Esta es la parte del reto Las dos caras del mismo cuento, de nuestra compi Hada Fitipaldi. La primera parte (desde la perspectiva de Lucas) la hizo Arisuk y podéis leerla aquí.
LUCAS
Katherine sentía como las manos se le empezaban a adormecer, aquella mala bestia sabía hacer buenos nudos. Y ella sabía de lo que hablaba, su padre al igual que su abuelo, habían pertenecido a los marines desde siempre. Desde su más tierna infancia, recordaba como otras niñas de su edad aprendían protocolo jugando con sus muñecas, mientras que ella hacía nudos marineros y jugaba a salvar el mundo en una goleta improvisada con el diván del salón. Todo ello acompañado de una pulcra educación, deliciosamente cuidada por su madre y su querida nana. Quizás en los últimos tiempos había demasiado protocolo y muy poca diversión, algo que Katherine echaba de menos. Su padre apenas iba a casa, ocupado en el trabajo; su madre siempre había sido menos imaginativa, y su hermana Robie apenas tenía tiempo para ella cuando no estaba con su prometido. Por eso, cuando despertó y se encontró a aquel salvaje desnudo en su cuarto, una parte de ella se iluminó, emocionada por poner un poco de diversión en su vida, y otra parte se horrorizó, ante tamaña desfachatez. Claramente en esos momentos predominaba con muchos puntos el horror.
Observó como aquel chico alto y a su parecer, aunque nunca había visto antes un hombre en semejante estado de desnudez, con un torso musculado a imagen y semejanza de una escultura, se recolocaba un sombrero de ala ancha. Ni siquiera había tenido la consideración de cubrirse con una camisa o cualquier otra prenda. Katherine intentó mirarlo a los ojos para no centrar su visión en aquel pecho digno de ser tocado.
-Bueno, señorita, ésta es tu última oportunidad. O me dices dónde está mi hermana o yo…
-¿O tú, qué? Bruto insensible- aunque mis padres me habían dado una educación impecable, propia de una señorita de buena cuna, aquel tipo me sacaba de mis casillas. Me tenía atada como un animal, y eso era inconcebible. Mi lado fiero propio de los Swift vibró encolerizado ante su actitud.
Katherine pudo oír un gruñido gutural, propio de un animal salvaje más que de un hombre. Aunque mirándolo con detenimiento, su aspecto indómito distaba bastante de lo que ella estaba acostumbrada a ver. Mejor dicho, de lo poco que estaba acostumbrada a ver. A sus veinticinco años, apenas había tenido un par de escarceos amorosos, que no habían pasado de ser besuqueos en el interior de un carromato, o al abrigo de Central Park con algún noble conocido de la familia. Por eso cuando aquella bestia se abalanzó sobre ella, quedando sus rostros separados por apenas unos centímetros, Katherine se pegó instintivamente al respaldo de la silla, intentando aumentar en lo posible la distancia entre ellos. Pero la dichosa silla no cedía, y su movilidad estaba limitada. Así que solo pudo quedarse con expresión cautelosa, sintiendo como el aliento del hombre le erizaba el vello del cuello. Ignoró la estúpida sonrisilla de medio lado que colgaba de los labios de él, y se centró en sus magnéticos ojos negros, tan penetrantes que Katherine se sonrojó levemente mientras le mantenía la mirada.
−Ahórrate la lengua viperina y confiesa que trabajas para Raymond y que algo le has hecho a mi hermana. ¿Dónde está ella?
Katherine lo fulminó con la mirada. Pero ¿qué se creía aquel sinvergüenza? No solo tenía que soportar la humillación de estar atada, sino que además la vilipendiaba sin compasión, acusándola de algo que no había hecho. Levantó la cabeza con todo el orgullo que fue capaz de reunir, y atravesó los profundos ojos negros que la estudiaban sin compasión, inyectando en su mirada el dolor y el desprecio que sentía por aquel hombre.
−Primero no tengo ninguna lengua viperina, segundo no conozco a ningún señor Raymond y mucho menos a su hermana- aseguró con voz firme, retándolo a que la contradijera.
−Entonces explícame por fin como carajo apareciste tú en su cuarto a la medianoche, en camisón y ella hace puff de repente −él palmeo sus manos como si quisiera hacer desaparecer el aire entre las mismas, al igual que parecía creer que había pasado con su hermana.
