jueves, 16 de febrero de 2012

176. LORENA LOUZAN

Hola de nuevo a tod@s!, aquí estoy una vez más presentándoros con mucho orgullo a la nueva socia del club. Ella es:

Lorena Louzán

LORENA LOUZAN

Y esta es la dirección de su blog:


Deciros que, de todas sus obras, la más destacada es "La Dama Negra" (editada en Enero del 2011):


(Ilustrador: Gersom Espinosa Teruel)

He aquí la sinopsis del libro:

Reinventarse tras un divorcio conflictivo es difícil, y más si has de dejar atrás una gran estela de violencia y cicatrices. Pero Emma Alvarado consigue seguir adelante y volver a sentirse viva, mujer, en los brazos de otro hombre: un renombrado fotógrafo de piel negra, hecho que conseguirá atraer de nuevo la atención de su expareja sobre ella, desatando una obsesión enfermiza sobre su entorno más próximo, golpeándola donde jamás sospecharía ser dañada. Y ¿qué puedes llegar a sentir cuando descubres que tu marido es un asesino?
Emma se verá empujada por este hecho a un destino incierto, desde las costas de Galicia hasta las selvas más profundas e inhóspitas de Colombia, buscando al hombre que consiguió arrebatárselo todo.

Una conmovedora historia de amor y odio que nos demuestra con claridad terrible los entresijos de la mentalidad humana, y todo aquello de lo que es capaz el hombre…y la mujer.

Y el link de la editorial:


Aquí os dejo la página del Facebook de la misma:


Y ésta es su página de Tuenti:


Información de interés: Deciros que conseguir la ambientación en la actual Colombia de las guerrillas le costó casi 2 años. La autora mezclo una temática tan potente como es el terrorismo machista español (en el 2003 muerieron tantas mujeres a manos de sus parejas que la novela nació desde ahí casi como una necesidad), y la situación política y social en Colombia, puesto que Alejandro, el ex marido de la protagonista, es uno de los cabecillas de uno de los cárteles más poderosos del país. Galicia y Colombia están hermanadas en el relato, y aparte del propio nudo, al parecer llama mucho la atención el final, que es su homenaje particular a la obra de Antonio Buero Vallejo "La Fundación", lectura obligatoria en el colegio pero que le impactó muchísimo.

También añadir que fue semifinalista del Premio Internacional de Novela "La Ciudad y Los Perros" auspiciado por el Instituto Cultural Iberoamericano Mario Vargas Llosa o ICIMIVALL, con sede en Madrid y Lima en 2005, con su novela titulada "El Ángel Caído". Esta novela no está editada en España todavía, pero tal vez es muy posible que pronto se anime a publicarla.

Ahora os dejo el primer capítulo de "La Dama Negra", para abrír boca, jejeje:

PRIMER CAPÍTULO

A la mujer le dijo:
“Multiplicaré los trabajos de tus preñeces.
Parirás con dolor a tus hijos
y buscarás con ardor a tu marido,
que te dominará”.
Génesis 3, 16.
Pasaje favorito de Alejandro.


Vida por vida, ojo por ojo,
diente por diente, mano por mano,
pie por pie, quemadura por quemadura,
herida por herida, cardenal por cardenal.
Éxodo 21, 23.
Pasaje favorito de Emma.


12 de agosto. Caldas de Reis (Pontevedra).


