su puntito.
Besos!!
Publicar un comentario