−Cuida tu vocabulario, no se habla de manera tan vulgar delante de una dama – no pensaba dejar que la siguiera tratando así, y no pensaba razonar con él mientras continuara con aquella actitud deplorable. Se lo repetiría una y mil veces si hacía falta. Nadie trataba así a una Switf.
La llamada de atención no fue recibida con agrado por el hombre, que apretó los dientes en una fiera expresión, mientras miraba a Katherine con dureza.
−Ah, entonces es una suerte porque no veo ninguna por aquí.
Katherine abrió la boca de golpe, incrédula ante su desconsideración. La frustración crecía por momentos en su interior, deseaba tener algo a mano para estampárselo a aquel cretino en la cabeza. No, prefería que la soltase para poderle dar un puñetazo bien fuerte en la cara, y desahogarse. Apretó los puños con fuerza, deseando recordar todas las palabras malsonantes que utilizaba su cochero en las timbas de póquer con sus amigos, y que ella había escuchado furtivamente en más de una ocasión. Una nueva sonrisa irritante de aquel que decía llamarse Lucas, la hizo explotar.
−Eres un…
−Sí, sí, sí. Ya sé todo lo que me vas a decir que soy – y en ese momento la interrumpía. ¿Acaso quería matarla de pura rabia contenida? Katherine no soportaba que la cortaran a mitad de hablar, le había pasado desde que era una niña. Además él se incorporó, estirándose cuan largo era, suponía que para intimidarla−. Ahora solo quiero de ti una explicación y más vale que sea razonable. Porque no voy a creer ni por un momento ese cuento chino de que vienes de New York y…
−¡Pero si soy Neoyorquina! –lo interrumpió ella esta vez, con un agudo gritito que comprobó con agrado que le molestaba. Aquel tipo era de lo más testarudo.
−Sí, por tu acento podría decirse, pero ¿una neoyorquina del año 1895?, ¡por favor! Ahora una de vaquero quieres.
Por si fuera poca su mala suerte, además Lucas utilizaba unas expresiones de lo más extrañas. Katherine lo miró contrariada, sin saber que responder a eso. Por suerte el silencio apenas duró unos segundos, tiempo que tardó él en retomar su perorata.
−Mira chica, no creo que seas una mala persona y esto podría ser simplemente una bromita que tú y la cabezota de mi hermana Madeleine me están jugando, pero déjame decirte que es una muy mala. Estoy cansado, hambriento y sumamente irritable. Pero aún así siento que algo no anda bien con ella. Soy su gemelo ¿sabes?
Katherine no pudo esconder la sorpresa que le produjo que aquel hombre tuviera una hermana gemela, y el sentimiento que dejaba al descubierto por ella. Se intentó imaginar la versión femenina de él, pero realmente le costaba. Su secuestrador era de lo más masculino, y en esas últimas frases había descubierto algo que antes había pasado por alto, y que la hizo relajar la expresión y repasar los acontecimientos hasta el momento.
Había verdadera preocupación detrás de todo lo que había hecho con ella, un miedo real de que a su hermana le hubiese pasado algo. Y pensándolo fríamente, cualquiera pensaría que ella tenía algo que ver con lo que había ocurrido. Se la había encontrado en la cama donde tenía que estar su hermana, con el pelo revuelto y gritando descontroladamente. Aunque también pensaba que su reacción había estado justificada. Nunca en sus veinticinco años un hombre había irrumpido así en su cuarto, o lo que debería haber sido su cuarto, y menos aún sin camiseta. Por eso su primera reacción había sido gritar pidiendo ayuda. Pero poco a poco fue percibiendo que aquel entorno no era su preciada habitación, y también tomó plena conciencia de él. Y no solo de su presencia. También de su altura, de sus anchos hombros musculosos y bien definidos, de un torso salpicado por un fino bello rubio, cuyos músculos continuaban por todo el abdomen hasta que se perdían por la cinturilla de unos vaqueros caídos. En su descenso, Katherine no pudo evitar fijar la vista en aquella parte de la anatomía del hombre, que se hacía notar indecente en los vaqueros, terminando su examen recorriendo lo que parecían unas fornidas piernas que terminaban en unas botas de cowboy. No podía dejar de sorprenderla que un hombre con aquel aspecto, tuviera una preocupación tan sincera por su hermana, aunque ella bien sabía que los vínculos entre hermanos solían ser lazos fuertes.