   Pipipipi. Emma se mira el brazalete con aprensión. Pipipipi. Gira la cabeza, los cabellos castaños bailando alocados en todos los sentidos, la mirada atenta a cada persona, a cada rincón cercano. Pipipipi. Está cerca, ¡maldita sea! Duda unos instantes, el tabique levemente torcido de la nariz reflejándose en el retrovisor. Pipipipi. Se frota la frente con una mano temblorosa y abre la puerta del coche. Sus altos tacones negros golpean con firmeza el asfalto, sus largas piernas echan a correr hacia el portal del edificio. Pipipipi. “No me cogerás, esta vez no”, piensa mientras hace girar la llave. En el último instante se vuelve y oprimiendo un botón del mando cierra el coche. Las luces parpadean. Pipipipi. Aprieta los dientes, temerosa y enfurecida a la vez mientras empuja con violencia la puerta y golpea con insistencia el botón del ascensor. “Pero no. No. ¿Qué te han enseñado en las clases de defensa personal? El ascensor no. Es una caja con una única salida”. Pipipipi. Las escaleras. Emma dispara una mirada desalentada hacia el portal de cristales ahumados con hierro verde y dorado. Tironea de una puerta lateral y comienza a subir las escaleras de dos en dos, sujeta la mano a la barandilla de madera, atentos los pies a no resbalar sobre la piedra. Pipipipi. Todavía está a menos de quinientos metros, pero ¿dónde? Emma alza los ojos dorados hacia el letrero. Cuarto piso. Abre la puerta y corre hacia su casa, las manos rebuscando frenéticas en el bolso de cuero negro. Pipipipi. Mira de reojo el brazalete, si sigue sonando así sin duda se volverá loca. Gira la llave y entra dando un portazo, mira a su alrededor, las persianas bajadas, las luces apagadas. Corre todos los cerrojos. Arroja su maletín de trabajo sobre el banco de diseño que está justo al lado del perchero, al que va a parar el abrigo de cualquier manera. Pipipipi. Emma se mesa los cabellos y pega un grito desquiciado. Está harta de ese sonido. Se dirige hacia el pasillo y descuelga el teléfono. 091. Sus dedos resbalan sobre las teclas, una maldición resuena en el silencio del amplio piso.
    -Policía, dígame. –Una voz de mujer que parece mascar chicle la saluda.
    Emma se para ante la puerta principal y balbucea, la mirada fija en el pestillo.
    -Con el inspector Carballeda. Soy Emma Alvarado.
    -Un momento.
    Suena una musiquita irritante y descorazonadora.
    -¿Señora Alvarado?
    La voz del hombre denota intranquilidad. Emma acerca su brazalete al auricular. Pipipipi. No es necesario que diga más.
    -¿Dónde está?
    -En casa.
    -Cierre todo con llave.
    -Ya lo he hecho.
    -¿Cuándo ha empezado a sonar?
    Emma mira el reloj en su otra mano.
    -Hará unos diez minutos.
    -No se mueva, una patrulla se dirige hacia ahí. –Rumor de órdenes, teléfonos sonando y faxes en marcha.
    Emma sigue mirando la puerta.
    -¿Le detendrán, no es cierto?
    -Por supuesto. Incumplir una orden de alejamiento está penado por la ley.
    Pipipipi.
    -¿Cuánto tardarán en llegar?
    - Quince minutos.
    Emma suspira. El espejo de su izquierda le devuelve la imagen de su nariz ligeramente torcida. A él le sobrará el tiempo para volver a partírsela.
    -¡Que sean cinco! –dice secamente.
