Esta es la parte del reto Las dos caras del mismo cuento, de nuestra compi MariJose. La primera parte (desde la perspectiva de Lucrecia) la hizo Paty C. Marín y podéis leerla aquí.
La casa del placer: Erik
- ¿Tengo que ser yo? – cuestionó Erik.
Toda su atención se centraba en la joven tras las vaporosas cortinas. Una fina mujer que frotaba sus manos en un gesto nervioso y mantenía su rostro oculto con la ayuda de una capucha. Ella no estaba acostumbrada a los placeres que se vendían en este local, aun cuando hubiera venido a buscarlos.
- Para eso te he mandado llamar. Eres el hombre perfecto para ella...
- ¿Cómo estás tan segura? – interrumpió a Lucrecia.
Su naturaleza guerrera no admitía su nuevo estado de esclavitud por el que se había visto vendido a La casa del placer de Lucrecia. Sabía que ella le estaba poniendo a prueba con esa joven, probando sus artes amatorias en las que ella misma lo había instruido para convertirlo en otro más de sus esclavos. Ella había pagado por él, y esperaba que la inversión le reportara beneficios, pero aunque encontraba algo de satisfacción en las tareas que Lucrecia le otorgaba, la lucha en su interior no había terminado.
- Lo estoy - aseguró. - Claudia es sumisa, aunque todavía no lo sabe; es una mujer que necesita un hombre y por eso ha venido a nuestra casa a pedir mi ayuda. De entre todos mis muchachos, tú eres el que mejor va a tratarla.
- ¿Y cómo estás tan segura? - insistió Erik.
- Para eso te he mandado llamar. Eres el hombre perfecto para ella...
- ¿Cómo estás tan segura? – interrumpió a Lucrecia.
Su naturaleza guerrera no admitía su nuevo estado de esclavitud por el que se había visto vendido a La casa del placer de Lucrecia. Sabía que ella le estaba poniendo a prueba con esa joven, probando sus artes amatorias en las que ella misma lo había instruido para convertirlo en otro más de sus esclavos. Ella había pagado por él, y esperaba que la inversión le reportara beneficios, pero aunque encontraba algo de satisfacción en las tareas que Lucrecia le otorgaba, la lucha en su interior no había terminado.
- Lo estoy - aseguró. - Claudia es sumisa, aunque todavía no lo sabe; es una mujer que necesita un hombre y por eso ha venido a nuestra casa a pedir mi ayuda. De entre todos mis muchachos, tú eres el que mejor va a tratarla.
- ¿Y cómo estás tan segura? - insistió Erik.
Él no creía que un hombre que había crecido entre batallas pudiera ser el que mejor tratara a una joven como ella. Estaba claro que se trataba de una chica noble y seguramente esperara ser tratada dulcemente. Es más, parecía que no quería estar allí, como si hubiera seguido un impulso al venir y ahora se estuviera arrepintiendo, por cómo seguía frotando sus manos y removiéndose inquieta.
Mientras observaba a la joven, sintió las manos de Lucrecia sobre sus hombros, tensándose inmediatamente, consciente de sus intenciones. Ella quería provocarle, excitarle, de modo que no le quedara más remedio que tomar a la muchacha. Confirmando sus pensamientos, ella se acercó más a él, amoldando su cuerpo al suyo, tentándole con sus sensuales curvas. Unas curvas que él conocía perfectamente, pero no se cansaba nunca de explorar. Y ella lo sabía.
- Ya hemos hablado de esto, mi pequeño - susurró en su oído pese a que era mucho más alto que ella. Lucrecia disfrutaba tentándolo y poniéndolo a prueba, frotando su pequeña figura contra la dura y musculosa de él. Le sería muy fácil deshacerse de su pequeña jefa, pero prefería vencerla de otra forma. - ¿Recuerdas nuestra conversación? ¿Recuerdas cómo me sometiste? ¿Recuerdas cual fue la sensación que te recorrió cuando me tuviste bajo tu dominio?
Por supuesto que lo recordaba. Esos momentos en los que la tuvo a su merced. Entonces era ella quien estaba para su placer, no al contrario, como solía ocurrir. Ella era una dómina y exigía la sumisión de todos sus esclavos, pero esa logró un cambio de tornas.
- Ya hemos hablado de esto, mi pequeño - susurró en su oído pese a que era mucho más alto que ella. Lucrecia disfrutaba tentándolo y poniéndolo a prueba, frotando su pequeña figura contra la dura y musculosa de él. Le sería muy fácil deshacerse de su pequeña jefa, pero prefería vencerla de otra forma. - ¿Recuerdas nuestra conversación? ¿Recuerdas cómo me sometiste? ¿Recuerdas cual fue la sensación que te recorrió cuando me tuviste bajo tu dominio?