−¿Entonces hablarás por fin?
Su voz la sacó de su ensoñación. Sacudió un poco la cabeza, y lo miró fijamente, pero la acritud había desaparecido. Solo la desesperanza y un fuerte deseo de que la creyera por fin, iluminaban su mirada.
−Ya le he contado todo, al menos lo que puedo contar. No entiendo porque estoy aquí y no conozco a su hermana.
Kathe apreció como aquella afirmación no era del agrado de Lucas. Este apretó la mandíbula, mientras alzaba la vista al techo, tocándose la incipiente barba. Se le veía desesperado, pero ella no podía hacer nada. No sabía quién era su hermana, ni como podía ayudarlo. Tan solo quería regresar a la seguridad de su cuarto y dejar aquella silla, sus ataduras y a aquel hombre, por apuesto que fuera, lejos de ella. Sabía que las personas así solo te podían traer problemas, y no pensaba permanecer más tiempo del preciso a su lado, por muy buenas intenciones que tuviera. Observó como respiraba profundamente, pasando sus grandes manos por el cabello rubio oscuro, que le caía por debajo de la oreja.
−Vamos a empezar de nuevo ¿sí? –Katherine quiso intervenir, pero él continuó hablando sin darle oportunidad de hacerlo−. Supongamos que te creo…
−¿Suponer? – Kathe volvió a ponerse en guardia, ¿iban a empezar otra vez con lo mismo?
−Shh, te creo vale. Bueno tú vienes del pasado, eres una neoyorquina del año 1895 y por alguna razón estás atrapada aquí. Ahora ¿Dónde cabe mi hermana en eso?
La mujer frunció el entrecejo, mirándolo con frustración. Era obvio que no tenía respuestas para eso, era justo lo que ella quería saber. Pero también estaba claro que aquel hombre no la iba a ayudar, estaba tan perdido como ella, y encima no terminaba de creerla. Iba a aclararle aquel punto de nuevo, cuando se percató de que Lucas la repasaba minuciosamente, podía sentir la mirada desnudando su cuerpo, tan solo cubierto por el fino camisón. Sin poderlo evitar sus pezones se irguieron orgullosos, reclamando sin contar con su dueña, la caricia de aquella mirada. Katherine no pudo más que intentar bajarse el camisón con los pies, para cubrirse en lo posible. Ningún hombre la había visto tan ligera de ropa. Para romper la tensión del momento continuó la conversación.
−No sé qué papel cumple su hermana en este embrollo- explicó nuevamente, angustiada. No pudo evitar que un débil sollozo se colara en su garganta-. Sólo recuerdo haberme dormido y después de lo que me parecieron sólo unos pocos minutos de sueño haber despertado aquí, así. Con usted desnudo y entrando a la habitación ¡Dios, como deseo que este sueño termine!, así podré despertar en mi mullida cama, con mis almohadas y un chocolate caliente que nana me traerá en la mañana. ¡No quiero estar aquí!
La expresión del hombre se ablandó ligeramente, relajando su apretada mandíbula.
−Vamos, tranquilízate –Lucas se acercó y le tocó el hombro de forma tosca, aunque se podía ver que intentaba consolarla−. Bajaré a la cocina a encontrar algo de comer para los dos y cuando regrese, quiero una mejor explicación.
Katherine se ablandó con aquel gesto tierno de querer traerle comida. Incluso en una situación como aquella, él intentaba que se sintiera un poco mejor. Eso hizo que lo mirara de nuevo, observando como unos mechones caían acariciando sus ojos negros. Con los ojos caídos le dio otro repaso deleitándose con cada músculo perfecto. Pero por mucho que le atrajera, las cuerdas le recordaban que él la tenía presa. Y su objetivo era escapar y encontrar la forma de regresar a casa. Ya después trataría de encontrar explicación a su enfermiza obsesión por mirar aquel cuerpo masculino.
−Podría al menos desatarme de la silla- tanteó Katherine llena de esperanza.