    El rumor de órdenes aumenta y el inspector cuelga el teléfono. Pipipipi. Emma arrastra hacia ella una silla con el pie y se golpea los labios con los dedos. El atractivo traje de falda y chaqueta de Armani se arruga. ¡Con la de meses que ha tenido que ahorrar para pagárselo! El continuo pitido de su brazalete la enerva, saber que está cerca pero ignorar el lugar exacto la llena de temor.
    Pipipipi. Y un sonido seco en el pasillo. La espalda de Emma se tensa como un arco dispuesto a quebrarse. Conteniendo la respiración se dirige, descalza, hacia su habitación. Con rapidez y sigilo abre un cajón de la cómoda y extrae un objeto envuelto en seda negra. Pipipipi. Vuelve al recibidor, se sienta en la silla y quita el seguro a la pistola.
Han pasado cinco minutos. Emma se desespera. El pitido sigue atronando la penumbra de su casa. La policía no llega. Sus largos y lisos cabellos están revueltos y desordenados. Emma se mira en el espejo. Tiene los ojos entrecerrados, la mandíbula prieta y los labios fruncidos. Está tan rígida que teme el momento de ponerse en pie. “Tal vez me parta por la mitad”. Pipipipi. Y de nuevo el sonido hueco en el pasillo del exterior, justo ante su puerta. Emma exhala el aire muy lentamente y suspende el dedo sobre el gatillo. “Atrévete a entrar, hijo de puta” sisea en su interior. Hilillos de sudor resbalan por su espalda y empapan su nuca, humedeciendo sus cabellos. Sudor frío y constante.
    El estridente sonido del teléfono la toma por sorpresa. El corazón se le acelera. Emma casi sospecha que en breve comenzará a adormecérsele el brazo izquierdo y le dará un ataque. Se seca el sudor del labio superior con la manga del Armani y se levanta para descolgar el aparato. Pipipipi. Se detiene a tiempo para no estampar el brazalete contra el suelo en un arrebato. Respira hondo e intenta serenarse. Apoya la pistola a su lado, sobre la mesa. De refilón aún puede ver la puerta principal.
   -Dígame.
    Le responde el silencio. Emma frunce el entrecejo.
    -¿Hola?
    -Hola.
    Una mano de hierro le estruja el corazón. Emma se aferra al borde de la mesa para no darse de bruces contra el suelo. Inconfundible su acento argentino.
Pipipipi
.
    -¿Qué quieres? –pregunta con voz ahogada. Sus ojos dorados parecen querer taladrar la puerta principal. Coge la pistola con la mano izquierda. Sabe que podrá disparar de todos modos puesto que es ambidextra.
    -Vamos, paloma, ¿tienes que ser siempre tan arisca conmigo?
    -¿Dónde estás Alejandro?
    Pipipipi.
    -Cerca. ¿Es que no llevas el brazalete?
    Emma aprieta el auricular con las manos hasta hacerlo crujir. Pipipipi.
    -¿Cómo de cerca?
    Alejandro parece reír quedamente.
    -Muy cerca –susurra–. Pero eso no importa ahora.
    Emma aguza el oído. Ahora está casi segura de que hay alguien en el pasillo.
    -¿Qué quieres? –repite arrastrando las palabras, presa de la rabia.
    -Hoy hace un día espléndido, ¿no te parece?
    Emma coge aire rápidamente, al borde del llanto. Pipipipi.
    -La policía está de camino –le advierte.
    -Lo sé, pero no te preocupes, nunca me cogerán.
    -¡Cerdo mal nacido...! –Piensa–. Maldita sea...
    -Eh, no blasfemes –la reconviene él–. ¿Quieres saber una cosa?
    -¿Qué? –Emma está cansada de sus juegos.
    -Acabo de matar a tus hijos.