Por supuesto que lo recordaba. Esos momentos en los que la tuvo a su merced. Entonces era ella quien estaba para su placer, no al contrario, como solía ocurrir. Ella era una dómina y exigía la sumisión de todos sus esclavos, pero esa logró un cambio de tornas.
Mientras, las manos de Lucrecia no dejaban de atormentarle, recorriendo sus músculos, por sus hombros, su espalda, rodeando sus caderas hasta ascender por su abdomen. Su mente obvió todo pensamiento, centrándose exclusivamente en las manos que se habían detenido sobre su pecho y en las duras perlas que se apretaban contra su espalda. El deseo comenzaba a crecer en su interior, anulando su odio por lo que esa mujer le había hecho. Había ocasiones en las que deseaba matarla, pero la fuerza con la que deseaba eso era la misma con la que la deseaba a ella. Sabía que ambos recordaban fielmente la sensación de estar íntimamente unidos, y él comenzaba a creer que jamás lo olvidaría, no importaban las mujeres de las que gozara.
La misma noche en la que fue vendido a Lucrecia, le había hecho el amor con furia, más que enfadado por su destino, pero había disfrutado de su estrechez, su calidez y su humedad al estar profundamente enterrado entre sus muslos. Un placer inmenso como pocos había llegado a conocer, y su orgullo masculino se vanagloriaba de saber que ella también había disfrutado enormemente esa noche.
- Eres un hombre con necesidades y Claudia es una mujer con necesidades. Mírala. Tiene el pelo dorado, la piel blanca, los muslos todavía le tiemblan cuando alguien la acaricia y sus pechos son blandos y suaves. ¿No te gustaría descansar entre ellos?
No era ningún iluso. Todas sus palabras y sus caricias estaban destinadas a hacerlo arder de deseo hasta no poder negarse a tomar a la joven, inexperta e casi inocente. La recorrió con la mirada una vez más, centrándose en sus pechos, abultados, imaginando cómo sería tenerlos en sus manos, en su boca; endurecerlos y tironear de las perlas que los coronaría. ¿Cómo serían sus pezones? Por su pálida piel deberían tener un exquisito tono rosado.
- Eres un hombre con necesidades y Claudia es una mujer con necesidades. Mírala. Tiene el pelo dorado, la piel blanca, los muslos todavía le tiemblan cuando alguien la acaricia y sus pechos son blandos y suaves. ¿No te gustaría descansar entre ellos?
No era ningún iluso. Todas sus palabras y sus caricias estaban destinadas a hacerlo arder de deseo hasta no poder negarse a tomar a la joven, inexperta e casi inocente. La recorrió con la mirada una vez más, centrándose en sus pechos, abultados, imaginando cómo sería tenerlos en sus manos, en su boca; endurecerlos y tironear de las perlas que los coronaría. ¿Cómo serían sus pezones? Por su pálida piel deberían tener un exquisito tono rosado.
Las manos de Lucrecia se movían por sus caderas, provocando que su corazón se acelerase, enviando sangre a ese lugar que le traería gran placer tanto a él como a la joven, cuando finalmente, después de torturarla dulcemente y tenerla rogando por él, se hundiera por completo en su interior.
Maldición. Lo estaba consiguiendo. Lucrecia estaba echando abajo toda su resistencia, poniéndolo al borde. Era consciente de que no podría sostener su negativa durante mucho tiempo más.
- Es una mujer romana... - Erik jugó su última baza, con sus barreras literalmente por los suelos tras el suave roce de los labios de la mujer en su hombro.
- Es una mujer. Una jovencita pura, cuya mente está tan sedienta como su sexo. Tú eres un hombre, un hombre que necesita darle de beber, saciarás su sed y aplacarás su deseo, porque tú también necesitas beber, beber de ella...
- Preferiría saciarte a ti - admitió conteniendo su deseo por la mujer que estaba a su espalda y su furia por ser tan maleable en sus manos. Pero ella continuó insistiendo, apretando su cuerpo contra el suyo, haciendo que Erik se tensara aun más.
- No, Erik, no quieres saciarme a mí. Quieres saciar a esa chica, quieres quitarle la túnica y morderle los pezones, los labios, la lengua, los muslos. Quieres ponerla de rodillas a tus pies, quieres meterte en su boca, en su sexo, en su trasero; quieres dejar tu marca en toda ella. Eso es lo que quieres, y eso es lo que ella quiere...
Erik veía en su mente todo lo que ella decía, y mucho más. Se veía torturando a la joven con su boca y con sus dedos, negándole lo que ella deseaba. Pero también se visualizaba tratando de forma similar a Lucrecia, tomando así su venganza por lo que le estaba haciendo. Esa mujer lo tentaba como ninguna, y luego se alejaba de él, poniendo a otras mujeres a su disposición, sabiendo que lo que él deseaba era su cuerpo.