−Buen intento chica lista – Lucas se apartó de ella, mirándola con los ojos entornados−. Pero no, no quiero que te me escapes mientras busco que comer.
Pero aquello no podía quedar así, y Katherine era consciente de su feminidad, así como de las armas que podía utilizar para camelar a aquel hombre. Y no dudaría en utilizarlas en todo su esplendor para conseguir que la liberara. Pestañeó con gracia, captando toda su atención.
−Pero estoy descalza y en camisón, además de que no conozco nada de aquí. ¿A dónde podría ir?
Intentó imprimir toda la candidez posible en su voz, y ante la persistente duda de él, Katherine se estiró un poco, alzando sus senos, y bajando a la vez la cabeza. Su mirada suplicante y los morritos, coronaron el cóctel explosivo que hizo que el hombre, tras un suspiro de resignación, la desatara. Katherine se lo agradeció mil veces, y esperó a que saliera por la puerta en busca de comida, para salir corriendo.
* * *
Katherine corrió como alma que lleva el diablo hasta el exterior de la casa. Salió a un jardín pequeño que albergaba al fondo lo que parecían ser unos establos. No tenía grandes nociones sobre montar a caballo, aunque parte de su educación como dama de sociedad la había obligado a tomar unas lecciones. Además le parecía el mejor medio de transporte, seguro que sería más rápido que ir a pié. Corrió de nuevo hacia la estructura de madera, mirando cada poco a su espalda ya que sabía que su captor podía aparecer en cualquier momento. Solo esperaba que tardara lo suficiente para que a ella le diera tiempo a escapar.
Ya dentro del establo paso por un par de cuadras, hasta que vio un ejemplar negro que llamó su atención. Se alzaba majestuoso, recubierto de un pelaje negro brillante que en seguida quiso acariciar. Cogió un poco de heno del suelo, y se lo ofreció al animal, que se acercó a olisquearla. Salió de la cuadra y la siguió por el pasillo que llevaba al jardín, pero se quedó quieto en un punto, y por más que lo intentó Katherine, no se movió de allí. Se puso a un lado del caballo, empujándolo para ver si así conseguía que se moviera, pero no lo logró. Una potente voz rasgó la quietud de la noche.
−Potranca sólo me obedece a mí- afirmó la voz, autoritaria y fuerte.
Katherine dio un salto que alejó un poco más al caballo, y miró con frustración y rabia a su secuestrador, a la vez que sentía un ramalazo de dolor en el pié, que se había rasgado con la madera del suelo. Si al menos el caballo hubiese querido colaborar… pero quedaba claro que era tan testarudo como su amo.
−Salí a tomar algo de aire fresco, yo…- intentó excusarse, notando como la sangre se le acumulaba en el rostro.
−Ahórratela, ¿quieres? – dijo el hombre en tono amenazador, mientras se dirigía a ella decidido. Kathe intentó retroceder, pero la pared le cortó el paso, quedando arrinconada entre ésta y el cuerpo del hombre. Se le veía claramente disgustado.
Katherine se asustó, agachándose instintivamente cuando el hombre alzó la mano hacia su cara. Temía que le pegara, ya que parecía descontrolado, pero él frenó su mano a escasos centímetros de ella, con gesto sorprendido. Sus facciones se relajaron un poco, y Katherine pudo sentir como los gruesos dedos de él, apartaban suavemente un mechón de su rostro. Se estremeció advirtiendo como unas manos tan potentes, podían ejercer una caricia tan leve como el aleteo de una mariposa.
Ambos se miraron fijamente. Katherine tenía muy presente la cercanía de Lucas, y cómo su cuerpo respondía a él. Su piel se mostraba sensible, expectante, demasiado consciente del roce que el camisón le producía, y de que solo esa fina tela se interponía entre el torso desnudo del hombre y su pecho. Tuvo que reprimir un leve gemido que luchaba por salir de su garganta. Tendría que estar asustada, y lo estaba, pero también se sentía ligeramente excitada, por mucho que le avergonzara aquello.
−No te voy hacer nada, pero estoy muy molesto porque prometiste no escapar – él flexionó un brazo, apoyándolo al lado de su cabeza.