    Todo ocurre como a cámara lenta. Emma sabe adónde se dirige su coche, pero no le importa que el pedal del acelerador esté arañando la alfombrilla, ni que la carretera vuele bajo ella hasta casi no poder verla. Recuerda haber dejado caer el teléfono al suelo. Las pilas, un montón de alambres y cables desparramados por el suelo. Aún lleva la pistola sujeta en la falda, siente su dura rigidez contra su espalda. Cuando abrió la puerta no vio a nadie. Alejandro no estaba. Y aunque hubiese estado no le habría importado. Le habría pegado un tiro y hubiese seguido corriendo escaleras abajo.
    El brazalete ya no suena. Normal, la aguja del cuentakilómetros cada vez está más inclinada hacia la derecha. 140. 160. “Te matarás antes de llegar”. Se muerde los labios y sacude la cabeza. “No importa”. Los nudillos blancos sobre el volante.
    -¡No es verdad! –grita.
    El coche adelanta sin señalizar y gira chirriando las ruedas en una curva cerrada. Los bocinazos de los demás conductores sólo la instigan a pisar más el pedal. Va al colegio. Va a buscar a sus hijos.
    Una opresión en el pecho le impide respirar con normalidad. Metiendo las marchas a golpes, el coche cabeceando, enfila la calle rodeada de árboles sin importarle que los peatones se queden mirándola como si hubiesen visto una aparición.
    -No es verdad.
    La silla de la niña amenaza con soltarse ante cada uno de los botes que pega el coche. Emma alza los ojos hasta el retrovisor y la mira. Cuántas veces no habrá sentado a Patricia ahí. Recuerda que siempre pega unos gritos descomunales cuando le ciñe el cinturón. Luego basta que le meta el chupete para que se calme. A los dos kilómetros ya está dormida.
Emma pega un sonoro puñetazo de ansiedad sobre la guantera, inclinándose en otra curva como si al moverse ella el Chrysler fuese a seguir su misma dirección. La tapa se abre con estruendo y un montón de papeles riega la alfombrilla y el asiento del copiloto. Emma maldice por lo bajo. Algo sólido y pesado cae tras los papeles. Emma solloza. Es un soldado de Miguel que ella le ha requisado porque juega a metérselo por las orejas a su hermano pequeño. “Serás terrorista...” le dice ella siempre mientras le besa la oreja a Gabriel, que lo mira con el agua bailando en los ojos.
    He matado a tus hijos. Emma nota que se le nubla la mirada. “¿A mis tres ángeles? No, imposible. Eso no es verdad. No puede ser verdad. Al fin y al cabo, también son sus hijos”.
Se salta un semáforo en rojo a la torera, un Toyota verde tuerce hacia la acera para no llevársela por delante. El rosario de cuentas azules y doradas que lleva colgado del retrovisor se encabrita y el Cristo acaba estrellándose contra el parabrisas. Emma se niega a mirar el símbolo de su fe hecho pedazos. Se limpia una esquiva lágrima con violencia. Ya casi está. El corazón empieza a latirle más rápidamente. Emma sabe que sufre taquicardia. Dobla de nuevo una esquina y la sangre de sus venas se resquebraja. Dentro del recinto escolar hay dos ambulancias. Varios hombres vestidos de negro ante la guardería. Y un... ¿coche fúnebre? Frena de tal forma que sus ruedas echan humo y un olor a chamusquina inunda el ambiente. Apenas recuerda subir el freno de mano, abre la puerta casi de una patada y echa a correr.
    Se mete entre la gente que murmura incrédula y espantada alrededor de los sanitarios. Sus codos golpean la carne de los curiosos y a fuerza de empujones consigue colarse bajo la cinta policial. Se dirige hacia el lugar en el que hay algo tendido en el duro suelo. Se le escapa un grito gutural que atrae la atención de varias mujeres. Son tres. Tres mantas térmicas con su habitual color dorado. Y unos zapatitos asomando bajo ellas. ¡No es verdad! Emma nota el amargor de la bilis subiéndosele a la boca. Aparta sin miramientos al director, un anciano gordinflón que solloza desesperado y al profesor de uno de sus hijos. El hombre reacciona al verla y quiere apartarla, pero Emma se abalanza sobre las mantas mientras a su izquierda el forense anota en voz alta:
    -El primer muerto, Miguel Dumas Alvarado, de seis años; el segundo, Gabriel Dumas Alvarado, de cuatro años, y la tercera, Patricia Dumas Alvarado, de dos años... ¡Santo Dios, qué atrocidad!