- Es una mujer romana... - Erik jugó su última baza, con sus barreras literalmente por los suelos tras el suave roce de los labios de la mujer en su hombro.
- Es una mujer. Una jovencita pura, cuya mente está tan sedienta como su sexo. Tú eres un hombre, un hombre que necesita darle de beber, saciarás su sed y aplacarás su deseo, porque tú también necesitas beber, beber de ella...
- Preferiría saciarte a ti - admitió conteniendo su deseo por la mujer que estaba a su espalda y su furia por ser tan maleable en sus manos. Pero ella continuó insistiendo, apretando su cuerpo contra el suyo, haciendo que Erik se tensara aun más.
- No, Erik, no quieres saciarme a mí. Quieres saciar a esa chica, quieres quitarle la túnica y morderle los pezones, los labios, la lengua, los muslos. Quieres ponerla de rodillas a tus pies, quieres meterte en su boca, en su sexo, en su trasero; quieres dejar tu marca en toda ella. Eso es lo que quieres, y eso es lo que ella quiere...
Erik veía en su mente todo lo que ella decía, y mucho más. Se veía torturando a la joven con su boca y con sus dedos, negándole lo que ella deseaba. Pero también se visualizaba tratando de forma similar a Lucrecia, tomando así su venganza por lo que le estaba haciendo. Esa mujer lo tentaba como ninguna, y luego se alejaba de él, poniendo a otras mujeres a su disposición, sabiendo que lo que él deseaba era su cuerpo.
Un cuerpo que se alejó de él instantes antes de notar el olor a metal y sangre que como guerreo estaba más que acostumbrado a percibir. Sus instintos y sentidos se pusieron alerta, imaginando algún tipo de lucha, pero lo que descubrió fue otra batalla muy distinta a la que había acaparado su mente. Una batalla que se había perdido.
Lucrecia cerraba su mano sobre el cuchillo que había servido para abrirse una herida en su muñeca por la que brotaba sangre. Erik centró su mirada confundida en el brillante y rojo fluido que manaba sin cesar y que lo atraía irremediablemente más aun de lo que lo hacía la propia mujer.
- Pruébala – extendió su muñeca hacia él. Erik actuó sin pensar, movido por un intenso deseo de complacerla más fuerte que cualquier otro pensamiento o motivación, y agarrando delicadamente su mano entre las suyas, deslizó su lengua por la herida saboreando el delicioso elixir que provocaba tantas emociones en su interior. - Ya basta. Ahora entra ahí y sáciala... confío en ti, Erik. Si haces que ella se corra sin que yo te diga cómo hacerlo, te permitiré entrar aquí tantas veces como orgasmos le provoques - y metió la mano entre sus muslos.
- Pruébala – extendió su muñeca hacia él. Erik actuó sin pensar, movido por un intenso deseo de complacerla más fuerte que cualquier otro pensamiento o motivación, y agarrando delicadamente su mano entre las suyas, deslizó su lengua por la herida saboreando el delicioso elixir que provocaba tantas emociones en su interior. - Ya basta. Ahora entra ahí y sáciala... confío en ti, Erik. Si haces que ella se corra sin que yo te diga cómo hacerlo, te permitiré entrar aquí tantas veces como orgasmos le provoques - y metió la mano entre sus muslos.
Erik limpió la sangre de Lucrecia de sus labios sin dejar de observar el lugar que señalaba con su mano, el lugar en el que deseaba hundirse una y otra vez sin cesar. Con ese objetivo claro en su mente, cruzó las cortinas para acercarse a la mujer. La haría gritar, suplicar y gozar salvajemente. Y Lucrecia estaría observando para corroborar su éxito, de modo que no podría negarle su recompensa.
Los ojos nerviosos de la muchacha se clavaron en él, pero los ignoró y la tomó por la nuca para atraerla hacia él y besarla apasionadamente. Demostrándole así toda la lujuria que lo dominaba en ese instante, una muestra de todo lo que estaba por hacerla sentir. Desató la capa que la cubría, dejándola caer a sus pies y recorrió sus curvas con sus manos, deteniéndose en sus pechos, suprimiendo una sonrisa al notar que el tamaño era ideal. El sonoro gemido de la muchacha ante su toque lo llenó de satisfacción. Lucrecia tendría que pagar lo prometido, y él estaría esperando por ello.
FIN
2 comentarios :
Le ha quedado muy bien, me ha gustado mucho la otra cara que ha realizado Marijose del relato de Paty
No he leído otra parte, pero esta me ha gustado mucho . besos
¿ dos puntitos mas ?
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