Katherine se estremeció, en una mezcla de miedo y anhelo ante la cercanía de él. Por nada dejaría que la tocara, ella no era así, pero no podía dejar de pensar en ello. La expresión de Lucas era confusa. Kathe se aclaró la garganta, y dijo apenas en un susurro:
−Necesito saber el porqué estoy aquí- confesó lentamente, sin dejar de mirarlo.
−Es justo lo que quiero saber yo, pero si de verdad eres de donde dices, salir por el campo con mi caballo no va a resolver nada.
Lucas se apartó un poco de ella, cruzando los brazos sobre el pecho y adaptando una postura defensiva. Mientras la miraba con cierto aire de superioridad, como si no la creyera capaz de arreglárselas por sí misma. Podía ser una dama, pero su padre le había enseñado también a ser una luchadora. Y no pensaba quedarse de brazos cruzados mientras aquel cretino la juzgaba. Su irritación creció por segundos cuando él la repasó descaradamente de arriba a abajo de nuevo, y el ferviente deseo de tirarlo al suelo y golpearlo la inundó de nuevo.
−Prefiero estar en pleno campo que aquí contigo, sin que me creas y molestándome a cada momento- escupió con desagrado.
−Oh sí, y con un caballo robado- contestó con un deje burlón, mientras mantenía la pose de suficiencia.
−Te lo iba a devolver – Kathe levantó de nuevo la barbilla, indignada con que la acusara de ladrona. Ella solo pensaba cogerlo prestado, lo necesitaba para volver a casa.
−Sí y yo aún creo en Papá Noel. Sabes muy bien que podría llamar a la policía y acusarte por ser cómplice de secuestrar a mi hermana e intentar robar mi caballo.
La chica no pudo evitar que la barbilla le temblara levemente. Su padre no soportaría enterarse de que su hija había sido detenida, él la tenía en muy alta estima. El deseo de tenerlo allí con ella hizo que le brillaran un poco los ojos, pero consiguió controlar sus emociones.
−Debo de haber hecho algo muy malo para merecerme esto- replicó con amargura, clavando de nuevo su mirada en él.
Lucas no pareció muy afectado por aquello, no parecía sentir ni un ápice de compasión por ella. Pero tras observarla unos segundos, soltó un suspiro resignado.
−Mira, vamos a hacer algo si voy a darte una última prueba de fe. Si de verdad dices ser quien eres – en su tono se podía apreciar la incredulidad−, debe haber algún registro, alguna foto que pueda comprobar.
Se notaba hastiado, pero al menos Katherine había logrado abrir un resquicio de duda en su interior. Una débil llama de esperanza la iluminó, aunque no quería confiarse.
−¿De verdad me ayudarás? – preguntó aún con recelo, solo esperaba que no fuera un farol.
−Lo intentaré, iremos mañana a New York en mi auto. Será un viaje largo, pero si partimos temprano podremos llegar a la biblioteca pública de allí, si de verdad eres de 1895 debe de haber algún registro. Me dijiste que te llamabas Katherine Swift, si tú padre fue alguien importante de su época probablemente aparezca en algún documento.
Katherine se iluminó visiblemente, aunque aún se podía apreciar la duda en los ojos de él. Duda mezclada con algo más, que creía que era preocupación. No podía olvidar que su hermana había desaparecido, y seguramente se sentía angustiado. Ella lo estaría si fuese su hermana la que se encontraba en esa situación. Pero se sentía muy aliviada de que aquel hombre con pinta de tipo duro le echara una mano, y solo esperaba encontrar algún dato que verificara su historia. Estaba segura de que sería así, ya que su familia era popular entre la nobleza de New York. Pero lo que más le preocupaba era encontrar la forma de volver a casa, y si por el camino podía ayudar a Lucas, lo haría con gusto.
FIN
3 comentarios :
Ohhhh precioso!!! M encanta. Un bsooo^^
Ohhhhhhh Hada me gusto muchísimo tu perspectiva de Kathe. Sabes ésta es una historia que empece hace tiempo y por motivos de inspiración no la continué.
Me encanto como tratase al personajes de ella, y como llenaste ciertos huecos. Muchas gracias vale...
Besos...
Un placer continuarla, es una historia interesante. Te animo a que la continúes! Muchos besos
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