   Un año después.

    Sus manos vuelan ágiles sobre las flores. Usa el cuchillo para cortarlas y dejarlas todas a la misma altura. Una ráfaga de viento las remueve y alza hasta ella el aroma embriagador de las rosas blancas y amarillas. Las ha rodeado de hojas de ciprés y nubes de margaritas. Son tres hermosos centros de flores que ahora empieza a rodear de cirios rojos. Los enciende y la tenue luz de las velas ilumina las tres lápidas. Le gusta cómo han decorado los nichos. Jamás se cansa de dar las gracias a Ángel puesto que fue él quien se encargó de todo cuando ella estaba... se mira las muñecas y los profundos cortes cicatrizados... indispuesta. Transida, frenética, descorazonada. Y le gusta el lugar, hundido en medio de un bosque, semeja estar separado del mundo.
    Hay grandes camelias en flor, cipreses, césped, azaleas de todos los colores, un altar de piedra para celebrar funerales al aire libre y varias fuentes que dejan oír el manar de su agua cantarina. Y siempre se encuentra con alguna anciana que viene a traer flores a un antiguo amigo, amante o conocido. Acaricia con las yemas de los dedos las tres fotos. Primero la de Miguel, con su sonrisa de terrorista. Un nostálgico gesto transforma su semblante. En segundo lugar la de Gabriel con su mirada infantil y adorable, el niño más dulce del mundo. Y Patricia. Su Patri. Con su fino cabello corto, tan rubio que más bien era blanco. Se le escapa un sollozo ahogado. Aparta la mano de la fría losa antes de que una silenciosa lágrima logre burlar la celda de sus ojos.
    El sol comienza a colorearse de un naranja oscuro. Cada vez hace más frío. Emma mira el reloj, lleva en el cementerio toda la tarde. En un par de horas anochecerá. Se sienta sobre un pequeño escalón de mármol, la espalda apoyada contra la puerta negra y dorada. Abre un pequeño libro por el segundo capítulo y comienza a leer. Es un cuento infantil que su madre escribió años atrás en un arrebato literario. Cuando Emma anunció que esperaba su primer hijo, Sara se lo regaló.
    -En los cuentos infantiles siempre hay una nota discorde de crueldad y dolor –solía decirle–. Si son Hanzel y Gretel, la brutalidad de unos padres que prefieren abandonar a sus hijos antes de luchar por ellos; si Caperucita, el temible lobo come-abuelas al que hay que asesinar; la Cenicienta, una bestia de madrastra maltratadora con tendencias psicópatas; la Vendedora de fósforos que muere congelada en la más solitaria pobreza; Barbazul y su pútrida celda repleta de cadáveres de antiguas mujeres... Emma, enséñales a tus hijos a preservar su inocencia. Ya llegará el día en que tengan que llorar.
    Emma ha dejado de leer. Se ha quedado muy quieta, pensando en las palabras de su madre y mirando el césped sin verlo. La última frase la ha hecho temblar. Ya llegará el día en que tengan que llorar. Se pregunta si cuando Alejandro les descerrajó un tiro a cada uno en el pecho, reventándoles la caja torácica, sintieron dolor. O si sospecharon, al menos el mayor, qué era lo que pensaba hacer el loco de su padre alzando el arma ante sus ojos. La sola idea la obliga a doblarse sobre sí misma para arrojar al suelo, entre gemidos y sollozos, el contenido de su estómago. Hijo de puta. Un año en búsqueda y captura sin resultados.
    -Hijo de puta –murmura mientras se limpia la boca con el dorso de la mano.
    Un leve movimiento a su izquierda atrae su atención. Cuando gira el rostro lo primero que ve es un pañuelo blanco. Lo coge y se limpia los mocos y las lágrimas.
    -Gracias.
    Ángel se deja caer a su lado, las largas trenzas negras rozando sus hombros.
    -¿Mejor? –pregunta.
    Emma lo mira. Lleva unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca. Unas atractivas gafas de sol velando sus ojos negros.
    -Sí, claro. Ya está. Ya ha pasado.
    Respira hondo y busca su mano. De repente se descubre nuevamente al borde del llanto. Aprieta la robusta mano negra.
    -Gracias –repite.
    Él la mira.
    -¿Por qué?
    -Por estar siempre ahí. Por este año. Por levantarme cada vez que me he caído.
    Ángel asiente mientras mira las fotos de los niños.
    -No tienes por qué agradecerme nada –dice–, yo también los quería.
    Emma enmudece. No quiere recordar los alegres momentos en que salían los cinco a merendar al campo. Ángel había sustituido a Alejandro como padre. Y los niños lo habían adorado ciegamente. Se quedan pues, en silencio, contemplando la puesta de sol.
    Un ronroneo entre la hierba despierta la curiosidad de Emma. Sus ojos se fijan en una mantis religiosa. Inclina levemente el rostro para verla mejor, despacito para no asustarla. Se mueve de forma acompasada. Emma se percata de que son dos. “Deben estar apareándose” piensa. La espigada pareja se separa. Emma se maravilla una vez más ante el espectáculo, algo siempre increíble. La hembra ejecuta una extraña cabriola y se arroja sobre el macho, arrancándole de cuajo la cabeza. Atónita, Emma contempla el cadáver mutilado. Se había olvidado de ese detalle crucial, y es que al terminar el rito de apareamiento, el macho es sacrificado.
    El libro se le resbala de la falda. Emma lo mira como si jamás lo hubiese visto antes. Alza el rostro siempre triste y algo más avejentado hacia los tres nichos. Miguel. Gabriel. Patricia. El macho es sacrificado. Alejandro... Una torva sonrisa tuerce sus facciones.
    Emma ya sabe lo que tiene que hacer.

    Cae una lluvia fina y armoniosa sobre el enorme roble de lustrosas hojas verdes que hay en el patio trasero. Nubes grises empañan el cielo y una atmósfera fría la rodea. Sus faldas negras danzan alrededor de sus largas piernas, acariciando la anciana piedra del recinto. No lleva tacones, pero sus pasos se escuchan nítidos sobre la mullida alfombra roja que atraviesa el santo lugar.
    -Ave María Purísima...
    -Sin pecado concebida.
    Se arrodilla sumisa ante el confesionario. Un carraspeo de pulmón podrido por el tabaco quiebra el silencio de la Iglesia de San Lorenzo de Nogueira. Nació en aquel lugar y conoce desde siempre al anciano que se oculta tras la madera agujereada.
    -Habla, hija mía.
    Un suspiro resignado y los ojos dorados que recorren la estancia tras el velo negro, desde las enormes lámparas colgantes hasta las chisporroteantes velas que iluminan el corazón malherido de la Virgen de Los Dolores. Aparta la mirada de la burda representación porque sabe que sus intenciones son sacrílegas. La figura llora inclinada hacia delante como si estuviese viendo a su hijo derribado, un puñal clavado en su corazón. Se estremece. Eso es exactamente. Un puñal atravesado en el pecho, una espina clavada.
    -Padre, perdóneme, porque voy a pecar...

10 comentarios :

La Voz de Astarielle dijo...

Bienvenida cielooooo!!! Spero verte mxo x aki^^. Muakssss

Anna Soler dijo...

HOla!!
Bienvenida al club.

Besos

Jud Baltimore dijo...

Guapa.... aquí tienes ya el concurso; espero que te apuntes
http://eldivandejud.blogspot.com/2012/02/super-mega-concurso-internacional.html

Sarah Degel dijo...

¡Bienvenida! Yo me uní hace poquito también. Muchos saludos.

VectorFree dijo...

¡Bienvenida al club! La novela suena muy interesante. Felicidades

Иαττ ‏ dijo...

Bienvenida :D

Alison MacGregor dijo...

Bienvenida ! :) La novela parece que me engancha ^^ Cuando tenga tiempo la leo sin demora ^^
Ahora mismo me paso por tu blog.
Un beso, preciosa !

Leila dijo...

Bienvenida

Anónimo dijo...

¡Hola a todas!
Muchísimas gracias por la calurosa bienvenida que me habéis brindado. De veras que es un placer haber encontrado un lugar lleno de literatura y compañerismo donde leer nuevas historias y que haya quien lea las mías. Os deseo todo el éxito del mundo y muchos lectores. Un abrazo y... ¡nos leemos!
Lorena Louzán.

Lorena Louzán dijo...

¡Hola a todas!
Muchísimas gracias por la calurosa bienvenida que me habéis brindado. De veras que es un placer haber encontrado un lugar lleno de literatura y compañerismo donde leer nuevas historias y que haya quien lea las mías. Os deseo todo el éxito del mundo y muchos lectores. Un abrazo y... ¡nos leemos!